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SUMARIO: I. Belleza y bondad: 1. El vocabulario; 2. La estética bíblica; 3. La fuente de la belleza. II. Su reflejo en el mundo: 1. El cielo, el sol y la luna; 2. Las plantas y los animales. III. La belleza del hombre: 1. Personas y factores de belleza; 2. Perfumes y ornamentos; 3. Valores y límites. IV. La belleza en las obras del hombre: 1. El arte; 2. La vida.
I. BELLEZA Y BONDAD. La lengua hebrea carece de un término adecuado para expresar el concepto de belleza en sentido estético. Por eso es verdad que "en conjunto el problema de lo bello no suscita interés en el pensamiento bíblico" (GLNT V, 28). Pero esto no significa que en la Biblia falte todo tipo de gusto por la belleza, bien sea en el campo de la naturaleza, bien en el del arte. Significa solamente que se atiende más a la bondad intrínseca de las personas, de las acciones y de las cosas que a su aspecto exterior, y que, por tanto, en la búsqueda de la verdadera concepción de la belleza hemos de atender más a los conceptos expresados que a las palabras [/ Biblia y cultura].
SUMARIO: I. Belleza y bondad: 1. El vocabulario; 2. La estética bíblica; 3. La fuente de la belleza. II. Su reflejo en el mundo: 1. El cielo, el sol y la luna; 2. Las plantas y los animales. III. La belleza del hombre: 1. Personas y factores de belleza; 2. Perfumes y ornamentos; 3. Valores y límites. IV. La belleza en las obras del hombre: 1. El arte; 2. La vida.
I. BELLEZA Y BONDAD. La lengua hebrea carece de un término adecuado para expresar el concepto de belleza en sentido estético. Por eso es verdad que "en conjunto el problema de lo bello no suscita interés en el pensamiento bíblico" (GLNT V, 28). Pero esto no significa que en la Biblia falte todo tipo de gusto por la belleza, bien sea en el campo de la naturaleza, bien en el del arte. Significa solamente que se atiende más a la bondad intrínseca de las personas, de las acciones y de las cosas que a su aspecto exterior, y que, por tanto, en la búsqueda de la verdadera concepción de la belleza hemos de atender más a los conceptos expresados que a las palabras [/ Biblia y cultura].
1. EL VOCABULARIO. En los índices de
correspondencias que hay al final de algunos diccionarios se puede ver cómo de
hecho remiten los autores al menos a cinco vocablos que de una manera o de otra
se relacionan con lo que llamamos bello en sus diversas acepciones. Entre ellos
merecen especial atención dos adjetivos. El primero, yafeh (con el verbo
y el sustantivo respectivos), se refiere en general al aspecto exterior que
ofrece deleite y felicidad, y se aplica tanto a las personas como a las cosas (Gén
12,11; 1Re 1,2; Jer 11,16...). El segundo, tób,
equivale fundamentalmente a "bueno", y en su forma sustantivada también al
"bien" o a la "bondad" en abstracto. Puesto que el ámbito semántico de este
adjetivo y de sus derivados es muy amplio (aparece 741 veces en el TM) y
abarca casi todos los campos del ser, desde Dios hasta las cosas y el hombre con
sus acciones y sus comportamientos morales, "el término es traducido -atendiendo
al contexto por medio de diversos adjetivos, y no sólo por medio de `bueno':
agradable, satisfactorio, gustoso, útil, funcional, recto, hermoso, bravo,
verdadero, benigno, bello, correcto, hábil, etc." (DTA T I, 903).
En los LXX se
traduce generalmente por agathós, "bueno", pero también por kalós,
"bello", y jrestós, que fundamentalmente significa "útil"; pero también
en los LXX se le traduce a veces por "gentil, agradable, suave, dulce, benigno,
clemente". Sin embargo, es válido que en griego, como por lo demás en hebreo y
en las mismas lenguas modernas, lo bello está muchas veces íntimamente ligado a
lo bueno y a veces se identifica con él, especialmente en los juicios de índole
ética y hasta estética, comprendiendo en sí muchos aspectos de diversa
naturaleza.
2. LA ESTÉTICA
BÍBLICA. Si nos fijamos en algunos textos aislados, podríamos decir que el
antiguo Israel no sentía gran aprecio por el producto bello del hombre,
limitándose a contemplar lo que ya existe en la naturaleza. Por ejemplo, los
altares erigidos en honor de la divinidad tenían que ser de piedra tosca sin
labrar (Éx 20,25; Dt 27,6), y estaban severamente prohibidas las
imágenes de cualquier tipo (Éx 20,4; Dt 4,16-18), ya que -como se
explica- Dios no se manifestó nunca bajo uría forma humana (Dt 4,12-15).
Es evidente que la razón de esta prohibición era de naturaleza esencialmente
religiosa, al estar dictada por el temor de que el pueblo simple pudiera caer en
la idolatría, a semejanza de los demás pueblos (Éx 20,5; Dt 5,9),
como sucedió realmente en varias ocasiones, empezando por el becerro de oro
fabricado por Aarón en el desierto en ausencia de Moisés (Éx 32,1-7),
hasta la serpiente de bronce levantada igualmente en el desierto (Núm
21,6-9), pero que el rey Ezequías tuvo que quitar del templo precisamente
porque se había convertido en objeto de culto idolátrico.
La enseñanza bíblica, más en general, aunque puede parecer
que no se interesa directamente por el problema de la belleza y que incluso es
contraria a ella, en realidad se inspira en principios altamente formativos, que
merecen tomarse en consideración. En sustancia, tiende a trascender las
limitaciones del hombre y del mundo en el cual ha sido puesto por Dios, para
remontarse directamente hasta la fuente misma de la belleza. De esta manera se
advierte al hombre que no se deje seducir ni absorber por lo que es limitado,
efímero y caduco, sino que vaya más allá de la realidad y de la apariencia de
las cosas, para llegar a contemplar sólo el poder, la gloria y el esplendor de
quien las ha creado y le ha dado a él el poder de utilizarlas (cf Sal
8; 104; etcétera).
3. LA FUENTE DE LA BELLEZA. Con la intención de mostrar que
Dios es autor de todo lo que existe, en su totalidad o globalidad, el relato
sacerdotal de la creación pasa revista a las diversas obras realizadas por él,
distribuyéndolas dentro del esquema de los seis días laborables, al final de
cada uno de los cuales se dice, a modo de estribillo: "Vio Dios que era bueno" (Gén
1,4.12.18.21.25). Luego, al final del sexto día, se añade: "Vio Dios todo lo que
había hecho, y he aquí que todo estaba bien" (1,31). Consideradas de parte de
Dios, estas palabras suenan como la expresión de complacencia por la exacta
correspondencia de todas las cosas a su proyecto creativo; pero por parte del
hombre que las escribió son como un himno de alabanza por el mundo creado, que
en su magnificencia revela el orden, la armonía y la belleza que les imprimió el
Creador. Así pues, con razón los LXX, sin apartarse del concepto original, en
todos los textos indicados tradujeron el hebreo tób por
kalón, que, referido a las cosas o a las
personas, significa precisamente
"bello" en cuanto ordenado, sin defectos, proporcionado y armonioso en todas sus
partes.
Contemporáneamente los traductores griegos introdujeron en
el texto sagrado el término kósmos, tanto en el significado propio de ornamento
(incluso moral) (Ex 33,5-6; 2Sam 1,24; Jer 2,32...) como para indicar el
conjunto (lit. "el ejército") de los astros que adornan el cielo (Gén 2,1; Dt
4,19; 17,3; Is 24,22; 40,20), acercándose en este último caso al uso clásico,
que había encerrado en este término la idea de orden, de unidad y de belleza
existentes en el mundo creado, llamado precisamente cosmos. Vemos así cómo en la
época helenista el Sirácida canta expresamente no sólo a Dios, que ha dispuesto
en el cosmos con orden "las maravillas de su sabiduría" (Si 42, 21), sino
también la belleza del universo, tanto en su conjunto como en sus diversos
elementos: el sol, la luna y las estrellas, que con su esplendor forman la
belleza y el adorno del cielo (43,1-10); el arco iris, "hermoso en su esplendor"
(43,11); la nieve =`los ojos se maravillan de la belleza de su blancura,
el corazón se extasía al verla caer" (43,11)-; la lluvia, el viento y la
inmensidad del mar (43,20-26); pero todo ello visto como obra de Dios y
manifestación de su gloria y, por tanto, como motivo para glorificarlo por
encima de todas las cosas (43,27-33).
De forma análoga, aunque en un tono menos lírico y más
filosófico, el autor del libro de la Sabiduría (13,19) reconoce de buen grado
que los idólatras que adoran los elementos más brillantes de la naturaleza
pueden verse engañados en su búsqueda de Dios, puesto que mientras que buscan
alcanzarlo a través de la creación, se equivocan y se dejan seducir por su
belleza exterior, con la convicción de que sólo es bello lo que se ve con los
ojos del cuerpo (vv. 6-7). A pesar de ello, se siente igualmente en la
obligación de condenarles, ya que por las obras visibles no supieron reconocer a
su hacedor (v. 1; cf Rom 1,19-20). Por su profundo significado, este texto
merece que se lo lea en una traducción casi literal: "Si, encantados por su
belleza, esas cosas han sido confundidas con dioses, piensen cuánto mejor que
ellas es el Señor, puesto que es el autor mismo de la belleza el que las ha
creado. Y si se asombraron de su poder y energía, deduzcan cuánto más poderoso
es el que las ha formado. Realmente, desde la grandeza y belleza de las
criaturas se contempla a su autor" (vv. 3-5).
No cabe duda de que algunos de estos conceptos, ligados a
la belleza, reflejan la influencia del ambiente helenista en que fueron
madurando y de la que se deriva también la admiración por la alternancia
armoniosa de los elementos constitutivos del universo (19,18), y sobre todo por
las obras de arte producidas por el hombre (14,19). Pero fundamentalmente hay
que relacionarlos con la tradición bíblica más antigua, la cual, atendiendo más
al dinamismo y a la fuerza de las cosas que a sus colores, había visto siempre
en el mundo y en sus elementos un motivo para cantar la grandeza, el poder y la
magnificencia de su Creador (Sal 89,6-14; Is 40,28; 45,7-9; Jer 32,17-19; Sab
11, 21-22).
II. SU REFLEJO EN EL MUNDO. Generalmente en la Biblia no se
encuentran páginas impregnadas de gran lirismo inspirado por la belleza de las
cosas, como las hay, por el contrario, en gran parte de la literatura clásica y
romántica. Pero esto no significa que los autores sagrados no tuvieran
sensibilidad ante los espectáculos que ofrece la naturaleza a la contemplación
del hombre ni hacia el encanto que suscitan tantos seres del mundo vegetal y
animal. Basta con saber leer entre líneas y más allá de las palabras para
descubrir, por ejemplo, cuánto asombro y admiración se deducen de ciertos textos
que evocan los principales fenómenos del mundo atmosférico (cf Job 36,2738,38;
Si 42,14-43,33) o que invitan a todos los seres a bendecir y a celebrar al Señor
que los ha creado (Sal 148, 1-12; Dan 3,52-90).
1. EL CIELO, EL SOL
Y LA LUNA. Quizá no haya un módulo
más frecuente que aquel con que se expresa el señorío de Dios sobre el cielo. Si
muchas veces se dice que Dios habita o tiene su trono en el cielo o que es el
Dios del cielo, y en tiempos más recientes se llega a llamarlo simplemente
"cielo" (1 Mac 3,18; 4,10.24.55; 2Mac 7,11; Mt 21,25; Lc 15,18.21...), no es
sólo porque se piense en su altura o en su lejanía, sino también porque se
contempla su inmensidad y su belleza. Por esto el salmista puede cantar: "Los
cielos narran la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos",
prosiguiendo a continuación con la celebración del Señor, que en él ha puesto
como principal ornamento el sol, el cúal, radiante como un esposo, sale de su
alcoba y como un valiente guerrero recorre los caminos del cielo desde un
extremo al otro (Sal 19,2.6-7).
Junto con el sol, también la luna y la aurora se celebran
por su brillante esplendor y se convierten en símbolo y parangón inapreciable de
belleza, como para la esposa del Cantar, "que avanza cual la aurora, bella como
la luna, distinguida como el sol" (6,10). La aurora en especial, que en oriente
es mucho más sugestiva que el ocaso, es admirada por su esplendor (Job 3,9;
38,12; 41,10) y vista como una invasión de luz que se derrama sobre los montes (Jl
2,2). Al salmista le gustaría prevenir y "despertar a la aurora" para poder
cantar la gloria del Señor en su templo al amanecer el nuevo día (Sal 57,9); y
como anonadado ante la infinitud del poder y de la ciencia de Dios, reconoce que
no podría escapar de la presencia de su espíritu ni siquiera liberándose con las
alas de la aurora para alcanzar los últimos confines de la tierra (Sal 139,9).
Llegará el día en que Dios vendrá a visitar a su pueblo, y entonces la luz de la
salvación "surgirá como la aurora" (Is 58,8); "entonces la luz de la luna será
como la luz del sol, y la luz del sol será siete veces más fuerte" (Is 30,26); y
para los que hayan honrado al Señor despuntará también "el sol de justicia", que
con sus rayos luminosos y benéficos hará desaparecer toda su aflicción (Mal
3,20).
2. LAS PLANTAS Y LOS ANIMALES. En un mundo de cultura
eminentemente agrícola y ganadera como el de la Biblia, no podían escapar a la
observación del hombre la elegancia y la esbeltez de algunas cosas, en las que
encontraba deleite y complacencia. Ya en el segundo relato de la creación, al
querer señalar el estado de felicidad original en que Dios quiso crear al
hombre, se lee que "el Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y en él
puso al hombre que había formado; el Señor Dios hizo germinar del suelo toda
clase de árboles agradables a la vista y apetitosos para comer" (Gén 2,8-9),
haciendo luego correr ríos de agua perenne, para que pudiesen llevar su savia
vital. También del árbol prohibido se indica que la mujer vio "que el árbol era
apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir sabiduría" (Gén
3,6).
En estas alusiones se vislumbra un sentido de admiración
teñida de nostalgia, fácilmente comprensible en un país en gran parte árido como
Palestina, por eso, para señalar la fastuosidad de algunos soberanos y el gozo
de vivir, se habla muchas veces de jardines llenos de flores y de plantas de
todo género, adornados con gusto y refinamiento (Qo 2,5; Cant 4,12.13.16; Ez
28,13; 31,8-9), mientras que para expresar el gozo y la felicidad que acompañan
al resurgimiento de Jerusalén desde sus ruinas el profeta llega a decir que
dicha ciudad será como un nuevo Edén y "como el jardín del Señor" (Is 51,3).
Además, es sabido cómo para describir la vitalidad y la fecundidad benéfica de
la sabiduría, en la página central del Sirácida se evocan las plantas más bellas
de la flora palestina, desde las más imponentes como el cedro hasta las más
humildes como la rosa de Jericó, con sus hojas exuberantes, sus flores y sus
frutos, como símbolo del precioso gozo espiritual que la sabiduría misma asegura
a quienes la cultivan (Si 24,12-17). Hay que recordar, finalmente, cómo para
inculcar la confianza en la providencia del Padre celestial, Jesús invitaba a
fijarse en los pájaros del cielo y en los lirios del campo, de los que observaba
que "ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos" (Lc 12,27; Mt
6,28).
El libro de /Job, después de haber pasado lista a los
diversos fenómenos de la naturaleza en los que visiblemente se manifiesta la
sabiduría de Dios, en una serie de preguntas se ocupa también de los animales,
encontrando en cada uno de ellos algo digno de admiración, si no por su aspecto
exterior, al menos por algunas características de instinto y de comportamiento
de que los ha dotado el Creador (Job 38,34-39,30; cf también 30,29-31). En el AT
se hace referencia muchas veces al reino animal o como motivo de enseñanza o
como término de comparación o como símbolo de cualidades que también el hombre
debería poseer. Por referirnos sólo al águila, se la celebra como ejemplo de
destreza (2Sam 1,23; Job 9,26; Jer 48,40; 49,20; Ez 17,3) y de vigor juvenil
(Sal 103,5- Is 40,31), pero también de solicitud maternal (Éx 19,4; Dt 32,11).
No faltan, sin embargo, referencias a la belleza, a la gracia, a la esbeltez y
la elegancia de algunos animales en particular, como la paloma, la gacela y la
cierva, cuyos nombres se evocan con frecuencia, junto con los de muchos otros,
para describir el mundo idílico en que se mueven los dos enamorados del Cantar y
especialmente para dibujar el perfil físico y moral de la novia.
III. LA BELLEZA DEL HOMBRE. Hecho a imagen y
semejanza de Dios (Gén 1,26-27), el hombre es el ser que refleja mejor su
esplendor, su gloria y su grandeza (Sal 8): De hecho en la Biblia no es sólo el
Cantar el que celebra la belleza del amado o de la amada. Todas las personas que
tienen cierta importancia, tanto real como ideal, están también llenas de gracia
y hermosura.
1. PERSONAS Y FACTORES DE BELLEZA. Vienen en primer lugar
las mujeres, representadas en la antigüedad por las grandes madres de la
tradición patriarcal: Sara (Gén 12 11. 14), Rebeca (24,16), Raquel (29,17); más
tarde Abigaíl (1 Sam 25,3) y Abisag, la sunamita que atendió a David en su
ancianidad (1Re 1,3-4); más tarde las heroínas protagonistas de los libros de
Ester (2,7) y de Judit (8,7; 10,14) o de relatos como el de Susana (Dan 13,2).
Para que alguien pueda ser considerado hermoso, se mira sobre todo al aspecto y
al conjunto de su figura, al colorido y a las líneas de su cuerpo. Así en los
textos indicados, como en el caso de José (Gén 39,6) y del mismo Saúl (1Sam
9,2). Más de cerca se contempla a Absalón, admirado entre otras cosas por su
extraordinaria cabellera: "No había en todo Israel un hombre que fuera tan
celebrado por su belleza como Absalón. Desde la planta de los pies hasta la
coronilla de la cabeza no había defecto alguno en él" (2Sam 14,25). Pero /David
es el hombre completo, a quien se presenta como ideal de la belleza, por ser
"rubio, de buen aspecto y de buena presencia" (lSam 16,12; 17,42), pero también
como el ideal de la perfección: "Toca muy bien la cítara, es valiente y hombre
de guerra, sabio en sus palabras, de buena presencia, y el Señor está con él" (lSam
16,18). En la misma línea se ponen otros escritos posteriores que, al presentar
a sus héroes, no se detienen en las formas externas, sino que señalan también
algunas dotes o facultades humanas, subrayando sobre todo su religiosidad.
(Véanse los relatos de Ester, de Judit, de Daniel y los otros jóvenes en la
corte de Babilonia, sin olvidar tampoco el de Susana en Dan 13.)
2. PERFUMES Y ORNAMENTOS. Como suele pasar en todos los
pueblos de todos los tiempos, los hebreos apreciaban y se servían abundantemente
de ungüentos, perfumes y adornos para hacer más aceptable y agradable su
persona, según el gusto y las variaciones de la moda, bien fuera del país o bien
importada. Las partes más cuidadas con ungüentos o con simple aceite eran el
rostro y los cabellos, la barba y los pies (Sal 133,2; Qo 9,8; Le 7,38-46). Pero
cuando iban a tener un encuentro importante, las mujeres tenían que prepararse
con tiempo, ungiéndose eón mirra, utilizando sustancias olorosas, cuidando sus
vestidos, arreglando sus cabellos, adornándose de joyas, sin olvidar el carmín y
todos los cosméticos habituales para hacer fresca y radiante la belleza femenina
(Rut 3,3; Jdt 10,3; Est 2,12; Cant 1,3.10.12; Sal 45,9-15).
El profeta Ezequiel, dejándose llevar de la vena poética,
describe al pueblo de Israel bajo la imagen de una niña abandonada, que el Señor
recoge, lava y unge con sustancias aromáticas, la viste con trajes preciosos de
púrpura, de seda y de brocado, la adorna con joyas de oro y plata, pulseras
pendientes, anillos y una corona de oro en la cabeza; pero ella, orgullosa de su
belleza, se prostituye, traicionando a su esposo Yhwh, para servir a dioses
extranjeros en las formas más abominables (Ez 16,1-22). La larga narración tiene
un profundo significado moral, además de teológico. Denuncia no sólo la
ingratitud de Israel, sino también la vanidad y la peligrosidad de un excesivo
lujo y coquetería femenina. En un plano más ligado a la realidad histórica,
también el profeta Isaías, en una descripción muy detallada de la toilette
femenina, denuncia y condena con energía el lujo del que hacen ostentación
algunas mujeres de Jerusalén y que él considera un insulto a los muchos pobres
de la ciudad (Is 3,16-24).
3. VALORES Y LIMITES. La afirmación de Si 40,22: "Tu ojo
desea gracia y belleza", es la que expresa quizá mejor la realidad psicológica
del hombre, el cual, aun dentro de la variedad de gustos, nunca deja de sentirse
atraído, y a veces seducido, por todo lo que se le presenta en el mundo bajo las
formas de lo bello. Pero la sabiduría bíblica, con esa concreción que le es
propia, advierte que, especialmente en la mujer, la belleza física es peligrosa
y hasta dañina, si no va acompañada de una belleza interna superior. "La gracia
de la mujer alegra a su marido... La mujer honesta es gracia sobre gracia...
Como el sol que se alza en los más altos montes es la hermosura de la mujer
buena en una casa bien cuidada' (Si 26,13.15.16; cf también 36 22-24). La mujer
realmente ideal es la que une a sus dotes exteriores la laboriosidad, la
diligencia y la generosidad, puesto que "engañosa es la gracia, vana la belleza;
la mujer que teme al Señor, ésa debe ser alabada" (Prov 31,30 en el contexto de
los vv. 10-31: el célebre elogio de la mujer fuerte). Basado en la experiencia
histórica y cotidiana de tantos hombres arruinados o comprometidos por haber
cedido a la seducción de las gracias femeninas, el sabio exhorta también a
guardarse con cuidado de sus hechizos (Prov 6,24-28; Si 9,8), pronunciando
finalmente este juicio tan duro: "Anillo de oro en jeta de puerco, tal es la
mujer bella pero sin seso" (Prov 11,22).
IV. LA BELLEZA EN LAS OBRAS DEL HOMBRE. El hombre tiene dos
maneras de expresar su ideal de belleza: la primera, inspirándose en la
naturaleza y esforzándose en reproducir sus formas, sus colores y sus sonidos;
la segunda, mirando dentro de sí mismo e intentando vivir en sus acciones
aquella suma de orden, de armonía y de perfección que descubre en el universo.
Tenemos así la belleza estética y la belleza moral, el arte y la vida.
1. EL ARTE. A pesar de la severa prohibición, ya mencionada
de producir imágenes (Éx 20,25; Dt 4,1618), sabemos por la historia bíblica, y
más aún por la arqueología, no sólo que semejante prohibición no se entendió
nunca en sentido absoluto, sino que de hecho en el antiguo y en el más reciente
Israel no faltaron de vez en cuando los que se entretenían en ejercitarse en los
diversos campos del arte figurativo, aunque inspirándose en gran parte en los
gustos y modelos de los pueblos vecinos más evolucionados. Las repetidas
denuncias de los profetas, que condenan ásperamente las diversas formas del
culto idolátrico, demuestran que la producción de estatuas, estatuillas y
amuletos no debió de ser rara entre el pueblo, de modo que incluso en el reino
del sur los reyes Ezequías y Josías, en sus reformas religiosas, tuvieron que
empeñarse a fondo en hacerlas desaparecer del mismo templo de Jerusalén (2Re 18
4; 23,4-15).
De todas formas, el entusiasmo de los escritores bíblicos
no tiene reservas cuando se trata de presentar en toda su espléndida belleza las
obras de arte ligadas al culto del verdadero Dios, como las atribuidas a la
iniciativa de Moisés (Éx 25-28; 36-38), el palacio real y el templo de Jerusalén
construidos por Salomón (1 Re 6-8; 2Crón 2-5), el templo ideal contemplado por
Ezequiel (Ez 40-43), aunque adornados también ellos con imágenes simbólicas, no
sólo de tipo floral, sino también fáunico (Éx 37,7.17-23; 1 Re 6,27; 7,25.36;
Ez41,18-20). Tampoco para el segundo templo, a pesar de sus reducidas
dimensiones y de la modestia de sus adornos, faltaron las alabanzas y el
reconocimiento de los profetas del tiempo y de los escritores sucesivos (cf Ag
2,3.7.9; 2Mac 2,22; 3,12); y después de ser restaurado y embellecido por Herodes
el Grande, ante su majestuosidad, uno de los discípulos le dirá a Jesús: "¡Mira
qué piedras y qué edificios!" (Mc 13,1).
Pasando a otras ramas del arte, no podemos omitir una
alusión fugaz a la poesía y a la música (/Biblia y cultura). En los textos que
han llegado hasta nosotros, casi todos de índole religiosa, la poesía hebrea
destaca entre las demás por su aliento espiritual y humano, por la elevación de
los conceptos y la fuerza de la imaginación, así como por la variedad de géneros
literarios, la vivacidad del lenguaje, el ritmo de los sonidos y el
"paralelismo" de sus proposiciones.- El origen de la música se hace remontar a
los orígenes de la humanidad (Gén 4,21). Ben Sirá se refiere a menudo con mucha
simpatía a la música que se ejecutaba en los banquetes, ya que -según él- junto
con el vino "alegra el corazón"; aunque se apresura a decir que por encima de
los dos está "el amor a la sabiduría" (Si 40,20; cf 22,6; 32,3-6; 49,1). A falta
de una documentación concreta, no se puede juzgar de su contenido ni de sus
formas expresivas. Sin embargo, por lo que nos refieren los textos, no es
exagerado afirmar que no había ninguna manifestación, alegre o triste, civil o
religiosa, de tipo familiar o social, que no estuviera acompañada del canto o
del sonido de uno o varios instrumentos musicales: desde la celebración gozosa
del paso del mar Rojo (Éx 15,1.20) hasta el traslado del arca santa a Jerusalén
(2Sam 6,5.14-15), desde las fiestas solemnes de entronización de los soberanos
hasta los cortejos fúnebres de las gentes más humildes. Para la liturgia en
particular baste pensar en la institución de los levitas cantores, que el
cronista hace remontar a David (1Crón 23,5; 2Crón 29,25-30), y en las muchas
alusiones que se hace a los cantos en los salmos (cf Sal 137,1-3), así como en
los diversos tipos de instrumentos con que se invita a alabar al Señor (p.ej.,
Sal 149;150). Es verdad que Is 5,12 y Am 6,5 condenan a los ricos que se
deleitan en los banquetes escuchando el sonido de las arpas, de las cítaras y de
otros instrumentos de cerda o de viento, pero sólo porque se ve en todo ello una
inútil ostentación de lujo que ofende a los pobres, de los que no se preocupan.
2. LA VIDA.
Por esa íntima relación que se da
entre lo bello y lo bueno, de la que hablábamos al principio, sucede muchas
veces en el griego de los LXX y del NT que el adjetivo kalós, "hermoso", se
utilice para calificar al hombre, sus comportamientos y sus acciones. Para el AT
es bueno y hermoso lo que agrada a Dios, porque corresponde a su voluntad.
Tal es el significado que asume en muchas frases en que aparece el paralelismo
con recto, justo, agradable (Dt 6,18; 2Crón 14 1), o bien se explicita añadiendo
"delante del Señor" (Núm24,1; Dt 12,28; Mal 2,12; Prov 3,4...). En el NT va
unido muchas veces a sustantivos con uso metafórico: tierra, semilla, árbol,
frutos (en Juan: vino, pastor), y más a menudo con el verbo "ser", para
cualificar una acción que se ha de hacer u omitir (Mt 12,4; Mc 7,27; 9,5.42-47);
de ahí la expresión "obras bellas", bien sea las que han de realizar los hombres
(Mt5,16; 1Pe2,10;en ITim y Tito, passim), o bien los mismos milagros realizados
por Cristo (Jn 10,32.33). Puede ser que en este uso tan amplio de la palabra
haya influido la preocupación de los primeros cristianos por demostrar su fe con
obras que no sólo fueran buenas, sino que lo pareciesen también a los demás, de
forma que pudieran ser juzgadas moralmente bellas según el ideal griego del
mundo ambiental. El hecho es que en los escritos más tardíos este adjetivo
recibe una mayor acentuación, hasta el punto de que puede cualificar las
diversas realidades del mensaje evangélico y a casi todos los aspectos de la
vida cristiana.
En términos militares se exhorta a Timoteo a comportarse
como un "bello" (valeroso) soldado de Cristo (2Tim 2 3), a combatir la "bella"
(esforzada) batalla por la fe (1Tim 1819; 6 12) y a guardar el "bello"
(precioso) depósito de la fe (2Tim 1,14), mientras que, por su parte, el autor
se declara seguro de haber librado un "bello" (valiente) combate (2Tim 4,7). Del
mismo Timoteo se reconoce que dio pruebas de su fe con "una bella confesión ante
muchos testigos", a semejanza de Cristo, que la dio ante Pilato (1Tim 6,12-13).
El que aspire al episcopado debe tener un "bello- (favorable) testimonio por
parte de la comunidad (ITim 3,7). Finalmente, todos los cristianos han de tener
una "bella" (recta) conciencia (Heb 13,18) y portarse en el mundo con una
"bella" (buena, honorable) conducta de vida (Sant 3,13; 1 Pe 2,12). En
definitiva, puede considerarse válida para todos los cristianos la exhortación
dirigida a las mujeres por ITim 2,9-10 y 1Pe 3,3-4, de que no se preocupen de la
belleza exterior y fugitiva, obtenida (para las mujeres) con trenzados, adornos,
perlas y vestidos preciosos, sino de la belleza incorruptible del espíritu, que
se manifiesta y resplandece por fuera en la práctica de obras moralmente bellas.
BIBL.: ADInOLFI
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A. Sisti
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