En el período preisraelita Bet-El fue un
santuario cananeo (bet-‘el = “casa del dios”), que tal vez incluso dio nombre
a la divinidad allí venerada; en este último caso la fórmula “Yo soy el Dios
Bet-El” (Gen 31:13) sería preferible traducirla “Yo soy el Dios de Bet-El.”
El lugar del asentamiento junto al
recinto del santuario se llamaba Luz, sin duda por los almendros (luz), que
ponían su nota característica en la campiña de Bet-El. En la Biblia se
yuxtaponen Luz y Bet-El, como lo demuestra el trazado de la frontera tribal
entre Efraím y Benjamín, que “salía de Betel-Luz” (Jos 16:2). Cierto que a
veces a Luz también se la llama “Bet-El”; pero por lo general ese nombre
indica el lugar de los sacrificios, que quedaba aproximadamente a un km al
este del asentamiento. Sólo desde la supresión del santuario por el rey
Yosías hay que entender por “Bet-El” la ciudad.
La ciudad — y con ella también el
santuario — tuvo un papel importante en el período de los hicsos. En 1957 se
excavaron los restos de una imponente muralla de circunvalación (de 3,38 m de espesor)
perteneciente a los comienzos del período hicso en Canaán, y de finales de
ese período los restos de una fortificación bien amurallada. Cabe suponer que
Bet-El constituyó un importante punto de apoyo de los hicsos en Canaán.
Los israelitas conquistaron y destruyeron
Bel-El al apoderarse del país; pero más tarde se apropiaron de su venerable
santuario transformándolo en lugar de culto a Yahveh; es decir, que el dios
de Bet-El se identificó con Yahveh. Los documentos bíblicos de la apropiación
se remontan narrativamente a la época de los patriarcas, con la construcción
de un altar en Bet-El por par-te de Abraham (Gen 12:8) y la erección de una
piedra por parte de Jacob (Gen 28:17-22). Verosímilmente puede deducirse de
la última narración que el centro del santuario era una massebá de piedra y
que entre las ofrendas habituales del lugar estaba la ofrenda de aceite. En
ese empleo del aceite se recogía la tradición del país.
Probablemente en el período israelita fue
Bet-El el centro de culto de la tribu de Benjamín. Pero en su conjunto debió
de ser bien modesto, a juzgar por el escaso nivel de vida de Israel al tiempo
de la conquista y de los jueces.
Tras la división de los reinos (932 a.C.), el primer rey
del reino del norte, Israel, de nombre Yeroboam, hizo de Bet-El el santuario
nacional erigiendo allí la imagen de un becerro; esta última forma de culto
no enlazaba con una tradición de Bet-El. La medida supuso un vigoroso impulso
para Bet-El (y para Luz), como lo certifican los hallazgos de las
excavaciones.
Como después del 932 a.C. Jerusalén era la
ciudad más septentrional del reino meridional de Judá, los reyes sureños
intentaron ganar algo de la franja de territorio fronterizo con el norte.
Bet-El quedaba a sólo 17 km
de Jerusalén, por lo que entraba en la zona de lucha e incluso bajo el rey
Abiyyá fue judaica por algún tiempo (914 a.C.); pero el rey Basa de Israel (910-897 a.C.) la devolvía a la
soberanía del reino norteño, en el que se mantuvo hasta el 725 a.C.
Los profetas Amos y Oseas, que actuaron
bajo Yeroboam II (782-747 a.C.)
en el reino del norte, alzaron sus voces contra las aberraciones de Bet-El,
cuyo culto al parecer había adoptado unas formas marcadamente cananeas,
además del escándalo que suponía la imagen del becerro.
Tras la destrucción de Bet-El por los
asirios (725 a.C.)
y la dispersión del reino del norte, el santuario quedó abandonado por algún
tiempo; pero pronto el rey asirio envió a un sacerdote yahvista, que había
sido deportado, para que restableciese el culto de Yahveh en Bet-El, que por
entonces formaba parte de la provincia asiría de Samaría; se creía, en
efecto, que las malas cosechas y otras catástrofes eran consecuencia del
abandono del Dios del país. Pero, naturalmente, en Bet-El no se mantuvo en
exclusiva el culto yahvista, sino que como el soberano del país era el gran
rey asirio también las divinidades asirías tuvieron allí acogida y
veneración. Con ello Bet-El se convirtió en una abominación para los profetas
absolutamente fieles a Yahveh.
Un siglo más tarde (621 a.C.) el rey Yosías de
Judá (641-609 a.C.)
incluyó también en su reforma del culto el santuario de Bet-El: ocupó el
recinto sagrado, destruyó el santuario e hizo profanar la región sembrando
huesos, a fin de que el lugar de los sacrificios no volviera a utilizarse.
Desde entonces Bet-El fue una ciudad y no
ya un santuario. Probablemente quedó incorporada a Judá, pues entre los
regresados de Babilonia se contaban también gentes de Bet-El (cf. Esd 2:58),
lo que supone que también de allí había habido deportados.
En el topónimo árabe actual de Betus se
ha conservado, aunque en forma truncada, el nombre de Bet-El.
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