Catedral de Lima.
EL TRATO A LOS INDIOS.
Muchos
de los españoles que llegaron a América en el siglo XVI lo hicieron en
busca de oro y plata, lo que fomentó la explotación de tierras y
personas. Ya desde el principio de la conquista, voces como las de
Francisco de Vitoria o Bartolomé de las Casas se habían alzado a favor
de los indígenas. La reina Isabel reconoció a los indios como súbditos
de la Corona con derecho a trabajar libremente a cambio de un salario;
sin embargo, los repartimientos se generalizaron. El repartimiento
consistía en el reparto de los indios, es decir, de la mano de obra,
entre los colonizadores. Ante esta situación, las Leyes de Burgos de
1512 establecieron el sistema de la encomienda, que consistía en la
asignación de un grupo de indios a un colono pero a cambio de
cristianizarlos y protegerlos.
Las leyes, en cualquier caso, fueron escasamente
cumplidas y en la práctica la encomienda desembocó
en una explotación abierta de los indios.
Se establecieron otras formas de trabajo remunerado,
pero forzoso, como la mita en las minas o los obrajes
en la artesanía, que supusieron una explotación
durísima del trabajo al que las poblaciones indígenas
no estaban acostumbradas. El resultado fue
la indefensión biológica frente a las enfermedades
europeas, lo que ocasionó una auténtica catástrofe
demográfica. En consecuencia se tuvo que recurrir
a los esclavos africanos cuyo tráfico hacia América
se intensificó en el siglo XVII.
EL FRAILE MISIONERO DEL SIGLO XVI.
Fray Bartolomé de las Casas.
Las
órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos) desarrollaron una activa
labor evangelizadora, a la que se unieron después los jesuitas, y
asumieron la tutela del indio frente a los abusos de los colonizadores.
La
acción evangelizadora abarcó áreas mucho más extensas que las de los
asentamientos colonizadores. Los misioneros ensayaron todo tipo de
métodos de catequesis, planteándose en ocasiones la cristianización al
margen de la hispanización. Con este objetivo se aplicaron al estudio de
las lenguas, culturas y creencias religiosas americanas.
El
fraile del siglo XVI fue misionero, colonizador, defensor de los indios e
investigador de las curiosidades naturales y humanas del Nuevo Mundo.
Fue el protagonista de la obra de aculturación desarrollada en América,
tanto de la difusión de la fe como de la propagación de los
conocimientos europeos. Sin embargo, la ausencia de un clero indígena
produjo una cristianización superficial.
El
clero secular, instalado en las ciudades y bajo el control de los
monarcas, estuvo más próximo a los intereses de los dominadores. En
virtud del Privilegio de Regio Patronato, el rey intervenía en el
nombramiento de las altas dignidades de la Iglesia americana asesorado
por el Consejo de Indias. Así, los reyes dispusieron de un instrumento
de cohesión y control ideológicos.
ESTRUCTURACIÓN SOCIAL.
La
sociedad colonial se formó como fruto de la interacción de dos mundos
profundamente distintos: el indígena y el de los conquistadores
españoles. A esto hay que añadir, además, las profundas diferencias con
que ya contaba la población indígena en sí misma. Había pueblos basados
en una simple organización tribal de lazos de parentesco y, por otro
lado, estaban los grandes imperios, con una sociedad profundamente
estratificada dentro de una organización estatal compleja. También los
europeos del siglo XVI provenían de una sociedad estamental con escasa
movilidad social.
El
resultado de los encuentros entre poblaciones tan dispares fue una
sociedad muy compleja, en la que casi se podría decir que coexistían
varias sociedades distintas.
La
minoría criolla, descendiente de los conquistadores y propietaria de
latifundios o dedicada al gran comercio, ocupaba la cúspide de la
organización social. A su mismo nivel estaban los altos servidores de la
administración colonial, casi siempre procedentes de la Península
(virreyes, gobernadores, corregidores), y por debajo de ambos grupos
estaban los blancos de las clases medias urbanas.
La
población mestiza ocupaba una posición intermedia entre la minoría
blanca y la mayoría indígena, y esta última se concentraba
fundamentalmente en el ámbito rural. En el último nivel de la escala
social estaban los esclavos negros.
CULTURA VIRREINAL.
La
población criolla de América mostró una gran inquietud cultural. Desde
el principio se prodigaron las fundaciones de colegios y muy pronto
surgieron las universidades (Santo Domingo, 1538; México, 1551; Lima,
1551). El arzobispo Zumárraga introdujo la imprenta en México en 1538.
Pronto
apareció una serie de importantes escritores, entre los que destaca en
el siglo XVI el inca Garcilaso de la Vega, mestizo hispanizado. En el
siglo XVII existía ya una literatura criolla, representada por sor Juana
Inés de la Cruz (México).
El Nuevo Mundo fue un revulsivo a la actividad intelectual en España, que abarcó desde el estudio de su flora y fauna (Historia natural de las Indias,
de José de Acosta) hasta el cuestionamiento teológico y jurídico del
pretendido derecho de conquista. La polémica del trato al indio tuvo
amplísimas derivaciones intelectuales y llevó al dominico Francisco de
Vitoria a abordar el problema del sometimiento de los indios. Él y sus
discípulos de la escuela de Salamanca pusieron las bases del Derecho
internacional.
El arte
En
el siglo XVI, los españoles llevaron a América sus gustos artísticos,
reproduciendo con cierto retraso los estilos imperantes en la Península:
gótico, plateresco, herreriano. A este último estilo pertenecen las
catedrales de México y de Puebla, mientras otras (Lima y Cuzco) tratan
de reproducir el esquema de la de Granada. Posteriormente, los estilos
europeos se fusionaron con las tradiciones precolombinas produciendo el
exuberante «barroco colonial».
La
pintura y la escultura, afectadas por las influencias indígenas, tienen
una ingenuidad conmovedora y una expresividad insuperable.
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