domingo, 4 de enero de 2015

SAN JUSTINO

San Justino, mártir, es el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana primitiva. Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Siquem. De padres paganos y origen romano, pronto inició su itinerario intelectual frecuentando las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. La búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.
Llegó a Roma durante el reinado de Marco Aurelio (138-161) y allí fundó una escuela, la primera de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el Prefecto de la Urbe y, por el solo delito de confesar su fe, fue condenado con otros seis compañeros a muerte, probablemente en el año 165.
De sus variados escritos, sólo conservamos dos Apologías, escritas en defensa de los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y una obra titulada Diálogo con el judío Trifón, donde defiende la fe cristiana de los ataques del judaísmo. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y mitología paganas—que se propone refutar—y de las doctrinas filosóficas más en boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje cultural del paganismo; su valentía para anunciar a Cristo—sabiendo que se jugaba la vida—y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es sólo una y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos. 58
LOARTE
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San Justino nació en Naplusa, la antigua Siquem, en Samaria, a comienzos del siglo Il. Si lo que él mismo nos narra tiene valor autobiográfico y no es —como pretenden algunos— mera ficción literaria, se habría dedicado desde joven a la filosofía, recorriendo, en pos de la verdad, las escuelas estoica, peripatética, pitagórica y platónica, hasta que, insa tisfecho de todas ellas, un anciano le llamó la atención sobre las Escrituras de los profetas, "los únicos que han anunciado la verdad". Esto, junto a la consideración del testimonio de los cristianos que arrostraban la muerte por ser fieles a su fe, le llevó a la conversión.
Más adelante Justino pasa a Roma, donde funda una especie de escuela filosófico-religiosa, y muere martirizado hacia el año 165.
Se conocen los títulos de una decena de obras de Justino: de ellas sólo se han conservado dos Apologías (que quizás no son sino dos partes de una misma obra), y un Diálogo con un judío, por nombre Trifón.
Tanto por la extensión de sus escritos como por su contenido, Justino es el más importante de los apologetas. Es el primero que de una manera que pudiéramos decir sistemática intenta establecer una relación entre el mensaje cristiano y el pensamiento helénicos predeterminando en gran parte, bajo este aspecto, la dirección que iba a tomar la teología posterior.
La aportación más fundamental de Justino es el intento de relacionar la teología ontológica del platonismo con la teología histórica de la tradición judaica, es decir, el Dios que los filósofos concebían como Ser supremo, absoluto y transcendente, con el Dios que en la tradición semítica aparecía como autor y realizador de un designio de salvación para el hombre.
En el esfuerzo por resolver el problema de la posibilidad de relación entre el Ser absoluto y transcendente y los seres finitos, las escuelas derivadas del platonismo habían postulado la necesidad del Logos en función de intermediario ontológico: la idea se remonta al «logos universal» de Heraclito, y viene a expresar que la inteligibilidad limitada del mundo es una expresión o participación de la inteligibilidad infinita del Ser absoluto.
Justino, reinterpretando ideas del evangelio de Juan, identifica al Logos mediador ontológico con el Hijo eterno de Dios, que recientemente se ha manifestado en Cristo, pero que había estado ya actuando desde el principio del mundo, lo mismo en la revelación de Dios a los patriarcas y profetas de Israel, que en la revelación natural por la que los filósofos y sabios del paganismo fueron alcanzando cada vez un conocimiento más aproximado de la verdad.
De esta forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan universal e histórico de salvación, lo mismo las instituciones judaicas que la filosofía y las instituciones naturales de los pueblos paganos. Así intenta resolver uno de los problemas más graves de la teología en su época: el de la relación del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Ambas son praeparatio evangelica, estadio inicial y preparatorio de un plan salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.
Sin embargo, al identificar Justino al Logos con el mediador ontológico entre el Dios supremo y transcendente y el mundo finito, a la manera en que era postulado de los filósofos, introduce una concepción que inevitablemente tenderá hacia el subordinacionismo y, finalmente, hacia el arrianismo. Cuando Justino afirma que el Dios supremo no podía aparecerse con su gloria transcendente a Moisés y los profetas, sino sólo su Logos, implícitamente afirma que el Logos no participa en toda su plenitud de la gloria de Dios y que es en alguna manera inferior a Dios.
Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.
JOSEP VIVES
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SAN JUSTINO MÁRTIR, es el más importante de los apologistas griegos, y su obra no se limita a las apologías. Justino nació en Palestina, en la antigua Siquem, de padres paganos, y parece que su conocimiento del judaísmo lo adquirió más tarde. Él mismo nos cuenta su itinerario espiritual en busca de la verdad, y cómo acudió a diversos maestros de diferentes escuelas filosóficas, hasta que encontró el cristianismo. Llegado a Roma, puso una escuela en la que enseñaba su filosofía, la cristiana, y allí, por las envidias de un maestro pagano que seguía la filosofía cínica, Crescente, fue denunciado como cristiano y murió mártir, probablemente en el año 165. Se conserva el relato auténtico de su martirio, basado en actas oficiales.
Obras suyas fueron un Libro contra todas las herejías, otro Contra Marción, un Discurso contra los griegos y una Refutación de tema semejante, un tratado Sobre la soberanía de Dios y otro Sobre el alma, y aun algún otro. Pero a nosotros nos han llegado sólo tres escritos: dos apologías contra los paganos (Apologías) y otra contra los judíos (Diálogo con Trifón).
Las dos Apologías están dirigidas al emperador Antonino Pío y fueron escritas alrededor del año 150; probablemente son dos partes de la misma obra, que luego se desdobló. En ellas se pide al emperador que juzgue de los cristianos sólo después de escucharles, pues no es sensato condenar a alguien por un nombre, el de cristiano, sino sólo por crímenes reales. Expone luego la doctrina cristiana, tanto en lo referente a las creencias como a la moral y el culto, amonestando de nuevo al emperador y añadiendo que aun cuando las persecuciones están provocadas por los demonios, no pueden dañar a los cristianos, que también así llegan a la vida eterna.
El Diálogo con Trifón es el más importante de estos escritos apologéticos. Trifón es un judío al que Justino encontró en Éfeso y con quien probablemente trató de algunas de estas cuestiones, escritas mucho más tarde, después de las dos Apologías. La argumentación de Justino se apoya mucho ahora en el Antiguo Testamento, base aceptada por los dos interlocutores; Justino expone que la ley de Moisés era provisional, mientras que el cristianismo es la ley nueva, universal y definitiva; explica por qué hay que adorar a Cristo como a Dios, y describe a los pueblos que siguen a Cristo como el nuevo Israel.
Seguramente el pensamiento de Justino queda sólo parcialmente reflejado en estas obras de apología, dirigidas por tanto a los no cristianos. En ellas trata de mostrar aquellos extremos en que coincide la enseñanza de los filósofos, especialmente la de los platónicos, y la fe de los cristianos.
Su concepto de Dios es tan absolutamente trascendente, que piensa que no puede establecer ningún contacto con el mundo, ni siquiera para crearlo, si no es a través de un mediador, que es el Logos (en griego, la razón); al principio el Logos estaba de alguna manera en Dios, pero sin distinguirse realmente de Él; luego, justo antes de la creación, emanó de Dios con el fin de crear y de gobernar el mundo; sólo después de esta emanación parece pensar Justino que se constituye el Logos en persona divina, aunque permanece subordinado («subordinacionismo») al Padre. El Logos nos revela al Padre, y es el maestro que nos lleva a Él.
Pero esta doctrina sobre el Logos tiene aún otro significado para Justino. El Logos en toda su plenitud sólo apareció en Cristo, pero de una manera tenue estaba ya en el mundo, pues en cada inteligencia humana hay una semilla del Logos, capaz de germinar. De hecho, germinó en los profetas del pueblo de Israel y en los filósofos griegos; y por este origen común, no puede haber contradicción entre el cristianismo y la verdadera filosofía; con mayor razón, dice, puesto que Moisés fue anterior a los filósofos, y éstos tomaron sus verdades de él.
Justino es el primer escritor que completa la comparación entre Adán y Cristo de San Pablo con la comparación entre Eva y María. Es uno de los primeros testimonios del culto a los ángeles, cuyo pecado interpreta como pecado de la carne, pues piensa que tienen una cierta corporeidad; también piensa que los demonios no irán al fuego eterno hasta el momento del juicio final y que hasta entonces vagan por el mundo tentando a los hombres: especialmente, tratando de apartarles de Cristo. Justino es también milenarista.
Tiene especial importancia el testimonio de Justino sobre la Eucaristía. Describe la celebración eucarística que tiene lugar después de la recepción del bautismo, y la de todos los domingos; el domingo, dice, se ha elegido porque en este día creó Dios el mundo y resucitó Cristo. Primero se hace una lectura de los Evangelios, a la que sigue la homilía; después se dicen unas oraciones rogando por los cristianos y por todos los hombres, seguidas del ósculo de paz; luego viene la presentación de las ofrendas, su consagración, y su distribución por medio de los diáconos. El pan y el vino, consagrados, son ya el Cuerpo y la Sangre del Señor, y esta ofrenda constituye el sacrificio puro de la nueva ley, pues los demás sacrificios son indignos de Dios.


TEXTOS

La verdadera sabiduría (Diálogo con Trifón, 1-8)
Una mañana que paseaba bajo los porches del gimnasio, se cruzó conmigo cierto sujeto:
—¡Salud, filósofo!, me dijo.
Y a la vez que saludaba, se dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con él también sus amigos. Yo le devolví el saludo:
—¿Qué ocurre?, le contesté.
—Me enseñó en Argos Corinto el socrático—respondió—que no se debe descuidar a los que visten hábito como el tuyo, sino, ante todo, mostrarles estima y buscar conversación con el fin de sacar algún provecho, pues, aun en el caso de que saliese beneficiado sólo uno de los dos, ya sería un bien para ambos. Por eso, siempre que veo a alguien con este hábito, me acerco a él con gusto. También los que me acompañan esperan oír de ti algo de provecho...
—¿Y quién eres tú, oh el mejor de los mortales?, le repliqué, bromeando un poco.
Entonces me indicó, sencillamente, su nombre y su raza:
—Mi nombre es Trifón, y soy hebreo de la circuncisión que, huyendo de la guerra recientemente finalizada, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.
—¿Y cómo—le respondí—puedes sacar más provecho de la filosofía que de tu propio legislador y de los profetas?
—¿No tratan de Dios—me replicó—los filósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas sobre su unicidad y providencia? ¿Y no es objeto de la filosofía investigar acerca de Dios?
—Ciertamente—le dije—, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o muchos, ni si tiene o no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad (...).
Entonces él, sonriendo, dijo cortésmente:
—Y tú ¿qué opinas de esto, qué piensas de Dios y cuál es tu filosofía?
—Te diré lo que me parece claro, respondí. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes y el más precioso ante Dios, a quien nos conduce y recomienda 1. Y santos, en verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia. Sin embargo, qué es en realidad y por qué fue enviada a los hombres, es algo que escapa a la mayoría de la gente; pues siendo una ciencia única, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos (...).
(Al llegar a este punto, Justino explica a sus interlocutores cómo fue pasando por diversas escuelas filosóficas en busca de la sabiduría, pero ninguna le satisfizo).
Con esta disposición de ánimo, determiné un día refugiarme en la soledad y evitar todo contacto con los hombres. Me dirigí a cierto paraje, no lejos del mar. Cerca ya del lugar, me seguía a poca distancia un anciano de aspecto venerable. Me di la vuelta y clavé los ojos en él.
—¿Es que me conoces?, preguntó.
Contesté que no.
—Entonces, ¿por qué me miras de esa manera?
—Estoy maravillado—dije—de que hayas venido a parar a este mismo lugar, donde no esperaba encontrar a hombre alguno.
—Ando preocupado—repuso él—por unos parientes míos que están de viaje. He venido a mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti—concluyó—¿qué te trae por acá?
—Me gusta—le dije—pasar así el rato: puedo conversar conmigo mismo sin estorbo. Para quien ama la meditación no hay parajes tan propios como éstos.
—Luego, ¿eres amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien un hombre práctico y no sofista?
—¿Y qué mayor bien hay—le repliqué—que demostrar cómo la idea lo dirige todo y, concebida en nosotros y dejándonos conducir por ella, contemplar el extravío de los demás y que en nada de sus ocupaciones hay algo sano y grato a Dios? Sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia (...).
(El relato continúa con las más variadas preguntas del anciano acerca de la inmortalidad del alma, sus capacidades, la relación de las criaturas con Dios... Justino intenta responder, pero llega un momento en el que comprende que los filósofos no son capaces con la sola razón de dar cuenta de todos los interrogantes que se plantean los hombres.)
—Entonces—volví a replicar—, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de donde podemos sacar provecho, si ni en éstos, como en Platón o en Pitágoras, se halla la verdad?
—Existieron hace mucho tiempo—me contestó el viejo—unos hombres más antiguos que todos éstos tenidos por filósofos; hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaron por inspiración divina; y divinamente inspirados predijeron el porvenir, lo que justamente se está cumpliendo ahora: son los llamados profetas.
Éstos son los que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria; sino, que llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber.
No compusieron jamás sus discursos con demostración, ya que fueron testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración. Por lo demás, los sucesos pasados y actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los milagros que hacían es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo Hijo suyo, que de Él procede. En cambio, los falsos profetas, llenos del espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen caso, sino que se atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a los demonios.
Ante todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.
Esto dijo y muchas otras cosas que no tengo por qué referir ahora. Se marchó y después de exhortarme a seguir sus consejos, no le volví a ver jamás. Sin embargo, inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo y, reflexionando sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa.
De este modo, y por estos motivos, yo soy filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador. Pues hay en ellas un no sé qué de temible y son capaces de conmover a los que se apartan del recto camino, a la vez que, para quienes las meditan, se convierten en dulcísimo descanso.
Ahora bien, si tú también te preocupas algo de ti mismo y aspiras a tu salvación y tienes confianza en Dios, como a hombre que no es ajeno a estas cosas, te es posible alcanzar la felicidad, reconociendo a Cristo e iniciándote en sus misterios.
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Las obras del cristiano (Apología 1, 3, 10, 12, 14-17)
Tenemos la obligación de dar ejemplo con nuestra vida y nuestra doctrina, no sea que hayamos de pagar nosotros el castigo de quienes parecen ignorar nuestra religión, y así pecaron por su ceguera. Pero también vosotros debéis oírnos y juzgar con rectitud porque, en adelante, estando instruidos, no tendréis excusa alguna ante Dios si no obráis justamente (...).
Consideramos de interés para todos los hombres que no se les impida aprender esta doctrina, sino que se les exhorte a ella, porque lo que no lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo divino si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e impías calumnias, tomando por aliada a la pasión que habita en cada uno, mala para todo, y multiforme por naturaleza: con esos crímenes nada tenemos que ver nosotros (...).
Vuestra mejor ayuda para el mantenimiento de la paz somos nosotros, pues profesamos doctrinas como la de que no es posible que un malhechor, un avaro o un conspirador, pasen inadvertidos a Dios—como tampoco pasa un hombre virtuoso—. Por el contrario, cada uno camina, según el mérito de sus acciones, hacia el castigo o hacia la salvación eterna. Si todos los hombres fuesen conscientes de esto, nadie escogería la maldad por un momento, sabiendo que así emprendía la marcha hacia su condena eterna en el fuego, sino que por todos los medios se contendría y se adornaría con las virtudes, para alcanzar los bienes de Dios y verse libre de la pena. Quienes, por miedo a las leyes y castigos decretados por vosotros, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes, los cometen conscientes de que sois hombres, y que de vosotros es posible esconderse. Si supieran y estuvieran persuadidos de que nadie puede ocultar a Dios, no ya una acción, sino tampoco un pensamiento, al menos por el castigo que les amenaza, se moderarían (...).
CV/FE: Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora sólo amamos la castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y el beneficio de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos lo ponemos en común, y de ello damos parte a todo el que está necesitado; los que nos odiábamos y matábamos, y no compartíamos el hogar con nadie de otra raza que la nuestra, por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos juntos y rogamos por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir a los que nos aborrecen injustamente para que, viviendo conforme a los preclaros consejos de Cristo, tengan la esperanza de alcanzar, junto con nosotros, los bienes de Dios, soberano de todas las cosas (...).
Sobre la castidad, (Cristo] dijo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandoliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno (Mt 5, 2829). Y el que se casa con una divorciada de otro marido, comete adulterio (Mt 5, 32) (...). Así, para nuestro Maestro, no sólo son pecadores los que contraen doble matrimonio conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para desearla. No sólo rechaza al que comete adulterio de hecho, sino también al que lo querría, pues ante Dios son patentes tanto las obras como los deseos. Entre nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo desde la niñez, permanecen incorruptos hasta los sesenta y los setenta años, y yo me glorío de que os los puedo mostrar de entre toda raza humana. Y esto, sin contar a la ingente muchedumbre de los que se han convertido después de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues Cristo no llamó a penitencia a los justos y a los castos, sino a los impíos, a los intemperantes y a los inicuos. Así lo dijo: no he venido a llamar a penitencia a los justos, sino a los pecadores (Lc 5, 32) (...).
Sus palabras sobre el ejercicio de la paciencia, y sobre el estar prontos a servir y ajenos a la ira, son éstas: a quien te golpee en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte la túnica o el manto, no se lo impidas (Lc 6, 29). Mas quienquiera que se irrite, es reo del fuego (Mt 5 22) A quien te contrate para una milla, acompáñale dos (Mt 5, 41). Brillen, pues, vuestras obras delante de los hombres, para que viéndolas admiren a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 16). No debemos, pues, ofrecer resistencia. Él no quiere que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhortó a apartar a todos de la vergüenza y del deseo del mal por medio de la paciencia y la mansedumbre. Y esto lo podemos demostrar por muchos que han vivido entre vosotros, que dejaron sus hábitos de violencia y tiranía, y se convencieron, ora contemplando la constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la extraña paciencia de sus compañeros de viaje al ser defraudados, ora poniendo a prueba a sus compañeros de negocio (...).
En cuanto a los tributos y contribuciones, nosotros antes que nadie procuramos pagarlos a quienes vosotros habéis designado para ello en todas partes: así se nos enseñó. Cuando se le acercaron algunos para preguntarle si había que pagar el tributo al César, Él respondió: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 20-21). Por eso, sólo adoramos a Dios, pero en todo lo demás os servimos a vosotros con gusto, reconociendo que sois emperadores y gobernantes de los hombres y rogando que, junto con el poder imperial, se advierta que también sois hombres de prudente juicio.
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Después de ser lavado de ese modo, y adherirse a nosotros quien ha creído 2, le llevamos a los que se llaman hermanos, para rezar juntos por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado, y por los demás esparcidos en todo el mundo. Suplicamos que, puesto que hemos conocido la verdad, seamos en nuestras obras hombres de buena conducta, cumplidores de los mandamientos, y así alcancemos la salvación eterna.
Terminadas las oraciones, nos damos el ósculo de la paz. Luego, se ofrece pan y un vaso de agua y vino a quien hace cabeza, que los toma, y da alabanza y gloria al Padre del universo, en nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo. Después pronuncia una larga acción de gracias por habernos concedido los dones que de Él nos vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén, que en hebreo quiere decir así sea. Cuando el primero ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que llamamos diáconos dan a cada asistente parte del pan y del vino con agua sobre los que se pronunció la acción de gracias, y también lo llevan a los ausentes.
A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se lo ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (...).
Nosotros, en cambio, después de esta iniciación, recordamos estas cosas constantemente entre nosotros. Los que tenemos, socorremos a todos los necesitados y nos asistimos siempre los unos a los otros. Por todo lo que comemos, bendecimos siempre al Hacedor del universo a través de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo.
El día que se llama del sol [el domingo], se celebra una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el que hace cabeza nos exhorta con su palabra y nos invita a imitar aquellos ejemplos. Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras oraciones. Al terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos, y el que preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama: Amén. Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío a los ausentes por medio de los diáconos.
Los que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se entrega al que hace cabeza para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor para quien se halle en la necesidad. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y también porque es el día en que Jesucristo, Nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos; pues hay que saber que le entregaron en el día anterior al de Saturno [sábado], y en el siguiente—que es el día del sol—, apareciéndose a sus Apóstoles y discípulos, nos enseñó esta misma doctrina que exponemos a vuestro examen.
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1. San Justino se refiere a la filosofía en cuanto participación de la misma Sabiduna divina.
2. En los párrafos precedentes ha expuesto la doctrina sobre el Bautismo.
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CR/ANONIMOS: Para que no haya nadie que sin razón rechace nuestra enseñanza objetando que Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años en tiempos de Quirino... y de Poncio Pilato, urgiendo con ello que ninguna responsabilidad tuvieron los hombres de épocas anteriores, nos daremos prisa a resolver esta dificultad. Nosotros hemos aprendido que Cristo es el primogénito de Dios, el cual, como ya hemos indicado, es el Logos, del cual todo el género humano ha participado. Y así, todos los que han vivido conforme al Logos son cristianos, aun cuando fueran tenidos como ateos, como sucedió con Sócrates, Heráclito y otros semejantes entre los griegos, y entre los bárbaros con Abraham, Azarias, Misael, Elías y otros muchos... De esta suerte, los que en épocas anteriores vivieron sin razón, fueron malvados y enemigos de Cristo, y asesinaron a los que vivían según la razón. Por el contrario, los que han vivido y siguen vi- viendo según la razón son cristianos, viviendo sin miedo y en paz... 1.
Declaro que todas mis oraciones y mis denodados esfuerzos tienen por objeto el mostrarme como cristiano: no que las doctrinas de Platón sean simplemente extrañas a Cristo, pero sí que no coinciden en todo con él, lo mismo que las de los otros filósofos, como los estoicos, o las de los poetas o historiadores. Porque cada uno de éstos habló correctamente en cuanto que veía que tenía por connaturalidad una parte del Logos seminal de Dios. Pero es evidente que quienes expresaron opiniones contradictorias y en puntos importantes, no poseyeron una ciencia infalible ni un conocimiento inatacable. Ahora bien, todo lo que ellos han dicho correctamente nos pertenece a nosotros, los cristianos, ya que nosotros adoramos y amamos, después de Dios, al Logos de Dios inengendrado e inexpresable, pues por nosotros se hizo hombre para participar en todos nuestros sufrimientos y así curarlos. Y todos los escritores, por la semilla del Logos inmersa en su naturaleza, pudieron ver la realidad de las cosas, aunque de manera oscura. Porque una cosa es la semilla o la imitación de una cosa que se da según los limites de lo posible, y otra la realidad misma por referencia a la cual se da aquella participación o imitación... 2
II. Dios.
Al Padre de todas las cosas no se le puede imponer nombre alguno, pues es inengendrado. Porque todo ser al que se impone un nombre, presupone otro más antiguo que él que se lo imponga. Los nombres de Padre, Dios. Creador. Señor, Dueño, no son propiamente nombres, sino apelaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto a su Hijo—el único a quien con propiedad se llama Hijo, el Logos que está con él, siendo engendrado antes de las criaturas, cuando al principio creó y ordenó por medio de él todas las cosas—se le llama Cristo a causa de su unción y de que fueron ordenadas por medio de él todas las cosas. Este nombre encierra también un sentido incognoscible, de manera semejante a como la apelación de «Dios» no es un nombre, sino que representa una concepción, innata en la naturaleza humana, de lo que es una realidad inexplicable. En cambio «Jesús» es un nombre humano, que tiene el sentido de «salvador». Porque el Logos se hizo hombre según el designio de Dios Padre y nació para bien de los creyentes y para destrucción de los demonios... 3.
El Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja a parte alguna. ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su sitio, sea el que fuere, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas, sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce; ninguno de nosotros se le escapa, sin que para ello haya de moverse el que no cabe en lugar alguno ni en el mundo entero, el que existía antes de que el mundo fuera hecho. Siendo esto así, ¿cómo puede él hablar con alguien, o ser visto de alguien, o aparecerse en una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no pudo soportar la gloria de su enviado en el Sinaí, ni pudo el mismo Moisés entrar en la tienda que él había hecho, pues estaba llena de la gloria de Dios, ni el sacerdote pudo aguantar de pie delante del templo cuando Salomón llevó el arca a la morada que él mismo había construido en Jerusalén? Por tanto, ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni hombre alguno vio al que es Padre y Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo, sino que vieron a éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo, ángel que le sirve según sus designios. El Padre quiso que éste se hiciera hombre por medio de una virgen, como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés desde la zarza... Ahora bien, que Cristo es Señor y Dios, Hijo de Dios, que en otros tiempos se apareció por su poder como hombre y como ángel y en la gloria del fuego en la zarza y que se manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he mostrado ya largamente... 4.
Al principio, antes de todas las criaturas, engendró Dios una cierta potencia racional de sí mismo, a la cual llama el Espíritu Santo «gloria del Señor», y a veces también Hijo, a veces Sabiduría, a veces ángel, a veces Dios, a veces Señor o Palabra y a veces se llama a sí mismo Caudillo, cuando se aparece en forma humana a Josué, hijo de Navé. Todas estas apelaciones le vienen de estar al servicio de la voluntad del Padre y del hecho de estar engendrado por el querer del Padre. Algo semejante vemos que sucede en nosotros: al emitir una palabra, engendramos la palabra, pero no por modo de división de algo de nosotros que, al pronunciar la palabra, disminuyera la razón que hay en nosotros. Así también vemos que un fuego se enciende de otro sin que disminuya aquel del que se tomó la llama, sino permaneciendo el mismo... Y tomaré el testimonio de la palabra de la sabiduría, siendo ella este Dios engendrado del Padre del universo, que subsiste como razón, sabiduría, poder y gloria del que la engendró, y que dice por boca de Salomón: ...EI Señor me fundó desde el principio de sus ca minos para sus obras. Antes del tiempo me cimentó, en el principio, antes de hacer la tierra, antes de crear los abismos, antes de brotar las fuentes de las aguas... 5.
Oid cómo el Espiritu Santo dice acerca de este pueblo que son todos hijos del Altísimo y que en medio de su junta estará Cristo, haciendo justicia a todo género de hombres (cf. Sal 81)... En efecto, el Espiritu Santo reprende a los hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios con tal de que guardaran sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el honor de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán y a Eva, se procuran a sí mismos la muerte... Queda así demostrado que a los hombres se les concede el poder ser dioses, y que a todos se da el poder ser hijos del Altísimo, y culpa suya es si son juzgados y condenados como Adán y Eva... 6.
A nosotros nos ha revelado él cuanto por su gracia hemos entendido de las Escrituras, reconociendo que él es el primogénito de Dios anterior a todas las criaturas, y al mismo tiempo hijo de los patriarcas, pues se digna nacer hombre sin hermosura, sin honor y pasible, hecho carne de una virgen del linaje de los patriarcas. Por esto en sus propios discursos, hablando de su futura pasión dijo: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, y que sea reprobado por los escribas y los fariseos, y sea crucificado, y resucite al tercer día» (Mc 8, 31; Lc 9, 22). Ahora bien, él se llamaba a sí mismo Hijo del hombre o bien a causa de su nacimiento por medio de una virgen que era del linaje de David, de Jacob, de Isaac y de Abraham, o bien porque el mismo Adán era padre de todos esos que acabo de nombrar, de quienes Maria trae su linaje... Por haberle reconocido como Hijo de Dios por revelación del Padre, Cristo cambió el nombre a uno de sus discipulos, que antes se llamaba Simón y luego se llamó Pedro. Como Hijo de Dios le tenemos descrito en los «Recuerdos de los apóstoles», y como tal le tenemos nosotros, entendiendo que procedió del poder y de la voluntad del Padre antes de todas las criaturas. En los discursos de los profetas es llamado Sabiduría, Día, Oriente, Espada, Piedra, Vara, Jacob, Israel, unas veces de un modo y otras de otro; y sabemos que se hizo hombre por medio de una virgen, a fin de que por el mismo camino por el que tuvo comienzo la desobediencia de la serpiente, por el mismo fuera también destruida. Porque Eva, cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espiritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo nacido de ella seria hijo de Dios; a lo que ella contestó: «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38). Y de la Virgen nació aquel al que hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte a los que se arrepienten de sus malas obras y creen en él...
El bautismo.
A cuantos se convencen y aceptan por la fe que es verdad lo que nosotros enseñamos y decimos, y prometen ser capaces de vivir según ello, se les instruye a que oren y pidan con ayunos el perdón de Dios para sus pecados anteriores, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos. Luego los llevamos a un lugar donde haya agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos regenerados, lo son también ellos: en efecto, se someten al baño por el agua, en el nombre del Padre de todas las cosas y Señor Dios, y en el de nuestro salvador Jesucristo y en el del Espíritu Santo. Porque Cristo dijo: «Si no volvierais a nacer, no entraréis en el reino de los cielos» (Jn 3, 3), y es evidente para todos que no es posible volver a entrar en el seno de nuestras madres una vez nacidos. Y también está dicho en el profeta Isaías el modo como podían librarse de los pecados aquellos que habiendo pecado se arrepintieran: «Lavaos, volveos limpios, quitad las maldades de vuestras almas, aprended a hacer el bien...» (Is 1, 16ss). La razón que para esto aprendimos de los apóstoles es la siguiente: En nuestro primer nacimiento no teníamos conciencia, y fuimos engendrados por necesidad por la unión de nuestros padres, de un germen húmedo, criándonos en costumbres malas y en conducta malvada. Ahora bien, para que no sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y del conocimiento, alcanzando el perdón de los pecados que anteriormente hubiéramos cometido, se invoca sobre el que ha determinado regenerarse y se arrepiente de sus pecados, estando él en el agua, el nombre del Padre de todas las cosas y Señor Dios, el único nombre que invoca el que conduce a este lavatorio al que ha de ser lavado... Este baño se llama iluminación, para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. Y el que es así iluminado, se lava también en el nombre de Jesucristo, el que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espiritu Santo, que nos anunció previamente por los profetas todo lo que se refiere a Jesús 8.
La eucaristía.
Después del baño (del bautismo), llevamos al que ha venido a creer y adherirse a nosotros a los que se llaman hermanos, en el lugar donde se tiene la reunión. con el fin de hacer preces en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los demás esparcidos por todo el mundo, con todo fervor, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, mostrarnos hombres de recta conducta en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos mandado, para conseguir así la salvación eterna. Al fin de las oraciones nos damos el beso de paz. Luego se presenta pan y un vaso de agua y vino al que preside de los hermanos, y él, tomándolos, tributa alabanzas y gloria al Padre de todas las cosas por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo una larga acción de gracias por habernos concedido estos dones que de él nos vienen. Cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente asiente diciendo Amen, que en hebreo significa «Asi sea». Y cuando el presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha hecho la aclamación, los que llamamos ministros o diáconos dan a cada uno de los asistentes algo del pan y del vino y agua sobre el que se ha dicho la acción de gracias, y lo llevan asimismo a los ausentes.
Esta comida se llama entre nosotros eucaristía, y a nadie le es licito participar de ella si no cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que Cristo nos enseñó. Porque esto no lo tomamos como pan común ni como bebida ordi naria, sino que así como nuestro salvador Jesucristo, encarnado por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así se nos ha enseñado que en virtud de la oración del Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias—del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne al asimilarlo—es el cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en efecto, los apóstoles en los Recuerdos que escribieron, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue mandado, cuando Jesús tomó el pan, dio gracias y dijo: «Haced esto en memoria mia»...
Y nosotros, después, hacemos memoria de esto constantemente entre nosotros, y los que tenemos algo socorremos a los que tienen necesidad, y nos ayudamos unos a otros en todo momento. En todo lo que ofrecemos bendecimos siempre al Creador de todas las cosas por medio de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. El día llamado del sol (el domingo) se tiene una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y en ella se leen, según el tiempo lo permite, los Recuerdos de los apóstoles o las Escrituras de los profetas. Luego, cuando el lector ha terminado, el presidente toma la palabra para exhortar e invitar a que imitemos aquellos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la vez, y elevamos nuestras preoes; y terminadas éstas, como ya dije, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente dirige a Dios sus oraciones y su acción de gracias de la mejor manera que puede, haciendo todo el pueblo la aclamación del Amén. Luego se hace la distribución y participación de los dones consagrados a cada uno, y se envian asimismo por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que les parece, y lo que así se recoge se entrega al presidente, el cual socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que padecen necesidad por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros y transeúntes, siendo así él simplemente provisor de todos los necesitados. Y celebramos esta reunión común de todos en el día del sol, por ser el día primero en el que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y también el día en el que nuestro salvador Jesucristo resucitó de entre los muertos... 9.
¿Realmente confesáis vosotros que ha de reconstruirse la ciudad de Jerusalén, y esperáis que allí ha de reunirse vuestro pueblo, y alegrarse con Cristo, con los patriarcas y profetas y los santos de nuestro linaje, y hasta los prosélitos anteriores a la venida de vuestro Cristo...?
Si habéis tropezado con algunos que se llaman cristianos y no confiesan esto, sino que se abreven a blasfemar del Dios de Abraham y de Isaac y de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir sus almas son recibidas en el cielo, no los tengáis por cristianos... Yo por mi parte, y cuantos son en todo ortodoxos, sabemos que habrá resurrección de los muertos y un periodo de mil años en la Jerusalén reconstruida y hermoseada y dilatada, como lo prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas... 10.
........................
1. JUSTINO, 1 Apologia, 46.
2. JUSTINO, 2 Apología, 13.
3. Ibid. 5.
4. JUSTINO, Diálogo, 127-128.
5. Ibid. 61.
6. Ibid. 124.
7. Ibid. 100.
8. JUSTINO, 1 Apol. 61.
9. Ibid. 65-67.
10. JUSTINO, Dial. 80.

La Primera Apología
No se debe condenar a los cristianos sin oírles:
Al emperador Tito Elio Adriano Antonino Pío César Augusto, y a Verísimo su hijo, filósofo, y a Lucio, hijo por naturaleza del César filósofo y de Pío por adopción, amante del saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo romano:
En favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y vejados, yo, Justino, uno de ellos, hijo de Prisco, que lo fue de Bacquio, natural de Flavia Neápolis en la Siria Palestina, he compuesto este discurso y esta súplica.
Los que son de verdad piadosos y filósofos, manda la razón que, desechando las opiniones de los antiguos, si no son buenas, sólo estimen y amen la verdad: porque no sólo veda el discreto razonamiento seguir a quienes han obrado o enseñado algo injustamente, sino que el amador de la verdad, por todos los modos, con preferencia a su propia vida, así se le amenace con la muerte, debe estar siempre decidido a decir y practicar la justicia. Ahora bien, vosotros os oís llamar por doquiera piadosos y filósofos guardianes de la justicia y amantes de la instrucción; pero que realmente lo seáis, es cosa que tendrá que demostrarse. Porque no venimos a halagaros con el presente escrito ni a dirigiros un discurso por un mero agrado, sino a pediros que celebréis el juicio contra los cristianos conforme a exacto razonamiento de investigación, y no deis sentencia contra vosotros mismos, llevados de un prejuicio o del deseo de complacer a hombres supersticiosos, o movidos de irracional impulso o de unos malos rumores inveterados. Contra vosotros, decimos, pues nosotros estamos convencidos de que por parte de nadie se nos puede hacer daño alguno, mientras no se demuestre que somos obradores de maldad o nos reconozcamos por malvados. Vosotros, matarnos, sí, podéis; pero dañarnos, no.
Mas porque no se crea que se trata de una fanfarronada nuestra de audacia sin razón, pedimos que se examinen las acusaciones contra los cristianos, y si se demuestra que son reales, se les castigue como es conveniente sean castigados los reos convictos; pero si no hay crimen de que argüimos, el verdadero discurso prohíbe que por un simple rumor malévolo se cometa una injusticia con hombres inocentes, o, por mejor decir, la cometáis contra vosotros mismos, que creéis justo que los asuntos se resuelvan no por juicio, sino por pasión.
Porque todo hombre sensato ha de declarar que la exigencia mejor y aun la única exigencia justa es que los súbditos puedan presentar una vida y un pensar irreprensibles; pero que igualmente, por su parte, los que mandan den su sentencia, no llevados de violencia y tiranía, sino siguiendo la piedad y la filosofía, pues de este modo gobernantes y gobernados pueden gozar de felicidad.
Y es así que, en alguna parte, dijo uno de los antiguos: Si tanto los gobernantes como los gobernados no son filósofos, no es posible que los estados prosperen. A nosotros, pues, nos toca exponer al examen de todos nuestra vida y nuestras enseñanzas, no sea nos hagamos responsables del castigo de quienes, ignorando ordinariamente nuestra religión, pecan por ceguera contra nosotros; pero deber vuestro es también, oyéndonos, mostraron buenos jueces. Porque ya en adelante, instruidos como estáis, no tendréis excusa alguna delante de Dios, caso que no obréis justamente.
Ahora bien, por llevar un nombre no se puede juzgar a nadie bueno ni malo, si se prescinde de las acciones que ese nombre supone; más que más, que si se atiende al de que se nos acusa, somos los mejores hombres. Mas como no tenemos por justo pretender se nos absuelva por nuestro nombre, si somos convictos de maldad; por el mismo caso, si ni por nuestro nombre ni por nuestra conducta se ve que hayamos delinquido, deber vuestro es poner todo empeño para no haceros responsables de castigo, condenando injustamente a quienes no han sido convencidos judicialmente. En efecto, de un nombre no puede en buena razón originarse alabanza ni reproche, si no puede demostrarse por hechos algo virtuoso o vituperable. Y es así que a nadie que sea acusado ante vuestros tribunales, le castigáis antes de que sea convicto; mas tratándose de nosotros, tomáis el nombre como prueba, siendo así que, si por el nombre va, más bien debierais castigar a nuestros acusadores. Porque se nos acusa de ser cristianos, que es decir, buenos; mas odiar lo bueno no es cosa justa. Y hay más: con sólo que un acusado niegue de lengua ser cristiano, le ponéis en libertad, como quien no tiene otro crimen de qué acusarle; pero el que confiesa que lo es, por la sola confesión le castigáis. Lo que se debiera hacer es examinar la vida lo mismo del que confiesa que del que niega, a fin de poner en claro, por sus obras, la calidad de cada uno. Porque a la manera que algunos, a pesar de haber aprendido de su Maestro Cristo a no negarle, son inducidos a ello al ser interrogados; así con su mala vida dan tal vez asidero a quienes ya de suyo están dispuestos a calumniar a todos los cristianos de impiedad e iniquidad.
Mas ni en esto se procede rectamente; pues sabido es que el nombre y atuendo de filósofo se lo arrogan algunos que no practican acción alguna digna de su profesión, y no ignoráis que aquellos de entre los antiguos que profesaron opiniones y doctrinas contrarias, entran todos en la común denominación de filósofos. Y de éstos hubo quienes enseñaron el ateísmo, y los que fueron poetas cuentan las impudencias de Zeus juntamente con sus hijos; y, sin embargo, a nadie prohibís vosotros profesar las doctrinas de ellos, antes bien establecéis premios y honores para quienes sonora y elegantemente insulten a vuestros dioses.
(1-4; BAC 116, 182-186)

La resurrección de los muertos es posible:
Y a quien bien lo considera, ¿qué cosa pudiera parecer más increíble que, de no estar nosotros en nuestro cuerpo, viéndolos representados en imagen, nos dijeran que de una menuda gota del semen humano sea posible nacer huesos, tendones y carnes con la forma en que los vemos? Digámoslo, en efecto, por vía de suposición. Si vosotros no fuerais los que sois y de quienes sois, y alguien os mostrara el semen humano y una imagen pintada de un hombre y os afirmaran que ésta se forma de aquél, ¿acaso lo creeríais antes de verlo nacido? Nadie se atrevería a contradecirlo. Pues de la misma manera, por el hecho de no haber visto nunca resucitar un muerto, la incredulidad os domina ahora. Mas al modo que al principio no hubierais creído que de una gota pequeña nacieran tales seres y, sin embargo, los veis nacidos; así, considerad que no es imposible que los cuerpos humanos, después de disueltos y esparcidos como semillas en la tierra, resuciten a su tiempo por orden de Dios y se revistan de la incorrupción.
Porque, a la verdad, no sabríamos decir de qué potencia digna de Dios hablan los que dicen que todo ha de volver allí de donde procede y que, fuera de esto, nadie, ni Dios mismo, puede nada; mas sí que vemos bien lo que dijimos: que no hubieran éstos creído ser posible haber nacido tales y de tales, cuales a sí mismos y al mundo todo se ven haber nacido.
Por lo demás, nosotros hemos aprendido ser mejor creer aun lo que está por encima de nuestra propia naturaleza y es a los hombres imposible, que ser incrédulos a la manera del vulgo, como quienes sabemos que Jesucristo, maestro nuestro, dijo: Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. Y dijo más: No temáis a los que os matan y después de eso nada pueden hacer; temed más bien a Aquel que después de la muerte puede arrojar alma y cuerpo al infierno.
Es de saber que el infierno es el lugar donde han de ser castigados los que hubieren vivido inicuamente y no creyeren han de suceder estas cosas que Dios enseñó por medio de Cristo.
(19; BAC 116, 202-203)

Se respetan todas las religiones, menos la cristiana:
La primera prueba es que, diciendo nosotros cosas semejantes a los griegos, somos los únicos a quienes se odia por el nombre de Cristo y, sin cometer crimen alguno, como a pecadores se nos quita la vida. Y ahí tenéis que unos acá y otros acullá, dan culto a árboles, y a ríos, y a ratones, y a gatos, y a cocodrilos, y a muchedumbre de animales irracionales; y lo bueno es que no todos lo dan a los mismos, sino unos son honrados en una parte, otros en otra, con lo que todos son entre sí impíos, por no tener la misma religión. Y esto es lo único que vosotros nos podéis recriminar, que no veneramos los mismos dioses que vosotros, y que no ofrecemos a los muertos libaciones y grasas, no colocamos coronas en los sepulcros ni celebramos allí sacrificios. Ahora bien, que los mismos animales son por unos considerados dioses, por otros fieras, por otros víctimas para sacrificios, vosotros lo sabéis perfectamente.
(24; BAC 116, 207-208)

Los que vivieron de acuerdo con la razón, aun antes de la venida de Cristo, son cristianos:
Algunos, sin razón, para rechazar nuestra enseñanza, pudieran objetarnos que, diciendo nosotros que Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años bajo Quirino y enseñó su doctrina más tarde, en tiempo de Poncio Pilato, ninguna responsabilidad tienen los hombres que le precedieron. Adelantémonos a resolver esta dificultad.
Nosotros hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el primogénito de Dios, y anteriormente hemos indicado que Él es el Verbo, de que todo el género humano ha participado. Y así, quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aun cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates y Heráclito y otros semejantes, y entre los bárbaros con Abraham, Ananías, Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería largo enumerar, omitimos por ahora. De suerte que también los que anteriormente vivieron sin razón, se hicieron inútiles y enemigos de Cristo y asesinos de quienes viven con razón; mas los que conforme a ésta han vivido y siguen viviendo son cristianos y no saben de miedo ni turbación.
(46, 1-4; BAC 116, 232-233)

La Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Cristo:
Y este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación: así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la acción de gracias —alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes— es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles en los Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: Ésta es mi sangre, y que sólo a ellos les dio parte.
(66, 1-3; BAC 116, 257)

Diálogo con Trifón
Justino responde a Trifón, y narra luego la conversación que tuvo tiempo atrás con un anciano cristiano sobre la filosofía:
Entonces él, sonriendo, cortésmente:
Y tú -me dijo-, ¿qué opinas sobre esto, qué idea tienes de Dios y cuál es tu filosofía? Dínoslo.
—Sí -respondí-, yo te voy a decir lo que a mí me parece claro. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes, y el más precioso ante Dios, al cual ella es la sola que nos conduce y recomienda. Y santos, a la verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia. Ahora, qué sea en definitiva la filosofía y por qué les fue enviada a los hombres, cosa es que se le escapa al vulgo de las gentes; pues en otro caso, siendo como es ella ciencia una, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos.
Quiero explicaros por qué ha venido a tener muchas cabezas. El caso fue que a los primeros que a ella se dedicaron y que en su profesión se hicieron famosos, les siguieron otros que ya no hicieron investigación alguna sobre la verdad, sino que, llevados de la admiración de la constancia, del dominio de sí y de la rareza de las doctrinas de sus maestros, sólo tuvieron por verdad lo que cada uno había aprendido de aquéllos; luego, transmitiendo a sus sucesores doctrinas semejantes a las primitivas, cada escuela tomó el nombre del que fue padre de su doctrina. (...)
¿Luego tú eres -me dijo- un amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien hombre práctico que no sofista?
¡Y qué obra -le repliqué- mayor cabe realizar que la de mostrar cómo la idea lo dirige todo, y concebida en nosotros y dejándonos por ella conducir, contemplar el extravío de los otros y que nada en sus ocupaciones hay sano ni grato a Dios?
Porque sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia. De ahí que sea preciso que todos los hombres se den a la filosofía y ésta tengan por la más grande y más honrosa obra, dejando todo lo demás en segundo y tercer lugar; que si ello va unido a la filosofía, aun podrán pasar por cosas de moderado valor y dignas de aceptarse; mas si de ella se separan y no la acompañan, son pesadas y viles para quienes las llevan entre manos.
—¿La filosofía, pues -me replicó- produce felicidad?
—En absoluto -contestéle- y sola ella.
—Pues dime -prosiguió-, si no tienes inconveniente, qué es la filosofía y cuál es la felicidad que ella produce.
—La filosofía -le respondí- es la ciencia del ser y el conocimiento de la verdad, y la felicidad es la recompensa de esta ciencia y de este conocimiento.
—Y Dios, ¿a qué llamas tú Dios? -me dijo.
—Lo que siempre se ha del mismo modo e invariablemente y es causa del ser de todo lo demás, eso es propiamente Dios.
(1,6 a 2,2; 3, 3-5; BAC 116, 302-306)

La filosofía cristiana:
—Entonces -le dije-, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de dónde podemos sacar provecho si ni en éstos -en Platón y Pitágoras- se halla la verdad?
—Existieron hace mucho tiempo -me contestó el viejo-unos hombres más antiguos que todos estos tenidos por filósofos, hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, los cuales hablaron inspirados del espíritu divino, y divinamente inspirados predijeron lo porvenir, aquello justamente que se está cumpliendo ahora; son los que se llaman profetas. Éstos son los solos que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria, sino llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía, y quien los lea y les preste fe puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber. Porque no compusieron jamás sus discursos con demostración, como quiera que ellos sean testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración; y por lo demás, los sucesos pasados y los actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los milagros que hacían, es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo, Hijo suyo, que de Él procede. En cambio, los falsos profetas, a quienes llena el espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen eso, sino que se atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a los demonios. Por tu parte y antes que todo, ruega que se le abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.
(7; BAC 116, 313-314)

El sacrificio eucarístico, prefigurado en el Viejo Testamento:
La ofrenda de la flor de harina, señores —proseguí—, que se mandaba ofrecer por los que se purificaban de la lepra, era figura del pan de la Eucaristía que nuestro Señor Jesucristo mandó ofrecer en memoria de la pasión que Él padeció por todos los hombres que purifican su almas de toda maldad, a fin de que juntamente demos gracias a Dios por haber creado el mundo y cuanto en él hay por amor del hombre, por habernos a nosotros librado de la maldad en que nacimos y haber destruido con destrucción completa a los principados y potestades por medio de aquel que, según su designio, nació pasible. De ahí que sobre los sacrificios que vosotros entonces ofrecíais, dice Dios, como ya indiqué antes, por boca de Malaquías, uno de los doce profetas: No está mi complacencia en vosotros —dice el Señor—, vuestros sacrificios no los quiero recibir de nuestras manos Porque desde donde nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y sacrificio puro porque grande es mi nombre en las naciones —dice el Señor—, y vosotros lo profanáis. Ya entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros, las naciones, le ofrecemos en todo lugar, es decir, del pan de la Eucaristía y lo mismo del cáliz de la Eucaristía, a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y vosotros lo profanáis.
(41, 1-3: BAC 116, 369-370).

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