A pesar de todo, muchos sienten gran recelo hacia todo lo que huela a
emoción, pensando que necesariamente deforma la objetividad. Para
deshacer este malentendido basta recurrir a un antiguo distingo. Si una
pasión o emoción crea un prejuicio, es obstáculo para sintonizar con el
objeto; en vez de buscar su longitud de onda, se adapta a la propia o se
recorta hasta que encuadre en la propia mirilla mental. Caso típico son
las historias nacionales con prejuicio laudatorio o los libelos
políticos con intención denigratoria. No hay por qué discutir esto.
Otra cosa es acercarse a un objeto, y sobre todo a una persona, primero sin prejuicios, hazaña ya poco común, pero además con interés y respeto, presuponiendo que su ser es portador de valores. Tal actitud, en vez de estorbar al conocimiento, lo ayudará inmensamente pues centrará la mirada en lo profundo, no en la superficie. A medida que avanza el conocer, se concretará el interés inicial, si el objeto o la persona lo merecen, en sentimientos de estima, cariño o simpatía. La pasión o emoción que precede al juicio puede obnubilarlo; la que sigue al juicio es normal y necesaria, a menos de estar psíquicamente mutilado.
Toda actividad humana debe desenvolverse en clima de amor y de respeto, incluso la intelectual y la científica: se investiga por interés o amor al hombre o las cosas, no por mera curiosidad fría y despegada, y menos aún buscando un refugio o satisfaciendo un rencor o un odio. Aquí está la clave de la ciencia sana: interesa lo que redunda en bien del hombre, que es sagrado, se aborrece lo que daña o puede dañar. En consecuencia, se huirá de producir dolor, a no ser que sea indispensable, como en la operación quirúrgica.
Para conocer de verdad se requiere una apertura, contraria a la indiferencia, a la despersonalización apriorística y sistemática, que es ya un prejuicio deformante. Esto vale particularmente refiriéndose a personas: si el observador se jura no dejarse interesar por el otro y para ello mantiene la distancia, ejercita el despego e ignora la subjetividad, desconocerá zonas enteras del hombre, las que valen más y dan valor a todo el resto.
El cirujano, naturalmente, no puede temblar de lástima mientras opera al paciente. Precisamente aquí aparece cómo el conocimiento sin emoción es un modo especializado del conocer. útil o necesario en ciertas circunstancias. Por buscar el bien del enfermo tendrá que adoptar una actitud contenida, de lo contario no alcanzaría el objetivo que pretende. Lo cual no significa que el médico esté privado de sentimientos. Ejercer la medicina no comporta insensibilidad. No es lo mismo control que carencia.
En resumen: no es lícito ni saludable mutilar a la persona, es monstruoso reducirse a un ser frío, desentendido, aislado. En todo conocimiento entra el hombre, aunque, según del que se trate, unas facultadoes participarán con más intensidad que otras.
Otra cosa es acercarse a un objeto, y sobre todo a una persona, primero sin prejuicios, hazaña ya poco común, pero además con interés y respeto, presuponiendo que su ser es portador de valores. Tal actitud, en vez de estorbar al conocimiento, lo ayudará inmensamente pues centrará la mirada en lo profundo, no en la superficie. A medida que avanza el conocer, se concretará el interés inicial, si el objeto o la persona lo merecen, en sentimientos de estima, cariño o simpatía. La pasión o emoción que precede al juicio puede obnubilarlo; la que sigue al juicio es normal y necesaria, a menos de estar psíquicamente mutilado.
Toda actividad humana debe desenvolverse en clima de amor y de respeto, incluso la intelectual y la científica: se investiga por interés o amor al hombre o las cosas, no por mera curiosidad fría y despegada, y menos aún buscando un refugio o satisfaciendo un rencor o un odio. Aquí está la clave de la ciencia sana: interesa lo que redunda en bien del hombre, que es sagrado, se aborrece lo que daña o puede dañar. En consecuencia, se huirá de producir dolor, a no ser que sea indispensable, como en la operación quirúrgica.
Para conocer de verdad se requiere una apertura, contraria a la indiferencia, a la despersonalización apriorística y sistemática, que es ya un prejuicio deformante. Esto vale particularmente refiriéndose a personas: si el observador se jura no dejarse interesar por el otro y para ello mantiene la distancia, ejercita el despego e ignora la subjetividad, desconocerá zonas enteras del hombre, las que valen más y dan valor a todo el resto.
El cirujano, naturalmente, no puede temblar de lástima mientras opera al paciente. Precisamente aquí aparece cómo el conocimiento sin emoción es un modo especializado del conocer. útil o necesario en ciertas circunstancias. Por buscar el bien del enfermo tendrá que adoptar una actitud contenida, de lo contario no alcanzaría el objetivo que pretende. Lo cual no significa que el médico esté privado de sentimientos. Ejercer la medicina no comporta insensibilidad. No es lo mismo control que carencia.
En resumen: no es lícito ni saludable mutilar a la persona, es monstruoso reducirse a un ser frío, desentendido, aislado. En todo conocimiento entra el hombre, aunque, según del que se trate, unas facultadoes participarán con más intensidad que otras.
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