El interés de Carlomagno por la música sacra y la preocupación que
tuvo porque se propagara en forma adecuada por todo su imperio, nunca ha
sido igualado por ningún gobernante civil antes o después de él. Aunque
el padre de Carlomagno, Pipino, tuvo un gran cuidado por la música
sacra, la actividad desarrollada por Carlos fue mucho más inteligente y
completa que la de su padre. Ayudado por un conocimiento técnico del
asunto, Carlomagno apreció las razones por qué la Iglesia le da tanta
importancia a la música en el culto además de la forma en que se
interpreta. Utilizó toda su autoridad para reforzar los deseos de la
Iglesia que había hecho suya. El punto clave de la legislación que
elaboró sobre este asunto, así como sobre cualquier otro tema
relacionado con la liturgia, estaba en conformidad con Roma. Cuenta la
tradición que no solamente llevó con él miembros de su propia capilla a
Roma, para que aprendieran directamente de las fuentes, sino también que
rogó al Papa Adriano I en 774, que le dejara tener dos de los cantores
papales. Uno de estos cantores papales, Teodoro, fue enviado a Metz, y
el otro, Benedicto, a la schola cantorum en Soissons. Según Ekkehart IV,
cronista del siglo diez del monasterio de San Gall, el mismo papa envió
dos cantores más a la Corte de Carlomagno. Uno de ellos, Peter, llegó a
Metz, pero Romanus, en un principio detenido en San Gall por estar
enfermo, obtuvo después el permiso del emperador para quedarse en dicho
lugar, y es gracias a la presencia de esos monjes romanos tanto en San
Gall como en otros lugares, que poseemos los manuscritos sin los cuales
no sería posible contar en la actualidad con los cantos gregorianos. El
gran Carlos hizo grandes esfuerzos, aunque no del todo exitosos, para
impedir que en la ciudad de Milán y en sus alrededores se continuara con
los Ritos Ambrosianos y sus melodías. En el año 789 emitió un decreto
para toda la clerecía de su imperio, insistiendo en que cada miembro
aprendiera el Cantus Romanus y que el oficio fuera hecho en conformidad
con las directrices de su padre (Pipino), quien por el bienestar de la
uniformidad con Roma en toda la Iglesia (Occidental), había abolido el
canto galicano. A través del sínodo que se llevó a cabo en Aachen en
803, el emperador ordenó nuevamente que, tanto los obispos como los
clérigos, cantaran el oficio sicut psallit ecclesia Romana, y les ordenó
establecer scholae cantorum en lugares adecuados, mientras que él daba
el apoyo necesario a las que ya existían, es decir, a las que estaban en
Metz, París, Soissons, Orléans, Sens, Tours, Lyons, Cambrai, y Dijon en
Francia, y a las de Fulda, Reichenau, y San Gall. Tanto los hijos de
los nobles del imperio como sus vasallos tenían que ser, por orden
imperial, educados en gramática, música y aritmética, mientras que los
niños de las escuelas públicas debían ser instruidos en música y en cómo
cantar, especialmente los Salmos. Los agentes y representantes del
emperador estaban en todas partes vigilando que los fieles cumplieran
las órdenes que él había dado respecto a la música. Carlomagno no
solamente hizo que la música litúrgica floreciera en su propia época a
través de sus dominios, sino que sentó las bases para la cultura musical
que está tan arraigada actualmente.
JOSEPH OTTEN Transcripto por Michael C. Tinkler Traducido por: Dr. Raúl Toledo, El Salvador
JOSEPH OTTEN Transcripto por Michael C. Tinkler Traducido por: Dr. Raúl Toledo, El Salvador
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