Además
del a. canónico de Juan y algunas partes «apocalípticas» de los libros canónicos
de la sagrada Escritura (contenidas, p. ej., en Is, Ez, Dan, Zac, Mc 13, 5-37
par), se ha conservado de la antigüedad una serie de obras religiosas judías y
cristianas que por su contenido o por su estilo pertenecen al género apocalíptico,
y, por lo menos en parte, son designadas actualmente como a. (-> apocalíptica).
Según el tiempo de su composición y también según la persona que había de
recibir el contenido, se dividen en a. del AT y del NT. En lo que sigue no
enumeraremos exhaustivamente ni éstos ni aquéllos (extensa enumeración en
LThk'l i, 696-704). Aquí sólo se mencionan y estiman en su importancia los
escritos más principales. Además, sólo trataremos de los que llevan marcado
cuño apocalíptico, por lo que se excluyen los testamentos de los 12 patriarcas
y los oráculos sibilinos.
Todos
estos a., como apelan a una autoridad que es bien conocida por la Biblia y como
su contenido es religioso o por lo menos ofrece un matiz religioso, se
presentaron como libros que pretendían ser normativos para el judaísmo y la
Iglesia cristiana. Pero ambas partes les negaron a la larga y de modo general
semejante valor, por más que algunos de estos escritos fueron estimados, acá y
allá, transitoriamente como libros canónicos; pues, al fijarse el canon judío
y luego el cristiano, dichos a. no obtuvieron el rango canónico. Al no
admitirlos la Iglesia como autoritativos, ella dio a entender que estas obras no
están inspiradas y, por tanto, no ostentan el sello que poseen los libros
pertenecientes a la S. Escritura. Tales textos pertenecen, pues, a los llamados apócrifos.
Si
en lo que sigue mantenemos la distinción tradicional entre a. del A y del NT,
hay que recordar, sin embargo, que algunos a. del AT han pasado por una
reelaboración cristiana, y sólo en esta forma han llegado hasta nosotros, y
hasta pueden ser de procedencia cristiana aprovechando material judío. No
siempre es aquí posible deslindar exactamente lo que pertenece a un autor judío
y lo que viene de un cristiano. Quedan, sin embargo, bastantes libros cuyo
origen judío es seguro.
I.
Los apocalipsis del AT
1.
Los libros de Henok pretenden fundarse
en visiones y audiciones que se supone recibió el Henok conocido por Gén 5,
21-24.
a)
EL primer libro de Henok, llamado Henok etiópico, porque sólo se
conserva completo en versión etiópica, fue originariamente escrito en semítico,
y en la forma como se nos ha transmitido presenta una colección, no siempre
equilibrada, de trozos apocalípticos de los dos últimos siglos a.C. A una
introducción (1-5) siguen explicaciones sobre los ángeles, su caída y castigo
(6-36), luego los llamados discursos figurados, en que se trata del futuro reino
de Dios, de la resurrección de los muertos, del juicio y de la morada de los
bienaventurados. Aquí se insertan elucubraciones sobre los ángeles, el
diluvio, los misterios del mundo estelar y los fenómenos de la naturaleza. En
esta parte, como en Dan y más fuertemente
que en el NT, desempeña cierto papel la noción o idea del «hijo del hombre»
(37-71). El libro se ocupa además en cuestiones astronómicas, el sol y la
luna, los vientos y otros procesos atmosféricos (72-82), ofrece un bosquejo de
historia universal hasta la instauración del reino mesiánico (83-90) y termina
con exhortaciones del propio Henok (91-105). El libro se aproxima al mundo
ideológico de los esenios y fue evidentemente compuesto en Palestina. El
escrito llegó a gozar de estimación incluso en la primitiva Iglesia, hasta el
punto de que lo cita la carta canónica de Judas (Jds 14s = 1 Hen 1, 9); esta
carta aprovecha además leyendas que están en el libro de Henok, y también en
otros escritos judíos de los últimos siglos precristianos.
b)
El segundo libro de Henok, emparentado con el primero, pero independiente
de él, llamado también Henok eslavo, porque, compuesto originariamente en
griego, sólo se conserva en versión eslava, existe en redacción larga y
breve. El libro narra el viaje de Henok por los siete cielos, y lo que allí
aprendió sobre los ángeles, el paraíso y el infierno (1-21); siguen
revelaciones que habría recibido Henok acerca de la creación, la historia de
los hombres hasta su tiempo, así como sobre el diluvio y la salvación de Noé
(22-38). Luego, enseñanzas y exhortaciones del mismo Henok, que es recibido en
el más alto cielo (67s). La obra parece proceder de la diáspora judía y puede
haberse compuesto antes del año 70 d.C., pero se nos ha transmitido en
refundición cristiana.
2.
La asunción de Moisés (Assumptio
Mosis). Se ha conservado un testamento de Moisés en versión latina que se
funda en un original griego. Aquí predice Moisés antes de su muerte la
historia del pueblo judío hasta el tiempo de los hijos de Herodes I, la llegada
del juicio universal y del reino de Dios. El escrito se compuso según eso en
torno al cambio de época, probablemente en Palestina; lo que no puede decidirse
con seguridad es si se compuso en semítico o en griego. La primitiva Iglesia
cristiana conoce un escrito designado como «Asunción» o «Ascensión de
Moisés», del cual se cree muchas veces que forma parte el fragmento
conservado. No puede decidirse si esa creencia está justificada. Según algunos
primeros teólogos cristianos (CLEMENTE DE
ALEJANDRÍA, Adumbrationes in ep. Iudae; ORÍGENES, De principiis III,
2, 1; DIDYMUS, In ep. Iudae enarratio) la AsMo habría contenido la
leyenda de la disputa de Miguel con Satanás sobre el cadáver de Moisés, que
se menciona en la carta canónica de Judas (v. 9).
3.
El cuarto libro de Esdras es un a. muy difundido en la antigüedad; se ha
perdido su texto original hebreo y la redacción griega fundada en él, pero se
ha conservado en traducciones del griego: en latín, siríaco, etiópico,
armenio y árabe. Es un escrito judío, que, en la versión latina, recibió
adiciones cristianas. En siete visiones recibe Esdras, de un ángel,
revelaciones acerca de cuestiones religiosas y, en imágenes alegóricas (mujer
de luto = Sión, águila = Roma, hombre que sale del mar = Mesías), sobre la
desgracia de Israel por la caída de Jerusalén en el año 70 d.C., desgracia
que ha de remediar el Mesías. El escrito, recopilado hacia el año 100 d.C.,
emparentado con el a. siríaco de Baruc, recogió distintos fragmentos de tiempo
anterior, señaladamente del primer siglo poscristiano. Evita las exageraciones,
atestigua religiosidad interna y tenía sobre todo por misión consolar a los
judíos del desastre del año 70 y entenderlo en la perspectiva del venidero
mundo de la justicia y la salvación. El libro gozó de particular estima en la
primitiva Iglesia, muchos escritores eclesiásticos lo citaron y aun hoy día se
halla como apéndice en la Vulgata oficial. Algunos pasajes procedentes de
adiciones cristianas han entrado en la liturgia romana y en ella se han
mantenido hasta hoy día; así, el versículo del introito del lunes de
Pentecostés (de 4 Esd 2, 36s) y particularmente la oración por los difuntos,
formada con apoyo en este libro (2, 34s): Requiem
aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.
4.
Los a. de Baruc. Bajo el nombre de Baruc, discípulo de Jeremías (Jer
32, 12-16; 43, 6; 45, 1-5), se nos han transmitido dos a., el a. siríaco de
Baruc (por haberse conservado sólo en versión siríaca) y un segundo que, por
su lengua, se llama a. griego de Baruc.
a)
EL a. siríaco de Baruc contiene revelaciones que se supone recibiera
Baruc al tiempo de la destrucción de
Jerusalén por los caldeos (s. vi a.C.). En siete secciones o capítulos se le
instruye a Baruc acerca de la ruina de Jerusalén, el castigo que caerá
también un día sobre los gentiles, las tribulaciones antes de la aparición
del Mesías, el reino de éste, las calamidades de los últimos tiempos, la
resurrección de los justos, su gloria eterna y los tormentos de los condenados.
El contenido se ofrece, en parte, en imágenes alegóricas (agua negra y clara =
historia judía, rayo = Mesías). El final lo forman exhortaciones a Israel. Lo
mismo que 4 Esd, el a. siríaco de Baruc quiere apartar los ojos de la
devastación sufrida por Jerusalén y la tierra santa bajo los romanos y mirar
hacia el futuro en que viene el Mesías, consolando así a Israel. A la vez,
como el otro escrito, quiere responder a las cuestiones sobre la providencia de
Dios que plantea el desastre nacional. Este a. se compuso, lo más pronto,
después del año 70, o tal vez a comienzos del segundo siglo cristiano. La
dificultad de la datación depende de que la obra está emparentada con 4 Esd, y
no es posible decidir la prioridad de uno u otro escrito. El texto siríaco es
una traducción del griego; la obra pudo estar originariamente escrita en
semítico.
b)
El a. griego de Baruc, conservado también en forma breve en eslavo,
contiene revelaciones que Baruc habría recibido en un viaje por los cinco
cielos. Contempla entre otras cosas la marcha del sol y de la luna (6-9), y a
los ángeles, que, con cestillas llenas de flores -las virtudes de los
justosacuden a Miguel que guarda las llaves del reino de los cielos (11-12 ). El
escrito se roza con el Henok eslavo y con el a, siríaco de Baruc, pero en su
forma actual es un producto cristiano, acaso del s. ir. Es difícil decidir si
la base es un escrito judío o si un autor cristiano ha aprovechado ideas
judaicas.
II.
Los apocalipsis del Nuevo Testamento
A
partir del s. ii surgió una literatura, relativamente rica, de a. cristianos
apócrifos. Unas veces se refundieron en sentido cristiano escritos judíos de
este género (cf. antes), pero luego se crearon también nuevos a. en sectores
tanto católicos como heréticos, sobre todo gnósticos. Su tradición literaria
es en muchos casos muy confusa, pues los textos originales
han sufrido múltiples reelaboraciones, añadiduras y poetizaciones.
5.
La ascensión de Isaías (Ascensio Isaiae, llamado también Apocryphum
Isaiae o Visio Isaiae) consta de una leyenda judía (tal vez esenia) del
último siglo precristiano sobre el martirio de Isaías (1, 1-2a, 6b-13a; 2,
1-3, 12; 5, lb-14), de una profecía, aquí interpolada, sobre Cristo y su
Iglesia procedente del tiempo de la persecución de Nerón (3, 13b-4, 18) y de
una visión de Isaías, de fines aproximadamente del s. ii. Esta visión, que
delata sello gnóstico, describe la ascensión de Isaías por los 7 cielos y la
venidera redención por Cristo (6, 1-11, 40). Las tres piezas pudieron haberse
juntado ya en el s. ii, pero acaso no se unieron hasta el s. III o Iv. La obra,
escrita originalmente en griego, sólo se ha conservado entera en traducción
etiópica, a la que se añaden un fragmento griego (2, 4-4, 4) y tres latinos
(2, 14-3, 13; 7, 1-19; 6-11). En este escrito reviste interés para la historia
de los dogmas el hecho de que el Espíritu Santo sea concebido como un ángel
(3, 16; 4, 21; 7, 23; 9, 35s; 39s, 10, 4; 11, 4, 33), que se sienta a la
izquierda de Dios, como Cristo a su derecha (11, 32s).
6.
EL a. de Pedro. Se ha conservado en una
traducción etiópica y en un fragmento mayor griego, lengua en que fue
originalmente escrito. Sentado Cristo en el monte de los Olivos, se le acercan
los discípulos pidiéndole les diga el tiempo de su vuelta y del fin del mundo
(cf. Mc 13, 3s par). El Señor describe su parusía, amonesta contra seductores
y desarrolla la parábola de la higuera (Mc 13, 28s par). Predice que
aparecerán Henok y Elías como adversarios del Anticristo, que saldrá del
judaísmo. Jesús indica además las espantosas señales que precederán a la
resurrección de los muertos y al juicio universal. Luego muestra a los
discípulos los lugares en que los condenados sufren distintos castigos según
sus culpas, y describe los goces de los escogidos. Finalmente, acompañado de
Moisés y Elías, sube Cristo al cielo. El escrito se compuso en el siglo ir,
tal vez ya en su primera mitad.
7.
El a. de Pablo. Según su prólogo, habría sido encontrado, bajo el
emperador Teodosio (379-395), en Tarso, en la casa que antaño
habitara Pablo; sin duda fue compuesto entonces o algo más tarde por un monje.
No puede decidirse si aprovechó un escrito más antiguo. Se conserva en griego,
con mejor texto en una traducción latina, compuesta a más tardar hacia el 500,
en la Visio Pauli, que se ha perpetuado en 12 refundiciones medievales,
por lo general más breves; además, en versión siríaca, copta, etiópica,
arábiga, paleoeslava, alemán medieval, francesa e inglesa. Esta múltiple
traducción permite concluir la difusión y popularidad de que gozó esta obra.
Por mandato de Cristo, Pablo exhorta aquí a los pecadores a penitencia. Ve
cómo mañana y noche los ángeles de los pueblos y de los hombres particulares
dan cuenta a Dios sobre aquellos que están confiados a su protección. El
Apóstol contempla además el juicio que espera al hombre inmediatamente
después de su muerte, la nueva Jerusalén con los patriarcas y profetas, con
David y los inocentes. Ve el río de fuego del infierno y a los condenados en
sus tormentos; sin embargo, el día de pascua, a ruegos de Miguel y de Pablo,
cesan los tormentos (44).
El
conjunto (según la versión latina) son las supuestas revelaciones que recibió
Pablo según 2 Cor 12, 2s. Para la historia de los dogmas es interesante la
indicación de cuáles son los herejes que sufren castigos especiales, son, a
saber, los que niegan la verdadera humanidad de jesús y la presencia real de
Cristo bajo las especies eucarísticas. De notar es también el descanso pascual
en el infierno; aquí se ha continuado el motivo judío de un descanso sabático
en el infierno (cf. BILLERBECK IV, 1076, 1082, 1093), que, en el cristianismo,
se transformó posteriormente en descanso dominical en el purgatorio. Esta idea
ha persistido hasta nuestro siglo en la liturgia romana, en cuanto el lunes
está consagrado a los santos ángeles (misa votiva de los ángeles) y, en
determinados lunes, había que intercalar la oración por los difuntos; al
comienzo de una nueva semana de pasión había que orar por las almas del
purgatorio y encomendarlas a la protección de los ángeles. Tal vez aluda Dante
(Divina Comedia, Infierno II, 28) a nuestro escrito.
8.
El Pastor de Hermas. Este escrito debe también mencionarse aquí por su
carácter apocalíptico, si bien se aparta, en muchos aspectos, de los otros a.
Lo cual debe decirse ya del mismo que tiene
las visiones apocalípticas; él se llama Hermas, es evidentemente una persona
histórica, de Roma, del s. II (fragmento muratoriano) y no apela, en todo caso,
a un hombre de Dios de tiempos idos. Tampoco se trata de revelaciones acerca de
cosas cósmicas o escatológicas. E1 conjunto es más bien una exhortación a la
penitencia, hecha en forma apocalíptica. El estado de pecado en que, no
obstante su bautismo, se encuentran los cristianos, ha de ser reconocido; así
debe despertarse el espíritu de penitencia y renovarse la vida cristiana. Estas
exhortaciones se dan a base de revelaciones divinas y por mandato divino.
Primeramente, Hermas recibe estas comunicaciones celestes de una señora que se
le aparece y simboliza a la Iglesia; luego, del ángel de la penitencia, que
se le aparece en atuendo de pastor; de ahí le viene a la obra su título de
«Pastor de Hermas». Se divide en 5 visiones, 12 mandamientos (mandata) y 10
parábolas (similitudines). El autor se llama Hermas y ése hubo de
ser su nombre. Pero también pudiera ser una ficción, como tantos otros datos
sobre su vida, y como es sin duda ficción la envoltura visionaria. El autor
parece haber sido judeocristiano - según el fragmento muratoriano, fue hermano
del obispo romano Pío (140-155?) - o por lo menos próximo al
judeocristianismo.
La
obra se ha conservado en su forma original griega, no entera pero sí en su
máxima parte. Añádense dos traducciones latinas y otra etiópica de todo el
libro. En la antigüedad cristiana el escrito fue a veces tenido por libro
canónico, aunque lo repudia ya el canon de Muratori. La obra tiene máxima
importancia para la historia de la penitencia sacramental en la iglesia romana
del s. II. Aun después del bautismo hay para los pecadores posibilidad de
penitencia, que consiste en el arrepentimiento y en la expiación, por la que
Dios perdona el pecado. Eso sí, el que a pesar de esta segunda penitencia cae
de nuevo, «difícilmente alcanzará la vida» (mand. 4, 3, 6). Menos felizmente
pensaba el autor sobre la Trinidad, al no distinguir suficientemente entre el
Hijo de Dios y el Espíritu Santo.
III.
Importancia de estos apocalipsis
Al
leer estos escritos, tenemos la impresión de que son ciertamente productos
interesantes de una actitud espiritual del
pasado, pero que mucho y aun la mayor parte de su contenido no nos atañe para
nada, pues estamos más allá en el conocimiento de los procesos de la
naturaleza y en la evolución de las ideas religiosas. Sin embargo, estos
escritos conservan aún su valor para nosotros y, de un modo u otro, siquiera
muy mediatamente, repercuten también en nuestro tiempo. Ya hemos aludido a sus
relaciones con la sagrada Escritura, la teología cristiana y la piedad popular.
De
importancia es también la angelología, ricamente desarrollada. Más de
una concepción tiene su paralelo en los espíritus naturales de las religiones
paganas. Lo que nosotros entendemos como juego de fuerzas de la naturaleza, se
atribuía entonces a acciones de los ángeles. Tales imaginaciones nos salen al
paso en la piedad popular y señaladamente en la superstición; en forma
purificada hallaron acogida hasta en la escolástica (ángeles de la naturaleza
en TOMAS DE AQuiNo, S. Th. i, q. 110 a. 1-3).
De
particular interés son las ideas de los a. judíos sobre el Mesías. Algunos
puntos tienen cierto paralelismo con el NT; así el título de «hijo del
hombre» de 1 Hen, que, por lo demás, aparece también en forma peculiar en el
libro canónico de Daniel (7, 13), o el título de «hijo mío», es decir, de
Dios, dado al salvador mesiánico de 4 Esd. En conjunto, sin embargo, lo que
puede saberse sobre la persona del Mesías es insignificante al lado de lo que
nos enseña el NT. Así estos escritos nos permiten conocer qué esperanzas
alentaban, antes y después de la era cristiana, en círculos apocalípticos
judíos; pero nos ponen a la vez de manifiesto la enorme distancia respecto de
la cristología de la primitiva Iglesia. Este hecho nos advierte que no hay que
exagerar la contribución que la esperanza mesiánica expresada en la
apocalíptica judía aportó á la cristología de la Iglesia.
Los
a. del NT gustan de ocuparse del más allá, dando más pormenores todavía que
los a. judíos. Se pinta plásticamente el infierno, en que cada vicio halla su
peculiar castigo. Así quieren los autores infundir horror al pecado. Y acaso lo
lograran entonces hasta cierto punto; hoy, empero, nada nos dicen esas pinturas,
pues sabemos lo que tienen de figuradas o imaginarias. Sin embargo, este género
literario ha influido fuertemente en la
literatura occidental (con una magnífica elaboración libre, p. ej., en Dante),
así como en la predicación, en la pintura y, no poco, en la alta mística
(visiones con motivo de la conversión: Teresa de Ávila, Ignacio, etc.). En
forma «secularizada» esas descripciones aparecen en la literatura actual con
idéntica intención parenética (Dostoievski, Camus, Sartre, etc.).
Johann
Michl
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