Segunda Parte
Una de las características esenciales de las
cosmologías bantú es la ausencia del dualismo, o sea las contradicción en el
cosmos: todo el cosmos está unido, todo el cosmos está reconciliado. En un
primer nivel intercósmico: existe una unidad entre el mundo de los espíritus y
el mundo de los seres no espirituales. A causa de esta relación; lo que ocurre
en una de estas esferas tiene sus efectos en la otra, por tanto, no existe
ninguno hermetismo entre los dos mundos.
Otro de los niveles es el “intracósmico”, es una
unidad dentro de la esfera de la vida
visible y la esfera de la vida invisible. En la esfera visible, está la
unidad entre los seres humanos y la naturaleza con todos sus elementos. Por
último esta el nivel individual que es la una unidad dentro de cada ser del
universo invisible y del universo visible, especialmente dentro del ser humano, (su parte visible y su parte invisible),
por tanto la conservación de cada unidad y protección permite el equilibrio del
cosmos. Por eso, al ser humano le está impuesta la obligación de la
conservación de su unidad originaria con si mismo, con la naturaleza y con el
cosmos entero¹.
Para el bantú el respeto de este imperativo
garantiza su dignidad como ser humano; por que donde no hay comunidad (esto incluye no solo al hombre también la
naturaleza plantas y animales) no puede haber vida, y menos vida humana.
Esta unidad necesaria entre los seres humanos y la
naturaleza se nota por ejemplo con la costumbre muy extendida en particular
entre muchos pueblos bantú de la República Democrática
del Congo que consiste en dar a personas humanas como apellidos nombres de
animales (por ejemplo: “nsombo” [jabalí],
nzoku [elefante], makako [mono], ngando [cocodrilo], ngubu [hipopótamo] o de
objetos (por ejemplo: “bondoki” [escopeta], “menga” [pimienta], “nzinga”
[cordón, en particular el cordón umbilical]).
Por ejemplo, la prohibición de comer unos animales
a veces está basada en las relaciones especiales entre los mismos animales y
los miembros de un clan, un poblado o una familia.
El otro principio bantú es “el respeto del orden”,
orden como principio de jerarquía entre seres humanos miembros de una misma
comunidad. ¿Qué significa esto? Que una misma comunidad humana es regida no por
un modelo único sino por una diversidad de sistemas basados en criterios
determinados, el más importante, sobre todos los otros, la supremacía de la
sabiduría (“la sagesse”). Es la capacidad de ver a las personas, con una mirada
serena, equilibrada y profunda. La sabiduría conduce a discernir la verdadera
esencia de cada ser, de cada cosa, es decir lo que cada lo que es cada cosa en
realidad, más allá de las apariencias.
En otros términos, la sabiduría permite ir más allá
de lo visible, de lo material para “VER” el mundo invisible que constituye la
sustancia determinante de la realidad, lo trascendental que establece la
verdadera dimensión de la vida. Los mayores merecen nuestro respeto porqué se
presume que con el número de años de existencia y de experiencias es improbable
que sus ojos no se hayan ya abierto a los secretos que rigen el mundo. Vejez,
sabiduría y prestigio social configuran una trilogía que ilustra la
originalidad de la dignidad de la persona humana del bantú.
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