No se conoce
nada de su historia temprana, excepto que fue un romano y que el nombre
de su padre fue Prisco. Se dice que vivió durante un tiempo en Milán con San Ambrosio; sin embargo, la primera noticia conocida respecto a él está consignada en un documento del Papa San Inocencio I, en el año 416, donde se habla de él como Celestino el Diácono. En el 418, San Agustín le escribió (Ep. LXII) en un lenguaje muy reverente. El sucedió a Papa San Bonifacio I | Bonifacio I]] como Papa el 10 de septiembre de 422 (según Tillemont, aunque los Bolandistas indican el 3 de noviembre). Murió el 26 de julio de 432, habiendo gobernado nueve años, diez meses y dieciséis días.
A pesar de los tiempos tumultuosos en Roma, fue electo sin ninguna oposición, como se sabe por una carta que San Agustín (Epist. CCLXI) le escribió poco después de su elevación, en la cual el gran doctor le pide su ayuda para zanjar sus dificultades con Antonio, obispo de Fésula en África. Al parecer existió una fuerte amistad entre Celestino y Agustín; y luego de la muerte de este último, a fines de 430, Celestino les escribió una extensa carta a los obispos de Galia sobre la santidad, aprendizaje y celo del santo doctor, y prohibió todos los ataques sobre su memoria de parte de los semipelagianos, quienes bajo el liderazgo del famoso asceta, Juan Casiano, estaban comenzando a tener influencia.
Aunque su suerte fue echada en tiempos tormentosos, pues los maniqueos, donatistas, novacianos, y pelagianos perturbaban la paz de la Iglesia, mientras que las hordas bárbaras comenzaban sus incursiones al corazón del imperio, el carácter firme pero gentil de Celestino le permitió cumplir exitosamente con todas las exigencias de su posición. Le vemos por doquier defendiendo los derechos de la Iglesia y la dignidad de su posición. En todo esto fue ayudado por Placidia, quien en nombre de su joven hijo, Valentiniano III, desterró de Roma a los maniqueos y a otros herejes que perturbaban la paz. Celestino no sólo expulsó de Italia a Celestino, el compañero y principal discípulo de Pelagio, sino que logró del Concilio de Éfeso la ulterior condena de la secta. También a través de ese concilio San Germán de Auxerre y San Lupo de Troyes, a quienes los obispos de Galia habían enviado a Bretaña en 429, la tierra nativa de Pelagio, tuvieron éxito en extirpar el error de su suelo natal.
Al ser un firme defensor de los cánones antiguos, vemos a Celestino escribiendo a los obispos de Iliria, instándolos a observar los cánones y su antigua lealtad al obispo de Tesalónica, vicario del Papa, sin el cual ellos no debían consagrar a ningún obispo ni realizar ningún concilio. También le escribe a los obispos de Vienne y Narbona, a quienes les advierte sobre la observancia de cánones originales, y, según la advertencia de su predecesor, a que se resistieran a las pretensiones de la Sede de Arles. Además no deben negarse a admitir a la penitencia a aquellos que lo deseen al momento de la muerte; los obispos no debían vestir como monjes, y se debían tomar acciones severas contra cierto Daniel, un monje de Oriente, quien había sido la causa de serios desórdenes en la Iglesia de Galia. Les escribe a los obispos de Apulia y Calabria indicándoles que los clérigos no debían estar ignorantes de los cánones, y que no se debía promover a los laicos al episcopado sobre los jefes del clero, y sobre este asunto, no se debe complacer la voluntad popular, no importa cuán fuerte fuese ---populus docendus non sequendus. Además, amenazó con severas penas a los futuros transgresores. Debido a su defensa de los derechos de la Iglesia Romana a oír y decidir las apelaciones de todos los distritos, entró en conflicto durante un tiempo con la gran Iglesia de África (vea Apiario de Sica). Sin embargo, los obispos africanos, aunque manifestaron algún calor, nunca cuestionaron la divina supremacía de la Santa Sede, sus mismos lenguajes y acciones demostraron su completo reconocimiento; sus quejas iban dirigidas más bien contra el a veces indiscreto uso de las prerrogativas papales.
Los últimos días del pontificado de Celestino se caracterizaron por la lucha en Oriente contra la herejía de Nestorio (véase Nestorio y nestorianismo, San Cirilo de Alejandría; Concilio de Éfeso). Nestorio, quien se había convertido en obispo de Constantinopla en 428, al principio dio gran satisfacción, como sabemos por una carta que le dirigió Celestino. Nestorio pronto hizo surgir sospechas de su ortodoxia al recibir amablemente a los pelagianos que el Papa había desterrado de Roma. Poco después, cuando llegaron a Roma rumores sobre sus enseñanzas heréticas sobre la doble [[personalidad] de Cristo, Celestino comisionó a Cirilo, obispo de Alejandría para que investigara e hiciera un informe. Cirilo encontró que Nestorio profesaba abiertamente su herejía, y envió un relato completo a Celestino, el cual, en un sínodo romano (430), condenó solemnemente los errores de Nestorio, y le ordenó a Cirilo que procediera en su nombre contra Nestorio, quien debía ser excomulgado y depuesto, a menos que dentro de diez días hiciera una retractación solemne escrita de sus errores. En cartas escritas ese mismo día a Nestorio, al clero y al pueblo de Constantinopla, y a Juan de Antioquía, Juvenal de Jerusalén, Rufo de Tesalónica y Flaviano de Filipo, Celestino anuncia la sentencia dictada contra Nestorio y sobre la comisión dada a Cirilo para que ejecute la misma. Al mismo tiempo reinstaló a todos los que habían sido excomulgados o destituidos por Nestorio. Cirilo envió la sentencia papal y su propio anatema a Nestorio. El emperador ahora convocó a un concilio general que se reuniría en Éfeso. Celestino envió como legados a este concilio a Arcadio y Proyecto, obispos, y a Filipo, un sacerdote, quienes debían actuar en coordinación con Cirilo. Sin embargo, no debían involucrarse en discusiones, sino que debían juzgar las opiniones de los otros. En todas sus cartas Celestino asume que su propia decisión es la final, y que Cirilo y el concilio sólo deben llevarla a cabo. Nestorio se mostró obstinado, y fue excomulgado y depuesto por el Concilio “obligado por los cánones sagrados y las cartas de Nuestro Muy Santo Padre, Celestino, obispo de la Iglesia Romana.”
El último acto oficial de Celestino, el envío de San Patricio a Irlanda, quizás sobrepasa a todos los demás en sus consecuencias trascendentales definitivas. Ya él había enviado (431) a Paladio como obispo de los escoceses (es decir, irlandeses) creyentes en Cristo.” Pero Paladio abandonó pronto a Irlanda y murió al año siguiente en Bretaña. San Patricio, que había sido rechazado previamente, recibió ahora la largamente codiciada comisión sólo pocos días antes de la muerte de Celestino, y se convirtió así en partícipe en la conversión de una raza que en los próximos pocos siglos realizaría tan vastas obras por los incontables misioneros y eruditos en la conversión y civilización del mundo bárbaro. Mostró gran dedicación y celo en el cumplimiento de sus funciones en los asuntos de la Iglesia Romana.
Celestino manifestó gran celo en los asuntos locales de la Iglesia Romana. Restauró y embelleció la iglesia de Santa María en Trastevere, la que había sido víctima del saqueo gótico de Roma, y también la iglesia de Santa Sabina, además de decorar el cementerio de Santa Priscila con pinturas del Concilio de Éfeso.
Es incierta la fecha exacta de su muerte. La Iglesia Latina celebra su fiesta el 6 de abril, el día en que su cuerpo fue colocado en las Catacumbas de Santa Priscila, de donde el Papa San Pascual I lo trasladó (820) a la iglesia de Santa Práxedes, aunque la catedral de Mantua también reclama tener sus reliquias. La [[Iglesia Griega lo honra altamente por su condenación a Nestorio, y celebra su fiesta el 8 de abril.
Los escritos existentes de San Celestino, consisten en dieciséis cartas, el contenido de muchas de las cuales se ha señalado arriba, y un fragmento del discurso sobre el nestorianismo, que fue leído en el Sínodo de Roma de 430. La “Capitula Coelestini”, las diez decisiones sobre el tema de la gracia, el cual ha jugado un papel muy importante en la historia del agustinismo, ya no se le atribuyen a su autoría. Por siglos se añadieron como parte integrante de su carta a los obispos de Galia, pero en la actualidad se considera que son trabajos de San Próspero de Aquitania. Anastasio Bibliotecario le atribuye varias otras constituciones pero con poca autoridad. También es dudosa la declaración de “Liber Pontificalis” de que Celestino le agregó al Introito a la Misa.
Bibliografía: Sancti Celestini Epistolae et Decreta, P.L., L; Acta ss., X; Hefele, History of the Councils, II, III; Duchesne, Liber Pontificalis, I; Grisar, Geschichte Roms und der Papste im Mittelalter (Friburgo im Br., 1898), I ; Cardinal de Noris, Historia Pelagiana; Tillemont, Mémoires pour servir a l' histoire ecclesiastique, XIV; Natalis Alexander, Historia Ecclesiastica, ed. Roncaglia-Mansi, IX; Mansi, Sacrorum Conciliorum Amplissima Collectio, IV; Rivington, The Roman Primacy.
Fuente: Murphy, John F.X. "Pope St. Celestine I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03477c.htm>.
Traducido por Giovanni E. Reyes, lhm.
A pesar de los tiempos tumultuosos en Roma, fue electo sin ninguna oposición, como se sabe por una carta que San Agustín (Epist. CCLXI) le escribió poco después de su elevación, en la cual el gran doctor le pide su ayuda para zanjar sus dificultades con Antonio, obispo de Fésula en África. Al parecer existió una fuerte amistad entre Celestino y Agustín; y luego de la muerte de este último, a fines de 430, Celestino les escribió una extensa carta a los obispos de Galia sobre la santidad, aprendizaje y celo del santo doctor, y prohibió todos los ataques sobre su memoria de parte de los semipelagianos, quienes bajo el liderazgo del famoso asceta, Juan Casiano, estaban comenzando a tener influencia.
Aunque su suerte fue echada en tiempos tormentosos, pues los maniqueos, donatistas, novacianos, y pelagianos perturbaban la paz de la Iglesia, mientras que las hordas bárbaras comenzaban sus incursiones al corazón del imperio, el carácter firme pero gentil de Celestino le permitió cumplir exitosamente con todas las exigencias de su posición. Le vemos por doquier defendiendo los derechos de la Iglesia y la dignidad de su posición. En todo esto fue ayudado por Placidia, quien en nombre de su joven hijo, Valentiniano III, desterró de Roma a los maniqueos y a otros herejes que perturbaban la paz. Celestino no sólo expulsó de Italia a Celestino, el compañero y principal discípulo de Pelagio, sino que logró del Concilio de Éfeso la ulterior condena de la secta. También a través de ese concilio San Germán de Auxerre y San Lupo de Troyes, a quienes los obispos de Galia habían enviado a Bretaña en 429, la tierra nativa de Pelagio, tuvieron éxito en extirpar el error de su suelo natal.
Al ser un firme defensor de los cánones antiguos, vemos a Celestino escribiendo a los obispos de Iliria, instándolos a observar los cánones y su antigua lealtad al obispo de Tesalónica, vicario del Papa, sin el cual ellos no debían consagrar a ningún obispo ni realizar ningún concilio. También le escribe a los obispos de Vienne y Narbona, a quienes les advierte sobre la observancia de cánones originales, y, según la advertencia de su predecesor, a que se resistieran a las pretensiones de la Sede de Arles. Además no deben negarse a admitir a la penitencia a aquellos que lo deseen al momento de la muerte; los obispos no debían vestir como monjes, y se debían tomar acciones severas contra cierto Daniel, un monje de Oriente, quien había sido la causa de serios desórdenes en la Iglesia de Galia. Les escribe a los obispos de Apulia y Calabria indicándoles que los clérigos no debían estar ignorantes de los cánones, y que no se debía promover a los laicos al episcopado sobre los jefes del clero, y sobre este asunto, no se debe complacer la voluntad popular, no importa cuán fuerte fuese ---populus docendus non sequendus. Además, amenazó con severas penas a los futuros transgresores. Debido a su defensa de los derechos de la Iglesia Romana a oír y decidir las apelaciones de todos los distritos, entró en conflicto durante un tiempo con la gran Iglesia de África (vea Apiario de Sica). Sin embargo, los obispos africanos, aunque manifestaron algún calor, nunca cuestionaron la divina supremacía de la Santa Sede, sus mismos lenguajes y acciones demostraron su completo reconocimiento; sus quejas iban dirigidas más bien contra el a veces indiscreto uso de las prerrogativas papales.
Los últimos días del pontificado de Celestino se caracterizaron por la lucha en Oriente contra la herejía de Nestorio (véase Nestorio y nestorianismo, San Cirilo de Alejandría; Concilio de Éfeso). Nestorio, quien se había convertido en obispo de Constantinopla en 428, al principio dio gran satisfacción, como sabemos por una carta que le dirigió Celestino. Nestorio pronto hizo surgir sospechas de su ortodoxia al recibir amablemente a los pelagianos que el Papa había desterrado de Roma. Poco después, cuando llegaron a Roma rumores sobre sus enseñanzas heréticas sobre la doble [[personalidad] de Cristo, Celestino comisionó a Cirilo, obispo de Alejandría para que investigara e hiciera un informe. Cirilo encontró que Nestorio profesaba abiertamente su herejía, y envió un relato completo a Celestino, el cual, en un sínodo romano (430), condenó solemnemente los errores de Nestorio, y le ordenó a Cirilo que procediera en su nombre contra Nestorio, quien debía ser excomulgado y depuesto, a menos que dentro de diez días hiciera una retractación solemne escrita de sus errores. En cartas escritas ese mismo día a Nestorio, al clero y al pueblo de Constantinopla, y a Juan de Antioquía, Juvenal de Jerusalén, Rufo de Tesalónica y Flaviano de Filipo, Celestino anuncia la sentencia dictada contra Nestorio y sobre la comisión dada a Cirilo para que ejecute la misma. Al mismo tiempo reinstaló a todos los que habían sido excomulgados o destituidos por Nestorio. Cirilo envió la sentencia papal y su propio anatema a Nestorio. El emperador ahora convocó a un concilio general que se reuniría en Éfeso. Celestino envió como legados a este concilio a Arcadio y Proyecto, obispos, y a Filipo, un sacerdote, quienes debían actuar en coordinación con Cirilo. Sin embargo, no debían involucrarse en discusiones, sino que debían juzgar las opiniones de los otros. En todas sus cartas Celestino asume que su propia decisión es la final, y que Cirilo y el concilio sólo deben llevarla a cabo. Nestorio se mostró obstinado, y fue excomulgado y depuesto por el Concilio “obligado por los cánones sagrados y las cartas de Nuestro Muy Santo Padre, Celestino, obispo de la Iglesia Romana.”
El último acto oficial de Celestino, el envío de San Patricio a Irlanda, quizás sobrepasa a todos los demás en sus consecuencias trascendentales definitivas. Ya él había enviado (431) a Paladio como obispo de los escoceses (es decir, irlandeses) creyentes en Cristo.” Pero Paladio abandonó pronto a Irlanda y murió al año siguiente en Bretaña. San Patricio, que había sido rechazado previamente, recibió ahora la largamente codiciada comisión sólo pocos días antes de la muerte de Celestino, y se convirtió así en partícipe en la conversión de una raza que en los próximos pocos siglos realizaría tan vastas obras por los incontables misioneros y eruditos en la conversión y civilización del mundo bárbaro. Mostró gran dedicación y celo en el cumplimiento de sus funciones en los asuntos de la Iglesia Romana.
Celestino manifestó gran celo en los asuntos locales de la Iglesia Romana. Restauró y embelleció la iglesia de Santa María en Trastevere, la que había sido víctima del saqueo gótico de Roma, y también la iglesia de Santa Sabina, además de decorar el cementerio de Santa Priscila con pinturas del Concilio de Éfeso.
Es incierta la fecha exacta de su muerte. La Iglesia Latina celebra su fiesta el 6 de abril, el día en que su cuerpo fue colocado en las Catacumbas de Santa Priscila, de donde el Papa San Pascual I lo trasladó (820) a la iglesia de Santa Práxedes, aunque la catedral de Mantua también reclama tener sus reliquias. La [[Iglesia Griega lo honra altamente por su condenación a Nestorio, y celebra su fiesta el 8 de abril.
Los escritos existentes de San Celestino, consisten en dieciséis cartas, el contenido de muchas de las cuales se ha señalado arriba, y un fragmento del discurso sobre el nestorianismo, que fue leído en el Sínodo de Roma de 430. La “Capitula Coelestini”, las diez decisiones sobre el tema de la gracia, el cual ha jugado un papel muy importante en la historia del agustinismo, ya no se le atribuyen a su autoría. Por siglos se añadieron como parte integrante de su carta a los obispos de Galia, pero en la actualidad se considera que son trabajos de San Próspero de Aquitania. Anastasio Bibliotecario le atribuye varias otras constituciones pero con poca autoridad. También es dudosa la declaración de “Liber Pontificalis” de que Celestino le agregó al Introito a la Misa.
Bibliografía: Sancti Celestini Epistolae et Decreta, P.L., L; Acta ss., X; Hefele, History of the Councils, II, III; Duchesne, Liber Pontificalis, I; Grisar, Geschichte Roms und der Papste im Mittelalter (Friburgo im Br., 1898), I ; Cardinal de Noris, Historia Pelagiana; Tillemont, Mémoires pour servir a l' histoire ecclesiastique, XIV; Natalis Alexander, Historia Ecclesiastica, ed. Roncaglia-Mansi, IX; Mansi, Sacrorum Conciliorum Amplissima Collectio, IV; Rivington, The Roman Primacy.
Fuente: Murphy, John F.X. "Pope St. Celestine I." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. <http://www.newadvent.org/cathen/03477c.htm>.
Traducido por Giovanni E. Reyes, lhm.
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