Punto de llegada o de partida
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El papa Juan XXIII inauguró el concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962, con asistencia de 2 860 padres conciliares procedentes de 141 países. Estuvieron también presentes 101 representantes de otras Iglesias no católicas en calidad de observadores.
En la etapa preparatoria se habían enviado consultas al episcopado solicitando su opinión sobre los temas que se deberían estudiar. Se recibieron cerca de 2 000 sugerencias, que varias comisiones romanas se encargaron de agrupar por materias y de organizar en esquemas que luego serían sometidos al examen de los padres conciliares.
Ya desde el primer momento se percibieron entre los asistentes dos corrientes enfrentadas: la de los adictos a las doctrinas y actitudes tradicionales, dispuestos a secundar las posiciones de la curia romana, y la de los renovadores, deseosos de buscar soluciones nuevas para los nuevos problemas. El primer asalto concluyó con la victoria de estos últimos, que rechazaron un esquema presentado desde el punto de vista de la curia. El episodio revelaba claramente que los padres conciliares no se limitarían a otorgar su asentimiento a los documentos que les fueran presentando. Se anunciaban vivas discusiones. Por lo demás, no hacía sino repetirse la situación vivida ya en todos los concilios anteriores.
Desarrollo del concilio
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Doctrina conciliar
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Se aprobaron también nueve decretos, más orientados a cuestiones y soluciones prácticas, sobre el ministerio pastoral de los obispos, el ministerio y vida de los presbíteros, la formación sacerdotal, la adecuada renovación de la vida religiosa, el apostolado de los seglares, las Iglesias orientales católicas, la actividad misionera de la Iglesia, el ecumenismo y los medios de comunicación social.
Hubo, finalmente, tres declaraciones que enunciaban los puntos de vista y la actitud de la Iglesia sobre la libertad religiosa, la educación cristiana de la juventud y las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.
A pesar de la expectación que los temas del celibato sacerdotal y del acceso de las mujeres al sacerdocio suscitaban en amplios sectores de la opinión pública, no se abordaron en el concilio por indicación expresa de los dos papas que lo presidieron.
Al convocar el concilio, Juan XXIII se había propuesto como meta poner al día (aggiornare) la Iglesia. Finalizada la gran asamblea, el papa Pablo VI declaraba que se había impuesto una "nueva psicología en la Iglesia". Se había alcanzado el objetivo.
La "nueva" teología del concilio Vaticano II
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Hubo un aspecto en que estuvieron de acuerdo, ya de entrada, todos los asistentes: se renunciaba al antiguo esquema de formular verdades dogmáticas y, a continuación, lanzar el anatema contra quienes no las aceptaran. No habría condenas ni excomuniones. Se buscaría una exposición de los temas en clave positiva. Emergía ya aquí una señal de los nuevos tiempos.
De las innumerables enseñanzas aportadas en los 16 documentos conciliares pueden reseñarse como más novedosas (por ser también las más conflictivas) las siguientes:
Naturaleza y misión de la Iglesia
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En cuanto sacramento, la Iglesia es, a través de todas sus actividades, el instrumento visible de la salvación invisible. Es la manifestación concreta y la realización histórica del designio salvífico de Dios llevado a cabo en Jesucristo. Esta cualidad de sacramento la convierte, según la teología católica, en medio o instrumento a través del cual Dios comunica su gracia a los hombres, es decir, los salva. Quedaban así superadas las fórmulas excesivamente jerárquicas y jurídicas.
De este mismo concepto de sacramento se deduce que la Iglesia tiene una función esencialmente misionera, está abierta a todos los hombres de todas las razas y culturas, a los que ha de hacer llegar la llamada y la invitación del Evangelio. Su mensaje tiene como destinatarios -y, por consiguiente, como interlocutores- no sólo a los católicos, sino a todos los cristianos, los no cristianos y los ateos. Pero a la vez el concilio se cuida también de precisar el alcance del antiguo axioma: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", surgido en otro tiempo y en otro contexto. También quienes desconocen el evangelio de Cristo y no admiten a la Iglesia pueden conseguir la salvación eterna, si buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan por cumplir los deberes que les dicta su conciencia. Dios no está sujeto a la Iglesia. La Iglesia es simplemente un instrumento en el plan salvífico de Dios.
El Colegio Episcopal
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La libertad religiosa
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A la hora de formular su doctrina, los padres conciliares tenían plena conciencia de que se estaban dirigiendo a un nuevo tipo de hombre, en el contexto de una cultura y una sociedad nuevas. "Los hombres de nuestro tiempo tienen más clara conciencia de la dignidad de la persona humana y exigen que el hombre, en sus actuaciones, goce y use de su propio criterio y libertad responsable, no bajo coacción" (Declaración sobre la libertad religiosa, n.º 1). Esta postura contaba con un sólido argumento dogmático a su favor. La Iglesia ha proclamado siempre que la aceptación de la fe es un acto libre que a nadie le puede ser impuesto. Sin libertad, la aceptación es nula. Pero se trata siempre de una libertad responsable. Al reconocerle al hombre la libertad de religión, el concilio no le exonera de su responsabilidad. Le incumbe el deber de indagar antes de elegir. No puede éticamente elegir lo que le plazca, sino lo que juzgue verdadero. Así lo entiende ya con toda claridad el subtítulo de la "Declaración": "El derecho de la persona y de las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa". Lo que el concilio se propone es situar la libertad humana, también en el ámbito de la religión, fuera del alcance de las imposiciones y las coacciones de los poderes políticos, económicos o ideológicos de cualquier signo.
Hacia la reunificación de las Iglesias cristianas
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Cristo ha querido y fundado una sola Iglesia. Por tanto, las escisiones son contrarias a su voluntad y tienden a restar credibilidad a su mensaje como enviado de Dios. A pesar de ello, las divisiones han sido un fenómeno permanente en la historia de la Iglesia desde sus primeros días. Ya en el siglo V se registró la presencia de numerosas Iglesias (monofisita, apostólica armenia, ortodoxa etíope, siria de Oriente, siria de Malabar -cristianos de Santo Tomás-, patriarcado sirio de Alejandría). Pero fueron sobre todo el cisma de Oriente (1054) y la separación de las Iglesias de la Reforma (a partir del año 1520) las que introdujeron una enorme fractura en la cristiandad, escindida, hasta el día de hoy, en tres grandes bloques. A pesar de la enorme gravedad del problema y de su evidente contradicción con los designios de Jesús, hasta fechas relativamente recientes las autoridades jerárquicas de los diferentes grupos no contemplaban entre sus prioridades el restablecimiento de la unidad. Por supuesto, en el plano teórico nunca se renunció a ella. Pero cada Iglesia entendía la reunificación en términos poco menos que de rendición del adversario, de conversión y renuncia a las ideas "erróneas" de los otros, sin ceder ni un palmo en las posiciones propias, consideradas irrenunciables. Tampoco los teólogos consideraban que su labor consistiera en explorar posibles vías de armonización entre las opiniones contrapuestas. Tendían, más bien, a subrayar los errores y las desviaciones de los contrarios, deformándolas a veces, en el ardor de la polémica, hasta límites caricaturescos, y presentando como obstáculos insalvables para el restablecimiento de la unidad diferencias sin importancia en el campo de la liturgia o del calendario eclesiástico. Fue la época de los desencuentros, las controversias, las persecuciones y las guerras de religión.
Fue en el espacio protestante, en el que la fragmentación había alcanzado mayores cotas, donde surgieron las primeras tentativas de reunificación. En 1846 se fundaba la Alianza Evangélica Universal y, en 1855, la Alianza Universal de Uniones Cristianas de Jóvenes. El movimiento recibió un fuerte impulso en 1910, cuando, con ocasión de la celebración de una Conferencia Universal de las Misiones, en Edimburgo, las jóvenes Iglesias de África y Asia, ajenas a los conflictos que habían enfrentado en el pasado a las Iglesias europeas y americanas, solicitaron que se pusiera fin al triste espectáculo de las luchas entre los misioneros de las distintas confesiones. Reclamaron que, por encima de las divisiones, se anunciara en los países de misión un mensaje con un denominador común.
El Consejo Ecuménico de las Iglesias
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El CEI no tiene autoridad sobre las Iglesias que lo componen. Es más bien un lugar de encuentro y de intercambio de opiniones. Sus decisiones no son obligatorias, aunque en la práctica ejercen una profunda influencia sobre sus miembros. El Consejo se autodefine como una "unión fraterna de Iglesias que confiesan a Jesucristo como Dios y salvador según las Escrituras e intentan dar una respuesta conjunta a su común vocación, para la gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo".
El ecumenismo católico
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No se ha avanzado tanto como las esperanzas iniciales prometían, pero tal vez se haya conseguido algo importante: también aquí se ha instalado un nuevo clima de mutua comprensión y respeto. Los desconocimientos y enfrentamientos de antaño han cedido el puesto a los encuentros fraternos de los papas con las máximas jerarquías ortodoxas y reformistas en ambientes de cordialidad. Las actitudes de rechazo y condena se transforman ahora en peticiones de perdón por los errores propios.
La Iglesia cristiana, una historia de dogmas y divisiones
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49
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Siglo IV
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Concilio de Nicea (año 325). Se acepta el Credo, también llamado Símbolo de los apóstoles
Concilio de Constantinopla (año 381), convocado por Dámaso I para combatir las numerosas herejías que seguían proliferando en Oriente
1215
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1274
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1378-1417
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1414
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Siglo XVI
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Concilio de Trento (1545-1563), contra la Reforma impulsada por el protestantismo
1869-1870
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1965-1968
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