El primer nivel de expresión es universal, basado en las características
comunes a todo hombre, es decir, en los rasgos físicos y psíquicos, de
anatomía y de inconsciente colectivo, que dan a la humanidad su aire de
familia.
Llamamos rasgos físicos y comunes a la estructura del cuerpo, que por ser la misma autoriza ademanes y acciones análogos: alzar o cruzar los brazos, juntar las manos, doblar las rodillas, empinarse, agacharse, postrarse; hablar, cantar, gritar; comer, beber, danzar, moverse, son acciones posibles a toda raza. El repertorio es vasto, aunque está limitado por la anatomía y la fisiología. Así en todos los pueblos encontramos danza y habla expresivas y posturas corporales de oración.
Lo psíquico, como ha establecido la escuela de Jung, posee también una estructura universal, bautizada por Jung "el inconsciente colectivo"; consiste en la trama de arquetipos comunes, que producen en los diversos pueblos mitos de sorprendente convergencia.
A este primer nivel, más que expresión propiamente dicha encontramos áreas de expresión que reciben forma en los niveles sucesivos. Es posible, además, que algunas acciones o gestos, más universales que las palabras, muestren un significado común en todas o la mayor parte de las culturas. Comer juntos, por ejemplo, vomo señal de amistad, inclinarse para indicar reverencia, danzar para manifestar alegría. La mayoría de las formas de expresión entran, sin embargo, en el nivel cultural.
El segundo nivel es cultural. Por nacer y educarnos en determinada cultura, adquirimos rasgos psicológicos que originan procederes constantes, pasando a ser una segunda naturalez. La expresión, en consecuencia, sale teñida del color del ambiente. A ningún europeo se le ocurrirá usar saliva como signo de bendición; y, sin embargo, un clérigo de Tanzania, colaborador en las traducciones bíblicas de su país, no encontró mejor modo de traspasar a su lengua el texto de Jeremías: "El Señor me escogió desde el seno de mi madre", que diciendo: "El Señor me signó con su saliva en el seno de mi madre." En África Central, permanecer sentado es signo de respeto; levantarse, en cambio, señal de beligerancia; pensemos lo que podía significar en esas latitudes ponerse en pie para escuchar el evangelio. Un occidental queda fácilmente sorprendido en la India al notar que a sus palabras, pronunciadas con intención de agradar, se corresponde sacudiendo la cabeza lateralmente; no debe indignarse: el gesto aparentemente contradictorio significa aprobación en aquel país.
El nivel cultural, sin embargo, no caracteriza la expresión hasta su detalle. Dentro de cada cultura existen grupos diferentes que constituyen un tercer nivel. Una asamblea festiva podrá estar integrada por gente instruida o ignorante, por jóvenes oviejos, por campesinos o habitantes de la ciudad. A nivel de grupo la expresión adquiere matices peculiares, haciéndose bulliciosa o tranquila, gesticulante o comedida o, traducida en instrumentos músicos, de guitarra o de órgano.
Los tres niveles son abstracciones del análisis: la realidad concreta es una e indivisible.
Llamamos rasgos físicos y comunes a la estructura del cuerpo, que por ser la misma autoriza ademanes y acciones análogos: alzar o cruzar los brazos, juntar las manos, doblar las rodillas, empinarse, agacharse, postrarse; hablar, cantar, gritar; comer, beber, danzar, moverse, son acciones posibles a toda raza. El repertorio es vasto, aunque está limitado por la anatomía y la fisiología. Así en todos los pueblos encontramos danza y habla expresivas y posturas corporales de oración.
Lo psíquico, como ha establecido la escuela de Jung, posee también una estructura universal, bautizada por Jung "el inconsciente colectivo"; consiste en la trama de arquetipos comunes, que producen en los diversos pueblos mitos de sorprendente convergencia.
A este primer nivel, más que expresión propiamente dicha encontramos áreas de expresión que reciben forma en los niveles sucesivos. Es posible, además, que algunas acciones o gestos, más universales que las palabras, muestren un significado común en todas o la mayor parte de las culturas. Comer juntos, por ejemplo, vomo señal de amistad, inclinarse para indicar reverencia, danzar para manifestar alegría. La mayoría de las formas de expresión entran, sin embargo, en el nivel cultural.
El segundo nivel es cultural. Por nacer y educarnos en determinada cultura, adquirimos rasgos psicológicos que originan procederes constantes, pasando a ser una segunda naturalez. La expresión, en consecuencia, sale teñida del color del ambiente. A ningún europeo se le ocurrirá usar saliva como signo de bendición; y, sin embargo, un clérigo de Tanzania, colaborador en las traducciones bíblicas de su país, no encontró mejor modo de traspasar a su lengua el texto de Jeremías: "El Señor me escogió desde el seno de mi madre", que diciendo: "El Señor me signó con su saliva en el seno de mi madre." En África Central, permanecer sentado es signo de respeto; levantarse, en cambio, señal de beligerancia; pensemos lo que podía significar en esas latitudes ponerse en pie para escuchar el evangelio. Un occidental queda fácilmente sorprendido en la India al notar que a sus palabras, pronunciadas con intención de agradar, se corresponde sacudiendo la cabeza lateralmente; no debe indignarse: el gesto aparentemente contradictorio significa aprobación en aquel país.
El nivel cultural, sin embargo, no caracteriza la expresión hasta su detalle. Dentro de cada cultura existen grupos diferentes que constituyen un tercer nivel. Una asamblea festiva podrá estar integrada por gente instruida o ignorante, por jóvenes oviejos, por campesinos o habitantes de la ciudad. A nivel de grupo la expresión adquiere matices peculiares, haciéndose bulliciosa o tranquila, gesticulante o comedida o, traducida en instrumentos músicos, de guitarra o de órgano.
Los tres niveles son abstracciones del análisis: la realidad concreta es una e indivisible.
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