por Robert P. Maloney
Superior General
Pocos han oído hablar de Barbe Avrillot, y no muchos conocen el nombre
Madame Acarie, como fue conocida posteriormente. Pero en París, al
principio del siglo XVII, era una mujer conocida en amplios círculos y
ocupaba el centro mismo de un importante renacimiento espiritual. Sus
admiradores la llamaban “la bella Acarie” en razón de su hermosura
física de un cutis delicado, cabellos color castaño y unos llamativos
ojos de color verde. Ese nombre la ha acompañado a lo largo de los
siglos, y es el título de una de sus mejores biografías.
Henri Bremond, el conocido historiador de la espiritualidad francesa, la
considera como la figura religiosa más importante entre los años 1590 y
1620. “¿Cómo puede
ser eso?” me pregunté a mí mismo cuando leí a Bremond, “¿más importante
que Francisco de Sales, cuyos libros no sólo eran famosos en su tiempo,
sino que son obras clásicas hasta el día de hoy? ¿o que Pierre Bérulle,
el 'fundador' de la escuela francesa de espiritualidad? ¿o bien que
Benito de Canfield, 'el maestro de maestros '?”
Responde Bremond: “No se exagera al decir que de todas las luminarias
espirituales que brillaron en el reino de Enrique IV, ninguna brilló con
tanta luz y con tanta intensidad como la del Hôtel Acarie”. Esta mujer
extraordinaria, madre de seis hijos, escribió muy poco y además entregó a
las llamas la mayor parte de ello como cosa de poco valor, pero ejerció
una enorme influencia personal durante su vida. Ella tuvo la iniciativa
para
introducir en Francia a las carmelitas de santa Teresa; a su muerte las
carmelitas habían fundado 17 conventos. Animó con fuerza la expansión
de las ursulinas; la reforma de abadías benedictinas debió mucho a sus
esfuerzos. Pero sobre todo, ella conoció, animó y dirigió a casi todas
las figuras religiosas importantes de su tiempo. Entre sus mejores
admiradores encontramos a Benito de Canfield, Pierre de Bérulle, André
Duval, Miguel de Marillac y Francisco de Sales.
En 1971 fue beatificada como María de la Encarnación, nombre que tomó
cuando ingresó en el Carmelo en los últimos años de su vida. Hoy apenas
se le recuerda. Escribo este ensayo para intentar reavivar su memoria
entre los miembros de la familia de Vicente de Paúl. Éste la conoció y
la admiraba, y también lo hizo Luisa de Marillac, cuyo tío fue uno de
los mayores devotos de Madame Acarie.
El amigo y consejero de Vicente de Paúl, André Duval, fue su primer
biógrafo. “Ella tenía el no pequeño don”, escribe Duval, “de impresionar
profundamente a las almas”. La biografía de Duval tuvo siete ediciones
en los seis años posteriores a la muerte de Madame Acarie, y pronto se
esparció por Europa.
LOS PRIMEROS AÑOS
Barbe Avrillot nació en París el 1 de febrero de 1566. Su padre, Nicolas
Avrillot, fue canciller de la reina Margarita de Navarra y encargado de
finanzas de la Chambre de París.Su madre, también de buena
familia parisina, era Marie Luillier, que parece haber sido una mujer de
carácter áspero, incluso a veces violento. La familia era muy católica,
muy adicta a la monarquía, y muy rica. De niña, Barbe se familiarizó
más que con nadie con una tía suya, religiosa en la abadía de
Longchamps, en Mont Velérien, a donde su madre la envió para que se
educara. En los estudios Barbe se mostró vivaz e inteligente; pronto
expresó su deseo de profesar como religiosa en el Hôtel Dieu de París.
Pero su madre se opuso. Marie Luillier estaba decidida a que su único
retoño contrajera matrimonio de grado o por fuerza. Y así, a los
dieciséis años y medio, el 24 de agosto de 1582, Barbe casó con Pierre
Acarie, a quien Bremond describe como uno de esos maridos que son
“impetuosos, amenazadores, indolentes, pesados, que pasan con una
facilidad desconcertante de la carcajada ruidosa a la ira; son a la vez
el encanto y el terror de los que les rodean...”. Igual que su suegro,
Pierre se vio envuelto en las tramas de la Liga y en la conspiración
contra el rey, y sufrió por ello destierro después del triunfo de
Enrique IV.
Barbe llegó a ser una mujer muy conocida y estimada en la sociedad
parisina a pesar de la caída en desgracia de su marido. Tuvo tres hijos y
tres hijas a los que educó con mucha solicitud y mucho amor. Era una
administradora cuidadosa y competente de su amplio patrimonio familiar,
experta en el manejo del dinero. Esta cualidad resultó ser muy útil
cuando la familia pasó por malos tiempos a causa del destierro de su
padre y de su marido. Mientras criaba a sus hijos, administraba los
asuntos familiares, se relacionaba con la sociedad de París, y se
enfrentaba a la crisis creada por las intrigas de padre y marido, seguía
siendo una mujer de oración diaria y de una vida interior profunda y
muy rica.
Durante la ausencia de Pierre la gente de las altas clases sociales de
París se hacía lenguas de su capacidad en administrar sus asuntos. Hasta
Enrique IV, que había desterrado a su marido, y la reina María de
Médicis se contaban entre los admiradores de Barbe. Con el tiempo, Barbe
supo usar su influencia ante el rey para conseguir de éste el que
Pierre volviera a casa después de dieciocho meses de destierro.
LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS MÍSTICAS
Así narran sus biógrafos el comienzo de las experiencias místicas de
Barbe. Pierre encontró un buen día a Barbe enfrascada en la lectura de
una novela; se lo reprochó y le dio un buen montón de libros religiosos
que su propio confesor le había recomendado. Este mismo confesor,
Monsieur Roussel, señaló a Barbe una frase en uno de los libros: “Aquel a
quien Dios no basta es una persona demasiado ambiciosa”. Estas palabras
le impactaron como un rayo. A partir de ahí, Barbe pareció poseer un
corazón nuevo y una nueva visión de la vida.
Alrededor de 1588, con veintidós años de edad y tres hijos, Barbe tuvo
el primero de sus muchos éxtasis, experiencias que le parecían muy
extrañas. Poco le pudieron ayudar su confesor y sus consejeros. Por todo
ello no sabía qué pensar de los continuos éxtasis que, por así decirlo,
tenía que “padecer”. En medio de todo este tiempo de desconcierto tuvo
otros tres hijos.
Sus experiencias eran a veces muy raras. Por ejemplo, una mañana de
domingo fue a su parroquia a oír misa. Al atardecer aún no había vuelto a
casa. Con la llegada de la noche unos conocidos le encontraron en la
iglesia en pleno éxtasis. Al volver en sí, preguntó si ya había
terminado la misa. Tales éxtasis iban acompañados de ordinario por
sufrimientos agudos, y tiempo después por estigmas muy visibles, que
ella se las arreglaba en mantener ocultos. Al ver su suegra el estado en
que se hallaba Barbe, llamó a los médicos, quienes la sangraban
oportunamente, pero sin resultado alguno. Por fin se consultó a Benito
de Canfield, la mayor autoridad del día en cuestiones místicas. Éste
aseguró a Barbe que sus experiencias procedían de Dios, y que debía
permitir sin ningún temor que Dios obrara en ella.
Su desconcertado esposo dio a Barbe aún más libros sobre la vida
mística, pero ella mostraba por ellos muy poco interés. De hecho
intentaba evitar los éxtasis y ocultarlos a la vista de los demás. Igual
que muchos de sus consejeros, ella consideraba las experiencias
místicas como marginales a la verdadera santidad, y tendía a mirar con
escepticismo ese tipo de fenómenos en ella misma y en los demás (como
dice Duval: “Ella intentaba evitarlos con más determinación que otros
ponen en buscarlos o en producirlos”).
A veces Barbe caía en éxtasis mientras rezaba el rosario con sus hijos,
al mirar a un crucifijo, mientras leía un libro e incluso estando en
conversación. Parece que sus hijos se acostumbraron a todo esto. Años
después, estando ya en el convento carmelita con sus hijas, éstas solían
hacerle bromas sobre las “pausas” que sus éxtasis causaban en la vida
familiar.
LA VIDA DE FAMILIA
Mientras Barbe tenía estas experiencias de Dios, ella seguía criando su
familia, manteniendo sus obligaciones sociales, y aun participaba en
importantes actividades religiosas tales como la introducción de las
carmelitas en Francia.
La vida de familia no era ciertamente fácil. André Duval, que es más
tolerante con el marido que otros varios escritores, describe de esta
manera la situación de Barbe en su propia casa: “Como Monsieur Acarie no
se quería molestar por los asuntos de la familia, ella llevaba el peso
de la casa, no sólo de los mil asuntos de cada día sino de todo lo que
se refería a los hijos y a las hijas, y a los numerosos sirvientes y
sirvientas”. En los años de su participación en la Liga, Pierre gastó
una gran fortuna. Con habilidad su esposa se las arregló para mantener
la casa, satisfacer a los acreedores, y pagar el rescate de su esposo
capturado por una banda de ladrones. Duval cuenta cómo una vez, estando a
la mesa, vinieron los alguaciles y se llevaron todo lo que había en
casa, incluyendo el plato en que comía.
El sufrimiento físico entró también en su vida durante este tiempo. Al
volver de una visita a su marido durante el destierro de éste, Barbe se
cayó del caballo, se trabó el pie en uno de los estribos, fue arrastrada
por un buen trecho, y se rompió la cadera. El médico la arregló mal, y
tuvieron que rompérsela otra vez. Al año siguiente se fracturó el muslo
al resbalar en la escalera de la escuela en que estudiaba el mayor de
sus hijos. Al poco de recuperarse se cayó otra vez al salir de la
parroquia de Ivry, y se rompió el muslo por segunda vez. Quedó coja para
el resto de su vida. A pesar de todo ello, permaneció increíblemente
activa, aun teniendo que usar un bastón y no siendo capaz de estar de
pie por tiempo prolongado.
Tenemos información muy fidedigna sobre su modo de educar a sus hijos,
pues las tres hijas proporcionaron a Duval sus recuerdos familiares
cuando éste preparaba la biografía de Barbe. Dieron también testimonio
ante los comisarios durante el proceso de beatificación de su madre; de
hecho fue su hijo Pierre quien primero promovió la causa en 1622. Los
hijos afirman que la madre era una interlocutora que escuchaba con mucha
paciencia y que les animaba a hablar. Sentían también que “penetraba
hasta el fondo de sus almas con una simple mirada”. Amaba la verdad, y
por eso reaccionaba con fuerza cuando sus hijos mentían. “Aunque fuerais
tan altas como las vigas del, techo,” dijo una vez a sus hijas (ella
misma era más bien baja de estatura), “contrataría mujeres para
castigaros antes de dejar sin castigo una sola mentira”. Perseguía en
sus hijos toda vanidad, y cuidaba mucho de que trataran a los sirvientes
con afecto y con humildad. Dice la hija mayor: “Era muy dulce con
nosotros, pero añadía a su dulzura una seriedad tan genuina que parecía
imposible no hacer lo que nos mandaba”. Y la más joven añade: “Quería
que yo fuera humilde, pero lo hacía con tal dulzura que nunca me herían
las lecciones que me daba contra mi amor propio. Cuando se veía obligada
a castigarme, lo hacía de modo que nunca se me ocurrió pensar que lo
hiciera sin tener toda la razón, y sus correcciones nunca me hacían
enfadarme con ella”.
Las tres hijas de Barbe se hicieron carmelitas, Marguerite en 1605 y
Geneviève en 1607. La primera llegó a ser una personalidad como Madre
Margarita del Santísimo Sacramento que jugó un papel importante en la
reforma de la vida religiosa de su tiempo. La hija mayor, Marie, que era
tan bella como su madre, fue la última en entrar en el Carmelo. Barbe
tuvo un exquisito cuidado en no empujar a sus hijas hacia la elección de
una vocación religiosa. De hecho, intentaron casar a Marie con uno de
los posibles candidatos, del que estaban encantados, y comenzaron
incluso a hablar con los padres de éste acerca de la posible dote de
Marie. Pero ésta se decidió finalmente por entrar en el Carmelo, donde
ingresó en marzo de 1608.
El hijo mayor, Nicolas, estudió derecho y se casó a los veintidós años.
Parece que heredó el carácter impetuoso de su padre y, aunque tenía a
Francisco de Sales como su consejero, causó a sus padres muchos
problemas. Tuvo dos hijos de su esposa, de manera que Barbe se convirtió
en abuela a los cuarenta y dos años.
El segundo hijo, Pierre, se hizo jesuita pero abandonó la orden antes de
la muerte de su madre. Estudió teología hasta conseguir un doctorado en
la Sorbona, fue clérigo de la diócesis de Rouen, y llegó a ser canónigo
y vicario general de esa diócesis.
Sabemos poco del hijo menor, Jean. Parece ser que, después de algunos
años de preparación para el sacerdocio, se hizo soldado y marchó a
Alemania, donde se casó. Se duda si de hecho se ordenó sacerdote antes
de escapar a Alemania para casarse, pero los datos no son seguros. Sí se
sabe con seguridad que Barbe se preocupó mucho por él, sea cual fuere
el motivo de su preocupación. Pero es seguro que dio a su madre otro
nieto.
No debemos pensar que la atmósfera de la casa Acarie era una atmósfera
“mística”. Barbe daba a sus hijos muchos juguetes, y le gustaba mucho
jugar con ellos. A pesar de los cambios de humor de su marido, de los
problemas causados por su política y de los desastres de la economía
familiar, Barbe y Pierre vivieron una vida feliz de matrimonio durante
treinta y un años.
EL SALÓN
Poco a poco, la mansión Acarie en la rue des Juifs se convirtió
en un centro de vida social. Buena parte de la sociedad de París acudía a
Barbe. Por así decirlo, ella era la conciencia del país. Una vez que un
rumor maligno acerca del rey empezó a correr por París, éste envió un
sacerdote, el padre Coton, a Madame Acarie para asegurarle que el rumor
era falso, pues “tenía tanta estima por ella que para él era suficiente
que ella no diera crédito a la calumnia”.
Venía a la mansión un conjunto impresionante de hombres y mujeres sobre
quienes Madame Acarie dispensaba, por así decirlo, “sus gracias”. Lo que
más sorprende es que muchos de los que acudían a ella eran muy críticos
en relación a las experiencias místicas y a los fenómenos
extraordinarios. Pero parece que nadie llegó a dudar que los de la misma
Barbe fuesen auténticos. Ella misma, sin embargo, era muy discreta
acerca de sus propias experiencias. De hecho rechazaba toda muestra de
curiosidad por parte de los más íntimos. Sólo con tres confesores habló
de sus experiencias con plena libertad: Benito de Canfield, Pierre de
Bérulle y el padre Coton. Fancisco de Sales declara que, aunque escuchó
su confesión muchas veces, nunca se atrevió a preguntarle sobre sus
experiencias, y que ella por su parte nunca le dijo nada sobre ellas.
Duval, que la conocía muy bien, reunió la mayor parte de su información a
través de su observación personal y de las personas que conocieron
directamente a Barbe. De hecho tuvo mucho que observar, pues vio a Barbe
con frecuencia en el momento de sus experiencias místicas.
Pero lo que sobre todo hizo del salón de Madame Acarie un centro tan
importante de reunión fue su capacidad para la dirección espiritual, su
habilidad para el “discernimiento de espíritus”. La gente importante que
venía al Hôtel Acarie le consultaba sobre los asuntos más delicados.
Muchos de ellos habían venido a conocerle por su participación en la
organización de varias empresas religiosas y de caridad, pero pronto
pasaban a hablarle de sus propios problemas espirituales y de los de
otras personas. Directores espirituales de prestigio le presentaban
casos complicados pues tenían la seguridad de que ella tenía la
capacidad de distinguir entre santidad auténtica y santidad fingida.
Parece que tuvo una gran facilidad en leer los corazones de la gente sin
ningún problema. Dice el padre Binet, provincial de los jesuitas: “Lo
que ella me dijo sólo lo sabía Dios. Me indicó todas las consecuencias
que (mi) asunto podría implicar; nada podría ser más acertado que lo que
ella me dijo”.
Extraordinaria fue su relación con toda esta gente importante. Miguel de
Marillac, que la veía casi todos los días, dice de ella: “Todo era
gracia y virtud por su parte; por la mía, todo lo que era trabajo de la
gracia era un reflejo de ella”.
La mansión Acarie se convirtió en un centro de conversación sobre la
vida espiritual. Religiosos y seglares se reunían en ella cada vez en
mayor número para hablar sobre el movimiento de reforma religiosa que
corría con fuerza por París. Algunas de las decisiones más importantes
sobre la renovación de la vida religiosa en ese tiempo se tomaron en la
residencia de Barbe. Varios de sus mayores admiradores venían a ella
casi todos los días. Encontraban en ella, por un lado, una humilde y
amable anfitriona y, por otro, una mujer con un don admirable de
discernimiento dispuesta a dar apoyo a todo proyecto que mereciera la
pena orientado a la reforma de la Iglesia o al servicio de los enfermos y
de los pobres.
LA INTRODUCCIÓN DE LAS CARMELITAS EN FRANCIA
Sin dejar de lado sus actividades espirituales y caritativas, Barbe tomó
parte en otro proyecto de mucha importancia: la reforma de diversas
comunidades de monjas. Escribe Duval:
Aunque de ordinario las religiosas no tienen en mucho a las mujeres
casadas, al menos no en lo que se refiere a su vida interior, sin
embargo Dios le había dotado en eso con una gracia tan especial, y ella
por su parte se comportaba con una humildad y un tacto tan grande, que
ellas no encontraban ninguna dificultad en abrirle sus corazones
enteramente y en declararle sus más íntimos pensamientos. Aunque en
París y sus alrededores hay muchos conventos, ella iba por todas partes,
animando a unas a vivir una vida mejor y a controlar sus deseos, y a
otras a emprender la reforma de sus casas.
Influyó mucho en la vida de muchas comunidades, pero es más conocida por
haber introducido en Francia a las carmelitas reformadas de Teresa de
Ávila.
La historia de la venida de las carmelitas a Francia es larga y
complicada: conversaciones delicadas con el gobierno español, con los
superiores carmelitas, con la Santa Sede y con el rey de Francia. Todo
comenzó con una visión en la que santa Teresa dijo a Barbe que la
reforma que ella había llevado a cabo en España debía hacerse en
Francia. Ésta parece que fue la primera visión de Barbe, que le dejó en
un mar de confusión, pero que también le impresionó con mucha fuerza. El
que era por ese tiempo su director espiritual, Dom Beaucousin, le animó
a seguir con la empresa paso a paso. Pero era muy fuerte la oposición,
sobre todo en las alturas.
En un tiempo en que las relaciones entre los dos países eran bastante
malas, el rey de Francia no tenía ningún interés en traer a Francia
gente de nacionalidad española. “¿No podríais encontrar en este país
monjas de santidad suficiente para ponerlas al frente de la nueva
fundación?”. Pero Barbe no podía aceptar un no por respuesta. Francisco
de Sales hizo valer su influencia en Roma; Bérulle emprendió una difícil
misión ante las autoridades carmelitas en España, y Barbe hizo que una
de sus amigas, la duquesa de Longueville, hablara en con el rey de
Francia en persona. Por fin cedió el rey y autorizó la fundación de un
convento de monjas carmelitas en París el 18 de julio de 1602.
Bérulle mismo trajo a seis carmelitas desde España, dos de las cuales
habían sido compañeras de santa Teresa misma. Su experiencia en Francia
no resultó fácil (excepto una, todas las demás se marcharon a los Países
Bajos en menos de cinco años), pero esta humilde semilla tuvo un
crecimiento increíble. En los siguientes cuarenta años se fundaron en
Francia nada menos que cincuenta y cinco conventos carmelitas.
Como preparación para la nueva fundación, varias mujeres empezaron a
vivir en la casa de la familia Acarie y formaron una comunidad de
carácter semioficial con el nombre de Congregación de Santa Genoveva. Ya
estaban en marcha las negociaciones en Roma para la venida de las
carmelitas, y por ellos las autoridades eclesiásticas de París estaban
muy contentas con este pequeño grupo que se podrían unir a las
carmelitas cuando llegaran de España. Encargaron la formación de estas
mujeres a Madame Acarie y el examen de la vocación de cada una. Tenía
ella un tino especial en estos temas.
No le influían para nada motivos extraños en el tema del discernimiento
de vocaciones. Varios eclesiásticos habían recomendado a una joven que
estaba dispuesta a contribuir con una dote importante para la
construcción del primer convento carmelita. Pero ya en la primera
entrevista Madame Acarie dijo que la joven no tenía vocación. “No me
preocupa en absoluto el dinero necesario para el edificio material”,
dijo, “sólo me preocupan las piedras vivas para construir el edificio
espiritual”.
Al ver su propia casa llena de gente Pierre Acarie se vio desconcertado
ante tantas personas de todo tipo, altas y bajas, mujeres y hombres,
religiosos y seglares, que venían a hablar con su esposa, que además
recibía cartas de todas partes. A veces rehusaba admitir a los
huéspedes, otras veces las asediaba a preguntas, otras se hacía muy
antipático. Muchos de los huéspedes aprendieron el truco de hacérselo
simpático haciéndole preguntas sobre sus aventuras con la Liga.
Una guapa novicia de nombre Lejeune, de Troyes, que vivía en el Hôtel
Acarie pensó que debía festejar y bailar con Pierre para no desairarle.
Un día le dijo Pierre a Barbe: “Tus devotas son unas insípidas; sólo la
joven troyana tiene buen sentido”. Barbe no le dijo nada a Pierre, pero
llevó aparte a la joven novicia y le hizo notar su excesiva
familiaridad. La joven le expuso con toda candidez la dificultad de
portarse de otra manera: “¿Qué puedo hacer, madame? Monsieur Acarie es
mi anfitrión y no puedo decirle que no”. La joven troyana llegó a ser
una carmelita excelente.
SU ESPIRITUALIDAD
Hasta nosotros ha llegado muy poco de lo que escribió Madame Acarie,
pero su vida, sus actividades y los comentarios de sus conocidos íntimos
nos revelan muchas cosas acerca de la espiritualidad de esta mujer
fascinante.
1.Tenía una capacidad admirable para combinar una gran actividad
caritativa con una oración contemplativa profunda. Retrospectivamente se
podría sospechar que fue esta capacidad lo que convenció a los que la
conocían que sus experiencias místicas eran genuinas. Durante toda su
vida se dedicó a trabajar entre los pobres y los enfermos; era muy
generosa con sus posesiones materiales. Durante el asedio de París en
1590 distribuyó alimentos entre los necesitados sacados de la propia
despensa familiar y cuidó además de los heridos en el hospital de
Saint-Gervais y de los enfermos pobres en el Hôtel-Dieu. Con frecuencia
atendía a los moribundos en los hospitales y les preparaba para bien
morir. Pero a la vez, esta mujer tan activa era claramente una mujer
contemplativa. Tenía un sentimiento agudo de su dependencia con respecto
a Dios y de la providencia de Dios sobre su propia vida. Experimentaba
la presencia de Dios vivamente, y extraía de esa experiencia una visión
muy clara que ella comunicaba a otros.
2.Barbe tenía una conciencia clara de la necesidad de reforma en la
Iglesia. No puede sorprender, pues, que muchos de los que acudían a ella
fueran a su vez reformadores. Como se dijo arriba, ella fue la
iniciadora de la renovación carmelita en Francia a la vez que jugó un
importante papel en relación a las ursulinas y las benedictinas. Tuvo
también una relación significativa con la reforma del clero secular por
sus contactos con Bérulle y su Congregación del Oratorio, con Olier y
los sacerdotes de San Sulpicio, con Bourdoise y la fundación de una
comunidad de sacerdotes y el seminario de Saint-Nicolas-du-Chardonnet, y
probablemente también con Vicente de Paúl, que vino a ser después una
fuerza importante en la renovación del clero.
3.El amor a la verdad está muy cerca del corazón mismo de la
espiritualidad de Barbe. Como vimos arriba, este aspecto aparecía con
toda claridad en el recuerdo de sus hijos sobre las circunstancias de su
propia educación. Y para Barbe era además un criterio básico para el
discernimiento de la vocación. Rechazó a una aspirante que había sido
cálidamente recomendada por Duval, y le dijo: “No es sincera. Sus labios
no van parejos con su corazón. El Espíritu de Dios no puede morar en
una persona así. Si se hiciera religiosa, dejaría pronto esa vida; y si
no la dejara, causaría un sinfín de problemas”. Pero en otro caso
recomendó que se recibiera a otra joven que reconocía francamente sus
muchas deficiencias. “Tiene un espíritu sencillo y abierto”, comentó
Barbe, “eso es lo que necesita una religiosa”.
4.Barbe era admirable por su humildad. Como es fácil suponer, sus
experiencias místicas suscitaban una fuerte curiosidad en otras
personas. La gente la señalaba a veces en las calles; otras veces se le
alababa en su presencia. A ella todo esto le parecía muy molesto, pues
sentía una estima más bien discreta por los fenómenos extraordinarios.
Venían además muchos a consultarle sobre todo tipo de problemas
espirituales. Ella soportaba todo eso con una gran ecuanimidad, pero a
veces con algo de desconcierto. Su hija Marguerite dio este testimonio
de ella: “No podía evitar el admirar a mi madre, quien, aunque era
visitada por mucha gente importante, cosa que sucedía todos los días,
volvía a sus obligaciones de ama de casa tan tranquila como si sólo
hubiera visto a los miembros de su propia familia. Ello me producía la
impresión de que era una santa”. Otra amiga, Madame de Maignelay, dice:
“Ni los honores que le venían de todas partes, ni las muestras de
aprecio que le mostraban altas personalidades del estado, ni siquiera la
dependencia de sus consejos que mostraban prelados ilustres y altas
personalidades de la Iglesia (que le consultaban en los asuntos más
difíciles) fueron suficientes para que tuviera una alta opinión de sí
misma”.
5.Barbe estaba convencida, como dijo varias veces a Duval, de que Dios
da luces especiales para conocer las obligaciones del propio estado y
para, una vez conocidas, llevarlas a buen puerto. Ella misma era muy
fiel a sus obligaciones de madre, a las que daba preferencia sobre
cualquier otra actividad de su vida. Pierre y sus hijos eran lo primero.
Su marido no compartía a veces el entusiasmo de ella por sus muchas
obras de caridad, pero la tenía por una magnífica esposa. Por su parte,
Barbe creía con toda seriedad que Dios le hablaba sobre todo en las
circunstancias de la vida que había escogido. La fidelidad a las
obligaciones de su estado de vida fue la clave de su espiritualidad.
Vivió con gozo y con fidelidad como esposa y como madre durante los 31
años de su matrimonio con Pierre. También fue calladamente fiel en los
cuatro años de su vida en el claustro.
LOS ÚLTIMOS AÑOS
A la muerte de Pierre en 1613, Barbe entró en el convento carmelita como
lega. Ella misma pidió trabajar en la cocina (aunque la gente seguía
viniendo a ella en busca de orientación espiritual, a veces para alegría
de sus superiores, pero a veces para su disgusto). Fue primero enviada a
Amiens, y después a Pontoise. Pero estos años finales no estuvieron
exentos de problemas.
En 1616 una superiora recién elegida para Amiens, Anne de Viole, fue la
causa de mucho sufrimiento; la humilló en público varias veces y le
prohibió ofrecer su dirección a algunas monjas que se la pedían. Barbe
toleró todo esto con calma y con fortaleza. Era una situación curiosa,
pues aunque Barbe era hermana lega, sus compañeras le habían propuesto
como superiora. Pero André Duval rehusó confirmar la elección, para
contento de ella, y sólo después recayó el cargo sobre Anne de Viole.
Otra prueba le vino encima por sus relaciones cada vez más difíciles con
Bérulle, que había sido uno de sus colaboradores más cercanos (y era
además primo suyo). Un poco antes de su muerte esa relación vino a
romperse sin remedio (una ruptura semejante tuvo lugar por parte de
Bérulle, por ese mismo tiempo, con André Duval y Vicente de Paúl). La
ruptura entre Barbe y Bérulle, como desenlace de una larga serie de
incidentes, tuvo lugar cuando Bérulle intentó imponer sobre las
carmelitas un cuarto voto de esclavitud al Señor y a la Virgen María.
Barbe pensaba que ese voto tenía poco que ver con la espiritualidad de
Teresa de Ávila y mucho que ver con Bérulle. Se mostró firme en la
oposición a un tal voto. Bérulle se enfureció por la postura de ella, y
aun estando ella muy enferma, le dijo cosas muy duras, que tenía una
inteligencia roma, y que había estropeado todo lo que había emprendido
en su vida. Pocos días después Barbe cayó en enfermedad mortal.
Madame Acarie murió el 18 de abril de 1618, a la edad de cincuenta y dos
años, muy amada por sus hijos, sus hermanas carmelitas y sus amigos.
Bremond expresa así su opinión sobre ella:
Sus éxtasis no fueron más que luces para indicar de noche el camino a
los viajeros. La atención de estos se detuvo al principio en la visión
de esos fenómenos extraordinarios, pero pronto empezaron a aprender de
ella otras verdades más transparentes y mucho más importantes. Su
mensaje se reduce a una frase del evangelio, que sólo los místicos
entienden en profundidad: "El Reino de Dios está dentro de vosotros”.
Bruno de Jésus-Marie, OCD. La Belle Acarie, Bienheureuse Marie de l'Incarnation. París y Bruges: Desclée de Brouwer, 1942.
Benito de Canfield, capuchino inglés, en el mundo William Fitch
(1562-1611), convertido del puritanismo se refugió en Francia. Tuvo una
gran influencia entre sus contemporáneos y fue un director espiritual
muy solicitado. Bremond dice que su Regla de perfección fue el manual de dos o tres generaciones de místicos, y le llama “el maestro de maestros”. Cf. Histoire littéraire du sentiment religieux en France
(París, 1916 y 1928), II:155-58, y también VII:266. Hay traducción al
inglés de la obra de Bremond, que es la que citaremos en adelante. Cf.
H. Bremond, A Literary History of Religious Thought in France: From
the Wars of Religion Down to Our Times. Vol. II: The Coming of Mysticism
(1590-1620), traducido por K.L. Montgomery (Londres: SPCK, 1930). Cf. también T. Davitt, “An Introduction to Benet of Canfield,” Colloque 16 (1987) 268-282.
Bremond, A Literary History, 145.
André Duval, La Vie Admirable de la Servante de Dieu, soeur Marie de
l'Incarnation, connue dans le monde sous le nom de Mlle. Acarie(París,
1621, 1893) 63. Las citas se refieren a la edición de 1893.
Nicolas Avrillot perteneció a la Liga y se arruinó por ello. Se ordenó sacerdote después de la muerte de su esposa.
Bremond, o.c., 151.
Recibió de parte de sus críticos el mote de “lacayo” de la Liga.
Cf. Duval, o.c., 21-22.
Duval, o.c., 346.
Duval, o.c., 77.
Duval, o.c., 45.
Duval, o.c., 50.
Duval, o.c., 44.
Duval, o.c., 549-550.
J.-B.Boucher, La Vie Chrétienne de la Vénérable soeur Marie de l'Incarnation (París, 1800, 1893) 190.
Boucher, o.c., 159.
Duval, 102-103.
Boucher, o.c., 238-240.
Lancelot Sheppard, Barbe Acarie (Londres: Burns, Oats and Washbourne, 1953) 106.
Ibid.
Cuando terminaba este artículo recibí una copia de un trabajo de
Lawrence Cada, SM, titulado “Madame Acarie”, leído en un simposio sobre
la “Escuela Francesa de Espiritualidad”. Cada da una bibliografía
bastante completa. El lector interesado puede consultar: Bremond, Henri.
A Literary History of Religiuos Thought in France. Volumen 2, “The coming of Mysticism” (1590-1620). Londres: SPCK, 1930; de Broglie, Emmanuel. « Acarie » (Barbe) Dictionnaire d'histoire et de géographie ecclésiastiques, vol. 1, cols. 254-259. París: Letouzey et Ané, 1912, y La Bienheureuse Marie de l'Incarnation: Madame Acarie (1566-1618). Collection « Les Saints ». París: Victor Lecoffre, 1903; Florin, V. « Marie de l'Incarnation, bienheureuse (1566-1618) ». Catholicisme, vol. 8, cols. 640-641. París: Letouzey et Ané, 1980. Houssaye, Michel. M. de Bérulle et les carmelites de France (1575-1611). París: Henri Plon, 1872; Marduel, M. Madame Acarie et le Carmel Français. Lyon y Le Puy: Xavier Mappus, 1963; Marie-Thérèse de Saint-Joseph. « Marie de l'Incarnation (bienheureuse) ». Dictionnaire de Spiritualité, vol. 10, cols. 486-487. París: Beauchesne, 1980; Mellot, Jean-Dominique. Histoire du Carmel de Pontoise. Vol. 1 (1605-1792). París: Desclée de Brouwer, 1994; Menzies, Lucy. “Madame Acarie, 1566-1618”. Capítulo (pp.229-57) en Mirrors of the Holy: Ten Studies in Sanctity. Londres: A. R. Mowbray, 1928; Morgain, Stéphane-Marie, OCD. Pierre de Bérulle et les Carmelites de France: La querelle du governement 1583-1629. París: Cerf, 1995; Rapley, Elizabeth. The Dévotes: Women and Church in Seventeenth-Century France. Montreal y Kinsgston: McGill-Queen's University Press: 1990; Salmon-Malebranche, A. R. Madame Acarie: Bienheureuse Marie de l'Incarnation. Pontoise:
Carmel de Pontoise, 1977. Reimpreso con ilustraciones nuevas por
Association du Vert Buisson (Pontoise, 1987); Sheppard, Lacelot C. Barbe Acarie: Wife and Mystic. Nueva York: David McKay, 1953.
Bremond, o.c., 193.
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