SUMARIO: I. Introducción - II. La experiencia
litúrgica y pastoral de la iglesia apostólica: 1. El término "bautizar",
"bautismo"; 2. El bautismo de Juan; 3. El bautismo recibido por Jesús; 4. Jesús
y el bautismo; 5. Los Hechos de los Apóstoles y el bautismo; 6. San Pablo
y el bautismo; 7. El bautismo en san Juan; 8. La tipología bautismal de la
iglesia y la carta de Pedro - III. Las experiencias bautismales en los
primeros siglos: 1. La Didajé - Las
Odas de Salomón - Hermas; 2. Justino - Tertuliano - Hipólito de Roma -
IV. La
bendición del agua bautismal - V. La renuncia a Satanás - VI. La unción
prebautismal - VII. Bautismo y profesión de fe - VIII. La unción después
del
bautismo - IX. La entrega de la vestidura blanca y del cirio - X. El
bautismo de
los niños - XI. La catequesis de los padres: 1. La metodología
catequética: a) La renuncia, b) La bendición del agua
- XII. Visión sintética del nuevo rito del bautismo de los niños.
I. Introducción
II. La experiencia litúrgica y pastoral de la iglesia apostólica
III. Las experiencias bautismales en los primeros siglos
IV. La bendición del agua bautismal
V. La renuncia a Satanás
VI. La unción prebautismal
VII. Bautismo y profesión de fe
VIII. La unción después del bautismo
IX. La entrega de la vestidura blanca y del cirio
X. El bautismo de los niños
XI. La catequesis de los padres
XII. Visión sintética del nuevo rito del bautismo de los niños
I. Introducción
No es posible hablar del bautismo sin relacionarlo
con los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana. El Rito del
bautismo de los niños
subraya esta importante exigencia dedicándole los
párrafos iniciales de los Praenotanda del RBP (nn. 1-2). Mas, si
es legítimo y hasta necesario tratar por separado el bautismo, en
un tratado aparte como el presente no podrá encontrarse el encuadramiento
general, que sería tan necesario, por lo que rogamos al lector que consulte
previamente la voz -> Iniciación cristiana. Presupuesto cuanto allí
se dice, aquí nos limitaremos al bautismo, aun aludiendo acá y allá a la ->
confirmación, para subrayar ya sus relaciones con el primer sacramento, ya sus
diferencias.
II. La experiencia litúrgica y pastoral de la iglesia apostólica
1. EL TÉRMINO "BAUTIZAR", "BAUTISMO". Desde el punto de
vista lexicográfico, el verbo griego báptó, baptízó, significa
inmergir, sumergir: se usa también hablando de una nave que se hunde o que
se hace sumergir. En el helenismo rara vez se usa con el significado de
bañarse, lavarse; sugiere más bien la idea de
hundirse en el agua.
El NT usa báptó solamente en sentido propio: mojar (Lc 16,24; Jn
13,26), teñir (Ap 19,13); y baptízó solamente en sentido cultual
(rara vez en referencia a las abluciones de los judíos: Mc 7,14; Lc 11,38), es
decir, en el sentido técnico de bautizar. Que el NT use el verbo
baptízó sólo en este sentido cultual técnico bien determinado demuestra que
en él el bautismo comporta ya algo que era desconocido en los demás ritos y
costumbres de la época. En efecto, las religiones helenísticas conocían las
abluciones; pero, como demuestran los estudios actuales, si alguna vez aparece
el
verbo baptízein en el helenismo, dentro de un contexto religioso, nunca
llega a tener un sentido sacral técnico.
En el AT y en el judaísmo los siete baños de Naamán (2 Re 5,14) demuestran cuán
importante era ya entonces bañarse en el Jordán. Se trata de un gesto
cuasisacramental que se convertiría en uno de los tipos principales de la
patrología patrística [-> infra, 8]. Sin embargo, las abluciones de los
judíos con carácter de purificación sólo aparecerían más tarde, por ejemplo en
Jdt 12,7. (También el bautismo de los prosélitos judíos entraba en esta
intención purificadora.) Pero en el judaísmo tales purificaciones son, por así
decirlo, un rito legal más que una verdadera purificación. Sabemos cómo la
exégesis radical, sobre todo a finales del siglo pasado, ha tratado de demostrar
que el cristianismo se habría apropiado simplemente estos diversos ritos'.
2. EL BAUTISMO DE JUAN. El bautismo de Juan en las riberas del Jordán atrajo sin
duda la atención. Aun poseyendo algunas semejanzas con las abluciones legales de
los judíos y con el bautismo de los prosélitos, el de Juan se distinguía
fundamentalmente de estos ritos, ya que exigía un nuevo comportamiento moral: en
él se trataba de realizar una conversión en vista de la llegada del reino. Nos
encontramos frente a un rito de iniciación de una comunidad mesiánica, en línea
con los anuncios de los profetas (cf Is 1,l'5ss; Ez 36,25; Jer 3,22; 4,14; Zac
13,1; Sal 51,9). Se trata, pues, de un rito con un alcance verdaderamente nuevo.
El bautismo de Juan es una expresión penitencial en orden a la conversión del
corazón (Mc 1,4; Lc 3,3; Mt 3,11); es un bautismo para la remisión de los
pecados (Mc 1,4; Lc 3,3); peroes un bautismo que anuncia otro bautismo y que,
independientemente de la cuestión sobre la historicidad de las palabras de Juan
recogidas por Mt 3,11: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (cf Mc 1,8),
aparece claranlente diferenciado del bautismo cristiano. El judaísmo del AT
conoce ya la idea de una inmersión que daba la vida (Jl 3,lss; Is 32,15; 44,3;
Ez 47,7ss); no es, sin embargo, dificil descubrir en el bautismo de Juan un
significado escatológico y colectivo,.
3. EL BAUTISMO RECIBIDO POR JESÚS. El bautismo que recibió Jesús en el Jordán
impresionó ciertamente a los evangelistas, pues los cuatro hablan de él
explicando más o menos el hecho (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn
1,32-34)3. Pero aquí habría mucho que hablar sobre cómo se ha interpretado este
bautismo. Los mismos padres escribieron no poco sobre él, insistiendo en el
hecho de que Jesús no necesitaba ni conversión ni remisión de los pecados.
Muchos de ellos, sin embargo, y esto no se ha subrayado lo bastante, ven en tal
bautismo la designación oficial de Jesús como mesías, profeta, rey y siervo;
siervo con toda la riqueza de significado expresada por Is 53: siervo, víctima,
sacerdote. Y desde este sentido, los padres interpretan el bautismo de Jesús en
el Jordán como tipo de la confirmación, al igual que interpretan, por
otra parte, la intervención del Espíritu en la encarnación como anuncio del
bautismo. Al final de la narración, las palabras del Padre confieren un profundo
significado a este bautismo, que es una designación, una epifanía del
Hijo, como acertadamente lo interpreta la liturgia oriental. El Hijo, hyios
monogénés, es también el doülos, el siervo. Puede verse aquí una
alusión clara a Is 42,1, de suerte que las palabras del padre expresarían la
elección del Padre: Yo te he escogido como siervo. La narración del bautismo
y la voz del Padre deberían, pues, interpretarse como un envío misionero a
proclamar la salvación y a ofrecer el sacrificio en el que se cumpliese la
voluntad del Padre para la reconstrucción del mundo. En tal sentido, la
narración del bautismo de Jesús es para nosotros más significativa por
referencia a la confirmación que por referencia al bautismo [-> Iniciación
cristiana, I, 2].
El bautismo de Juan implica un acto que afecta a un pueblo en su conjunto, y es
evidente que tanto Jesús como Juan se sitúan ante una misión para la salvación
del mundo, cada cual dentro de su propia línea. La frase de Jesús a Juan: "Conviene
que se cumpla así toda justicia" (Mt 3,15)
5, alude a la misión para la que desde entonces queda designado
Jesús: el anuncio de la salvación y la realización de la misma en su misterio
pascual. Es evidente, por tanto, que cuanto acaece en el Jordán es una
designación oficial de Jesús para su misión profética, real y mesiánica y, al
mismo tiempo, para su misión sacerdotal de siervo, víctima y sacerdote. Por otra
parte, Jesús recibe la plenitud del Espíritu para desempeñar por entero su
misión. Se comprende entonces por qué en el bautismo de Jesús en el Jordán hayan
visto frecuentemente los padres el sacramento de la confirmación: al
ser-de-hijo-adoptivo, que a nosotros se nos ha dado en el bautismo y que para el
Verbo corresponde a su ser-en-la-carne, se añade ahora un actuar-para-una-misión
y para-el-sacrificio de la alianza [->Iniciación cristiana, I, 2]. Es
menester subrayar la definición que hace Juan de Jesús al llamarle "el cordero de Dios" (Jn 1,29-34). Por otra parte,
Jesús es el que ha venido para traer la luz (cf Jn 1,9), y esta misión de
iluminar confirma las palabras de Isaías, quien ve en el que había de venir "la
luz de las naciones" (42,6). Existe, pues, unidad entre el papel de anunciar y
el de ofrecer el sacrificio (Heb 10,7.10). Encontramos aquí más una teología de
la confirmación que una teología del bautismo, y los padres ven en el bautismo
de Jesús en el Jordán más el don del Espíritu y el sacramento de la confirmación
que el del bautismo. Algunos autores contemporáneos han entrevisto este dato tan
importante para la teología de la confirmación, pero también para su liturgia y
para su colocación tradicional en el ámbito de la iniciación cristiana; es
decir, la confirmación debe situarse después del bautismo, del que es
consummatio, perfectio [-> Iniciación cristiana, II, 1, b], pero que al mismo
tiempo se ordena a la actualización del misterio de la alianza: la eucaristía.
4. JESÚS Y EL
BAUTISMO. El evangelista Juan insiste en el hecho de que los discípulos de Jesús
bautizaban (Jn 3,22-23; 4,1-3). Pero tanto Mateo como Marcos recuerdan cómo
Jesús, después de su resurrección, confió a los apóstoles la misión de
evangelizar. Mateo es más preciso aún: los discípulos deben llevar la buena
nueva a todas las gentes (Mt 28,18-19) y no sólo a toda la creación (Mc 16,15).
"El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16,16). Los apóstoles deben
convertir a todos los hombres en discípulos, bautizándolos en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28,18-19). El bautismo, junto con la
fe, da la salvación (Mc 16,16); hace ser discípulo y apóstol
(máthétéusate: Mt 28,19). Si la iglesia primitiva
bautiza, no es sino porque ha recibido para ello orden de Jesús. A veces ha
dudado la exégesis de que tal orden saliera de la boca de Jesús. Pero, aun
cuando la iglesia hubiese introducido tal frase, con ello no se vendría sino a
demostrar que la iglesia misma tenía conciencia de haber recibido la orden de
bautizar y que lo había puesto en práctica desde el principio.
5. Los HECHOS DE LOS APÓSTOLES Y EL
BAUTISMO. Tanto en los Hechos como en el evangelio de Lucas (los dos libros
están estrechamente ligados entre sí), Jesús resucitado habla de un bautismo y
lo distingue del de Juan. "Juan bautizó con agua; pero vosotros seréis
bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días" (He 1,5; cf Lc 24,49). Es
menester señalar aquí la diferencia entre lo que acaece a los apóstoles y
discípulos y lo que acaecerá a la comunidad cristiana primitiva.
Es ciertamente el Espíritu Santo el que perdona los pecados (Jn 20,22).
Apóstoles y discípulos han recibido el bautismo de Juan para la remisión de los
pecados; por otra parte, en pentecostés recibieron el Espíritu (He 2,1-4), tal
como Jesús se lo había dicho. La comunidad primitiva recibe la remisión de los
pecados inmediatamente con la inmersión en el agua. No obstante, hallamos en la
vida de Pablo señales de una evolución progresiva que va del bautismo de Juan al
don del Espíritu. Así, los discípulos de Efeso (He 19,1-6) han recibido en un
primer momento el bautismo de Juan, un bautismo de penitencia que dispone para
la fe en el que había de venir; pero a continuación les confiere Pablo el
bautismo en el nombre de Jesús. No se trata aquí ya solamente de conversión, sino
de una realización: estos discípulos están injertados en Jesús y nacen en él;
Pablo les impone después las manos, y entonces reciben el don del Espíritu,
atestiguado con el don de lenguas.
Se da, pues, un bautismo en agua, que es participación en la salvación dada por
Cristo e inserción en él; es decir, un bautismo en el nombre de Jesús.
Se ha pasado de un bautismo que anunciaba, el de Juan, al bautismo que
injerta en Cristo, quien perfecciona su obra enviando el Espíritu el día de
pentecostés'. El Espíritu de pentecostés que se le ha dado a la iélesia para
dirigirla lleva al desempéño de la misión de Jesús.
Los Hechos nos dan a conocer la catequesis bautismal, permitiéndonos, por tanto,
comprender cómo se concebía el bautismo. Prescindiendo del caso particular del
eunuco de la reina Candaces (He 8,26-39), el bautismo supone una preparación.
Los Hechos nos han transmitido el plan global de la catequesis bautismal (He
10,37-43). Los discursos de Pablo ofrecen una muestra bastante rica de ello (He
16,31-32; 17,22-31; 19,2-5). Algunos fragmentos de los Hechos pueden
considerarse como auténticos extractos catequéticos (He 2,14-19; 3,12-26;
8,31-38).
El rito del bautismo es simplicísimo; en ocasiones lo administra un diácono,
como en el caso del eunuco bautizado por Felipe: ambos descienden hasta el agua
y el diácono lo bautiza. No existe huella alguna de una hipotética fórmula usada
por Felipe, quien, tal vez, administrara el bautismo sin añadir al gesto ninguna
palabra (He 8,36-38). Ni se sabe si hubo en tal caso una inmersión completa.
Sabemos de otro rito, el de la imposición de las manos, que no se realizaba
necesariamente después del bautismo, como en el caso de los samaritanos (He
8,15), sino también antes, como en el caso de Cornelio (He 10,44). Sería, pues,
imprudente utilizar un método histórico-anecdótico en el estudio de tal
imposición de las manos; es, por el contrario, menester recurrir a todo el
conjunto de la historia de la salvación y desde él estudiar
el influjo
del Espíritu en la realización del plan de reconstrucción del mundo mediante la
alianza [-> Iniciación cristiana, I, 2].
6. SAN PABLO Y EL BAUTISMO.
Bastaría leer la carta a los Hebreos, con la mirada puesta
en el bautismo y en la imposición de las manos, para concluir que
difícilmente tal escrito puede atribuirse a san Pablo. La carta parece querer
distinguir claramente entre bautismo e imposición de las manos para la
donación del Espíritu, mientras en san Pablo encontramos el don del Espíritu
tanto en el bautismo como en la imposición de las manos. Al no tener
que hacer ahora la teología del bautismo, no nos detendremos en la
doctrina bautismal de las cartas paulinas, en la medida en que no esté tal
doctrina ligada a una exposición litúrgica, que Pablo no obstante realiza,
como puede comprobarse algunas veces en los Hechos, donde aparece la
descripción de una liturgia bautismal. Nada semejante encontramos en las
cartas de Pablo. Como tampoco es legítimo ver una alusión a la liturgia
bautismal en Rom 6,4, donde Pablo dice que hemos sido sepultados con
Cristo en
la muerte y con él hemos resucitado. Tres son los elementos que en san
Pablo
caracterizan el bautismo: el bautismo en Cristo Jesús; el bautismo en
el Espíritu Santo; el bautismo como lo que forma y construye
el cuerpo
de Cristo, en el que queda inserto el bautizado. Subrayaremos algunos
aspectos,
mas sin entrar en detalles.
El bautismo en Cristo Jesús es una fórmula que acompaña el acto bautismal,
descrito no en sí mismo, sino como participación real (y no sólo espiritual) en
el descenso de Cristo a la muerte y al sepulcro, y en su resurrección. El texto
de Rom 6,4-10 tiene un sabor realista, importante para la teología sacramental.
El concepto teológico de semejanza (Rom 6,5: texto latino y griego),
traducido por san Ambrosio con el término figura y por
Serapión con el mismísimo término paulino de semejanza' significa no
simplemente una adhesión espiritual o moral, sino la presencia actualizada por
el misterio pascual. Se expresa en dicha modalidad el fundamento de toda la
liturgia; san León Magno lo traduciría con el término
sacramentum [1 Misterio].
El bautismo en el Espíritu aparece de hecho como sinónimo de bautismo en Cristo
Jesús, ya que en Pablo las expresiones "Espíritu de Dios" y "Espíritu de Cristo"
poseen el mismo significado ". Mientras en la carta a los Hebreos y todavía más
en los padres se afirma que en la confirmación se otorga el Espíritu y que la
confirmación se caracteriza por ser don del Espíritu (desde el momento en
que el Espíritu obra también en los demás sacramentos, pero sin que ello
constituya el don del Espíritu), en san Pablo no pueden distinguirse los
dos aspectos: actividad del Espíritu y don del Espíritu. En el bautismo se nos
da el Espíritu; vivir en Cristo mediante el bautismo significa vivir en el
Espíritu (Rom 8,2). Esa es la razón por la que no se puede recurrir al término,
grato a san Pablo, de sphragís (sello) para distinguir el acto bautismal
de la imposición de las manos. La sphragís, en efecto,
se aplica a todo el rito de la iniciación bautismal, que hace del bautizado un
heredero de la promesa y, con este signo distintivo, lo inserta a la vez en la
comunidad cristiana, en el pueblo de Dios (2 Cor 1,22; Ef 1,13; 4,30).
Este sello bautismal, que señala la intervención del Espíritu, es igualmente un
signo de agregación al cuerpo de Cristo. "Formar un solo cuerpo" significa, en
sí, la realización de la alianza (1 Cor 12,13).
El uso que hace san Pablo de la tipología tiene su importancia para la
catequesis y la teología del sacramento del bautismo; pero de esto nos
ocuparemos dentro de poco [t
infra, 8].
7. EL BAUTISMO EN
SAN JUAN.
No es que san Juan rehúse la tipología, como veremos después, sino que,
prescindiendo para el agua bautismal de los tipos corrientemente usados
por los otros evangelistas y por san Pedro, para Juan el agua debe entenderse
paralelamente como inmersión en el Espíritu: el bautismo de agua, según él, se
refiere al bautismo del Espíritu y a la efusión del Espíritu. En Juan agua y
Espíritu están vinculados entre sí (Jn 7,37-39; 4,10-14; 5,7; 9,7; 19,34-35). Ya
al presentar el bautismo de Jesús en el Jordán coloca Juan su plena realidad en
el hecho de que Jesús recibe allí su misión y queda lleno del Espíritu y dará el
Espíritu (Jn 1,32-34; 3,34). Según Juan, como punto de
partida para el bautismo cristiano, no es necesario recibir el bautismo
impartido por Juan Bautista, sino el don del Espíritu a la iglesia, don que es
el fruto de la muerte y glorificación de Cristo (Jn 7,39; 16,7). Es la inmersión
en el Espíritu la que salva a quienes creen (Jn 7,39). Concretamente, el
bautismo cristiano encuentra su verdadero fundamento en el agua que brota del costado de Jesús:
"Eso lo dijo refiriéndose al Espíritu" (Jn 19,34; 7,38-39).
El encuentro de Jesús con Nicodemo (Jn 3,1-21) es el punto central que
permite a
Juan explicarse sobre el bautismo. Los vv. 1-15 recogen el coloquio
entre Jesús
y Nicodemo: la condición fundamental e indispensable es creer en la
palabra del
Hijo del hombre y en su virtualidad renovadora. Nacer de lo alto es
nacer del
agua y del Espíritu; con otras palabras: el que quiera nacer de lo alto
tiene
delante de sí un medio: nacer del agua y del Espíritu. Nacer de Dios
exige la
fe, la cual supone la acción del Espíritu, como sucedió en el nacimiento
de
Jesús. Bautismo significa —según una expresión grata a Juan— "nacer de".
En ese momento nace "el hijo de Dios", un "ser nacido de Dios",
engendrado
por él (1 Jn 3,1-2; Jn 1,12; 11,52; 5,2).
En el mismo pasaje (Jn 3,1-21), después del coloquio con Nicodemo, concretamente
en los vv. 16-21, encontramos las reflexiones de Jesús. Tales reflexiones
pastorales son de esencial importancia. Aun siendo un don, el bautismo no puede
tener lugar sin la fe: el bautismo señala la entrada plena en la fe, pero la
supone; creer es la condición para que el bautismo pueda hacer entrar en Jesús.
Este tema de la renovación, de un nuevo estado, lo desarrolla el cuarto
evangelio desde el segundo capítulo con las bodas de Cana. Se insiste en él en
el tercer capítulo con el episodio de Nicodemo, y en el cuarto, con el de la
samaritana
Así pues, para Juan el bautismo en el agua y en el Espíritu es creación de un
hombre nuevo, de una situación nueva en una comunidad nueva.
8. LA TIPOLOGÍA BAUTISMAL DE LA
IGLESIA APOSTÓLICA Y LA CARTA DE PEDRO. La
tipología ocupa un puesto importante en el estudio de los sacramentos,
importantísimo para el estudio del bautismo. Ella, efectivamente, nos hace
comprender cómo tal sacramento, instituido por Cristo, se ha ido preparando a
través de los siglos y cómo se ha constituido mediante una forma antigua, pero
que recibe un nuevo contenido. El rito bautismal, como veremos, utiliza bien
pronto para la bendición del agua una tipología adoptada en parte por el NT y
desarrollada después por los padres.
No queremos aquí descender a detalles sobre la tipología bautismal del NT. La
primera carta de Pedro, sin embargo, nos ofrece una ejemplificación bastante significativa del método
catequético utilizado ya ;por los apóstoles. Los tipos fundamentales son:
el mar Rojo, usado .por Pablo (1 Cor 10,1-5); el diluvio, utilizado por Pedro
(1 Pe 3,19-21); la roca del Horeb (Jn
7,38) y, por tanto, la alusión al Exodo. Hay, naturalmente, también otras referencias al AT. La primera carta de
Pedro, que no pocos
exegetas ven como una catequesis bautismal, parece presentarse Inserta en una liturgia (1 Pe 4,12-5,14); por
otra parte, la carta está dirigida a los iniciados, que necesitan ser animados y ayudados en sus primeros
pasos en la vida cristiana (1 Pe 1,3-4;11).
Pedro ve en el agua bautismal, que da la salvación, el antitipo
del diluvio. No es Pedro el primero en ver en el diluvio un símbolo de
la salvación. Ya Isaías habla de un nuevo
diluvio como manifestación del juicio de Dios (28,17-19): será para
nosotros como un aniquilamiento, pero en él estará también la salvación
(54,9). También el libro
de los Salmos presenta el mismo tema. Agua, arca, las ocho personas salvadas,
son los elementos de que se sirve Pedro. Los cristianos inmersos en el agua
están salvados por la resurrección de Jesús y caminan hacia la salvación
definitiva, hasta el día del retorno de Cristo, el día octavo.
El mismo san Pablo utiliza, por lo demás, la tipología en su catequesis sobre el
bautismo. En la primera carta a los Corintios (10,1-5) recurre a la tipología
del éxodo. Distingue él dos clases de éxodo: el de Egipto y el del final de los
tiempos (10,11). Entre los dos éxodos transcurre el tiempo de la salvación. El
segundo éxodo comienza con la resurrección de Cristo: se camina, pues, bajo la
nube de la gloria de Dios a través del mar. Esto significa: morir al hombre
viejo, morir al pecado (representado por Egipto), para recibir el bautismo, que
es renacimiento, pasando de la muerte a la vida, del mar a la nube divina.
El antitipo es, pues, la realidad de la salvación misma. En el fondo, el
antitipo es Cristo, acontecimiento-vértice de la realidad salvífica. Con
relación a este acontecimiento-vértice, que es Cristo, toda la historia del AT
no hace sino de tipo.
Este dato es perceptible en el evangelio de Juan, para el cual Cristo es
antitipo en cuanto es la realidad de la salvación, paso desde el mundo al Padre,
pascua (= paso). Desde el momento en que contemplamos a los hijos dispersos
congregados en el Hijo de Dios, tocamos ya con la mano la realidad y la
actualización en Cristo de todo cuanto ha preparado dicha reunificación. Cristo
es la realización de todas las figuras que precedieron y anunciaron tal
reunificación (Jn 11,52). Juan mismo en su evangelio
ve en los gestos y en los signos de Jesús el anuncio, el tipo de
los sacramentos. Bien pronto la liturgia de la cuaresma tomó en sus lecturas
evangélicas, para la preparación de los catecúmenos, la tipología de Juan. Así,
en el tercer domingo de cuaresma (ciclo A) se lee el pasaje de la samaritana,
donde el agua es tipo de aquella otra agua que da la gracia y renueva (Jn
4,5-42). En el cuarto domingo se proclama el evangelio del ciego de nacimiento,
tipo de la iluminación del bautizado (Jn 9,1-41). En el quinto domingo se
proclama el milagro de la resurrección de Lázaro como tipo de la
resurrección de Cristo y de nuestra resurrección, al estar nosotros injertados
en Cristo (Jn 11, 1-45).
III. Las experiencias bautismales en los primeros siglos
Recogemos aquí solamente los testimonios que nos ofrecen elementos importantes
para la liturgia y la teología del bautismo.
1. LA "DIDAJÉ"
- LAS ODAS DE SALOMÓN - HERMAS. Aun
presentándonos un ritual determinado, estos tres textos nos ofrecen algunas
indicaciones ya notablemente precisas.
a) La Didajé comienza su parte litúrgica
ocupándose del bautismo. El texto —bastante conocido—prescribe bautizar con agua
viva, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Sigue una
casuística referente al uso del agua, posterior sin duda: si falta agua viva, se
recurrirá a otra agua; a falta de agua fría, se bautizará con agua caliente. Si
no hay agua abundante, se le derrama un poco tres veces sobre la cabeza del
candidato, diciendo en el nombre del Padre, y del Hijo, y fiel Espíritu Santo
Bautismo, pues, por inmersión o ya por infusión. En cuanto a la fórmula
bautismal, no sería prudente ver en las palabras mencionadas —como en Mt 28,19—
la fórmula trinitaria, que sólo se usará más tarde. Se comprende, por el
contexto, que el bautismo es para la remisión de los pecados y señala la entrada
en una comunidad con el propósito de elegir una de las dos vías señaladas en el
texto: la vía del bien. Se echan, sin embargo, de menos otros elementos
doctrinales.
b) Las Odas de Salomón presentan un discurso con
repetidas alusiones al rito bautismal. La inmersión, por ejemplo, es un
descenso a los infiernos, pero también una liberación El autor usa el término
sphragís; pero ¿se trata del bautismo?, ¿de una señal de la cruz?, ¿de
una unción?" Notemos cómo esta catequesis se funda en una determinada
tipología, como la del mar Rojo, la del templo o la de la circuncisión.
Por su parte, la Carta de Bernabé nos ofrece unas preciosas
informaciones teológicas y tipológicas, aunque sin iluminarnos con exactitud
sobre el bautismo.
c) Hermas, en el Pastor, nos informa sobre los ritos
del bautismo. Presenta él la iglesia como una torre construida sobre el agua:
es una clara alusión al bautismo, que construye el cuerpo de Cristo. Vemos a
los hombres entrando en la torre después de haber recibido una vestidura y un
signo. Se alude a la corona, a la vestidura blanca, al sello. El bautismo provoca en el
hombre la inhabitación de Dios y lo compromete en una vida nueva de total
fidelidad a Dios. No es fácil comprender qué significa la corona: ¿es una
corona real o más bien una imagen para significar la gloria recibida en el
bautismo? De igual manera, ¿es real la vestidura blanca o, por el contrario,
ve en ella Hermas simplemente un signo del don del Espíritu?
2. JUSTINO - TERTULIANO - HIPÓLITO DE ROMA.
En estos tres autores hallamos descripciones muy concretas
del bautismo, en íntima relación con una teología a veces desarrollada. En
Tertuliano hasta se puede descubrir una disciplina con carácter estable.
a) En su Apología I, el mártir san Justino
quiere ser prudente: en efecto, se dirige él al emperador pagano Antonino Pío
(a. 150), y no conviene exponerle detalladamente la descripción de un
sacramento. Sin embargo, da a entender lo que es el bautismo. Ante todo se ha de
creer en lo enseñado y vivir conforme a tal enseñanza, aprender a orar y a pedir
el perdón de los pecados. Toda la comunidad ayuna juntamente con los candidatos
a la iniciación. Son éstos conducidos después al lugar del agua y bautizados en
el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, con lo que quedan
purificados mediante el agua; esta ablución se denomina iluminación. El
bautismo tiene unos efectos negativos: perdonar los pecados; pero produce
igualmente un efecto positivo: iluminar. Para Justino, la fe en Cristo y el
bautismo comunican la luz al creyente, hasta el punto de definir él el bautismo
como photismós o iluminación. Pero el efecto positivo del bautismo
no es únicamente el personal: introduce además en la comunidad
a fin de poder compartir el pan de la eucaristía,. En el Diálogo
con el hebreo Trifón utiliza Justino una tipología familiar al interlocutor,
comparando al bau-tizado con Noé salvado de las aguas 29 y el
bautismo con la circuncisión 30.
b) No obstante la típica agresividad del género apologético, Tertuliano
aporta algunos datos litúrgicos precisos en su Tratado del bautismo. Para
nosotros es de particular interés la primera parte de dicho tratado, ya que
encontramos en él un comentario al rito bautismal. En dicho comentario inaugura
Tertuliano la metodología catequética patrística, consistente precisamente en
enseñar la doctrina partiendo del rito. El rito bautismal comporta la renuncia y
la inmersión con su triple interrogación trinitaria. Anteriormente había hablado
Tertuliano del simbolismo del agua, lo cual hace pensar en la existencia de una
bendición del agua, de la que hablará Hipólito de Roma. A cada pregunta responde
el candidato creo, y es sumergido cada vez. Al salir del agua, el
bautizado recibe la unción con el óleo. El De baptismo no alude a la
signatio, pero introduce la imposición de la mano, a la que atribuye, como
harán después los padres, el don del Espíritu, relacionándolo con la bendición
de Jacob. Distingue claramente Tertuliano entre la acción del bautismo,
consistente en preparar para la venida del Espíritu y en purificar, y el don
mismo del Espíritu. Mas, si los sacramentos son distintos, la totalidad tiene
lugar en una misma celebración.
c) En su Tradición apostólica nos da a conocer Hipólito de Roma su
concepción del rito bautismal" Al canto del gallo se bendice el agua, aunque no
sabemos con qué fórmula. En primer lugar se bautiza a los niños. No es necesario
subrayar la importancia de este texto para la historia de la práctica del
bautismo de los niños". Si
estuvieren capacitados para ello, los mismos niños responderán a las preguntas
trinitarias; de lo contrario, lo harán los padres o algún otro miembro de la
familia. Después se bautiza a los hombres, y finalmente a las mujeres, las
cuales se presentarán con la cabeza descubierta y sueltos los cabellos, sin
broches de oro'". Antes se bendice el crisma, llamado óleo de acción de
gracias, y un óleo de exorcismo (correspondientes a nuestros sagrados
crisma y óleo de los catecúmenos). El sacerdote hace que se pronuncie la
renuncia con la fórmula que llegará a ser clásica: Yo renuncio a ti, Satanás,
y a todas tus pompas y a todas tus obras. Se unge después al candidato con
el óleo del exorcismo, diciendo: Aléjese de ti todo espíritu maligno, y
se le entrega, vestido, al obispo o al sacerdote, que está al lado del agua,
para que lo bautice. El candidato desciende hasta el agua con el diácono, que le
pregunta acerca de la fe trinitaria y le impone la mano. A cada respuesta
creo se le introduce en el agua, y a continuación le unge el sacerdote con
el óleo de acción de gracias. Una vez revestidos, los bautizados retornan a la
iglesia, donde el obispo les impondrá las manos, les ungirá y les signará en la
frente. En la celebración eucarística que inmediatamente se va a celebrar, el
obispo da gracias sobre el pan y el vino, sobre una mezcla de leche y miel
(símbolo de las promesas hechas ya realidad) y sobre el agua (símbolo del
bautismo). En el momento de la comunión, los neobautizados y confirmados
recibirán el pan, el agua, la leche con miel y el vino.
Tales son los ritos del bautismo que llegaron a practicarse en la liturgia
latina. Ahora nos ocuparemos de cada uno de los ritos, estudiándolos brevemente
en su evolución hasta nuestros días, es decir, hasta el nuevo Ordo Baptismi
Parvulorum (= OBP; para los Praenotanda en castellano véase A. Pardo,
Liturgia de los nuevos Rituales y del Oficio divino, col. Libros de la
Comunidad, ed. Paulinas, etc., Madrid 1975, 31-46. En castellano, Ritual del
bautismo de niños (= RBN) y el Ordo Initiationis Christianae Adultorum (=
OICA), en castellano Ritual de la iniciación
cristiana de adultos (=RICA).
IV. La bendición del agua bautismal
Según la Didajé, el bautismo se administraba con agua viva. Según
Tertuliano e Hipólito se trata de agua bendita, aunque no conocemos la fórmula
de bendición. El mismo Cipriano insiste muchísimo en esta bendición. En su
tratado escribe Tertuliano: "Omnes aquae... sacramentum sanctificationis
consequuntur, invocato Deo"°'. Por su parte, dice Cipriano: "Oportet ergo
mundari et sanctificari aquam prius a sacerdote, ut possit baptismo suo peccata
hominis, qui baptizatur, abluere".
Agustín, como Cipriano, parece hacer de tal bendición la condición de validez
del bautismo: "Aqua non est salutis, nisi Christi nomine consecrata"".
San Ambrosio escribe: "Ubi primum ingreditur sacerdos, exorcísmum facit secundum
creaturam aquae, invocationem postea et precem defert ut sanctificetur fons et
adsit praesentia Trinitatis aeternae". La tipología que él da del
agua tal vez se hallaba inserta en la oración consecratoria.
En el sacramentario Gelasiano y en el sacramentario Gregoriano
encontramos una oración consecratoría que en el último se convierte en una
especie de prefacio. Comienza dicha oración con un exorcismo, al
que sigue una bendición, pasándose después a una epíclesis. Posteriormente,
hacia el s. viii, se acompaña la oración consecratoria del agua con algunos
ritos, que aparecerán después fijamente en el Pontifical de la Curia romana
del s. xiii. El cirio pascual se introduce tres veces en el agua para
significar a Cristo o al Espíritu Santo. Una triple insuflación representa
igualmente el soplo del Espíritu. Finalmente, se rocía a los fieles
con el agua.
Este rito de la bendición del agua se ha conservado hasta el Vat. II, que con su
reforma ha simplificado la fórmula de bendición, así como los ritos. Ahora el
sacerdote toca el agua con la mano. La fórmula enumera los
tipos del agua, preparada desde
la creación: el agua de la creación, el diluvio, el mar Rojo, el Jordán, el agua
que brota del costado de Cristo (RBN 123; RICA 215). Adviértase
cómo, antes de la bendición y durante la procesión hasta la pila bautismal —que
puede ser también una concha de agua colocada delante del altar o en un lugar
visible, cuando la pila no fuese visible (RBN 121)— se cantan las
letanías.
El nuevo rito ha previsto otras dos fórmulas para la bendición del agua (RBN
216-218; RICA 389). La finalidad de estas nuevas creaciones es doble:
la primera fórmula de bendición puede parecer demasiado larga; corre además el
peligro de dejar demasiado marginados a los fieles, sin posibilidad de
participación visible, por lo que las dos nuevas fórmulas, más breves, contienen
aclamaciones intercaladas en el texto. Por interesante que sea tal novedad,
no está, sin embargo, exenta de defectos. El más grave parece ser el
olvido de toda tipología, que es a su vez indispensable si se quiere que el
sacramento quede por entero ilustrado catequéticamente, es decir, mostrando cómo
se fue preparando a través de siglos de historia salvífica antes de haberlo
instituido Cristo. Ahora bien, la tipología contenida en la primera fórmula (RBN
123; RICA 215) muestra cómo el agua bautismal es fruto de una larga
gestación dentro de la historia de la salvación.
Notemos cómo la bendición del agua, en algún tiempo realizada solamente en
pascua y en pentecostés —que eran los días establecidos para administrar el
bautismo—, hoy tiene lugar en cada bautismo, a excepción del que tenga lugar en
el tiempo pascual (cf rúbrica en RBN 123).
V. La renuncia a Satanás
Este rito, frecuentemente comentado por los padres, ha ocupado lugares
diferentes en la celebración, ha recibido distintas formulaciones y se ha visto
dotado de elementos rituales más o menos dramáticos.
Ya Justino alude a él en su Apología. En el De baptismo, de
Tertuliano, se llega a tener la impresión de que se realizaba duran-te el mismo
bautismo, cuando el candidato era introducido en el agua. En la Tradición
apostólica se colocaba el rito después de la bendición del agua. Lo
acompañaba la expresiva fórmula: Yo renuncio
a ti, Satanás, a todo tu servicio y a todas tus obras.
Inmediatamente después era ungido el candidato con el óleo
del exorcismo (óleo de los catecúmenos) y salía del agua. Ambrosio alude a los
mismos ritos. Por lo que respecta a la fórmula, hay diversidad. Tertuliano
escribe: "Aquam ingressi, renuntiasse nos diabolo et pompae
et angelis eius ore nostro contestamur". El mismo Tertuliano explica que las
pompas son las manifestaciones idolátricas y los ángeles
son los ministros de Satanás. San Ambrosio nos recuerda la fórmula usada
en Milán: "Abrenuntias diabolo et operibus eius... saeculo et voluptatibus eius?,
dando así a comprender lo que entiende por pompas.
En el sacramentario Gelasiano, como en todos los libros litúrgicos del
ámbito romano, la fórmula interrogatoria es la siguiente: "Abrenuntias satanae...?
Et omnibus operibus eius? Et omnibus pompis eius?
El nuevo ritual publicado después del Vat. II adopta esta última como segunda
fórmula de renuncia en el RICA 217, B, como primera en el RBN
125. El RICA, en efecto, no cuenta con las otras dos (el RBN,
solamente con una de ellas). "¿Renunciáis a Satanás y a todas sus obras y
seducciones?" (fórmula B de RICA 217); "¿Renunciáis al
pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios...? ¿Renunciáis a las
seducciones de la iniquidad, para que no os domine el pecado...? ¿Renunciáis a
Satanás, que es el autor y cabeza del pecado?" (fórmula C del RICA 217;
segunda del RBN 125). Esta última fórmula parece más concreta.
Oriente introdujo a veces a este propósito algunos ritos dramáticos. Nos los
describe san Cirilo de Jerusalén, o al menos las catequesis que figuran con su
nombre: el candidato, descalzo y sobre un cilicio, está revestido elementalmente
con una túnica y renuncia después a Satanás mirando hacia occidente; sopla o
escupe tres veces en esta dirección y se vuelve después hacia oriente, con las
manos y los ojos levantados hacia el cielo mientras pronuncia la fórmula con
que expresa su adhesión a Cristo. También en Milán, en Africa y España se hacía
la renuncia en pie sobre un cilicio.
VI. La unción prebautismal
Varía su puesto según los rituales. En Hipólito tal unción sigue inmediatamente
a la renuncia y en su misma fórmula se explica el significado: "Omnis spiritus
abscedat a te". En Milán, por el contrario, parece precederla. De
tal unción dice san Ambrosio: "Unctus es quasi athleta Christi, quasi luctam
huius saeculi luctaturus". La misma praxis se encuentra en el sacramentario
Gelasiano, y en el Gregoriano. El
sacramentario de Gelone, en su segundo Ordo bautismal, precisa que la
unción se realiza con la señal de la cruz, pero colocando dicha
unción después de la triple respuesta abrenuntio. Las dos primeras
unciones se hacen en el pecho; la tercera, en el dorso.
En Oriente, las Catequesis mistagógicas atribuidas a san Cirilo de
Jerusalén hablan de una unción realizada en todo el cuerpo.
En el Pontifical de la Curia romana, adoptando el uso de los Ordines
del s. IX la unción se acompaña con la fórmula: "Ego te lineo oleo salutis", y
se hace después de la renuncia.
El ritual del Vat. II prevé esta unción ya durante la preparación para el
bautismo, en el caso del adulto (RICA 130), ya durante el rito mismo
después y antes de la renuncia, respectivamente (RICA 218; RBN
120-121), con la fórmula: "Que os fortalezca el poder de Cristo salvador, con
cuya señal os ungimos con el óleo de la salvación..."
VII. Bautismo y profesión de fe
Tocamos el núcleo central del rito del bautismo. Con las
exceppiones mencionadas por la Didajé [supra, III, 1], la ablución
bautismal se realizaba por inmersión, y por tanto el candidato estaba desnudo.
Hemos visto ya [-> supra, III, 2] cómo inmersión y profesión de fe se realizaban
al mismo tiempo, según Tertuliano e Hipólito e, incluso, según san
Ambrosio.
,¿Cómo se desarrollaba el rito? Parece que no siempre era
total la inmersión, sino que se limitaba a introducirse en el agua hasta las
rodillas: nos lo atestiguan las múltiples representaciones de los
antiguos mosaicos y la estructura misma de ciertos baptisterios antiguos
todavía existentes e incapaces para una inmersión total. Pero
debía practicarse también la inmersión casi total, ya que de lo contrario
resultarían incomprensibles ciertos comentarios de padres como san Ambrosio:
la imagen de la sepultura —el agua representaba la tierra— carecería de
sentido. En Oriente no hay duda a este propósito, y lo atestiguan catequesis
como las de san Cirilo. Duraría tal costumbre largo tiempo: santo Tomás de
Aquino la atestigua todavía en su tiempo y la alaba (S. Th. III, q. 66,
a. 7). En los ss. xiv y xv desaparece tal costumbre en Occidente; pero todavía
la encontramos hoy, por ejemplo, entre los griegos. El antiguo Rituale
Romanum todavía permitía tal uso por respeto a las tradiciones locales. El
rito actual lo considera normal por el mismo título que el de la infusión
(RICA 220; RBN 128; cf
además OBP, Praenotanda 22, A.
Pardo, o.c., p. 35; RBN 73,
b). No se olvide que la inmersión significa
mejor el efecto positivo del bautismo: renacer del agua y del Espíritu,
mientras que el rito por infusión evoca más bien la purificación de los
pecados.
Durante muchos siglos, la fórmula del bautismo consiste en
la triple interrogación. Sin embargo, cuando los bautizados eran niños, daban
las respuestas sus padres o sus padrinos y madrinas, según la praxis ya
prevista por Hipólito
Es normal que se contase con una fórmula como Ego te baptizo. El
Gelasiano, sin embargo, la desconoce y en el rito del sábado santo mantiene
la pregunta, mientras los Gelasianos del s. viii, como el de Gelone,
utilizan la fórmula Ego te baptizo, praxis seguida igualmente por el
Suplemento del Gregoriano. La profesión de fe viene así a
preceder al bautismo, siendo los padrinos y madrinas quienes responden a la
pregunta. El rito actual ha conservado esta fórmula también para el bautismo de
los adultos, quienes son invitados a profesar su fe antes de ser bautizados
(RICA 219-220). En el caso de los niños, son los padres los llamados a hacer
la profesión de fe por sus hijos (RBN 126-128).
VIII. La unción después del bautismo
Ya Tertuliano alude a esta unción: "Caro abluitur ut anima emaculetur;
caro ungitur ut anima consecretur..." " La Tradición apostólica de
Hipólito la describe claramente como unción que finaliza el bautismo: "Et postea,
cum ascenderit, ungeatur a presbytero de illo oleo quod sanctificatum est,
dicente: Ungueo te oleo sancto in nomine Jesu Christi"". También san Ambrosio
menciona esta unción; y la fórmula que él recuerda se usó, con pocas variantes
hasta la reforma del Vat. II, que en este caso la ampliaría. He aquí la fórmula de Ambrosio: "Deus,
Pater omnipotens, qui te regeneravit ex aqua et Spiritu concessitque tibi
peccata tua, ipse te ungueat in vitam aeternam". El Gelasiano
dice: "Deus... ex aqua et Spiritu sancto quique dedit tibi remissionem
omnium peccatorum, ipse te linit chrisma salutis in Christo Iesu domino nostro
Es la fórmula que se nos ha transmitido. El ritual del Vat. II la recupera hasta
las palabras chrismate salutis, añadiendo después: "para que, agregado a
su pueblo, como miembro de Cristo sacerdote, profeta y rey, permanezcas para la
vida eterna" (RICA 224; RBN
129). El significado del rito queda
así claramente expresado. Y es una ilustración de lo que ya se ha realizado en
el baño de la regeneración; exactamente como antes, por ejemplo, en el
Gelasiano, la unción que seguía a la imposición de la mano en la
confirmación ilustraba el don del Espíritu que se había ya dado precisamente con
la imposición de la mano.
IX. La entrega de la vestidura blanca y del cirio
Para el origen de este rito hemos de acudir a las palabras de san Pablo:
"Cuantos en Cristo fuisteis bautizados os habéis revestido de Cristo" (Gál
3,27). La vestidura es blanca, ya que debe simbolizar la resurrección (Mt 17,2 y
par.; Ap 4,4; 7,9.13). Es Teodoro de Mopsuestia quien nos ofrece el primer
testimonio claro de este rito, hacia la mitad del s. tv. San Ambrosio lo recuerda en el De mysteriis, dando del mismo una
explicación moralizadora: despojados del pecado, se nos ha revestido con la
indumentaria pura de la inocencia. El mismo san Ambrosio lo omite
en el De sacramentis, tal vez por estar demasiado preocupado en defender
contra Roma, que no lo cumple, el lavatorio de los pies de los neófitos, que era
habitual en Milán. San Ambrosio piensa que no debe abandonarse dicho gesto,
símbolo de la salvación misma. El príncipe de los apóstoles, después de haber
comprendido plenamente su significado, pide al Señor que no solamente le lave
los pies, sino incluso todo el cuerpo; y san Ambrosio se sorprende de que en
Roma precisamente, en la iglesia de San Pedro, no se practique tal rito.
Ambrosio aprovecha la ocasión para ratificar su adhesión a Roma, confirmando al
mismo tiempo la libertad de Milán.
El Misal de Bobbio conserva la fórmula de la entrega de la vestidura,
mientras que el Gelasiano ni siquiera conoce su uso.
Hay, en cambio, huellas sobre el particular en el Pontifical Romano del s.
XII; y esta fórmula ha llegado hasta nosotros con pocas variantes.
El rito actual ha añadido una frase introductoria: "N. y N., os habéis
transformado en nuevas criaturas y estáis revestidos de Cristo"; a la que sigue
la antigua fórmula: "Recibid, pues, la blanca vestidura que habéis de llevar
limpia de mancha ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo, para alcanzar la
vida eterna" (RICA 225; RBN 130). Los neófitos usaban la vestidura
blanca hasta la octava de pascua. Ese día la dejaban, adquiriendo su puesto
habitual entre los fieles.
En cuanto a la entrega del cirio, de la que sólo tenemos clara noticia por el
Pontifical Romano del s. XII, comportaba una fórmula parecida a la que hoy
conocemos, con un simbolismo que recuerda las lámparas de las vírgenes prudentes (cf RICA 226;
RBN 131).
X. El bautismo de los niños
Los ritos hasta ahora analizados son idénticos para los adultos y para los
niños. Importa ahora centrar la atención en la preparación de los niños y,
particularmente, en la de sus padres y padrinos.
Para los adultos el RICA (68-207) propone un período de catequesis con
ritos particulares. Respecto a los niños, por más que una larga tradición
muestre cómo había algunos ritos que les afectaban también como si fuesen
adultos, y en los que estaban comprometidos sus padres y padrinos
[-> Iniciación cristiana,
II, 2, b-c], el RBN solamente prevé la
catequesis de los padres, pero sin insistir en la forma, y sobre la que sería
útil ahondar (OBP, Praenotanda, véase A. Pardo, o.c., nn. 7 y 13, pp.
33-34; n. 5, p. 39; RBN 15.95-98)
[-> Iniciación cristiana, IV, 2; VI, 1].
Pero el actual
RBN (que no es un ritual de iniciación, ya que el niño solamente recibe el
bautismo; además, es de reciente creación; en efecto, el rito que se usaba para
el bautismo de los niños hasta la reciente reforma adoptaba simplemente el del
bautismo de los adultos, con poquísimas adaptaciones) se ha esforzado por hacer
más comunitario el bautismo de los niños, exigiendo que se celebre normalmente
en la iglesia parroquial (OBP, Praenotanda, A. Pardo, o.c., 10, p. 41;
RBN 49), en días en que sea fácil reunir a los fieles (OBP, ib., 9,
p. 41; RBN 46). Para el comienzo de la celebración están previstos ritos
de acogida, en los que el celebrante expresa el gozo de la comunidad por el
hecho de recibir a nuevos miembros (RBN 109-114). Con el fin de concretar
esta inserción en la comunidad y hacer menos individual el sacramento, se
recomienda el reagrupar, en cuanto sea posible, a los niños que van a recibir el
bautismo y realizar con todos ellos una única celebración (OBP, ib, 27,
p. 36; RBN 42). La reciente Instrucción sobre el bautismo de los
niños, publicada por la Congregación para la doctrina de la fe con fecha de
20 de octubre de 198095, no contradice ni en lo más mínimo nada de lo dicho.
Simplemente ha querido que el bautismo no se retrase, en principio, por la
razón de que no se reconoce la legitimidad del bautismo de los niños.
Efectivamente, este problema del bautismo de los niños, sobre el tapete de unos
años a esta parte (véase la bibl. que se cita al final de esta voz), ha
desconcertado a muchos cristianos, que no aceptan de buen grado la explicación
de san Agustín, con sus argumentaciones, y tienen la impresión de que el
bautismo de los niños no ha sido tradicional en la iglesia (por más que el
testimonio de Hipólito demuestre lo contrario: -> supra, III, 2, c). La
citada instrucción está urgiendo una teología para el bautismo de los niños, e
insiste más y más en que el don de la fe no depende del conocimiento o de la
conciencia; aun a sabiendas de que nadie, ni siquiera los padres, puede suplir
con su propia fe la de los niños, concreta cómo éstos no son bautizados sin fe,
ya que está presente y actuante la fe de los padres y la fe de la iglesia. Los
padres creen que, bautizando a los niños, se les pone en el camino de la
salvación. Hacerlo así no es, pues, limitar su libertad, como no es tampoco
ningún atentado contra la misma proporcionarles el alimento necesario para su
vida, por inconscientes que a esa edad sean los niños. El nuevo ritual se ha
preocupado, además, por hacer comprender que el bautismo de los
niños ,tiene su sentido; y, para mayor abundancia, en sus moniciones
y plegarias apela a la responsabilidad de los padres (OBP, ib, 9, p. 33;
5, p. 39 (RBN 15-73, a; 110-113; 124-128; 131).
Hasta hoy no había tenido el bautismo de los niños su propia liturgia de la
Palabra, como tampoco se lo insertaba en la celebración eucarística. Las dos
novedades presentes en el nuevo ritual son: la posibilidad de celebrar el
bautismo durante la eucaristía dominical (OBP, ib, 9, p. 41; RBN
79-81); o la posibilidad de organizar una liturgia de la Palabra sobre la base de
un leccionario ya rico (OBP, ib, 17, p. 42; n. 29; b, p. 45; RBN
69-72), pero con libertad para proclamar igualmente otros textos (RBN
116). Después de esta liturgia de la Palabra (mientras tanto, se puede trasladar
a los niños a otro lugar apropiado a fin de no distraer la atención: OBP,
ib, 14, p. 41; RBN 53.115) —a continuación de la acogida y del diálogo
con los padres, cuya responsabilidad se subraya en el rito con la señal de la
cruz que se les invita a hacer en la frente del niño después del sacerdote (RBN
114)— tiene lugar una breve homilía, con la oración de los fieles por los
bautizados (OBP, ib, 17, p. 42; 29 b, p. 45; RBN 72;
116-117). Siguen las invocaciones de los santos, como una llamada a hacer
presente la iglesia del cielo al lado de la iglesia de la tierra (RBN
118).
Mientras el anterior ritual, en este punto, preveía los tres sucesivos
exorcismos —reproducción de los exorcismos de los escrutinios para los adultos
[-> Iniciación cristiana, II, 2, b]—, el nuevo ritual ha eliminado
este conjunto artificioso, con sus fórmulas respectivas, frecuentemente
chocantes si se piensa que estaban éstas dirigidas a un infante, sustituyéndolas
por una nueva oración de exorcismo con un contenido enteramente positivo. Aun
recordando que con la expulsión de Satanás queda liberado de la culpa original,
la oración no deja de evidenciar la entrada del niño en el reino de la luz y su
transformación en templo de la gloria divina y en morada del Espíritu Santo (RBN
119). La otra fórmula de exorcismo, ad libitum, por ser más
moralizadora, resulta también más accesible a los fieles (RBN 215).
Después de la unción prebautismal (RBN 120) y la bendición del agua (RBN
122-123), de la renuncia a Satanás y la profesión de fe (RBN
124-126), viene el bautismo propiamente dicho (RBN 128), al que sigue la
unción posbautismal (RBN 129), la entrega de la vestidura blanca y del
cirio encendido, rito este último que una vez más ofrece a los padres y padrinos
la ocasión de recordarles sus responsabilidades (RBN 130-131), y el rito
del Effetá (RBN 132). La celebración del bautismo finaliza con la
recitación del padrenuestro, previa monición del celebrante, en la que se
alude a la confirmación y a la eucaristía, en las que un día tomarán parte los
niños recién bautizados (RBN 134). Finalmente, el celebrante bendice a
las madres (RBN 135) —gesto que ocupa, felizmente, el puesto de la
antigua purificación de la puérpera, que recordaba la enojosa
prescripción del Lev 12—, pero sabiéndose igualmente bendecidos los padres de
los niños y toda la asamblea participante en la celebración (ib).
La editio typica latina del OBP prevé un rito del bautismo de los
niños sin sacerdote ni diácono para uso de los catequistas (OBP 132-156),
que no se ha recogido en la versión española.
XI. La catequesis de los padres
En orden a destacar
la espiritualidad del bautismo, así como para su uso catequético, puede ser útil
esbozar las líneas de la catequesis patrística bautismal. Dentro de los límites
que el espacio nos permite, nos referiremos sobre todo a san Ambrosio, aunque
sin olvidar a otros padres.
1. LA METODOLOGÍA
CATEQUÉTICA. Padres griegos y latinos utilizan la misma metodología catequética.
El punto de partida de la catequesis es la celebración misma del sacramento. No
dan, pues, ya al principio una definición del bautismo, ni tratan en seguida de
hacer remontar hasta Cristo la institución de dicho sacramento. Desde la
celebración del bautismo se remontan los padres a sus preparaciones tipológicas.
Tampoco van buscando en estos tipos una explicación del bautismo: más
bien los contemplan como unos hechos históricos reales, que ahora llegan a ser
más reales todavía con su actuarse en Cristo, que es el antitipo, es
decir, la actualización definitiva del plan de salvación. Partiendo de aquí y
después de haber descrito y explicado los ritos, pasan los padres a las
aplicaciones morales y existenciales del caso.
En su tratado De sacramentis, san Ambrosio es particularmente fiel a este
esquema. Su intención no es explicar los ritos en sí mismos, sino mostrar su más
hondo significado para la vida cristiana. Y se sirve para ello, como base, del
simbolismo de los ritos y del de la Escritura. Esta catequesis analítica es
mistagógica, es decir, se imparte después de haber tenido lugar la experiencia
sacramental". Veamos su aplicación a los ritos principales.
a) La renuncia.
Tiene lugar después de haber entrado en el baptisterio y en vista de la fuente
de la gracia. Existe una lucha, y la unción que la acompaña es la del atleta de
Cristo: el cristiano es un "profesional de la lucha"". Pero allí
donde hay un combate, hay también un premio. La renuncia es un compromiso, y con
ella es como el cristiano lo rubrica y lo suscribe ante un ministro, es decir,
ante un representante de Dios, y por tanto ante el cielo, y no solamente ante la
tierra. Según san Basilio, renunciando a los ángeles de Satanás se renuncia a
los hombres, que son instrumentos de Satanás. Teodoro de Mopsuestia
nos da su lista: los que propagan el error, los poetas de la idolatría, los
dados al vicio Para Cirilo las pompas del demonio son los espectáculos,
las carreras de caballos y las vanidades mundanas.
b) La bendición del
agua. Para explicar este rito aprovecha san
Ambrosio sus hondos conocimientos bíblicos. Quiere demostrar él cómo, aunque
aparentemente semejante a cualquiera otra, el agua bautismal es totalmente
distinta. Para lograrlo recurre a los tesoros de la tipología bíblica que los
catecúmenos han descubierto ya con la ayuda de las lecturas de las liturgias
preparatorias al bautismo. El mar Rojo, la curación de Naamán en el Jordán, el
bautismo de Cristo, la roca del Horeb, el diluvio, la piscina de Betesda,
Eliseo, que hace flotar en el agua el hierro de la segur; todas estas
preparaciones van evocándose para llegar después al agua de la fuente
bautismal, que consagrará el obispo. Las figuras del AT no son ilustraciones,
sino realidades. Los padres utilizan todos, en sus catequesis sobre el agua,
este conjunto
de tipologías, subrayando particularmente aquellas que facilitan la comprensión
del sacramento.
Creación y diluvio son los tipos a los que con más frecuencia recurren los
padres. El tema de las aguas de la creación permite la apelación al Espíritu:
aquel mismo Espíritu que habrá de recrear el mundo destruido. De ahí la relación
entre el Espíritu que aletea sobre las aguas primitivas y el Espíritu del
bautismo en el Jordán'. Y puesto que la salvación se nos da por medio del
agua no es difícil desde ahí pasar a la imagen del pez: el monograma de Cristo,
ICTUS, que significa "pez". También nosotros somos peces, y no puede la
tempestad hacernos perecer. El diluvio ocupa asimismo un puesto importante en
la tipología bautismal. Después del diluvio sobrevive un pequeño resto,
un grupo de salvados con vistas a la alianza: el arca se convierte así en tipo
de la iglesia (1 Pe 3,18-21). Se recurre también al mar Rojo por su
significado pascual y escatológico (1 Cor 10,2-6). Moisés es figura de Cristo
guiando a su pueblo.
En el tema del Jordán, el pensamiento teológico parte en tres direcciones. 1)
Josué, figura de Cristo, atraviesa el Jordán para entrar en la tierra prometida;
Jesús se encuentra en el Jordán cuando le anuncian la muerte de Lázaro, a quien
él resucitará. Se trata indudablemente de temáticas afines: bautismo en el agua
del Jordán y resurrección para una nueva vida. 2) Elías atraviesa el Jordán antes de ser arrebatado al cielo:
el hecho evoca la travesía del mar Rojo. La segur de Eliseo flotando sobre las
aguas del Jordán relaciona el bautismo con el madero de la cruz. 3) La curación de Naamán, el sirio, que tiene lugar en las
aguas del Jordán.
Tales son los temas tipológicos que encontramos en toda la catequesis
patrística. No todos pueden utilizarse en la catequesis actual; pero todos
contienen elementos aun hoy indispensables para una catequesis que quiere
fundamentarse en la Biblia y en la liturgia.
XII. Visión sintética del nuevo rito del bautismo de los niños
A la luz de la tradición, ilustrada panorámicamente en la anterior perspectiva
histórico-evolutiva, y como conclusión de todo lo expuesto, creemos útil añadir
alguna breve anotación sobre el nuevo rito del bautismo de los niños reformado
por el Vat. II, al servicio de la celebración, mientras que para los aspectos
catequético-pastorales nos remitimos a -> Iniciación cristiana, VI.
El nuevo rito consta de cuatro momentos: rito de acogida; liturgia de la
palabra; liturgia del sacramento; ritos finales.
La acogida de los niños manifiesta la voluntad de los padres y de los
padrinos y el propósito de la iglesia de celebrar el sacramento del bautismo,
voluntad y propósito que los padres y el celebrante expresan con la signación de
los niños en la frente (OBP, ib, 16, p. 42). El diálogo inicial con que
padres y padrinos declaran ser conscientes de las responsabilidades que asumen
será tanto más auténtico y significativo cuanto más sea fruto de una preparación
anterior y eficaz. La señal de la cruz en la frente de los niños —por
parte del celebrante, primero, y por parte de los padres y padrinos, después— es
un primer gesto de acogida dentro de la iglesia, y una como introducción a toda
la iniciación cristiana o participación sacramental en la muerte y resurrección de
Cristo.
La celebración de la palabra tiene por finalidad
avivar la fe de los padres, de los padrinos y de todos los presentes; con "la
homilía, que puede acompañarse de un momento de silencio" (OBP, ib, 17,
p. 42), se prepara la comunidad cristiana a profesar la fe en nombre de los
niños y a comprometerse en su formación cristiana hasta hacerles llegar a ser adultos en la fe. Es esto lo que se pide en la
oración de
los fieles —que pueden preparar y en la que
pueden participar los familiares—, a la que se añaden las Invocaciones de los
santos.
La oración del
exorcismo y el gesto de la unción con el óleo de los catecúmenos
muestran la liberación del pecado original y la llamada a luchar con Cristo por
el bien.
La celebración
del sacramento comienza con la solemne plegaria de la bendición del agua,
hermosa catequesis sobre el agua en la historia de la salvación hasta el
bautismo instituido por Cristo; sigue el compromiso solemne de los padres y
padrinos en nombre del niño (renuncia a Satanás, profesión de fe, explícita
solicitud del bautismo). El rito central del bautismo puede realizarse por
inmersión, "signo sacramental que expresa más claramente la participación en
la muerte y resurrección de Cristo", o por infusión del agua en la cabeza
del niño, acompañadas una u otra con la fórmula trinitaria, que permite
la comprensión de las nuevas y misteriosas relaciones del bautizado con el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El primeró de los
ritos posbautismales, la unción crismal, "significa el sacerdocio regio
del bautizado y su incorporación en la comunidad del pueblo de Dios" (OBP,
ib, 18 c, p. 42). La entrega de la vestidurablanca y de la
candela, que el padre del niño enciende con la llama del cirio pascual,
expresan la nueva dignidad del bautizado y la luz de la fe que se le ha otorgado
al niño y se le ha confiado a la familia. El rito del Effetá reitera el
gesto de Cristo implorando para el neobautizado la capacidad de acoger la
palabra de Dios y anunciarla a los hermanos.
Los ritos
finales reúnen a la comunidad en torno al altar para la recitación del
padrenuestro y para subrayar cómo los pequeños bautizados un día "recibirán por
la confirmación la plenitud del Espíritu Santo. Se acercarán al altar del Señor,
participarán en la mesa de su sacrificio y lo invocarán como Padre en medio de
su iglesia" (RBN 134). La bendición final a las madres, a los padres y a
todos los presentes invoca una vez más la felicitación y el compromiso de "dar
testimonio de la fe ante sus hijos, en Jesucristo nuestro Señor" (RBN
135).
A. Nocent
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