Aun permaneciendo
siempre firme la necesidad de la relación objetiva entre el gesto bautismal
sacramental y la salvación de todos los hombres de cualquier edad, tiempo y
lugar, la Iglesia tiene conciencia de que hay otras acciones o modos que pueden
conceder, en cierta medida, los frutos del bautismo sin la modalidad
sacramental. En efecto, la Iglesia ha considerado, en primer lugar, el martirio
como un verdadero bautismo, incluso más noble y glorioso. Afirma san Cipriano:
«La fuerza del bautismo quizás sea superior y más eficaz por la confesión y el
martirio de quien confiesa a Cristo ante los hombres y de quien es bautizado en
su sangre» 30.
Hay, pues, quienes tienen la gracia de lavar directamente ellos mismos sus
vestidos en la sangre del Cordero (cfr. Ap 7, 14). La eficacia del bautismo de
sangre le viene de la pasión de Cristo y del Espíritu Santo mediante la
imitación concreta, con una expresión total de amor y de pertenencia a
Jesucristo, sin la celebración del sacramento y, en consecuencia, sin el
carácter bautismal, que se obtiene sólo con la realización del signo sacramental
31.
El valor del martirio procede de una profesión de fe absolutamente personal y
tan radical que llega hasta la donación de la propia vida por el Señor (cfr. Jn
15, 13). La pasión del mártir prolonga sobre la tierra la presencia redentora de
Cristo y de su sacrificio. Enriquece a la Iglesia confirmándola en la fidelidad
absoluta, en la unidad y en la santidad.
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