viernes, 8 de mayo de 2015

TITO FLAVIO DOMICIANO

(TITO FLAVIO DOMICIANO).
Emperador romano y perseguidor de la Iglesia, hijo de Vespasiano y hermano menor y sucesor del emperador Tito; nació el 24 de octubre de 51 d.C., y reinó desde el 81 al 96. A pesar de sus vicios privados se mostró como reformador de la moral y la religión. Fue el primero de los emperadores en deificarse a sí mismo mientras vivía asumiendo el título de “Señor y Dios”. Tras la revuelta de Saturnino (93) organizó una serie de sangrientas proscripciones contra las familias ricas y nobles. Murió asesinado el 18 de septiembre de 96, en una conspiración contra él a la que se unió su esposa.
Cuando las Actas del reinado de Nerón fueron revocadas después de su muerte, se hizo una excepción en la persecución de los cristianos (Tertuliano, Ad Nat., I, 7). La revuelta judía echó sobre ellos nueva impopularidad y la subsiguiente destrucción de la Ciudad Santa les privó de la última protección que podía venirles por ser confundidos con los judíos. Así Domiciano en sus ataques al partido aristocrático no encontró dificultad alguna en condenarlos como si fueran cristianos. Observar prácticas judías ya no era legal; rechazar la religión nacional, sin la excusa de ser judío, era ateísmo. De una u otra manera, ya como judíos o como ateos, los cristianos estaban expuestos al castigo. Entre los más famosos mártires de esta segunda persecución estaban el primo de Domiciano, el cónsul Flavio Clemente y M. Acilio Glabrio, que también había sido cónsul. Flavia Domitila, esposa de Flavio, fue desterrada a Pandataria. Pero la persecución no se limitó a tales nobles víctimas. Vemos a muchos otros que sufrieron la muerte o la pérdida de sus bienes (Dio Cassius, LXVII, IV).
El libro del Apocalipsis fue escrito en medio de esta tormenta, cuando muchos de los cristianos habían ya perecido y muchos más les iban a seguir (San Ireneo, Adv. Hæres., V, XXX). Roma, “la gran Babilonia” “estaba ebria con la sangre de los santos y de los mártires de Jesús (Apoc. 17,5, 6; 2,10, 13; 6,11; 13,15; 20,4). Al parecer el participar en las fiestas en honor de la divinidad del tirano era la prueba para los cristianos orientales. Aquéllos que no adoraban la “imagen de la bestia” eran asesinados. El escritor une a su aguda denuncia de los perseguidores sus palabras de ánimo a los fieles profetizando la caída de la gran ramera “que emborracha a la tierra con el vino de su prostitución” y empapa su túnica en su sangre. La Epístola de San Clemente a los corintios también fue escrita por estos días; y en ella, aunque se habla de los terribles juicios de los cristianos, no encontramos las mismas denuncias de los perseguidores. La Iglesia Romana continuó leal al imperio y siguió orando a Dios para que Él dirigiera a los gobernantes y magistrados en el ejercicio del poder puesto en sus manos (Clem., Ep. ad Cor., c. LXI; cf. Rm. 13,1; 1 Pd. 2,13). Antes del fin de su reinado, Domiciano cesó las persecuciones. (Vea Persecución).

Bibliografía: EUSEBIO, H. E.., III, xvii sqq. in P.G., XX; IRENEO, Adv. Hæreses, V in P.G., VII; ALLARD, Hist. des Persécutions pendant les deux premiers siècles (Paris, 1892); Diez Conferencias sobre los Mártires (tr. Londres, 1907); Le Christianisme et l'Empire Romain (Paris, 1898).
Fuente: Scannell, Thomas. "Domitian." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05114b.htm>.
Traducido por Pedro Royo. L H M.

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