El tema será tratado en tres partes:
I. Período de dominación francesa desde el descubrimiento de Canadá
hasta el Tratado de París en 1763; II. Período de la regla británica,
desde 1763 al corriente año; III. Condiciones actuales.
Período de la dominación francesa
A
Francia pertenece el honor de implantar la religión católica en Canadá.
No existen prácticamente dudas acerca de que los marineros de Basque,
de Bretón y de Normandía habían levantado la cruz en las orillas de este
país antes del aterrizaje del veneciano Cabot (1497), y el florentino
Verrazzano (1522), y, sobretodo, antes de que Jacques Cartier, de
Saint-Malo, considerado el descubridor del país, hubiera arribado a Canadá y recorrido sus orillas. Este explorador celebrado, quien contaba con el favor de Francis
I, realizó tres viajes a Canadá. En el primero de ellos descubrió la
península de Gaspé ( 7 de julio de 1534), donde ordenó celebrar una
misa; en el segundo, a bordo del navío Saint Lawrence (San Lorenzo),
llegó a Stadacona (Quebec), e incluso procedió hasta Hochelaga, en el
sitio donde actualmente se halla la próspera ciudad de Montreal. Su
último viaje, efectuado entre 1541-1542, es poco importante. Si bien
Cartier no tuvo éxito en la fundación de una colonia en el territorio
que él agregó a las posesiones de su país, debe reconocérsele a él la
implantación en dicho territorio de la religión católica, hecho que
siempre constituyó su incentivo principal.
La
segunda mitad del siglo dieciséis atestiguó algunas tentativas de
establecimiento en Acadia, que dio lugar a la fundación de Sainte-Croix y
de Port Royal (Annapolis en Nueva Escocia). El establecimiento en este
país de los primeros misionarios, sacerdotes seculares y jesuitas, es
digno de ser distinguido, aunque las divisiones internas y la hostilidad
de Inglaterra obstaculizaron su éxito. Debemos remontarnos a Champlain y
al comienzo del siglo diecisiete a fin de hallar rastros de una colonia
regular. Samuel de Champlain, luego de varios viajes a Canadá se
estableció allí en 1608, y ése el mismo año sentó las bases de la ciudad
Quebec. Siendo un católico ferviente, él deseaba difundir las
bendiciones de la fe católica entre los salvajes paganos del país. Con
este objetivo en miras, él buscó la ayuda de los Franciscanos, quienes
habían llegado al país en 1615, e inauguró en el interior de Canadá las
misiones, tan famosas en el siglo diecisiete, en las cuales los Jesuitas
(1625) así como los Sulpicianos (1657) tuvieron gloriosa
preponderancia. Los indios
canadienses, a cuya conversión se dedicaron los misionarios católicos,
fueron distinguidos en dos estirpes absolutamente distintas: la
Algonquines y la Hurones-Iroquíes. Los primeros fueron encontrados al
norte del Río San Lorenzo y en Ottawa, a lo largo del gran río y en las
praderas del noroeste; los últimos estaban sur del lago Ontario y en la península de Niagara. Su población total no parece haber excedido 100.000 de habitantes.
Con
la llegada de los Franciscanos en 1615, el Padre d'Olbeau comenzó sus
labores en las periferias del Río Saguenay, y el Padre Le Caron,
ascendiendo el Río San Lorenzo y el Río Ottawa, llevando la fe católica
al corazón del país. Dos de sus compañeros permanecieron en Quebec para
ocuparse de la evangelización de los colonos y de los indios vecinos. Por diez años realizaron gran cantidad de viajes, abrieron escuelas para los indios
jóvenes, y convocaron voluntarios de Francia, entre los que se
destacaron el Fraile Viel, quien fue lanzado en el Río Ottawa por un
indio y murió ahogado, y el Fraile Sagard, el primero en publicar la
historia de Canadá. Sintiéndose incapaces de continuar por si solos con
un trabajo de tal importancia, los Franciscanos buscaron la ayuda de los
Jesuitas, con lo cual el Padre Brébeuf, el Padre Charles Lallemant, y
varios otros se trasladaron a Canadá en 1625. Pero los esfuerzos unidos
de los misionarios fueron frustrados en gran medida por la Compañía
Mercantil, a quien el rey de Francia había concedido a colonia. El
espíritu del lucro de la Compañía Mercantil, lejos de ayudar a los
misionarios y cooperar con ellos para el bienestar del país, se
transformó más bien en un obstáculo, razón por la cual fue suprimida dos
años más tarde por el rey Luis XIII y su ministro, el Cardenal
Richelieu, y substituida por la "Compañía de Nueva Francia", también
conocida como la "Compañía de los Cien Asociados", cuyo principal
objetivo radicaba en "difundir entre los habitantes de Canadá el
conocimiento de Dios, instaurando y practicando la religión católica,
apostólica, romana". En menos de dos años, en 1629, Quebec cayó en manos
de David Kertk (Kirk), natural
de Dieppe, quien luchaba por los intereses ingleses. Acadia, a excepción
de la fortaleza Saint-Louis, se había rendido el año anterior. Todos
los misioneros retornaron a Francia.
Canadá
perteneció a Inglaterra hasta 1632, cuando el Tratado de
Saint-Germain-en-Laye la restauró a Francia. El Cardenal Richelieu
concedió a los Jesuitas el privilegio de reasumir
sus misiones, y varios de ellos se embarcaron hacia Canadá con dicho
objetivo. El gobernador Champlain, y Lauson, presidente de la “Compañía
de los Cien Asociados", les prestaron toda la ayuda posible. El Padre
Lejeune organizó servicios religiosos en Quebec, fundó una misión en
Tres Ríos, y abrió la Universidad de Quebec en 1635. Mientras tanto,
otros Jesuitas había establecido una misión en Miscou, una isla en la
entrada de Baie des Chaleurs (Bahía del Calor), de dónde evangelizaron
Gaspé, Acadia, y Cabo Bretón. Por más de treinta años (1633-64) los
principales resultados de sus sacrificios eran el bautismo de niños en
el peligro de la muerte y la conversión de algunos adultos. En 1664 los
Franciscanos se hicieron cargo una vez más de Acadia y de Gaspé. Previo a
dicho acontecimiento, Champlain muere el 25 de diciembre de 1635 en los
brazos del Padre Lallemant, regocijado con la propagación que la fe
católica había tenido en su país de residencia. Sin embargo, la pasión
de los misionarios no se enfrió. El Padre Lejeune siguió a la tribu que
vagaba por el sector montañoso occidental y volvió con un plan definido
de evangelización. Era provechoso e incluso necesario, desde su
perspectiva, establecer misiones evangelizadoras entre las tribus
sedentarias de Canadá, pero esto era inútil entre las tribus nómadas.
Estos indios nómadas que vagaban debían ser inducidos a agruparse en
aldeas cerca de los establecimientos franceses, donde pudieran ser
protegidos contra las invasiones y ser enseñados a llevar cabo una vida
ordenada, trabajadora y sedentaria. Dos establecimientos fueron hechos
conforme a este plan: uno en Tres Ríos y uno cerca de Quebec. En 1640,
una nueva misión fue instalada en Tadousac, y pronto se convirtió en un
centro de evangelización católica.
En esta
época varias religiosas enfermeras y las primeras hermanas Ursulinas
llegaron a Quebec desde Francia. Las primeras se hicieron cargo del
Hôtel-Dieu, que había sido fundado por la Duquesa de d'Aiguillon,
sobrina de Richelieu; las hermanas Ursulinas, bajo la celebrada Marie de
l'Incarnation, se dedicaron a la educación de las muchachas. Su
protectora, Madame de la Peltrie, las siguió. Estas heroicas mujeres se
dedicaron celosamente a la conversión de los salvajes nativos. Mientras
tanto, la "Compañía de los Cien Asociados" se apartó paulatinamente de
sus obligaciones, olvidando la obra que habían comenzado sus
precursores. Sus pocos miembros no hicieron nada tendiente a fomentar la
civilización de los indios, no demostrando tampoco ningún interés en la propagación de la fe católica. Por otra parte, los indios
Iroquíes se volvían más amenazadores día tras día. En 1641, el
gobernador de Montmagny tuvo que conducir una campaña contra ellos. En
la juntura se formó la "Compañía de Montreal", que propuso, sin poner
ninguna carga en el rey, el clero, o la gente, "promover la gloria de
Dios y fomentar el establecimiento de la religión católica en Nueva
Francia". Esta inspiración de dos hombres de Dios, Jean-Jacques Olier y
Jérôme de la Dauversière, alentados por el Papa Urbano VIII, encontró en
Paul de Chomedey de Maisonneuve un instrumento fiel para su propósito.
Más adelante, el 18 de Mayo de 1642, Maisonneuve, a la cabeza de una
pequeña banda de cristianos elegidos, entre ellos Jeanne Mance, la
futura fundadora del Hôtel-Dieu, arribó a la isla y sentó las bases de
Ville-Marie o Montreal. Es necesario destacar la energía, la vigilancia,
y la gran cantidad de recursos utilizados por Maisonneuve para
consolidar y desarrollar la pequeña colonia, así como también las luchas
heroicas durante aproximadamente treinta años en las que tomaron parte
los colonos contra los Iroquíes. En 1653 llegó al país Margarita
Bourgeoys de Montreal, fundadora de la Congregación de Notre Dame, que
ha constituido desde entonces un factor educativo de suma importancia en
Canadá y los Estados Unidos. Cuatro años más adelante, M. Olier, en las
vísperas de su muerte, envió los primeros cuatro Sulpicianos, con M. de
Queylus a la cabeza, a Montreal, lugar donde él mismo había deseado ir.
Mientras tanto los Jesuitas continuaban
activamente con sus trabajos de evangelización entre los indios. Para
ellos la era del martirio había llegado. Entre los años 1648-1649 se
produjo la destrucción de la próspera misión de los Hurones, en la cual
dieciocho Jesuitas habían trabajado por casi diez años. En entre el
curso de sus viajes apostólicos atravesaron la región existente entre la
Bahía Georgiana y Lago Simcoe, reuniéndose esporádicamente en la
residencia jesuita de Sainte-Marie, a excepción del retiro espiritual
anual que realizaban. Habían convertido a muchos habitantes a la fe
cristiana antes de la incursión de los Iroquíes, una masacre de
exterminación en la cual los padres Daniel, Brébeuf, G. Lallemant,
Garnier, y Chabanel fueron víctimas fatales. Los padres Brébeuf y
Lallemant sucumbieron antes de que las torturas atroces practicadas
sobre ellos produjeran la mofa de su religión. Ambos fueron quemados a
fuego lento, lacerados, y mutilados con una ingenuidad diabólica que
apuntó prolongar vida y extender sus sufrimientos. Su firmeza al
soportar todos estos horrores para consolidar la fe de los Hurones,
condenada a muerte como ellos mismos, ha valido para que ambos sean
justamente considerados mártires. Los Hurones, escapándose de la furia
de los Iroquíes, se refugiaron, algunos en la Isla de Manitoulin, otros
en Ile Saint-Joseph (isla cristiana) en la Bahía Georgiana. En la
primavera de 1650 éste último grupo descendió a la Ile de d'Orléans,
cerca de Quebec. Tres años antes del masacre de los Hurones, los
Iroquíes habían asesinado a Padre Isaac Jogues el 18 de Octubre 1646,
quien había procurado un tercer viaje misionero a una de sus tribus, los
Agniers. Cabe aclarar que el Padre Bressani se había escapado de estos
bárbaros con gran dificultad, y que el Padre Buteux falleció en uno de
sus emboscadas en 1652. Éstos y otros actos de la violencia resultaron
en un terror masivo a los Iroquíes por parte de la colonia francesa.
Montreal debió su seguridad únicamente al valor y coraje heroico de
Maisonneuve y de Lambert Closse, y al heroísmo del joven Dollard.
El
año 1659 marca el comienzo de la jerarquía eclesiástica en Canadá.
Hasta ese año los misionarios habían sido primeramente dependientes
directos de la Santa Sede, y luego, por un tiempo, pasaron a estar bajo
la autoridad del Arzobispo de Ruán. Correcto o incorrecto, este último
consideraba a Canadá como una jurisdicción en materia espiritual, y
actuaba por consiguiente. Ni el gobierno francés ni el pontífice
soberano se opusieron a esto como pretensión ilegítima. Cuando M. Olier
envió M. de Queylus a Montreal en 1657, éste último recibió del
Arzobispo de Ruán el título de Vicario General; ningún habitante
canadiense pensó siquiera en cuestionar su autoridad. La llegada de
François de Montmorency-Laval, en 1659, designado por el Obispo Titular
Alejandro VII de Petræa y Vicario Apostólico de Nueva Francia, causó un
conflicto en jurisdicción entre la nueva y vieja autoridad, dando por
resultado la suspensión de M. de Queylus dada “su desobediencia y su
obstinación”, y en su consiguiente retorno a Francia. Sin embargo,
cuando él volvió cinco años más tarde, el Obispo Laval lo recibió con
los brazos abiertos, y confirió sobre él el título de Vicario General.
El nuevo obispo encontró muchas dificultades. Se presentó en el primer
lugar la venta de licores intoxicantes, tráfico que los gobernadores
d'Argenson, d'Avaugour, y Mésy incitaron, o al menos no prohibieron, y
que era una fuente perpetua de conflicto entre las autoridades civiles y
las eclesiásticas. La iglesia desaprobó ciertos accionares civiles
velando siempre por los intereses de las almas y de la moralidad
cristiana. El Obispo Laval tenía otras disensiones con M. de Mésy cuando
los derechos episcopales del primero colisionaban con la administración
despótica del gobernador. El gobernador recurría a menudo a medidas
violentas. Él forzó Maisonneuve para que volviera a Francia, en donde
murió en París, pobre y desconocido en 1677.
Mésy,
quien se había reconciliado con obispo Laval antes de su muerte, fue
sucedido por Courcelles. Él había venido a Canadá en compañía de Tracy,
quien gozaba del título de Virrey, y del Intendente, Talon. Mantuvieron
una relación satisfactoria con el obispo, llevaron a cabo dos campañas
contra los Iroquíes (en 1665 y en 1666), que redujeron a una inacción de
veinte años, y promovieron de muchas maneras el interés de los
residentes, sobretodo atrayendo a nuevos colonos. En 1668 el obispo
Laval había comenzado un seminario preparatorio (petit séminaire). Diez
años más tarde abrió un seminario (grand séminaire) para el
entrenamiento de su clero. El aumento en la población hacía necesario un
clero más numeroso así como un mejor arreglo de las parroquias. En 1672
en las afueras de Quebec se contaba con veinticinco parroquias, cada
una con un sacerdote residente. Para prever a la ayuda del clero, el
obispo impuso un impuesto a los feligreses, que en un acto en 1663 se
fijó en una decimotercera parte de las cosechas de los mismos; este
porcentaje fue reducido más adelante donde el rey acordó compensar el
resto. Los sacerdotes de la parroquia conformaron con el seminario de
Quebec una suerte de corporación; los derechos y deberes de los
respectivos miembros fueron establecidos legalmente. El progreso de las
misiones no cesó entre 1660 y 1680. El jesuita, Padre Allouez, penetró
al Lago Superior (Lake Superior) en 1665, y allí fundó dos misiones. Los
padres Dablon y Marquette plantaron la cruz en Sault Sainte Marie.
Otros Jesuitas, aliados con los descubridores Saint-Lusson y Cavelier de
la Salle, tomaron posesión de las orillas occidentales del Lago Hurón;
dos años más tarde el Padre d'Albanel se aventuró hasta la Bahía de
Hudson. Los Jesuitas también restauraron el sur de las misiones iroquíes
del Lago Ontario, y lo fundaron, al sur de Montreal, la misión
permanente de "La Praierie de la Madeleine". Éste era el hogar de
Catherine Tegakwitha, el "Lirio de Canadá", quien murió a la edad de
veintitrés años en la más extrema santidad. Su beatificación fue
introducida por el Tercer Consejo de Baltimore. La comunidad cristiana,
transferida a Sault Saint Louis (Caughnawaga), todavía está prosperando,
y en ella viven más de 2000 almas. Luego de muchos cambios, fue puesta
una vez más bajo cuidado de los Jesuitas en 1902. Podemos observar aquí
que fue desde Canadá que L. Jolliet y el famoso Padre Marquette se
aventuraron en el descubrimiento del Mississippi (1673). Los
Franciscanos retornaron a Canadá en 1670, y desde su establecimiento en
Quebec, fundaron cuatro misiones: Three Rivers (Tres Ríos), Ile Percée,
River Saint John (Río San Juan), y Fort Frontenac ( Fuerte Frontenac) en
el Lago Ontario. En 1682 M. Dollier de Casson los invitó a Montreal. El
reciente obispo Saint-Valier confió a ellos la misión en Cabo Breton y
la de Plaisance.
Durante el desarrollo de las
misiones, el Obispo Laval influyó sobre Clemente X para hacer de Quebec
una cede episcopal (1674); él había confirmado la afiliación de su
seminario con el de las misiones Etrangères en París, había organizado
la diócesis de Canon, manteniendo una lucha contra el gobernador
Frontenac con respecto a los derechos de la Iglesia y sobre la
prohibición de la venta de licores a los salvajes. En 1684 él puso su
dimisión en las manos del Rey Luis XIV. En su vuelta a Quebec, en 1688,
vivió veinte años en retiro y murió en 1708 en la más indiscutible
santidad. En 1878 su cuerpo fue llevado de la catedral a la capilla del
seminario donde él deseaba yacer, y el proceso para su canonización fue
comenzado y sometido para la aprobación de Leo XIII. El Obispo Laval fue
sucedido por el Obispo Saint-Vallier, a quien Quebec debe la fundación
de su Hospital General, trabajo de gran esfuerzo y costo. Él liberó al
seminario de las funciones parroquiales impuestas por su precursor, de
modo que fuera dedicada a partir de entonces únicamente a la educación
del clero. Mientras tanto, el almirante inglés Phipps había atacado
Quebec (1690) con treinta y dos naves. Mientras que las Frontenac
realizaba las preparaciones pertinentes para su defensa, el obispo, en
una carta pastoral, suplicó a los canadienses a que intervinieran
valerosamente. Después de que el infructuoso ataque del enemigo cesara y
retirara sus naves, el obispo, en el cumplimiento de un voto, dedicó a
Nuestra Señora de la Victoria la iglesia construida en la parte más baja
de la ciudad, la cual todavía se conserva. La era de las grandes
misiones había acabado, sin embargo, De La Mothe-Cadillac, con un
centenar de canadienses y un misionario, fundó, en 1701, la ciudad de
Detroit. El Seminario de Quebec envió evangelizadores a Tamarois, entre
el Río Illinois y los ríos de Ohio. Los Franciscanos asumieron el
control las misiones del Ile Royale, Cabo Breton. Los Jesuitas, por su
parte, evangelizaron las tribus Miamis, Sioux, Outaouais (Ottawas), y la
Illinois.
Mientras tanto, Inglaterra
continuó echando ojos envidiosos sobra las colonias católicas de Canadá,
que Francia, con su carencia de previsión, descuidaba más y más. Hacia
fines del siglo diecisiete se efectuaron escasísimas migraciones del
país madre a Nueva Francia, y Canadá se vio forzada a confiar en sus
propios recursos para su preservación y crecimiento. Su población, que
en 1713 era 18.000 habitantes, había aumentado a 42.000 antes de 1739,
año del último censo efectuado bajo administración francesa. Esto
constituía ciertamente un pequeño número con relación a la cantidad de
colonos que habitaban en Nueva Inglaterra, quienes numeraron 262.000
habitantes en 1706. Acadia era especialmente débil, teniendo solamente
2000 habitantes, y contra ella fueron dirigidos primeramente los
esfuerzos de Inglaterra y de sus colonias americanas. Port Royal (Puerto
Real) fue tomado en 1710, y tres años más tarde, en 1713, por el
Tratado de Utrecht Francia cedido a Inglaterra Acadia, Newfoundland
(Terranova), y el territorio de la Bahía de Hudson. Desde 1604
misioneros católicos comenzaron a ir a Acadia y lograron convertir a la
fe católica a los indios nativos: los Micmac y los Abnaki. La conquista
inglesa no interrumpió su actividad misionera, pero a menudo hizo sus
trabajos más difíciles. Fortificados por ellos, los acadienses se
incrementaron en número, y, a pesar de la persecución inglesa, cerca de
1750 su número había crecido a 15.000 habitantes. La Compañía de
Saint-Sulpice y del Seminario de Quebec los proveyó de sus principales
misioneros. Hobo períodos donde Canadá gozó de paz relativa. Había un
presentimiento, sin embargo, que Inglaterra pronto haría un esfuerzo
final de conquistar el país. En lugar de enviar colonos y tropas, el
gobierno francés persistió en construir fortalezas de gran costo en
Louisburg y en Quebec.
Luego de haber
realizado cuantiosas donaciones a los establecimientos religiosos de
Québec, el Obispo Saint-Vallier murió en 1727. Su sucesor fue el Obispo
Duplessis-Mornay, cuyas enfermedades evitaron su establecimiento en
Canadá. El Obispo Dosquet, su coadjutor y administrador a partir de
1729, lo sucedió en 1733. Este último trabajó duramente para mejorar la
educación y aumentar las comunidades religiosas. La educación de las
muchachas estaba a cargo de las Ursulinas, quienes poseían dos escuelas
pupilas, una en Quebec y otra en Three Rivers (Tres Ríos), y de las
Hermanas de la Congregación de Notre Dame de Montreal, quienes tenían
catorce casas destinadas a la educación. La instrucción primaria para
los muchachos estaba a cargo de profesores de sexo masculino. Agotado
prematuramente por el rigor del clima canadiense, el Obispo Dosquet
renunció a su cargo y abandonó Canadá. Su sucesor, el Obispo
Lauberivière, murió en su llegada a Quebec, víctima de su dedicación a
los soldados enfermos en el viaje de Francia hacia Canadá. Con el Obispo
Pontbriand (1741-1760) se llega al final del período de la regla
francesa. Él restauró la Catedral de Quebec, cuyo decaimiento era
acentuado, y fue a la ayuda de las Ursulinas en Three Rivers (Tres Ríos)
y del Hôtel-Dieu de Quebec en ocasión de los fuegos desastrosos.
Administró su diócesis sabiamente, y constituyó un modelo de sabiduría y
virtud para su clero. En Montreal los Sulpicianos continuaban con su
trabajo de beneficencia. A su superior, M. de Belmont (1701-1732), debe
ser atribuida la construcción de Fort of the Mountain (La Fortaleza de
la Montaña) y del viejo seminario que todavía existe, y la apertura del
Canal de Lachine. M. Normant du Faradon, su sucesor (1732-1759), salvó
el Hospital General de la ruina, y lo confió a las "Monjas Grises". El
Abad François Piquet, honrado por la Ciudad de Ogdensburg como su
fundador (1749), fue también un Sulpiciano. Los acontecimientos que
aceleraron la caída de la colonia son parte de la historia general.
Luego de la captura de Quebec por parte de Wolfe en 1759, el Obispo
Pontbriand tomó el refugio con los Sulpicianos en Montreal, lugar donde
murió antes de que la ciudad cayera en manos inglesas. El 10 de febrero
de 1763, fue firmado el Tratado de París, por el cual Canadá era cedida a
Inglaterra, cerrándose para la iglesia canadiense un período del
establecimiento, y abriéndose otro de conflicto y del desarrollo.
Período de la regla británica
En
el período del Tratado de París, la población católica de Canadá,
descendiente francesa, numeró apenas 70.000 habitantes. Abandonados por
sus reglas y representantes civiles, que habían vuelto a Francia, estos
habitantes debieron al clero la preservación de su fe y en gran medida
la recuperación de sus derechos políticos y civiles. Mientras que las
cláusulas del Tratado de París todavía estaban bajo discusión, un
memorial referente a los asuntos religiosos de Canadá había sido
colocado ante el embajador francés en Londres. Esto exigió, entre otras
cosas, la seguridad para la Sede y la Capilla de Quebec. Las intenciones
del gobierno británico eran absolutamente diferentes. Éste propuso
sustituir la jerarquía católica por la anglicana, reemplazando el
catolicismo por el protestantismo inglés, sosteniendo que podría superar
fácilmente los escrúpulos de un puñado de colonos franceses. La
política del gobierno era especialmente activa con los jóvenes, que
debían ser educados en escuelas con marcado tinte anglicano. Los
canadienses, en oposición a la regla británica, enviaron una
notificación al Rey Jorge III exigiendo el mantenimiento de su
organización eclesiástica y quejándose de las violaciones al Tratado de
París, que les aseguraba libertad religiosa.
En
ese mismo momento, el Cabildo de Quebec procedió a elegir a M. de
Montgolfier, superior del Sulpicianos de Montreal, como obispo. Sin
embargo, las autoridades inglesas no mostraron consentimiento y
rechazaron esta elección. Fue Oliver Briand quien pasó de Vicario
General a Obispo con el consentimiento tácito únicamente por parte del
gobierno (que rechazó siempre el título del Obispo, reservado para el
jefe de la jerarquía de anglicana; en lugar de obispo utilizaron el
término de Superintendente (Surintendant) de la Adoración Católica). Las
comunidades de hombres, Franciscanos, Jesuitas, y Sulpicianos, fueron
prohibidas para tomar novicios en Canadá, o para recibir a miembros del
extranjero. Fueron desplazados para su extinción, y el Estado se declaró
heredero de sus propiedades y posesiones, confiscándolas en 1774, y
donando las modestas pensiones religiosas de los Franciscanos y los
Jesuitas. De los treinta Sulpicianos que vivían allí desde 1759, hacia
1793 solamente residían dos septuagenarios. Sin embargo, el gobierno
británico disminuyó posteriormente su rigor en favor de las víctimas de
la Revolución Francesa, y Canadá fue abierta como lugar del refugio para
los sacerdotes franceses perseguidos.
Cuando
los intereses católicos en los bancos del Saint Lawrence fueron
amenazados por los nuevos amos ingleses, se estaba gestando otro
acontecimiento, grande en consecuencias, que aconsejaron más moderación.
Las colonias americanas británicas amenazaban con la rebelión.
Inglaterra determinó que debía conciliar a los canadienses a cualquier
costo, y por el Acto de Quebec de 1774 les concedió a los habitantes de
Canadá muchas libertades retenidas o suprimidas hasta el momento. Esto
fue posible debido, principalmente, al gobernador Guy Carleton
(1769-1796), quien se caracterizó por su sabiduría, juicio, y
tolerancia, y por su actitud muy comprensiva hacia Catolicismo. Los
americanos no podían inducir a los canadienses franceses que
participaran en la Revolución Americana, y la invasión de Montgomery
(1775) fue comprobada en Quebec. Conducidos por el Obispo Briand, los
campeones de la lealtad fueron los sacerdotes católicos, a quienes Gran
Bretaña había mirado hasta ahora con suspicacia. El Obispo Briand
dimitió en 1784. En este período, los católicos numeraron 130.000 almas.
Las provincias marítimas -- New Brunswick, Nueva Escocia, e incluso el
Ile Saint-Jean (Isla Príncipe Eduardo) -- eran habitadas por católicos
irlandeses y escoceses. El Obispo d'Esglis sucedió al Obispo Briand en
1788, para prevenir la existencia de una vacante que asegurara la
sucesión de François Hubert. La diócesis ahora contenía 160 sacerdotes,
entre ellos los Abates Desjardins, Sigogne, Calonne, y Picquart, que
recolectaron otra vez los remanentes dispersados de los Acadienses, una
raza supuesta de estar prácticamente extinta. Existe un memorial
interesante del Obispo Hubert en la Santa Sede (1794), en las cuales él
observa la fidelidad de los católicos a su religión, y la necesidad de
crear nuevas sedes. La oposición del gobierno británico continuó
inexorable, de modo que fuera necesario esperar circunstancias más
propicias para concretar dicho anhelo. Esta oposición injustificable,
llegando a ser evidente poco después el Acto Constitucional de 1791.
Éste constituyó el famoso acto que concedió a Canadá un gobierno
constitucional, y dividió al país en dos provincias, Canadá Superior y
Canadá Inferior, cada una con un gobernador, una Asamblea y un Consejo
Legislativo. En lo referente a los habitantes católicos franceses de
Canadá Inferior, el acto leyó: "Todo el cuidado posible se debe ser
tomado para asegurarles el disfrute de sus derechos civiles y
religiosos, garantizados por los términos de la capitulación de la
provincia, o por los acordados por el espíritu liberal e iluminado del
Gobierno Británico".
Durante el episcopado de
Obispo Denaut (1797-1806) y del Obispo Octave Plessis (1806-1825), el
antagonismo del protestantismo anglicano se manifestó en dos formas muy
distintas. Bajo el nombre “ Institución Real”, el Dr. Mountain, obispo
anglicano de Quebec, ideó una corporación cuyo fin consistía en
monopolizar la instrucción en todas sus etapas concentrando toda la
autoridad educativa en las manos del gobernador. De esta manera el
sistema educativo entero debía ser retirado de las manos del clero
católico (quienes hasta el momento se habían ocupado de la educación),
lo que implicaría la caída de los mismos bajo control protestante; se
pretendía de esta forma seducir a los niños y jóvenes. La vigilancia del
clero y del Obispo Denaut pudo frustrar estos astutos intentos. Las
dificultades que sitiaron al Obispo Plessis fueron diversas. Tuvo que
ocuparse de una oligarquía fanática y de gran alcance, determinada a
reducir a la Iglesia a una condición de servidumbre del poder civil; de
hacerla, como en Inglaterra, un instrumento dócil del gobierno y
sensible a las presiones administrativas. La principal figura de esta
coalición fue Witzius Ryland, secretario de los gobernadores de Canadá
desde 1790 a 1812. Su política consistió en la incautación de toda
propiedad eclesiástica y la exclusión de Catolicismo de su posición
dominante. El mismo debía ser tratado como secta disidente, tolerada
condescendientemente por las autoridades civiles. Tanto el “Jefe de
Justicia” Monk, Abogado General, y el Obispo Anglicano Mountain
compartieron las mismas ideas, y no tuvieron ninguna dificultad en
convertir a sus opiniones al Gobernador James Craig, cuya administración
fue conocida como el "reinado del terror". El Obispo Plessis fue
forzado a reconocer la autoridad real en materias religiosas, a
renunciar a su jurisdicción en materias parroquiales, y a subordinar su
administración a la supremacía del Estado. Sin embargo, el obispo pudo
sostener sus principios contra sus opositores. Supo como mantener su
independencia sin abdicar a ninguno de sus derechos y sin renunciar a
ninguna demanda justa, resultando, al final, victorioso. En 1812 explotó
una guerra entre Gran Bretaña y Estados Unidos. El Obispo Plessis tomó
la misma posición que el Obispo Briand había tomado treinta años antes.
Él hizo todo lo que estaba a su alcance para mantener la lealtad de los
católicos y promover la defensa de Canadá. Cuando la invasión americana
hubo sido sofocada (1813), el gobernador, Sir George Prévost, se
convenció de que una renovación del conflicto sería una vuelta pobre de
parte del gobierno; por lo tanto concedió al Obispo y a sus sucesores el
reconocimiento oficial del título de “Obispo Católico de Québec” y les
concedió un salario anual de $5000. Entre 1814 - 1820 la Iglesia
Católica gozó de cierto grado de favor. Durante este tiempo, fue erigido
en 1817 el Vicariato Apostólico de Nueva Escocia, y en 1819 fue dado al
Obispo de Quebec el título de Arzobispo con los obispos auxiliares.
Canadá Superior fue colocada bajo el manto del Obispo Alexander
MacDonnell, y Prince Edward Island (Isla Príncipe Eduardo) y New
Brunswick, bajo el Obispo McEachern. Otros obispos fueron más adelante
(1820) enviados al noroeste del país y al distrito de Montreal.
El
favor concedido a la Iglesia Católica no podía fallar en despertar un
cierto descontento. Un grupo de fanáticos resolvió abrogar la
Constitución de 1791, que había separado a Canadá Superior de Canadá
Inferior, y causar la unión de las dos provincias, una católica y otra
protestante, en los términos más injustos, con objeto de destruir la
influencia de la población católica y francesa. Para ello se contó con
un agente de gran alcance en Inglaterra denominado Ellice, quien tuvo
éxito a este efecto traído antes de la Cámara de los Comunes (1822). Las
noticias de esta tentativa causaron gran entusiasmo en Canadá Inferior.
El Obispo Plessis y el clero elaboraron las protestas, que contaron
rápidamente con 60.000 firmas, y fueron llevados a Londres por Papineau y
Neilson, concejales legislativos. Su misión fue exitosa.
Mientras
tanto la población canadiense continuó aumentando. En 1832 únicamente
los canadienses franceses numeraron 380.000 habitantes. Las escuelas
primarias se multiplicaron en todas las regiones, promovidas por la
Sociedad Educativa (Société d'éducation) de Quebec y por la Ley de las
Escuelas de la Parroquia (Ecoles de fabrique). Institutos para la
instrucción secundaria fueron fundados en varios distritos, y varias
sedes episcopales fueron erigidas: Kingston (1826), Charlottetown (1829)
y Montreal (1836). En todos estas modificaciones el Obispo Panet
(1825-1832), sucesor del Obispo Plessis, jugó un papel fundamental. Él
murió el año del cólera, que también llevó 4000 almas en cinco semanas, y
fue sucedido por el Obispo Signay, cuyo episcopado se caracterizó por
varias calamidades: un segundo látigo del cólera (1834); la guerra civil
(1837-38); fuegos desastrosos que redujeron a Quebec a una masa de
ruinas (1845); y la fiebre del tifus, traída por los inmigrantes
irlandeses, conducidos de su país hacia Canadá debido al hambre y a los
desahucios terribles de 1847.
Este período es
marcado por la solución de una pregunta vigente desde la conquista: el
reconocimiento por parte de la Corona Británica de las propiedades de
considerable valor de los Sulpicianos. Sin embargo, los consejeros que
rodearon a Sir James Craig al comienzo del siglo diecinueve impulsaron
su incautación. Sewell realizó informes y sugirió planes; Ryland hizo un
uso vigoroso de su pluma y promovió activamente la causa yendo también a
Londres con el mismo propósito. El Gobierno Británico no contestó. En
sus memorias de 1811, M. Roux, Superior de Saint-Sulpice en Montreal,
contestó a cada demanda adversa, y el Obispo Plessis abogó por la misma
causa con gran fuerza antes de Lord Bathurst (1821). Los ataques se
renovaron en 1829, y el seminario se vio tentado a ceder sus derechos a
cambio de una renta anual. Sin embargo Roma, al ser consultada, se negó a
ratificar cualquier transacción, y el asunto no trascendió. Finalmente,
la Reina Victoria, por ordenanza del Consejo de Privy, declaró al
Seminario de Saint-Sulpice como dueño legal de sus tenencias, acto que
permitió que los Sulpicianos continuaran con sus trabajos de
beneficencia. Montreal les debió su prosperidad, el establecimiento de
los distritos circundantes, su próspera universidad, y la gran Iglesia
de la Notre-Dame, el trabajo de M. Roux (1825-30). Les debió también sus
escuelas. Tiempo antes, M. Quiblier, sucesor de M. Roux, había traído a
Canadá a los “Hermanos de las Escuelas Cristianas”. El “Grand
Séminaire”, actualmente tan próspero, fue abierto en 1840.
En
1840 la unión de Canadá Superior y Canadá Inferior fue concretada pese a
la oposición, fundamentalmente, de la segunda. El deseo de la comunidad
protestantes de Ontario era lograr subordinar Quebec a Ontario, es
decir, subordinar el elemento francés al inglés, el católico al
protestante. Contrario a toda expectativa, a este hecho logró fomentar
la libertad y el progreso del Catolicismo, puesto que lejos de abrogar
las provisiones de la Constitución de 1791 en lo referente a la religión
católica, las extendió en el mismo tiempo que preveía su aplicación.
Para 1840, después de las garantías de libertad dadas la Iglesia
Católica por el gobierno británico, la supremacía espiritual del rey en
asuntos religiosos no podía ser mantenida según lo definido en las
Instrucciones Reales de 1791. Agreguemos que Lord Elgin, gobernador
liberal, apareció en la escena y reconoció que era hora de poner fin a
un sistema de gobierno basado en parcialidades y en la constante
negación de la justicia. A este gobernador Canadá le debe su libertad
religiosa, concedida en un acto en 1851 efectuado por el rey de Gran
Bretaña y publicada en la prensa canadiense el 1 de junio de 1852. Aquí
se indica formalmente que "el ejercicio y el libre disfrute de la
profesión y el culto religioso, sin distinción o preferencia, son
permitidos por la Constitución y las leyes de esta provincia de Canadá
en todas las materias de Su Majestad en dicha provincia."
Los
quince años que siguieron al acto de la unión fueron muy productivos
para el catolicismo canadiense. El Arzobispo Signay de Quebec, su
sucesor, el Arzobispo Turgeon (1850), y de manera especial el Obispo
Ignace Bourget, sucesor del Obispo Lartigue en la Sede de Montreal,
dieron un gran ímpetu a la vida religiosa de Canadá. Durante sus
episcopados cinco comunidades religiosas de hombres y dieciséis de
mujeres se desarrollaron en suelo canadiense. Pueden mencionarse: los
sacerdotes de María inmaculada, quienes repitieron los éxitos de las
misiones de la Sociedad de Jesús entre los salvajes del “lejano oeste”
durante el siglo diecisiete; Los sacerdotes Jesuitas (1842), a quienes
Canadá había estado llamando en vela por más de cincuenta años; los
clérigos de Saint Viator, y los sacerdotes de la Santa Cruz. En este
período fueron fundados en Montreal: las Hermanas de Providencia (1843),
las Hermanas de los Santos Nombres de Jesús y María (1843), las
Hermanas de la Misericordia (1848), las Hermanas de Sainte Anne (1850);
en Quebec, los Siervos del Inmaculado Corazón de María (1850). El número
de órdenes religiosas fue aumentado a partir de la fundación de Toronto
(1841), de Halifax (1842), consolidada como arquidiócesis en 1852,
Saint John, New Brunswick (1842), Arichat, Nova Scotia (1844), Bytown u
Ottawa (1847) y Newfoundland (1847). El Primer Consejo de Quebec (desde
1844 sede metropolitana junto con Montreal, Kingston y Toronto) fue
llevado a cabo en 1851. Las Sede de Three Rivers (Tres Ríos) y la de
Saint Hyacinthe fueron erigidas también en 1851. Esta década también fue
marcada por: 1) las "celebradas" misiones de Monseñor de Forbin-Janson,
anterior obispo de Nancy, y la institución de los retiros parroquiales;
2) la adopción de un sistema escolar que aseguró escuelas primarias y
secundarias tanto para católicos como para protestantes (1841); 3) una
cruzada genuina para la promoción de la templanza y abstinencia (1843) y
la fundación de sociedades para la supresión del alcoholismo; 4) el
establecimiento de la Sociedad para la Propagación de la Fe y del
Trabajo de la Santa Niñez; 5) sociedades colonizadas para prever el
incremento excesivo de la población canadiense (1848).
La
población católica necesitó más escuelas primarias; la necesidad fue
resuelta principalmente por Meilleur, el Superintendente de la
Educación. Cuando dicho superintendente recientemente había asumido su
mandato, únicamente atendían a la educación primaria 3000 habitantes,
mientras que, cuando se retiró en 1855, trece años más tarde, la
atención a educación primaria había aumentado a 127.000 personas. Los
nuevos centros de la educación secundaria que se abrieron fueron: la
Universidad de Joliette (1846), de Saint-Laurent (1847), de Rigaud
(1850), de Sainte-Marie de Monnoir (1853), y Lévis (1853). Al año
siguiente (1854) la inauguración de una universidad católica, la
Universidad de Laval en Quebec, coronó todos los abundantes esfuerzos
hechos ya en función de la educación. Esto también fue posible debido al
clero canadiense. El Primer Consejo de Quebec había manifestado la
necesidad de una institución de tales características; menos de diez
años más tarde todas las dificultades habían sido sorteadas, y el
Seminario de Quebec, que había emprendido esta difícil tarea, pudo
exhibir la prueba fresca de su dedicación a la Iglesia y a su país. La
Universidad de Laval ya había demostrado su dignidad y había logrado
buenos resultados cuando fue canónicamente establecida por el Papa Pío
IX en 1876.
Mientras que la Iglesia
progresaba en Canadá del este, en el oeste recién comenzaba su trabajo.
Cerca de 1818 un sacerdote de la diócesis de Quebec, el Abad Provencher,
fundó en los bancos del Red River (Río Rojo) las primeras misiones
canadienses occidentales alejadas de la civilización. Dos años más tarde
fue designado obispo, y durante el resto de su vida el Obispo
Provencher se dedicó a sus múltiples trabajos con asistencia de sus
colaboradores, enviando misioneros hasta British Columbia (Columbia
Británica). En 1844 fue nombrado Vicario Apostólico del Noroeste, y en
1847, Obispo de Saint Boniface. El mismo año otro misionario de Quebec,
Modeste Demers, fue nombrado Obispo de Vancouver. Para establecer sus
misiones con seguridad, el Obispo Provencher invitó a su diócesis a los
sacerdotes de María Inmaculada, establecidos recientemente en Montreal.
Éstos aceptaron la invitación, y en 1853 el Obispo Taché, sucedió al
primer obispo de Saint Boniface. En 1862 el Vicariato Apostólico de
Athabaska fue erigido, con el Obispo Faraud (1828-1890) como titular del
mismo. La provincia eclesiástica de Saint Boniface (Manitoba) fue
creada en 1871. El Obispo Taché fue elevado al rango de Arzobispo por el
Papa Pío IX, y su coadjutor, Monseñor Grandin (1829-1902), fue nombrado
obispo de la recientemente erigida Sede de Saint Albert. Al la
mencionada Sede de Saint Albert y al Vicariato Apostólico de Athabaska
fueron agregados en 1890 el Vicariato Apostólico de Saskatchewan (
levantado en 1908 con el rango de obispado), con el título de Prince
Albert (Príncipe Alberto), y la Sede de New Westminster (Columbia
británica), y en 1901 el Vicariato Apostólico de Mackenzie y del Yukon.
El último distrito fue separado de Saint Boniface en 1903 por decisión
del Papa León XIII, y unido a Victoria (Vancouver), la cual fue
posteriormente elevada al rango de Arzobispado, y es conocida desde 1904
como la Arquidiócesis de Victoria.
Mientras
que la jerarquía eclesiástica se estaba formando en el oeste del país,
la Iglesia continuaba con su trabajo de beneficencia en Canadá del este.
En el Segundo Consejo de Québec, llevado a cabo en 1854, los obispos
promulgaron regulaciones disciplinarias referentes a: la educación
primaria, las sociedades secretas, la templanza y la abstinencia, las
instituciones educativas, la política, los libros inmorales y las
bibliotecas parroquiales. La definición del dogma de la Inmaculada
Concepción (el 8 de diciembre de 1854) trajo alegría a los corazones de
pastores y fieles. Durante los años que sobrevinieron, los católicos de
Canadá miraron tristemente la proliferación de ciertas ideas de ideas y
del pecado en Europa, y los obispos dirigieron su atención en los
pastorales a los errores condenados por el Jefe de la Iglesia. Los
católicos canadienses se mostraron indignados frente a la invasión de
los Estados de Pontificios por parte de los Piamonteses, y siete
milicias se constituyeron espontáneamente para proveer a la defensa del
“padre común de los fieles” (1868-1870).En este período, Montreal fue
dividido en varias parroquias. Hasta entonces los Sulpicianos habían
podido ministrar a la ciudad. Pero en 1866 un decreto apostólico
autorizó al Obispo Bourget a dividir la ciudad en tantas parroquias como
considerara apropiadas. Montreal albergaba 199.000 católicos. Hacia
1908 Montreal había triplicado la cantidad de población existente en
1866, y había alrededor de cuarenta parroquias sin contar la “parroquia
madre” de Notre Dame, la cual había estado a cargo de los Sulpicianos
por más de doscientos cincuenta años. Nuevas Sedes fueron creadas:
Rimouski (1867), Sherbrooke (1874), Chicoutimi (1878) y Nicolet (1885).
En 1870 Toronto fue elevada al rango de Arquidiócesis junto con Kingston
(1826) y Hamilton (1856). En 1889 Kingston fue elevada a arquidiócesis
junto con Peterborough (1882). Alexandría (1890) y Sault Sainte Marie
(1904) fueron erigidas y agregadas con posterioridad. En 1886 Ottawa
nombrada Arquidiócesis, y asignó como sufragáneo al Vicariato Apostólico
de Pontiac, que desde 1898 había constituido la Sede de Pembroke, y,
finalmente, el Papa León XIII honró al Arzobispo Taschereau de Quebec
con el rango del cardenal en 1886.
Algunos puntos especiales merecen un breve tratamiento separado.
La restauración de los Acadienses
En
1755, cuando se produjo la violenta dispersión de los acadienses, 1268
de ellos lograron escapar, logrando formar un núcleo de 25.000 almas
alrededor de 1815; en 1864 numeraron 80.000. Un sacerdote canadiense,
Padre Lefebvre, logró juntarlos, fundado para ellos la Universidad de
Memramcook (New Brunswick), proveyéndoles escuelas primarias,
organizándoles, y despertando en ellos el sentido de su fuerza. En 1880
setenta delegados acadienses representaron a sus compatriotas en la gran
reunión nacional. La sociedad nacional de los acadienses se llama "La
Sociedad de la Asunción". Por 1899 los acadienses ascendieron a 125.000
habitantes; tenían seis diputados en las legislaturas locales de las
Provincias Marítimas y dos en el Parlamento Federal de Ottawa. Si a la
población acadiense de 139.006 habitantes, se le agregaran los
acadienses católicos de la costa de Gaspé y de las Islas de Magdalen, el
total alcanzaría fácilmente los 155.000 habitantes, constituyendo,
seguramente, un elemento de fuerza católica para el futuro.
Escuelas New Brunswick y Manitoba
Antes
de la confederación de las provincias canadienses en 1867, la
legislación de New Brunswick consideró posible el establecimiento de
escuelas religiosas. Este privilegio fue suprimido en 1871 por la
legislatura provincial. Los católicos, forzados así a enviar a sus niños
a las escuelas públicas o a pagar grandes cantidades de dinero e
impuestos por la educación de los mismos, abrogaron al parlamento
federal. Sir John MacDonald, muy poderoso en aquel período, hizo
promesas, que, sin embargo, no pudieron satisfacer a los obispos Sweeney
y Rogers, quiénes, obviamente, defendían los intereses de los padres
católicos. Esto convenció a los Protestantes de la necesidad de alcanzar
un acuerdo satisfactorio. La injusta ley no fue abrogada, pero
bastantes concesiones fueron hechas para restaurar la paz (1874). Un
acto paralelo de injusticia fue hecho contra los derechos de los
católicos de Manitoba en 1890. El Acto Británico de Norteamérica, que
consolidó el dominio de Canadá, dio a cada provincia el derecho
exclusivo de hacer leyes en lo referente a la educación, salvo
excepciones donde, conforme al gobierno, se tratara de educación
provista por una religión u orden sectaria. Cuando Manitoba se incorporó
a la confederación en 1870, los delegados católicos, dirigido por el
Arzobispo Taché de Saint Boniface, tomaron medidas para que los derechos
de sus correligionarios fueran respetados. A pesar de ello, en 1890
éstas escuelas fueron suprimidas por un ministerio intolerante. En 1894
hubo intentos fallidos de solucionar este inconveniente. En 1896, el
Cardenal Taschereau y los obispos de la provincia de Québec redactaron y
firmaron una carta pastoral, protestando contra la injusticia hecha sus
correligionarios de Manitoba. La cuestión en las elecciones generales
de 1896 era si los “males” de los católicos de Manitoba se debían quitar
por medio de la legislación remediadora del parlamento, según lo
propuesto por los conservadores, o por la conciliación y el compromiso
con las autoridades provinciales, como sugirieron los liberales. El
partido liberal, con Sir Wilfred Laurier a la cabeza, puso sus energías
en un proyecto que, si bien no logró la abrogación de la ley, disminuyó
sus desastrosos resultados. Los católicos liberales miembros del
Parlamento peticionaron a la Santa Sede para que enviara un delegado
apostólico, y el Papa León XII confió la delicada misión de hacer una
completa investigación a Monseñor Merry del Val. El primer delegado
apostólico permanente en Canadá fue Monseñor Diomede Falconio,
posteriormente delegado apostólico en Washington, quien fue sucedido a
su retiro por Monseñor Donato Sbaretti, anterior Obispo de La Habana. La
sede de la delegación se encuentra en la ciudad de Ottawa.
La fundación de la Universidad de Laval en Montreal.
La
importancia cada vez mayor de Montreal hizo deseable que la ciudad
tuviera una universidad católica. El Obispo Bourget inició una petición
pidiendo su establecimiento. Por un decreto sancionado el 1 de febrero
de 1876, la Sagrada Congregación dio el permiso de erigir en Montreal
una sede de la Universidad de Laval de Quebec. En 1889 el Papa León XIII
estableció la autonomía administrativa de la nueva universidad mediante
el decreto " Jam dudum". M. Colin, superior de Saint-Sulpice
(1880-1902), tomó la parte más importante en el establecimiento y la
organización de la Universidad de Laval en Montreal. Él incluso indujo a
su sociedad a que concediera el sitio necesitado para la edificación de
la universidad y a que proveyera aproximadamente la mitad de la suma
considerada necesaria para la construcción.
Colonización
Los
primeros colonos en Canadá se asentaron a lo largo de los grandes ríos,
especialmente el Saint Lawrence (San Lorenzo). Allí, cada familia debió
despejar una porción de territorio, absolutamente estrecha con respecto
a la extensión del país, dejando intacto el bosque interior. Cerca de
1835 todas las parcelas despejadas fueron ocupadas por la población en
constante crecimiento, provocando que se vieran forzados a emigrar a las
ciudades o a los Estados Unidos para encontrar medios más aptos de
subsistencia. El movimiento migratorio amenazó con tornarse de carácter
general y disturbó a varios patriotas canadienses. El clero organizó una
verdadera cruzada para mantener a la gente en su propio país. El
sacerdote de colonización es de un tipo encontrado solamente en Canadá.
El Curé Labelle, por citar un ejemplo, dedicó su vida al trabajo de la
colonización, fundando por sus propios esfuerzos más de treinta
parroquias en la provincia de Quebec. En todo lugar dentro del
territorio canadiense donde se ha llevado a cabo el trabajo de la
colonización, los sacerdotes y religiosos siempre han participado
dirigiendo, evangelizando y ayudando a los colonos.
Condiciones Actuales
Provincias Eclesiásticas.
Canadá
tiene ocho provincias eclesiásticas: Quebec, Montreal, Ottawa, Toronto,
Kingston, Halifax, Saint Boniface y Victoria. A cada una de estas sedes
arzobispales se les unen como sufráganos una o más sedes episcopales o
vicariatos apostólicos. Hay veintitrés obispados y tres vicariatos
apostólicos. Newfoundland (Terranova), que todavía no forma parte del
dominio, tiene una arquidiócesis y dos diócesis, y desde 1904 constituye
una provincia eclesiástica. La Iglesia Católica en Canadá es
inmediatamente dependiente de la Sagrada Congregación de la propaganda, y
contiene cerca de 3500 sacerdotes y 2.400.000 fieles. Luego de la
muerte de un obispo, sus colegas de la misma provincia eclesiástica
envían a Roma una lista de tres nombres, dispuesta por orden de mérito:
dignissimus, dignior, dignus, junto con una lista similar redactada y
dejada por el difunto, en el caso de un arzobispo, que va ser leída y
considerada en la Santa Sede, después de hacer algunas investigaciones,
para nombrar al obispo sucesor. El procedimiento es diferente si durante
el curso de su vida al obispo le es asignado un coadjutor cum futurâ
successione. El coadjutor en este caso es elegido por el obispo, que
propone su nombre a la Santa Sede. El obispo es totalmente independiente
del Estado. Tan pronto como reciba la autorización apostólica comienza
sus funciones sin ninguna formalidad civil. Los fieles deben rendirle
homenaje y obediencia inmediatamente. En la provincia de Quebec el
gobierno local le otorga reconocimiento y le concede ciertos derechos,
como por ejemplo un asiento en el Consejo Superior de la Instrucción
Pública. En las otras provincias en las cuales prepondera la religión
protestante, el obispo actúa en su propia esfera, a la par de la
autoridad civil pero independientemente.
Los
obispados pueden para corporaciones civiles ser reconocidos por el
Estado, y, consecuentemente, adquirir, poseer o enajenar propiedades. El
obispo goza de completa libertad para el nombramiento de oficinas
espirituales, la construcción de parroquias, la edificación de iglesias y
las residencias parroquiales. Tan pronto como un sacerdote parroquial
es nombrado, éste se instala en la parroquia y seguidamente comienza con
sus deberes y actividades. Ningún sacerdote parroquial es inamovible, a
excepción de aquel que hubiere sido asignado a la Catedral de Quebec.
En la provincia de Quebec el sacerdote parroquial mantiene el registro
civil de bautismos, matrimonios y defunciones que son aceptados por la
Corte. Fuera de la provincia de Quebec, el registro civil de
nacimientos, matrimonios, y defunciones es efectuado por un funcionario
laico del gobierno provincial. En este caso, el sacerdote parroquial le
envía al funcionario anterior, aproximadamente una vez al mes, los
expedientes de la parroquia donde constan los nacimientos, matrimonios, y
defunciones en forma impresa para luego ser archivados. En la provincia
de Quebec, el sacerdote parroquial nombrado por el obispo tiene derecho
al diezmo, y este derecho es reconocido por la autoridad civil. En
aquellas ciudades donde no existe el diezmo, la ayuda al sacerdote se
proporciona mediante contribuciones anuales, ya sea voluntarias o
prescritas por el obispo, o bien por las limosnas que los fieles aportan
para mantenimiento de la Iglesia. Las misiones propiamente dichas son
financiadas por la Asociación para la Propagación de la Fe. En
parroquias canónicamente establecidas, un consejo parroquial (Conseil de
fabrique) escoge a ciertos ciudadanos destacados, conocidos como
guardas de la Iglesia (marguilliers), para que administren las
propiedades de la misma, bajo la dirección del sacerdote. Fuera de la
provincia de Quebec, el sacerdote parroquial es el único encargado de
administrar los bienes que posea su Iglesia. Éstos bienes, incluyendo
las mismas iglesias, cementerios, residencias parroquiales, etc.,
pertenecen a la corporación episcopal, y es el obispo quien es
responsable de ellos desde el punto de vista del gobierno. Los miembros
de las órdenes religiosas se rigen bajo las mismas reglas que los
sacerdotes seculares, pero éstos no tienen ninguna necesidad de poseer
propiedades que requieran alguna incorporación especial puesto que están
siempre a cargo de parroquias o de misiones.
Órdenes y congregaciones religiosas.
Existen actualmente en Canadá más de veinte comunidades de sacerdotes, cerca de diez de Hermanos, y más de setenta de Hermanas.
Los
Sulpicianos no son una de las comunidades más antiguas, pero han estado
en el país continuamente desde 1657. Poseen dos grandes parroquias en
Montreal, Notre Dame y Saint-Jacques, varias capellanías, y la gerencia
de una universidad, de un seminario y de una escuela de filosofía, todas
prósperas y florecientes instituciones con un total de aproximadamente
800 estudiantes. Los ochenta y cuatro Sulpicianos en Canadá también
apoyan un importante número de escuelas, asilos y hospitales.
Los
Jesuitas, quienes retornaron en 1842, poseen 25 casas en Canadá y 7 en
Alaska, y 309 religiosos, incluyendo 125 sacerdotes, 96 escolásticos y
88 hermanos laicos, contratados en varias universidades (Montreal y
Saint Boniface), parroquias y misiones (Quebec, Sault Sainte Marie,
Peterborough y Hamilton).
Los oblatos de Maria
Inmaculada son los apóstoles del noroeste. El Arzobispo de Saint
Boniface y cinco obispos del noroeste del país son miembros de esta
congregación, que tiene cerca de 265 sacerdotes y 96 hermanos laicos;
con casas en Quebec, Montreal y Ottawa, contando también en esta última
ciudad con una universidad, una escolástica, un juniorado (seminario
donde los jóvenes se preparan para ser ordenados sacerdotes o hermanos
laicos) y varias parroquias.
Los Padres
Dominicanos están situados en Saint Hyacinthe, Ottawa, Montreal y
Quebec; los clérigos de Saint Viator en Montreal, Joliette, Valleyfield,
Quebec, Saint Hyacinthe, Ottawa y Saint Boniface; los Padres de la
Santa Cruz, con las Universidades de Saint-Laurent (Montreal) y
Memramcook (Saint John), y otras casas en las diócesis de Saint
Hyacinthe y Quebec; los Redentoristas en Quebec, Sainte Anne de Beaupré,
Montreal, Toronto, Saint John, Saint Boniface, y Ottawa; los
Capuchinos, presentes en Ottawa, Rimouski y Quebec; los Franciscanos en
Montreal, London, Quebec, y Three River (Tres Ríos); los Trapenses,
ubicados en las localidades de Montreal, Notre Dame d'Oka, Notre-Dame de
Mistassini, Chicoutimi, Notre-Dame des Prairies, Saint Boniface,
Notre-Dame du Calvaire, Chatham, y Notre-Dame de Petit Clairveaux,
Antigonish; los Padres de la Compañía de María realizan sus labores en
Montreal, Ottawa, Kingston y Victoria; los Canónigos Regulares de la
Inmaculado Concepción en Saint Boniface, Saint Albert, Prince Albert y
Ottawa; los Padres de Saint Vincent de Paul en Quebec y Saint Hyacinthe;
los Padres del Santo Espíritu en Ottawa; los Padres de Nuestra Señora
de Argiels en la ciudad de Quebec; Padres del Sagrado Corazón de
Issoudun en Quebec; los Padres del Más Sagrado Sacramento en Montreal;
los Padres de Chavagnes en el noroeste; la Carmelitas en Toronto; los
Misioneros de La Salette en Saint Boniface, Sherbrooke y Quebec; los
Benedictinos en Prince Albert; los Padres de la Resurrección en la
ciudad de Hamilton. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas numeran casi
800 almas, con 60 casas ( 49 de las cuales están en la provincia de
Quebec), y enseñan a cerca de 30.000 niños en 6 diócesis. Otros
institutos de Francia comparten esta tarea educativa: los Hermanos del
Sagrado Corazón, presentes en 8 diócesis, con 21 casas y 326 religiosos;
los Hermanos Maristas en 5 diócesis, con 24 casas y 205 religiosos; los
Hermanos de la Instrucción Cristiana ejerciendo sus funciones en 8
diócesis con 26 casas y 240 religiosos; y los Hermanos de Saint Gabriel,
presentes en 5 diócesis, con 19 casas y 120 miembros religiosos. Deben
ser también mencionados los Hermanos de la Cruz de Jesús, de Saint
Francis Xavier (San Francisco Javier), de Saint Francis Regis, de la
Caridad, de la Congregación de María, los Basilios y los Eudistas.
Las
comunidades femeninas más antiguas son las Hermanas de la Orden de San
Agustín del Hôtel-Dieu (1639) y las Ursulinas (1639) en Quebec; luego le
siguen las Hermanas de la Congregación de Notre Dame fundada en
Montreal en el año 1657 por la Venerable Madre Marguerite Bourgeoys, las
Hospitalarias de San José (1659) en Montreal, y las Hospitalarias de la
Misericordia de Jesús (Hospital General de Quebec, 1693). En el siglo
dieciocho, más específicamente en el año 1740, se fundó la Congregación
de las Monjas Grises (Soeurs Grises) de Montreal por la Venerable Madame
Marguerite Marie de Youville. Las otras comunidades vinieron desde
Francia o se constituyeron directamente en Canadá durante el siglo
diecinueve.
También deben destacarse las
Pequeñas Hijas de San José en Montreal; las Hermanas de la Caridad en
Saint John; las Hermanas de San José en Saint Hyacinthe; las Hermanas de
Nuestra Señora del Santo Rosario en Rimouski; las Hermanas del Perpetuo
Socorro en Quebec; y las Siervas de Jesús y de María en Ottawa. Muchas
órdenes han venido de Francia tiempo atrás, varias de ellas producto de
persecuciones. Entre aquellas procedentes de dicho país se deben
mencionar las Ursulinas (Quebec, Three Rivers, Chicoutimi, Sherbrooke y
Chatham); Hospitalarias de la Misericordia de Jesús (Quebec);
Hospitalarias de San José (Montreal, Nicolet, Kingston, Chatham, London y
Alexandría); Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús (Montreal, Halifax y
London); las Hermanas del Buen Pastor (3 diócesis); las Hermanas de
Loreto (Toronto, Hamilton y London); las Hermanas de la Santa Cruz y los
Siete Dolores (Montreal, Joliette, Alexandría, Sherbrooke, Pembroke y
Ottawa); las Hermanas de la Congregación de San José (Toronto); las
Hermanas de la Presentación (Saint Hyacinthe, Nicolet, Sherbrooke y
Prince Albert); las Hermanas de Jesús y de María (Quebec y Rimouski);
las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio (Toronto y New
Westminster); las Hermanas de la Escuela de Notre Dame (Hamilton); las
Carmelitas (Montreal); las Hijas de la Sabiduría (Ottawa, Peterborough y
Chatham); las Fieles Compañeras de Jesús (Saint Albert); las Pequeñas
Siervas de los Pobres (Montreal); las Siervas del Sagrado Corazón de
María (Quebec); las Canónigas Regulares de las Cinco Heridas de Nuestro
Salvador (Ottawa y Saint Boniface); las Trapistinas de Nuestra Señora
del Buen Consejo (Quebec); las Hermanas de La Esperanza (Montreal); las
Hijas de Jesús (Three Rivers, Antigonish, Charlottetown, Chatham, Saint
Albert y Rimouski); las Siervas del Sacramento Bendecido (Chicoutimi);
las Hermanas de la Caridad de San Luis (Quebec); las Hermanas Misioneras
de Nuestra Señora de África (Quebec). Todas estas órdenes religiosas
están comprometidas con varios y diversos tipos de trabajos, y se
caracterizan por su castidad y devoción. No sólo intervienen
fervorosamente en la educación, la oración, el sacrificio y la ayuda
solidaria, conduciendo a muchas almas devotas por la vida religiosa,
sino también realizan obras caridad en todas sus formas: trabajo en
hospitales, orfanatos, jardines de infantes, refugios, talleres, asilos,
entre otros.
Universidades.
La
educación superior está enteramente en manos del clero. Además de la
Universidad de Laval en Quebec y Montreal, dotada con cuatro Facultades:
Teologías, Artes, Medicina, y Derecho, y también con un departamento
científico en Montreal, debe mencionarse la Universidad de Ottawa,
abierta y conducida por los padres oblatos. Ciertos institutos, como el
de Memramcook y el Saint Francis Xavier (San Francisco Javier) en
Antigonish, son reconocidos como universidades, lo que significa que
están habilitados para conferir el título de Licenciado en Artes. Las
Universidades Jesuitas Saint Ignatius Loyola (San Ignacio de Loyola) y
Sainte Mary (Santa María) en Montreal están afiliadas a la Universidad
de Laval, la cual emite los diplomas de graduación. Las de Saint
Boniface (Jesuita) y de Saint Michael (Basilia) están afiliadas a las
universidades estatales vecinas. En la provincia de Quebec, cada
universidad conducida por sacerdotes seculares constituye una
corporación. Los sacerdotes que conforman la misma reciben alojamiento y
un modesto estipendio (durante mucho tiempo el mismo fue de cuarenta
dólares por año; actualmente no excede los cien dólares. Cabe aclarar
que los religiosos no reciben ninguna remuneración pecuniaria). Si
abandonan la enseñanza, el obispo les asigna una posición en la diócesis
y dejan de pertenecer a la corporación. Pueden, sin embargo, permanecer
en la universidad, prestando los servicios que su edad y salud
permitan..
Otras importantes instituciones
educativas son: la Universidad de Saint Michael en Toronto, creada en
1851 por sacerdotes Basilios; la de Saint Jerome en Berlín (Hamilton) a
cargo de los Padres de la Resurrección; la de Sainte Mary (Halifax) por
los sacerdotes de la diócesis; la de Saint Joseph en Saint Boniface,
creada en 1855 por los Jesuitas; la de Saint Maria en Victoria (1903);
la de Saint Albert en manos de los Padres oblatos (1900). En muchas de
éstas universidades se llevan a cabo cursos de teología, que son
seguidos por los seminaristas, quienes actúan como disciplinarios en la
universidad.
Los cuatro centros principales
de estudios teológicos en Canadá son: el seminario (grand séminaire) en
Montreal creado en 1840 y los de Quebec, Ottawa y Halifax. Los dos
primeros seminarios constituyen la Facultad de Teología de Universidad
de Laval, y confieren distintos diplomas dependiendo el grado del
estudio teológico que se halla realizado; el máximo es el Doctorado en
Teología. El Seminario de Quebec tiene 150 estudiantes de teología; el
de Montreal cerca de 300. El primero fue iniciado por el Obispo Laval,
mientras que el segundo fue fundado en 1840 por los Sulpicianos. Sus
clases son atendidas por aspirantes sacerdotes de más de cuarenta
diócesis de Canadá y de Estados Unidos, y ha dado a más de treinta
obispos a la Iglesia de América. Los Sulpicianos también han fundado un
seminario filosófico que tiene 130 estudiantes, y han abierto la
Universidad Canadiense en Roma, a la cual son enviados los más
inteligentes miembros del clero juvenil. Estas dos casas fueron producto
del trabajo de M. Colin, superior de Saint-Sulpice en Montreal, que
pidió a su comunidad 400.000 dólares para su construcción. El seminario
de Ottawa está a cargo de los Padres Oblatos, y el de Halifax bajo el
mando de los Eudistas.
La instrucción
primaria es llevada a cabo por profesores religiosos y seculares de
ambos sexos. En la provincia de Quebec la instrucción primaria católica
está bajo control de un comité integrado por los obispos de la provincia
y un número equivalente de laicos católicos; el comité protestante
ejercita funciones similares con respecto a las escuelas en manos de los
protestantes. Los dos comités unidos forman el Consejo de la
Instrucción Pública, donde se tratan colectivamente los asuntos
educativos tanto de católicos como de protestantes. El Superintendente
de la Educación es presidente de este Consejo. El control y la
regulación de la educación primaria en la provincia de Quebec están
fuera del ámbito político. En dicha provincia, las instituciones para el
entrenamiento de los maestros y profesores están también en manos del
clero. En las provincias de Alberta y Saskatchewan (creada en 1905), los
católicos en cada distrito escolar tienen el derecho de establecer
escuelas separadas, es decir tienen el derecho garantizado legalmente de
separarse de la mayoría, estableciendo un distrito escolar propio,
eligiendo a sus propios administradores, imponiendo sus propios
impuestos y contratando sus propios profesores, religiosos si así lo
desean, pero quienes deberán de haber pasado previamente una examinación
regular habiendo recibido una licencia pertinente del Comité de
Educación. Las escuelas así constituidas deberán conducirse conforme las
regulaciones del Comité de Educación y estar sujetas a la inspección
del Gobierno. En las otras provincias de Canadá, las escuelas separadas
no son reconocidas por la ley, aunque en New Brunswick las escuelas
católicas se encuentran prácticamente separadas. En el noroeste del
país, el Estado apoya las escuelas separadas.
Misiones
Algunos
rastros de las misiones indígenas del siglo diecisiete todavía existen.
En la provincia eclesiástica de Halifax pueden ser encontrados varios
grupos católicos de Micmac y Abnaki; en la diócesis de Quebec, una
parroquia de los Hurones, Nuestra Señora de Loreto; en Montreal, dos
parroquias de Iroquíes: Caughnawaga (2060 indios) y Oka o Lago de las
Dos Montañas (75 familias); en la diócesis de Valleyfield, el Centro
Católico de Iroquí de Saint Régis. Éstas, sin embargo, son excepciones.
Las verdaderas misiones de Canadá están actualmente en el noreste, a lo
largo de la Costa de Labrador; en el norte, en las orillas de la Bahía
de Hudson; y especialmente en el noroeste, en los inmensos territorios
que se extienden desde Ontario hasta Mackenzie y Alaska. En el noreste,
el Vicariato Apostólico del golfo de San Lorenzo, confiado a los padres
de Eudistas, alberga a 12.0000 católicos, entre ellos algunos esquimales
e indios Nascapi y Montagnais, ministrados por cerca de veinte
misioneros. En el oeste hay un gran número de misiones en las diócesis
de Pembroke, Peterborough y Sault Sainte Marie. Los Padres Oblatos, los
Jesuitas y los sacerdotes seculares rivalizan entre sí en sus esfuerzos
por preservar y extender la fe católica en la región de los Grandes
Lagos (Great Lakes) y James Bay.
Existen
también misiones en el noroeste del país y en British Columbia (Columbia
Británica), la más importante. Abarcan la provincia eclesiástica de
Saint Boniface. El clero secular, los misioneros pioneros de Columbia
Británica, está todavía a cargo de la mayoría de los habitantes de la
Isla de Vancouver; a medida que el país incrementa su cantidad de
habitantes, el número de sacerdotes seculares aumenta paulatinamente en
Columbia Británica y en la provincia de Saint Boniface. Estas provincias
incluyen las diócesis de Saint Albert, New Westminster y Prince Albert,
y dos Vicariatos Apostólicos: Athabasca y Mackenzie-Yukon. La mayoría
de estas divisiones eclesiásticas están en manos de los Obispos Oblatos,
con cerca de 230 Padres Oblatos, asistidos por los hermanos laicos de
la misma congregación. Cientos sacerdotes seculares y una gran cantidad
de religiosos de ambos sexos se encuentran dispersos por el noroeste de
Canadá; su número aumentó (y continua aumentando) considerablemente
producto de las persecuciones en Francia. Los indios cristianos
pertenecen a la raza de Algonquines y se los conoce comúnmente como
Kristinous o Cree, aunque ellos se denominan Nehivourik. Según una
estimación reciente numeran 45.000 habitantes. Columbia Británica
contiene a 26.000 indios de diversas razas. La dedicación y la devoción
de los misioneros se extendieron no sólo a las numerosas razas indígenas
del “lejano oeste” de Canadá sino también a los colonos de todas las
nacionalidades que habitaron dicho suelo. En estas inmensas regiones,
que en 1845 tenían solamente un obispo y seis sacerdotes, hubo en 1908
una jerarquía de siete obispos y casi 400 sacerdotes regulares y
seculares. Existen actualmente alrededor de 150.000 católicos, más de
420 Iglesias, 150 escuelas y muchas instituciones caritativas. Este
progreso maravilloso es debido principalmente al arduo trabajo de los
Padres Oblatos de María Inmaculada. La historia de la evangelización del
noroeste es una de las más interesantes en lo que respecta a las
misiones católicas, y su página final todavía no se ha escrito.
Conclusión
Los católicos de Canadá, 2.229.600 fieles, constituyen el 42 por
ciento de la población total de 5.371.315 habitantes. De estos
católicos, 1.430.000 ( los tres quintos aproximadamente) están en la
provincia de Quebec, mientras que los 800.000 restantes se encuentran
dispersados a lo largo del extenso territorio canadiense, mezclándose en
mayor o menor grado con la comunidad protestante. El incremento del
catolicismo en este país se debe principalmente a la natalidad; su
número aumentó en 250.000 fieles los pasados diez años, aumento que
excede el crecimiento de las distintas ramas del protestantismo
combinadas. Cabe aclarar que tanto católicos como protestantes conviven
en concordia, trabajando juntos armoniosamente para el bienestar común
de Canadá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.