El concilio de Trento afirma que el agua verdadera y natural (cfr. DS 1615) es
la materia necesaria para el bautismo y esto no puede ser entendido como una
metáfora. Con justicia afirma santo Tomás que los sacramentos causan una
santificación allí donde se realiza un gesto. En el bautismo el gesto consiste
en derramar agua e invocar la Trinidad. Precisa: «Por eso el sacramento no
consiste en el agua misma, sino en la aplicación del agua al hombre, esto es, en
la ablución» ".
Así pues, la materia es una acción, un gesto que consiste en la ablución externa
del hombre acompañada por la fórmula verbal prescrita. A lo largo de la
historia, la ablución se ha realizado de tres modos: inmersión en el agua,
infusión del agua en la cabeza o aspersión, está última no está prevista ya por
el Código de Derecho Canónico y ha sido abandonada. En todo caso, el ministro
derrama el agua como instrumento agente en nombre del autor principal, que es
Jesucristo. La triple ablución procede y ha sido sugerida por la forma
trinitaria y está atestiguada por la Didaché. La bendición del agua forma
parte de lo que acompaña al rito, haciéndolo significativo y comunicativo de los
dones divinos.
En el N.T. encontramos que el bautismo es celebrado en el nombre de Cristo o de
la Trinidad. Eso indica, en primer lugar, una profesión de fe en Cristo o en la
Trinidad, que realiza la obra de la salvación. El bautismo nos une a la persona
de Cristo salvador. Se reconoce que su obra procede del amor del Padre y se
realiza en la efusión del Espíritu. Además de esto, el nombre de Cristo o de la
Trinidad expresan la autoridad y la causa de las que brota el bautismo y por las
que se confiere. Pero no puede excluirse tampoco que tales afirmaciones indiquen
que el bautizado se vuelve propiedad o es consagrado a Cristo y a la Trinidad.
J. Betz afirma justamente: «La locución característica "bautizar [...] en el
nombre de Jesús (Cristo) o en Cristo" significa concretamente la cesión de la
persona del bautizado a Cristo. Esa consigna se proclama en la invocación, en la
epíclesis sobre el candidato en el nombre de Jesús. También la fórmula
litúrgica más antigua refleja dicha
expresión. Mas la anexión a Cristo significa, al mismo tiempo, el retomo al
Padre. Todo eso se hace posible en el bautismo por medio del Espíritu» 12.
Las fórmulas del bautismo indican el sentido teológico sobre la base de su
origen y por lo que expresan. Es posible, por ejemplo, que Mt 28, 19 pueda haber
sido ya también una fórmula litúrgica que indica el sentido de la relación con
la Trinidad surgido con el bautismo. En el siglo IV encontramos la fórmula
litúrgica explícita: «Yo te bautizo...» Pero es preciso recordar que, en la
liturgia del bautismo, ha existido siempre una fórmula litúrgica más amplia que
la usada en el momento de la ablución, la cual expresaba de modo claro, bajo la
forma de preguntas y respuestas, la fe eclesial. En un momento determinado, en
virtud de la necesidad de una precisión que diera seguridad en el proceso
sintetizador y para evitar controversias, subintró pronto la fórmula litúrgica
que sigue siendo válida.
Precisamente la fórmula de la celebración litúrgica nos revela los motivos por
los que el bautismo, desde el principio, fue denominado de manera especial
«sacramento de la fe» 13. Esta
expresión indica, en primer lugar, el acto de fe que
toda la Iglesia, el sujeto celebrante, lleva a cabo; y
realiza una acción que renueva y hace vivir de modo actual la fe en Jesucristo
redentor y salvador, que santifica y justifica ahora al hombre uniéndole a su
santidad. Es un sacramento que sin esa fe no tendría sentido alguno.
En segundo lugar, el bautismo agrega a la comunidad de fe, llamándonos a
adherimos a toda la comunidad cristiana. El catecúmeno es bautizado en la fe de
la Iglesia. La fe profesada no puede ser reducida a una relación subjetiva: esa
fe nos introduce en la vida de la comunidad, de la que recibimos la posibilidad
de establecer relaciones objetivas con Jesucristo. El encuentro bautismal con
Jesucristo es una participación en la vida plena de su cuerpo, que es la
Iglesia.
Además de esto, el bautismo es sacramento de la fe porque pide, cuando el
bautizado es capaz de ello, una fe y una opción radical y total por Jesucristo,
único y singular mediador entre Dios y los hombres. La palabra viva de Cristo es
ya presencia de salvación que obra en la historia y en la vida personal, mas
ésta encuentra también en todo momento signos que la realizan y la hacen
objetivamente operante, y eso empezando por la acción sagrada con la que el
hombre se convierte en hijo de Dios. Por eso puede añadirse también que: «El
bautismo ilumina nuestra inteligencia para conocer a Dios en Cristo. La fe no es
una potencia que se añada a las otras potencias de la naturaleza humana, sino
que la gracia del bautismo proporciona a la inteligencia humana una nueva
capacidad para acoger la revelación de Dios, no a través de la adhesión a una
verdad abstracta, sino a través de la adhesión a la realidad del misterio» 14..
En consecuencia, el
bautismo nos permite ver que el misterio no es incognoscible e inalcanzable,
sino que se puede conocer y participar porque se ha comunicado en Cristo, el
Hijo de Dios hecho hombre.
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