Desde otro punto de vista puede decirse que toda convicción o afecto
humano necesita momentos de expresión particular; de lo contrario, se
extenúa y muere. Lo más importante de la vida encuentra poca ocasión de
explayarse en el trajín diario; aunque subjetivamente esos valores se
consideren supremos, no hllan expresión adecuada en el trabajo ni en el
ambiente profesional; algunos se manifiestan en el círculo familiar,
pero para otros hace falta más solidaridad y más grupo. Es la fiesta
precisamente la que permite vivir en el clima de libertad y plenitud que
acompañan a la afirmación de la vida. Necesita el hombre codearse con
otros que se alimentan de la misma fe, que abrigan la misma esperanza. Y
necesita además respirar el aire libre de la expresión en voz alta,
descubrir y proclamar lo que lleva dentro en un ambiente que lo
comprende y lo comparte. Extraño por lo menos sería que en una familia
no se dieran nunca muestras de afecto o que un individuo nunca visitara a
una persona amada; por mucho que lo afirmarse, podría dudarse con razón
de la sinceridad de sus protestas.
Se requiere la fiesta para reactuar la conciencia de grupo y no ser un individuo aislado ante Dios. La integración se efectúa primeramente por la proclamación de la fe y la esperanza, por el vocear las proezas de Dios en la historia de los hombres; si en medio del mundo la fe es recatada, aquí tremolan todos sus banderines, alegrando la alabanza común. La proclamación del amor de Dios al hombre que es la profesión de fe, desemboca en la expresión del amor mutuo. Por eso la fiesta exige la aceptación y el perdón recíprocos; sólo cuando éstos existen, la integración del grupo culmina en la integración con Dios. Cristo reconcilió a los hombres entre sí, para que la humanidad pudiese reconciliarse con Dios (Col 1,20; Ef 1,10); la misma verdad se expresa en los evangelios al exigir el perdón mutuo como preliminar al divino (mt 6,14-15; 18,35). Por eso la fiesta es efusión de hermandad; quien no se integra en el grupo aceptando y perdonando, se excluye de la comunión con Dios.
Se requiere la fiesta para reactuar la conciencia de grupo y no ser un individuo aislado ante Dios. La integración se efectúa primeramente por la proclamación de la fe y la esperanza, por el vocear las proezas de Dios en la historia de los hombres; si en medio del mundo la fe es recatada, aquí tremolan todos sus banderines, alegrando la alabanza común. La proclamación del amor de Dios al hombre que es la profesión de fe, desemboca en la expresión del amor mutuo. Por eso la fiesta exige la aceptación y el perdón recíprocos; sólo cuando éstos existen, la integración del grupo culmina en la integración con Dios. Cristo reconcilió a los hombres entre sí, para que la humanidad pudiese reconciliarse con Dios (Col 1,20; Ef 1,10); la misma verdad se expresa en los evangelios al exigir el perdón mutuo como preliminar al divino (mt 6,14-15; 18,35). Por eso la fiesta es efusión de hermandad; quien no se integra en el grupo aceptando y perdonando, se excluye de la comunión con Dios.
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