Ninguno,
á mi parecer, por mediana instrucción que tenga, ignora cuanto podría
decirse sobre lo que abarca este título. Pero quien quiera, que este
sea, acuérdese, que no he tomado yo á mi cargo, tratar principalmente de
las cosas Eclesiásticas, ni tampoco hacer de muy severo crítico: antes
he procurado, cuanto me ha sido posible, huir el cuerpo, por ser esto,
como dice el Lyrico, periculosæ plenum opus aleæ; una obra llena de
mucha dificultad. Con efecto, como todo hombre Católico, y sólidamente
pío, deba tener por cosa cierta, y explorada, no solo que la Santísima
Virgen, ó ya sea en cuerpo, o ya sin él, fue subida sobre los Ángeles,
conforme habla S. Agustín, lo que ningún Católico duda ser cosa
perteneciente á la Fé; sino también, que subió á los Cielos su santísima
Alma juntamente con su cuerpo inmaculado (cuya sentencia parece ser el
sentido de la Iglesia Católica, aunque no está expresamente definido,
como advirtió bien el Cardenal Baronio) : Debiendo, digo, tener esto por
cierto todo hombre sabio, no hay para que detenerme mucho en aclarar
mas estas cosas, puesto que sólo hago el papel de quien únicamente
pretende instruir, y advertir á los Pintores.
Esto supuesto, me queda poco que decir, y advertir al Pintor, acerca
de las Pinturas, é Imágenes de este Misterio. Porque, el que pintando la
muerte de la Santísima Virgen, nos la representen echada en una cama, y
rodeada de Ángeles por todas partes; sin embargo de ser esta una cosa
muy frecuente, de suerte que no solo la vemos pintada, sino representada
aun mas al vivo, en las Imágenes mas grandes de escultura: con todo yo
nunca la aprobaré, ni aconsejaré á los pintores eruditos, que pinten así
á la Virgen, en cuadros, ó lienzos, por más que los colores estén
dispuestos con la mayor oportunidad. No que con esto pretenda yo refutar
la pía tradición (que llama antigua S. Damasceno) de que en el tiempo
de la gloriosa muerte de la Virgen (son sus mismas palabras) todos los
Santos Apóstoles, que andaban dispersos por el mundo, y que estaban
ocupados en la salvación de los hombres, levantándose en un instante por
el aire, se juntaron en Jerusalén, &c. Ni me mueve tampoco, el que
en esta pintura añadan los imperitos varias cosas, que ningún hombre
de juicio las aprobará jamás, como es, el que mojando S. Pedro el hisopo
en agua bendita (la que alguno, afectando demasiadamente el Gentilismo,
llamaría Lustral) esté rociando la cama de la Inmaculada Señora; y á
otros dos Apóstoles, que abierto el libro, están rezando las preces, del
mismo modo que á los que ahora mueren, se les rezan aquellas oraciones,
que llamamos Recomendación del alma, y otras cosas semejantes.
Digo, que no me muevo á esto, porque intente, cuanto está de mi parte,
desterrar la Pintura de la Sacratísima Virgen, cuando estaba ya para
morir una muerte preciosísima, por cuyo motivo la pintan echada en la
cama. ¿Pues cuál será la causa? Dirélo en pocas palabras. Este modo de
pintar, supone la opinión del vulgo, ó por mejor decir, sigue ciegamente
la imaginación, que sin hacer ningún examen de las cosas, se figura,
que la Santísima Virgen, ó por enfermedad, ó por vejez (que también es
enfermedad) acabó esta vida mortal. Esto es lo que yo tengo por falso.
Ni soy el primero, que lo digo: lo mismo han dicho antes que yo,
Teólogos de mucho nombre, y por todos puede verse el Doctor Eximio, que
sigue á S. Damasceno, y á otros. Antes es muy probable, que murió la
Soberana Reina, no en fuerza de alguna enfermedad, sino de ardentísimos
afectos, de una intensísima contemplación, y de amor, el cual es también
un deliquio, conforme á aquello: Quia amore langueo. Esto supuesto,
sería lo mejor pintarla arrodillada en tierra, fijos los ojos en el
Cielo, y extendidas las manos, antes que echada en la cama, como si
estuviera enferma. Ni este quiero que pase por pensamiento mío. Un pío, y
erudito Teólogo hablando sobre este punto, dice así: La Beatísima
Virgen estuvo tan lejos de sentir algún dolor en su muerte, como lo
había estado de toda corrupción. Fácilmente me persuado, que no estuvo
echada en la cama á la manera de los que están enfermos, y que acaban su
vida oprimidos por la enfermedad (dígolo con licencia de los Pintores, y
Escritores); antes por el contrario, debemos creer, que entregó su
espíritu al Señor, no en fuerza de alguna enfermedad, ó debilidad, sino
orando de rodillas con mucha reverencia, y levantadas las manos al
Cielo: el mismo modo que refiere S. Jerónimo haber muerto S. Pablo
primer Ermitaño
Como la Virgen hubiese entregado ya en manos de su Hijo su purísima, é
inocentísima alma; es cierto, y unánimemente recibido, y lo refieren
algunos Autores, que pueden verse en el pintor erudito, á quien tantas
veces hemos citado, que su cuerpo fué llevado, y puesto en el sepulcro
por manos de los Apóstoles, que lo envolvieron (según era costumbre) en
lienzos puros, y limpios, y que junto á él perseveraron por tres días,
percibiendo una armonía celestial en sus oídos, en que tenían ocupados
inefablemente todos sus ánimos. Y que por la virtud de Dios, resucitase
la Soberana Reina después de tres días, y que así resucitada, fuese
llevada sobre los Cielos, y Coros de los Ángeles; es una verdad, que
nadie podrá contradecir, si pía, y sobriamente quiere sentir con toda la
Iglesia. Pero (descendiendo á lo que es mas de mi intento) podría
representarse este triunfo de la Virgen, del modo que ya algunos lo han
practicado; á saber, pintando á la Sacratísima Virgen, y Madre de Dios,
adornada con ricos vestidos, y con un semblante hermosísimo (que de
ningún modo se le debe pintar con el semblante viejo; pues fuera de que
permaneció siempre Virgen intacta, ya estaba adornada, y revestida con
las dotes de la gloria) afianzada en el hombro de su amado Hijo,
conforme lo que leemos en los Cantares: ¿Quién es esta que sube del
desierto, abundando en delicias, y recostada sobre su amado? y
encaminándose á lo mas alto de los Cielos, rodeada por todas partes de
muchedumbre de Ángeles. Pero, por ser común, y frecuente, el pintarla
subiendo á los Cielos por mano de Ángeles (bien que no necesitaba de
este auxilio el cuerpo glorioso, y dotado ya de admirable agilidad), es
justo, que también se pinte así, y mas conforme á la piedad popular.
Subida ya á los Cielos, suelen representárnosla (y con razón)
hermosísima; pero muy modesta, juntas las manos ante el pecho, y
recibiendo una corona de oro en su cabeza de manos del Padre Eterno, y
de su Hijo, sobre los cuales se deja ver en la acostumbrada forma de
paloma, despidiendo rayos de luz por todas partes, aquel Espíritu
Divino, de quien había dicho el Ángel á la misma Virgen: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra . Elevada
ya de este modo, y subida á los Cielos, la pintan alguna vez junto al
Trono de Dios: esto es, á aquella Señora, de quien dice S. Gregorio el
Grande, ó cualquiera que sea el Autor de los Comentarios sobre los
Libros de los Reyes; que para llegar á concebir al Verbo Divino, erigió
la cumbre de sus méritos sobre todos los Coros de los Ángeles, hasta el
solio de la Divinidad.
Juan Interian de Ayala
Adaptado por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica
Tomado de "El Pintor Cristiano y erudito" 1782
Juan Interian de Ayala
Adaptado por José Gálvez Krüger para la Enciclopedia Católica
Tomado de "El Pintor Cristiano y erudito" 1782
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