Otras causas de decadencia se encuentran en ciertos valores predicados por nuestra sociedad. Intentemos descubrir algunos.
Vivimos en una sociedad de cuño científico-técnico, no hay duda. La ciencia goza de un prestigio merecido y liber al hombre de muchas esclavitudes ancestrales. A la técnica, ciencia aplicada, atañe la esfera de la vida práctica. Ninguna objeción, al contrario. El error despunta, sin embargo, cuando nace la idea de que el método basado en la observación y el experimiento, en la sistematización y la estadística, ha de validar y regular toda esfera de la vida humana. El paso inmediato consistirá en declarar que si un fenómeno humano escapa al método o lo desborda no merece ser tomado en consideración. Si el conocimiento basado en medida y número se estima por el único racional, lo que éste no perciba será tachado de irracional y subjetivo, de ralidad de segundo orden.
Es notorio que vastas zonas del ser humano -y seguramente las más importantes- caen fuera de la competencia de los micrómetros y de las balanzas de precisión: nos referimos a las experiencias interiores, sean alegría o dolor, amor u odio, éxtasis o depresión, arrebato, tristeza o dicha, goce estético, paz, fantasía y mil más.
Para que encajen en el método analítico, se cepillan estas experiencias, y el amor se queda en sexo, la poesía en análisis lingüístico, las emociones en secreciones glandulares. El resto es viruta.
El método analítico, basado en el "conocimiento objetivo", o, según Heidegger, en el "pensar calculador", toca su objeto tangencialmente. El observador se despersonaliza lo más posible, utilizando únicamente su entendimiento para sondear lo real. Un ojo intelectual frío se pasea por el objeto; éste se calibra por su reacción a los estímulos. No interesa lo que sea en sí o lo que piense en su interior, sólo se considera válida la respuesta mensurable al reactivo aplicado.
Repetimos que este método tiene su indiscutible utilidad para los fines que le competen. Pero hay que evitar varias falacias. En primer lugar, el conjunto de datos exactos permite barajar conceptos, pero no procura una imagen de lo real. Los conceptos, trabados por la sistematización humana, constituyen una red lógica de ancha malla, que deja escapar gran parte del flujo de realidad que nos rodea. Ni siquiera es una red que pueda superponerse a lo real coincidiendo en los puntos nodales, pues la abstracción conceptual descuartiza la unidad del ser en aspectos parciales.
El hombre tiende a conocer con todas sus facultades. Conocer a una persona no consiste en saber describirla con todo detalle, sino en percibir su unidad; para ello hace falta interés, y esto añade algo al mero conocer intelectual. La familiaridad, el cariño, la simpatía, la compasión, son fuentes de conocimiento, como también la sensibilidad. Cada una de nuestras facultades descubre aspectos particulares del otro, de modo que a nivel humano, conocerse está en función del modo de relacionarse. Se conoce más y mejor cuando entra en juego el ser entero.
El método científico, por el contrario, se limita al plano fenoménico, explorando la epidermis de lo real. No es, por tanto, culmen del saber humano, sino modo especializado de conocer, indispensable para ciertas actividades que se esfuerzan por facilitar el vivir o ampliar su esfera.
Pero, subido el escalón de la técnica, se explaya la plataforma de la vida, donde el conocimiento es personal y comprometido, nace de la propia experiencia y la intercambia. Le interesa el ser, no su clarificación; la vida, no su cadáver disecado. Incluye discurso e intuición, emoción, respeto, cariño, vibración artística. No ignora los datos científicos adquridos, pero su rango es muy superior. Diferencia entre admirar una flor o saber catalogarla.
Quien no admitiera esto habría de concluir que los grandes poetas y visionarios, profetas, místicos y artistas han tenido un grado de conocimiento inferior al que posee el más prosaico observador al microscopio o el más raquítico memorista.
Vivimos en una sociedad de cuño científico-técnico, no hay duda. La ciencia goza de un prestigio merecido y liber al hombre de muchas esclavitudes ancestrales. A la técnica, ciencia aplicada, atañe la esfera de la vida práctica. Ninguna objeción, al contrario. El error despunta, sin embargo, cuando nace la idea de que el método basado en la observación y el experimiento, en la sistematización y la estadística, ha de validar y regular toda esfera de la vida humana. El paso inmediato consistirá en declarar que si un fenómeno humano escapa al método o lo desborda no merece ser tomado en consideración. Si el conocimiento basado en medida y número se estima por el único racional, lo que éste no perciba será tachado de irracional y subjetivo, de ralidad de segundo orden.
Es notorio que vastas zonas del ser humano -y seguramente las más importantes- caen fuera de la competencia de los micrómetros y de las balanzas de precisión: nos referimos a las experiencias interiores, sean alegría o dolor, amor u odio, éxtasis o depresión, arrebato, tristeza o dicha, goce estético, paz, fantasía y mil más.
Para que encajen en el método analítico, se cepillan estas experiencias, y el amor se queda en sexo, la poesía en análisis lingüístico, las emociones en secreciones glandulares. El resto es viruta.
El método analítico, basado en el "conocimiento objetivo", o, según Heidegger, en el "pensar calculador", toca su objeto tangencialmente. El observador se despersonaliza lo más posible, utilizando únicamente su entendimiento para sondear lo real. Un ojo intelectual frío se pasea por el objeto; éste se calibra por su reacción a los estímulos. No interesa lo que sea en sí o lo que piense en su interior, sólo se considera válida la respuesta mensurable al reactivo aplicado.
Repetimos que este método tiene su indiscutible utilidad para los fines que le competen. Pero hay que evitar varias falacias. En primer lugar, el conjunto de datos exactos permite barajar conceptos, pero no procura una imagen de lo real. Los conceptos, trabados por la sistematización humana, constituyen una red lógica de ancha malla, que deja escapar gran parte del flujo de realidad que nos rodea. Ni siquiera es una red que pueda superponerse a lo real coincidiendo en los puntos nodales, pues la abstracción conceptual descuartiza la unidad del ser en aspectos parciales.
El hombre tiende a conocer con todas sus facultades. Conocer a una persona no consiste en saber describirla con todo detalle, sino en percibir su unidad; para ello hace falta interés, y esto añade algo al mero conocer intelectual. La familiaridad, el cariño, la simpatía, la compasión, son fuentes de conocimiento, como también la sensibilidad. Cada una de nuestras facultades descubre aspectos particulares del otro, de modo que a nivel humano, conocerse está en función del modo de relacionarse. Se conoce más y mejor cuando entra en juego el ser entero.
El método científico, por el contrario, se limita al plano fenoménico, explorando la epidermis de lo real. No es, por tanto, culmen del saber humano, sino modo especializado de conocer, indispensable para ciertas actividades que se esfuerzan por facilitar el vivir o ampliar su esfera.
Pero, subido el escalón de la técnica, se explaya la plataforma de la vida, donde el conocimiento es personal y comprometido, nace de la propia experiencia y la intercambia. Le interesa el ser, no su clarificación; la vida, no su cadáver disecado. Incluye discurso e intuición, emoción, respeto, cariño, vibración artística. No ignora los datos científicos adquridos, pero su rango es muy superior. Diferencia entre admirar una flor o saber catalogarla.
Quien no admitiera esto habría de concluir que los grandes poetas y visionarios, profetas, místicos y artistas han tenido un grado de conocimiento inferior al que posee el más prosaico observador al microscopio o el más raquítico memorista.
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