(Francés para Carolus Magnus, o Carlus Magnus "Carlos el Grande"; En alemán Karl der Grosse.
Nombre dado por posteriores generaciones a Carlos, Rey de los
francos, primer soberano del Imperio Cristiano de Occidente; nació el 2
abril de 742; murió en Aachen (Aquisgrán), el 28 enero de 814. Nota, sin
embargo, el lugar de su nacimiento (Aquisgrán o Lieja) nunca ha sido
totalmente establecido, mientras que la fecha tradicional ha sido luego
fijada uno o más años después por recientes escritores; si seguimos a
Alcuino de manera literal debió nacer en el 745. Durante la época del
nacimiento de Carlos, su padre, Pipino el Breve, Mayordomo del Palacio,
de la línea de Arnulfo, era, en teoría, sólo el primer súbdito de
Childerico III, el último rey Merovingio de los francos; pero su modesto
título implicaba un poder real, militar, civil, e incluso eclesiástico,
del cual la corona de Childerico era sólo un símbolo. No se sabe a
ciencia cierta si Bertrada (o Berta), la madre de Carlomagno, hija de
Cariberto, conde de Laon, estuvo legalmente casada con Pipino hasta
algunos años después del 742 ó 745.
El curso de la vida de Carlomagno lo llevó a ser reconocido por la Santa Sede como su principal protector y coadjutor en lo temporal, desde Constantinopla hasta por lo menos Basilea en Occidente. Este reinado, el cual se involucró bastante más que cualquier otro personaje histórico en el desarrollo orgánico, y todavía más, en la consolidación de una Europa cristiana, será esbozado en este artículo tocando los periodos en los que está naturalmente dividido. La época de Carlomagno también fue una de reforma para la Iglesia gala, y de la fundación de la Iglesia en Alemania, la cual estuvo marcada por el florecimiento de la erudición, hecho que fructificó en las grandes escuelas cristianas de los siglos doce y posteriores.
Carlos, ungido para ocupar el cargo real siendo aún un niño, aprendía los rudimentos del arte de la guerra mientras iba creciendo, acompañando a su padre en varias campañas. Estas primeras experiencias fueron importantes, pues desarrollaron en el muchacho aquellas virtudes militares que, unidas a su extraordinaria fuerza física y a su intenso nacionalismo, lo hicieron un héroe popular de los francos mucho tiempo antes de que fuese su legítimo rey. Al cabo, en septiembre de 768, Pipino el Breve, previendo su fin, realizó la partición de sus dominios entre sus dos hijos. Pocos días después el anciano rey falleció.
Para comprender mejor los efectos del acto de la partición por la cual Carlos y Carlomán heredaron los dominios de su padre, así como la historia subsecuente del reinado de Carlos, debemos señalar que esos dominios comprendían: Primero, Franconia (Frankreich); Segundo, aproximadamente unas siete dependencias autónomas, pobladas por varias razas y que obedecían diferentes códigos de ley. De estas dos divisiones, la primera se extendía, hablando a grosso modo, desde los límites de Turingia, en el Este, hasta lo que ahora es el litoral belga y normando, en el Oeste; por el Norte se extendía hasta Sajonia, incluido ambos lados del Rin desde Colonia (la antigua Colonia Agrippina) hasta el Mar del Norte; sus vecinos del Sur eran los bávaros, germanos, y los burgundios. Los Estados dependientes eran: fundamentalmente la Galia Neustria (incluyendo dentro de sus fronteras a París), la cual fue, sin embargo, bien fermentada con elementos francos; al Sudoeste de Neustria, Bretaña, antes llamada Armórica, con una población británica y galorromana; al Sur de Neustria el Ducado de Aquitania, en su mayor parte, entre el Loira y el Garona, con una población galorromana; y por el Este de Aquitania, a lo largo del valle del Ródano, habitada por burgundios, un pueblo de tan variado como el de Aquitania, aunque con una gran cantidad de sangre teutónica. Estos Estados, con quizás la excepción de Bretaña, reconocían como ley el Código de Teodosio. Las dependencias alemanas del reino franco eran Turingia, en el valle del Main, Baviera y Alemania (lo que más tarde fue conocido como Suabia). Éstos últimos, al momento de la muerte de Pipino, se habían recién convertido al cristianismo, principalmente gracias a la predicación de San Bonifacio. La parte que le tocó a Carlos consistía en toda la Austrasia (la antigua Franconia), la mayor parte de Neustria, y toda la Aquitania excepto el rincón Sudeste. Como vemos, las posesiones del hermano mayor rodeaban a las del menor por ambos lados, pero por otro lado, esta distribución bajo sus respectivos gobernantes fue para evitar cualquier tipo de discordia que podría surgir del sentimiento nacional de los muchos súbditos.
A pesar de esta prudente división, Carlomán ideó un desacuerdo con su hermano. Hunaldo, antiguo duque de Aquitania, vencido por Pipino el Breve, dejó el claustro en el que había vivido como monje durante veinte años, y avivó una revuelta en la parte Occidental del ducado. Según la costumbre franca, Carlomán debía de haber ayudado a Carlos; pero el hermano menor se puso de lado de Aquitania; pero declaró que, como sus dominios no se veían afectados por esta revuelta, no era asunto suyo. Hunaldo, sin embargo, fue vencido por Carlos, sin ninguna ayuda; fue traicionado por un sobrino con quien él había buscado refugio, enviado a Roma para responder por la violación de sus votos monacales, y por finalmente, después de abandonar nuevamente el claustro, fue apedreado hasta morir por los lombardos de Pavía. Lo que fue realmente importante para Carlos después de este episodio de Aquitania, fue el comprobar los malos sentimientos que tenía su hermano hacia él, y para evitar problemas tomó inmediatas precauciones, especialmente ganándose a los amigos a quienes juzgaba más valiosos; la primera y más importante fue su madre, Berta, la cual se había esforzado mucho y con mucha prudencia para que sus hijos hicieran la paz, pero que, llegado el momento en el que debía tomar partido por uno de ellos, no dudara en su apoyo hacia el primogénito. Carlos era un hijo afectuoso; además parece que, en general, le ayudó su gran don de gentes.
Carlomán murió poco tiempo después (4 diciembre de 771), y una cierta carta del "Monje Clodulfo", citado por Bouquet (Recueil. hist., V, 634), enumerando las grandes bendiciones por las que el rey se sentía con el deber de agradecer, dice: "Tercero. Dios lo ha conservado de las supercherías de su hermano. Quinto, y no el menos importante, que Dios haya quitado a su hermano de este reino terrenal".
Carlomán no puede haber sido tan malo como los entusiastas partidarios de Carlos lo describen, pero la división de los dominios de Pipino era en sí misma un impedimento para el surgimiento de un poderoso reino franco tal como Carlos lo necesitaba para lograr la unificación del Continente cristiano. Si bien Carlomán tenía dos hijos, fruto de su unión con su esposa, Gerberga, pero la ley franca de sucesión no hacía ninguna preferencia por los hijos o por los hermanos; dejado a su propia opción, los vasallos francos, ya sea por amor a Carlos o por el temor que su nombre inspiraba, lo aceptaron con alegría como su rey. Gerberga y sus hijos huyeron a la corte Lombarda de Pavía. Mientras tanto, se empezaron a dar complicaciones en la política extranjera de Carlos, algo que hacía que su supremacía recientemente establecida en casa, fuese doblemente oportuna.
Carlos, de su padre, heredó el título de "Patricius Romanus" el cual traía consigo una obligación especial de proteger los derechos temporales de la Santa Sede. El más cercano y mayor amenaza para el Patrimonio de San Pedro era el vecino Desiderio (Didier), rey de los lombardos, y fue con este monarca que la viuda Berta había acordado una alianza matrimonial para su hijo mayor. El Papa tenía sólidas razones temporales para objetar este matrimonio. Es más, Carlos ya estaba, in foro conscientiae, si no por las leyes francas, casado con Himiltruda. A pesar de la protesta del Papa (PL 98,250), Carlos se casó con Deseada, la hija de Desiderio (770), tres años después la repudió y se casó con Hildegarda, la hermosa suaba. Naturalmente, Desiderio se puso furioso por este insulto, y los dominios de la Santa Sede fueron los primeros en sentir su ira.
Carlos tenía que defender sus propias fronteras contra los paganos y también proteger Roma contra los lombardos. Al norte de Austrasia queda Frisia, la cual parece haber sido de alguna manera equívoca una dependencia, y al Este de Frisia, del banco izquierdo del Ems (sobre la frontera de la actual Renania del Norte-Westfalia), por el valle del Weser y Aller, y todavía más al Este, hacia el banco izquierdo del Elba, se extendía por el país de los sajones, quienes no reconocían obediencia alguna a los reyes francos. En 772, los sajones eran una horda de paganos salvajes que no daban a los misioneros cristianos ninguna esperanza salvo el martirio; estaban en un mismo territorio, pero, normalmente, no tenían ningún tipo de organización política común, y siempre realizaban devastadoras incursiones en tierras de los francos. Parece que su idioma era muy parecido al hablado por los Egberto y Etelredo de Bretaña, pero el trabajo de su primo cristiano, San Bonifacio, no había influenciado en ellos todavía; le rendían culto a los dioses del Walhalla, se unían en sacrificio solemne -a veces humano- a Irminsul (Igdrasail), el árbol sagrado que estaba en Eresburg, y todavía mataban a los misioneros cristianos cuando sus parientes de Bretaña realizaban sínodos de la Iglesia y construían catedrales. Carlos no podía aguantar sus devastadores hábitos ni su intolerancia pagana; además, era imposible hacer las paces de manera permanente con ellos, mientras vivieran según la antigua costumbre teutónica de tener sus pueblos independientes. Hizo su primera expedición a este país en julio de 772, tomó Eresburg por asalto, y quemó a Irminsul. Fue en enero de este mismo año que el Papa Esteban III murió, y Adriano I, un antagonista de Desiderio, fue elegido. El nuevo Papa fue casi de inmediato atacado por el rey de los lombardos, que se apoderó de tres pequeñas ciudades del Patrimonio de San Pedro, amenazó Ravena, y empezó a organizar un complot en la Curia. Pablo Afiarta, el chambelán pontificio, fue descubierto actuando como agente secreto de los lombardos, por lo que fue capturado y ajusticiado. El ejército lombardo marchó contra Roma, pero se acobardó ante las armas espirituales de la Iglesia. Mientras tanto, Adriano había enviado un legado a la Galia pidiendo la ayuda del Patricio.
Así, mientras Carlos descansaba en Thionville, luego de su campaña contra los sajones, se le recordó el duro y urgente trabajo que le esperaba al sur de los Alpes. La embajada de Desiderio llegó poco después que la de Adriano. Carlos no tenía ninguna duda en que la justicia estaba de parte de Adriano; además, puede que haya visto aquí su oportunidad para hacer algunas reparaciones por su repudio a la princesa lombarda. Por ello, antes de tomar armas por la Santa Sede, envió comisionados a Italia para que examinen el caso. Cuando Desiderio declaró que la toma de las ciudades pontificias era sólo como un pago legal de una hipoteca, Carlos, rápidamente, se ofreció a reembolsarlo con el pago de dinero. Pero Desiderio se negó a aceptar el dinero, y cuando los comisionados de Carlos informaron en favor de Adriano, el único camino que quedaba era la guerra.
En la primavera de 773 Carlos reunió toda la fuerza militar de los francos para invadir Lombardía. Sus golpes eran lentos, pero golpeaba muy duro. No poseemos ningún dato sobre el número de sus fuerzas, pero sabemos que su ejército, en orden de hacer el descenso más rápido, cruzó los Alpes por dos pases distintos: el Montcenis y por el San Bernardo. Einhard, quien acompañó al rey por el Montcenis (la fuerza que cruzó por el San Bernardo estuvo comandada por el duque Bernardo), narra con gran emoción las maravillas y peligros del pasaje. Los invasores encontraron a Desiderio esperándolos, se atrincheró en Susa; cambiaron su flanco y pusieron al ejército Lombardo en retirada. Con todas las ciudades de las llanuras abandonadas a su destino, Desiderio reunió parte de sus fuerzas en Pavía, su amurallada capital, mientras su hijo Adalgiso, con el resto de las mismas, ocupó Verona. Carlos, habiéndose ya reunido con el duque Bernardo, tomó las desamparadas ciudades que encontraba a su paso, y luego se centró en la captura de Pavía (septiembre de 773), desde donde Otger, el fiel sirviente de Gerberga, podía ver con temblor la formación militar de sus compatriotas. Poco después Navidad, Carlos retiró del sitio una parte del ejército y lo empleó en la captura de Verona. Aquí encontró a Gerberga y sus hijos; lo que pasó con ellos la historia no lo cuenta; probablemente entraron a un monasterio.
Lo que sí relata la historia con gran elocuencia es la primera visita de Carlos a la Ciudad Eterna. Se hizo todo lo posible para darle a su entrada el mayor realce posible y a semejanza de los triunfos que se celebraban en la Roma antigua. Los jueces le dieron alcance a casi 50 kilómetros de la ciudad; la milicia puso a los pies de su gran patricio el estandarte de Roma y lo aclamaron como su imperator. Carlos se olvidó de la Roma pagana y se postró a besar el umbral de los Apóstoles, y luego pasó siete días dialogando con el sucesor de Pedro. Fue, sin duda, en este momento cuando hizo grandes planes para gloria de Dios y exaltación de la Santa Iglesia Santa, los cuales, a pesar de las debilidades humanas y de la ignorancia, hizo lo que pudo por cumplir. Su coronación como sucesor de Constantino no se dio hasta después de veintiséis años, pero su consagración como principal defensor de la Iglesia católica tuvo lugar en la Pascua del año 774. Poco después (junio de 774) Pavía cayó y Desiderio fue desterrado, Adalgiso escapó hacia la corte bizantina, y Carlos, asumiendo la corona de Lombardía, le renovó a Adriano la donación de los territorios hechos por Pipino el Breve después de su derrota sobre Aistulph. (Esta donación es ahora generalmente admitida, así como el regalo original de Pipino en Kiersy en el año 752. El llamado "Privilegium Hadriani pro Carolo" concediéndole pleno derecho para nombrar al Papa e investir a todos los obispos es una falsificación).
Mientras Carlos estuvo en Italia, los sajones, irritados por lo de Eresburg e Irminsul, se levantaron en armas, incursionaron en el país de los francos, quemando muchas iglesias; San Bonifacio en Fritzlar, siendo un hombre de piedra, derrotó sus ataques. Regresando al Norte, Carlos envió una columna de caballería al país enemigo, mientras él sostuvo un concilio del reino en Kiersy (Quercy) en septiembre de 774, en donde se decidió que los sajones (westfalios, ostfalios, y los angrivarios) debían dárseles la alternativa del bautismo o la muerte. Las campañas nororientales durante los siguientes siete años tenían como objetivo una conquista tan importante, que su ejecución tenía que ser realizable. El año 775 fue testigo de la primera de una serie de colonias militares francas, siguiendo el antiguo plan romano, establecidas en Sigeburg, entre los westfalios. Carlos, luego, sometió, aunque de manera temporal, a los ostfalios, cuyo jefe, Hessi, habiendo aceptado el bautismo, acabó sus días en el monasterio de Fulda (véase BONIFACIO; FULDA). Luego, un campamento franco en Lübeck, en el Weser, fue sorprendido por los sajones y asesinados, por lo que Carlos marchó nuevamente hacia el Oeste, derrotando una vez más a los westfalios, y recibiendo su juramento de sumisión.
Estando las cosas de esta manera (776) los asuntos de Lombardía interrumpieron la cruzada en contra de los sajones. Areghis de Benevento, yerno del derrotado Desiderio, había formado un plan con su cuñado Adalgiso, desterrado en Constantinopla, en el que éste último bajaría a Italia, apoyado por el emperador Oriental; Adriano estaba en ese momento involucrado en una riña con los tres duques lombardos, Reginaldo de Clusium, Rotgaud de Friuli, e Hildebrando de Spoleto. El arzobispo de Ravena, que se llamaba a sí mismo "primado" y " exarca de Italia", también estaba intentando fundar un principado independiente a expensas del Estado pontificio, pero fue finalmente sometido en 776, y su sucesor manifestó quedar satisfecho con el título de "Vicario" o representante del Papa. La unión entre los poderes antedichos, todos hostiles al Papa y a los francos, Carlos, que estaba ocupado en Westfalia, se abstuvo de intervenir por la muerte de Constantino V Copronymus, en septiembre de 775 (véase BIZANTINO, IMPERIO). Después de vencer a Hildebrando y Reginaldo por medio de la diplomacia, Carlos descendió a Lombardía por el Paso del Brennero (primavera de 776), derrotó a Rotgaud, y dejó guarniciones y gobernadores, o condes (comites), como se les llamaba, en las ciudades reconquistadas del ducado de Friuli, regresando nuevamente a Sajonia. Allí, la guarnición franca se había visto obligada a evacuar Eresburg, y el sitio que sufrían en Sigeburg se rompió de forma tan inesperada, que dio ocasión para una leyenda de intervención angélica en favor de los cristianos. Como de costumbre, la rapidez de la reaparición del rey y el efecto moral de su presencia sosegó los furores de los paganos. Carlos dividió el territorio de los sajones en distritos Misioneros. En champ de Mai, Paderborn, en 777, muchos sajones se bautizaron; pero, Witikind (Widukind), su líder y luego un héroe popular de los sajones, huyó a donde su cuñado, Sigfrido el danés.
El episodio de la invasión de España viene después, según el orden cronológico. Los sufrimientos de la venerada Iglesia ibérica, la cual estaba bajo dominación musulmana, atrajo fuertemente las simpatías del rey. En 777 fueron a Paderborn tres emires moros, enemigos del Omeya Abderrahmán, el califa de Córdoba. Estos emires le rindieron homenaje a Carlos y le propusieron invadiera el norte de España; uno de ellos, Ibn-el-Arabi, prometió reforzar a los invasores con una fuerza de beréberes de África; los otros dos prometieron ejercer su gran influencia en Barcelona y en otros lugares del norte del Ebro. Según eso, en la primavera de 778, Carlos, con una fuerza de cruzados, que hablaban muchas lenguas, y que incluso entre sus miembros contaba con un grupo de lombardos, se movió hacia los Pirineos. Su lugarteniente de confianza, el duque Bernardo, con una división, ingresó a España por la costa. El mismo Carlos marchó directamente a través de los pasos montañosos a Pamplona. Pero Ibn-el-Arabi, que había retirado su ejército de beréberes prematuramente, fue asesinado por un emisario de Abderrahán, y aunque Pamplona fue arrasada, y Barcelona y otras ciudades cayeron, Zaragoza resistió. Aparte del efecto moral de esta campaña en los gobernantes musulmanes de España, su resultado fue insignificante, aunque la famosa emboscada en la que pereció Roland, el gran paladín, en el Paso de Roncesvalles, dio al mundo medieval material para su épica más gloriosa e influyente, la "Canción de Roland".
Mucho más importantes para la posteridad fueron los eventos subsiguientes, los cuales llevaron a su fin la larga lucha con los sajones. Durante la cruzada española, Witikind regresó de su destierro, trayendo con él aliados dinamarqueses, y estaba saqueando Hesse; el valle de Rin desde Deutz a Andenach era una presa fácil para los sajones "adoradores del diablo"; los misioneros cristianos se dispersaron y escondieron. Carlos reunió sus fuerzas en Düren, en junio de 779, y atacó el campamento atrincherado de Witikind en Bocholt, luego de esta campaña, parece que ya consideró Sajonia un país casi totalmente dominado. De todos modos, los "Sajones Capitularios" (véase CAPITULARIOS) de 781, obligaron a todos los sajones a que se bauticen (y esto bajo pena de muerte) y también a pagar diezmos, tal como los francos lo hacían para apoyar a la Iglesia; además, confiscó gran cantidad de propiedades para beneficio de las misiones. Esto le dio a Witikind una última oportunidad para restaurar la independencia nacional y el paganismo; su gente, exasperada contra los francos y su Dios, ávidamente tomaron las armas. En Suntal, en el Weser, con Carlos ausente, derrotaron un ejército franco, matando a dos legados reales y cinco condes. Pero Witikind cometió el error de aliarse con un grupo que no era teutón, que vivía más allá del Saale; la rivalidad de estos dos pueblos debilitaron rápidamente sus fuerzas, y las huestes sajonas se fueron disolviendo. Acerca de lo que se conoce como la "Matanza de Verden" (783) es necesario aclarar que, los 4,500 sajones que murieron no eran prisioneros de guerra; legalmente, eran los cabecillas de un grupo en rebelión, seleccionados como tales de varios grupos rebeldes. Witikind logró escapar más allá del Elba. No fue hasta después de la derrota sufrida por los sajones en Detmold, y de Osnabrück, en la "Colina de la Matanza", que Witikind reconoció al Dios de Carlos como más fuerte que Odín. En el año 785 Witikind recibió el bautismo en Attigny, y Carlos fue su padrino.
Durante esta época, el descontento nacional con Fastrada culminó en un complot, en el que Pipino el Jorobado, hijo de Carlos con Himiltruda, fue implicado, y aunque gracias a la intercesión de su padre se le perdonó la vida, Pipino pasó el resto de su vida en un monasterio. Otro hijo de Carlos (Carlomán, conocido luego como Pipino, coronado como rey de Lombardía en Roma en 781, en ocasión de una visita en Pascua hecha por el rey, en la cual también su hermano Luis fue coronado rey de Aquitania), sirvió a su padre tratando con los ávaros, unos peligrosos paganos fronterizos que, si los comparamos con los sarracenos que invadieron Septimania (793), éstos últimos no fueron más que un insignificante incidente fronterizo. Estos ávaros, probablemente de sangre mongol, ocupaban los territorios del Norte del Save y hacia el Oeste del Theiss. Tasilo les había pedido ayuda contra su señor; y después de la sumisión final del duque, Carlos invadió su país y lo conquistó hasta el Raab (791). Gracias a la captura del famoso "Anillo" de los ávaros, con sus nueve círculos concéntricos, Carlos entró en posesión de inmensas cantidades de oro y plata, parte del pillaje que estos bárbaros habían acumulado durante dos siglos. En esta campaña, el rey Pipino de Lombardía ayudó a su padre, con fuerzas traídas de Italia; las etapas posteriores de esta guerra (la cual puede ser considerada la última de las grandes guerras de Carlos) fueron realizadas por el joven rey.
Las últimas etapas por las que la historia de la carrera de Carlos llegó a su clímax, fueron gracias al exclusivo dominio espiritual de la Iglesia. Él nunca había dejado de interesarse por las deliberaciones de los sínodos, y este interés se extendía (algo que trajo fatales resultados en épocas posteriores) a discusiones de cuestiones que ahora serían consideradas dogmáticas. Carlos intervino en la disputa sobre la herejía adopcionista (véase ADOPCIONISMO; ALCUINO; FRANCFORT). Su intervención en la cuestión Iconoclasta, herejía con la que la Emperatriz-madre Irene y Tarasio, el Patriarca de Constantinopla, se habían enfrentado en el Segundo Concilio de Nicea, agradó poco a Adriano. El Sínodo de Francfort, equivocadamente informado, pero inspirados por Carlos, tomaron la decisión de condenar el Concilio mencionado, aunque éste había sido aprobado por la Santa Sede (véase CAROLINE BOOKS). En el año 797 el Emperador Oriental, Constantino VI, con quien su madre, Irene, había tenido durante algún tiempo sus diferencias, fue por ella destronado, encarcelado y cegado. Fue significativo para la posición de Carlos como Emperador de facto de Occidente, que Irene enviara representantes a Aquisgrán para exponer ante Carlos su punto de vista sobre esta horrible historia. También es importante señalar que la impresión popular que generó el asesinato de Constantino, y la aversión a que el cetro imperial estuviera en manos de una mujer, también fueron responsables de lo que sucedió después. Por último, era sólo a Carlos a quien los cristianos de Oriente clamaban para que los ayudara contra el avance del peligroso califa musulmán Harum-el-Raxid. En 795 Adriano I murió (25 de diciembre), hecho que Carlos sintió profundamente, pues sentía gran estima por el pontífice, y mandó se preparara un epitafio en latín para la tumba del Papa. En 787 Carlos visitó Roma por tercera vez, por pedido del Papa y para asegurar su posición sobre el Patrimonio de Pedro.
León III, el sucesor inmediato de Adriano I, le notificó a Carlos su elección (26 de diciembre de 795) como Sumo Pontífice. El rey le envió a cambio, espléndidos regalos, a través del Abad Angilberto, a quien encargó tratar con el Papa sobre todos los asuntos concernientes al cargo real de Patricio romano. Si bien esta carta es respetuosa e incluso afectuosa, también muestra la idea de Carlos sobre la interacción de los poderes espirituales y temporales, y tampoco duda en recordarle al Papa sus graves obligaciones espirituales. El nuevo Papa, un romano, tenía enemigos en la Ciudad Eterna, los cuales extendieron informes muy perjudiciales acerca de su vida anterior. Al cabo de un tiempo (25 de abril de 799) fue atacado y dejado inconsciente. Luego de escapar a San Pedro, fue rescatado por dos de los missi del rey, quienes llegaron con un gran ejercito. El duque de Spoleto albergó al Papa fugitivo, y luego se dirigió a Paderborn, en donde estaba el rey. Carlos recibió al Vicario de Cristo con toda la reverencia debida. León regresó a Roma escoltado por los missi reales; los insurrectos, completamente asustados e incapaces de convencer a Carlos de la maldad del Papa, se rindieron, y los missi enviaron a Pascual y a Campulo, sobrinos de Adriano I y jefes de la banda contraria al Papa León, al rey, para que hiciera con ellos lo que le plazca.
Carlos no tenía prisa para solucionar este asunto. Arregló varios asuntos relacionados con la frontera más allá del Elba, con la protección de las Islas Baleares de los sarracenos, y en el norte de la Galia de los vikingos escandinavos; pasó gran parte del invierno en Aquisgrán, y estuvo en San Riquier para la Pascua. Además, aproximadamente por esta época, estuvo ocupado acompañando en el lecho de muerte al reina Liutgarde, con quien se casó después de la muerte de Fastrada (794). En Tours se reunió con Alcuino, luego, convocó al ejercito franco, que se reúnan en Maguncia, y también les anunció su intención de entrar nuevamente en Roma. Entró a Italia por el Paso del Brenner, viajó por Ancona y Perugia hacia Nomentum, en donde el Papa León se encontraba, y la dos entraron juntos a Roma. Se realizó un sínodo y los cargos contra León fueron declarados falsos. En esta ocasión, los obispos francos se declararon así mismos desautorizados para poder realizar un juicio a la Sede Apostólica. Por propia iniciativa, León, bajo juramento, declaró públicamente en San Pedro, que era inocente de los cargos que se le imputaban. León pidió que sus acusadores, condenados a muerte, sólo sean castigados con el destierro.
La devoción personal que Carlos le tenía a la Sede Apostólica, es bastante conocida. En el prólogo a sus Capitularios, se llama a sí mismo, el "devoto defender y humilde ayudante de la Santa Iglesia", era especialmente aficionado a la basílica de San Pedro, en Roma. Einhard menciona (Vita, c. XXVII) que él la enriqueció más que a todas las otras iglesias, y que él estaba particularmente ansioso de que la Ciudad de Roma, durante su reinado, obtenga nuevamente su antigua autoridad. Promulgó una ley especial sobre el respeto debido a la Sede de Pedro (Capitular de honoranda sede Apostólica, ed. Baluze I, 255). Las cartas que escribieron los Papas a él, a su padre y a su abuelo, están reunidas en orden, en el famoso "Codex Carolinus". Gregorio VII nos dice (Regest., VII, 23) que, Carlos puso bajo la protección de San Pedro una parte del territorio sajón conquistado, y que envió a Roma un tributo del mismo. Recibió del Papa Adriano el canon del derecho romano bajo la forma del "Collectio Dionysia-Hadriana", y también (784-91) el "Sacramental Gregoriano" o el uso litúrgico de Roma, para guía de la Iglesia franca. También introdujo en la iglesia franca el canto Gregoriano. Es de especial interés señalar que, antes de su coronación en Roma, Carlos recibió a tres mensajeros del Patriarca de Jerusalén, quienes le entregaron al rey de los francos, las llaves del Santo Sepulcro y el estandarte de Jerusalén, "un reconocimiento de que el lugar más santo en la Cristiandad estaba bajo la protección del gran monarca de Occidente" (Hodgkin). Poco después de este evento, el Califa Harum-el-Raxid envió una embajada a Carlos, quien mostraba un gran interés por el Santo Sepulcro y construyó monasterios latinos en Jerusalén, y también un hospital para los peregrinos. En esta misma época se fundó la Schola Francorum cerca de la Basílica de San Pedro, un refugio y hospital (con cementerio adjunto) para los peregrinos francos que iban a Roma, ahora representado por el Campo Santo de' Tedeschi, cerca del Vaticano.
La obra principal de Carlomagno en el desarrollo de la Cristiandad Occidental, puede ser considerada terminada si en ese momento moría. Todo lo que añadió durante los trece años que le quedaron de vida, no aumentó la estabilidad de su estructura de manera perceptible. Se poder militar y su instinto para la organización fue aplicado con éxito a la formación de un poder material obligado a apoyar al papado, y por otro lado, por lo menos un Papa (Adriano), había prestado toda la fuerza espiritual de la Santa Sede para ayudar en la construcción del nuevo Imperio Occidental, el cual, su sucesor (León) solemnemente consagró. De hecho, los restantes trece años de la vida de Carlos, parecen ilustrar más los inconvenientes de una conexión íntima entre la Iglesia y el Estado, que sus ventajas.
Durante estos años, no tuvo nada parecido a la actividad militar del pasado; habían mucho menos enemigos que conquistar. Sus hijos realizaban algunas expediciones, como cuando Luis capturó Barcelona (801) o Carlos el joven invadió el territorio de los Sorbs. Pero Carlos tenía en mente algo más grande; sobre todo, tenía que reconciliarse o neutralizar los celos del Imperio bizantino, el cual todavía tenía el prestigio de una antigua tradición. En Roma, Carlos había sido aclamado legítimamente por el pueblo como "Augusto", pero no podía dejar de pensar en el hecho que desde hacía muchos siglos, el derecho de conferir este título había pasado de la Antigua a la Nueva Roma. La Nueva Roma, es decir Constantinopla, consideraba el acto de León, como una especie de cisma. Nicéforo, el sucesor de Irene (803) entró en relaciones diplomáticas con Carlos, pero no reconocería su carácter imperial. Según un relato (Teófanes), Carlos había pretendido casarse con Irene, pero este plan no tuvo éxito. Luego, el emperador franco se ocupó de las rebeldes Venecia y Dalmacia. La guerra continuó por el mar, bajo el rey Pipino, y en 812, después de la muerte de Nicéforo, una embajada bizantina en Aquisgrán se dirigió a Carlos, tratándolo como Basileus. Aproximadamente en esta época, Carlos nuevamente zanjó un problema a favor de las enseñanzas de la Iglesia, sobre el asunto del Filioque, aunque en este caso la Santa Sede admitió la entereza de su doctrina, pero condenó su usurpación de funciones.
Otra fuente de problemas en el nuevo Imperio Occidental, y esto desde su fundación, fue el de la sucesión. Carlos no se pronunció a favor del derecho de primogenitura hacia su hijo mayor, ni nombró sucesor. Como Pipino el Breve había dividido el reino franco, así también lo hizo Carlos, dividiendo el imperio entre sus hijos, pero no nombró emperador a ninguno de ellos. Según el testamento que hizo en 806, la mayor parte de lo que se conocía con el nombre de Francia, se lo dio a Luis el Piadoso; Franconia, es decir, Frisia, Sajonia y Hesse fueron la herencia de Carlos el Joven; Pipino recibió Lombardía y sus dependencias italianas, Baviera, y Alemania del sur. Pero Pipino y Carlos murieron antes que el emperador, y en 813 los magnates del imperio hicieron homenaje en Aquisgrán a Louis el Piadoso, como rey de los francos, y único futuro gobernante del gran imperio. Así fue como el Imperio carolingio, como institución dinástica, acabó con la muerte de Carlos el Gordo (888), mientras que el Sacro imperio romano, continuó con Otón el Grande (968-973), pero sin los territorios que pertenecen ahora a Francia. Pero la idea de una sólida Europa, unida por varias razas, bajo la influencia espiritual de la Fe católica y del Vicario de Cristo, fue concretizada.
Sólo nos falta decir algo de los logros de Carlomagno en su casa. Su vida estuvo llena de movimiento, realizando largos viajes, su casa, en este caso, significaba algo más que el entorno de su corte, dondequiera que estuviera ese día. Aunque, tenía una especial una especial preferencia por Austrasia, o Franconia (también le gustaba Aquisgrán, Worms, Nymwegen, e Ingleheim). Carlos mostraba gran interés por el desarrollo agrícola del reino, y por el crecimiento del comercio, tanto doméstico como extranjero. La obra legislativa en lo civil que realizó Carlos, fue principalmente la de organizar y codificar los principios de las antiguas leyes francas; así, en 802, las leyes de los frisios, turingios y sajones fueron escritas. Entre sus principios, es importante señalar uno, en el que se decía que ningún hombre libre podía ser privado de su vida o libertad, sin un juicio realizado por los de su misma condición. El espíritu de su legislación era antes que nada religioso; reconocía como base y norma los cánones eclesiásticos, estaba habituado a someter sus proyectos de ley a los obispos, y a dar autoridad civil a los decretos de los sínodos. Más de una vez hizo leyes a sugerencia de Papas u obispos. Por propósitos administrativos, el Estado fue dividido en condados y centenares, cuyo gobierno estaba en manos de condes y de un responsable de los centenares. Lado a lado con los condes en el gran parlamento nacional (Reichstag, Dieta), que normalmente se reunía en la primavera, se sentaban los obispos, que los asuntos espirituales estaba tan estrechamente entrelazado con los temporales que, al leer un "concilio" bajo Carlos, es no siempre fácil determinar si los procedimientos son de un parlamento o de un sínodo. No obstante, este parlamento o dieta, era esencialmente bicameral (civil y eclesiástico), y las descripciones anteriores se aplican a la mutua discusión del res mixtae o asuntos que pertenecen a ambas ordenes. La institución administrativa franca a la que Carlos dio un nuevo carácter, fue la missi dominici, representantes (civiles y eclesiásticos) de la autoridad real, que al ser mensajeros reales asumían también muchas funciones parecidas a la de los legados pontificios, es decir, ellos eran por una parte representantes reales, y por otra gobernadores itinerantes. Normalmente habían dos por provincia (uno eclesiástico y un señor laico), y estaban obligados a visitar su territorio (missatica) cuatro veces por año. Entre estos missi y los gobernadores locales o condes, el poder de los antiguos grandes vasallos (los duques, Herzöge) se vio bastante mermada. La justicia local era administrada en la corte del antes mencionado conde (comes, Graf), el cual realizaba tres por año (placitum generale), con la ayuda de siete asesores (scabini, rachimburgi), y existía una apelación graduada, la cual terminaba en la persona del emperador.
Si bien ya hemos dicho suficiente como para mostrar cuán listo estaba para intervenir en las cosas de la Iglesia, no parece que esta propensión se diera por otro motivo que no fuera su carácter religioso. Sería absurdo pretender que Carlomagno fuera durante toda su vida un hipócrita; si no lo es, entonces su entusiasta interés por todo lo que concerniente a los servicios litúrgicos de la Iglesia, e incluso su participación cantando en el coro (aunque, como su biógrafo lo dice, "con voz suave"), su meticulosa atención en cuestión de ritos y ceremonias (Monachus Sangallensis), nos muestran, entre otros muchos de sus rasgos, que su naturaleza áspera y fuerte estaba toda impregnada de celo, aunque a veces equivocado, por la gloria terrenal de Dios. Buscó elevar y perfeccionar al clero, tanto monacal como secular, a estos últimos, por medio de la Vita Canonica o vida en común. Los diezmos fueron rigurosamente respetados para apoyo del clero y dignidad del culto público. Se reconoció y protegió la inmunidad eclesiástica, los obispos realizaban frecuentes visitas a su diócesis, se dio una instrucción religiosa regular, y en lengua vernácula. Por medio de Alcuino, hizo que se pusieran copias corregidas de la Sagrada Escritura en las iglesias, y ganó gran crédito por su mejora del bastante distorsionado texto latino de la Vulgata. La educación, por lo menos de los aspirantes al sacerdocio, fue expandida, por orden real, en el año 787, por la cual, todos los obispos y abades debían abrir en sus catedrales y monasterios, escuelas para el estudio de las siete artes liberales y la interpretación de la Escritura. También hizo mucho para mejorar la música eclesiástica, y fundó escuelas de música de Iglesia en Metz, Soissons, y San Gall. Para conocer más detalles sobre el desarrollo contemporáneo de la civilización cristiana a través de Alcuino, Einhard, y otros estudiosos, italianos e irlandeses, y también para saber más acerca de los logros personales del rey en literatura, véase ESCUELAS CAROLINGIAS; ALCUINO; EINHARD. Carlos hablaba bien el latín, y le gustaba mucho escuchar textos de San Agustín, especialmente "La Ciudad de Dios". Entendía griego, pero se dedicó en especial al franco (antiguo-alemán), su lengua materna; los términos usados para designar los meses y el de varios vientos, fueron creados por él. También intentó crear una gramática alemana, y Einhard nos dice que él hizo que la antigua canción popular y relatos de héroes (barbara atque antiquissima carmina) fueran coleccionados; desgraciadamente esta colección dejó de ser apreciada y se perdió con el tiempo.
Carlos, desde niño, había mostrado fuertes afectos caseros. Juzgando, quizás, desde las normas cristianas desarrolladas en días posteriores, sus relaciones matrimoniales estaban lejos de ser prístinas; pero sería injusto criticar su moral, basándonos en los oscuros relatos que nos han llegado sobre su vida familiar. Lo que sí es cierto (y más agradable contemplar), es el cuadro que sus contemporáneos nos han legado, sobre lo feliz que era cuando estaba con sus hijos, haciendo deporte con ellos, especialmente mientras realizaban su deporte preferido, nadar, y encontrando relajo en compañía de sus hijos e hijas; a la última, se negó a entregarla en matrimonio, desafortunadamente, por su carácter moral. Murió a los setenta y dos años, después de cuarenta y siete años de reinado, y fue enterrado en la iglesia octágona bizantina-románica de Aquisgrán, construida por él y decorada con columnas de mármol traído de Roma y Ravena. Por el año 1,000, Otón III abrió la tumba imperial y encontró (se dice) al gran emperador, tal como había sido enterrado, sentado en un trono de mármol, vestido y coronado tal como cuando vivía, y con el libro de los Evangelios abierto sobre sus rodillas. En algunas partes del imperio, el afecto popular lo puso entre los santos. Por conveniencias políticas y para complacer a Federico Barbaroja, fue canonizado (1165) por el antipapa Pascual III, pero este acto nunca ha sido ratificado con la inserción de su fiesta en el Breviario romano o por la Iglesia Universal; su culto, sin embargo, es permitido en Aquisgrán [Acta SS., 28 ene., 3d ed., II, 490-93, 303-7, 769; su oficio está en Canisius, "Antiq. Lect"., III (2)]. Según su amigo y biógrafo, Einhard, Carlos era de estatura imponente, y sus ojos claros y pelo largo le aumentaban la dignidad. Su cuello era bastante corto, y su barriga prominente, pero la simetría de sus demás miembros, ocultaban este defecto. Su clara voz no era tan sonora como su gigantesca estatura sugeriría. Exceptuando durante sus visitas a Roma, usaba el vestido nacional de los francos, camisa y calzoncillos de lino, una túnica sostenida por un cordón de seda, y polainas; sus muslos los rodeaba con tiras de; sus pies los cubría con zapatos atados. Tuvo buena salud hasta los sesenta y ocho años, época en que le empezaron las fiebres, y empezó a cojear. Se dice que él era su propio médico, y detestaba a los consejeros médicos que le decían que comiera la carne hervida, en vez de asada. No existe un retrato hecho mientras él vivió. Se dice que una estatuilla que se encuentra en el Musée Carnavalet, en París, es muy antigua.
Fuente: Shahan, Thomas, and Ewan Macpherson. "Charlemagne." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 17 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/03610c.htm>.
Traducido por Bartolomé Santos
El curso de la vida de Carlomagno lo llevó a ser reconocido por la Santa Sede como su principal protector y coadjutor en lo temporal, desde Constantinopla hasta por lo menos Basilea en Occidente. Este reinado, el cual se involucró bastante más que cualquier otro personaje histórico en el desarrollo orgánico, y todavía más, en la consolidación de una Europa cristiana, será esbozado en este artículo tocando los periodos en los que está naturalmente dividido. La época de Carlomagno también fue una de reforma para la Iglesia gala, y de la fundación de la Iglesia en Alemania, la cual estuvo marcada por el florecimiento de la erudición, hecho que fructificó en las grandes escuelas cristianas de los siglos doce y posteriores.
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Hasta la Caída de Pavía (742-774)
En el 752, cuando Carlos era sólo un niño no mayor de diez años, Pipino el Breve había apelado al Papa Zacarías para que reconociera su reinado y su título y dignidad real. Esta apelación a la Santa Sede tuvo como efecto práctico, dos años después, el viaje de Esteban III por los Alpes, con el propósito no sólo de ungir con el óleo real a Pipino, sino también a su hijo Carlos y al menor llamado Carlomán. El Papa luego les dio a los francos cristianos un precepto, bajo las más graves penas espirituales, ellos nunca "debían escoger a sus reyes de alguna otra familia". La primogenitura no contaba en las leyes francas de sucesión; la monarquía era electiva, aunque la elegibilidad se limitaba a los miembros masculinos de la familia privilegiada. De esta manera, en San Dionisio en el Sena, en el Reino de Neustria, el 28 de julio de 754, la casa de Arnulfo fue, por acto solemne del sumo pontífice, establecida en el trono, el cual hasta ese momento había sido nominalmente ocupada por la casa de Merowig (Merovingia).Carlos, ungido para ocupar el cargo real siendo aún un niño, aprendía los rudimentos del arte de la guerra mientras iba creciendo, acompañando a su padre en varias campañas. Estas primeras experiencias fueron importantes, pues desarrollaron en el muchacho aquellas virtudes militares que, unidas a su extraordinaria fuerza física y a su intenso nacionalismo, lo hicieron un héroe popular de los francos mucho tiempo antes de que fuese su legítimo rey. Al cabo, en septiembre de 768, Pipino el Breve, previendo su fin, realizó la partición de sus dominios entre sus dos hijos. Pocos días después el anciano rey falleció.
Para comprender mejor los efectos del acto de la partición por la cual Carlos y Carlomán heredaron los dominios de su padre, así como la historia subsecuente del reinado de Carlos, debemos señalar que esos dominios comprendían: Primero, Franconia (Frankreich); Segundo, aproximadamente unas siete dependencias autónomas, pobladas por varias razas y que obedecían diferentes códigos de ley. De estas dos divisiones, la primera se extendía, hablando a grosso modo, desde los límites de Turingia, en el Este, hasta lo que ahora es el litoral belga y normando, en el Oeste; por el Norte se extendía hasta Sajonia, incluido ambos lados del Rin desde Colonia (la antigua Colonia Agrippina) hasta el Mar del Norte; sus vecinos del Sur eran los bávaros, germanos, y los burgundios. Los Estados dependientes eran: fundamentalmente la Galia Neustria (incluyendo dentro de sus fronteras a París), la cual fue, sin embargo, bien fermentada con elementos francos; al Sudoeste de Neustria, Bretaña, antes llamada Armórica, con una población británica y galorromana; al Sur de Neustria el Ducado de Aquitania, en su mayor parte, entre el Loira y el Garona, con una población galorromana; y por el Este de Aquitania, a lo largo del valle del Ródano, habitada por burgundios, un pueblo de tan variado como el de Aquitania, aunque con una gran cantidad de sangre teutónica. Estos Estados, con quizás la excepción de Bretaña, reconocían como ley el Código de Teodosio. Las dependencias alemanas del reino franco eran Turingia, en el valle del Main, Baviera y Alemania (lo que más tarde fue conocido como Suabia). Éstos últimos, al momento de la muerte de Pipino, se habían recién convertido al cristianismo, principalmente gracias a la predicación de San Bonifacio. La parte que le tocó a Carlos consistía en toda la Austrasia (la antigua Franconia), la mayor parte de Neustria, y toda la Aquitania excepto el rincón Sudeste. Como vemos, las posesiones del hermano mayor rodeaban a las del menor por ambos lados, pero por otro lado, esta distribución bajo sus respectivos gobernantes fue para evitar cualquier tipo de discordia que podría surgir del sentimiento nacional de los muchos súbditos.
A pesar de esta prudente división, Carlomán ideó un desacuerdo con su hermano. Hunaldo, antiguo duque de Aquitania, vencido por Pipino el Breve, dejó el claustro en el que había vivido como monje durante veinte años, y avivó una revuelta en la parte Occidental del ducado. Según la costumbre franca, Carlomán debía de haber ayudado a Carlos; pero el hermano menor se puso de lado de Aquitania; pero declaró que, como sus dominios no se veían afectados por esta revuelta, no era asunto suyo. Hunaldo, sin embargo, fue vencido por Carlos, sin ninguna ayuda; fue traicionado por un sobrino con quien él había buscado refugio, enviado a Roma para responder por la violación de sus votos monacales, y por finalmente, después de abandonar nuevamente el claustro, fue apedreado hasta morir por los lombardos de Pavía. Lo que fue realmente importante para Carlos después de este episodio de Aquitania, fue el comprobar los malos sentimientos que tenía su hermano hacia él, y para evitar problemas tomó inmediatas precauciones, especialmente ganándose a los amigos a quienes juzgaba más valiosos; la primera y más importante fue su madre, Berta, la cual se había esforzado mucho y con mucha prudencia para que sus hijos hicieran la paz, pero que, llegado el momento en el que debía tomar partido por uno de ellos, no dudara en su apoyo hacia el primogénito. Carlos era un hijo afectuoso; además parece que, en general, le ayudó su gran don de gentes.
Carlomán murió poco tiempo después (4 diciembre de 771), y una cierta carta del "Monje Clodulfo", citado por Bouquet (Recueil. hist., V, 634), enumerando las grandes bendiciones por las que el rey se sentía con el deber de agradecer, dice: "Tercero. Dios lo ha conservado de las supercherías de su hermano. Quinto, y no el menos importante, que Dios haya quitado a su hermano de este reino terrenal".
Carlomán no puede haber sido tan malo como los entusiastas partidarios de Carlos lo describen, pero la división de los dominios de Pipino era en sí misma un impedimento para el surgimiento de un poderoso reino franco tal como Carlos lo necesitaba para lograr la unificación del Continente cristiano. Si bien Carlomán tenía dos hijos, fruto de su unión con su esposa, Gerberga, pero la ley franca de sucesión no hacía ninguna preferencia por los hijos o por los hermanos; dejado a su propia opción, los vasallos francos, ya sea por amor a Carlos o por el temor que su nombre inspiraba, lo aceptaron con alegría como su rey. Gerberga y sus hijos huyeron a la corte Lombarda de Pavía. Mientras tanto, se empezaron a dar complicaciones en la política extranjera de Carlos, algo que hacía que su supremacía recientemente establecida en casa, fuese doblemente oportuna.
Carlos, de su padre, heredó el título de "Patricius Romanus" el cual traía consigo una obligación especial de proteger los derechos temporales de la Santa Sede. El más cercano y mayor amenaza para el Patrimonio de San Pedro era el vecino Desiderio (Didier), rey de los lombardos, y fue con este monarca que la viuda Berta había acordado una alianza matrimonial para su hijo mayor. El Papa tenía sólidas razones temporales para objetar este matrimonio. Es más, Carlos ya estaba, in foro conscientiae, si no por las leyes francas, casado con Himiltruda. A pesar de la protesta del Papa (PL 98,250), Carlos se casó con Deseada, la hija de Desiderio (770), tres años después la repudió y se casó con Hildegarda, la hermosa suaba. Naturalmente, Desiderio se puso furioso por este insulto, y los dominios de la Santa Sede fueron los primeros en sentir su ira.
Carlos tenía que defender sus propias fronteras contra los paganos y también proteger Roma contra los lombardos. Al norte de Austrasia queda Frisia, la cual parece haber sido de alguna manera equívoca una dependencia, y al Este de Frisia, del banco izquierdo del Ems (sobre la frontera de la actual Renania del Norte-Westfalia), por el valle del Weser y Aller, y todavía más al Este, hacia el banco izquierdo del Elba, se extendía por el país de los sajones, quienes no reconocían obediencia alguna a los reyes francos. En 772, los sajones eran una horda de paganos salvajes que no daban a los misioneros cristianos ninguna esperanza salvo el martirio; estaban en un mismo territorio, pero, normalmente, no tenían ningún tipo de organización política común, y siempre realizaban devastadoras incursiones en tierras de los francos. Parece que su idioma era muy parecido al hablado por los Egberto y Etelredo de Bretaña, pero el trabajo de su primo cristiano, San Bonifacio, no había influenciado en ellos todavía; le rendían culto a los dioses del Walhalla, se unían en sacrificio solemne -a veces humano- a Irminsul (Igdrasail), el árbol sagrado que estaba en Eresburg, y todavía mataban a los misioneros cristianos cuando sus parientes de Bretaña realizaban sínodos de la Iglesia y construían catedrales. Carlos no podía aguantar sus devastadores hábitos ni su intolerancia pagana; además, era imposible hacer las paces de manera permanente con ellos, mientras vivieran según la antigua costumbre teutónica de tener sus pueblos independientes. Hizo su primera expedición a este país en julio de 772, tomó Eresburg por asalto, y quemó a Irminsul. Fue en enero de este mismo año que el Papa Esteban III murió, y Adriano I, un antagonista de Desiderio, fue elegido. El nuevo Papa fue casi de inmediato atacado por el rey de los lombardos, que se apoderó de tres pequeñas ciudades del Patrimonio de San Pedro, amenazó Ravena, y empezó a organizar un complot en la Curia. Pablo Afiarta, el chambelán pontificio, fue descubierto actuando como agente secreto de los lombardos, por lo que fue capturado y ajusticiado. El ejército lombardo marchó contra Roma, pero se acobardó ante las armas espirituales de la Iglesia. Mientras tanto, Adriano había enviado un legado a la Galia pidiendo la ayuda del Patricio.
Así, mientras Carlos descansaba en Thionville, luego de su campaña contra los sajones, se le recordó el duro y urgente trabajo que le esperaba al sur de los Alpes. La embajada de Desiderio llegó poco después que la de Adriano. Carlos no tenía ninguna duda en que la justicia estaba de parte de Adriano; además, puede que haya visto aquí su oportunidad para hacer algunas reparaciones por su repudio a la princesa lombarda. Por ello, antes de tomar armas por la Santa Sede, envió comisionados a Italia para que examinen el caso. Cuando Desiderio declaró que la toma de las ciudades pontificias era sólo como un pago legal de una hipoteca, Carlos, rápidamente, se ofreció a reembolsarlo con el pago de dinero. Pero Desiderio se negó a aceptar el dinero, y cuando los comisionados de Carlos informaron en favor de Adriano, el único camino que quedaba era la guerra.
En la primavera de 773 Carlos reunió toda la fuerza militar de los francos para invadir Lombardía. Sus golpes eran lentos, pero golpeaba muy duro. No poseemos ningún dato sobre el número de sus fuerzas, pero sabemos que su ejército, en orden de hacer el descenso más rápido, cruzó los Alpes por dos pases distintos: el Montcenis y por el San Bernardo. Einhard, quien acompañó al rey por el Montcenis (la fuerza que cruzó por el San Bernardo estuvo comandada por el duque Bernardo), narra con gran emoción las maravillas y peligros del pasaje. Los invasores encontraron a Desiderio esperándolos, se atrincheró en Susa; cambiaron su flanco y pusieron al ejército Lombardo en retirada. Con todas las ciudades de las llanuras abandonadas a su destino, Desiderio reunió parte de sus fuerzas en Pavía, su amurallada capital, mientras su hijo Adalgiso, con el resto de las mismas, ocupó Verona. Carlos, habiéndose ya reunido con el duque Bernardo, tomó las desamparadas ciudades que encontraba a su paso, y luego se centró en la captura de Pavía (septiembre de 773), desde donde Otger, el fiel sirviente de Gerberga, podía ver con temblor la formación militar de sus compatriotas. Poco después Navidad, Carlos retiró del sitio una parte del ejército y lo empleó en la captura de Verona. Aquí encontró a Gerberga y sus hijos; lo que pasó con ellos la historia no lo cuenta; probablemente entraron a un monasterio.
Lo que sí relata la historia con gran elocuencia es la primera visita de Carlos a la Ciudad Eterna. Se hizo todo lo posible para darle a su entrada el mayor realce posible y a semejanza de los triunfos que se celebraban en la Roma antigua. Los jueces le dieron alcance a casi 50 kilómetros de la ciudad; la milicia puso a los pies de su gran patricio el estandarte de Roma y lo aclamaron como su imperator. Carlos se olvidó de la Roma pagana y se postró a besar el umbral de los Apóstoles, y luego pasó siete días dialogando con el sucesor de Pedro. Fue, sin duda, en este momento cuando hizo grandes planes para gloria de Dios y exaltación de la Santa Iglesia Santa, los cuales, a pesar de las debilidades humanas y de la ignorancia, hizo lo que pudo por cumplir. Su coronación como sucesor de Constantino no se dio hasta después de veintiséis años, pero su consagración como principal defensor de la Iglesia católica tuvo lugar en la Pascua del año 774. Poco después (junio de 774) Pavía cayó y Desiderio fue desterrado, Adalgiso escapó hacia la corte bizantina, y Carlos, asumiendo la corona de Lombardía, le renovó a Adriano la donación de los territorios hechos por Pipino el Breve después de su derrota sobre Aistulph. (Esta donación es ahora generalmente admitida, así como el regalo original de Pipino en Kiersy en el año 752. El llamado "Privilegium Hadriani pro Carolo" concediéndole pleno derecho para nombrar al Papa e investir a todos los obispos es una falsificación).
Hasta el Bautismo de Witikind (774-785)
Los siguientes veinte años de la vida de Carlos pueden ser considerados como larga guerra. Estuvieron llenos de una serie de asombrosas marchas rápidas de extremo a extremo de un continente cruzado por montañas, pantanos y bosques, y con pocos caminos. Parece que la clave de sus muchas victorias, ganadas tanto por ascendiente moral, así como por superioridad física o mental, la podemos encontrar en la dada por el Papa Adriano I a su defensor franco. Weiss (Weltgesch., 11, 549) enumera cincuenta y tres campañas de Carlomagno; de éstas, es probable que sólo doce o catorce no fueron emprendidas con el objetivo principal o total de cumplir su misión como soldado y protector de la Iglesia. En sus dieciocho campañas contra los sajones, Carlos actuaba movido por el deseo de extinguir lo que él y su gente consideraron una forma de culto demoníaco, no menos odioso que lo que el fetichismo de África Central es para nosotros.Mientras Carlos estuvo en Italia, los sajones, irritados por lo de Eresburg e Irminsul, se levantaron en armas, incursionaron en el país de los francos, quemando muchas iglesias; San Bonifacio en Fritzlar, siendo un hombre de piedra, derrotó sus ataques. Regresando al Norte, Carlos envió una columna de caballería al país enemigo, mientras él sostuvo un concilio del reino en Kiersy (Quercy) en septiembre de 774, en donde se decidió que los sajones (westfalios, ostfalios, y los angrivarios) debían dárseles la alternativa del bautismo o la muerte. Las campañas nororientales durante los siguientes siete años tenían como objetivo una conquista tan importante, que su ejecución tenía que ser realizable. El año 775 fue testigo de la primera de una serie de colonias militares francas, siguiendo el antiguo plan romano, establecidas en Sigeburg, entre los westfalios. Carlos, luego, sometió, aunque de manera temporal, a los ostfalios, cuyo jefe, Hessi, habiendo aceptado el bautismo, acabó sus días en el monasterio de Fulda (véase BONIFACIO; FULDA). Luego, un campamento franco en Lübeck, en el Weser, fue sorprendido por los sajones y asesinados, por lo que Carlos marchó nuevamente hacia el Oeste, derrotando una vez más a los westfalios, y recibiendo su juramento de sumisión.
Estando las cosas de esta manera (776) los asuntos de Lombardía interrumpieron la cruzada en contra de los sajones. Areghis de Benevento, yerno del derrotado Desiderio, había formado un plan con su cuñado Adalgiso, desterrado en Constantinopla, en el que éste último bajaría a Italia, apoyado por el emperador Oriental; Adriano estaba en ese momento involucrado en una riña con los tres duques lombardos, Reginaldo de Clusium, Rotgaud de Friuli, e Hildebrando de Spoleto. El arzobispo de Ravena, que se llamaba a sí mismo "primado" y " exarca de Italia", también estaba intentando fundar un principado independiente a expensas del Estado pontificio, pero fue finalmente sometido en 776, y su sucesor manifestó quedar satisfecho con el título de "Vicario" o representante del Papa. La unión entre los poderes antedichos, todos hostiles al Papa y a los francos, Carlos, que estaba ocupado en Westfalia, se abstuvo de intervenir por la muerte de Constantino V Copronymus, en septiembre de 775 (véase BIZANTINO, IMPERIO). Después de vencer a Hildebrando y Reginaldo por medio de la diplomacia, Carlos descendió a Lombardía por el Paso del Brennero (primavera de 776), derrotó a Rotgaud, y dejó guarniciones y gobernadores, o condes (comites), como se les llamaba, en las ciudades reconquistadas del ducado de Friuli, regresando nuevamente a Sajonia. Allí, la guarnición franca se había visto obligada a evacuar Eresburg, y el sitio que sufrían en Sigeburg se rompió de forma tan inesperada, que dio ocasión para una leyenda de intervención angélica en favor de los cristianos. Como de costumbre, la rapidez de la reaparición del rey y el efecto moral de su presencia sosegó los furores de los paganos. Carlos dividió el territorio de los sajones en distritos Misioneros. En champ de Mai, Paderborn, en 777, muchos sajones se bautizaron; pero, Witikind (Widukind), su líder y luego un héroe popular de los sajones, huyó a donde su cuñado, Sigfrido el danés.
El episodio de la invasión de España viene después, según el orden cronológico. Los sufrimientos de la venerada Iglesia ibérica, la cual estaba bajo dominación musulmana, atrajo fuertemente las simpatías del rey. En 777 fueron a Paderborn tres emires moros, enemigos del Omeya Abderrahmán, el califa de Córdoba. Estos emires le rindieron homenaje a Carlos y le propusieron invadiera el norte de España; uno de ellos, Ibn-el-Arabi, prometió reforzar a los invasores con una fuerza de beréberes de África; los otros dos prometieron ejercer su gran influencia en Barcelona y en otros lugares del norte del Ebro. Según eso, en la primavera de 778, Carlos, con una fuerza de cruzados, que hablaban muchas lenguas, y que incluso entre sus miembros contaba con un grupo de lombardos, se movió hacia los Pirineos. Su lugarteniente de confianza, el duque Bernardo, con una división, ingresó a España por la costa. El mismo Carlos marchó directamente a través de los pasos montañosos a Pamplona. Pero Ibn-el-Arabi, que había retirado su ejército de beréberes prematuramente, fue asesinado por un emisario de Abderrahán, y aunque Pamplona fue arrasada, y Barcelona y otras ciudades cayeron, Zaragoza resistió. Aparte del efecto moral de esta campaña en los gobernantes musulmanes de España, su resultado fue insignificante, aunque la famosa emboscada en la que pereció Roland, el gran paladín, en el Paso de Roncesvalles, dio al mundo medieval material para su épica más gloriosa e influyente, la "Canción de Roland".
Mucho más importantes para la posteridad fueron los eventos subsiguientes, los cuales llevaron a su fin la larga lucha con los sajones. Durante la cruzada española, Witikind regresó de su destierro, trayendo con él aliados dinamarqueses, y estaba saqueando Hesse; el valle de Rin desde Deutz a Andenach era una presa fácil para los sajones "adoradores del diablo"; los misioneros cristianos se dispersaron y escondieron. Carlos reunió sus fuerzas en Düren, en junio de 779, y atacó el campamento atrincherado de Witikind en Bocholt, luego de esta campaña, parece que ya consideró Sajonia un país casi totalmente dominado. De todos modos, los "Sajones Capitularios" (véase CAPITULARIOS) de 781, obligaron a todos los sajones a que se bauticen (y esto bajo pena de muerte) y también a pagar diezmos, tal como los francos lo hacían para apoyar a la Iglesia; además, confiscó gran cantidad de propiedades para beneficio de las misiones. Esto le dio a Witikind una última oportunidad para restaurar la independencia nacional y el paganismo; su gente, exasperada contra los francos y su Dios, ávidamente tomaron las armas. En Suntal, en el Weser, con Carlos ausente, derrotaron un ejército franco, matando a dos legados reales y cinco condes. Pero Witikind cometió el error de aliarse con un grupo que no era teutón, que vivía más allá del Saale; la rivalidad de estos dos pueblos debilitaron rápidamente sus fuerzas, y las huestes sajonas se fueron disolviendo. Acerca de lo que se conoce como la "Matanza de Verden" (783) es necesario aclarar que, los 4,500 sajones que murieron no eran prisioneros de guerra; legalmente, eran los cabecillas de un grupo en rebelión, seleccionados como tales de varios grupos rebeldes. Witikind logró escapar más allá del Elba. No fue hasta después de la derrota sufrida por los sajones en Detmold, y de Osnabrück, en la "Colina de la Matanza", que Witikind reconoció al Dios de Carlos como más fuerte que Odín. En el año 785 Witikind recibió el bautismo en Attigny, y Carlos fue su padrino.
Últimos Pasos hacia el Trono Imperial (785-800)
En el verano de 783 empezó un nuevo periodo en la vida de Carlos, en que empezaron a darse algunos hechos menos agradables en su vida. Fue durante este año, según algunos cronistas, que un calor sin precedentes y la peste, fueron causa de la muerte de las dos reinas, Berta, la madre del rey, e Hildegarda, su segunda (o tercera) esposa. Estas dos mujeres, la primera en especial, habían ejercido una gran influencia para bien en su vida. Después de unos meses, el rey se casó con Fastrada, la hija de un conde de Austrasia. Los años subsiguientes fueron, hablando comparativamente, años de cosecha después del estupendo periodo anterior, en que aró y sembró todo lo anterior; además, el carácter de Carlos era de un tipo que aparece en toda su plenitud en momentos de tormentas y tensiones. Lo que iba a convertirse en el Imperio Occidental de la Edad Media, ya había sido bosquejado después del bautismo de Witikind. Desde ese día, hasta su coronación en Roma, en el año 800, su trabajo militar consistió, principalmente, en suprimir revueltas de los recién conquistados o dominar a los celosos príncipes súbditos descontentos. En tres ocasiones, durante estos quince años, los sajones se sublevaron, pero sólo para ser derrotados. Tasilo, el duque de Baviera, había sido desde el principio del reinado de Carlos, un vasallo más o menos rebelde, y Carlos hizo uso de la influencia del Papa, ejercido a través de los poderosos obispos de Freising, Salzburgo, y Regensburgo (Ratisbona), para dominarlo. En 786 una revuelta en Turingia fue sofocada con la muerte, castigos, y destierro de sus líderes. Al año siguiente, Areghis, el príncipe lombardo, habiéndose fortificado en Salerno, fue coronado como rey de los lombardos, cuando Carlos fue a donde él en Benevento, recibió su sumisión y tomó a su hijo Grinoaldo, como rehén, pero después, se enteró que Tasilo y se habían aliado clandestinamente con una conspiración de lombardos, por lo que invadió Baviera por tres flanco, con tres ejércitos de por lo menos cinco distintas nacionalidades. Una vez más, la influencia de la Santa Sede arreglo la cuestión bávara en favor de Carlos; Adriano amenazó a Tasilo con la excomunión si él persistía en su rebelión, y como los súbditos del duque se negaron a seguirlo al campo de batalla, se sometió y le rindió homenaje, a su vez, Carlos lo confirmó en su ducado (octubre de 787).Durante esta época, el descontento nacional con Fastrada culminó en un complot, en el que Pipino el Jorobado, hijo de Carlos con Himiltruda, fue implicado, y aunque gracias a la intercesión de su padre se le perdonó la vida, Pipino pasó el resto de su vida en un monasterio. Otro hijo de Carlos (Carlomán, conocido luego como Pipino, coronado como rey de Lombardía en Roma en 781, en ocasión de una visita en Pascua hecha por el rey, en la cual también su hermano Luis fue coronado rey de Aquitania), sirvió a su padre tratando con los ávaros, unos peligrosos paganos fronterizos que, si los comparamos con los sarracenos que invadieron Septimania (793), éstos últimos no fueron más que un insignificante incidente fronterizo. Estos ávaros, probablemente de sangre mongol, ocupaban los territorios del Norte del Save y hacia el Oeste del Theiss. Tasilo les había pedido ayuda contra su señor; y después de la sumisión final del duque, Carlos invadió su país y lo conquistó hasta el Raab (791). Gracias a la captura del famoso "Anillo" de los ávaros, con sus nueve círculos concéntricos, Carlos entró en posesión de inmensas cantidades de oro y plata, parte del pillaje que estos bárbaros habían acumulado durante dos siglos. En esta campaña, el rey Pipino de Lombardía ayudó a su padre, con fuerzas traídas de Italia; las etapas posteriores de esta guerra (la cual puede ser considerada la última de las grandes guerras de Carlos) fueron realizadas por el joven rey.
Las últimas etapas por las que la historia de la carrera de Carlos llegó a su clímax, fueron gracias al exclusivo dominio espiritual de la Iglesia. Él nunca había dejado de interesarse por las deliberaciones de los sínodos, y este interés se extendía (algo que trajo fatales resultados en épocas posteriores) a discusiones de cuestiones que ahora serían consideradas dogmáticas. Carlos intervino en la disputa sobre la herejía adopcionista (véase ADOPCIONISMO; ALCUINO; FRANCFORT). Su intervención en la cuestión Iconoclasta, herejía con la que la Emperatriz-madre Irene y Tarasio, el Patriarca de Constantinopla, se habían enfrentado en el Segundo Concilio de Nicea, agradó poco a Adriano. El Sínodo de Francfort, equivocadamente informado, pero inspirados por Carlos, tomaron la decisión de condenar el Concilio mencionado, aunque éste había sido aprobado por la Santa Sede (véase CAROLINE BOOKS). En el año 797 el Emperador Oriental, Constantino VI, con quien su madre, Irene, había tenido durante algún tiempo sus diferencias, fue por ella destronado, encarcelado y cegado. Fue significativo para la posición de Carlos como Emperador de facto de Occidente, que Irene enviara representantes a Aquisgrán para exponer ante Carlos su punto de vista sobre esta horrible historia. También es importante señalar que la impresión popular que generó el asesinato de Constantino, y la aversión a que el cetro imperial estuviera en manos de una mujer, también fueron responsables de lo que sucedió después. Por último, era sólo a Carlos a quien los cristianos de Oriente clamaban para que los ayudara contra el avance del peligroso califa musulmán Harum-el-Raxid. En 795 Adriano I murió (25 de diciembre), hecho que Carlos sintió profundamente, pues sentía gran estima por el pontífice, y mandó se preparara un epitafio en latín para la tumba del Papa. En 787 Carlos visitó Roma por tercera vez, por pedido del Papa y para asegurar su posición sobre el Patrimonio de Pedro.
León III, el sucesor inmediato de Adriano I, le notificó a Carlos su elección (26 de diciembre de 795) como Sumo Pontífice. El rey le envió a cambio, espléndidos regalos, a través del Abad Angilberto, a quien encargó tratar con el Papa sobre todos los asuntos concernientes al cargo real de Patricio romano. Si bien esta carta es respetuosa e incluso afectuosa, también muestra la idea de Carlos sobre la interacción de los poderes espirituales y temporales, y tampoco duda en recordarle al Papa sus graves obligaciones espirituales. El nuevo Papa, un romano, tenía enemigos en la Ciudad Eterna, los cuales extendieron informes muy perjudiciales acerca de su vida anterior. Al cabo de un tiempo (25 de abril de 799) fue atacado y dejado inconsciente. Luego de escapar a San Pedro, fue rescatado por dos de los missi del rey, quienes llegaron con un gran ejercito. El duque de Spoleto albergó al Papa fugitivo, y luego se dirigió a Paderborn, en donde estaba el rey. Carlos recibió al Vicario de Cristo con toda la reverencia debida. León regresó a Roma escoltado por los missi reales; los insurrectos, completamente asustados e incapaces de convencer a Carlos de la maldad del Papa, se rindieron, y los missi enviaron a Pascual y a Campulo, sobrinos de Adriano I y jefes de la banda contraria al Papa León, al rey, para que hiciera con ellos lo que le plazca.
Carlos no tenía prisa para solucionar este asunto. Arregló varios asuntos relacionados con la frontera más allá del Elba, con la protección de las Islas Baleares de los sarracenos, y en el norte de la Galia de los vikingos escandinavos; pasó gran parte del invierno en Aquisgrán, y estuvo en San Riquier para la Pascua. Además, aproximadamente por esta época, estuvo ocupado acompañando en el lecho de muerte al reina Liutgarde, con quien se casó después de la muerte de Fastrada (794). En Tours se reunió con Alcuino, luego, convocó al ejercito franco, que se reúnan en Maguncia, y también les anunció su intención de entrar nuevamente en Roma. Entró a Italia por el Paso del Brenner, viajó por Ancona y Perugia hacia Nomentum, en donde el Papa León se encontraba, y la dos entraron juntos a Roma. Se realizó un sínodo y los cargos contra León fueron declarados falsos. En esta ocasión, los obispos francos se declararon así mismos desautorizados para poder realizar un juicio a la Sede Apostólica. Por propia iniciativa, León, bajo juramento, declaró públicamente en San Pedro, que era inocente de los cargos que se le imputaban. León pidió que sus acusadores, condenados a muerte, sólo sean castigados con el destierro.
Después de su coronación en Roma (800-814)
Dos días después (en Navidad de 800) se dio el evento más importante en la vida de Carlos. Durante la Misa pontifical celebrada por el Papa, cuando el rey se arrodilló para rezar delante del altar mayor, bajo el cual están los cuerpos de San Pedro y San Pablo, el Papa se le acercó, y le puso en la cabeza la corona imperial, lo hizo una reverencia formal como se acostumbraba en la antigüedad, lo saludó como Emperador y Augusto, y lo ungió, mientras los romanos estallaban en grandes aclamaciones, por tres veces repitieron: "A Carlos Augusto, coronado por Dios, emperador poderoso y pacífico, larga vida y victoria" (Carolo, piisimo Augusto a Deo coronato, pacificio magno et pacificio Imperatori, vita et vicotria). Estos detalles han sido tomados de relatos contemporáneos (Vida de León III en "lib. Pont".; "Annales Laurissense majores"; Einhard, Vita Caroli; Theophanes). Si bien no todos están de acuerdo en las interpretaciones de sus relatos, no hay ninguna buena razón por dudar de la exactitud de los mismos. La declaración de Einhard (Vita Caroli 28) que Carlos no sospechaba nada de lo que iba a suceder, pues si lo hubiese sabido, no habría aceptado la corona imperial, es algo muy discutido. Algunos ven en él poca voluntad para aceptar la corona imperial en una base eclesiástica, otros, con un poco más de justicia, ven una vacilación natural antes de un paso tan importante, superado por la acción positiva de amigos y admiradores, y culminando en la escena antes descrita. Por otro lado, no existe ninguna razón para dudar que antes de la elevación de Carlos, este asunto haya sido tratado, tanto en su casa como en Roma, sobre todo en vistas a dos hechos: los escándalos del gobierno imperial de Constantinopla, y la grandeza y solidez de la casa carolingia. No debía su elevación a la conquista de Roma, ni a un acto del Senado romano (por entonces sólo un cuerpo municipal), mucho menos a los habitantes de Roma, sino al Papa, que ejercía la supremacía moral en la Cristiandad Occidental, que la época le reconoció ampliamente y a la cual, de hecho, Carlos le debía el título que las Papas le habían transferido a su padre Pipino. Es cierto que Carlos constantemente atribuyó su dignidad imperial a la voluntad de Dios, transmitido, claro está, a través del ministerio del Vicario de Cristo (divino nutu coronatus, a de Deo coronatus, en "Capitularia", ed. Baluze, I, 247, 341, 345); también es cierto que después de la ceremonia, Carlos hizo muy ricos regalos a la Basílica de San Pedro, y que ese mismo día el Papa ungió (como rey de los francos) a su hijo Carlos, que en ese momento estaba destinado a sucederle en la dignidad imperial. El Imperio romano (Imperium Romanum), prácticamente extinguido en Occidente desde 476, salvo por un intervalo breve en el siglo seis, fue restaurado con éste acto pontificio, el cual se convirtió en base histórica de las futuras relaciones entre los Papas y los sucesores de Carlomagno (a lo largo de la Edad Media, ningún emperador occidental era considerado legítimo, a menos que fuera coronado y ungido en Roma por el sucesor de San Pedro). A pesar de la buena voluntad y de la ayuda del papado, el emperador de Constantinopla, heredero legítimo del título imperial (todavía se llamaba a sí mismo emperador romano, y su capital era oficialmente Nueva Roma) había demostrado su incapacidad para conservar su autoridad en la península italiana. Las revoluciones palaciegas y las herejías, sin mencionar la opresión fiscal, la antipatía racial, y sus intrigas, lo hicieron ganarse el odio de los romanos e italianos. En todo caso, desde la Donación de Pipino (752), el Papa era formalmente el soberano del ducado de Roma y del Exarcado; por ello, aparte del efecto de su oscura demanda sobre la soberanía de toda Italia, el gobernante bizantino no tenía nada que perder por la elevación de Carlos. Sin embargo, este evento ocurrido el Día de Navidad de 800, fue por mucho tiempo sentido en Constantinopla, en donde, a los sucesores de Carlos se les llamaba "Emperador", o " Emperador de los francos", pero nunca "Emperador romano". (Para un relato más específica sobre el nuevo Imperio Occidental; su naturaleza, alcances, y otros puntos importantes, véase SACRO IMPERIO ROMANO; PODER TEMPORAL). Basta con agregar aquí que, mientras la consagración imperial lo hizo en teoría, lo que él ya era de hecho, el gobernante principal de Occidente, y con la dignidad patricia de Roma que le pertenecía a la familia Carolingia desde antiguo, lo elevó a la dignidad de supremo protector temporal de la Cristiandad Occidental, y de forma especial de su cabeza, la Iglesia romana. Esto no significó sólo el bienestar del papado, el buen orden bueno y la paz en el Patrimonio de Pedro, sino que también significó, frente al inmenso mundo pagano (las naciones bárbaras) del Norte y del Sudeste, una responsabilidad religiosa, el estímulo y protección de las misiones, el crecimiento de la cultura cristiana, la organización de distintas diócesis, la entrada en vigor de una disciplina cristiana de vida, la mejora del clero, en una palabra, todas las formas de cooperación gubernamental con la Iglesia, las cuales están presente en la vida y legislación de Carlos. Bastante tiempo antes de este evento, el Papa Adriano I había conferido (774) a Carlos la dignidad de su padre, es decir, la de Patricius Romanus, la cual implicaba, principalmente, la protección de la Iglesia romana en todos sus derechos y privilegios, sobre todos en la autoridad temporal que había adquirido gradualmente (especialmente el antes ducado bizantino de Roma y el Exarcado de Ravena), algo que sólo fueron títulos en el curso de los dos siglos anteriores. Carlos, es cierto, después de su consagración imperial ejerció prácticamente en Roma su autoridad como Patricius, o protector de la Iglesia romana. Pero, lo hizo con el debido reconocimiento a la soberanía papal y principalmente para prevenir la cuasi-anarquía que fomentaban las intrigas locales y pasiones, los intereses familiares y ambiciones, y las acciones contrarias que promovían los bizantinos. Sería antihistórico declarar que, como emperador ignoró la soberanía civil del Papa sobre el Patrimonio de Pedro. Estos (el ducado de Roma y el Exarcado) fueron omitidos en la partición del Estado franco realizado en la Dieta de Thionville, en 806. Habría que subrayar que, en esta división pública de su propiedad, no hizo mención de su título imperial, además, comprometió a sus tres hijos en "la defensa y protección de la Iglesia romana". En 817, Luis el Piadoso, en una famosa carta, de la cual no existen razones de peso para dudar de su autenticidad, le confirmó al Papa Pascual y a todos sus sucesores que, "la ciudad de Roma con su ducado y dependencias, como hasta ahora ha sido con sus predecesores, bajo su autoridad y jurisdicción", agregando luego que él no pretende ninguna jurisdicción sobre estos territorios, excepto cuando le sea solicitado por el Papa. Se puede señalar que, los cronistas del noveno siglo le dan el nombre de "restitución" a San Pedro a las varias cesiones y concesiones de ciudades y territorios realizados en éste periodo por los gobernantes carolingios dentro de los límites del Patrimonio de Pedro. La Carta de Luis el Piadoso fue después confirmada por el emperador Otón I, en 962 y por Enrique II en 1020. Estos documentos imperiales aclaran que los hechos que el nuevo emperador ejerció con autoridad sobre el Patrimonio de Pedro, fueron sólo realizados ejerciendo su cargo de Defensor de la Iglesia romana. Kleinclausz (l'Empire carolingien, etc., París, 1902, 441 ss.), niega la autenticidad de la famosa carta (871) del emperador Luis II al emperador griego Basilio (en que éste reconoce el origen pontificio de su dignidad imperial), y se lo atribuye a Anastasius Bibliotheca en 879. Sus argumentos son flojos; la autenticidad es admitida por Gregorovius y O. Harnack. Los escritores Anti-papales han emprendido la tarea de querer demostrar que la dignidad de Carlos, de Patricius Romanorum era equivalente a la inmediata y única autoridad soberana en Roma, y excluía cualquier tipo de soberanía papal legal o de facto. En la realidad, este patriciado romano, bajo Pipino y Carlos, no fue más que un protectorado a la soberanía civil del Papa, cuya independencia local, tanto antes como después de la coronación de Carlos, es históricamente cierta, incluso sin hacer mención a las cartas imperiales antes mencionadas.La devoción personal que Carlos le tenía a la Sede Apostólica, es bastante conocida. En el prólogo a sus Capitularios, se llama a sí mismo, el "devoto defender y humilde ayudante de la Santa Iglesia", era especialmente aficionado a la basílica de San Pedro, en Roma. Einhard menciona (Vita, c. XXVII) que él la enriqueció más que a todas las otras iglesias, y que él estaba particularmente ansioso de que la Ciudad de Roma, durante su reinado, obtenga nuevamente su antigua autoridad. Promulgó una ley especial sobre el respeto debido a la Sede de Pedro (Capitular de honoranda sede Apostólica, ed. Baluze I, 255). Las cartas que escribieron los Papas a él, a su padre y a su abuelo, están reunidas en orden, en el famoso "Codex Carolinus". Gregorio VII nos dice (Regest., VII, 23) que, Carlos puso bajo la protección de San Pedro una parte del territorio sajón conquistado, y que envió a Roma un tributo del mismo. Recibió del Papa Adriano el canon del derecho romano bajo la forma del "Collectio Dionysia-Hadriana", y también (784-91) el "Sacramental Gregoriano" o el uso litúrgico de Roma, para guía de la Iglesia franca. También introdujo en la iglesia franca el canto Gregoriano. Es de especial interés señalar que, antes de su coronación en Roma, Carlos recibió a tres mensajeros del Patriarca de Jerusalén, quienes le entregaron al rey de los francos, las llaves del Santo Sepulcro y el estandarte de Jerusalén, "un reconocimiento de que el lugar más santo en la Cristiandad estaba bajo la protección del gran monarca de Occidente" (Hodgkin). Poco después de este evento, el Califa Harum-el-Raxid envió una embajada a Carlos, quien mostraba un gran interés por el Santo Sepulcro y construyó monasterios latinos en Jerusalén, y también un hospital para los peregrinos. En esta misma época se fundó la Schola Francorum cerca de la Basílica de San Pedro, un refugio y hospital (con cementerio adjunto) para los peregrinos francos que iban a Roma, ahora representado por el Campo Santo de' Tedeschi, cerca del Vaticano.
La obra principal de Carlomagno en el desarrollo de la Cristiandad Occidental, puede ser considerada terminada si en ese momento moría. Todo lo que añadió durante los trece años que le quedaron de vida, no aumentó la estabilidad de su estructura de manera perceptible. Se poder militar y su instinto para la organización fue aplicado con éxito a la formación de un poder material obligado a apoyar al papado, y por otro lado, por lo menos un Papa (Adriano), había prestado toda la fuerza espiritual de la Santa Sede para ayudar en la construcción del nuevo Imperio Occidental, el cual, su sucesor (León) solemnemente consagró. De hecho, los restantes trece años de la vida de Carlos, parecen ilustrar más los inconvenientes de una conexión íntima entre la Iglesia y el Estado, que sus ventajas.
Durante estos años, no tuvo nada parecido a la actividad militar del pasado; habían mucho menos enemigos que conquistar. Sus hijos realizaban algunas expediciones, como cuando Luis capturó Barcelona (801) o Carlos el joven invadió el territorio de los Sorbs. Pero Carlos tenía en mente algo más grande; sobre todo, tenía que reconciliarse o neutralizar los celos del Imperio bizantino, el cual todavía tenía el prestigio de una antigua tradición. En Roma, Carlos había sido aclamado legítimamente por el pueblo como "Augusto", pero no podía dejar de pensar en el hecho que desde hacía muchos siglos, el derecho de conferir este título había pasado de la Antigua a la Nueva Roma. La Nueva Roma, es decir Constantinopla, consideraba el acto de León, como una especie de cisma. Nicéforo, el sucesor de Irene (803) entró en relaciones diplomáticas con Carlos, pero no reconocería su carácter imperial. Según un relato (Teófanes), Carlos había pretendido casarse con Irene, pero este plan no tuvo éxito. Luego, el emperador franco se ocupó de las rebeldes Venecia y Dalmacia. La guerra continuó por el mar, bajo el rey Pipino, y en 812, después de la muerte de Nicéforo, una embajada bizantina en Aquisgrán se dirigió a Carlos, tratándolo como Basileus. Aproximadamente en esta época, Carlos nuevamente zanjó un problema a favor de las enseñanzas de la Iglesia, sobre el asunto del Filioque, aunque en este caso la Santa Sede admitió la entereza de su doctrina, pero condenó su usurpación de funciones.
Otra fuente de problemas en el nuevo Imperio Occidental, y esto desde su fundación, fue el de la sucesión. Carlos no se pronunció a favor del derecho de primogenitura hacia su hijo mayor, ni nombró sucesor. Como Pipino el Breve había dividido el reino franco, así también lo hizo Carlos, dividiendo el imperio entre sus hijos, pero no nombró emperador a ninguno de ellos. Según el testamento que hizo en 806, la mayor parte de lo que se conocía con el nombre de Francia, se lo dio a Luis el Piadoso; Franconia, es decir, Frisia, Sajonia y Hesse fueron la herencia de Carlos el Joven; Pipino recibió Lombardía y sus dependencias italianas, Baviera, y Alemania del sur. Pero Pipino y Carlos murieron antes que el emperador, y en 813 los magnates del imperio hicieron homenaje en Aquisgrán a Louis el Piadoso, como rey de los francos, y único futuro gobernante del gran imperio. Así fue como el Imperio carolingio, como institución dinástica, acabó con la muerte de Carlos el Gordo (888), mientras que el Sacro imperio romano, continuó con Otón el Grande (968-973), pero sin los territorios que pertenecen ahora a Francia. Pero la idea de una sólida Europa, unida por varias razas, bajo la influencia espiritual de la Fe católica y del Vicario de Cristo, fue concretizada.
Sólo nos falta decir algo de los logros de Carlomagno en su casa. Su vida estuvo llena de movimiento, realizando largos viajes, su casa, en este caso, significaba algo más que el entorno de su corte, dondequiera que estuviera ese día. Aunque, tenía una especial una especial preferencia por Austrasia, o Franconia (también le gustaba Aquisgrán, Worms, Nymwegen, e Ingleheim). Carlos mostraba gran interés por el desarrollo agrícola del reino, y por el crecimiento del comercio, tanto doméstico como extranjero. La obra legislativa en lo civil que realizó Carlos, fue principalmente la de organizar y codificar los principios de las antiguas leyes francas; así, en 802, las leyes de los frisios, turingios y sajones fueron escritas. Entre sus principios, es importante señalar uno, en el que se decía que ningún hombre libre podía ser privado de su vida o libertad, sin un juicio realizado por los de su misma condición. El espíritu de su legislación era antes que nada religioso; reconocía como base y norma los cánones eclesiásticos, estaba habituado a someter sus proyectos de ley a los obispos, y a dar autoridad civil a los decretos de los sínodos. Más de una vez hizo leyes a sugerencia de Papas u obispos. Por propósitos administrativos, el Estado fue dividido en condados y centenares, cuyo gobierno estaba en manos de condes y de un responsable de los centenares. Lado a lado con los condes en el gran parlamento nacional (Reichstag, Dieta), que normalmente se reunía en la primavera, se sentaban los obispos, que los asuntos espirituales estaba tan estrechamente entrelazado con los temporales que, al leer un "concilio" bajo Carlos, es no siempre fácil determinar si los procedimientos son de un parlamento o de un sínodo. No obstante, este parlamento o dieta, era esencialmente bicameral (civil y eclesiástico), y las descripciones anteriores se aplican a la mutua discusión del res mixtae o asuntos que pertenecen a ambas ordenes. La institución administrativa franca a la que Carlos dio un nuevo carácter, fue la missi dominici, representantes (civiles y eclesiásticos) de la autoridad real, que al ser mensajeros reales asumían también muchas funciones parecidas a la de los legados pontificios, es decir, ellos eran por una parte representantes reales, y por otra gobernadores itinerantes. Normalmente habían dos por provincia (uno eclesiástico y un señor laico), y estaban obligados a visitar su territorio (missatica) cuatro veces por año. Entre estos missi y los gobernadores locales o condes, el poder de los antiguos grandes vasallos (los duques, Herzöge) se vio bastante mermada. La justicia local era administrada en la corte del antes mencionado conde (comes, Graf), el cual realizaba tres por año (placitum generale), con la ayuda de siete asesores (scabini, rachimburgi), y existía una apelación graduada, la cual terminaba en la persona del emperador.
Si bien ya hemos dicho suficiente como para mostrar cuán listo estaba para intervenir en las cosas de la Iglesia, no parece que esta propensión se diera por otro motivo que no fuera su carácter religioso. Sería absurdo pretender que Carlomagno fuera durante toda su vida un hipócrita; si no lo es, entonces su entusiasta interés por todo lo que concerniente a los servicios litúrgicos de la Iglesia, e incluso su participación cantando en el coro (aunque, como su biógrafo lo dice, "con voz suave"), su meticulosa atención en cuestión de ritos y ceremonias (Monachus Sangallensis), nos muestran, entre otros muchos de sus rasgos, que su naturaleza áspera y fuerte estaba toda impregnada de celo, aunque a veces equivocado, por la gloria terrenal de Dios. Buscó elevar y perfeccionar al clero, tanto monacal como secular, a estos últimos, por medio de la Vita Canonica o vida en común. Los diezmos fueron rigurosamente respetados para apoyo del clero y dignidad del culto público. Se reconoció y protegió la inmunidad eclesiástica, los obispos realizaban frecuentes visitas a su diócesis, se dio una instrucción religiosa regular, y en lengua vernácula. Por medio de Alcuino, hizo que se pusieran copias corregidas de la Sagrada Escritura en las iglesias, y ganó gran crédito por su mejora del bastante distorsionado texto latino de la Vulgata. La educación, por lo menos de los aspirantes al sacerdocio, fue expandida, por orden real, en el año 787, por la cual, todos los obispos y abades debían abrir en sus catedrales y monasterios, escuelas para el estudio de las siete artes liberales y la interpretación de la Escritura. También hizo mucho para mejorar la música eclesiástica, y fundó escuelas de música de Iglesia en Metz, Soissons, y San Gall. Para conocer más detalles sobre el desarrollo contemporáneo de la civilización cristiana a través de Alcuino, Einhard, y otros estudiosos, italianos e irlandeses, y también para saber más acerca de los logros personales del rey en literatura, véase ESCUELAS CAROLINGIAS; ALCUINO; EINHARD. Carlos hablaba bien el latín, y le gustaba mucho escuchar textos de San Agustín, especialmente "La Ciudad de Dios". Entendía griego, pero se dedicó en especial al franco (antiguo-alemán), su lengua materna; los términos usados para designar los meses y el de varios vientos, fueron creados por él. También intentó crear una gramática alemana, y Einhard nos dice que él hizo que la antigua canción popular y relatos de héroes (barbara atque antiquissima carmina) fueran coleccionados; desgraciadamente esta colección dejó de ser apreciada y se perdió con el tiempo.
Carlos, desde niño, había mostrado fuertes afectos caseros. Juzgando, quizás, desde las normas cristianas desarrolladas en días posteriores, sus relaciones matrimoniales estaban lejos de ser prístinas; pero sería injusto criticar su moral, basándonos en los oscuros relatos que nos han llegado sobre su vida familiar. Lo que sí es cierto (y más agradable contemplar), es el cuadro que sus contemporáneos nos han legado, sobre lo feliz que era cuando estaba con sus hijos, haciendo deporte con ellos, especialmente mientras realizaban su deporte preferido, nadar, y encontrando relajo en compañía de sus hijos e hijas; a la última, se negó a entregarla en matrimonio, desafortunadamente, por su carácter moral. Murió a los setenta y dos años, después de cuarenta y siete años de reinado, y fue enterrado en la iglesia octágona bizantina-románica de Aquisgrán, construida por él y decorada con columnas de mármol traído de Roma y Ravena. Por el año 1,000, Otón III abrió la tumba imperial y encontró (se dice) al gran emperador, tal como había sido enterrado, sentado en un trono de mármol, vestido y coronado tal como cuando vivía, y con el libro de los Evangelios abierto sobre sus rodillas. En algunas partes del imperio, el afecto popular lo puso entre los santos. Por conveniencias políticas y para complacer a Federico Barbaroja, fue canonizado (1165) por el antipapa Pascual III, pero este acto nunca ha sido ratificado con la inserción de su fiesta en el Breviario romano o por la Iglesia Universal; su culto, sin embargo, es permitido en Aquisgrán [Acta SS., 28 ene., 3d ed., II, 490-93, 303-7, 769; su oficio está en Canisius, "Antiq. Lect"., III (2)]. Según su amigo y biógrafo, Einhard, Carlos era de estatura imponente, y sus ojos claros y pelo largo le aumentaban la dignidad. Su cuello era bastante corto, y su barriga prominente, pero la simetría de sus demás miembros, ocultaban este defecto. Su clara voz no era tan sonora como su gigantesca estatura sugeriría. Exceptuando durante sus visitas a Roma, usaba el vestido nacional de los francos, camisa y calzoncillos de lino, una túnica sostenida por un cordón de seda, y polainas; sus muslos los rodeaba con tiras de; sus pies los cubría con zapatos atados. Tuvo buena salud hasta los sesenta y ocho años, época en que le empezaron las fiebres, y empezó a cojear. Se dice que él era su propio médico, y detestaba a los consejeros médicos que le decían que comiera la carne hervida, en vez de asada. No existe un retrato hecho mientras él vivió. Se dice que una estatuilla que se encuentra en el Musée Carnavalet, en París, es muy antigua.
Fuente: Shahan, Thomas, and Ewan Macpherson. "Charlemagne." The Catholic Encyclopedia. Vol. 3. New York: Robert Appleton Company, 1908. 17 Dec. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/03610c.htm>.
Traducido por Bartolomé Santos
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