San Carlos de Borromeo, Arzobispo de Milán, Cardenal-Sacerdote del
título de San Prassede, Secretario Papal de Estado de Pío IV, y uno de
los factores más importantes en la Contra-Reforma, nació en el castillo
de Arona, en la orilla sur del lago Maggiore, en el norte de Italia, el 2
de octubre de 1538. Murió en Milán el 3 de noviembre de 1584.
Su emblema tiene la palabra humilitas de manera coronada, lo que es una porción del escudo de Borromeo. Al santo se le representa por lo general con la vestimenta de cardenal, descalzo, llevando una cruz como arzobispo, una cuerda en su cuello, una mano levantada como bendiciendo, recordándonos su trabajo durante la plaga. Su festividad es el 4 de noviembre.
Su padre fue el Conde Gilberto Borromeo, quien aproximadamente en 1530, se casó con Margarita de Médici. Su hermano más joven fue Giovanni Angelo, Cardenal de Médici, quien llegó a ser papa en 1559 con el nombre de Pío IV. Carlos fue el segundo hijo y el tercero de seis niños, de Gilberto y Margarita. La madre de Carlos murió aproximadamente en el año 1547, y su padre volvió a contraer nupcias.
Sus primeros años de vida pasaron parcialmente en el Castillo de Arona, y en parte en el Palacio Borromeo en Milán. A la edad de doce años su padre le permitió principiar con estudios religiosos y al tiempo de la renuncia de su tío Julio César Borromeo, llegó a ser titular Abad de San Gratinian y Felinus en Arona.
Su padre le envió a Milán donde estudió latín bajo la dirección de J. J. Merla. En octubre de 1552, dejó Arona para ir a la universidad de Pavia, donde tuvo de tutor a Francesco Alciato, quien luego sería cardenal. Su correspondencia muestra que tenía una pequeña suma de dinero que le daba su padre, y que muchas veces tuvo que vérselas con un apretado presupuesto, lo que le causó considerables inconvenientes.
No solamente sufrió por estas razones, tampoco tenía ropa que se le ajustara. Carlos evidentemente sintió con amargura estas humillaciones, pero no demostró tener impaciencia. Dejó Pavia para encontrarse con su tío, el Cardenal de Médici en Milán. En poco tiempo fue llamado para asistir al funeral de su padre, quien murió a principios de agosto de 1558, y fue sepultado en la iglesia de Santa María de la Gracia en Milán.
Ello conllevó varias responsabilidades para Carlos, por ser el hijo mayor. Asumió, a requerimiento de la familia, incluyendo el de su hermano mayor, los negocios de la familia. La situación de posesión del castillo de Arona fue una gran dificultad, debido a que era reclamado tanto por Francia como por España.
Carlos condujo las negociaciones con gran energía y con habilidades diplomáticas, y como consecuencia de la Paz de Cambrai (3 de abril de 1559), el castillo fue dejado en la jurisdicción de España, dado más en particular al Conde Francisco Borromeo, en nombre de su sobrino Federico Borromeo.
También hizo esfuerzos notables para restaurar la disciplina religiosa en su Abadía de San Gratinian y Felinus. Aunque sus estudios fueron interrumpidos, la seriedad y atención que puso en ellos le permitieron completarlos con éxito, y en 1559 defendió su tesis para un doctorado en leyes civiles y canónicas.
En el verano de 1559, Pablo IV murió, y el cónclave para elegir a su sucesor principió el 9 de septiembre. Este no concluyó sino hasta diciembre, cuando el Cardenal Giovanni Angelo de Médici fue electo con el nombre de Pío IV.
El 3 de enero de 1560, Carlos recibió un mensaje de correo especial del papa, pidiéndole que llegara a Roma. Se puso rápidamente en camino, pero no pudo llegar a la coronación del papa, el 6 de enero. El 22 de enero escribió al Conde Guido Borromeo que el papa le había encargado de la administración de los estados papales.
El 31 de enero fue ascendido al rango de Cardenal-Diácono, junto con Giovanni De Médici, hijo del Duque de Florencia y Gianantonio Serbellone, primo del papa. A Carlos se le concedió el título de los Santos Vitus y Modesto, lo que fue cambiado en el siguiente agosto por el de San Martino-ai-Monti.
No deseaba que se realizaran celebraciones en Milán, sino más bien en Arona, donde se dice que se oficiaron diez Misas de Espíritu Santo. Fue en ese tiempo que el Cardenal Hipólito De Este, o Ferrara, renunciara como Arzobispo de Milán, y el 8 de febrero, el papa nombró a Carlos como administrador de la sede que quedaba vacante.
En la sucesión fue nombrado Delegado de Bolonia, Romagna, y de Ancona. Fue nombrado Protector del Reino de Portugal, de Baja Alemania, y de los cantones católicos de Suiza. Bajo su protección se colocaron las ordenes de San Francisco, las Carmelitas, los Humiliati, los Canones Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, los Caballeros de Jerusalem (o Malta), y los de la Santa Cruz de Cristo de Portugal. De motu propio (22 de enero de 1561) Pío IV le dio un ingreso anual de 1,000 coronas de oro de unidad espiscopal de Ferrara.
Carlos ofició como secretario de estado y el llevar los negocios de su familia, no fue obstáculo en cuanto a que tuviera tiempo para estudiar, y aún para el arte, como tocar el violoncelo, y hasta un juego de pelota. Vivió al principio en el Vaticano, pero en julio de 1562, fue al Palazzo Colonna, Piazza Sancti Apostoli.
Casi de inmediato a su arribo a Roma, fundó una academia en el Vaticano, la cual fue un medio en proveer, por el trabajo literario, una distracción de otras ocupaciones más serias. Los miembros, ya sea que fueron eclesiásticos o laicos, se reunían cada tarde y muchas de sus contribuciones se encuentran en los trabajos de Carlos como “Noctes Vaticanae”.
Carlos se ocupó luego de la secretaría de estado, y utilizó su influencia para reanudar el Concilio de Trento, el que se había suspendido en 1552. El estado de Europa estaba apelando en cuanto a tener un punto de vista más eclesiástico.
Muchas fueron las dificultades que tuvo que superar, con el emperador, con Felipe II de España, y la mayor de todas con Francia, en donde se demandaba un concilio nacional. Aún así, a pesar de todos los obstáculos, el trabajo se encaminó a la reanudación del concilio, y en gran medida eso se debió a la paciencia de Carlos y a la devoción que puso en alcanzar tal objetivo.
No fue sino hasta el 18 de enero de 1562, que el concilio reasumió sus actividades en Trento, con dos cardenales, 106 obispos y 4 abades, además de 4 generales de órdenes religiosas presentes. La correspondencia que se desarrollo entre Carlos y los delegados cardenales en Trento es enorme, y las preguntas que se hicieron relevantes amenazaron con ser causa de ruptura en el concilio.
Allí se presentaron dificultades con el emperador, los principios nacionales fueron colocados como prioritarios a favor de Francia por los Cardenales Carlos de Lorraine, Arzobispo de Reims; se requirió constante atención por parte de Carlos en función de desarrollar gran delicadeza y habilidad. La sesión vigésimo quinta del concilio se llevó a cabo entre el 3 y 4 de diciembre de 1563; estaban presentes 255 padres.
El 26 de enero de 1564, Pío IV confirmó los decretos del concilio y más tarde nombró una congregación de ocho cardenales para ver la ejecución de estos decretos. El 28 de noviembre de 1562 mientras se desarrollaba el concilio, murió el Conde Federico, el hermano mayor de Carlos.
Este acontecimiento tuvo un gran impacto en Carlos. Él inmediatamente resolvió que se conduciría su vida con un mayor sentido de lo estricto en asuntos espirituales; viendo la muerte de su hermano vio la advertencia de tener que desprenderse de las cosas mundanas. Su resolución era muy necesitada ya que ahora se encontraba como cabeza de familia, se tuvo una gran presión en cuanto a decidir si rechazaba las condiciones eclesiásticas y casarse.
Los parientes y aún el papa emitieron su opinión. Algunos meses pasaron y la decisión final fue la de establecerse en el vida eclesiástica, secretamente se ordenó como sacerdote. La ordenación tuvo lugar en Santa María Maggiore, con el Cardenal Federico Cesa, el 4 de septiembre de 1563.
Escribió que celebró su primera Misa el día de la Asunción, en San Pedro, en el Altar de Confesión. La segunda Misa la celebró en su casa, adjunta a Gesu, en un oratorio en donde San Ignacio acostumbraba celebrar. Carlos en este tiempo tenía su confesor en el Padre Giovanni Battista Ribera, S.J. El 7 de diciembre de 1563, en la festividad de San Ambrosio, fue consagrado como obispo en la Capilla Sixtina. El 23 de marzo de 1564, recibió el palium. En el junio siguiente su título cambió por el de Santa Prassede.
Mientras tanto, Carlos había estado atendiendo las necesidades espirituales de su diócesis. En 1560, Antonio Roberti tomó posesión, como su vicario, del arzobispado, y Carlos envió a Monseñor Donato, Obispo de Bobbio, como su adjunto para las funciones episcopales. Monseñor Donato murió pronto, y en su lugar Carlos comisionó a Monseñor Girolamo Ferragato, O.S.A., uno de sus sufragantes, para visitar la diócesis, y para reportar las necesidades que se tenían. Ferragato entró en Milán el 23 de abril de 1562.
El 24 de junio del mismo año, Carlos envió a Milán a los Padres Palmio y Carvagial, S.J., con el objeto de preparar a los fieles de la diócesis, tanto en términos de los clérigos, como de los laicos, para llevar a cabo las reformas determinadas por el Concilio de Trento. Carlos estuvo siempre muy atento por el bienestar espiritual de su congregación.
Nuestro santo estuvo preocupado por sabes lo que Dios deseaba de él. No sabía si se deseaba que continuara como padre espiritual de la diócesis, o si debía retirarse a un monasterio.
Ocurrió en el otoño de 1563, entre las sesiones del Concilio de Trento, que el Cardenal de Lorraine fue a Roma, acompañado del Venerable Bartolomeo de los Mártires, O.P., Arzobispo de Braga, en Portugal.
Bartolomeo percibía que existían similitudes con el espíritu de Carlos. Cuando Pío IV lo presentó, y sugirió que Bartolomeo principiara la reforma de los cardenales en la persona de Carlos, Bartolomeo indicó que el tomaría como modelo el comportamiento de Borromeo como modelo para los clérigos. En una entrevista privada, Carlos le confesó a Bartolomeo, sobre sus pensamientos acerca de retirarse a un monasterio.
Ante ello, éste último aplaudió su deseo, pero al mismo tiempo declaró su opinión en el sentido de que era la voluntad de Dios que Carlos no abandonara su posición. Carlos tuvo entonces la certeza de que debía permanecer en los asuntos del mundo; pero siempre que visitaba su diócesis, pensaba en la negativa que había tenido el papa en cuanto a su partida.
Bartolomeo le aconsejó paciencia, y le hizo ver la importante asistencia y servicios a la Iglesia que se podían aportar, al permanecer en Roma. Carlos accedió y continuó haciendo con celo su trabajo. Luego del Concilio de Trento, estuvo muy ocupado con la producción del catecismo que contuviera las enseñanzas del Concilio, la revisión del Misal, y del Breviario. Fue también miembro de la comisión para la reforma de la música de la iglesia y escogió a Palestrina, para componer tres misas; una de estas fue la “Missa Papae Marcelli”.
La presión por cubrir las actividades pastorales le hizo ponerse muy ansioso en función de encontrar representantes muy aptos en Milán. Escuchó de las excelentes cualidades de Monseñor Nicolo Ormaneto, de la Diócesis de Verona, y tuvo éxito en obtener el consentimiento de su obispo para la transferencia a Milán.
Ormaneto había sido quien había estado al cuidado de la casa del Cardenal Pole, y también el asistente principal del Obispo de Verona. El 1 de julio de 1564, Ormaneto llegó a Milán y llevó a cabo las instrucciones de Carlos en función de un sínodo diocesano para la promulgación de los decretos del Concilio de Trento.
En el Sínodo había 1200 sacerdotes. Fue con clérigos que Carlos principió la reforma, y el tratamiento de muchos abusos requirió de mucho tacto. El Padre Palmio contribuyó mucho en hacerles ver a los religiosos la necesidad de la reforma. El Sínodo fue seguido de una visita a la Diócesis por Ormaneto. En septiembre Carlos envió a treinta padres jesuitas a asistir a su vicario; tres de estos hombres fueron colocados en el seminario, el cual abrió sus puertas el 11 de noviembre (festividad de San Martín de Tours).
Carlos estuvo constantemente dirigiendo el trabajo de restauración de la disciplina eclesiástica y la educación de los jóvenes, aún en los mínimos detalles, fue lo prioritario que tenía en sus pensamientos. Carlos escribió muchas cartas en temas tales como las formas de prédica, la represión a curas avaros, las ceremonias eclesiásticas y la música en las iglesias.
Carlos también llamó la atención de Ormaneto en la observancia que se debía tener en las normas dentro de los conventos de monjas; el acondicionamiento de esos conventos fue ordenado. Carlos ordenó a su agente Albonese pagar por el costo que implicaran estas reformas físicas en aquellos conventos que debido a limitaciones de recursos no podían pagar por ellos. Esto último creo problemas aún con sus propios familiares.
Dos de sus tías, hermanas de Pío IV, habían ingresado en la orden de Santo Domingo; ellas resintieron estas reformas en sus conventos. Carlos en una carta (28 de abril de 1565) haciendo gala de gran pensamiento y tacto, trató de persuadir a sus tías acerca de los beneficios en los cambios; pero no tuvo éxito. Tuvo que intervenir el papa y decirles que apreciaría mucho que aquellos que estaban unidos a él con lasos sanguíneos, debían de seguir las transformaciones a fin de dar buen ejemplo a otros conventos.
No obstante el apoyo que le dio, Ormaneto estaba desanimado con los resultados que obtenía y deseaba regresar a su propia diócesis. Carlos presionó al papa para que le dejara salir de Roma, al mismo tiempo animaba a Ormaneto a continuar.
Al final, el papa dio su consentimiento y Carlos pudo visitar a sus fieles y establecer un concejo provincial; pero deseando que su estancia fuera corta, Carlos nombró un delegado para toda Italia. Nuestro santo seleccionó a varios asistentes para ayudar con el concejo y escribió a la corte de España y a Felipe II.
Dejó Roma el 1 de septiembre, y pasando por Florencia, Bolonia, Modena y Parma, hizo su solemne entrada en Milán el domingo 23 de septiembre de 1565. Su llegada fue una ocasión para regocijo, y la gente hizo lo mejor que pudo en cuanto a demostrar su afecto por el primer arzobispo que tenían en ocho años. Al domingo siguiente predicó en el Duomo con las palabras de “He deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lucas 22:15).
El 15 de octubre el primer concejo provincial llegó a reunirse. Fue atendido por 11 de los 15 obispos de la provincia, aquellos que estaban ausentes de manera directa, estaban representados por sus procuradores. Tres de estos prelados fueron cardenales, y uno, Nicolo Sfondrato de Cremona, fue quien más tarde llegaría a tener el título de Gregorio XIV.
Carlos anunció que la reforma debía de dar inicio; “Debemos caminar de frente y nuestras preocupaciones espirituales nos seguirán más fácilmente”. Principió por referirse a los atributos requeridos de él mismo; esto causó un buen impacto en los prelados. El concejo finalizó el 3 de noviembre, y Carlos envió un reporte del mismo al papa.
El 6 de noviembre fue como delegado a Trento, a reunirse con la Archiduquesa Giovanna y Barbara, quien estaba casada con el Príncipe de Florencia y Duque de Ferrara. Carlos fue a Ferrara y Tucana, y estaba allí cuando recibió las noticias acerca de la grave enfermedad que aquejaba al papa.
Llegó a Roma en donde encontró que la condición del papa ya no tenía esperanza, y animó al pontífice a encaminar todos sus pensamientos al hogar celestial. El 10 de diciembre, Pío IV murió asistido por dos santos, Carlos y Felipe Neri. El 7 de enero de 1566 concluyó el cónclave que eligió a su sucesor, quien fue el Cardenal Michele Ghislieri, O.P. de Alejandría, Obispo de Mondovi, quien, a requerimiento de Carlos, tomó el nombre de Pío V.
Se ha creído que en un principio, Carlos favoreció al Cardenal Morone, pero conforme lo escrito en una carta al Rey de España (Sylvain, I, 309) se tiene evidencia de que trató de asegurar la elección del Cardenal Ghislieri. Pío V deseaba que Carlos lo asistiera a él en Roma, pero aunque Carlos retrasó su viaje fuera de esa ciudad durante algún tiempo, al final, obtuvo autorización para retornar a Milán al menos durante el verano.
Regresó a su sede el 5 de abril de 1566, habiendo realizado una visita al Santuario de Nuestra Señora de Loreto. Carlos mostró admirablemente cómo la Iglesia tenía el poder de transformarse dentro de sí misma, y aunque la tarea que tenía que realizar era gigantesca, empezó su planificación y ejecución con gran calma y confianza.
San Carlos dio muchas de sus propiedades a los pobres, e insistió en que todos los bienes deberían ser utilizados; en su posición de Cardenal brindó y recibió respeto. Practicó gran mortificación, y no escatimó esfuerzos en cumplir lo que se indicaba en el Concilio de Trento, no sólo en la práctica, sino también en el espíritu.
Las normas para la conducción de los asuntos de su casa, tanto en términos espirituales como temporales, pueden ser encontradas en la “Acta Ecclesiae Mediolanensis”. El cuidado de sus asuntos fue llevado a cabo por personas notables. Una de ellas fue el Dr. Owen Lewis, asociado al New College de Oxford, en donde impartió clases, tanto allí como en Douai, y luego fue Vicario General de San Carlos, para posteriormente ser nombrado Obispo de Cassano en Calabria.
La administración de la diócesis debía de ser perfecta y por tanto el Vicario General fue tomado como ejemplo de vida. Se aprendió leyes y disciplina eclesiástica. También Carlos nombró a dos Vicarios, uno de ellos encargado de asuntos civiles y el otro de asuntos criminales.
Carlos se preocupaba de que sus oficiales fueran muy bien seleccionados y luego que tuviesen una buena paga, de esa manera evitaba las sospechas de que podían no hacer algo bueno. El santo tenía particular aversión a la corrupción. Atendió también las necesidades de los prisioneros y con el tiempo, su corte fue llamada como Santo Tribunal.
Organizó su administración de manera que se diera la posibilidad de tener conferencias con los visitantes y los vicarios, su trabajo pastoral rindió buenos frutos. Sus cánones tuvieron cuidado de preservar sus designios. Puso especial cuidado en mantener el trabajo teológico con relación al Sacramento de la Penitencia.
Sus asistentes dieron una buena bienvenida a sus reformas y escribieron a Monseñor Bonome “El resultado de su estilo de dirección es muy diferente al que está en boga hoy en día” (27 de abril de 1566). Pío V felicitó a Carlos en su éxito y le exhortó a continuar con su trabajo.
Otro gran trabajo que dio inicio en su tiempo fue el de la Confraternidad de la Doctrina Cristiana. Tenía por finalidad principal que los niños fueran sistemáticamente instruidos en las enseñanzas de la Iglesia. Este fue el principio de lo que hoy conocemos como la Escuela de Domingo. La relación del Cardenal Borromeo con este trabajo se menciona en una placa que existe en la Iglesia de Kensington, en Londres.
Su trabajo se extendió al de varias fundaciones que atendían a los necesitados y a pecadores. En 1567 comenzó la oposición a su jurisdicción. Los oficiales del rey de España señalaron que tomarían severas medidas si los delegados del arzobispo continuaban poniendo en prisión a más hombres y si continuaban portando armas.
El asunto fue llevado ante el rey y posteriormente ante el papa. Este último consultó con el Senado de Milán en apoyo a la autoridad eclesiástica. La paz no pudo ser restaurada y el comisario del arzobispo fue puesto en la cárcel. El arzobispo anunció la sentencia de excomunión respecto al capitán de justicia y de otros oficiales. Muchos problemas siguieron a esta acción y de nuevo el caso llegó ante el papa, quien decidió a favor del arzobispo.
En octubre de 1567, Carlos empezó a visitar los valles suizos de Levantina, Bregno y la Riviera. En la mayoría de las localidades había ya mucha reforma. Los clérigos se comportaban relajados y sin cuidado, y aún con escándalos; en tal situación, las personas estaban incrementando su negligencia y sus pecados.
Las durezas del viaje fueron muchas. Carlos viajó en mula y algunas veces a pié, en medio de terrenos muy peligrosos. Su labor rindió mucho fruto y un nuevo espíritu fue emergiendo tanto entre clérigos como en laicos. En agosto de 1568, se llevó a cabo el segundo sínodo diocesano y en abril de 1569, el segundo concejo provincial.
En agosto de 1569, los asuntos se relacionaron con las condiciones de la Iglesia de Santa Marta de la Scala. En 1531, Clemente VII había declarado a esta iglesia exenta de la jurisdicción del Arzobispado de Milán. La excepción hecha nunca tuvo lugar debido a que se requería un consentimiento del arzobispado, situación que nunca se logró.
Ahora el gobernador, el Duque de Albuquerque, quien estaba bajo la influencia de los oponentes, había decretado que todos los que violaran la jurisdicción del rey deberían de recibir castigo. Los cánones de La Scala clamaron excepción del arzobispado y confiaron en que el poder secular los protegería. Carlos anunció su deseo de hacer una visita tal y como lo deseaba el papa, y envió a Monseñor Luigi Moneta a los cánones.
Fue recibido con abierta oposición y aún con insultos. A principios de septiembre, Carlos por sí mismo fue a la visita. La misma reacción violenta se tuvo que enfrentar. El arzobispo tomó la responsabilidad en sus propias manos y llevó a cabo la sentencia de excomunión.
Los hombres alzaron sus armas, los cánones cerraron la iglesia para Carlos, quien con los ojos fijos en el crucifijo se encomendó a la Autoridad Divina a la que no podían acceder quien no la merecían, ni merecían la Divina Protección. Carlos estaba arriesgando su vida. Quienes apoyaban a los cánones abrieron fuego y la cruz que llevaba fue dañada. Su Vicario General puso la demanda pública de que los cánones habían incurrido en censuras.
Este acto estuvo acompañado de rumores y noticias acerca de que el arzobispo había sido separado de su cargo. Pío V se conmovió al saber del incidente, y con gran dificultad permitió que Carlos trabajara el tema de estos cánones rebeldes, hasta que ellos pudieran arrepentirse.
En octubre de 1569, Carlos tuvo que enfrentar otra vez grandes peligros. Ya desde 1567, la Orden de la Humildad, de la cual era protector, había estado realizando ciertas reformas. Algunos de sus miembros, sin embargo, trataban de preservar el viejo orden. Carlos decidió intervenir y algunos de los miembros de la orden decidieron confabular para matarlo.
El 26 de octubre, mientras Carlos asistía a una oración de la tarde, un miembro de la Orden de la Humildad, vestido como laico, se colocó en la capilla a unos cinco o seis metros del arzobispo.
El cantante Orlando Lasso cantaba las estrofas cuyo contenido era "Tempus est ut revertar ad eum qui me misit", y "Non turbetur cor vestrum, neque formidet". Al momento de hacerlo, el asesino disparó su arma y logró impactar en Carlos quien se arrodillaba frente al altar. La víctima, sintiéndose mortalmente herida se encomendó a Dios.
En medio del pánico, el asesino pudo huir. Carlos insistió en finalizar las plegarias. Al final fue posible ver que la bala no había podido desgarra totalmente sus ropas, pero que llegó a impactar en la piel dejando una marca que duraría toda la vida.
Este incidente fue evidencia de que tan lejos habían llegado las cosas y el gobernador aseguró a Carlos que se determinaría quien había sido el asesino. Carlos al contrario, le pidió al gobernador que se asegurara de que los derechos de la Iglesia no fueran infringidos. Estas cosas hicieron que los cánones de La Scala pidieran perdón, y el 5 de febrero de 1570, Carlos oficialmente les absolvió enfrente de la puerta de su catedral.
No obstante los esfuerzos del santo por evitar persecuciones, y perdonarlos, cuatro conspiradores fueron detenidos (entre ellos Farina, quien había hecho el disparo). Fueron sentenciados a muerte. Aún siendo clérigos, fueron entregados al poder civil (29 de julio de 1570); dos de ellos fueron decapitados; Farina y otro más ahorcados.
Carlos por este tiempo realizó una segunda visita a Suiza. Primero visitó los tres valles de su diócesis, y luego las montañas para ver a su media hermana Hortensia, Condesa de Altemps. Una vez cumplido con esto, visitó los cantones católicos. En todos esos lugares utilizó su influencia a fin de remover o evitar los abusos tanto de parte de los clérigos como de los laicos; además fomentó el retomar la observancia religiosa en monasterios y conventos.
Visitó Altorf, Unterwalden, Lucerna, San Gall, Schwyz, y Einsiedeln, donde indicó que en ninguna otra parte, con la excepción de Loreto, había experimentado un gran sentimiento religioso (10 de septiembre de 1570). La herejía se había extendido en muchas de estas partes, y Carlos hizo que se enviaran allí a misioneros experimentados a fin de recobrar las almas de los que se habían alejado.
Fue por ese entonces que Pío V llegó a la conclusión de que lo mejor era suprimir la Orden de la Humildad. Con ese objetivo, dio a conocer la Bula del 7 de febrero de 1571, en donde se suprimía la referida orden y todas sus propiedades. El mismo año, teniéndose una cosecha reducida, la provincia completa sufrió una hambruna terrible. Carlos trató de aliviar a los necesitados llegando a gastar de sus propios recursos hasta 3,000 de manera diaria y durante tres meses.
Su ejemplo indujo a otros a ayudar, entre ellos el gobernador. En el verano de 1571, Carlos estuvo enfermo durante cierto tiempo, casi todo el mes de agosto. Al haberse recobrado parcialmente, hizo su visita al gobernador al saber que este estaba enfermo, se trataba del Duque de Albuquerque. Carlos regresó a Milán a tiempo para consolar a la duquesa.
Utilizó las plegarias que habían sido ordenadas por Pío V, en las luchas contra los turcos. Ello fue exitoso. Se trataba de hacer ver a las gentes la necesidad de advertir sobre la cólera de Dios y la necesidad de las penitencias. Gran regocijo se tuvo con la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571). Carlos había estado particularmente interesado en esta expedición, ya que quien estaba al mando de la misma Marcon Antonio Colonna, cuyo hijo Fabricio estaba casado con la hermana de Carlos, Ana Borromeo.
El arzobispo permaneció con mala salud, sufriendo con fiebres y catarros. A pesar de la enfermedad hizo los preparativos para el Tercer Sínodo Diocesano, el que se llevó a cabo con su ausencia en abril de 1572. Muy rápidamente, luego de este acontecimiento, murió Pío V (1 de mayo de 1572) y aunque aún tenía fiebre, se preparó para el cónclave, el que duró un día y resultó en la elección del Cardenal Ugo Buoncompagni, con el nombre pontificio de Gregorio XIII, el 13 de mayo de 1572.
Debido a que el tratamiento médico poco había hecho por él, Carlos lo abandonó y retornó a sus actividades normales, con el resultado de que requirió muchísimo más tiempo para sentirse bien. En su viaje de regreso a casa, visitó de nuevo Loreto, en noviembre, y llegó a Milán el 12 de noviembre. Renunció luego a las oficinas de la Gran Penitencia, a ser Archipriestre de Santa María Maggiore, y de otros cargos de gran dignidad. En abril de 1573, llevó a cabo su tercer concejo provincial.
El nuevo gobernador de Milán fue Don Luigi di Requesens, quien había conocido a Carlos en Roma. Sin embargo, tan pronto como tomó posesión de la oficina, y siendo instigado por los oponentes de Carlos, publicó varias cartas incriminando a Carlos en asuntos de autoridad real y conteniendo elementos que era contrarios a los derechos de la Iglesia.
Carlos protestó contra tales publicaciones, tuvo gran reticencia para hacerlo, y luego de muchos debates ansiosos, públicamente pronunció en Agosto, la sentencia de excomunión contra el gran Chancellor e implícitamente contra el gobernador. Como consecuencia de esto, se publicaron libelos contra Carlos.
El gobernador estableció restricciones respecto a las reunions de las confraternidades, y privó también a Carlos del Castillo de Arona. Varios rumores se extendían en relación a que se estaban desarrollando otros planes adversos a Carlos, pero este último mantuvo su tranquilidad y llevó a cabo su trabajo con su usual cuidado, a pesar de que el gobernador había colocado guardias armados para vigilar su palacio. El gobernador no tuvo éxito en estas acciones, pidió absolución, la que obtuvo por decepción.
Cuando Gregorio XIII se enteró de esto, hizo que el gobernador se comportará conforme a lo requerido por Carlos. Esto se cumplió y el 26 de noviembre, Carlos anunció que el gobernador estaba absuelto de sus penitencias y censuras. En este año, Carlos fundó un colegio para la nobleza de Milán.
En agosto de 1574, Enrique III de Francia pasaba por la Diócesis de Milán en su viaje desde Polonia, iba a posesionar su trono en Francia. Carlos se encontró con él en Monza. El cuarto sínodo diocesano se iba a celebrar en noviembre de 1574. A todo esto, Gregorio XIII proclamó un jubileo para 1575, y el 8 de diciembre de 1574, Carlos partió rumbo a Roma.
Visitó varios lugares y al llegar a Roma requirió las devociones para Milán en febrero. Asistió a la muerte de su cuñado Cesare Gonzaga, y continuó la vista de su provincia. En 1576 el jubileo se tuvo en la Diócesis de Milán, principiando el 2 de febrero.
Mientras se celebraba el jubileo, llegaron noticias acerca de una plaga que se había presentado en Venecia y Mantua. El cuarto consejo provincial se tuvo en mayo. En agosto, Don Juan de Austria visitó Milán. Se celebraron ejercicios religiosos y los rivales se regocijaron sobre los no efectos que se lograban. Todo cambió cuando la plaga apareció en Milán. Para ese momento Carlos estaba en Lodi, en el funeral del Obispo. Inmediatamente regresó e inspiró confianza para todos.
Estaba convencido de que la plaga había aparecido como consecuencia del pecado. Con base en ello buscó reforzar su oración. Al mismo tiempo mantuvo comunicación con la gente. Se preparó también para la muerte, e hizo su testamento el 9 de septiembre de 1576, a partir de ello se entregó al servicio de la gente. Realizó innumerables visitas a los enfermos.
En el hospital de San Gregorio se tenían los peores casos, y hacia ese lugar se dirigió muchas veces San Carlos. Su presencia confortó a quienes sufrían. Aunque trabajó arduamente, sólo luego de muchas actividades fue que los clérigos del pueblo se decidieron a ayudarle. Al final le ayudaban de todas las maneras que podían.
Hizo penitencias a favor de la gente y caminó una procesión descalzo, con un lazo en su cuello y sosteniendo en su mano una reliquia de un santo clavo de la cruz.
A principios de 1577, la plaga comenzó a ser abatida y aunque había aún un aumento en el número de casos, la intensidad de la cobertura de la enfermedad iba disminuyendo. Los milaneses prometieron construir una iglesia dedicada a San Sebastián, sin la enfermedad cedía. Así fue. Carlos escribió por este tiempo la “Memoriale”, un pequeño trabajo, en el cual se puntualizaban las lecciones aprendidas a raíz de la afección de la plaga.
También compiló varios libros de devoción para personas, para ello se basó en todas las facetas de la Biblia. A principios de 1578 la plaga prácticamente había desaparecido en todas partes. A fines de 1578 se tuvo el quinto sínodo diocesano. Duró tres días. Carlos se había dado a la tarea por ese entonces, de que los cánones de la catedral se unieran en vida comunitaria. En este año, el 16 de agosto, principió la fundación de una congregación de padres seculares teniendo como patrona a Nuestra Señora y San Ambrosio, dándole el título de los Oblates de San Ambrosio.
Aunque había sido ayudado por varias órdenes, especialmente por los jesuitas y los barbanitas, uno de los cuales, Alexander Sauli, fue su consejero durante muchos años, sintió la necesidad de conformar un grupo de hombres que actuaran como sus asistentes, viviendo en comunidad, de esa manera serían más fácilmente impresionados por su espíritu y sus deseos.
Fue el dirigente y pensador principal de la nueva congregación y nunca insistió en la necesidad, de completar la unificación entre él y los miembros. Respetaba la independencia. Se le veía como un padre, se le ayudaba, y se emprendían trabajos de diferente índole. Los colocó en seminarios, escuelas, y confraternidades. Los siguientes sínodos se realizaron entre 1579 y los años sucesivos, el último, el undécimo, se llevó a cabo en 1584.
Su peregrinaje a Turín, para visitar el Santo Sudario, fue en 1578. También por ese tiempo fue a visitar la montaña de Varallo, a fin de meditar en los misterios de la Pasión en las capillas que allí existen. Entre 1578-9, el Marqués de Ayamonte, sucesor de Requesens como gobernador, se opuso a la jurisdicción del arzobispado; lo que provocó que Carlos fuera a Roma en septiembre de ese año con el fin de obtener una decisión sobre el asunto de las jurisdicciones.
La disputa llegó a nuevos niveles, ya que el gobernador deseaba que el carnaval se celebrara con festividades adicionales el Primer Domingo de Cuaresma, todo ello contraviniendo las órdenes del arzobispo. El papa confirmó los decretos del arzobispado y pidió que los milaneses los cumplieran.
Los enviados que se habían enviado por parte del gobernador estaban tan avergonzados que no se opusieron a los designios del papa. Gregorio XIII le dio una cálida bienvenida a Carlos y se mostró grato en su presencia. Carlos realizó muchos trabajos durante su estancia especialmente en pro de Suiza.
En relación con la creación de los Oblates de San Ambrosio, Carlos, estando en Roma pidió consejo a San Felipe Neri; éste le aconsejó excluir los votos de pobreza. Carlos defendió la inclusión de la misma, a tal punto que San Felipe Neri indicó: “lo pondremos a juicio del hermano Félix”. Este hermano era un simple capuchino laico que vivía cerca de la Plaza Barberini. San Felipe y San Carlos fueron hasta él y este último poniendo su dedo en el artículo que se refería a los votos de la pobreza expresó: “Esto es lo que debe ser eliminado”.
Félix también fue un santo y conocido como San Félix de Cantalicio. Carlos regresó a Milan por la vía de Florencia, Boloña y Venecia; en todos esos lugares revivió el verdadero espíritu eclesiástico. Cuando llegó a Milán, el gozo de la gente fue muy notable, ya que habían circulado rumores de que no regresaría. Luego del principio de la Cuaresma de 1580, Carlos comenzó su visita a Brescia. Casi inmediatamente, fue llamado para asistir en su lecho de muerte al gobernador, Ayamonte. En este año, Carlos visitó el Valle de Valtelline. En julio conoció a un joven que con el tiempo adquiriría gran santidad.
Fue invitado por el Marqués de Gonzaga para estar unos días en sus propiedades, a lo que rehusó, pero estando en la casa del Arzipiestre, se encontró con el hijo mayor del marqués, Luigi Gonzaga, de doce años de edad, ahora elevado a los altares de la iglesia como San Alysius Gonzaga, S.J. Carlos le dio su Primera Comunión.
Al siguiente año (1581) Carlos envió al Rey de España un enviado especial, era el Padre Carlos Bascape de los Barnabitas. Tenía por misión llegar a un entendido sobre el asunto de la jurisdicción. El resultado fue que el gobernador, el Duque de Terra Nova, fue enviado para concertar los acuerdos con Carlos. Luego de ello no se tuvo ya más ninguna controversia.
En 1582 Carlos dio inicio a lo que sería su último viaje a Roma; teniendo obediencia a los acuerdos del Concilio de Trento, llevó los decretos del sexto concilio provincial. Esta fue la última visita y durante la misma se alojó en el monasterio junto a la iglesia de Santa Prassede, donde aún existen piezas de los muebles utilizados por el santo.
Se fue de Roma en enero de 1583, y viajó por Siena y Mantua, donde había sido comisionado por el papa para pronunciarse sobre ciertos hechos. Una gran parte de este año fue dedicada a visitas. En noviembre principió una vista en su calidad de delegado Apostólico, a los cantones de Suiza y Grisons, dejando los asuntos de su Diócesis a cargo de Monseñor Owen Lewis, su Vicario-General.
Principió en el valle de Mesoleina. Aquí habría que luchar contra la herejía y la brujería. En Roveredo, encontró que los dirigentes religiosos estaban relacionados con la hechicería. Carlos invirtió mucho tiempo en tratar de arreglar este lamentable estado de cosas. A continuación visitó Bellinzona y Ascona, trabajó sin descanso para extirpar la herejía y contó además con la oposición del Obispo de Coire.
Las negociaciones continuaron el año siguiente, el último de Carlos en la tierra. Sus trabajos dieron frutos y sus esfuerzos aseguraron la preservación de la fe. Los herejes a todo esto, habían lanzado los rumores de que Carlos estaba realmente trabajando para España, en contra de los habitantes de Grisons. A pesar de estas falsedades, Carlos continuó atacándoles y defendiendo a los católicos, quienes habían sufrido mucho.
A fines de 1584 tuvo un ataque de erisipelas en una pierna, lo que lo obligó a permanecer en cama. Sin embargo, él tenía un congreso con decanos rurales, sesenta en total, con quienes tenía que discutir las necesidades de la diócesis. Hizo grandes esfuerzos por suprimir lo licencioso del carnaval. Estuvo determinado a buscar convalecencia en el hospital.
No vivió lo suficiente y fue su sucesor quien vería los frutos del trabajo realizado. Durante septiembre y octubre, estuvo en Novara, Vercelli y Turín. El 8 de octubre dejó Turín y viajó al Monte Varallo. Se preparaba ya para la muerte. Se le pidió a su confesor, el Padre Adorno, que le asistiera. El 15 de octubre principió a hacer sus ejercicios en pro de una confesión general.
El 18, el Cardenal de Vercelli le requirió en Arona, a fin de discutir asuntos importantes. La noche anterior Carlos estuvo durante ocho horas en oración, arrodillado. El 20 estuvo de vuelta en Varallo, y el 24 tuvo un gran ataque de fiebre. Con base en la gravedad que vivía, tuvo que confesar su estado de salud.
Cinco días duró esta condición. Durante ellos, ofició Misa y dio la Comunión, despachando su correspondencia. Parecía estar consciente que la muerte se aproximaba y había decidido trabajar en tanto tuviese fuerzas. La fundación del Colegio de Ascona aún no estaba concluida, y era urgente finalizarla en corto tiempo; por tanto, Carlos presionó para que esto se cumpliera, todo ello a pesar de sus sufrimientos; el 29 de octubre, habiendo dado un último adiós visitó las capillas.
Fue encontrado postrado en una capilla donde se representaba el funeral de Nuestro Señor. Fue a Arona, y en bote a Canobbio, donde pernoctó, ofició Misa el día 30, y fue a Ascona. Visitó allí el colegio y se encaminó en la noche a Canobbio; estuvo durante un breve tiempo en Locarno, en donde intentó bendecir un cementerio, pero abandonó la idea al darse cuenta que no tenía las vestimentas apropiadas para ello.
Al llegar a Canobbio, la fiebre ya estaba cediendo, pero estaba ya muy débil. Al día siguiente tomó el bote rumbo a Arona y estuvo allí con los jesuitas, en el noviciado, y ofició Misa en el Día de Todos los Santos; fue la última vez que lo hizo. Dio allí comunión a los novicios y a muchos de los fieles. Al día siguiente asistió a Misa y recibió la Santa Comunión. Su primo, Rene Borromeo, le acompañó en el bote y esa tarde llegó a Milán. Allí se desconocía que estaba enfermo. Fue visitado por médicos y siguió sus recomendaciones.
No permitió que se oficiara Misa en su habitación. Un cuadro de Nuestro Señor en su tumba estaba frente a él, junto con otros dos cuadros de Jesús en el Getsemaní, y el cuerpo ya sin vida de Cristo. Los médicos habían indicado que la gravedad era extrema, y aunque por momentos parecía haber alguna recuperación, la misma no se mantenía. La fiebre regresó con gran severidad. El Arcipiestre le dió el Vaticum, el cual recibió con la estola puesta.
Carlos requirió de la extremaunción. Le fue conferida y luego de ello, mostró muy pocos síntomas de vida. El gobernador, el Duque de Terra Nova, llegaron hasta su lecho luego de grandes dificultades para entrar, debido a la multitud que se había congregado fuera del palacio.
Las plegarias para la ayuda de un moribundo se oyeron y se leyeron los pasajes de la Pasión. El Padre Bascapé y el Padre Adorno estaban a su lado; las palabras “Ecce venio” fueron las últimas que habría oído el 3 de noviembre de 1584. El 7 de noviembre se cantó su réquiem por el Cardenal Nicolo Sfondrato, Obispo de Cremona. Fue sepultado en la noche en el lugar que previamente había elegido.
Se le tuvo devoción como un santo y la misma llegó a crecer gradualmente; los milaneses observaron su aniversario, aún cuando no estaba canonizado. Esta veneración, al principio privada, llegó a ser universal, y después de 1601 el Cardenal Baronius escribió que su aniversario ya no debería seguir manteniéndose como una Misa de réquiem, sino que un Te Deum debía ser cantado.
Se principiaron a hacer los trámites y las diligencias para su canonización, y los procesos para ellos comenzaron en Milán, Pavia, Boloña y en otros lugares. En 1604 se envió su causa a la Congregación de Ritos. Finalmente el 1 de noviembre de 1610, Paulo V solemnemente canonizó a Carlos Borromeo, y fijó su festividad para el 4 de noviembre.
La posición que Carlos tuvo en Europa fue notable. Las masas demostraron su aprecio y la opinión que tenían del santo durante sus festividades. Los papas con los que llegó a trabajar, tal y como se demostró más arriba, buscaron su consejo.
Los soberanos de Europa, Enrique III de Francia, Felipe II, Mary de Escocia, y otros, mostraron el valor de la influencia del santo. Sus hermanos cardenales habían escrito en alabanza a sus virtudes. El Cardenal Valerio de Verona puntualizó que Carlos había nacido ya con un patrón definido de virtudes, y les señaló a los cardenales como un ejemplo de verdadera nobleza. El Cardenal Baronius dijo de él que se trataba de un “segundo Ambrosio, cuya muerte terrenal, lamentada por todos los hombres, constituyó una gran pérdida para la Iglesia”.
Es interesante hacer notar que católicos en Inglaterra, a fines del Siglo XVI o principios del Siglo XVII hicieron circular documentos dando cuenta de la vida de San Carlos en esa región. Es muy probable que la información haya sido llevada a Inglaterra por el Santo Edmundo Campion, S.J., quien visitó Milán en 1580, en su viaje hacia Inglaterra, y se detuvo unos ocho días, conversando con Carlos cada día luego de la cena.
Carlos para ese entonces tenía que ver mucho con Inglaterra, asistiendo a Pío IV, y tenía una gran veneración por el retrato del Obispo Fisher. Carlos tenía mucho que ver con Francisco Borgia, General de los Jesuitas, y con Andrés de Avellino de Theatines, quien le dio gran ayuda en su trabajo en Milán.
WILLIAM FFRENCH KEOGH Transcripción de Marie Jutras Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes
Su emblema tiene la palabra humilitas de manera coronada, lo que es una porción del escudo de Borromeo. Al santo se le representa por lo general con la vestimenta de cardenal, descalzo, llevando una cruz como arzobispo, una cuerda en su cuello, una mano levantada como bendiciendo, recordándonos su trabajo durante la plaga. Su festividad es el 4 de noviembre.
Su padre fue el Conde Gilberto Borromeo, quien aproximadamente en 1530, se casó con Margarita de Médici. Su hermano más joven fue Giovanni Angelo, Cardenal de Médici, quien llegó a ser papa en 1559 con el nombre de Pío IV. Carlos fue el segundo hijo y el tercero de seis niños, de Gilberto y Margarita. La madre de Carlos murió aproximadamente en el año 1547, y su padre volvió a contraer nupcias.
Sus primeros años de vida pasaron parcialmente en el Castillo de Arona, y en parte en el Palacio Borromeo en Milán. A la edad de doce años su padre le permitió principiar con estudios religiosos y al tiempo de la renuncia de su tío Julio César Borromeo, llegó a ser titular Abad de San Gratinian y Felinus en Arona.
Su padre le envió a Milán donde estudió latín bajo la dirección de J. J. Merla. En octubre de 1552, dejó Arona para ir a la universidad de Pavia, donde tuvo de tutor a Francesco Alciato, quien luego sería cardenal. Su correspondencia muestra que tenía una pequeña suma de dinero que le daba su padre, y que muchas veces tuvo que vérselas con un apretado presupuesto, lo que le causó considerables inconvenientes.
No solamente sufrió por estas razones, tampoco tenía ropa que se le ajustara. Carlos evidentemente sintió con amargura estas humillaciones, pero no demostró tener impaciencia. Dejó Pavia para encontrarse con su tío, el Cardenal de Médici en Milán. En poco tiempo fue llamado para asistir al funeral de su padre, quien murió a principios de agosto de 1558, y fue sepultado en la iglesia de Santa María de la Gracia en Milán.
Ello conllevó varias responsabilidades para Carlos, por ser el hijo mayor. Asumió, a requerimiento de la familia, incluyendo el de su hermano mayor, los negocios de la familia. La situación de posesión del castillo de Arona fue una gran dificultad, debido a que era reclamado tanto por Francia como por España.
Carlos condujo las negociaciones con gran energía y con habilidades diplomáticas, y como consecuencia de la Paz de Cambrai (3 de abril de 1559), el castillo fue dejado en la jurisdicción de España, dado más en particular al Conde Francisco Borromeo, en nombre de su sobrino Federico Borromeo.
También hizo esfuerzos notables para restaurar la disciplina religiosa en su Abadía de San Gratinian y Felinus. Aunque sus estudios fueron interrumpidos, la seriedad y atención que puso en ellos le permitieron completarlos con éxito, y en 1559 defendió su tesis para un doctorado en leyes civiles y canónicas.
En el verano de 1559, Pablo IV murió, y el cónclave para elegir a su sucesor principió el 9 de septiembre. Este no concluyó sino hasta diciembre, cuando el Cardenal Giovanni Angelo de Médici fue electo con el nombre de Pío IV.
El 3 de enero de 1560, Carlos recibió un mensaje de correo especial del papa, pidiéndole que llegara a Roma. Se puso rápidamente en camino, pero no pudo llegar a la coronación del papa, el 6 de enero. El 22 de enero escribió al Conde Guido Borromeo que el papa le había encargado de la administración de los estados papales.
El 31 de enero fue ascendido al rango de Cardenal-Diácono, junto con Giovanni De Médici, hijo del Duque de Florencia y Gianantonio Serbellone, primo del papa. A Carlos se le concedió el título de los Santos Vitus y Modesto, lo que fue cambiado en el siguiente agosto por el de San Martino-ai-Monti.
No deseaba que se realizaran celebraciones en Milán, sino más bien en Arona, donde se dice que se oficiaron diez Misas de Espíritu Santo. Fue en ese tiempo que el Cardenal Hipólito De Este, o Ferrara, renunciara como Arzobispo de Milán, y el 8 de febrero, el papa nombró a Carlos como administrador de la sede que quedaba vacante.
En la sucesión fue nombrado Delegado de Bolonia, Romagna, y de Ancona. Fue nombrado Protector del Reino de Portugal, de Baja Alemania, y de los cantones católicos de Suiza. Bajo su protección se colocaron las ordenes de San Francisco, las Carmelitas, los Humiliati, los Canones Regulares de la Santa Cruz de Coimbra, los Caballeros de Jerusalem (o Malta), y los de la Santa Cruz de Cristo de Portugal. De motu propio (22 de enero de 1561) Pío IV le dio un ingreso anual de 1,000 coronas de oro de unidad espiscopal de Ferrara.
Carlos ofició como secretario de estado y el llevar los negocios de su familia, no fue obstáculo en cuanto a que tuviera tiempo para estudiar, y aún para el arte, como tocar el violoncelo, y hasta un juego de pelota. Vivió al principio en el Vaticano, pero en julio de 1562, fue al Palazzo Colonna, Piazza Sancti Apostoli.
Casi de inmediato a su arribo a Roma, fundó una academia en el Vaticano, la cual fue un medio en proveer, por el trabajo literario, una distracción de otras ocupaciones más serias. Los miembros, ya sea que fueron eclesiásticos o laicos, se reunían cada tarde y muchas de sus contribuciones se encuentran en los trabajos de Carlos como “Noctes Vaticanae”.
Carlos se ocupó luego de la secretaría de estado, y utilizó su influencia para reanudar el Concilio de Trento, el que se había suspendido en 1552. El estado de Europa estaba apelando en cuanto a tener un punto de vista más eclesiástico.
Muchas fueron las dificultades que tuvo que superar, con el emperador, con Felipe II de España, y la mayor de todas con Francia, en donde se demandaba un concilio nacional. Aún así, a pesar de todos los obstáculos, el trabajo se encaminó a la reanudación del concilio, y en gran medida eso se debió a la paciencia de Carlos y a la devoción que puso en alcanzar tal objetivo.
No fue sino hasta el 18 de enero de 1562, que el concilio reasumió sus actividades en Trento, con dos cardenales, 106 obispos y 4 abades, además de 4 generales de órdenes religiosas presentes. La correspondencia que se desarrollo entre Carlos y los delegados cardenales en Trento es enorme, y las preguntas que se hicieron relevantes amenazaron con ser causa de ruptura en el concilio.
Allí se presentaron dificultades con el emperador, los principios nacionales fueron colocados como prioritarios a favor de Francia por los Cardenales Carlos de Lorraine, Arzobispo de Reims; se requirió constante atención por parte de Carlos en función de desarrollar gran delicadeza y habilidad. La sesión vigésimo quinta del concilio se llevó a cabo entre el 3 y 4 de diciembre de 1563; estaban presentes 255 padres.
El 26 de enero de 1564, Pío IV confirmó los decretos del concilio y más tarde nombró una congregación de ocho cardenales para ver la ejecución de estos decretos. El 28 de noviembre de 1562 mientras se desarrollaba el concilio, murió el Conde Federico, el hermano mayor de Carlos.
Este acontecimiento tuvo un gran impacto en Carlos. Él inmediatamente resolvió que se conduciría su vida con un mayor sentido de lo estricto en asuntos espirituales; viendo la muerte de su hermano vio la advertencia de tener que desprenderse de las cosas mundanas. Su resolución era muy necesitada ya que ahora se encontraba como cabeza de familia, se tuvo una gran presión en cuanto a decidir si rechazaba las condiciones eclesiásticas y casarse.
Los parientes y aún el papa emitieron su opinión. Algunos meses pasaron y la decisión final fue la de establecerse en el vida eclesiástica, secretamente se ordenó como sacerdote. La ordenación tuvo lugar en Santa María Maggiore, con el Cardenal Federico Cesa, el 4 de septiembre de 1563.
Escribió que celebró su primera Misa el día de la Asunción, en San Pedro, en el Altar de Confesión. La segunda Misa la celebró en su casa, adjunta a Gesu, en un oratorio en donde San Ignacio acostumbraba celebrar. Carlos en este tiempo tenía su confesor en el Padre Giovanni Battista Ribera, S.J. El 7 de diciembre de 1563, en la festividad de San Ambrosio, fue consagrado como obispo en la Capilla Sixtina. El 23 de marzo de 1564, recibió el palium. En el junio siguiente su título cambió por el de Santa Prassede.
Mientras tanto, Carlos había estado atendiendo las necesidades espirituales de su diócesis. En 1560, Antonio Roberti tomó posesión, como su vicario, del arzobispado, y Carlos envió a Monseñor Donato, Obispo de Bobbio, como su adjunto para las funciones episcopales. Monseñor Donato murió pronto, y en su lugar Carlos comisionó a Monseñor Girolamo Ferragato, O.S.A., uno de sus sufragantes, para visitar la diócesis, y para reportar las necesidades que se tenían. Ferragato entró en Milán el 23 de abril de 1562.
El 24 de junio del mismo año, Carlos envió a Milán a los Padres Palmio y Carvagial, S.J., con el objeto de preparar a los fieles de la diócesis, tanto en términos de los clérigos, como de los laicos, para llevar a cabo las reformas determinadas por el Concilio de Trento. Carlos estuvo siempre muy atento por el bienestar espiritual de su congregación.
Nuestro santo estuvo preocupado por sabes lo que Dios deseaba de él. No sabía si se deseaba que continuara como padre espiritual de la diócesis, o si debía retirarse a un monasterio.
Ocurrió en el otoño de 1563, entre las sesiones del Concilio de Trento, que el Cardenal de Lorraine fue a Roma, acompañado del Venerable Bartolomeo de los Mártires, O.P., Arzobispo de Braga, en Portugal.
Bartolomeo percibía que existían similitudes con el espíritu de Carlos. Cuando Pío IV lo presentó, y sugirió que Bartolomeo principiara la reforma de los cardenales en la persona de Carlos, Bartolomeo indicó que el tomaría como modelo el comportamiento de Borromeo como modelo para los clérigos. En una entrevista privada, Carlos le confesó a Bartolomeo, sobre sus pensamientos acerca de retirarse a un monasterio.
Ante ello, éste último aplaudió su deseo, pero al mismo tiempo declaró su opinión en el sentido de que era la voluntad de Dios que Carlos no abandonara su posición. Carlos tuvo entonces la certeza de que debía permanecer en los asuntos del mundo; pero siempre que visitaba su diócesis, pensaba en la negativa que había tenido el papa en cuanto a su partida.
Bartolomeo le aconsejó paciencia, y le hizo ver la importante asistencia y servicios a la Iglesia que se podían aportar, al permanecer en Roma. Carlos accedió y continuó haciendo con celo su trabajo. Luego del Concilio de Trento, estuvo muy ocupado con la producción del catecismo que contuviera las enseñanzas del Concilio, la revisión del Misal, y del Breviario. Fue también miembro de la comisión para la reforma de la música de la iglesia y escogió a Palestrina, para componer tres misas; una de estas fue la “Missa Papae Marcelli”.
La presión por cubrir las actividades pastorales le hizo ponerse muy ansioso en función de encontrar representantes muy aptos en Milán. Escuchó de las excelentes cualidades de Monseñor Nicolo Ormaneto, de la Diócesis de Verona, y tuvo éxito en obtener el consentimiento de su obispo para la transferencia a Milán.
Ormaneto había sido quien había estado al cuidado de la casa del Cardenal Pole, y también el asistente principal del Obispo de Verona. El 1 de julio de 1564, Ormaneto llegó a Milán y llevó a cabo las instrucciones de Carlos en función de un sínodo diocesano para la promulgación de los decretos del Concilio de Trento.
En el Sínodo había 1200 sacerdotes. Fue con clérigos que Carlos principió la reforma, y el tratamiento de muchos abusos requirió de mucho tacto. El Padre Palmio contribuyó mucho en hacerles ver a los religiosos la necesidad de la reforma. El Sínodo fue seguido de una visita a la Diócesis por Ormaneto. En septiembre Carlos envió a treinta padres jesuitas a asistir a su vicario; tres de estos hombres fueron colocados en el seminario, el cual abrió sus puertas el 11 de noviembre (festividad de San Martín de Tours).
Carlos estuvo constantemente dirigiendo el trabajo de restauración de la disciplina eclesiástica y la educación de los jóvenes, aún en los mínimos detalles, fue lo prioritario que tenía en sus pensamientos. Carlos escribió muchas cartas en temas tales como las formas de prédica, la represión a curas avaros, las ceremonias eclesiásticas y la música en las iglesias.
Carlos también llamó la atención de Ormaneto en la observancia que se debía tener en las normas dentro de los conventos de monjas; el acondicionamiento de esos conventos fue ordenado. Carlos ordenó a su agente Albonese pagar por el costo que implicaran estas reformas físicas en aquellos conventos que debido a limitaciones de recursos no podían pagar por ellos. Esto último creo problemas aún con sus propios familiares.
Dos de sus tías, hermanas de Pío IV, habían ingresado en la orden de Santo Domingo; ellas resintieron estas reformas en sus conventos. Carlos en una carta (28 de abril de 1565) haciendo gala de gran pensamiento y tacto, trató de persuadir a sus tías acerca de los beneficios en los cambios; pero no tuvo éxito. Tuvo que intervenir el papa y decirles que apreciaría mucho que aquellos que estaban unidos a él con lasos sanguíneos, debían de seguir las transformaciones a fin de dar buen ejemplo a otros conventos.
No obstante el apoyo que le dio, Ormaneto estaba desanimado con los resultados que obtenía y deseaba regresar a su propia diócesis. Carlos presionó al papa para que le dejara salir de Roma, al mismo tiempo animaba a Ormaneto a continuar.
Al final, el papa dio su consentimiento y Carlos pudo visitar a sus fieles y establecer un concejo provincial; pero deseando que su estancia fuera corta, Carlos nombró un delegado para toda Italia. Nuestro santo seleccionó a varios asistentes para ayudar con el concejo y escribió a la corte de España y a Felipe II.
Dejó Roma el 1 de septiembre, y pasando por Florencia, Bolonia, Modena y Parma, hizo su solemne entrada en Milán el domingo 23 de septiembre de 1565. Su llegada fue una ocasión para regocijo, y la gente hizo lo mejor que pudo en cuanto a demostrar su afecto por el primer arzobispo que tenían en ocho años. Al domingo siguiente predicó en el Duomo con las palabras de “He deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lucas 22:15).
El 15 de octubre el primer concejo provincial llegó a reunirse. Fue atendido por 11 de los 15 obispos de la provincia, aquellos que estaban ausentes de manera directa, estaban representados por sus procuradores. Tres de estos prelados fueron cardenales, y uno, Nicolo Sfondrato de Cremona, fue quien más tarde llegaría a tener el título de Gregorio XIV.
Carlos anunció que la reforma debía de dar inicio; “Debemos caminar de frente y nuestras preocupaciones espirituales nos seguirán más fácilmente”. Principió por referirse a los atributos requeridos de él mismo; esto causó un buen impacto en los prelados. El concejo finalizó el 3 de noviembre, y Carlos envió un reporte del mismo al papa.
El 6 de noviembre fue como delegado a Trento, a reunirse con la Archiduquesa Giovanna y Barbara, quien estaba casada con el Príncipe de Florencia y Duque de Ferrara. Carlos fue a Ferrara y Tucana, y estaba allí cuando recibió las noticias acerca de la grave enfermedad que aquejaba al papa.
Llegó a Roma en donde encontró que la condición del papa ya no tenía esperanza, y animó al pontífice a encaminar todos sus pensamientos al hogar celestial. El 10 de diciembre, Pío IV murió asistido por dos santos, Carlos y Felipe Neri. El 7 de enero de 1566 concluyó el cónclave que eligió a su sucesor, quien fue el Cardenal Michele Ghislieri, O.P. de Alejandría, Obispo de Mondovi, quien, a requerimiento de Carlos, tomó el nombre de Pío V.
Se ha creído que en un principio, Carlos favoreció al Cardenal Morone, pero conforme lo escrito en una carta al Rey de España (Sylvain, I, 309) se tiene evidencia de que trató de asegurar la elección del Cardenal Ghislieri. Pío V deseaba que Carlos lo asistiera a él en Roma, pero aunque Carlos retrasó su viaje fuera de esa ciudad durante algún tiempo, al final, obtuvo autorización para retornar a Milán al menos durante el verano.
Regresó a su sede el 5 de abril de 1566, habiendo realizado una visita al Santuario de Nuestra Señora de Loreto. Carlos mostró admirablemente cómo la Iglesia tenía el poder de transformarse dentro de sí misma, y aunque la tarea que tenía que realizar era gigantesca, empezó su planificación y ejecución con gran calma y confianza.
San Carlos dio muchas de sus propiedades a los pobres, e insistió en que todos los bienes deberían ser utilizados; en su posición de Cardenal brindó y recibió respeto. Practicó gran mortificación, y no escatimó esfuerzos en cumplir lo que se indicaba en el Concilio de Trento, no sólo en la práctica, sino también en el espíritu.
Las normas para la conducción de los asuntos de su casa, tanto en términos espirituales como temporales, pueden ser encontradas en la “Acta Ecclesiae Mediolanensis”. El cuidado de sus asuntos fue llevado a cabo por personas notables. Una de ellas fue el Dr. Owen Lewis, asociado al New College de Oxford, en donde impartió clases, tanto allí como en Douai, y luego fue Vicario General de San Carlos, para posteriormente ser nombrado Obispo de Cassano en Calabria.
La administración de la diócesis debía de ser perfecta y por tanto el Vicario General fue tomado como ejemplo de vida. Se aprendió leyes y disciplina eclesiástica. También Carlos nombró a dos Vicarios, uno de ellos encargado de asuntos civiles y el otro de asuntos criminales.
Carlos se preocupaba de que sus oficiales fueran muy bien seleccionados y luego que tuviesen una buena paga, de esa manera evitaba las sospechas de que podían no hacer algo bueno. El santo tenía particular aversión a la corrupción. Atendió también las necesidades de los prisioneros y con el tiempo, su corte fue llamada como Santo Tribunal.
Organizó su administración de manera que se diera la posibilidad de tener conferencias con los visitantes y los vicarios, su trabajo pastoral rindió buenos frutos. Sus cánones tuvieron cuidado de preservar sus designios. Puso especial cuidado en mantener el trabajo teológico con relación al Sacramento de la Penitencia.
Sus asistentes dieron una buena bienvenida a sus reformas y escribieron a Monseñor Bonome “El resultado de su estilo de dirección es muy diferente al que está en boga hoy en día” (27 de abril de 1566). Pío V felicitó a Carlos en su éxito y le exhortó a continuar con su trabajo.
Otro gran trabajo que dio inicio en su tiempo fue el de la Confraternidad de la Doctrina Cristiana. Tenía por finalidad principal que los niños fueran sistemáticamente instruidos en las enseñanzas de la Iglesia. Este fue el principio de lo que hoy conocemos como la Escuela de Domingo. La relación del Cardenal Borromeo con este trabajo se menciona en una placa que existe en la Iglesia de Kensington, en Londres.
Su trabajo se extendió al de varias fundaciones que atendían a los necesitados y a pecadores. En 1567 comenzó la oposición a su jurisdicción. Los oficiales del rey de España señalaron que tomarían severas medidas si los delegados del arzobispo continuaban poniendo en prisión a más hombres y si continuaban portando armas.
El asunto fue llevado ante el rey y posteriormente ante el papa. Este último consultó con el Senado de Milán en apoyo a la autoridad eclesiástica. La paz no pudo ser restaurada y el comisario del arzobispo fue puesto en la cárcel. El arzobispo anunció la sentencia de excomunión respecto al capitán de justicia y de otros oficiales. Muchos problemas siguieron a esta acción y de nuevo el caso llegó ante el papa, quien decidió a favor del arzobispo.
En octubre de 1567, Carlos empezó a visitar los valles suizos de Levantina, Bregno y la Riviera. En la mayoría de las localidades había ya mucha reforma. Los clérigos se comportaban relajados y sin cuidado, y aún con escándalos; en tal situación, las personas estaban incrementando su negligencia y sus pecados.
Las durezas del viaje fueron muchas. Carlos viajó en mula y algunas veces a pié, en medio de terrenos muy peligrosos. Su labor rindió mucho fruto y un nuevo espíritu fue emergiendo tanto entre clérigos como en laicos. En agosto de 1568, se llevó a cabo el segundo sínodo diocesano y en abril de 1569, el segundo concejo provincial.
En agosto de 1569, los asuntos se relacionaron con las condiciones de la Iglesia de Santa Marta de la Scala. En 1531, Clemente VII había declarado a esta iglesia exenta de la jurisdicción del Arzobispado de Milán. La excepción hecha nunca tuvo lugar debido a que se requería un consentimiento del arzobispado, situación que nunca se logró.
Ahora el gobernador, el Duque de Albuquerque, quien estaba bajo la influencia de los oponentes, había decretado que todos los que violaran la jurisdicción del rey deberían de recibir castigo. Los cánones de La Scala clamaron excepción del arzobispado y confiaron en que el poder secular los protegería. Carlos anunció su deseo de hacer una visita tal y como lo deseaba el papa, y envió a Monseñor Luigi Moneta a los cánones.
Fue recibido con abierta oposición y aún con insultos. A principios de septiembre, Carlos por sí mismo fue a la visita. La misma reacción violenta se tuvo que enfrentar. El arzobispo tomó la responsabilidad en sus propias manos y llevó a cabo la sentencia de excomunión.
Los hombres alzaron sus armas, los cánones cerraron la iglesia para Carlos, quien con los ojos fijos en el crucifijo se encomendó a la Autoridad Divina a la que no podían acceder quien no la merecían, ni merecían la Divina Protección. Carlos estaba arriesgando su vida. Quienes apoyaban a los cánones abrieron fuego y la cruz que llevaba fue dañada. Su Vicario General puso la demanda pública de que los cánones habían incurrido en censuras.
Este acto estuvo acompañado de rumores y noticias acerca de que el arzobispo había sido separado de su cargo. Pío V se conmovió al saber del incidente, y con gran dificultad permitió que Carlos trabajara el tema de estos cánones rebeldes, hasta que ellos pudieran arrepentirse.
En octubre de 1569, Carlos tuvo que enfrentar otra vez grandes peligros. Ya desde 1567, la Orden de la Humildad, de la cual era protector, había estado realizando ciertas reformas. Algunos de sus miembros, sin embargo, trataban de preservar el viejo orden. Carlos decidió intervenir y algunos de los miembros de la orden decidieron confabular para matarlo.
El 26 de octubre, mientras Carlos asistía a una oración de la tarde, un miembro de la Orden de la Humildad, vestido como laico, se colocó en la capilla a unos cinco o seis metros del arzobispo.
El cantante Orlando Lasso cantaba las estrofas cuyo contenido era "Tempus est ut revertar ad eum qui me misit", y "Non turbetur cor vestrum, neque formidet". Al momento de hacerlo, el asesino disparó su arma y logró impactar en Carlos quien se arrodillaba frente al altar. La víctima, sintiéndose mortalmente herida se encomendó a Dios.
En medio del pánico, el asesino pudo huir. Carlos insistió en finalizar las plegarias. Al final fue posible ver que la bala no había podido desgarra totalmente sus ropas, pero que llegó a impactar en la piel dejando una marca que duraría toda la vida.
Este incidente fue evidencia de que tan lejos habían llegado las cosas y el gobernador aseguró a Carlos que se determinaría quien había sido el asesino. Carlos al contrario, le pidió al gobernador que se asegurara de que los derechos de la Iglesia no fueran infringidos. Estas cosas hicieron que los cánones de La Scala pidieran perdón, y el 5 de febrero de 1570, Carlos oficialmente les absolvió enfrente de la puerta de su catedral.
No obstante los esfuerzos del santo por evitar persecuciones, y perdonarlos, cuatro conspiradores fueron detenidos (entre ellos Farina, quien había hecho el disparo). Fueron sentenciados a muerte. Aún siendo clérigos, fueron entregados al poder civil (29 de julio de 1570); dos de ellos fueron decapitados; Farina y otro más ahorcados.
Carlos por este tiempo realizó una segunda visita a Suiza. Primero visitó los tres valles de su diócesis, y luego las montañas para ver a su media hermana Hortensia, Condesa de Altemps. Una vez cumplido con esto, visitó los cantones católicos. En todos esos lugares utilizó su influencia a fin de remover o evitar los abusos tanto de parte de los clérigos como de los laicos; además fomentó el retomar la observancia religiosa en monasterios y conventos.
Visitó Altorf, Unterwalden, Lucerna, San Gall, Schwyz, y Einsiedeln, donde indicó que en ninguna otra parte, con la excepción de Loreto, había experimentado un gran sentimiento religioso (10 de septiembre de 1570). La herejía se había extendido en muchas de estas partes, y Carlos hizo que se enviaran allí a misioneros experimentados a fin de recobrar las almas de los que se habían alejado.
Fue por ese entonces que Pío V llegó a la conclusión de que lo mejor era suprimir la Orden de la Humildad. Con ese objetivo, dio a conocer la Bula del 7 de febrero de 1571, en donde se suprimía la referida orden y todas sus propiedades. El mismo año, teniéndose una cosecha reducida, la provincia completa sufrió una hambruna terrible. Carlos trató de aliviar a los necesitados llegando a gastar de sus propios recursos hasta 3,000 de manera diaria y durante tres meses.
Su ejemplo indujo a otros a ayudar, entre ellos el gobernador. En el verano de 1571, Carlos estuvo enfermo durante cierto tiempo, casi todo el mes de agosto. Al haberse recobrado parcialmente, hizo su visita al gobernador al saber que este estaba enfermo, se trataba del Duque de Albuquerque. Carlos regresó a Milán a tiempo para consolar a la duquesa.
Utilizó las plegarias que habían sido ordenadas por Pío V, en las luchas contra los turcos. Ello fue exitoso. Se trataba de hacer ver a las gentes la necesidad de advertir sobre la cólera de Dios y la necesidad de las penitencias. Gran regocijo se tuvo con la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571). Carlos había estado particularmente interesado en esta expedición, ya que quien estaba al mando de la misma Marcon Antonio Colonna, cuyo hijo Fabricio estaba casado con la hermana de Carlos, Ana Borromeo.
El arzobispo permaneció con mala salud, sufriendo con fiebres y catarros. A pesar de la enfermedad hizo los preparativos para el Tercer Sínodo Diocesano, el que se llevó a cabo con su ausencia en abril de 1572. Muy rápidamente, luego de este acontecimiento, murió Pío V (1 de mayo de 1572) y aunque aún tenía fiebre, se preparó para el cónclave, el que duró un día y resultó en la elección del Cardenal Ugo Buoncompagni, con el nombre pontificio de Gregorio XIII, el 13 de mayo de 1572.
Debido a que el tratamiento médico poco había hecho por él, Carlos lo abandonó y retornó a sus actividades normales, con el resultado de que requirió muchísimo más tiempo para sentirse bien. En su viaje de regreso a casa, visitó de nuevo Loreto, en noviembre, y llegó a Milán el 12 de noviembre. Renunció luego a las oficinas de la Gran Penitencia, a ser Archipriestre de Santa María Maggiore, y de otros cargos de gran dignidad. En abril de 1573, llevó a cabo su tercer concejo provincial.
El nuevo gobernador de Milán fue Don Luigi di Requesens, quien había conocido a Carlos en Roma. Sin embargo, tan pronto como tomó posesión de la oficina, y siendo instigado por los oponentes de Carlos, publicó varias cartas incriminando a Carlos en asuntos de autoridad real y conteniendo elementos que era contrarios a los derechos de la Iglesia.
Carlos protestó contra tales publicaciones, tuvo gran reticencia para hacerlo, y luego de muchos debates ansiosos, públicamente pronunció en Agosto, la sentencia de excomunión contra el gran Chancellor e implícitamente contra el gobernador. Como consecuencia de esto, se publicaron libelos contra Carlos.
El gobernador estableció restricciones respecto a las reunions de las confraternidades, y privó también a Carlos del Castillo de Arona. Varios rumores se extendían en relación a que se estaban desarrollando otros planes adversos a Carlos, pero este último mantuvo su tranquilidad y llevó a cabo su trabajo con su usual cuidado, a pesar de que el gobernador había colocado guardias armados para vigilar su palacio. El gobernador no tuvo éxito en estas acciones, pidió absolución, la que obtuvo por decepción.
Cuando Gregorio XIII se enteró de esto, hizo que el gobernador se comportará conforme a lo requerido por Carlos. Esto se cumplió y el 26 de noviembre, Carlos anunció que el gobernador estaba absuelto de sus penitencias y censuras. En este año, Carlos fundó un colegio para la nobleza de Milán.
En agosto de 1574, Enrique III de Francia pasaba por la Diócesis de Milán en su viaje desde Polonia, iba a posesionar su trono en Francia. Carlos se encontró con él en Monza. El cuarto sínodo diocesano se iba a celebrar en noviembre de 1574. A todo esto, Gregorio XIII proclamó un jubileo para 1575, y el 8 de diciembre de 1574, Carlos partió rumbo a Roma.
Visitó varios lugares y al llegar a Roma requirió las devociones para Milán en febrero. Asistió a la muerte de su cuñado Cesare Gonzaga, y continuó la vista de su provincia. En 1576 el jubileo se tuvo en la Diócesis de Milán, principiando el 2 de febrero.
Mientras se celebraba el jubileo, llegaron noticias acerca de una plaga que se había presentado en Venecia y Mantua. El cuarto consejo provincial se tuvo en mayo. En agosto, Don Juan de Austria visitó Milán. Se celebraron ejercicios religiosos y los rivales se regocijaron sobre los no efectos que se lograban. Todo cambió cuando la plaga apareció en Milán. Para ese momento Carlos estaba en Lodi, en el funeral del Obispo. Inmediatamente regresó e inspiró confianza para todos.
Estaba convencido de que la plaga había aparecido como consecuencia del pecado. Con base en ello buscó reforzar su oración. Al mismo tiempo mantuvo comunicación con la gente. Se preparó también para la muerte, e hizo su testamento el 9 de septiembre de 1576, a partir de ello se entregó al servicio de la gente. Realizó innumerables visitas a los enfermos.
En el hospital de San Gregorio se tenían los peores casos, y hacia ese lugar se dirigió muchas veces San Carlos. Su presencia confortó a quienes sufrían. Aunque trabajó arduamente, sólo luego de muchas actividades fue que los clérigos del pueblo se decidieron a ayudarle. Al final le ayudaban de todas las maneras que podían.
Hizo penitencias a favor de la gente y caminó una procesión descalzo, con un lazo en su cuello y sosteniendo en su mano una reliquia de un santo clavo de la cruz.
A principios de 1577, la plaga comenzó a ser abatida y aunque había aún un aumento en el número de casos, la intensidad de la cobertura de la enfermedad iba disminuyendo. Los milaneses prometieron construir una iglesia dedicada a San Sebastián, sin la enfermedad cedía. Así fue. Carlos escribió por este tiempo la “Memoriale”, un pequeño trabajo, en el cual se puntualizaban las lecciones aprendidas a raíz de la afección de la plaga.
También compiló varios libros de devoción para personas, para ello se basó en todas las facetas de la Biblia. A principios de 1578 la plaga prácticamente había desaparecido en todas partes. A fines de 1578 se tuvo el quinto sínodo diocesano. Duró tres días. Carlos se había dado a la tarea por ese entonces, de que los cánones de la catedral se unieran en vida comunitaria. En este año, el 16 de agosto, principió la fundación de una congregación de padres seculares teniendo como patrona a Nuestra Señora y San Ambrosio, dándole el título de los Oblates de San Ambrosio.
Aunque había sido ayudado por varias órdenes, especialmente por los jesuitas y los barbanitas, uno de los cuales, Alexander Sauli, fue su consejero durante muchos años, sintió la necesidad de conformar un grupo de hombres que actuaran como sus asistentes, viviendo en comunidad, de esa manera serían más fácilmente impresionados por su espíritu y sus deseos.
Fue el dirigente y pensador principal de la nueva congregación y nunca insistió en la necesidad, de completar la unificación entre él y los miembros. Respetaba la independencia. Se le veía como un padre, se le ayudaba, y se emprendían trabajos de diferente índole. Los colocó en seminarios, escuelas, y confraternidades. Los siguientes sínodos se realizaron entre 1579 y los años sucesivos, el último, el undécimo, se llevó a cabo en 1584.
Su peregrinaje a Turín, para visitar el Santo Sudario, fue en 1578. También por ese tiempo fue a visitar la montaña de Varallo, a fin de meditar en los misterios de la Pasión en las capillas que allí existen. Entre 1578-9, el Marqués de Ayamonte, sucesor de Requesens como gobernador, se opuso a la jurisdicción del arzobispado; lo que provocó que Carlos fuera a Roma en septiembre de ese año con el fin de obtener una decisión sobre el asunto de las jurisdicciones.
La disputa llegó a nuevos niveles, ya que el gobernador deseaba que el carnaval se celebrara con festividades adicionales el Primer Domingo de Cuaresma, todo ello contraviniendo las órdenes del arzobispo. El papa confirmó los decretos del arzobispado y pidió que los milaneses los cumplieran.
Los enviados que se habían enviado por parte del gobernador estaban tan avergonzados que no se opusieron a los designios del papa. Gregorio XIII le dio una cálida bienvenida a Carlos y se mostró grato en su presencia. Carlos realizó muchos trabajos durante su estancia especialmente en pro de Suiza.
En relación con la creación de los Oblates de San Ambrosio, Carlos, estando en Roma pidió consejo a San Felipe Neri; éste le aconsejó excluir los votos de pobreza. Carlos defendió la inclusión de la misma, a tal punto que San Felipe Neri indicó: “lo pondremos a juicio del hermano Félix”. Este hermano era un simple capuchino laico que vivía cerca de la Plaza Barberini. San Felipe y San Carlos fueron hasta él y este último poniendo su dedo en el artículo que se refería a los votos de la pobreza expresó: “Esto es lo que debe ser eliminado”.
Félix también fue un santo y conocido como San Félix de Cantalicio. Carlos regresó a Milan por la vía de Florencia, Boloña y Venecia; en todos esos lugares revivió el verdadero espíritu eclesiástico. Cuando llegó a Milán, el gozo de la gente fue muy notable, ya que habían circulado rumores de que no regresaría. Luego del principio de la Cuaresma de 1580, Carlos comenzó su visita a Brescia. Casi inmediatamente, fue llamado para asistir en su lecho de muerte al gobernador, Ayamonte. En este año, Carlos visitó el Valle de Valtelline. En julio conoció a un joven que con el tiempo adquiriría gran santidad.
Fue invitado por el Marqués de Gonzaga para estar unos días en sus propiedades, a lo que rehusó, pero estando en la casa del Arzipiestre, se encontró con el hijo mayor del marqués, Luigi Gonzaga, de doce años de edad, ahora elevado a los altares de la iglesia como San Alysius Gonzaga, S.J. Carlos le dio su Primera Comunión.
Al siguiente año (1581) Carlos envió al Rey de España un enviado especial, era el Padre Carlos Bascape de los Barnabitas. Tenía por misión llegar a un entendido sobre el asunto de la jurisdicción. El resultado fue que el gobernador, el Duque de Terra Nova, fue enviado para concertar los acuerdos con Carlos. Luego de ello no se tuvo ya más ninguna controversia.
En 1582 Carlos dio inicio a lo que sería su último viaje a Roma; teniendo obediencia a los acuerdos del Concilio de Trento, llevó los decretos del sexto concilio provincial. Esta fue la última visita y durante la misma se alojó en el monasterio junto a la iglesia de Santa Prassede, donde aún existen piezas de los muebles utilizados por el santo.
Se fue de Roma en enero de 1583, y viajó por Siena y Mantua, donde había sido comisionado por el papa para pronunciarse sobre ciertos hechos. Una gran parte de este año fue dedicada a visitas. En noviembre principió una vista en su calidad de delegado Apostólico, a los cantones de Suiza y Grisons, dejando los asuntos de su Diócesis a cargo de Monseñor Owen Lewis, su Vicario-General.
Principió en el valle de Mesoleina. Aquí habría que luchar contra la herejía y la brujería. En Roveredo, encontró que los dirigentes religiosos estaban relacionados con la hechicería. Carlos invirtió mucho tiempo en tratar de arreglar este lamentable estado de cosas. A continuación visitó Bellinzona y Ascona, trabajó sin descanso para extirpar la herejía y contó además con la oposición del Obispo de Coire.
Las negociaciones continuaron el año siguiente, el último de Carlos en la tierra. Sus trabajos dieron frutos y sus esfuerzos aseguraron la preservación de la fe. Los herejes a todo esto, habían lanzado los rumores de que Carlos estaba realmente trabajando para España, en contra de los habitantes de Grisons. A pesar de estas falsedades, Carlos continuó atacándoles y defendiendo a los católicos, quienes habían sufrido mucho.
A fines de 1584 tuvo un ataque de erisipelas en una pierna, lo que lo obligó a permanecer en cama. Sin embargo, él tenía un congreso con decanos rurales, sesenta en total, con quienes tenía que discutir las necesidades de la diócesis. Hizo grandes esfuerzos por suprimir lo licencioso del carnaval. Estuvo determinado a buscar convalecencia en el hospital.
No vivió lo suficiente y fue su sucesor quien vería los frutos del trabajo realizado. Durante septiembre y octubre, estuvo en Novara, Vercelli y Turín. El 8 de octubre dejó Turín y viajó al Monte Varallo. Se preparaba ya para la muerte. Se le pidió a su confesor, el Padre Adorno, que le asistiera. El 15 de octubre principió a hacer sus ejercicios en pro de una confesión general.
El 18, el Cardenal de Vercelli le requirió en Arona, a fin de discutir asuntos importantes. La noche anterior Carlos estuvo durante ocho horas en oración, arrodillado. El 20 estuvo de vuelta en Varallo, y el 24 tuvo un gran ataque de fiebre. Con base en la gravedad que vivía, tuvo que confesar su estado de salud.
Cinco días duró esta condición. Durante ellos, ofició Misa y dio la Comunión, despachando su correspondencia. Parecía estar consciente que la muerte se aproximaba y había decidido trabajar en tanto tuviese fuerzas. La fundación del Colegio de Ascona aún no estaba concluida, y era urgente finalizarla en corto tiempo; por tanto, Carlos presionó para que esto se cumpliera, todo ello a pesar de sus sufrimientos; el 29 de octubre, habiendo dado un último adiós visitó las capillas.
Fue encontrado postrado en una capilla donde se representaba el funeral de Nuestro Señor. Fue a Arona, y en bote a Canobbio, donde pernoctó, ofició Misa el día 30, y fue a Ascona. Visitó allí el colegio y se encaminó en la noche a Canobbio; estuvo durante un breve tiempo en Locarno, en donde intentó bendecir un cementerio, pero abandonó la idea al darse cuenta que no tenía las vestimentas apropiadas para ello.
Al llegar a Canobbio, la fiebre ya estaba cediendo, pero estaba ya muy débil. Al día siguiente tomó el bote rumbo a Arona y estuvo allí con los jesuitas, en el noviciado, y ofició Misa en el Día de Todos los Santos; fue la última vez que lo hizo. Dio allí comunión a los novicios y a muchos de los fieles. Al día siguiente asistió a Misa y recibió la Santa Comunión. Su primo, Rene Borromeo, le acompañó en el bote y esa tarde llegó a Milán. Allí se desconocía que estaba enfermo. Fue visitado por médicos y siguió sus recomendaciones.
No permitió que se oficiara Misa en su habitación. Un cuadro de Nuestro Señor en su tumba estaba frente a él, junto con otros dos cuadros de Jesús en el Getsemaní, y el cuerpo ya sin vida de Cristo. Los médicos habían indicado que la gravedad era extrema, y aunque por momentos parecía haber alguna recuperación, la misma no se mantenía. La fiebre regresó con gran severidad. El Arcipiestre le dió el Vaticum, el cual recibió con la estola puesta.
Carlos requirió de la extremaunción. Le fue conferida y luego de ello, mostró muy pocos síntomas de vida. El gobernador, el Duque de Terra Nova, llegaron hasta su lecho luego de grandes dificultades para entrar, debido a la multitud que se había congregado fuera del palacio.
Las plegarias para la ayuda de un moribundo se oyeron y se leyeron los pasajes de la Pasión. El Padre Bascapé y el Padre Adorno estaban a su lado; las palabras “Ecce venio” fueron las últimas que habría oído el 3 de noviembre de 1584. El 7 de noviembre se cantó su réquiem por el Cardenal Nicolo Sfondrato, Obispo de Cremona. Fue sepultado en la noche en el lugar que previamente había elegido.
Se le tuvo devoción como un santo y la misma llegó a crecer gradualmente; los milaneses observaron su aniversario, aún cuando no estaba canonizado. Esta veneración, al principio privada, llegó a ser universal, y después de 1601 el Cardenal Baronius escribió que su aniversario ya no debería seguir manteniéndose como una Misa de réquiem, sino que un Te Deum debía ser cantado.
Se principiaron a hacer los trámites y las diligencias para su canonización, y los procesos para ellos comenzaron en Milán, Pavia, Boloña y en otros lugares. En 1604 se envió su causa a la Congregación de Ritos. Finalmente el 1 de noviembre de 1610, Paulo V solemnemente canonizó a Carlos Borromeo, y fijó su festividad para el 4 de noviembre.
La posición que Carlos tuvo en Europa fue notable. Las masas demostraron su aprecio y la opinión que tenían del santo durante sus festividades. Los papas con los que llegó a trabajar, tal y como se demostró más arriba, buscaron su consejo.
Los soberanos de Europa, Enrique III de Francia, Felipe II, Mary de Escocia, y otros, mostraron el valor de la influencia del santo. Sus hermanos cardenales habían escrito en alabanza a sus virtudes. El Cardenal Valerio de Verona puntualizó que Carlos había nacido ya con un patrón definido de virtudes, y les señaló a los cardenales como un ejemplo de verdadera nobleza. El Cardenal Baronius dijo de él que se trataba de un “segundo Ambrosio, cuya muerte terrenal, lamentada por todos los hombres, constituyó una gran pérdida para la Iglesia”.
Es interesante hacer notar que católicos en Inglaterra, a fines del Siglo XVI o principios del Siglo XVII hicieron circular documentos dando cuenta de la vida de San Carlos en esa región. Es muy probable que la información haya sido llevada a Inglaterra por el Santo Edmundo Campion, S.J., quien visitó Milán en 1580, en su viaje hacia Inglaterra, y se detuvo unos ocho días, conversando con Carlos cada día luego de la cena.
Carlos para ese entonces tenía que ver mucho con Inglaterra, asistiendo a Pío IV, y tenía una gran veneración por el retrato del Obispo Fisher. Carlos tenía mucho que ver con Francisco Borgia, General de los Jesuitas, y con Andrés de Avellino de Theatines, quien le dio gran ayuda en su trabajo en Milán.
WILLIAM FFRENCH KEOGH Transcripción de Marie Jutras Traducción al castellano de Giovanni E. Reyes
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