Nació en una fecha cercana a 688; murió el 21 de octubre de 741 en la
ciudad de Quierzy ubicada sobre el Oise. Fue hijo natural de Pipino de
Herstal y de una mujer llamada Alpaida o Chalpaida. Pipino murió en el
año 714 habiendo sobrevivido a sus dos hijos legítimos Drogon y
Grimaldo, razón por la que la pesada herencia de la monarquía franca
cayó en la persona de Teodoaldo quien fue hijo del último y que apenas
contaba con seis años de edad. Carlos, quien entonces contaba con
veintiséis años, no fue excluido de la sucesión a pesar de la naturaleza
de su nacimiento, ya que el mismo Teodoaldo fue hijo de una concubina,
quien sin embargo contó con la influencia de su abuela Plectruda, quien
deseaba el poder exclusivo para sus propios descendientes. Para prevenir
cualquier oposición por parte de Carlos, Plectruda le hizo encarcelar y
una vez establecida en Colonia asumió la regencia de su nieto. Sin
embargo, las diferentes naciones a quienes la mano dura de Pipino de
Herstal había mantenido sujetas hubieron de sacudierse el yugo de la
opresión al ver que sería una mujer con la que tendrían que negociar.
Neustria dió señales de revuelta (715), Teodoaldo fue vencido en el
bosque de Cuise y acaudillados por Raginfredo, mayordomo de Palacio, los
enemigos avanzaron hasta Meuse. Los frisios tomaron las armas
acaudillados por el duque Ratbodo, destruyeron la misión cristiana y
formaron una confederación con Neustria. Los sajones tomaron la nación
de Hattuaria, y hasta en Austrasia existió una facción contraria al
hecho de encontrarse bajo el gobierno de una mujer y de un niño. Carlos
aprovechó la coyuntura para escapar de prisión y ponerse a la cabeza del
partido de Austrasia. En un principio no corrió con suerte ya que fue
vencido por Ratbodo cerca de Colonia en 716, mientras que Neustria
obligó a Plectruda a reconocer como Rey al merovingio Chilperico, hijo
de Childerico II, quien fue sacado del aislamiento de un claustro donde
había vivido bajo el nombre de Daniel. Sin embargo, Carlos tomó
rápidamente venganza y tomando por sorpresa a Neustria, la conquistó en
Amblève, cerca de Malmédy en 716, derrotándolos por segunda ocasión en
Vincy, cerca de Cambrai (21 de marzo de 717), y persiguiéndolos hasta
París. Entonces, volviendo sobre sus pasos, llegó a Colonia y obligó a
Plectruda a rendirse y a otorgarle las riquezas de su padre Pipino. Con
la intención de dar legitimidad a su recién adquirida soberanía, Carlos
proclamó rey de Austrasia al merovingio Clotario IV, reservando para él
mismo el título de mayordomo de Palacio. Fue por este tiempo cuando
Carlos depuso a Rigoberto, obispo de Reims, quien se le había opuesto,
nombrando en su lugar al guerrero Milon quien por ese entonces era
Arzobispo de Trier.
Los años subsecuentes fueron plenos de distenciones. Ansioso por castigar a los sajones que habían invadido Austrasia, Carlos en 718 dejó perder su nación en las orillas del Weser. En 719 Ratdob murió y Carlos tomó Friesland occidental sin gran resistencia por parte de los frisios, quienes la habían ocupado a la muerte de Pipino. Por su parte, Neustria, una continua amenaza, había sumado fuerzas con el pueblo de Aquitania, pero Carlos los destrozó en Soissons. Después de esta derrota, tanto la necesidad de rendirse como la muerte del rey Clotario IV, a quien Carlos había puesto en el trono apenas dos años antes, facilitaron la reconciliación de las dos grandes facciones del imperio franco. Carlos reconoció a Chilperico como cabeza de la monarquía, mientras que por su parte, Neustria y Aquitania respaldaron la autoridad de Carlos; pero cuando Chilperico murió al año siguiente (720), Carlos designó como su sucesor al hijo de Dagoberto III, Thierry IV, quien aún era menor de edad y que ocupó el trono de 720 a 737. Una segunda expedición contra los sajones en 720, y con la definitiva sumisión de Raginfredo quien había abandonado el país de Angers (724), se restableció la monarquía franca como lo estuvo en los tiempos de Pipino de Herstal, concluyéndose la primera serie de campañas de Carlos Martell. Los siguientes seis años fueron benéficos casi en su totalidad, distinguiéndose por el reconocimiento de la autoridad franca sobre las tribus germánicas dependientes. Entre 725 y 728 Carlos intervino en Bavaria donde el duque Agilolfing se había vuelto independiente de forma gradual, restableciendo entonces la sobernía franca y trayendo consigo a la princesa Suanehilda, quien aparentemente se había convertido en su mujer. En 730 marchó contra Lantfredo, duque de Alemania, a quien igualmente sometió, con lo que el sur de Alemania una vez más formó parte del imperio franco, como lo fue el norte durante los primeros años del reino. Sin embargo, en los confines del imperio una terrible tormenta se estaba formando, ya que desde hacía varios años los musulmanes de España estaban amenazando Gaul. Repelidos en 721 por el duque Eudes, regresaron en 725 y penetraron el reino hasta Borgoña, donde destruyeron Autun. El duque Eudes, incapaz de resistir el ataque, se conformó con negociar con los invasores otorgando a Othmar, uno de sus jefes, la mano de su hija, circunstancia que le ganó la enemistad de Carlos, quien lo venció en 731; sin embargo, la muerte de Othmar acaecida ese mismo año volvió a dejar a Eudes a la merced de los ataques musulmanes. En 732 Adb-er-Rahmán, gobernador de España, cruzó los Pirineos a la cabeza de un inmenso ejército, superando al duque Eudes y avanzando hasta el Loira, depredando e incendiando todo a su paso. En octubre de 732, Carlos se encontró con Abd-er-Rahmán en las afueras de Tours, donde le derrotó y mató en batalla (la batalla de Poitiers) suceso que hubo de convertirse en uno de los más grandes eventos en la historia mundial, ya que de él dependió que la civilización cristiana continuara reinando sobre Europa, en lugar de la eventual dominación del Islam. Se dice que fue esta batalla la que dio a Carlos su nombre, Martel (tudites) “el martillo” a causa de la forma despiadada con la que combatió a sus enemigos.
El resto del reinado de Carlos Martell fue una serie ininterrumpida de combates victoriosos. En los años de 733 y 734 sofocó la rebelión instigada por el duque frisio Bobo, quien fue muerto en batalla y con lo que se subyugó la región de Friesland que adoptó finalmente el cristianismo. En 735 después de la muerte de Eudes, Carlos entró en Aquitania para sofocar la revuelta de Hatto y Hunoldo, hijos del difunto duque, dejando el ducado a Hunoldo (736). Entonces expulsó a los árabes de Arles y Avignon, venciendo a sus ejércitos sobre el río Berre cerca de Narbona, mientras que en 739 reprimió un levantamiento en Provenza, cuyos rebeldes estaban acaudillados por Maurontus. Fue tan grande el poderío de Carlos durante los últimos años de su reinado que no se molestó en resolver el problema de elegir al sucesor del rey Thierry IV, quien había muerto en 737, puesto que asumió la completa autoridad para sí mismo, gobernando sin el derecho legal de hacerlo. Cerca de un año antes de la muerte de Carlos, el Papa Gregorio III solicitó su ayuda al verse amenazado por Luibrando rey de Lombardía, sin embargo, Carlos era por ese entonces aliado del rey, ya que éste había prometido asistirle en la guerra contra los árabes en Provenza, además de que el franco ya comenzaba a sufrir de la enfermedad que finalmente lo llevaría a la tumba, circunstancias que fueron suficientes para que los enviados del Papa volvieran sin obtener el objeto de su encargo. No obstante, parece que de acuerdo con los términos de un acto publico dado a conocer posteriormente por Carlomagno, Carlos había accedido -al menos en principio- a defender a la Iglesia Romana y sólo la muerte pudo impedirle cumplir con ese compromiso.
El reino franco, que en el principio estuvo tan pleno de conflictos sangrientos y de permanentes distenciones, no hubiera sido una realidad si Carlos no hubiera encontrado los medios suficientes para atraer y recompensar a los rebeldes. Para este propósito concibió la idea de otorgarles los beneficios de grandes extensiones de tierras de la Iglesia, expolio que se conoce como la “secularización de Carlos Martell”. Existió un proceso que pudo excusar esta acción sin que pretendiera justificarla, ya que fue absuelto hasta cierto punto por la amnistía concedida por el Concilio de Lestines, celebrado bajo los hijos de Carlos Martell en 743. En este renglón es necesario recordar también que a pesar de dicha cesión, la Iglesia permaneció como la propietaria legal de las tierras alienadas. Este expolio y las concesiones de las principales dignidades eclesiásticas tanto a quienes carecían totalmente de méritos como a aquellos quienes sus cualidades militares les recomendaban –como por ejemplo la asignación de las sedes episcopales de Reims y Trier a Milon- fueron algunas de las razones por las que Carlos Martell no fuera muy apreciado por el clero de ese tiempo. Un reflejo de lo anterior es el hecho que Hincmar de Reims contaba en pleno siglo noveno que San Euquerio le había obsequiado una visión en la que se mostraba a Carlos en el infierno como justa condena por el saqueo de las propiedades de la Iglesia.
Sin embargo, sin negar el casi total carácter guerrero de su reinado, Carlos Martell no fue indiferente a los más altos intereses de la civilización y la cristiandad. Como Napoleón después de la Revolución Francesa, Carlos inició sus campañas entre los años de 715 y 719; y no hubo de tolerar ni perpetrar muchos de los actos de violencia realizados en contra de la Iglesia, promoviendo el establecimiento de un orden social y procurando la restauración de los derechos de la jerarquía católica. Ésto se refleja en la protección que en 723 brindó a San Bonifacio (Winfrido) el gran apóstol de Alemania, protección que resultó por demás benéfica, tal como el propio santo lo hubo de relatar a su viejo amigo Daniel de Winchester, ya que sin ella Bonifacio no hubiera podido administrar su iglesia así como tampoco defender su grey e impedir el avance de la idolatría; por tal motivo, Carlos comparte en cierto grado la gloria y el mérito de la gran labor civilizatoria de Bonifacio.
Carlos Martell murió después de haber dividido el Imperio Franco como herencia entre sus dos hijos, Carlomán y Pipino el Breve.
GODEFROID KURTH. Transcrito por Michael C. Tinkler. Traducido del inglés por Luis Serrano Espinoza (Universidad de Guanajuato).
Los años subsecuentes fueron plenos de distenciones. Ansioso por castigar a los sajones que habían invadido Austrasia, Carlos en 718 dejó perder su nación en las orillas del Weser. En 719 Ratdob murió y Carlos tomó Friesland occidental sin gran resistencia por parte de los frisios, quienes la habían ocupado a la muerte de Pipino. Por su parte, Neustria, una continua amenaza, había sumado fuerzas con el pueblo de Aquitania, pero Carlos los destrozó en Soissons. Después de esta derrota, tanto la necesidad de rendirse como la muerte del rey Clotario IV, a quien Carlos había puesto en el trono apenas dos años antes, facilitaron la reconciliación de las dos grandes facciones del imperio franco. Carlos reconoció a Chilperico como cabeza de la monarquía, mientras que por su parte, Neustria y Aquitania respaldaron la autoridad de Carlos; pero cuando Chilperico murió al año siguiente (720), Carlos designó como su sucesor al hijo de Dagoberto III, Thierry IV, quien aún era menor de edad y que ocupó el trono de 720 a 737. Una segunda expedición contra los sajones en 720, y con la definitiva sumisión de Raginfredo quien había abandonado el país de Angers (724), se restableció la monarquía franca como lo estuvo en los tiempos de Pipino de Herstal, concluyéndose la primera serie de campañas de Carlos Martell. Los siguientes seis años fueron benéficos casi en su totalidad, distinguiéndose por el reconocimiento de la autoridad franca sobre las tribus germánicas dependientes. Entre 725 y 728 Carlos intervino en Bavaria donde el duque Agilolfing se había vuelto independiente de forma gradual, restableciendo entonces la sobernía franca y trayendo consigo a la princesa Suanehilda, quien aparentemente se había convertido en su mujer. En 730 marchó contra Lantfredo, duque de Alemania, a quien igualmente sometió, con lo que el sur de Alemania una vez más formó parte del imperio franco, como lo fue el norte durante los primeros años del reino. Sin embargo, en los confines del imperio una terrible tormenta se estaba formando, ya que desde hacía varios años los musulmanes de España estaban amenazando Gaul. Repelidos en 721 por el duque Eudes, regresaron en 725 y penetraron el reino hasta Borgoña, donde destruyeron Autun. El duque Eudes, incapaz de resistir el ataque, se conformó con negociar con los invasores otorgando a Othmar, uno de sus jefes, la mano de su hija, circunstancia que le ganó la enemistad de Carlos, quien lo venció en 731; sin embargo, la muerte de Othmar acaecida ese mismo año volvió a dejar a Eudes a la merced de los ataques musulmanes. En 732 Adb-er-Rahmán, gobernador de España, cruzó los Pirineos a la cabeza de un inmenso ejército, superando al duque Eudes y avanzando hasta el Loira, depredando e incendiando todo a su paso. En octubre de 732, Carlos se encontró con Abd-er-Rahmán en las afueras de Tours, donde le derrotó y mató en batalla (la batalla de Poitiers) suceso que hubo de convertirse en uno de los más grandes eventos en la historia mundial, ya que de él dependió que la civilización cristiana continuara reinando sobre Europa, en lugar de la eventual dominación del Islam. Se dice que fue esta batalla la que dio a Carlos su nombre, Martel (tudites) “el martillo” a causa de la forma despiadada con la que combatió a sus enemigos.
El resto del reinado de Carlos Martell fue una serie ininterrumpida de combates victoriosos. En los años de 733 y 734 sofocó la rebelión instigada por el duque frisio Bobo, quien fue muerto en batalla y con lo que se subyugó la región de Friesland que adoptó finalmente el cristianismo. En 735 después de la muerte de Eudes, Carlos entró en Aquitania para sofocar la revuelta de Hatto y Hunoldo, hijos del difunto duque, dejando el ducado a Hunoldo (736). Entonces expulsó a los árabes de Arles y Avignon, venciendo a sus ejércitos sobre el río Berre cerca de Narbona, mientras que en 739 reprimió un levantamiento en Provenza, cuyos rebeldes estaban acaudillados por Maurontus. Fue tan grande el poderío de Carlos durante los últimos años de su reinado que no se molestó en resolver el problema de elegir al sucesor del rey Thierry IV, quien había muerto en 737, puesto que asumió la completa autoridad para sí mismo, gobernando sin el derecho legal de hacerlo. Cerca de un año antes de la muerte de Carlos, el Papa Gregorio III solicitó su ayuda al verse amenazado por Luibrando rey de Lombardía, sin embargo, Carlos era por ese entonces aliado del rey, ya que éste había prometido asistirle en la guerra contra los árabes en Provenza, además de que el franco ya comenzaba a sufrir de la enfermedad que finalmente lo llevaría a la tumba, circunstancias que fueron suficientes para que los enviados del Papa volvieran sin obtener el objeto de su encargo. No obstante, parece que de acuerdo con los términos de un acto publico dado a conocer posteriormente por Carlomagno, Carlos había accedido -al menos en principio- a defender a la Iglesia Romana y sólo la muerte pudo impedirle cumplir con ese compromiso.
El reino franco, que en el principio estuvo tan pleno de conflictos sangrientos y de permanentes distenciones, no hubiera sido una realidad si Carlos no hubiera encontrado los medios suficientes para atraer y recompensar a los rebeldes. Para este propósito concibió la idea de otorgarles los beneficios de grandes extensiones de tierras de la Iglesia, expolio que se conoce como la “secularización de Carlos Martell”. Existió un proceso que pudo excusar esta acción sin que pretendiera justificarla, ya que fue absuelto hasta cierto punto por la amnistía concedida por el Concilio de Lestines, celebrado bajo los hijos de Carlos Martell en 743. En este renglón es necesario recordar también que a pesar de dicha cesión, la Iglesia permaneció como la propietaria legal de las tierras alienadas. Este expolio y las concesiones de las principales dignidades eclesiásticas tanto a quienes carecían totalmente de méritos como a aquellos quienes sus cualidades militares les recomendaban –como por ejemplo la asignación de las sedes episcopales de Reims y Trier a Milon- fueron algunas de las razones por las que Carlos Martell no fuera muy apreciado por el clero de ese tiempo. Un reflejo de lo anterior es el hecho que Hincmar de Reims contaba en pleno siglo noveno que San Euquerio le había obsequiado una visión en la que se mostraba a Carlos en el infierno como justa condena por el saqueo de las propiedades de la Iglesia.
Sin embargo, sin negar el casi total carácter guerrero de su reinado, Carlos Martell no fue indiferente a los más altos intereses de la civilización y la cristiandad. Como Napoleón después de la Revolución Francesa, Carlos inició sus campañas entre los años de 715 y 719; y no hubo de tolerar ni perpetrar muchos de los actos de violencia realizados en contra de la Iglesia, promoviendo el establecimiento de un orden social y procurando la restauración de los derechos de la jerarquía católica. Ésto se refleja en la protección que en 723 brindó a San Bonifacio (Winfrido) el gran apóstol de Alemania, protección que resultó por demás benéfica, tal como el propio santo lo hubo de relatar a su viejo amigo Daniel de Winchester, ya que sin ella Bonifacio no hubiera podido administrar su iglesia así como tampoco defender su grey e impedir el avance de la idolatría; por tal motivo, Carlos comparte en cierto grado la gloria y el mérito de la gran labor civilizatoria de Bonifacio.
Carlos Martell murió después de haber dividido el Imperio Franco como herencia entre sus dos hijos, Carlomán y Pipino el Breve.
GODEFROID KURTH. Transcrito por Michael C. Tinkler. Traducido del inglés por Luis Serrano Espinoza (Universidad de Guanajuato).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.