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I. INTRODUCCIÓN. Como cualquier otro concepto que alude a
algo directamente relacionado con las acciones del ser humano, la belleza debe
ser entendida siempre en el marco de un determinado contexto social, en el que
tiene sentido y forma parte de las diversas relaciones sociales establecidas
entre las personas, incluidas las relaciones de dominación. Es más, el uso y
delimitación de lo que en cada caso se entiende por belleza desempeña un papel
muy importante en las relaciones de dominación: los poderosos se han preocupado
siempre de subvencionar y controlar la producción de belleza, convirtiéndola en
un instrumento más al servicio directo de su perpetuación en el poder y de su
distinción como clase privilegiada. No es posible, sin embargo, profundizar aquí
en el carácter socialmente mediado de la belleza. Si vamos más allá de lo que
acabamos de mencionar, podremos aproximarnos a lo que entendemos por belleza.
Aludimos, en primer lugar, a una experiencia que se presenta en todas las
culturas. Es más, podemos considerar que esa experiencia de lo que es sumamente
placentero, de la belleza como una abstracción, es un universal cultural; y, al
mismo tiempo, que la delimitación de la belleza tiene siempre pretensiones de
universalidad. Incluso se puede decir que más allá de las modas, que van
cambiando en diferentes épocas dentro de un mismo marco cultural, y más allá de
las divergencias que se dan entre culturas, dado que cada una posee unos códigos
de creación e interpretación diferentes, se puede encontrar una cierta
convergencia transcultural en determinados estándares de belleza. Una última
consideración previa nos recuerda que, si bien es en el arte, como actividad
específicamente humana, donde se da una preocupación explícita por la producción
de la belleza, algo que ya señaló Aristóteles, no es conveniente establecer una
identidad entre la belleza y el arte. En primer lugar, porque con mucha
frecuencia el arte, y en especial el arte contemporáneo, ha pretendido hacer
algo que no guarda una relación estricta con la belleza; en algunos momentos la
producción de la fealdad, por no decir ya de lo extraño o sorprendente, se
convierte en objetivo prioritario de una obra de arte. En segundo lugar, porque
dejaríamos fuera la rica experiencia estética que se produce en la contemplación
de la belleza en la naturaleza: hay, por tanto, cosas que no son producidas por
el ser humano, pero que este considera indiscutiblemente bellas. Ahora bien,
aquí hablamos de la belleza y no del arte.
II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA. Los tratados de ->estética
suelen abordar el concepto de belleza desde dos ópticas diferentes. Por un lado
se trata de describir cuáles son las características que poseen determinados
objetos que nos llevan a reconocerlos como bellos. Aunque pueden darse algunas
divergencias, siguen gozando de especial consideración las que ya fueron
definidas en el mundo clásico griego y recogidas por Platón: orden, medida,
proporción, equilibrio, luminosidad... Lo importante, en todo caso, radica en el
hecho de que se sitúa el análisis de la belleza en las cosas que consideramos
bellas; y desde luego son muy variadas las definiciones, tantas que en algún
momento se ha propuesto renunciar a un análisis del concepto de belleza. Por
otra parte, a partir del siglo XVII se comienza a conceder una
importancia considerable al gusto cuando se trata de hablar de la belleza. Lo
importante no son ya las características del objeto, sino más bien el efecto que
la contemplación de ese objeto produce en nosotros. Se retoma algo que ya estaba
presente entre los griegos; la ->contemplación de la belleza es sumamente
placentera, provoca en nosotros un estado de gozo y sosiego que no se alcanza en
otras experiencias. De ahí se pasa a afirmar que son bellos aquellos objetos que
producen en nosotros el placer, independientemente de que luego un análisis de
esos objetos nos ayude a detectar las mismas características que antes
mencionábamos. Siguiendo la línea de reflexión iniciada por Hutcheson,
Shaftesbury y Hume, la belleza se estudia desde una perspectiva psicológica y
epistemológica, procurando desvelar los procesos mentales que acompañan a la
percepción del placer estético. Esta distinción entre la belleza como
característica de los objetos, y la belleza como algo relacionado con la
sensación de placer no prejuzga en ningún momento la otra distinción básica: la
belleza como algo objetivo, independiente de nosotros, y la belleza como
producto de una convención arbitraria de los seres humanos. Podemos decir que la
belleza es una característica de los objetos, y, a la vez, mantener una posición
relativista o subjetivista, en la medida en que consideramos que esas
características dependen del contexto social o incluso de opciones individuales,
que se resisten a cualquier intento de elaborar unos criterios objetivos.
Igualmente, podemos defender que la belleza es una sensación o una emoción que
aparece en nosotros ante la contemplación de determinados objetos y, al mismo
tiempo, mantener que ese gusto estético es universal, propio de la ->naturaleza
humana, y susceptible de una educación y de ser valorado de acuerdo con unos
criterios que nos permiten distinguir entre buen y mal gusto.
Un análisis riguroso del concepto de belleza debe hacerse
cargo de ambas contraposiciones, si no quiere dejar fuera gran parte del ámbito
de la realidad afectado por la belleza. Hay, sin duda, algunas características
recurrentes en los objetos que consideramos bellos, y ya he tenido ocasión de
aludir a ellas. Cualquier artista, sea cual sea el campo en el que trabaja,
puede conocer con cierta facilidad unas reglas elementales de composición, que
debe tener en cuenta si quiere que la obra producida muestre un cierto grado de
belleza. Ahora bien, la belleza es también el resultado de un determinado
->sentimiento o afecto, lo que concede una especial importancia a la educación
de los sentimientos y del gusto, si no queremos que nuestra capacidad de
percepción estética quede seriamente disminuida. Será imposible percibir la
belleza que nos rodea si no hemos educado nuestra capacidad de observar el
mundo, del mismo modo que nos aburriremos hasta el sopor contemplando una bella
obra de arte, si no realizamos el necesario esfuerzo de interpretación y
comprensión que depende de unas determinadas capacidades cognitivas y afectivas.
Al mismo tiempo, la belleza es algo que nos sale al encuentro, algo que se nos
impone con una fuerza tal, que nos obliga a un reconocimiento y provoca en
nosotros un profundo sentimiento de placer. La belleza en la naturaleza, es un
ejemplo de esta independencia de la acción humana. Pero esto no es todo; la
percepción de la belleza es algo específicamente humano, de tal manera, que el
momento de la subjetividad es inseparable de la definición de la belleza.
Incluso si hablamos de la belleza de la naturaleza, hace falta un progresivo
esfuerzo del ser humano para ir desvelando esa belleza que, en principio,
permanece oculta. Basta leer lo que decían los viajeros del s. XVIII cuando
contemplaban los Alpes, para darse cuenta de que sólo el creciente trabajo de
comprensión de lo que nos rodea ha permitido descubrir la belleza de la
naturaleza existente en esas montañas. Si pasamos a considerar la belleza como
resultado de una obra de arte, el momento de la subjetividad se impone con total
claridad: son. los propios seres humanos los que realizan un considerable
esfuerzo por sacar a la luz la belleza que potencialmente está escondida en la
realidad, algo que bien analizó Heidegger. Quizás en ningún otro ámbito se
recojan mejor los dos momentos de la belleza que en el propio ser humano y en su
esfuerzo por hacer de sí mismo un ser bello.
Varias son las características que permiten definir la
belleza y paso a llamar la atención sobre las que consideramos más
significativas.
1. Siguiendo una doctrina clásica, la belleza debe ser
considerada como uno de los trascendentales del ->ser Toda realidad es
una, es verdadera, es buena y es bella; es cierto que no se da una absoluta
conversión entre los diferentes trascendentales, y que es posible encontrarlos
de forma separada y en diferentes niveles de interrelación. No obstante,
desvincular la belleza de los otros trascendentales lleva a una depreciación de
la misma, a un esteticismo diletante que termina siendo autodestructivo. En la
producción y contemplación de la belleza, las personas avanzamos un paso más en
la búsqueda y donación de sentido que debe guiar nuestra existencia en el mundo.
Tolstoi fue contundente en la necesaria vinculación de la belleza al marco
global del sentido, entendido en su caso como experiencia religiosa; pero del
mismo modo debemos entender la propuesta kantiana, pues Kant corona el enorme
esfuerzo desplegado en la crítica de la razón pura y de la razón práctica con
una crítica del juicio que amplía las posibilidades de autorrealización del ser
humano en el ámbito de la creación estética.
2. La belleza tiene que ver fundamentalmente con la forma.
El ámbito de la belleza no es el ámbito de las verdades declarativas, ni algo
que podamos expresar. De hecho, y estas mismas reflexiones son una buena prueba
de ello, el gran problema de la crítica artística consiste en que es difícil
hablar de la belleza, aunque no lo es tanto percibirla. En cualquier producción
humana, la belleza tiene que ver con unas determinadas características que
afectan a la forma en que esa producción se presenta. La disposición de los
objetos, las relaciones que se establecen entre las partes y el todo, el
equilibrio armónico entre los diferentes elementos, estas y otras
características son las que definen la belleza de un objeto.
3. Aunque habitualmente se suele vincular la belleza al
libre juego desinteresado y, por
tanto, se insiste en que la belleza es algo que va más allá de las
consideraciones meramente utilitarias, esto es una visión reduccionista
del tema. El ámbito de la belleza está abierto, sin duda, a un libre juego de la
creatividad humana. También es cierto que nada añade a la utilidad inmediata de
un objeto el hecho de que, además, sea bello. Sin embargo, desde los orígenes
más remotos, los seres humanos se han esforzado por dotar a todas sus
producciones, incluidas las más simples y cotidianas, de ese plus de belleza,
conscientes de que, desprovistos de belleza, los objetos terminan perdiendo su
utilidad en un proyecto global de vida dotada de sentido.
4. La belleza tiene
un carácter simbólico. Siendo siempre algo particular y concreto, remite
a una totalidad, a una plenitud de sentido. Ante la presencia de algo bello, nos
vemos embarcados en una actividad constante de comprensión, en la medida en que
siempre hay en ese objeto algo que se nos manifiesta, pero también algo que
permanece oculto; lo que hace posible que podamos contemplarlo una y otra vez
sin agotar sus posibilidades expresivas. Es posible aplicar a todo objeto bello
el concepto de aura que Benjamin aplicaba a las obras de arte; o
mantener, como hace Heidegger y después Gadamer, que una obra de arte es un
acontecimiento en el que la verdad llega a ser algo que se mantiene por sí mismo
y que no puede agotarse en una comprensión única, exigiendo aceptar el círculo
hermenéutico de la comprensión e interpretación inacabables.
5. La percepción de la belleza
supone una ruptura en la percepción de la temporalidad y la fugacidad. Al
contemplar un objeto bello, parece como si la temporalidad se suspendiera, como
si dejaran de pasar los momentos e irrumpiera en nuestra vida un fragmento de la
eternidad, o de la plenitud del sentido. Es por eso por lo que la belleza puede
ser considerada como la coronación de los esfuerzos del ser humano por alcanzar
una vida dotada de sentido, por realizar su propia identidad personal,
consumando la relación entre la verdad y la bondad que, junto, con la belleza,
constituyen el fondo de su ser y de su relación con el mundo. Resuenan en esta
última consideración el ideal griego de la bondad y la belleza, como
también el esplendor de la forma, con el que los pensadores cristianos
medievales se referían a la belleza para destacar en ella el momento de
perfección que la acompaña: un ser es bello cuando ha desplegado la plenitud de
las posibilidades a las que está llamado. Y también podemos entender en este
sentido la gran aportación estética de Nietzsche.
En definitiva,
puede uno optar por el ideal romántico de Schiller, que veía en la belleza el
objetivo fundamental de la educación del ser humano; puede igualmente optar por
las propuestas de Marcuse, quien también descubría en la belleza las
aspiraciones de plenitud y reconciliación que animan a los seres humanos; o
puede uno coronar su reflexión sobre la belleza con las aportaciones de von
Balthasar acerca de la gloria de ,Dios, a la que apunta toda la creación. En
todo caso, al aproximarnos a la belleza, estamos aproximándonos al ámbito en el
que los seres humanos podemos dar lo mejor de nosotros mismos.
VER:
Bien y bien común, Deseo, Estética, Hedonismo, Mirada y tacto, Ser, Verdad.
BIBL.: ÁLVAREZ
L., La estética del rey Midas. Arte, sociedad y poder, Península,
Barcelona 1992; BENJAMIN W., Discursos interrumpidos 1, Taurus, Madrid
1973; GADAMER H. G., La actualidad de lo bello, Paidós/U.A.B., Barcelona
1991; MARCUSE H., Eros y civilización, Seix Barral, Barcelona 1976;
SCHILLER F., Kallias: cartas sobre la educación estética del hombre,
Anthropos/M.E.C., Barcelona 1990; TOLSTOI L., ¿Qué es el arte?,
Península, Barcelona 1992.
F García Moriyón
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