Vea el artículo paloma. (Hebr., yônah) A pesar de que la diferencian de tôr, la tórtola, los judíos eran perfectamente conscientes de su afinidad natural y hablaban de ellas juntas. La paloma se menciona en la Biblia con más frecuencia que ninguna otra ave (más de cincuenta veces), lo cual viene tanto de la gran cantidad de palomas que acudían a Palestina, como al favor de que gozaban entre la gente. La paloma se menciona por primera vez en el relato del Diluvio (Gén. 8,8-12); más adelante vemos que Abraham ofreció algunas en sacrificio, lo que indicaría que la paloma fue domesticada muy temprano. De hecho, se alude varias veces a palomares, con sus "ventanas" o aberturas enrejadas. Pero en los tiempos antiguos, así como ahora, además de las legiones de palomas que pululaban alrededor de las aldeas, había muchas más palomas zuritas, “palomas de los valles", como se les llama en ocasiones (Ezequiel 7,16; Cant. 2,14; Jer. 48,28), que llenaban los ecos de los desfiladeros de las montañas con el susurro de sus alas. Los diferentes escritores sagrados aluden a menudo al brillo metálico de su plumaje, a la rapidez de su vuelo, a su costumbre de pasar rápidamente en bandadas y a su arrullo lastimero. También se menciona el ojo oscuro de la paloma, rodeado por una línea de piel color rojo brillante; su dulzura e inocencia la convirtieron en el tipo de la confianza y el amor, y, lo más natural, su nombre fue uno de los términos más familiares de cariño. Nuestro Señor habló de la paloma como símbolo de la sencillez; la suma de sus perfecciones la convirtieron en un emblema apropiado para el Espíritu Santo.
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