San
Justino, mártir, es el Padre apologista griego más importante del siglo II y
una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana primitiva.
Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Siquem. De padres paganos y
origen romano, pronto inició su itinerario intelectual frecuentando las
escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. La búsqueda de la
verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al
cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus
conocimientos filosóficos al servicio de la fe.
Llegó
a Roma durante el reinado de Marco Aurelio (138-161) y allí fundó una escuela,
la primera de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las
maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el
Prefecto de la Urbe y, por el solo delito de confesar su fe, fue condenado con
otros seis compañeros a muerte, probablemente en el año 165.
De
sus variados escritos, sólo conservamos dos Apologías, escritas en defensa de
los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y una obra titulada
Diálogo con el judío Trifón, donde defiende la fe cristiana de los ataques
del judaísmo. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las
Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y
mitología paganas—que se propone refutar—y de las doctrinas filosóficas
más en boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el
bagaje cultural del paganismo; su valentía para anunciar a Cristo—sabiendo
que se jugaba la vida—y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más
adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es sólo una
y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar
los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e
historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que
cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los
cristianos. 58
LOARTE
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* * * *
San
Justino nació en Naplusa, la antigua Siquem, en Samaria, a comienzos del siglo
Il. Si lo que él mismo nos narra tiene valor autobiográfico y no es —como
pretenden algunos— mera ficción literaria, se habría dedicado desde joven a
la filosofía, recorriendo, en pos de la verdad, las escuelas estoica,
peripatética, pitagórica y platónica, hasta que, insa tisfecho de todas
ellas, un anciano le llamó la atención sobre las Escrituras de los profetas,
"los únicos que han anunciado la verdad". Esto, junto a la
consideración del testimonio de los cristianos que arrostraban la muerte por
ser fieles a su fe, le llevó a la conversión.
Más
adelante Justino pasa a Roma, donde funda una especie de escuela
filosófico-religiosa, y muere martirizado hacia el año 165.
Se
conocen los títulos de una decena de obras de Justino: de ellas sólo se han
conservado dos Apologías (que quizás no son sino dos partes de una misma
obra), y un Diálogo con un judío, por nombre Trifón.
Tanto
por la extensión de sus escritos como por su contenido, Justino es el más
importante de los apologetas. Es el primero que de una manera que pudiéramos
decir sistemática intenta establecer una relación entre el mensaje cristiano y
el pensamiento helénicos predeterminando en gran parte, bajo este aspecto, la
dirección que iba a tomar la teología posterior.
La
aportación más fundamental de Justino es el intento de relacionar la teología
ontológica del platonismo con la teología histórica de la tradición judaica,
es decir, el Dios que los filósofos concebían como Ser supremo, absoluto y
transcendente, con el Dios que en la tradición semítica aparecía como autor y
realizador de un designio de salvación para el hombre.
En
el esfuerzo por resolver el problema de la posibilidad de relación entre el Ser
absoluto y transcendente y los seres finitos, las escuelas derivadas del
platonismo habían postulado la necesidad del Logos en función de intermediario
ontológico: la idea se remonta al «logos universal» de Heraclito, y viene a
expresar que la inteligibilidad limitada del mundo es una expresión o
participación de la inteligibilidad infinita del Ser absoluto.
Justino,
reinterpretando ideas del evangelio de Juan, identifica al Logos mediador
ontológico con el Hijo eterno de Dios, que recientemente se ha manifestado en
Cristo, pero que había estado ya actuando desde el principio del mundo, lo
mismo en la revelación de Dios a los patriarcas y profetas de Israel, que en la
revelación natural por la que los filósofos y sabios del paganismo fueron
alcanzando cada vez un conocimiento más aproximado de la verdad.
De
esta forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan
universal e histórico de salvación, lo mismo las instituciones judaicas que la
filosofía y las instituciones naturales de los pueblos paganos. Así intenta
resolver uno de los problemas más graves de la teología en su época: el de la
relación del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana.
Ambas son praeparatio evangelica, estadio inicial y preparatorio de un plan
salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.
Sin
embargo, al identificar Justino al Logos con el mediador ontológico entre el
Dios supremo y transcendente y el mundo finito, a la manera en que era postulado
de los filósofos, introduce una concepción que inevitablemente tenderá hacia
el subordinacionismo y, finalmente, hacia el arrianismo. Cuando Justino afirma
que el Dios supremo no podía aparecerse con su gloria transcendente a Moisés y
los profetas, sino sólo su Logos, implícitamente afirma que el Logos no
participa en toda su plenitud de la gloria de Dios y que es en alguna manera
inferior a Dios.
Los
escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer las
formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que
se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.
JOSEP
VIVES
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SAN
JUSTINO
MÁRTIR, es el más importante de los apologistas griegos, y su obra
no se
limita a las apologías. Justino nació en Palestina, en la antigua
Siquem, de padres paganos, y parece que su conocimiento del judaísmo lo
adquirió más tarde. Él mismo nos cuenta su itinerario espiritual en
busca de
la verdad, y cómo acudió a diversos maestros de diferentes escuelas
filosóficas, hasta que encontró el cristianismo. Llegado a Roma,
puso una
escuela en la que enseñaba su filosofía, la cristiana, y allí, por
las
envidias de un maestro pagano que seguía la filosofía cínica,
Crescente, fue
denunciado como cristiano y murió mártir, probablemente en el año
165. Se
conserva el relato auténtico de su martirio, basado en actas
oficiales.
Obras suyas
fueron un Libro contra todas las herejías, otro Contra Marción,
un Discurso contra los griegos y una Refutación de tema
semejante, un tratado Sobre la soberanía de Dios y otro Sobre el
alma, y aun algún otro. Pero a nosotros nos han llegado sólo tres
escritos: dos apologías contra los paganos (Apologías) y otra contra
los judíos (Diálogo con Trifón).
Las dos
Apologías están dirigidas al emperador Antonino Pío y fueron escritas
alrededor del año 150; probablemente son dos partes de la misma obra, que
luego se desdobló. En ellas se pide al emperador que juzgue de los
cristianos sólo después de escucharles, pues no es sensato condenar a
alguien por un nombre, el de cristiano, sino sólo por crímenes reales.
Expone luego la doctrina cristiana, tanto en lo referente a las creencias
como a la moral y el culto, amonestando de nuevo al emperador y añadiendo
que aun cuando las persecuciones están provocadas por los demonios, no
pueden dañar a los cristianos, que también así llegan a la vida eterna.
El Diálogo
con Trifón es el más importante de estos escritos apologéticos. Trifón
es un judío al que Justino encontró en Éfeso y con quien probablemente trató
de algunas de estas cuestiones, escritas mucho más tarde, después de las dos
Apologías. La argumentación de Justino se apoya mucho ahora en el
Antiguo Testamento, base aceptada por los dos interlocutores; Justino expone
que la ley de Moisés era provisional, mientras que el cristianismo es la ley
nueva, universal y definitiva; explica por qué hay que adorar a Cristo como
a Dios, y describe a los pueblos que siguen a Cristo como el nuevo Israel.
Seguramente el
pensamiento de Justino queda sólo parcialmente reflejado en estas obras de
apología, dirigidas por tanto a los no cristianos. En ellas trata de mostrar
aquellos extremos en que coincide la enseñanza de los filósofos,
especialmente la de los platónicos, y la fe de los cristianos.
Su concepto de
Dios es tan absolutamente trascendente, que piensa que no puede establecer
ningún contacto con el mundo, ni siquiera para crearlo, si no es a través de
un mediador, que es el Logos (en griego, la razón); al principio el Logos
estaba de alguna manera en Dios, pero sin distinguirse realmente de Él;
luego, justo antes de la creación, emanó de Dios con el fin de crear y de
gobernar el mundo; sólo después de esta emanación parece pensar Justino que
se constituye el Logos en persona divina, aunque permanece subordinado («subordinacionismo»)
al Padre. El Logos nos revela al Padre, y es el maestro que nos lleva a Él.
Pero esta
doctrina sobre el Logos tiene aún otro significado para Justino. El Logos en
toda su plenitud sólo apareció en Cristo, pero de una manera tenue estaba ya
en el mundo, pues en cada inteligencia humana hay una semilla del Logos,
capaz de germinar. De hecho, germinó en los profetas del pueblo de Israel y
en los filósofos griegos; y por este origen común, no puede haber
contradicción entre el cristianismo y la verdadera filosofía; con mayor
razón, dice, puesto que Moisés fue anterior a los filósofos, y éstos tomaron
sus verdades de él.
Justino es el
primer escritor que completa la comparación entre Adán y Cristo de San Pablo
con la comparación entre Eva y María. Es uno de los primeros testimonios del
culto a los ángeles, cuyo pecado interpreta como pecado de la carne, pues
piensa que tienen una cierta corporeidad; también piensa que los demonios no
irán al fuego eterno hasta el momento del juicio final y que hasta entonces
vagan por el mundo tentando a los hombres: especialmente, tratando de
apartarles de Cristo. Justino es también milenarista.
Tiene especial
importancia el testimonio de Justino sobre la Eucaristía. Describe la
celebración eucarística que tiene lugar después de la recepción del
bautismo, y la de todos los domingos; el domingo, dice, se ha elegido porque
en este día creó Dios el mundo y resucitó Cristo. Primero se hace una
lectura de los Evangelios, a la que sigue la homilía; después se dicen unas
oraciones rogando por los cristianos y por todos los hombres, seguidas del
ósculo de paz; luego viene la presentación de las ofrendas, su consagración,
y su distribución por medio de los diáconos. El pan y el vino, consagrados,
son ya el Cuerpo y la Sangre del Señor, y esta ofrenda constituye el
sacrificio puro de la nueva ley, pues los demás sacrificios son indignos de
Dios.
TEXTOS
La
verdadera sabiduría (Diálogo con Trifón, 1-8)
Una
mañana que paseaba bajo los porches del gimnasio, se cruzó conmigo cierto
sujeto:
—¡Salud,
filósofo!, me dijo.
Y
a la vez que saludaba, se dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con él
también sus amigos. Yo le devolví el saludo:
—¿Qué
ocurre?, le contesté.
—Me
enseñó en Argos Corinto el socrático—respondió—que no se debe descuidar
a los que visten hábito como el tuyo, sino, ante todo, mostrarles estima y
buscar conversación con el fin de sacar algún provecho, pues, aun en el caso
de que saliese beneficiado sólo uno de los dos, ya sería un bien para ambos.
Por eso, siempre que veo a alguien con este hábito, me acerco a él con gusto.
También los que me acompañan esperan oír de ti algo de provecho...
—¿Y
quién eres tú, oh el mejor de los mortales?, le repliqué, bromeando un poco.
Entonces
me indicó, sencillamente, su nombre y su raza:
—Mi
nombre es Trifón, y soy hebreo de la circuncisión que, huyendo de la guerra
recientemente finalizada, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.
—¿Y
cómo—le respondí—puedes sacar más provecho de la filosofía que de tu
propio legislador y de los profetas?
—¿No
tratan de Dios—me replicó—los filósofos en todos sus discursos y no versan
sus disputas sobre su unicidad y providencia? ¿Y no es objeto de la filosofía
investigar acerca de Dios?
—Ciertamente—le
dije—, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni
se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o muchos, ni si tiene o
no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento
no contribuye para nada a nuestra felicidad (...).
Entonces
él, sonriendo, dijo cortésmente:
—Y
tú ¿qué opinas de esto, qué piensas de Dios y cuál es tu filosofía?
—Te
diré lo que me parece claro, respondí. La filosofía, efectivamente, es en
realidad el mayor de los bienes y el más precioso ante Dios, a quien nos
conduce y recomienda 1. Y santos, en verdad, son aquellos que a la filosofía
consagran su inteligencia. Sin embargo, qué es en realidad y por qué fue
enviada a los hombres, es algo que escapa a la mayoría de la gente; pues siendo
una ciencia única, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni
teóricos, ni pitagóricos (...).
(Al
llegar a este punto, Justino explica a sus interlocutores cómo fue pasando por
diversas escuelas filosóficas en busca de la sabiduría, pero ninguna le
satisfizo).
Con
esta disposición de ánimo, determiné un día refugiarme en la soledad y
evitar todo contacto con los hombres. Me dirigí a cierto paraje, no lejos del
mar. Cerca ya del lugar, me seguía a poca distancia un anciano de aspecto
venerable. Me di la vuelta y clavé los ojos en él.
—¿Es
que me conoces?, preguntó.
Contesté
que no.
—Entonces,
¿por qué me miras de esa manera?
—Estoy
maravillado—dije—de que hayas venido a parar a este mismo lugar, donde no
esperaba encontrar a hombre alguno.
—Ando
preocupado—repuso él—por unos parientes míos que están de viaje. He
venido a mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti—concluyó—¿qué te trae
por acá?
—Me
gusta—le dije—pasar así el rato: puedo conversar conmigo mismo sin estorbo.
Para quien ama la meditación no hay parajes tan propios como éstos.
—Luego,
¿eres amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de
ser más bien un hombre práctico y no sofista?
—¿Y
qué mayor bien hay—le repliqué—que demostrar cómo la idea lo dirige todo
y, concebida en nosotros y dejándonos conducir por ella, contemplar el
extravío de los demás y que en nada de sus ocupaciones hay algo sano y grato a
Dios? Sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia
(...).
(El
relato continúa con las más variadas preguntas del anciano acerca de la
inmortalidad del alma, sus capacidades, la relación de las criaturas con
Dios... Justino intenta responder, pero llega un momento en el que comprende que
los filósofos no son capaces con la sola razón de dar cuenta de todos los
interrogantes que se plantean los hombres.)
—Entonces—volví
a replicar—, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de donde podemos sacar
provecho, si ni en éstos, como en Platón o en Pitágoras, se halla la verdad?
—Existieron
hace mucho tiempo—me contestó el viejo—unos hombres más antiguos que todos
éstos tenidos por filósofos; hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios,
que hablaron por inspiración divina; y divinamente inspirados predijeron el
porvenir, lo que justamente se está cumpliendo ahora: son los llamados
profetas.
Éstos
son los que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a
nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria; sino, que llenos del Espíritu
Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía
y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las
cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que
un filósofo debe saber.
No
compusieron jamás sus discursos con demostración, ya que fueron testigos
fidedignos de la verdad por encima de toda demostración. Por lo demás, los
sucesos pasados y actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por
los milagros que hacían es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios
Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo Hijo suyo, que de Él
procede. En cambio, los falsos profetas, llenos del espíritu embustero e
impuro, no hicieron ni hacen caso, sino que se atreven a realizar ciertos
prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y
a los demonios.
Ante
todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas
cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su
Cristo concede comprenderlas.
Esto
dijo y muchas otras cosas que no tengo por qué referir ahora. Se marchó y
después de exhortarme a seguir sus consejos, no le volví a ver jamás. Sin
embargo, inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se
apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de
Cristo y, reflexionando sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta
sola es la filosofía segura y provechosa.
De
este modo, y por estos motivos, yo soy filósofo, y quisiera que todos los
hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador.
Pues hay en ellas un no sé qué de temible y son capaces de conmover a los que
se apartan del recto camino, a la vez que, para quienes las meditan, se
convierten en dulcísimo descanso.
Ahora
bien, si tú también te preocupas algo de ti mismo y aspiras a tu salvación y
tienes confianza en Dios, como a hombre que no es ajeno a estas cosas, te es
posible alcanzar la felicidad, reconociendo a Cristo e iniciándote en sus
misterios.
*
* * * *
Las
obras del cristiano (Apología 1, 3, 10, 12, 14-17)
Tenemos
la obligación de dar ejemplo con nuestra vida y nuestra doctrina, no sea que
hayamos de pagar nosotros el castigo de quienes parecen ignorar nuestra
religión, y así pecaron por su ceguera. Pero también vosotros debéis oírnos
y juzgar con rectitud porque, en adelante, estando instruidos, no tendréis
excusa alguna ante Dios si no obráis justamente (...).
Consideramos
de interés para todos los hombres que no se les impida aprender esta doctrina,
sino que se les exhorte a ella, porque lo que no lograron las leyes humanas, ya
lo hubiera realizado el Verbo divino si los malvados demonios no hubieran
esparcido muchas e impías calumnias, tomando por aliada a la pasión que habita
en cada uno, mala para todo, y multiforme por naturaleza: con esos crímenes
nada tenemos que ver nosotros (...).
Vuestra
mejor ayuda para el mantenimiento de la paz somos nosotros, pues profesamos
doctrinas como la de que no es posible que un malhechor, un avaro o un
conspirador, pasen inadvertidos a Dios—como tampoco pasa un hombre virtuoso—.
Por el contrario, cada uno camina, según el mérito de sus acciones, hacia el
castigo o hacia la salvación eterna. Si todos los hombres fuesen conscientes de
esto, nadie escogería la maldad por un momento, sabiendo que así emprendía la
marcha hacia su condena eterna en el fuego, sino que por todos los medios se
contendría y se adornaría con las virtudes, para alcanzar los bienes de Dios y
verse libre de la pena. Quienes, por miedo a las leyes y castigos decretados por
vosotros, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes, los cometen conscientes
de que sois hombres, y que de vosotros es posible esconderse. Si supieran y
estuvieran persuadidos de que nadie puede ocultar a Dios, no ya una acción,
sino tampoco un pensamiento, al menos por el castigo que les amenaza, se
moderarían (...).
CV/FE:
Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora sólo amamos la
castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos
consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el
dinero y el beneficio de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos lo ponemos
en común, y de ello damos parte a todo el que está necesitado; los que nos
odiábamos y matábamos, y no compartíamos el hogar con nadie de otra raza que
la nuestra, por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de
Cristo, vivimos juntos y rogamos por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir
a los que nos aborrecen injustamente para que, viviendo conforme a los preclaros
consejos de Cristo, tengan la esperanza de alcanzar, junto con nosotros, los
bienes de Dios, soberano de todas las cosas (...).
Sobre
la castidad, (Cristo] dijo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha
cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandoliza,
arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros
que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno (Mt 5, 2829). Y el que se
casa con una divorciada de otro marido, comete adulterio (Mt 5, 32) (...). Así,
para nuestro Maestro, no sólo son pecadores los que contraen doble matrimonio
conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para desearla.
No sólo rechaza al que comete adulterio de hecho, sino también al que lo
querría, pues ante Dios son patentes tanto las obras como los deseos. Entre
nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo desde la niñez,
permanecen incorruptos hasta los sesenta y los setenta años, y yo me glorío de
que os los puedo mostrar de entre toda raza humana. Y esto, sin contar a la
ingente muchedumbre de los que se han convertido después de una vida disoluta y
han aprendido esta doctrina, pues Cristo no llamó a penitencia a los justos y a
los castos, sino a los impíos, a los intemperantes y a los inicuos. Así lo
dijo: no he venido a llamar a penitencia a los justos, sino a los pecadores (Lc
5, 32) (...).
Sus
palabras sobre el ejercicio de la paciencia, y sobre el estar prontos a servir y
ajenos a la ira, son éstas: a quien te golpee en una mejilla, preséntale la
otra, y a quien quiera quitarte la túnica o el manto, no se lo impidas (Lc 6,
29). Mas quienquiera que se irrite, es reo del fuego (Mt 5 22) A quien te
contrate para una milla, acompáñale dos (Mt 5, 41). Brillen, pues, vuestras
obras delante de los hombres, para que viéndolas admiren a vuestro Padre que
está en los cielos (Mt 5, 16). No debemos, pues, ofrecer resistencia. Él no
quiere que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhortó a apartar a
todos de la vergüenza y del deseo del mal por medio de la paciencia y la
mansedumbre. Y esto lo podemos demostrar por muchos que han vivido entre
vosotros, que dejaron sus hábitos de violencia y tiranía, y se convencieron,
ora contemplando la constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la
extraña paciencia de sus compañeros de viaje al ser defraudados, ora poniendo
a prueba a sus compañeros de negocio (...).
En
cuanto a los tributos y contribuciones, nosotros antes que nadie procuramos
pagarlos a quienes vosotros habéis designado para ello en todas partes: así se
nos enseñó. Cuando se le acercaron algunos para preguntarle si había que
pagar el tributo al César, Él respondió: ¿De quién es esta imagen y esta
inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 20-21). Por eso,
sólo adoramos a Dios, pero en todo lo demás os servimos a vosotros con gusto,
reconociendo que sois emperadores y gobernantes de los hombres y rogando que,
junto con el poder imperial, se advierta que también sois hombres de prudente
juicio.
*
* * * *
Como
los Apóstoles nos enseñaron (Apología 1, 65-67)
Después
de ser lavado de ese modo, y adherirse a nosotros quien ha creído 2, le
llevamos a los que se llaman hermanos, para rezar juntos por nosotros mismos,
por el que acaba de ser iluminado, y por los demás esparcidos en todo el mundo.
Suplicamos que, puesto que hemos conocido la verdad, seamos en nuestras obras
hombres de buena conducta, cumplidores de los mandamientos, y así alcancemos la
salvación eterna.
Terminadas
las oraciones, nos damos el ósculo de la paz. Luego, se ofrece pan y un vaso de
agua y vino a quien hace cabeza, que los toma, y da alabanza y gloria al Padre
del universo, en nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo. Después pronuncia
una larga acción de gracias por habernos concedido los dones que de Él nos
vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el
pueblo presente aclama diciendo: Amén, que en hebreo quiere decir así sea.
Cuando el primero ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que llamamos
diáconos dan a cada asistente parte del pan y del vino con agua sobre los que
se pronunció la acción de gracias, y también lo llevan a los ausentes.
A
este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no
cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la
remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos
enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como
Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para
nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la
cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del
mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio
mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en
sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se lo
ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en
conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz
dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (...).
Nosotros,
en cambio, después de esta iniciación, recordamos estas cosas constantemente
entre nosotros. Los que tenemos, socorremos a todos los necesitados y nos
asistimos siempre los unos a los otros. Por todo lo que comemos, bendecimos
siempre al Hacedor del universo a través de su Hijo Jesucristo y por el
Espíritu Santo.
El
día que se llama del sol [el domingo], se celebra una reunión de todos los que
viven en las ciudades o en los campos, y se leen los recuerdos de los Apóstoles
o los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina,
el que hace cabeza nos exhorta con su palabra y nos invita a imitar aquellos
ejemplos. Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras oraciones. Al
terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos, y el que
preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y
todo el pueblo exclama: Amén. Entonces viene la distribución y participación
de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío a los
ausentes por medio de los diáconos.
Los
que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se
entrega al que hace cabeza para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a
los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a
los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor
para quien se halle en la necesidad. Celebramos esta reunión general el día
del sol, por ser el primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la
materia, hizo el mundo; y también porque es el día en que Jesucristo, Nuestro
Salvador, resucitó de entre los muertos; pues hay que saber que le entregaron
en el día anterior al de Saturno [sábado], y en el siguiente—que es el día
del sol—, apareciéndose a sus Apóstoles y discípulos, nos enseñó esta
misma doctrina que exponemos a vuestro examen.
........................
1.
San Justino se refiere a la filosofía en cuanto participación de la misma
Sabiduna divina.
2.
En los párrafos precedentes ha expuesto la doctrina sobre el Bautismo.
*
* * * *
CR/ANONIMOS:
Para que no haya nadie que sin razón rechace nuestra enseñanza objetando que
Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años en tiempos de Quirino... y de
Poncio Pilato, urgiendo con ello que ninguna responsabilidad tuvieron los
hombres de épocas anteriores, nos daremos prisa a resolver esta dificultad.
Nosotros hemos aprendido que Cristo es el primogénito de Dios, el cual, como ya
hemos indicado, es el Logos, del cual todo el género humano ha participado. Y
así, todos los que han vivido conforme al Logos son cristianos, aun cuando
fueran tenidos como ateos, como sucedió con Sócrates, Heráclito y otros
semejantes entre los griegos, y entre los bárbaros con Abraham, Azarias,
Misael, Elías y otros muchos... De esta suerte, los que en épocas anteriores
vivieron sin razón, fueron malvados y enemigos de Cristo, y asesinaron a los
que vivían según la razón. Por el contrario, los que han vivido y siguen vi-
viendo según la razón son cristianos, viviendo sin miedo y en paz... 1.
Declaro
que todas mis oraciones y mis denodados esfuerzos tienen por objeto el mostrarme
como cristiano: no que las doctrinas de Platón sean simplemente extrañas a
Cristo, pero sí que no coinciden en todo con él, lo mismo que las de los otros
filósofos, como los estoicos, o las de los poetas o historiadores. Porque cada
uno de éstos habló correctamente en cuanto que veía que tenía por
connaturalidad una parte del Logos seminal de Dios. Pero es evidente que quienes
expresaron opiniones contradictorias y en puntos importantes, no poseyeron una
ciencia infalible ni un conocimiento inatacable. Ahora bien, todo lo que ellos
han dicho correctamente nos pertenece a nosotros, los cristianos, ya que
nosotros adoramos y amamos, después de Dios, al Logos de Dios inengendrado e
inexpresable, pues por nosotros se hizo hombre para participar en todos nuestros
sufrimientos y así curarlos. Y todos los escritores, por la semilla del Logos
inmersa en su naturaleza, pudieron ver la realidad de las cosas, aunque de
manera oscura. Porque una cosa es la semilla o la imitación de una cosa que se
da según los limites de lo posible, y otra la realidad misma por referencia a
la cual se da aquella participación o imitación... 2
II.
Dios.
Al
Padre de todas las cosas no se le puede imponer nombre alguno, pues es
inengendrado. Porque todo ser al que se impone un nombre, presupone otro más
antiguo que él que se lo imponga. Los nombres de Padre, Dios. Creador. Señor,
Dueño, no son propiamente nombres, sino apelaciones tomadas de sus beneficios y
de sus obras. En cuanto a su Hijo—el único a quien con propiedad se llama
Hijo, el Logos que está con él, siendo engendrado antes de las criaturas,
cuando al principio creó y ordenó por medio de él todas las cosas—se le
llama Cristo a causa de su unción y de que fueron ordenadas por medio de él
todas las cosas. Este nombre encierra también un sentido incognoscible, de
manera semejante a como la apelación de «Dios» no es un nombre, sino que
representa una concepción, innata en la naturaleza humana, de lo que es una
realidad inexplicable. En cambio «Jesús» es un nombre humano, que tiene el
sentido de «salvador». Porque el Logos se hizo hombre según el designio de
Dios Padre y nació para bien de los creyentes y para destrucción de los
demonios... 3.
El
Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja a parte alguna. ni se
pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su sitio, sea el
que fuere, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas,
sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce; ninguno de nosotros
se le escapa, sin que para ello haya de moverse el que no cabe en lugar alguno
ni en el mundo entero, el que existía antes de que el mundo fuera hecho. Siendo
esto así, ¿cómo puede él hablar con alguien, o ser visto de alguien, o
aparecerse en una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no
pudo soportar la gloria de su enviado en el Sinaí, ni pudo el mismo Moisés
entrar en la tienda que él había hecho, pues estaba llena de la gloria de
Dios, ni el sacerdote pudo aguantar de pie delante del templo cuando Salomón
llevó el arca a la morada que él mismo había construido en Jerusalén? Por
tanto, ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni hombre alguno vio al que es Padre y
Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo, sino que
vieron a éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo, ángel que le sirve
según sus designios. El Padre quiso que éste se hiciera hombre por medio de
una virgen, como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés desde la
zarza... Ahora bien, que Cristo es Señor y Dios, Hijo de Dios, que en otros
tiempos se apareció por su poder como hombre y como ángel y en la gloria del
fuego en la zarza y que se manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he mostrado
ya largamente... 4.
Al
principio, antes de todas las criaturas, engendró Dios una cierta potencia
racional de sí mismo, a la cual llama el Espíritu Santo «gloria del Señor»,
y a veces también Hijo, a veces Sabiduría, a veces ángel, a veces Dios, a
veces Señor o Palabra y a veces se llama a sí mismo Caudillo, cuando se
aparece en forma humana a Josué, hijo de Navé. Todas estas apelaciones le
vienen de estar al servicio de la voluntad del Padre y del hecho de estar
engendrado por el querer del Padre. Algo semejante vemos que sucede en nosotros:
al emitir una palabra, engendramos la palabra, pero no por modo de división de
algo de nosotros que, al pronunciar la palabra, disminuyera la razón que hay en
nosotros. Así también vemos que un fuego se enciende de otro sin que disminuya
aquel del que se tomó la llama, sino permaneciendo el mismo... Y tomaré el
testimonio de la palabra de la sabiduría, siendo ella este Dios engendrado del
Padre del universo, que subsiste como razón, sabiduría, poder y gloria del que
la engendró, y que dice por boca de Salomón: ...EI Señor me fundó desde el
principio de sus ca minos para sus obras. Antes del tiempo me cimentó, en el
principio, antes de hacer la tierra, antes de crear los abismos, antes de brotar
las fuentes de las aguas... 5.
III.
Pecado y salvación.
Oid
cómo el Espiritu Santo dice acerca de este pueblo que son todos hijos del
Altísimo y que en medio de su junta estará Cristo, haciendo justicia a todo
género de hombres (cf. Sal 81)... En efecto, el Espiritu Santo reprende a los
hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios
con tal de que guardaran sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el
honor de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán y a Eva, se
procuran a sí mismos la muerte... Queda así demostrado que a los hombres se
les concede el poder ser dioses, y que a todos se da el poder ser hijos del
Altísimo, y culpa suya es si son juzgados y condenados como Adán y Eva... 6.
A
nosotros nos ha revelado él cuanto por su gracia hemos entendido de las
Escrituras, reconociendo que él es el primogénito de Dios anterior a todas las
criaturas, y al mismo tiempo hijo de los patriarcas, pues se digna nacer hombre
sin hermosura, sin honor y pasible, hecho carne de una virgen del linaje de los
patriarcas. Por esto en sus propios discursos, hablando de su futura pasión
dijo: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, y que sea
reprobado por los escribas y los fariseos, y sea crucificado, y resucite al
tercer día» (Mc 8, 31; Lc 9, 22). Ahora bien, él se llamaba a sí mismo Hijo
del hombre o bien a causa de su nacimiento por medio de una virgen que era del
linaje de David, de Jacob, de Isaac y de Abraham, o bien porque el mismo Adán
era padre de todos esos que acabo de nombrar, de quienes Maria trae su linaje...
Por haberle reconocido como Hijo de Dios por revelación del Padre, Cristo
cambió el nombre a uno de sus discipulos, que antes se llamaba Simón y luego
se llamó Pedro. Como Hijo de Dios le tenemos descrito en los «Recuerdos de los
apóstoles», y como tal le tenemos nosotros, entendiendo que procedió del
poder y de la voluntad del Padre antes de todas las criaturas. En los discursos
de los profetas es llamado Sabiduría, Día, Oriente, Espada, Piedra, Vara,
Jacob, Israel, unas veces de un modo y otras de otro; y sabemos que se hizo
hombre por medio de una virgen, a fin de que por el mismo camino por el que tuvo
comienzo la desobediencia de la serpiente, por el mismo fuera también
destruida. Porque Eva, cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo
concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y
la muerte: en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel
Gabriel le dio la buena noticia de que el Espiritu del Señor vendría sobre
ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo
nacido de ella seria hijo de Dios; a lo que ella contestó: «Hágase en mi
según tu palabra» (Lc 1, 38). Y de la Virgen nació aquel al que hemos
mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente
y los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte a los que
se arrepienten de sus malas obras y creen en él...
IV.
Vida cristiana.
El
bautismo.
A
cuantos se convencen y aceptan por la fe que es verdad lo que nosotros
enseñamos y decimos, y prometen ser capaces de vivir según ello, se les
instruye a que oren y pidan con ayunos el perdón de Dios para sus pecados
anteriores, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos. Luego los
llevamos a un lugar donde haya agua, y por el mismo modo de regeneración con
que nosotros fuimos regenerados, lo son también ellos: en efecto, se someten al
baño por el agua, en el nombre del Padre de todas las cosas y Señor Dios, y en
el de nuestro salvador Jesucristo y en el del Espíritu Santo. Porque Cristo
dijo: «Si no volvierais a nacer, no entraréis en el reino de los cielos» (Jn
3, 3), y es evidente para todos que no es posible volver a entrar en el seno de
nuestras madres una vez nacidos. Y también está dicho en el profeta Isaías el
modo como podían librarse de los pecados aquellos que habiendo pecado se
arrepintieran: «Lavaos, volveos limpios, quitad las maldades de vuestras almas,
aprended a hacer el bien...» (Is 1, 16ss). La razón que para esto aprendimos
de los apóstoles es la siguiente: En nuestro primer nacimiento no teníamos
conciencia, y fuimos engendrados por necesidad por la unión de nuestros padres,
de un germen húmedo, criándonos en costumbres malas y en conducta malvada.
Ahora bien, para que no sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia,
sino de la libertad y del conocimiento, alcanzando el perdón de los pecados que
anteriormente hubiéramos cometido, se invoca sobre el que ha determinado
regenerarse y se arrepiente de sus pecados, estando él en el agua, el nombre
del Padre de todas las cosas y Señor Dios, el único nombre que invoca el que
conduce a este lavatorio al que ha de ser lavado... Este baño se llama
iluminación, para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas
cosas. Y el que es así iluminado, se lava también en el nombre de Jesucristo,
el que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espiritu Santo,
que nos anunció previamente por los profetas todo lo que se refiere a Jesús 8.
La
eucaristía.
Después
del baño (del bautismo), llevamos al que ha venido a creer y adherirse a
nosotros a los que se llaman hermanos, en el lugar donde se tiene la reunión.
con el fin de hacer preces en común por nosotros mismos, por el que acaba de
ser iluminado y por todos los demás esparcidos por todo el mundo, con todo
fervor, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, mostrarnos
hombres de recta conducta en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos
mandado, para conseguir así la salvación eterna. Al fin de las oraciones nos
damos el beso de paz. Luego se presenta pan y un vaso de agua y vino al que
preside de los hermanos, y él, tomándolos, tributa alabanzas y gloria al Padre
de todas las cosas por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo una
larga acción de gracias por habernos concedido estos dones que de él nos
vienen. Cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias,
todo el pueblo presente asiente diciendo Amen, que en hebreo significa «Asi
sea». Y cuando el presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha hecho la
aclamación, los que llamamos ministros o diáconos dan a cada uno de los
asistentes algo del pan y del vino y agua sobre el que se ha dicho la acción de
gracias, y lo llevan asimismo a los ausentes.
Esta
comida se llama entre nosotros eucaristía, y a nadie le es licito participar de
ella si no cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño
del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que
Cristo nos enseñó. Porque esto no lo tomamos como pan común ni como bebida
ordi naria, sino que así como nuestro salvador Jesucristo, encarnado por virtud
del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así se nos ha
enseñado que en virtud de la oración del Verbo que de Dios procede, el
alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias—del que se nutren
nuestra sangre y nuestra carne al asimilarlo—es el cuerpo y la sangre de aquel
Jesús encarnado. Y en efecto, los apóstoles en los Recuerdos que escribieron,
que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue mandado, cuando
Jesús tomó el pan, dio gracias y dijo: «Haced esto en memoria mia»...
Y
nosotros, después, hacemos memoria de esto constantemente entre nosotros, y los
que tenemos algo socorremos a los que tienen necesidad, y nos ayudamos unos a
otros en todo momento. En todo lo que ofrecemos bendecimos siempre al Creador de
todas las cosas por medio de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. El
día llamado del sol (el domingo) se tiene una reunión de todos los que viven
en las ciudades o en los campos, y en ella se leen, según el tiempo lo permite,
los Recuerdos de los apóstoles o las Escrituras de los profetas. Luego, cuando
el lector ha terminado, el presidente toma la palabra para exhortar e invitar a
que imitemos aquellos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la
vez, y elevamos nuestras preoes; y terminadas éstas, como ya dije, se ofrece
pan y vino y agua, y el presidente dirige a Dios sus oraciones y su acción de
gracias de la mejor manera que puede, haciendo todo el pueblo la aclamación del
Amén. Luego se hace la distribución y participación de los dones consagrados
a cada uno, y se envian asimismo por medio de los diáconos a los ausentes. Los
que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que les
parece, y lo que así se recoge se entrega al presidente, el cual socorre con
ello a los huérfanos y viudas, a los que padecen necesidad por enfermedad o por
otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros y transeúntes,
siendo así él simplemente provisor de todos los necesitados. Y celebramos esta
reunión común de todos en el día del sol, por ser el día primero en el que
Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y también el
día en el que nuestro salvador Jesucristo resucitó de entre los muertos... 9.
V.
Escatología.
¿Realmente
confesáis vosotros que ha de reconstruirse la ciudad de Jerusalén, y esperáis
que allí ha de reunirse vuestro pueblo, y alegrarse con Cristo, con los
patriarcas y profetas y los santos de nuestro linaje, y hasta los prosélitos
anteriores a la venida de vuestro Cristo...?
Si
habéis tropezado con algunos que se llaman cristianos y no confiesan esto, sino
que se abreven a blasfemar del Dios de Abraham y de Isaac y de Jacob, y dicen
que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir sus
almas son recibidas en el cielo, no los tengáis por cristianos... Yo por mi
parte, y cuantos son en todo ortodoxos, sabemos que habrá resurrección de los
muertos y un periodo de mil años en la Jerusalén reconstruida y hermoseada y
dilatada, como lo prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas... 10.
........................
1.
JUSTINO, 1 Apologia, 46.
2.
JUSTINO, 2 Apología, 13.
3.
Ibid. 5.
4.
JUSTINO, Diálogo, 127-128.
5.
Ibid. 61.
6.
Ibid. 124.
7.
Ibid. 100.
8.
JUSTINO, 1 Apol. 61.
9.
Ibid. 65-67.
10.
JUSTINO, Dial. 80.
La Primera Apología
No se debe condenar
a los cristianos sin oírles:
Al emperador Tito
Elio Adriano Antonino Pío César Augusto, y a Verísimo su hijo, filósofo, y a
Lucio, hijo por naturaleza del César filósofo y de Pío por adopción, amante del
saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo romano:
En favor de los
hombres de toda raza, injustamente odiados y vejados, yo, Justino, uno de ellos,
hijo de Prisco, que lo fue de Bacquio, natural de Flavia Neápolis en la Siria
Palestina, he compuesto este discurso y esta súplica.
Los que son de
verdad piadosos y filósofos, manda la razón que, desechando las opiniones de los
antiguos, si no son buenas, sólo estimen y amen la verdad: porque no sólo veda
el discreto razonamiento seguir a quienes han obrado o enseñado algo
injustamente, sino que el amador de la verdad, por todos los modos, con
preferencia a su propia vida, así se le amenace con la muerte, debe estar
siempre decidido a decir y practicar la justicia. Ahora bien, vosotros os oís
llamar por doquiera piadosos y filósofos guardianes de la justicia y amantes de
la instrucción; pero que realmente lo seáis, es cosa que tendrá que demostrarse.
Porque no venimos a halagaros con el presente escrito ni a dirigiros un discurso
por un mero agrado, sino a pediros que celebréis el juicio contra los cristianos
conforme a exacto razonamiento de investigación, y no deis sentencia contra
vosotros mismos, llevados de un prejuicio o del deseo de complacer a hombres
supersticiosos, o movidos de irracional impulso o de unos malos rumores
inveterados. Contra vosotros, decimos, pues nosotros estamos convencidos de que
por parte de nadie se nos puede hacer daño alguno, mientras no se demuestre que
somos obradores de maldad o nos reconozcamos por malvados. Vosotros, matarnos,
sí, podéis; pero dañarnos, no.
Mas porque no se
crea que se trata de una fanfarronada nuestra de audacia sin razón, pedimos que
se examinen las acusaciones contra los cristianos, y si se demuestra que son
reales, se les castigue como es conveniente sean castigados los reos convictos;
pero si no hay crimen de que argüimos, el verdadero discurso prohíbe que por un
simple rumor malévolo se cometa una injusticia con hombres inocentes, o, por
mejor decir, la cometáis contra vosotros mismos, que creéis justo que los
asuntos se resuelvan no por juicio, sino por pasión.
Porque todo hombre
sensato ha de declarar que la exigencia mejor y aun la única exigencia justa es
que los súbditos puedan presentar una vida y un pensar irreprensibles; pero que
igualmente, por su parte, los que mandan den su sentencia, no llevados de
violencia y tiranía, sino siguiendo la piedad y la filosofía, pues de este modo
gobernantes y gobernados pueden gozar de felicidad.
Y es así que, en
alguna parte, dijo uno de los antiguos: Si tanto los gobernantes como los
gobernados no son filósofos, no es posible que los estados prosperen. A
nosotros, pues, nos toca exponer al examen de todos nuestra vida y nuestras
enseñanzas, no sea nos hagamos responsables del castigo de quienes, ignorando
ordinariamente nuestra religión, pecan por ceguera contra nosotros; pero deber
vuestro es también, oyéndonos, mostraron buenos jueces. Porque ya en adelante,
instruidos como estáis, no tendréis excusa alguna delante de Dios, caso que no
obréis justamente.
Ahora bien, por
llevar un nombre no se puede juzgar a nadie bueno ni malo, si se prescinde de
las acciones que ese nombre supone; más que más, que si se atiende al de que se
nos acusa, somos los mejores hombres. Mas como no tenemos por justo pretender se
nos absuelva por nuestro nombre, si somos convictos de maldad; por el mismo
caso, si ni por nuestro nombre ni por nuestra conducta se ve que hayamos
delinquido, deber vuestro es poner todo empeño para no haceros responsables de
castigo, condenando injustamente a quienes no han sido convencidos
judicialmente. En efecto, de un nombre no puede en buena razón originarse
alabanza ni reproche, si no puede demostrarse por hechos algo virtuoso o
vituperable. Y es así que a nadie que sea acusado ante vuestros tribunales, le
castigáis antes de que sea convicto; mas tratándose de nosotros, tomáis el
nombre como prueba, siendo así que, si por el nombre va, más bien debierais
castigar a nuestros acusadores. Porque se nos acusa de ser cristianos, que es
decir, buenos; mas odiar lo bueno no es cosa justa. Y hay más: con sólo que un
acusado niegue de lengua ser cristiano, le ponéis en libertad, como quien no
tiene otro crimen de qué acusarle; pero el que confiesa que lo es, por la sola
confesión le castigáis. Lo que se debiera hacer es examinar la vida lo mismo del
que confiesa que del que niega, a fin de poner en claro, por sus obras, la
calidad de cada uno. Porque a la manera que algunos, a pesar de haber aprendido
de su Maestro Cristo a no negarle, son inducidos a ello al ser interrogados; así
con su mala vida dan tal vez asidero a quienes ya de suyo están dispuestos a
calumniar a todos los cristianos de impiedad e iniquidad.
Mas ni en esto se
procede rectamente; pues sabido es que el nombre y atuendo de filósofo se lo
arrogan algunos que no practican acción alguna digna de su profesión, y no
ignoráis que aquellos de entre los antiguos que profesaron opiniones y doctrinas
contrarias, entran todos en la común denominación de filósofos. Y de éstos hubo
quienes enseñaron el ateísmo, y los que fueron poetas cuentan las impudencias de
Zeus juntamente con sus hijos; y, sin embargo, a nadie prohibís vosotros
profesar las doctrinas de ellos, antes bien establecéis premios y honores para
quienes sonora y elegantemente insulten a vuestros dioses.
(1-4; BAC 116,
182-186)
La resurrección de los muertos es posible:
Y a quien bien lo
considera, ¿qué cosa pudiera parecer más increíble que, de no estar nosotros en
nuestro cuerpo, viéndolos representados en imagen, nos dijeran que de una menuda
gota del semen humano sea posible nacer huesos, tendones y carnes con la forma
en que los vemos? Digámoslo, en efecto, por vía de suposición. Si vosotros no
fuerais los que sois y de quienes sois, y alguien os mostrara el semen humano y
una imagen pintada de un hombre y os afirmaran que ésta se forma de aquél,
¿acaso lo creeríais antes de verlo nacido? Nadie se atrevería a contradecirlo.
Pues de la misma manera, por el hecho de no haber visto nunca resucitar un
muerto, la incredulidad os domina ahora. Mas al modo que al principio no
hubierais creído que de una gota pequeña nacieran tales seres y, sin embargo,
los veis nacidos; así, considerad que no es imposible que los cuerpos humanos,
después de disueltos y esparcidos como semillas en la tierra, resuciten a su
tiempo por orden de Dios y se revistan de la incorrupción.
Porque, a la
verdad, no sabríamos decir de qué potencia digna de Dios hablan los que dicen
que todo ha de volver allí de donde procede y que, fuera de esto, nadie, ni Dios
mismo, puede nada; mas sí que vemos bien lo que dijimos: que no hubieran éstos
creído ser posible haber nacido tales y de tales, cuales a sí mismos y al mundo
todo se ven haber nacido.
Por lo demás,
nosotros hemos aprendido ser mejor creer aun lo que está por encima de nuestra
propia naturaleza y es a los hombres imposible, que ser incrédulos a la manera
del vulgo, como quienes sabemos que Jesucristo, maestro nuestro, dijo: Lo que
es imposible para los hombres es posible para Dios. Y dijo más: No temáis
a los que os matan y después de eso nada pueden hacer; temed más bien a Aquel
que después de la muerte puede arrojar alma y cuerpo al infierno.
Es de saber que el
infierno es el lugar donde han de ser castigados los que hubieren vivido
inicuamente y no creyeren han de suceder estas cosas que Dios enseñó por medio
de Cristo.
(19; BAC 116,
202-203)
Se respetan todas las religiones, menos la cristiana:
La primera prueba
es que, diciendo nosotros cosas semejantes a los griegos, somos los únicos a
quienes se odia por el nombre de Cristo y, sin cometer crimen alguno, como a
pecadores se nos quita la vida. Y ahí tenéis que unos acá y otros acullá, dan
culto a árboles, y a ríos, y a ratones, y a gatos, y a cocodrilos, y a
muchedumbre de animales irracionales; y lo bueno es que no todos lo dan a los
mismos, sino unos son honrados en una parte, otros en otra, con lo que todos son
entre sí impíos, por no tener la misma religión. Y esto es lo único que vosotros
nos podéis recriminar, que no veneramos los mismos dioses que vosotros, y que no
ofrecemos a los muertos libaciones y grasas, no colocamos coronas en los
sepulcros ni celebramos allí sacrificios. Ahora bien, que los mismos animales
son por unos considerados dioses, por otros fieras, por otros víctimas para
sacrificios, vosotros lo sabéis perfectamente.
(24; BAC 116,
207-208)
Los que vivieron de acuerdo con la razón, aun antes de la venida de Cristo, son cristianos:
Algunos, sin razón,
para rechazar nuestra enseñanza, pudieran objetarnos que, diciendo nosotros que
Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años bajo Quirino y enseñó su doctrina
más tarde, en tiempo de Poncio Pilato, ninguna responsabilidad tienen los
hombres que le precedieron. Adelantémonos a resolver esta dificultad.
Nosotros hemos
recibido la enseñanza de que Cristo es el primogénito de Dios, y anteriormente
hemos indicado que Él es el Verbo, de que todo el género humano ha participado.
Y así, quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aun cuando fueron
tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates y Heráclito y
otros semejantes, y entre los bárbaros con Abraham, Ananías, Azarías y Misael, y
otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería largo enumerar, omitimos por
ahora. De suerte que también los que anteriormente vivieron sin razón, se
hicieron inútiles y enemigos de Cristo y asesinos de quienes viven con razón;
mas los que conforme a ésta han vivido y siguen viviendo son cristianos y no
saben de miedo ni turbación.
(46, 1-4; BAC 116,
232-233)
La Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Cristo:
Y este alimento se
llama entre nosotros Eucaristía, de la que a nadie es lícito participar,
sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño
que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que
Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida
ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne
por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación: así se
nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el
alimento sobre que fue dicha la acción de gracias —alimento de que, por
transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes— es la carne y la
sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles en los
Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron
que así le fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias,
dijo: Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo. E igualmente, tomando
el cáliz y dando gracias, dijo: Ésta es mi sangre, y que sólo a ellos les
dio parte.
(66, 1-3; BAC 116,
257)
Diálogo con
Trifón
Justino responde a Trifón, y narra luego la
conversación que tuvo tiempo atrás con un anciano cristiano sobre la filosofía:
Entonces él,
sonriendo, cortésmente:
Y tú -me dijo-,
¿qué opinas sobre esto, qué idea tienes de Dios y cuál es tu filosofía? Dínoslo.
—Sí -respondí-, yo
te voy a decir lo que a mí me parece claro. La filosofía, efectivamente, es en
realidad el mayor de los bienes, y el más precioso ante Dios, al cual ella es la
sola que nos conduce y recomienda. Y santos, a la verdad, son aquellos que a la
filosofía consagran su inteligencia. Ahora, qué sea en definitiva la filosofía y
por qué les fue enviada a los hombres, cosa es que se le escapa al vulgo de las
gentes; pues en otro caso, siendo como es ella ciencia una, no habría
platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos.
Quiero explicaros
por qué ha venido a tener muchas cabezas. El caso fue que a los primeros que a
ella se dedicaron y que en su profesión se hicieron famosos, les siguieron otros
que ya no hicieron investigación alguna sobre la verdad, sino que, llevados de
la admiración de la constancia, del dominio de sí y de la rareza de las
doctrinas de sus maestros, sólo tuvieron por verdad lo que cada uno había
aprendido de aquéllos; luego, transmitiendo a sus sucesores doctrinas semejantes
a las primitivas, cada escuela tomó el nombre del que fue padre de su doctrina.
(...)
¿Luego tú eres -me
dijo- un amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de
ser más bien hombre práctico que no sofista?
¡Y qué obra -le
repliqué- mayor cabe realizar que la de mostrar cómo la idea lo dirige todo, y
concebida en nosotros y dejándonos por ella conducir, contemplar el extravío de
los otros y que nada en sus ocupaciones hay sano ni grato a Dios?
Porque sin la
filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia. De ahí que sea
preciso que todos los hombres se den a la filosofía y ésta tengan por la más
grande y más honrosa obra, dejando todo lo demás en segundo y tercer lugar; que
si ello va unido a la filosofía, aun podrán pasar por cosas de moderado valor y
dignas de aceptarse; mas si de ella se separan y no la acompañan, son pesadas y
viles para quienes las llevan entre manos.
—¿La filosofía,
pues -me replicó- produce felicidad?
—En absoluto -contestéle-
y sola ella.
—Pues dime
-prosiguió-, si no tienes inconveniente, qué es la filosofía y cuál es la
felicidad que ella produce.
—La filosofía -le
respondí- es la ciencia del ser y el conocimiento de la verdad, y la felicidad
es la recompensa de esta ciencia y de este conocimiento.
—Y Dios, ¿a qué
llamas tú Dios? -me dijo.
—Lo que siempre se
ha del mismo modo e invariablemente y es causa del ser de todo lo demás, eso es
propiamente Dios.
(1,6 a 2,2; 3, 3-5;
BAC 116, 302-306)
La filosofía cristiana:
—Entonces -le
dije-, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de dónde podemos sacar provecho si
ni en éstos -en Platón y Pitágoras- se halla la verdad?
—Existieron hace
mucho tiempo -me contestó el viejo-unos hombres más antiguos que todos estos
tenidos por filósofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los
cuales hablaron inspirados del espíritu divino, y divinamente inspirados
predijeron lo porvenir, aquello justamente que se está cumpliendo ahora; son los
que se llaman profetas. Éstos son los solos que vieron y anunciaron la verdad a
los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria,
sino llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus
escritos se conservan todavía, y quien los lea y les preste fe puede sacar el
más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en
general, sobre aquello que un filósofo debe saber. Porque no compusieron jamás
sus discursos con demostración, como quiera que ellos sean testigos fidedignos
de la verdad por encima de toda demostración; y por lo demás, los sucesos
pasados y los actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los
milagros que hacían, es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios
Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo, Hijo suyo, que de Él
procede. En cambio, los falsos profetas, a quienes llena el espíritu embustero e
impuro, no hicieron ni hacen eso, sino que se atreven a realizar ciertos
prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a
los demonios. Por tu parte y antes que todo, ruega que se le abran las puertas
de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a
quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.
(7; BAC 116,
313-314)
El sacrificio eucarístico, prefigurado en el Viejo Testamento:
La ofrenda de la
flor de harina, señores —proseguí—, que se mandaba ofrecer por los que se
purificaban de la lepra, era figura del pan de la Eucaristía que nuestro Señor
Jesucristo mandó ofrecer en memoria de la pasión que Él padeció por todos los
hombres que purifican su almas de toda maldad, a fin de que juntamente demos
gracias a Dios por haber creado el mundo y cuanto en él hay por amor del hombre,
por habernos a nosotros librado de la maldad en que nacimos y haber destruido
con destrucción completa a los principados y potestades por medio de aquel que,
según su designio, nació pasible. De ahí que sobre los sacrificios que vosotros
entonces ofrecíais, dice Dios, como ya indiqué antes, por boca de Malaquías, uno
de los doce profetas: No está mi complacencia en vosotros —dice el Señor—,
vuestros sacrificios no los quiero recibir de nuestras manos Porque desde donde
nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las naciones, y
en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y sacrificio puro porque grande es
mi nombre en las naciones —dice el Señor—, y vosotros lo profanáis. Ya
entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros, las naciones,
le ofrecemos en todo lugar, es decir, del pan de la Eucaristía y lo mismo del
cáliz de la Eucaristía, a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y
vosotros lo profanáis.
(41, 1-3: BAC 116,
369-370).
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