Las primeras capillitas u hornacinas -unas urnas de madera que contienen la imagen de un santo o una virgen
protegida por un cristal- surgen de la devoción a la Virgen y a los
santos por parte de la comunidad franciscana y de las órdenes de
caballería medievales. En el capítulo Visitas domiciliarias, de
los frailes franciscanos, se relata cómo las hornacinas de la Virgen
del Carmen, san Antonio de Padua y san Francisco de Asís circulaban por
los hogares, según un orden preestablecido, para unir en la oración y en
la piedad a las familias devotas. Junto a la ellas a veces figuraban un
libro de oraciones y una hucha para depositar limosnas. Cuando se
terminaba la lista de vecinos devotos, la capillita era entregada por su
celador a la parroquia de la que dependía. Hoy en día, esta tradición se mantiene viva en algunas zonas rurales.
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