Hemos tratado hasta ahora de las características de la fiesta, pero hay
que preguntarse: ¿Tiene toda celebración cristiana carácter de fiesta?
Evidentemente, no. La celebración cristiana tiene lugar cada domingo y es imposible celebrar una fiesta por semana. Los mismos calendarios lo indican, reservando el nombre de fiesta para días especiales del año, como Navidad o Pascua. Es cierto que el cristiano debe vivir continuamente en espíritu de fiesta, pues su clima interior es de alegría y su actitud y conducta afirman incesantemente la vida que Dios ha creado. Aunque cada encuentro cristiano participa de ese espíritu, no constituye necesariamente una fiesta en el sentido estricto expuesto anteriormente.
Reduciendo la cuestión a sus términos más simples, la celebración puede tener dos grados: la reunión y la fiesta, que corresponden a los términos griegos sýnaxis y heorté, en latín conventus y festum. El primero denota la reunión dominical; el segundo,las solemnidades excepcionales.
Al hablar de reunión nos referimos naturalmente a la reunión celebrativa. No es el único género de reunión cristiana; otras pueden tener por objeto la oración o la enseñanza, la discusión de proyectos u otras actividades.
La distinción entre reunión y fiesta no es privativa de los grupos cristianos, pertenece a la sociedad. Reunión existe cada vez que un grupo de amigos se citan para gozar de la mutua compañía o alegrarse juntos por algún suceso íntimo: una comida para celebrar un fin de carrera, por ejemplo. La fiesta, en cambio, invita a la ciudad entera: es la panégyris de los griegos, que connota la plaza llena; en nuestros días, las fiestas nacionales.
La diferencia entre reunión y fiesta radica, pues, en la concurrencia, en la exuberancia y en los medios de manifestarla. La reunión convoca un grupo reducido; la fiesta, una multitud considerable. El grado de exuberancia es ciertamente bien distinto: la reunión tiende a ser tranquila y comedida, su característica es la intimidad. Su exuberancia reside sobre todo en la calidad de la comunicación que, abatiendo toda barrera, causa una comunión de bienes personales más intensa de lo ordinario; las convenciones sociales injustas y divisoras desaparecen, y en ese sentido viola los tabúes sociológicos. Es sonrisa, no carcajada. Abiertamente contemplativa y profunda, fomenta la confianza y la distensión.
Característica de la fiesta, por el contrario, no es la intimidad, sino la solemnidad, que tiene a lo sublime. Subraya la libre expansión y pone en juego al entero ser. Usa todos los medios a su alcance: vestido especial, canto y danza, cortejo y aclamación, cohetes y cañonazos, espectáculo y gesto.
Entre estos dos casos extremos de la celebración existen numerosas gradaciones. Ciertos pequeños grupos pueden tener reuniones con gran derroche de expresión, e incluso la reunión dominical puede en determinados ambientes colorearse de fiesta. No hay norma que valga para el modo de celebrar; cada comunidad deberá encontrar el suyo.
La fiesta tiene además la peculiaridad de explicitar más la afirmación total de la vida; su frontera es fluida. Las antiguas romerías constituyeron un buen ejemplo. La fiesta comprendía el trayecto a caballo o en carretas adornadas, convestidos llamativos, la misa mayor en el santuario, la comida en el prado y el baile popular. Era una manifestación vital y total, que se desarrollaba en la línea continua y armónica. La fiesta afirma la unidad de la vida en su expresión multiforme.
El mismo fenómeno se observa en otros países; la fiesta cristiana salía de la iglesia para invadir la ciudad o el barrio. Indicio lingüístico de este hecho son los nombres de las actuales fiestas populares, que derivan de los antiguos términos de iglesia; por ejemplo, kermesse, derivado del falmenco kerk misse, la misa de la iglesia; en algunas regiones de Francia, la fiesta se llama benichon o bendición, o ducasse, dédicace, ambas son referencia a la dedicación de la iglesia del pueblo; en terreno alemán, Kilbe deriva de Kirchenweihe, consagración de la iglesia, e incluso las grandes ferias contemporáneas, como la Leipziger Messe, muestran claramente su origen como fiesta cristiana.
La reunión, por su parte, afirma la vida concentrándola en la comunicación humana, que es su elemento. Celebrando la presencia del Señor entre los hombres, afirma la unidad del mundo en su centro, sin explicitarla en sus diversos aspectos como hace la fiesta. La dos proceden de la alegría interior, que una vez se susurra y otra se grita. Reunión y fiesta son complementarias.
Evidentemente, no. La celebración cristiana tiene lugar cada domingo y es imposible celebrar una fiesta por semana. Los mismos calendarios lo indican, reservando el nombre de fiesta para días especiales del año, como Navidad o Pascua. Es cierto que el cristiano debe vivir continuamente en espíritu de fiesta, pues su clima interior es de alegría y su actitud y conducta afirman incesantemente la vida que Dios ha creado. Aunque cada encuentro cristiano participa de ese espíritu, no constituye necesariamente una fiesta en el sentido estricto expuesto anteriormente.
Reduciendo la cuestión a sus términos más simples, la celebración puede tener dos grados: la reunión y la fiesta, que corresponden a los términos griegos sýnaxis y heorté, en latín conventus y festum. El primero denota la reunión dominical; el segundo,las solemnidades excepcionales.
Al hablar de reunión nos referimos naturalmente a la reunión celebrativa. No es el único género de reunión cristiana; otras pueden tener por objeto la oración o la enseñanza, la discusión de proyectos u otras actividades.
La distinción entre reunión y fiesta no es privativa de los grupos cristianos, pertenece a la sociedad. Reunión existe cada vez que un grupo de amigos se citan para gozar de la mutua compañía o alegrarse juntos por algún suceso íntimo: una comida para celebrar un fin de carrera, por ejemplo. La fiesta, en cambio, invita a la ciudad entera: es la panégyris de los griegos, que connota la plaza llena; en nuestros días, las fiestas nacionales.
La diferencia entre reunión y fiesta radica, pues, en la concurrencia, en la exuberancia y en los medios de manifestarla. La reunión convoca un grupo reducido; la fiesta, una multitud considerable. El grado de exuberancia es ciertamente bien distinto: la reunión tiende a ser tranquila y comedida, su característica es la intimidad. Su exuberancia reside sobre todo en la calidad de la comunicación que, abatiendo toda barrera, causa una comunión de bienes personales más intensa de lo ordinario; las convenciones sociales injustas y divisoras desaparecen, y en ese sentido viola los tabúes sociológicos. Es sonrisa, no carcajada. Abiertamente contemplativa y profunda, fomenta la confianza y la distensión.
Característica de la fiesta, por el contrario, no es la intimidad, sino la solemnidad, que tiene a lo sublime. Subraya la libre expansión y pone en juego al entero ser. Usa todos los medios a su alcance: vestido especial, canto y danza, cortejo y aclamación, cohetes y cañonazos, espectáculo y gesto.
Entre estos dos casos extremos de la celebración existen numerosas gradaciones. Ciertos pequeños grupos pueden tener reuniones con gran derroche de expresión, e incluso la reunión dominical puede en determinados ambientes colorearse de fiesta. No hay norma que valga para el modo de celebrar; cada comunidad deberá encontrar el suyo.
La fiesta tiene además la peculiaridad de explicitar más la afirmación total de la vida; su frontera es fluida. Las antiguas romerías constituyeron un buen ejemplo. La fiesta comprendía el trayecto a caballo o en carretas adornadas, convestidos llamativos, la misa mayor en el santuario, la comida en el prado y el baile popular. Era una manifestación vital y total, que se desarrollaba en la línea continua y armónica. La fiesta afirma la unidad de la vida en su expresión multiforme.
El mismo fenómeno se observa en otros países; la fiesta cristiana salía de la iglesia para invadir la ciudad o el barrio. Indicio lingüístico de este hecho son los nombres de las actuales fiestas populares, que derivan de los antiguos términos de iglesia; por ejemplo, kermesse, derivado del falmenco kerk misse, la misa de la iglesia; en algunas regiones de Francia, la fiesta se llama benichon o bendición, o ducasse, dédicace, ambas son referencia a la dedicación de la iglesia del pueblo; en terreno alemán, Kilbe deriva de Kirchenweihe, consagración de la iglesia, e incluso las grandes ferias contemporáneas, como la Leipziger Messe, muestran claramente su origen como fiesta cristiana.
La reunión, por su parte, afirma la vida concentrándola en la comunicación humana, que es su elemento. Celebrando la presencia del Señor entre los hombres, afirma la unidad del mundo en su centro, sin explicitarla en sus diversos aspectos como hace la fiesta. La dos proceden de la alegría interior, que una vez se susurra y otra se grita. Reunión y fiesta son complementarias.
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