El profeta Isaías
habla de los tiempos mesiánicos, plenos de felicidad, porque entonces se
celebrará un gran banquete, con exquisitas comidas y bebidas (Is 25,6). Y, en
efecto, en los tiempos mesiánicos seguía recordándose esta profecía (Lc
14,15-16; cf. Mt 8,11-14). El mismo Jesucristo utiliza también esta metáfora
para ilustrar la naturaleza del reino que viene a establecer (Mt 22, 22,1-14; Lc
14,16-24). El banquete final de su vida, la última cena, está en relación
directa con el banquete escatológico en el reino celeste (Mt 26,29; Lc 22,15),
banquete en el que participarán los apóstoles en sitios de honor en calidad de
jefes de la comunidad (Lc 22,29-30). La primitiva Iglesia consideraba a la
Eucaristía como un banquete (Act 2,24-46; 1 Cor 11,17-34).
Se invitaba a los
banquetes por medio de los criados, delegados especiales para tal menester (Mt
22,3); en el banquete, que solía celebrarse con música y baile (Mt 14,6), se
ocupaban los puestos según la dignidad y la categoría de cada comensal (Lc
14,8). Más que a los ricos, a los amigos y a los familiares, sería mejor invitar
a los pobres y a los minusválidos, con el fin de ganarse una buena recompensa
para la otra vida (Lc 14,12-14). ->
Comida; eucaristía.
E. M.
N.
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