La fiesta es ciertamente un remanso en el ajetreo de lo diario, pero no
un mero tentempié para el trabajo. La caracteriza el contraste con los
días laborales, pero no acepta ser su satélite. Interrumpe la actividad
utilitaria, y aun la útil; es un arriate de flores en un huerto de
verduras. Igual que la fe cristiana se expresa en la misión, pero no se
agota en ella y encuentra tiempo para gozar con Dios, la fiesta
interrumpe el trabajo del hombre para una actividad más alta, el gozo de
la vida. Quien se afana cuidando los naranjos, se sienta después para
gustar la fruta. El hilo de la vida es un hacerse, la fiesta son
momentos de ser. De cuando en cuando hay que dejar la pala para gozar y
explayarse, descargándose de responsabilidades y agobios.
Es una actividad libre y señora, no subordinada a ningún otro fin. Esta condición de la fiesta, su contraste con la vida ordinaria, muestra otra faceta de su fe: afirma que el hombre no ha nacido para la fatiga, por inevitable que ésta sea, sino para el disfrute; no para el regateo, sino para la posesión. Necesita encontrarse alguna vez sentado en una cima, por modesta que sea, sin preocupaciones alpinísticas. La fiesta es el anhelo y la afirmación de una vida plena, feliz, erguida en toda su estatura.
Es una actividad libre y señora, no subordinada a ningún otro fin. Esta condición de la fiesta, su contraste con la vida ordinaria, muestra otra faceta de su fe: afirma que el hombre no ha nacido para la fatiga, por inevitable que ésta sea, sino para el disfrute; no para el regateo, sino para la posesión. Necesita encontrarse alguna vez sentado en una cima, por modesta que sea, sin preocupaciones alpinísticas. La fiesta es el anhelo y la afirmación de una vida plena, feliz, erguida en toda su estatura.
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