Los
filósofos y el conocimiento de Dios.
Sobre
mí se lanza la avalancha de filósofos, como fantasma acompañado de huéspedes
divinos con sombras extrañas, contando sus mitos como cuentos de vieja. Lejos
de mí aconsejar a los hombres que presten oído a tales discursos: ni siquiera
a nuestros propios pequeños cuando lloriquean, como suele decirse,
acostumbramos a contarles tales fábulas para apaciguarlos, pues tememos que con
ellas creciera la impiedad que predican estos supuestos sabios, que en realidad
no conocen de la verdad más que un niño. En nombre de la verdad, ¿por qué me
muestras a los de tu fe arrastrados por el ímpetu violento en un torbellino sin
orden? ¿Por qué me llenas la vida de vanas imágenes, pretendiendo que son
dioses el viento y el aire y el fuego y la tierra y las piedras, la madera y el
hierro, llamando dioses al mismo mundo, las estrellas, los astros errantes? En
realidad vosotros sois hombres errantes, con astrología de charlatanes, que no
es astronomía, sino palabrería sobre las estrellas. Yo busco al Señor de los
vientos, al dueño del fuego, al creador del mundo, al que da su luz al sol:
busco a Dios, no las obras de Dios.
¿Qué
ayuda me das tú para esta búsqueda? Porque no he llegado a descartarte
absolutamente. ¿Me das a Platón? Bien. Dime, Platón: ¿Cómo hallaremos la
huella de Dios? «Es trabajoso encontrar al padre y hacedor de este universo; y
aunque uno lo encontrara, no podría manifestarlo a todos» (Tim 28c). Y esto,
¿por qué?, en nombre de Dios. «Porque es absolutamente inefable» (Carta VlI,
341c; cf. Ley. 821a). Platón, has llegado ciertamente a tocar la verdad, pero
no has de cejar. Emprende conmigo la búsqueda del bien. Todos los hombres, y de
manera particular los que se dedican al estudio, están empapados de ciertas
gotas de origen divino. Por esto, aun sin quererlo, confiesan qué Dios es uno,
imperecedero e inengendrado, que está en cierto lugar superior sobre la bóveda
del cielo, en su observatorio propio y particular en el que tiene su plenitud de
ser eterno (cf. Tim. 52a; Fedr. 247c; Polít, 272e). Dice Eurípides (fr. 1129):
«Dime, ¿cómo hay que imaginarse a Dios? Es el que, sin ser visto, lo ve
todo.» En cambio, me parece que Menandro se equivocó cuando dijo (fr. 609):
«Oh Sol, hemos de adorarte como el primero de los dioses, pues por ti los otros
dioses pueden ver.» No es el sol el que nos mostrará jamás al dios verdadero,
sino el Logos, saludable sol del alma, que al surgir interiormente en la
profundidad de nuestra mente es el único capaz de iluminar el ojo del alma (cf.
Plat. Rep. Vl1, 533d)...
Platón
se refiere a Dios con palabras enigmáticas, de la siguiente manera: «Todas las
cosas están alrededor del rey de todas las cosas, y esto es la causa de todo lo
que es bello» (Carta II, 312e). ¿Quién es el rey de todas las cosas? Dios,
que es la medida de la verdad de los seres. Ahora bien, así como el objeto que
es medido es abarcado por la medida, así la verdad queda medida y abarcada por
el techo de conocer a Dios. Dice Moisés, hombre en verdad santo: «No tendrás
en tu saco un peso y otro peso, uno grande y otro pequeño, ni tendrás en tu
casa una medida grande y otra pequeña, sino que tendrás un peso verdadero y
justo» (Dt 25, 13-15; cf. Fil. de Somn. II, 193ss): es que él supone que Dios
es el peso y la medida y el número de todas las cosas. Las imitaciones injustas
e inicuas están escondidas en casa en el saco, que es como decir en la
inmundicia del alma. Pero la única medida justa es el único Dios verdadero,
que, siempre igual a si mismo y siempre de la misma manera mide y pesa todas las
cosas, pues, como en una balanza, abarca todas las cosas de la naturaleza, y las
mantiene en equilibrio. Según un relato antiguo, «Dios tiene en su mano el
principio y el fin y el medio de todas las cosas, y se dirige directamente a su
fin, avanzando según la naturaleza de cada una. Le acompaña siempre la
justicia, vengadora de los que dejan de cumplir la ley de Dios» (Orac. Sibil.
3, 586-8; 590-4).
Ahora
bien, Platón: ¿De dónde te viene esta alusión a la verdad? ¿Quién te
proporciona la abundancia de razones con las que vaticinas la religión? Las
razas bárbaras, dice, tienen más sabiduría que éstas (cf. Fedr. 78a; id. en
Clem Strom. I, 15,66,3). Aunque quieras ocultarlos, conozco a tus maestros.
Aprendes la geometría de los egipcios; la astronomía de los babilonios; tomas
de los tracios los encantamientos saludables, y aprendes mucho de los asirios.
Pero en lo que se refiere a las leyes verdaderas y a las opiniones acerca de
Dios, has encontrado ayuda en los mismos hebreos...14
«Fides
quaerens intellectum.»
Afirmamos
que la fe no es inoperante y sin fruto, sino que ha de progresar por medio de la
investigación. No afirmo, pues, que no haya que investigar en absoluto. Está
dicho: «Busca y encontrarás» (cf. Mt 7, 7; Lc 12, 9)... Hay que aguzar la
vista del alma en la investigación, y hay que purificarse de los obstáculos de
la emulación y la envidia, y hay que arrojar totalmente el espíritu de
disputa, que es la peor de las corrupciones del hombre... Es evidente que el
investigar acerca de Dios, si no se hace con espíritu de disputa, sino con
ánimo de encontrar, es cosa conducente a la salvación. Porque está escrito en
David: «Los pobres se saciarán, y quedarán llenos, y alabarán al Señor los
que le buscan: su corazón vivirá por los siglos de los siglos» (Sal 21, 27).
Los que buscan, alabando al Señor con la búsqueda de la verdad, quedarán
llenos con el don de Dios que es el conocimiento, y su alma vivirá. Porque lo
que se dice del corazón hay que entenderlo del alma que busca la vida, pues el
Padre es conocido por medio del Hijo. Sin embargo no hay que dar oídos
indistintamente a todos los que hablan o escriben... «Dios es amor» (1 Jn 4,
16), y se da a conocer a los que aman. Asimismo. «Dios es fiel» (I Cor 1, 9;
10, 13), y se entrega a los fieles por medio de la enseñanza. Es necesario que
nos familiaricemos con él por medio del amor divino, de suerte que habiendo
semejanza entre el objeto conocido y la facultad que conoce, lleguemos a
contemplarle; y así hemos de obedecer al Logos de la verdad con simplicidad y
puridad, como niños obedientes... «Si no os hiciereis como esos niños, no
entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3): allí aparece el templo de
Dios, construido sobre tres fundamentos, que son la fe, la esperanza y la
caridad... 15
La
gnosis-cristiana.
La
gnosis es, por así decirlo, un perfeccionamiento del hombre en cuanto hombre,
que se realiza plenamente por medio del conocimiento de las cosas divinas,
confiriendo en las acciones, en la vida y en el pensar una armonía y coherencia
consigo misma y con el Logos divino. Por la gnosis se perfecciona la fe, de
suerte que únicamente por ella alcanza el fiel su perfección. Porque la fe es
un bien interior, que no investiga acerca de Dios, sino que confiesa su
existencia y se adhiere a su realidad. Por esto es necesario que uno,
remontándose a partir de esta fe y creciendo en ella por la gracia de Dios, se
procure el conocimiento que le sea posible acerca de él. Sin embargo, afirmamos
que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere por la enseñanza:
porque, en cuanto algo es gnosis será también ciertamente sabiduría, pero en
cuanto algo es sabiduría no por ello será necesariamente gnosis. Porque el
nombre de sabiduría se aplica sólo a la que se relaciona con el Verbo
explícito (logos prophorikós). Con todo, el no dudar acerca de Dios, sino
creer, es el fundamento de la gnosis. Pero Cristo es ambas realidades, el
fundamento (la fe) y lo que sobre él se construye (la gnosis): por medio de él
es el comienzo y el fin. Los extremos del comienzo y del fin—me refiero a la
fe y a la caridad—no son objeto de enseñanza: pero la gnosis es transmitida
por tradición, como se entrega un depósito, a los que se han hecho, según la
gracia de Dios, dignos de tal enseñanza. Por la gnosis resplandece la dignidad
de la caridad «de la luz en luz». En efecto, está escrito: «Al que tiene, se
le dará más» (Lc 19, 26): al que tiene fe, se le dará la gnosis; al que
tiene la gnosis, se le dará la caridad: al que tiene caridad. se le dará la
herencia... 16.
La
fe es, por así decirlo, como un conocimiento en compendio de las cosas más
necesarias, mientras que la gnosis es una explicación sólida y firme de las
cosas que se han aceptado por la fe, construida sobre ella por medio de las
enseñanzas del Señor. Ella conduce a lo que es infalible y objeto de ciencia.
A mi modo de ver, se da una primera conversión salvadora, que es el tránsito
del paganismo a la fe, y una segunda conversión, que es el paso de la fe a la
gnosis. Cuando esta culmina en la caridad, llega a hacer al que conoce amigo del
amigo que es conocido... 17.
Dios
se da a conocer a los que le aman.
«Dios
es amor», y se da a conocer a los que aman. Asimismo, «Dios es fiel» y se
entrega a los fieles por medio de la enseñanza. Es necesario que nos
familiaricemos con él por medio del amor divino, de suerte que habiendo
semejanza entre el objeto conocido y la facultad que conoce, lleguemos a
contemplarle; y así hemos de obedecer al Logos de la verdad con simplicidad y
puridad, como niños obedientes... «Si no os hiciereis como esos niños, no
entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3): allí aparece e] templo de
Dios, construido sobre tres fundamentos: que son la fe, la esperanza y la
caridad... 18.
...........................
14. CLEMENTE, Protréptico, 67ss.
15. Strom. V, 11, 1ss.
16. Ibid. VIl, 10, 55, 1.
17, Ibid. VIl, 10, 57, 3.
18. Ibid. V, 13, 1-2.
14. CLEMENTE, Protréptico, 67ss.
15. Strom. V, 11, 1ss.
16. Ibid. VIl, 10, 55, 1.
17, Ibid. VIl, 10, 57, 3.
18. Ibid. V, 13, 1-2.
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