La conexión de la fiesta con la historia se verificó en el Antiguo
Testamento. Al llegar los hebreos a la tierra prometida, adoptaron
festividades de los pueblos vecinos. El judío pasaba de vida nómada a
vida agrícola y sedentaria, y adoptó las fiestas cananeas de las
cosechas, ligadas a los ciclos naturales. Pero en los libros del Antiguo
Testamento se nota el empeño de los autores por relacionar esas fiestas
con acontecimientos del pasado, llevándolas a conmemorar episodios de
la liberación del pueblo que fue el éxodo de Egipto.
Pongamos algunos ejemplos. La fiesta de la recolección o de las Chozas era de origen cananeo; se vivía en el campo, mezclando el trabajo con la diversión, se celebran banquetes, se agitan ramos y las jóvenes danzaban (Jue 9,25-49; 21,19-23). Los hebreos la adoptaron, conservando al principio su antiguo nombre, fiesta de la Recolección, y su antiguo motivo, la alegría de la cosecha (Ex 23,14.16; véase 34,22). En el Deuteronomio cambia su nombre en "fiesta de las Chozas", y se prescriben siete días para celebrarla, conservando su carácter agrícola (Dt 16,13-14). El levítico, en cambio, propone un nuevo motivo: "Habitaréis los siete días en chozas... para que sepan vuestras futuras generaciones que yo hice habitar a los israelitas en chozas (tiendas) cuando los saqué de Egipto" (23,42-43).
Así una fiesta agrícola se convierte en histórica. Se adoptan ritos de otra cultura, pero cambiando su carácter. El espíritu nómada sale favorecido por pertenecer a una cultura en marcha. A los hombres satisfechos, instalados, Dios prefiere los peregrinos que miran adelante, disconformes con las condiciones de aquí abajo.
Un caso más complejo es el de la Pascua. Esta fiesta reunía el rito del cordero, mágico y nómada, y el de los panes sin levadura, agrario.
El primero se practicaba entre los pastores del Medio Oriente para alejar alguna amenaza o desastre, por ejemplo una epidemia. Se mataba un cordero o cabrito y se untaba con la sangre el postre de la tienda. Originalmente no incluía banquete, consistía sólo en la unción protectora.
Los panes sin levadura, en cambio, estaban en relación con la nueva cosecha. Para evitar que los espíritus nefastos del año anterior penetrasen en el siguiente, se descartaba toda la harina vieja y fermentada. Había que esperar entonces a que la nueva harina fermentara ella sola para utilizar la nueva levadura. La espera duraba unos siete días, los días de los ázimos, es decir, de los panes sin fermentar, por no haber levadura disponible.
Los autores del Antiguo Testamento purifican a los dos ritos de los ingredientes supersticiosos y les dan referencia histórica. Al declararse la epidemia que mató a los primogénitos de Egipto, era natural que los hebreos practicasen el rito protector de la sangre. El redactor Yahvista del Pentateuco inserta al antiguo rito en la fe monoteísta, explicando que el ángel era enviado de Dios y que los hebreos poseían un rito poderoso del que carecían los egipcios (Ex 12,21-24).
La semana de los panes ázimos se engarzó también con la salida de Egipto:
"El pueblo sacó de las artesas la masa sin fermentar, la envolvió en mantas y se la cargó al hombro..., cocieron la masa que habían sacado de Egipto haciendo hogazas de pan ázimo; no había fermentado porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse" (Ex 12,34.39).
"Durante siete días comerás panes ázimos, porque saliste de Egipto apresuradamente; así recordarás toda tu vida tu salida de Egipto" (Dt 16,3).
Los ciclos naturales esclavizaban al hombre, haciéndolo estático, obligándolo a armonizarse con la naturaleza recurrente. Dios lo va liberando poco a poco, haciéndole comprender que es un ser en desarrollo, en camino, y que él lo guía. No quiere que conciba el mundo como un orden inmutable, sino que se acostumbre a lo imprevisible y gratuito, que sepa que Dios va y viene cuando y como quiere, y que ha de fiarse. Arquetipo de esta idea de Dios y de la vida fueron los años del desierto. Hay, sin duda, una armonía necesaria entre la tierra y lo celeste, pero no es la naturaleza repetidora el prototipo del designio de Dios; no hay que acomodar el cielo al ciclo de la tierra, sino al revés; sólo que arriba no hay ciclos, sino voluntad libre: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10).
El episodio de la torre de Babel simboliza la oposición de Dios a que el hombre se someta al universo. La totalidad cósmica, que en la cultura cananea se representaba por la colina y el árbol, contaminación idolátrica frecuente entre los hebreos (Jr 2,20; 3,6; 17,1-3), estaba más refinadamente figurada en Babilonia por la ziggurat o torre escalonada. El rey súbía la escalinata representando al dios Marduk, y en su palacio reinaba sobre un trono de siete gradas. Templo, altar y divinidad poseían una estructura análoga a palacio, trono y rey; la sociedad encarnaba la totalidad cósmica. Nace así el estado ontocrático, cuya organización toma por modelo el orden natural; el carácter divino que se atribuye a éste se transfunde al estado; religión y estructura social se identifican. El poder y la sociedad eran por fuerza conservadoras, pues su objetivo consistía en asgurar la continuidad y normalidad de los ritmos periódicos; esto es lo que se esperaba de los dioses.
La fijeza era el ideal. El orden del mundo, resultado de la lucha mítica entre los dioses y el caos, potencias del mismo rango, está siempre amenazado por el retorno de las fuerzas destructoras; los dioses velan poderosamente para que ese orden inestable se mantenga; el soberano, prole o representante de los dioses, rige con puño férreo para evitar todo atentando al equilibrio. El mal, anterior al hombre, que dividió y derramó sangre en la misma esfera divina y pertenece a la esencia del ser, no puede ser tenido a raya más que con un poder central y absoluto.
La concepción ontocrática es común, con diversos matices, a las cuatro grandes culturas euroasiáticas: Babilonia, Persia, India, China. Yahvé no la acepta. Según la narración de Gn 11, la humanidad entera se afanaba por construir la torre, pero Dios impide que se termine; era la torre que unía en una sola estructura tierra y cielo, que sometía el hombre a la esclavitud de la naturaleza, y Yahvé afirma que ni el hombre ni él están sometidos a ella ni la toman por modelo. Condunde las lenguas y lanza al hombre a correr su aventura.
Pongamos algunos ejemplos. La fiesta de la recolección o de las Chozas era de origen cananeo; se vivía en el campo, mezclando el trabajo con la diversión, se celebran banquetes, se agitan ramos y las jóvenes danzaban (Jue 9,25-49; 21,19-23). Los hebreos la adoptaron, conservando al principio su antiguo nombre, fiesta de la Recolección, y su antiguo motivo, la alegría de la cosecha (Ex 23,14.16; véase 34,22). En el Deuteronomio cambia su nombre en "fiesta de las Chozas", y se prescriben siete días para celebrarla, conservando su carácter agrícola (Dt 16,13-14). El levítico, en cambio, propone un nuevo motivo: "Habitaréis los siete días en chozas... para que sepan vuestras futuras generaciones que yo hice habitar a los israelitas en chozas (tiendas) cuando los saqué de Egipto" (23,42-43).
Así una fiesta agrícola se convierte en histórica. Se adoptan ritos de otra cultura, pero cambiando su carácter. El espíritu nómada sale favorecido por pertenecer a una cultura en marcha. A los hombres satisfechos, instalados, Dios prefiere los peregrinos que miran adelante, disconformes con las condiciones de aquí abajo.
Un caso más complejo es el de la Pascua. Esta fiesta reunía el rito del cordero, mágico y nómada, y el de los panes sin levadura, agrario.
El primero se practicaba entre los pastores del Medio Oriente para alejar alguna amenaza o desastre, por ejemplo una epidemia. Se mataba un cordero o cabrito y se untaba con la sangre el postre de la tienda. Originalmente no incluía banquete, consistía sólo en la unción protectora.
Los panes sin levadura, en cambio, estaban en relación con la nueva cosecha. Para evitar que los espíritus nefastos del año anterior penetrasen en el siguiente, se descartaba toda la harina vieja y fermentada. Había que esperar entonces a que la nueva harina fermentara ella sola para utilizar la nueva levadura. La espera duraba unos siete días, los días de los ázimos, es decir, de los panes sin fermentar, por no haber levadura disponible.
Los autores del Antiguo Testamento purifican a los dos ritos de los ingredientes supersticiosos y les dan referencia histórica. Al declararse la epidemia que mató a los primogénitos de Egipto, era natural que los hebreos practicasen el rito protector de la sangre. El redactor Yahvista del Pentateuco inserta al antiguo rito en la fe monoteísta, explicando que el ángel era enviado de Dios y que los hebreos poseían un rito poderoso del que carecían los egipcios (Ex 12,21-24).
La semana de los panes ázimos se engarzó también con la salida de Egipto:
"El pueblo sacó de las artesas la masa sin fermentar, la envolvió en mantas y se la cargó al hombro..., cocieron la masa que habían sacado de Egipto haciendo hogazas de pan ázimo; no había fermentado porque los egipcios los echaban y no los dejaban detenerse" (Ex 12,34.39).
"Durante siete días comerás panes ázimos, porque saliste de Egipto apresuradamente; así recordarás toda tu vida tu salida de Egipto" (Dt 16,3).
Los ciclos naturales esclavizaban al hombre, haciéndolo estático, obligándolo a armonizarse con la naturaleza recurrente. Dios lo va liberando poco a poco, haciéndole comprender que es un ser en desarrollo, en camino, y que él lo guía. No quiere que conciba el mundo como un orden inmutable, sino que se acostumbre a lo imprevisible y gratuito, que sepa que Dios va y viene cuando y como quiere, y que ha de fiarse. Arquetipo de esta idea de Dios y de la vida fueron los años del desierto. Hay, sin duda, una armonía necesaria entre la tierra y lo celeste, pero no es la naturaleza repetidora el prototipo del designio de Dios; no hay que acomodar el cielo al ciclo de la tierra, sino al revés; sólo que arriba no hay ciclos, sino voluntad libre: "Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10).
El episodio de la torre de Babel simboliza la oposición de Dios a que el hombre se someta al universo. La totalidad cósmica, que en la cultura cananea se representaba por la colina y el árbol, contaminación idolátrica frecuente entre los hebreos (Jr 2,20; 3,6; 17,1-3), estaba más refinadamente figurada en Babilonia por la ziggurat o torre escalonada. El rey súbía la escalinata representando al dios Marduk, y en su palacio reinaba sobre un trono de siete gradas. Templo, altar y divinidad poseían una estructura análoga a palacio, trono y rey; la sociedad encarnaba la totalidad cósmica. Nace así el estado ontocrático, cuya organización toma por modelo el orden natural; el carácter divino que se atribuye a éste se transfunde al estado; religión y estructura social se identifican. El poder y la sociedad eran por fuerza conservadoras, pues su objetivo consistía en asgurar la continuidad y normalidad de los ritmos periódicos; esto es lo que se esperaba de los dioses.
La fijeza era el ideal. El orden del mundo, resultado de la lucha mítica entre los dioses y el caos, potencias del mismo rango, está siempre amenazado por el retorno de las fuerzas destructoras; los dioses velan poderosamente para que ese orden inestable se mantenga; el soberano, prole o representante de los dioses, rige con puño férreo para evitar todo atentando al equilibrio. El mal, anterior al hombre, que dividió y derramó sangre en la misma esfera divina y pertenece a la esencia del ser, no puede ser tenido a raya más que con un poder central y absoluto.
La concepción ontocrática es común, con diversos matices, a las cuatro grandes culturas euroasiáticas: Babilonia, Persia, India, China. Yahvé no la acepta. Según la narración de Gn 11, la humanidad entera se afanaba por construir la torre, pero Dios impide que se termine; era la torre que unía en una sola estructura tierra y cielo, que sometía el hombre a la esclavitud de la naturaleza, y Yahvé afirma que ni el hombre ni él están sometidos a ella ni la toman por modelo. Condunde las lenguas y lanza al hombre a correr su aventura.
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