Las primitivas religiones animistas se basaban en los ciclos de la naturaleza y en los acontecimientos astronómicos relacionados con ellas (los solsticios de verano e invierno y los equinocios de primavera y otoño).
En la noche más larga del año, el solsticio de invierno (en torno al 25 de diciembre), conocido como "la puerta de los dioeses" se conmemoraba el nacimiento de la luz, del "dios sol". Era el día en que los druidas celtas celebran su fiesta anual del fuego.
Como explica el historiador de las religiones E. Royston Pike: "Los persas y los egipcios, los fenicios y los sirios, los griegos y los romanos, los aztecas y los incas, los hindúes y otros pueblos, celebraban en aquel día el parto de la reina de los Cielos, la Virgen celestial, y el nacimiento de su hijo, el dios solar."
Todos estos dioses recibían el apelativo del "Salvador".
En tiempos remotos, en las primeras sociedades agrícolas, el ritual imponía que una doncella escogida para representar a la Diosa Madre, la Virgen, contrajera solemnes nupcias con un doncen denominado Rey Sagrado. La fecundidad de esa pareja divina determinaba la fecundidad de los cultivos y la de los animales que alimentaban a la tribu. Cuando la Virgen o Diosa Madre quedaba preñada se sacrificaba al Rey Sagrado, como se sacrifica el grano de la espiga sepultándolo para que al cabo de los meses germine de él la nueva cosecha.
[La Virgen daba a luz en torno al 25 de diciembre y cuando el divino Hijo alcanzaba la pubertad se casaba con él y se repetía el rito. Parece que el rito se producía cada año sagrado (diecinueve años). Es obvio que la virgen que representa a la Diosa Madre se iría renovando en la persona de una joven fértil y bien constituida para su papel de Madre Sagrada.]
Con el tiempo ese ritual sangriento se suavizó. La muerte del Rey Sagrado se sustituyó por su mera mutilación o por otro tipo de sacrificio. De esta revolución del primitivo rito nacieron los cultos mistéricos que se desarrollaron en el mundo antiguo entre los siglos VII y IV a.C (un milenio aproximadamente).
Los cultos mistéricos se denominan así porque reservaban ciertos secretos doctrinales y ritos litúrgicos para una minoría de iniciados que ascendían a lo largo de varios grados de conocimiento.
Cada pueblo de la Antigüedad tuvo su hombre/dios solar: los egipcios creían en Osiris y en Horus; los griegos, en Dionisios; los frigios de Asia Menor, en Atis; los sirios, en Adonis; los persas, en Mitra; los romanos y otros pueblos itálicos, en Baco; los germanos y escandinavos en Frey.
Esos dioses eran representaciones del Rey Sagrado. Todos ellos sufrían una muerte cruenta y resucitaban. Los fieles del culto mistérico rememoraban la muerte y resurrección del dios mediante ritos que les aseguraban la resurrección y los redimían de la angustia de la muerte.
Estos dioses que nacen entre los hombres, sufren muerte cruenta y resucitan, ¿no nos recuerda a Jesús? Como todos ellos son anteriores a nuestro Jesús se deduce que, en realidad, la historia de Jesús, su Pasión, muerte y Resurrección, reproduce fielmente aquellas creencias. Coinciden hasta los más mínimos detalles: el dios iraní Mitra nace en una cueva en torno al 25 de diciembre (solsticio de invierno), hijo de Dios y de una virgen [A veces lo hacen hijo de una roca (petra generatrix), evidente supervivencia de la primitiva representación de la Diosa Madre neolítica, que era una esfera de piedra.] Asisten a su nacimiento unos pastores (suelen ser tres, como los reyes magos); sus fieles lo llaman "Salvador" e "Hijo de Dios"; predica el bautismo que simboliza la nueva resurrección del alma; en una boda convierte el agua en vino; entra triunfante en una ciudad montado en una borriquita y aclamado por una muchedumbre de seguidores que lo reciben con palmas (me refiero a palmas de palmera) [Los dioses mistéricos que comparecen montados en un asno simbolizan de este modo su dominio de las bajas pasiones inherentes a su naturaleza humana. Por lo tanto, están listos para reintegrarse en sus naturalezas divinas. En los cultos de Atis en lugar de palmas y ramas de olivo se agitaban juncos.] Muere en primavera para redimir los pecados de mundo; ya cadáver, desciende a la morada de los muertos, pero al tercer día resucita y asciende a los Cielos; al fin de los tiempos regresará para juzgar a los hombres; su muerte y resurrección se rememoran en un ágape ritual en el que los fieles comen pan y beben vino (que representan respectivamente su carne y su sangre).
La Santa Cena (o mejor el Santo Almuerzo) en la que Jesús instituye la eucaristía ["Tomad y comed, éste es mi cuerpo (...); tomad y bebed, ésta es mi sangre" (Mc 14,22-24). "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros... Aquel que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él" (Jn 6,53-56). Entre los adoradores de Dionisios este pan representante de la carne y de la sangre del divino se llamaba makaria ("bienaventuranza").] parece inspirada en la fórmula mitraica: "Quien no coma de mi cuerpo y no beba de mi sangre para hacerse uno conmigo y yo con él, no conocerá la salvación".
En esta ceremonia teofágica (teofagia, "comerse al Dios") podemos ver el eco lejano del canibalismo que practicaron las primeras sociedades religiosas [¿Deboraban al Rey Sagrado fecundador de la Dios Madre después de apiolarlo ritualmente? Pudiera ser.]
La comida del dios sacrificado de manera cruenta deja rastros en casi todos los cultos mistéricos, pero en el tiempo al que aludimos la religión se había civilizado lo suficiente para sustituir con pan ácimo y vino aguado la carne y la sangre del Rey Sagrado.
Ninguna religión mistérica toma el pan y el vino como mero símbolo: cuando el sacerdote pronuncia sus palabras mágicas, la ofrenda se convierte en carne y sangre verdaderas del dios, aunque en el paladar del comulgante sigan sabiendo a pan y a vino.
Cicerón escribe a este respecto: "¿Puede haber alguien tan tonto que crea que el alimento que come es verdaderamente Dios?". [Cicerón, De natura deorum, III, 201, V, 41.].
La eucaristía, sin duda el rito culminante del catolicismo, plantea algunas delicadas cuestiones que convendría que los teólogos solventaran de una vez por todas.
Veamos: Jesucristo está realmente presente, nada de metáforas, coon su carne y con su sangre, en la eucaristía. Cuando el creyente comulga ingiere a Jesucristo vivito y coleando en la aparente oblea de trigo (sólo aparente, ojo). Esa carne y esa sangre de Jesucristo que el comulgante ingiere con unción va a parar a su estómago, donde se digiere y pasa al intestino. El camino y el proceso, todos lo sabemos, el el usual de cualquier alimento, sea o no espiritual: una parte se absorbe, entra en el torrente sanguíneo y se transforma en la propia esencia corporal del cristiano que, de este modo, se cristianiza aún más, pues integra al Cristo vivo en su propia materia orgánica. Ahora bien, una parte de esa sustancia hostial, aunque sea mínima (pero que contiene a todo Dios, no lo olvidemos) no se digiere sino que, tras deambular por el intestino delgado y por el grueso, desemboca en el recto y se expele con las heces.
Aquí viene la parte verdaderamente escatológica, plenamente escatológica de este asunto. En esas heces que el creyente expulsa de sí, en el placentero reservado va algo de la hostia consagrada, algo de Jesucristo.
¿Algo?
No. Algo no: la doctrina de la Iglesia insiste en que en la más mínima partícula de la hostia, aunque sólo sea un átomo prácticamente invisible de ella, se contiene a Jesucristo entero, absolutamente entero. Ergo en la parte expulsada con las heces va Jesucristo tan completo como en una hostia terminada de consagrar, aún calentita por la conmoción transmutadora del sacramento. ¡Cómo es posible que no hayamos reparado en ello, dos mil años comulgando y expulsando heces sin advertir la enormidad que cometíamos!
Ni la Iglesia ni la comunidad cristiana tienen hoy pretexto para seguir descuidando un punto de tan vital importancia.
Otros seis sacramentos mitraícos coinciden con los cristianos. Fuera de este ámbito existe una clara mención de este rito en el Libro de los Muertos egipcio. La comunión era signo de iniciación, cuando el aspirante había pasado por la catequesis previa.
En la ceremonia de iniciación pagana a la que aludimos doce veteranos rodean al que representa al hombre dios, los mismos que más tarde bailan en torno al iniciado. ¿No nos reuerda a los doce apóstoles? [Mitra se representa como un joven tocado con un gorro frigio que sacrifica a un toro seccionándole la yugular con un cuchillo (Mitra Tauroctonos).].
El bautismo de los devotos de Mitra se practicaba, en principio, con la sangre del toro sacrificado, identificado con Mitra; después, dada la dificultad de sacrificar toros, que salían carísimos, se cambió la sangre por agua bendita. A la entrada de los mitreos había una pila con agua bendita para que los fieles se mojaran la frente al penetrar en el recinto sagrado.
La historia de Jesús punto por punto, siglos antes de que Jesús naciera.
La primera mención histórica de Mitra se encuentra en los Vedas, libro sagrado de la India (unos tres mil quinientos años antes de Cristo). Mitra era entonces un dios benéfico supeditado al dios máximo Ahura Mazda ("Señor Sabio") del día, de la luz. Su colega y oponente era Varuna, dios de la noche y de la oscuridad. El culto se transmitió de la India a Persia hacia el año 1500 a.C.
En el año 1200 a.C nació, ¡de una virgen!, un niño llamado Zaratustra (o Zoroastro). El portento ocurrió en Bactriana (hoy Afganistán). Las similitudes de Zaratustra con Jesús van más allá del milagroso nacimiento: lo bautizaron en un río, asombró a los sabios por sus conocimientos, retirado al desierto lo tentó el demonio, recibió una revelación de Dios y predicó una nueva religión (el mazdeísmo) cuyo libro sagrado, el Avesta (la Palabra) explica la existencia de dos dioses enfrentados: Ahura Mazda (el Bien) y Angra Mainyu (el Mal).
Auxiliado por doce discípulos, el profeta Zaratustra predicó el mazdeísmo al tiempo que obraba milagros, curaba a los enfermos y hasta resucitaba a los muertos. Cuando murió, sus fieles lo conmemoraron en banquete rituales bajo la denominación de "la Palabra hecha carne" (¿no nos recuerda a "el Verbo se hizo carne" del Evangelio de Juan 1,14?).
El mazdeísmo inspiró sucesivamente a las grandes religiones monoteístas de la humanidad (mitraísmo [en realidad es una derivación del mazdeísmo], judaísmo, cristianismo, islamismo).
Los mazdeístas creían en la primera pareja humana, en el Diluvio Universal, en el Arca que salvó a una pareja de animales de cada especie, en el Cielo, en el Infierno, en la venida a la Tierra de un redentor de la humanidad y en el juicio Final, tras una batalla entre los demonios de Angra y los Ángeles de Ahura Mazda, creían además en la existencia de una Trinidad divina (Ahura Mazda, Mitra y Anahita, la esposa de Ahura Mazda y madre de Mitra). Los adoradores de Mitra reconocían seis niveles de iniciación, por los que el devoto ascendía hasta reintegrarse a Dios. El más alto era el del páter (padre) que cubría la cabeza con un gorro frigio y portaba una vara y un anillo [Pudiera haber inspirado la categoría episcopal de los cristianos o, al menos sus símbolos (la mitra, el báculo y el anillo)].
Como hemos dicho, el mazdeísmo inspiró el mitraísmo, uno de los cultos mistéricos vigentes en tiempos de Jesús. Hay que reconocer que las coincidencias de Zaratustra y Mitra con Jesús son extraordinarias. Lo que más nos impresiona como católicos es el rito mitraico de comulgar con la carne y la sangre del Dios que se diría directamente inspirado en nuestra santa misa, si no fuera porque tenemos pruebas fehacientes de que es bastante más antiguo.
Algunos autores católicos se han esforzado en explicar estas similitudes aduciendo que los mitraicos sucesores de los mazdeístas plagian la mitología de los cristianos. ¿Por qué no? Lo cierto es que no han quedado textos mitraicos que prueben su mayor antigüedad [¿Qué necesidad había de aquellas incitaciones al error? La Iglesia los destruyó en cuanto alcanzó el estatus de religión oficial de Roma.], pero en los templos mitraicos quedaron pinturas que cuentan en imágenes la vida y milagros del dios.
Los templos de Mitra o mitreos eran, al principio, cuevas naturales, lo que remite a una religión muy primitiva. Después, estas cuevas se reprodujeron en estancias excavadas en la roca viva o edificadas en el subsuelo. Se han conservado algunos mitreos de regular tamaño, con aforo para unas cuarenta personas, porque el cristianismo construyó sobre ellos sus iglesias cuando se apropió no sólo de los ritos sino incluso de los lugares sagrados de las otras religiones. En todo el antiguo Imperio romano se conservan mitreos convertidos en critpas de iglesias (San Clemente de Roma, por ejemplo).
Estos ritos y liturgias sorprendentemente parecidos a los católicos se repiten en otras religiones precristianas mediterráneas y orientales [Los misterios del sirio Adonis se celebran al grito de "¡la estrella de la salvación ha nacido en Oriente!". El dios frigio Attis, llamado "el Salvador", "el Buen Pastor" y "el Hijo de Dios", nacía de una virgen, Nana, el 25 de diciembre, y era, a un tiempo, Padre e Hijo divino. Lo crucificaban en un árbol para la salvación de la humanidad, resucitaba al tercer día, predicaba un bautismo por el que "se nace nuevamente", y sus fieles celebraban un ágape anual en el que el pan representaba la carne del dios y el vino su sangre. Su resurrección se celebraba en primavera.
Buda, llamado "la Luz del Mundo" y "el Maestro", venerado en la India y en China, nacía de la virgen Maya un 25 de diciembre, anunciado por una estrella. Lo visitaban sabios que le llevaban ricos presentes. A los doce años enseñaba en el templo. Durante un ayuno lo tentó el diablo Mara. Se bautizó con agua, curó enfermos, alimentó a una muchedumbre con sólo una canasta de panes, predicó la pobreza y la renunciación de los bienes y placeres mundanos...
Krishna, segunda persona de la trinidad hindú, hijo de la virgen Devaki, nacía en una cueva establo iluminada por una estrella donde las vacas lo adoraban. El rey Kansa lo buscaba para matarlo (como Herodes a Jesús). Obraba milagros, curaba sordos, ciegos y leprosos, resucitaba a los muertos, moría en la cruz, resucitaba al tercer día y ascendía al Cielo.
En el Mediterráneo, el héroe del dios mistérico adoptaba las características del Osiris egipcio y del Dionisios griego, los dos nacidos, según unas fuentes el 25 de diciembre; según otras, el 6 de enero (también Jesús nace el 6 de enero, la Epifanía, para la iglesia armenia). El dios escandinavo Frey es hijo de los dioses Odín y Friga y nace un 25 de diciembre.]
Dionisios, "el Redentor", "el Salvador", "el Ungido", nacía de una virgen, Semele, en un pesebre, un 25 de diciembre. Hacia milagros, transformaba el agua en vino en sus bodas con Ariadna, penetraba triunfalmente en una ciudad a lomos de un asno y alimentaba con su propio cuerpo a sus devotos. Su símbolo es el carnero o el cordero. En Las bacantes, Dionisios se presenta ante sus discípulos como "Señor Dios, nacido de Dios" que ha abandonado "la forma inmortal para adoptar la apariencia humana". Cuando después de apresado, golpeado y escarnecido, compareció ante Penteo (su Poncio Pilato), le dijo: "No puedes hacerme nada que nno haya sido dispuesto", que nos recuerda la advertencia de Jesús al romano: "No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba" (Jn 19,11). Dionisios llevaba un manto escarlata (como Jesús en la Pasión) y sus iniciados acataban la cruz como símbolo [No como instrumento de ejecución, lo que les habría parecido una perversidad sadomasoquista, sino como representación de la naturaleza en sus cautro elementos: tierra, agua, fuego, aire. Este uso de la cruz por paganos anteriores a Cristo escandalizaba a Arnobi, en el siglo III, maestro de Lactancia, en su obra Adversus gentes.]
El parecido no se limita a lo expuesto. Al igual que la Virgen María, la divina madre de Dionisios, la virgen Semele, sube al Cielo en cuerpo y alma para permanecer al lado de su divino Hijo.
Heracles el griego, "el Salvador", "el Unigénito", nace de una virgen el 25 de diciembre y lo sacrifican en el equinocio de primavera.
Las coincidencias de antiguos relatos y mitos egipcios con los episodios de la vida de Jesús son igualmente sorprendentes. Desde las primeras dinastías, el faraón, hijo del dios del Cielo, tiene dos naturalezas, divina y humana, resucita después de muerto y se reúne con su padre del Cielo.
El Osiris egipcio, "el dios hecho hombre", "el camino de la verdad y la luz", "el verbo hecho carne" anunciado por una estrella nace en un pesebre de la virgen Isis-Meri el 25 de diciembre. Un poema egipcio lo celebra: "¡Nos ha nacido el Niño! ¡Venid y adoradlo!" Bautizado por Anub, su vida es un continuo viaje en el que predica, pacifica a los pueblos, hace milagros y expulsa a los demonios. Su muerte en la cruz y su resurrección al tercer día se celebran en el equinocio de primavera (Pascua).
Existen diversas representaciones de Osiris crucificado. Nuestra reproducción procede del sello amuleto del museo de Berlín, tomado del liro de Freke y Gandi, ob. cit.
Cuando su culto pasa a Roma lo llaman el Keristo ("Ungido").
Tantas coincidencias inducen a sospechar a algún estudioso que los Evangelios pudieran ser obra de sacerdotes judeoegipcios del templo de Serapis en Sakkara, que los redactarían a partir de textos egipcios.
La crucifixión y resurrección del dios figura en otros cultos mistéricos mediterráneos, siempre coincidiendo con la Pascua cristiana.
Los devotos de Attis celebran las Megalenses, tres días de fiesta en los que colgaban a su dios de un pino sagrado, lo sepultaban y resucitaba al tercer día. La misma ceremonia se repetía en Siria con los devotos de Adonis.
Aceptémoslo: las curaciones milagrosas, las expulsiones de demonios y la resurrección de los difuntos eran facultades que los practicantes de cultos mistéricos atribuían a distintos dioses y héroes de la Antigüedad, muchos de ellos anteriores a Jesús: Asclepio, Empédocles, Pitágoras (que también caminaba sobre las aguas)... Incluso coinciden ciertos simbolismos numéricos: los cultos mistéricos veneran el número ciento cincuenta y tres [Es la medida matemática del triángulo equivalente a longitud dividida por la altura, a menudo símbolo de Dios (ese triángulo que Dios Padre, el venerable anciano de la barba blanca, usa como peineta en lo alto de nuestros retablos). Arquímedes lo denomina "la medida del pez" o raíz cuadrada de tres (265/153 : 1,732050808). ¿Por qué el pez? Porque cuando un círculo pasa por el centro de otro, al cortarse, forman un pez esquemático, la vesica piscis, la intersección entre dos círculos. No es casualidad que el número 153 aparezca en los Evangelios en la pesca mialgrosa (el pez, claro, en Jn 21,11). Es el primer símbolo cristiano, antes que la cruz, y anagrama de Cristo, porque pez en griego se dice ICHTHYS, iniciales de "Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador". El símbolo de la cruz no comienza a usarse hasta el siglo V con la posible y única excepción de un grafito encontrado en una columna romana que representa a un crucificado con cabeza de asno al que acompaña la inscripción: "Alexamenos adora a su Dios." Se ha interpretado como la caricatura insultante de Cristo, el asno crucificado, al que adora el creyente al que se quiere humillar, el tal Alexamenos. También podría tratarse de una representación de la muerte del yo inferior que preconizan los cultos báquicos. El grafito se ha fechado entre el 193 y el 235.]
¿Qué significan estas sorprendentes coincidencias? ¿Indican acaso que la historia de Jesús plagia la de Mitra y la de otros dioses de las religiones mistéricas mediterráneas, todas tan similares que parecen derivar de una historia primordial perdida?Los historiadores Timothy Freke y Peter Gandy defienden esta tesis: "Antes de nuestra era, un grupo de judíos creó una versión judía de los misterios paganos. Los iniciados judíos adaptaron los mitos paganos de Osiris-Dionisios para crear la historia de un Dios Hombre judío que moría y resucitaba: Jesús el Mesías. Con el tiempo este mito se interpretó como un hecho histórico y el resultado de todo ello fue el cristianismo literalista.
Según esto, los cristianos "crearon una religión cuya doctrina aseguraba que Jesús era el Hijo de Dios que nacía, moría y resucitaba en sentido literal, nada simbólico", lo que desembocó en una religión "dogmática que desfigura y tergiversa el gnosticismo del cristianismo original. ¿Quienes tomaron por documentos históricos lo que eran simplemente metáforas gnósticas de los paganos? San Pablo, unos veinte años después de la muerte de Jesús, al que no conoció; Marcos, cuarenta años después y Juan, poco después".
Algo parecido ocurre con los milagros de Jesús: la moderna hipercrítica los considera meras leyendas hagiográficas urdidas por los cristianos para demostrar la divinidad del fundador: "Parece probable que los relatos taumatúrgicos tienen generalmente un origen helenístico", asevera el investigador Rudolf Bultmann. Morton Smith, por su parte, considera a Jesús un mago helenístico similar al famoso Apolonio de Tiana, que también obraba notables milagros.
¿Qué necesidad tenía Jesús de hacer milagros cuando, en su calidad de Dios, podría haber inspirado fe en los hombres sin necesidad de demostrar nada?
Respecto a los milagros consulten la Leyenda Áurea de Jacopo da Voragine. y comprobarán que los santos y patriarcas que siguieron la senda de Jesús también hacían milagros y obraban prodigios. Algunos incluso le salieron tan buenos discípulos que hasta superaban al Maestro en el número y la cantidad de los Milagros.
El Dios Mitra y su religión cautivaron a los romanos a partir del siglo II a.C, especialmente a los soldados de las legiones que, debido a su oficio itinerante, hoy aquí, mañana allí, reprimiendo rebeliones, pacificando pueblos, difundieron estas creencias hasta los más remotos rincones del Imperio.
El mitraísmo, surgido probablemente en el siglo II a.C, alcanzó su máxima expansión durante el siglo III, cuando la primitiva religión grecorromana, la de Júpiter-Zeus y los dioses del Olimpo, estaban en franca decadencia. La proliferación de los cultos mistéricos aconsejó a las autoridades una fusión de los más importantes en el Sol Invictus, el patrón de las legiones romanas que el emperador Aureliano declaró oficial en 274. El nacimiento del dios, el natalis Solis invicti ("nacimiento del Sol invencible"), seguía celebrándose el 25 de diciembre. No es casualidad que el cristianismo escogiera ese día como fecha del Nacimiento de Jesús [El Papa Julio I. la declaró oficialmente en el año 336. Anteriormente el nacimiento de Jesús se conmemoraba el 6 de enero, junto con la Epifanía (otra fecha significativa en el paganismo, inicio del año nuevo para los egipcios). Los ortodoxos de la Iglesia Oriental siguen celebrando el nacimiento de Jesús el 6 de enero.]
Cristianismo y mitraísmo (bajo su aspecto de Sol Invictus) compitieron por el Imperio romano hasta que el emperador Constantino I, necesitado de una religión estatal que cohesionara el Imperio, decidió fusionar los dos cultos con predominancia del cristianismo.
¿Por qué apoyó al cristianismo un emperador que toda su vida habia sido fiel a Mitra? Evidentemente por inspiración divina, un milagro. Sin embargo los historiadores prefieren pensar que el taimado gobernante se limitó a apostar por el caballo ganador. ¿Por qué llevaba el cristianismo las de ganar? La respuesta se cae de su peso. Al contrario del mitraísmo, que era una religión de hombres, el cristianismo primitivo acogía a las mujeres, especialmente a las viudas ricas, y las mujeres adoctrinadas por el clero influían sobres sus hijos y maridos. Nadie lo sabía mejor que el propio Constantino, cuya madre, la cristiana santa Elena, le daba la tabarra a diario.
Teodosio (379-394), el sucesor de Constantino, profundizó en la misma política, declaró al cristianismo religión oficial del Imperio y prohibió la práctica del mitraísmo. Las nuevas Iglesias se construyeron sobre los mitreos, ya lo hemos visto; los textos sagrados del mitraísmo se incineraron.
El cristianismo se organizó con sagacidad e inteligencia. Copió la estructura religiosa del mitraísmo y la estructura política del Imperio Romano. Al principio se las arregló sin sacerdotes: todos los fieles podían hablar en la asamblea en término de igualdad, moderados por uno de ellos, el que gozara de más prestigio. Los más ancianos repartían las limosnas de la colecta entre los más pobres.
JUAN ESLAVA GALÁN.
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