Las comunicaciones intensivas de nuestra época no producen unión. Las
atenciones convergen hacia un polo exterior, escenario o pantalla, y
sólo raras veces, como en la histeria de los hinchas de fútbol, ese polo
produce una reacción de masa. Pero su nivel es liminar, instintivo;
crea solidaridad tribal más que unión personal. Falta comunicación
directa de persona a persona, de centro a centro; la unión basada en el
interés por el interlocutor, no por un tercero.
Examinemos este fenómeno de convergencia y su influjo sobre la relación interpersonal. En el caso del hincha futbolístico o del extasiado ante los gorjeos del divo, hay, sin duda, una comunicación emocional con el personaje o personajes que cautivan la atención del espectador; toda la masa converge hacia el mismo punto, coincidiendo en el vértice, pero ¿resulta de esta coincidencia la comunicación colateral entre los espectadores? Produce, sin duda, la vibración común de la emoción compartida, que deriva ocasionalmente hacia signos externos de aceptación. Pero tales signos no se dirigen a fulano por ser fulano, sino por ser hincha de equipo o del cantor. No denotan, por tanto, interés en la persona, sino placer de ver confirmada la propia valoración y gratitud por el incremento que aporta a la fuerza de masa. El individuo únicamente porque enarbola tal pancarta o grita una sarta de insultos al equipo contrario. Unanimidad que no personaliza, porque reduce a número; esfuma el perfil del individuo, confundiéndolo con la multitud. Esta coincidencia en el vértice no es causa de contacto personal, aunque pueda ser ocasión para él como cualquier encuentro humano.
Consideraremos ahora la manifestación pública de afirmación o protesta. Presenta rasgos afines a la asamblea del espectáculo, es decir, predominio del número y evanescencia del individuo. Es verosímil, sin embargo, que la solidaridad sea más profunda y verdadera, con un matiz más personal que en el caso del estadio, aunque siempre permanece en lo abstracto.
Examinemos, en cambio, el caso de los que luchan por un ideal o reivindicación concreta, donde el objetivo de la actividad atañe a cada individuo como persona. Aunque el dinamismo del grupo procede del vértice, meta del interés común, la naturaleza de ese interés no individualista y la necesidad de colaboración para alcanzarlo desembocan fácilmente en relación humana que, presupuesta la aceptación global del otro, entabla el diálogo. No es unión en la pasividad compartida, sino en la actividad que mira a un fin; es creativa porque existe el intercambio, se habla y se escucha, se compara y se acepta.
Se sigue de lo dicho que la coincidencia en un vértice es defectuosa solamente cuando induce a la pasividad; es más, si no hay vértice o polo que atraiga, la relación interpersonal puede morir de inanición, como sucede en muchos matrimonios sin hijos.
Una palabra a propósito del grupo cristiano. Posee precisamente una coincidencia en el vértice que desemboca en pleno intercambio personal. El vértice, Cristo, se presenta como aglutinante, pero al mismo tiempo centrifuga a la comunidad hacia la misión; si al grupo cristiano falta la conciencia de ser enviado al mundo, corre peligro de convertirse en un cenáculo narcisístico o de caer en el individualismo religioso. La tarea cristiana necesita cohesión personal para tender a los objetivos del reino de Dios, que no es un ideal vaporoso, sino justicia y paz en la tierra, amor y respeto al hombre, hermandad y verdad.
Examinemos este fenómeno de convergencia y su influjo sobre la relación interpersonal. En el caso del hincha futbolístico o del extasiado ante los gorjeos del divo, hay, sin duda, una comunicación emocional con el personaje o personajes que cautivan la atención del espectador; toda la masa converge hacia el mismo punto, coincidiendo en el vértice, pero ¿resulta de esta coincidencia la comunicación colateral entre los espectadores? Produce, sin duda, la vibración común de la emoción compartida, que deriva ocasionalmente hacia signos externos de aceptación. Pero tales signos no se dirigen a fulano por ser fulano, sino por ser hincha de equipo o del cantor. No denotan, por tanto, interés en la persona, sino placer de ver confirmada la propia valoración y gratitud por el incremento que aporta a la fuerza de masa. El individuo únicamente porque enarbola tal pancarta o grita una sarta de insultos al equipo contrario. Unanimidad que no personaliza, porque reduce a número; esfuma el perfil del individuo, confundiéndolo con la multitud. Esta coincidencia en el vértice no es causa de contacto personal, aunque pueda ser ocasión para él como cualquier encuentro humano.
Consideraremos ahora la manifestación pública de afirmación o protesta. Presenta rasgos afines a la asamblea del espectáculo, es decir, predominio del número y evanescencia del individuo. Es verosímil, sin embargo, que la solidaridad sea más profunda y verdadera, con un matiz más personal que en el caso del estadio, aunque siempre permanece en lo abstracto.
Examinemos, en cambio, el caso de los que luchan por un ideal o reivindicación concreta, donde el objetivo de la actividad atañe a cada individuo como persona. Aunque el dinamismo del grupo procede del vértice, meta del interés común, la naturaleza de ese interés no individualista y la necesidad de colaboración para alcanzarlo desembocan fácilmente en relación humana que, presupuesta la aceptación global del otro, entabla el diálogo. No es unión en la pasividad compartida, sino en la actividad que mira a un fin; es creativa porque existe el intercambio, se habla y se escucha, se compara y se acepta.
Se sigue de lo dicho que la coincidencia en un vértice es defectuosa solamente cuando induce a la pasividad; es más, si no hay vértice o polo que atraiga, la relación interpersonal puede morir de inanición, como sucede en muchos matrimonios sin hijos.
Una palabra a propósito del grupo cristiano. Posee precisamente una coincidencia en el vértice que desemboca en pleno intercambio personal. El vértice, Cristo, se presenta como aglutinante, pero al mismo tiempo centrifuga a la comunidad hacia la misión; si al grupo cristiano falta la conciencia de ser enviado al mundo, corre peligro de convertirse en un cenáculo narcisístico o de caer en el individualismo religioso. La tarea cristiana necesita cohesión personal para tender a los objetivos del reino de Dios, que no es un ideal vaporoso, sino justicia y paz en la tierra, amor y respeto al hombre, hermandad y verdad.
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