martes, 29 de julio de 2014

PROTESTANTES, CATÓLICOS, MíSTICOS ... Y LA INQUISICiÓN




Durante todo el siglo XVI, y todavía mucho tiempo después, Europa entera se vio sacudida por las guerras de religión, que a su componente espiritual unían un fuerte componente político. 

Lutero, sacerdote agustino alemán, se erige en el reformador de una iglesia católica que, la verdad, poco tenía de ejemplar, con un clero corrupto y con unos comportamientos que a menudo eran escandalosos. Parece que el detonante de la Reforma fue el ofrecimiento del papa León X, concediendo indulgencia plenaria a todos aquellos que contribuyesen económicamente a sufragar los gastos de la basílica de San Pedro en Roma lo que Lutero consideró como un simple mercadeo. 

En esencia la doctrina luterana, producto de una crisis espiritual de su creador, se basaba en la justificación del hombre ante Dios por la fe. El individuo no necesita salvarse a través de las instituciones eclesiales o de los sacerdotes, sino que puede hacerla a través de la fe creyendo en la expiación realizada por Jesucristo en la cruz. El amor y la fe lo eran todo, y por lo tanto los sacramentos no eran necesarios. El hombre recuperaba su libertad de conciencia y su libertad individual, dando un nuevo sentido a la religión ya la vida. 


En un principio Lutero no consideró que sus propuestas fuesen contrarias a la ortodoxia católica, pues él había estudiado a San Pablo a través de las interpretaciones de San Agustín, que mantenía un gran peso teológico dentro de la Iglesia, y la justificación por la fe, aún dentro de la propia Iglesia no sería rebatida, y sólo en algunos aspectos, hasta el Concilio de Trento. 

Amonestado por su cardenal, Lutero se refugió bajo la protección del príncipe elector de Sajonia, Federico III. En 1519, negó la autoridad papal y la autoridad de los concilios lo que le situó, abiertamente, fuera de la Iglesia Católica. Los príncipes alemanes y todos aquellos nobles que deseaban la independencia de España, que desde el primer momento se afirmó como la defensora a ultranza del catolicismo, vieron en la nueva religión su aliada contra la nación opresora. Una vez más la religión se convirtió en un arma arrojadiza, cosa que seguramente Lutero jamás había pretendido. 

En uno de sus escritos, Acerca de un tercer orden del culto, exponía lo que para él era una Reforma completa de la Iglesia, con una vuelta al verdadero espíritu del Nuevo Testamento, pero que nunca llegaría a realizarse. Ya el colmo para los católicos fue que Lutero abandonase el celibato y se casara con una monja exclaustrada, Catalina de Sara. 



La llama protestante se extendió con rapidez y cuando Lutero vio el estado al que habían llegado las cosas, se puso en manos de los príncipes alemanes. Esto le llevó a sancionar el matrimonio bígamo de Felipe de Hesse y a apoyar la terrible represión de estos príncipes sobre
el campesinado alemán. Por otro lado, una religión sin dogmas como la luterana, con muchas posibilidades de interpretación, pronto dio lugar a muchas ramas distintas, con divisiones internas, como las encabezadas por Zuinglio o ECalvino. Éste último fue el gran sistematizador del protestantismo. Había sido sacerdote, pero en 1533 rompió con el catolicismo y renunció a los beneficios eclesiásticos, aceptando la dirección de la Reforma en Ginebra. Más duro que Lutero, fue expulsado de la ciudad en 1538. Llamado de nuevo a ella en 1541, Ginebra fue una dictadura teocrática, aunque su tendencia a convertir en aplicaciones prácticas las enseñanzas bíblicas, tuvieron un éxito notable y con rapidez se adoptaron en Francia, Suiza, Bélgica y Holanda influyendo en la Reforma escocesa y algo también en la inglesa. 

En España, que era la abanderada de la causa católica el protestantismo también llegó pero sólo tuvo eco en algunos pequeños grupos que se adhirieron a él de forma clandestina. Y es que el temor a las represalias del Tribunal de la Inquisición, creado por los Reyes Católicos, era mucho. Sin embargo, Juan de Valdés y Miguel de Molinos fueron dos místicos importantes considerados heréticos, pero a la altura de los grandes místicos españoles. Ambos fueron procesados por la Inquisición, aunque en el caso de Molinos, creador del quietismo, una corriente religiosa que tuvo honda repercusión en el pensamiento europeo, el proceso debió de ser, tortuoso y extraño, pues a mediados del siglo XVIII, todas las actas fueron destruidas. 

Un personaje curioso, que despertó por igual las iras de los católicos y de los calvinistas, fue el médico aragonés Miguel Servet. Estudió medicina en París y Montpellier, teología en Lovaina y derecho en Toulose y muy bien puede definírsele como un humanista. En aquel "maremágnum" de nuevas tendencias religiosas, Servet, siendo católico, negó el dogma de la Santísima Trinidad y la divinidad de Jesucristo, en sus obras De Trininatis erroribus y Chrisfianismi restitutio. En este último tratado exponía, además, su teoría de la circulación pulmanar de la sangre. Se refugió en Francia huyendo de la persecución católica que lo sentenció a muerte. Pero cuando recaló en Ginebra, el no menos intolerante Calvino le condenó a la hoguera y en ella murió aquel hombre que si bien podía estar errado en el terreno religioso era un médico eminente. 

Frente al protestantismo que había fracturado la unidad religiosa de Europa de manera definitiva, no se hizo esperar la Contrarreforma católica. Nacieron nuevas órdenes religiosas, digamos que más "modernas" a tenor de los tiempos y los problemas que corrían. 

Íñigo de Loyola fundó los jesuitas, cuya influencia en la religión y en la sociedad se ha mantenido durante casi quinientos años. Íñigo, o Ignacio, de Loyola fue soldado y un auténtico
galán, muy aficionado a las novelas de caballería, a la poesía erótica y a las mujeres. Nada hacía presagiar que acabaría como fundador de una de las órdenes más "aristocráticas" de la Iglesia. Su vida cambió cuando, en el sitio de Pamplona, una bala de cañón francesa le destrozó las piernas. En la convalecencia, entre sus lecturas encontró una frase de San Pablo que pondría patas arriba todas sus convicciones, aficiones y tipo de vida: "¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?". Fue una conversión automática, parecida a la del propio San Pablo. Cuando se recuperó se hizo ermitaño en Manresa y peregrinó a Tierra
Santa. 

Sin olvidar sus orígenes militares, a su nueva orden la llamó la Compañía de Jesús, y la concibió como una milicia de soldados de Cristo, como unidad de choque de la Iglesia frente a la Reforma protestante y añadió a los votos tradicionales uno de obediencia al Papa. Estas características resultaron muy atractivas entre los jóvenes que lo dejaron todo para hacerse jesuitas. Por ejemplo, el caso de Francisco de Borja.

Francisco de Borja estaba emparentado con el papa Alejandro VI y con Fernando el Católico.

 Llegó a ser virrey de Cataluña y su vida transcurrió siempre en ambientes cortesanos. Pero parece que, a la muerte de la emperatriz Isabel de Portugal, tuvo que acompañar al féretro hasta el lugar de su inhumación. Cuando se abrió el ataúd para verificar que realmente el cuerpo a enterrar era el de la reina, la contemplación de aquella hermosa mujer que ya se descomponía, le produjo un impacto terrible. "Jamás serviré a un señor que se me pueda morir", se dijo, y a la muerte de su esposa se enroló en los jesuitas. 

Otro jesuita destacado fue Francisco Javier, que después de oír una predicación de Ignacio de Loyola, decidió dedicarse a la vida religiosa. Trató de evangelizar, en pocos años, las tierras más lejanas como el Sureste asiático y Japón, en una trayectoria humana, personal y viajera que constituye una verdadera epopeya. Moriría cuando estaba a punto de entrar en China. 


Pero además de los jesuitas, también se fundaron otras órdenes religiosas, como los Escolapios de José de Calansanz o el italiano Felipe Neri, dedicado este último por completo a la caridad y que crearía la Congregación del Oratorio. 

Los resultados prácticos de la Contrarreforma católica en cuanto a la lucha contra el protestantismo, fueron prácticamente nulos, pero sí consiguió una revitalización de Iglesia y un movimiento de regeneración del clero. 

En este renacer religioso tuvieron especial relevancia los místicos, almas selectas que mediante la introspección buscaban la comunicación y la unión perfecta del alma con Dios. Ellos nos han dejado una literatura mística de gran belleza que sobrecoge a los lectores por su emoción sincera. Entre ellos destacan las figuras de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. 

Teresa de Jesús, nieta de un judío que había sido penitenciado en Toledo, fue una mujer única en su tiempo. Reformadora del Carmelo, fundadora de diecisiete conventos de monjas y otros tantos de frailes, pasó una vida de penalidades, recorriendo los caminos de media España a pie, en burro y en carro, arrostrando dificultades y necesidad. A los 23 años, ingresó en un convento, tras un revés amoroso, buscando un amante fiel que sólo podía encontrar como esposa de Cristo. Su espiritualidad intensa, su búsqueda de la unión del alma con su Creador, le hizo vivir éxtasis, alegrías y pesares. Por orden de sus superiores escribió todas sus experiencias. Camino de perfección, Las moradas o el castillo interior, la sitúan entre los mejores escritores místicos occidentales. También escribió obras autobiográficas como El libro de mi vida y el Libro de las Fundaciones, así como versos y canciones populares llenos de gracejo. 

Ya en vida, esta mujer que supo combinar a la perfección los asuntos materiales con los espirituales, tuvo muchos detractores. Se decía que sus arrebatos místicos era producto del consumo de unas hierbas alucinógenas que la llevaban a un estado de erotismo hipnótico. En la actualidad se dice que sufría cierto trastorno mental ... pero aún hoy sorprende la biografía de esta mujer trabajadora incansable, luchadora hasta el fin por aquello que creía justo, dotada de una gran inteligencia natural. Pero como mujer que era, también tenía las típicas reacciones femeninas, no exentas de cierta coquetería. En una ocasión un fraile le hizo un retrato y cuando lo vio sonriendo le dijo al autor: "Qué Dios os perdone porque me habéis sacado fea y ojerosa: 

Juan de la Cruz compartió, en su vida, muchos aspectos comunes con los de Teresa de Ávila. Humanista, poeta exquisito y reformador, sufrió persecuciones, cárcel y el desprecio de los propios frailes. 

Siendo estudiante en Salamanca se encontró con Teresa de Ávila y este encuentro le cambió la vida. Como ella se dedicó a la reforma del Carmelo, intentando volver a la pureza primitiva de la Orden. Pese a tener una naturaleza débil derrochó unas fuerzas que no poseía en la consecución de sus fines. Durante nueve meses permaneció encerrado en una celda minúscula, preso, mientras su alma volaba componiendo el Cántico espiritual, un poema que expresa la búsqueda del alma, la esposa, de su esposo, el Creador. Es un monumento literario que se encuentra entre los libros más excelsos escritos en castellano. 

Pero, claro, tanta nueva espiritualidad, tanto misticismo, despertaron los recelos de la Inquisición, siempre pronta en detectar posibles herejías contra la ortodoxia, tanto si las había
como si no. 

El Santo Tribunal de la Inquisición se puso en marcha con Los Reyes Católicos. España, tierra de moros y judíos, podía ser un terreno fértil a todo tipo de errores religiosos, o eso se creía. Cuando a judíos y mariscos se les puso en el brete de convertirse o ser expulsados, muchos aceptaron el bautismo para salvar vidas y haciendas. Como es lógico, en tantas conversiones forzadas no podía existir una auténtica devoción cristiana. Muchos optaron por seguir los ritos externos y conservar un corazón judío o mahometano. La Inquisición que velaba por la pureza de la religión, debía ante todo tratar de establecer la verdad, pero lo cierto es que se aceptaba cualquier denuncia y en el momento que se entraba en la rueda del proceso inquisitorial, era muy difícil salir indemne aunque se fuera inocente. Como el denunciante quedaba en secreto, no pocos acusaban a vecinos e incluso parientes, con el fin de apropiarse de sus bienes o por rencillas de todo tipo que poco tenían que ver con la religión y sus errores. 

Existía un Manual de Inquisidores en el que se detallaba cómo proceder según el rango, la instrucción, y la secta a la que se creía que pertenecía el acusado y se recomendaba al inquisidor ser especialmente astuto, sobre todo con los "herejes modernos que son maestros en ocultar la verdad" Si el acusado no confesaba siempre se podía recurrir a un método infalible: la tortura, que se realizaba con unos elementos cuya sola visión desarmaba al más inocente. Sierras, prensacabezas, prensadedos, ruedas para desconyuntar o la terrible "mecedora de Judas" que consistía en un caballete coronado por una pirámide de acero. El reo era colgado con sogas y cadenas y los verdugos, tirando de ellas, le iban sentando sobre la pirámide. No menos horrible era la "dama de hierro" llamada también la "dama de Nuremberg". Se trataba de un sarcófago de acero y doble puerta en cuyo interior se encontraban colocadas cien púas de hierro. El condenado era introducido en esta especie de armario y se cerraban las puertas de manera que las púas atravesasen todas las partes de cuerpo pero sin causar una muerte inmediata, por lo que la agonía se prolongaba durante varios días. Muchos culpables y otros tantos inocentes confesaban lo que los inquisidores querían oír con sólo ver los aparatos destinados a obtener tal confesión. 

Estaban considerados herejes: los excomulgados, los que compran y venden cosas sagradas, los que cometan errores en la explicación de las Sagradas Escrituras, los que crean en sectas o se afilien a ellas, los que opinen distinto de la Iglesia respecto a la fe o los sacramentos, los que den culto al diablo o le invoquen, los cristianos que se pasen al judaísmo. 

También se considera herejes a aquellos que suministren filtros de amor a las mujeres para hacerles perder la castidad. iComo vemos las oportunidades para ser juzgado por la Inquisición eran bastante amplias! Hasta el inefable Fray Luis de León estuvo preso cinco años por la Inquisición siempre con el temor constante de ser llevado a tortura y todo porque en sus lecciones bíblicas defendió el texto hebreo contra la Vulgata. Las rivalidades universitarias colaboraron a su encarcelamiento y cuando al fin fue liberado, y devuelto a su cátedra de teología en Salamanca, generosamente la cedió al que la había ocupado durante su ausencia forzosa. Se le otorgó otra cátedra, y posiblemente en su deseo de olvidar aquella dura etapa de su vida como preso inquisitorial, comenzó su lección con la frase que se ha hecho famosa: "Decíamos ayer ... ". 

La Inquisición no fue un fenómeno exclusivamente español pues existió en toda Europa. 

También se ha exagerado mucho sus actuaciones, aunque indudablemente se cometieron abusos execrables. Es cierto que los horribles "autos de fe", donde se quemaban vivos a los reos eran espectáculos espeluznantes, presididos por una parafernalia de procesiones y cánticos que aumentaban el horror de la ejecución. A menudo los presidían los reyes, mientras un público enfervorizado contemplaba el suplicio. 

Pero no fueron tantos como decían los propaladores de la leyenda negra española. Según ellos, en España "el aire olía a carne quemada", mito que los modernos historiadores, entre ellos Kamen y Dumont, han desmentido basándose en pruebas documentales. En comparación con otros países, la Inquisición española resultaba más benigna, en una época en que la tortura se empleaba con regularidad en los tribunales ordinarios. Las terribles "cazas de brujas" que tuvieron lugar en el norte y centro de Europa causaron tantos o más muertos que los atribuidos a nuestra Inquisición. Se mantuvo hasta el siglo XIX, pero, afortunadamente, fue perdiendo fuerza con el paso de los siglos. En Madrid, en Puerta Cerrada, una cruz sobre un pedestal, señalada donde murió el último ejecutado por la Inquisición en España. 

Entre los inquisidores españoles, merece destacarse por su triste fama, Torquemada. 


Nació en Valladolid, de una familia conversa y muy joven se hizo dominico. Fue confesor de los Reyes Católicos que le nombraron, en 1487, gran inquisidor de España. 

Tal vez para borrar su origen, Torquemada se empleó a fondo en su persecución de los "marranos" o falsos conversos, moros, brujos, apóstatas de los que según él el país estaba plagado. En 1492, logró convencer a los reyes de la necesidad de expulsar a los judíos que no se bautizasen, y así se hizo. Contribuyó, y no poco, a la falsa idea que, durante siglos, nos ha convertido a todos los españoles en inquisidores natos.

La figura y los hechos de Torquemada han pasado al habla popular para definir a los personajes traidores e intolerantes. "Ser un Torquemada" o "parecerse a Torquemada", se aplica a aquellas personas siniestras que no conocen ni la compasión ni respetan ideas diferentes a las suyas. 

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