Es el nombre con que se designaba a una o más sectas cristianas primitivas que estaban plagadas de errores judaicos.
El término ebionitas, o más correctamente Ebionæans (Ebionaioi), es una transliteración de un vocablo arameo que significa “hombres pobres”. Aparece por primera vez en San Ireneo (Adv. Haer., I, XXVI, 2), pero sin designar un significado. Orígenes (Contra Celso, II, I; De Princ., IV, I, 22) y Eusebio (Hist. Eccl., III.27) asocia el nombre de estas sectas con la pobreza de su entendimiento, con la pobreza de la Ley a que se aferraban, o con el concepto pobre que tenían sobre Cristo. Sin embargo, es obvio que éste no es el origen histórico del nombre. Otros escritores, como Tertuliano (De Praescr., XXXIII; De Carne Chr., XIV, 18), San Hipólito (cfr. Pseudo-Tert., Adv. Haer., III, reflejo del perdido Sintagma de Hipólito) y San Epifanio (Haeres., XXX) derivan el nombre de la secta de un tal Ebión, su supuesto fundador. Epifanio menciona incluso su lugar de nacimiento, una aldea llamada Cochabe, en el distrito de Basán, y relata que viajó por Asia, y que llegó a visitar Roma.
Entre los eruditos modernos, Hilgenfeld ha afirmado la historicidad de este Ebión, basándose mayormente en algunos pasajes atribuidos a Ebión por San Jerónimo (Comm. in Gal., III, 14) y por el autor de una compilación de textos patrísticos contra los monotelitas. Pero es poco probable que estos pasajes sean auténticos; y Ebión, un desconocido en la historia, quizás sea sólo una invención para explicar el nombre ebionitas. Puede que el nombre fuera auto-impuesto por los que gustosamente decían tener la bienaventuranza de ser pobres en espíritu o los que decían seguir el ejemplo de los primeros cristianos en Jerusalén, que pusieron sus bienes a los pies de los Apóstoles. Tal vez, sin embargo, los demás les pusieron el nombre primero, y se debe relacionar con la notoria pobreza de los cristianos en Palestina (cf. Gál. 2,10).
Los eruditos modernos han afirmado verosímilmente que al principio el término no designaba a ninguna secta herética, sino a los judíos ortodoxos cristianos de Palestina que siguieron guardando la Ley Mosaica. Éstos, al dejar de estar en contacto con la mayor parte de la cristiandad, se habrían alejado gradualmente del estándar de ortodoxia, convirtiéndose en herejes formales. Se puede ver una etapa de esta evolución en el capítulo XLVII del “Diálogo con el Judío Trifón” de San Justino (hacia el 140 d.C.), el cual habla de dos sectas de cristianos judíos que se distanciaron de la Iglesia: los que guardaban la Ley Mosaica sin exigir que los demás la guardaran, y los que la consideraban obligación universal. Al segundo grupo todos lo consideraban herético, pero San Justino tenía comunión con el primer grupo, a pesar de que no todos los cristianos le tenían la misma indulgencia. Sin embargo, San Justino no empleaba el término ebionitas; y cuando el término aparece por primera vez (cerca 175 d.C.), designa una secta claramente herética.
San Ireneo dice que las doctrinas de esta secta eran semejantes a las de Cerinto y Carpócrates. Los ebionitas negaban la divinidad y el nacimiento virginal de Cristo, se aferraban a la observancia de la ley judaica, tenían por apóstata a San Pablo, y sólo reconocían el Evangelio según San Mateo (Adv. Haer., I, XXVI, 2; III, XXI, 2; IV, XXXIII, 4; V, I, 3). San Hipólito (Philos., VIII, XXII, X, XVIII) y Tertuliano (De carne Chr., XIV, 18) describen sus doctrinas de manera similar, pero la observancia de la Ley no parece ser un rasgo tan prominente de su sistema como en el relato de Ireneo. Orígenes fue el primero (Contra Celso, V.61) en señalar una distinción entre dos clases de ebionitas, distinción también señalada por Eusebio (Hist. Eccl., III.27). Aunque todos los ebionitas rechazaban la preexistencia y divinidad de Cristo, algunos rechazaban y otros aceptaban su nacimiento virginal. Los que aceptaban su nacimiento virginal parecen haber tenido una opinión más sublime acerca de Cristo y, además de guardar el Sabbath parecen haber guardado el domingo para conmemorar su Resurrección. Estos ebionitas de índole moderada eran probablemente menos numerosos y de menor importancia que sus hermanos más estrictos, puesto que se le atribuía a todos el rechazo del nacimiento virginal (Orígenes, Hom. in Luc., XVII). San Epifanio llamaba ebionitas al bando más herético, y nazarenos a los de tendencia católica. Sin embargo, no sabemos de dónde San Epifanio obtuvo esta información ni cuán confiable es. Por lo tanto, es arriesgado afirmar, como se hace a veces, que la distinción entre los nazarenos y los ebionitas se remonta a los primeros días del cristianismo.
Además de estos ebionitas judaicos, hubo un desarrollo gnóstico posterior de la misma herejía. Los ebionitas gnósticos se diferenciaban grandemente de las escuelas principales del gnosticismo en que rechazaban por completo cualquier distinción entre Yahveh el Demiurgo y el Buen Dios Supremo. Los que consideran esta distinción como esencial al gnosticismo se opondrían incluso a catalogar de gnósticos a los ebionitas. Pero por otro lado, el carácter general de sus enseñanzas es indudablemente gnóstico, lo cual se puede deducir de la literatura pseudoclementina, y se pueden resumir así: La materia es eterna, y es una emanación de la Deidad; Es más, constituye, como si fuera, el cuerpo de Dios. Por ende, la creación es tan sólo la transformación de la materia preexistente. De esta manera, Dios “crea” el universo por medio de su sabiduría, la cual se describe como “una mano demiúrgica” (cheir demiourgousa) que produce al mundo. Pero este Logos (o Sofía) no constituye una persona distinta, como en el caso de la teología cristiana. La Sofía produce al mundo mediante una sucesiva evolución de sizigias. (N. del T.: parejas de eones) en las que el (eón) femenino siempre precede al masculino, pero es definitivamente vencido por este último. Además, este universo se divide en dos reinos, a saber, el del bien y el del mal. El Hijo de Dios impera sobre el reino del bien, y a Él le es dado el mundo venidero, mas el Príncipe del Mal es el príncipe de este mundo (cf. Jn. 14,30; Ef. 1,21; 6,12). Este Hijo de Dios es el Cristo, un ser intermedio entre Dios y la creación. No es una criatura, pero tampoco es igual al Padre y ni siquiera se debe comparar con Él (autogenneto ou sygkrinetai — Hom., XVI, 16). Adán fue el portador de la primera revelación; Moisés, de la segunda; y Cristo, de la tercera, que es la perfecta. La unión del Cristo con Jesús está envuelta en oscuridad. El ser humano se salva por el conocimiento (gnosis), por creer en Dios el Maestro, y por el bautismo para remisión de pecados. De este modo recibe el conocimiento y las fuerzas para cumplir con todos los preceptos de la ley. Cristo vendrá otra vez triunfante para vencer al Anticristo, como la luz disipa las tinieblas. En este sistema se funden el panteísmo, el dualismo persa, el judaísmo y el cristianismo; y se parece en algunos aspectos a la literatura mandeísta. La obra “Recognitiones”, según aparece en la traducción (¿revisión?) de Rufino, se acerca más a la doctrina católica que las “Homilías”.
Entre los escritos de los ebionitas, se deben mencionar los siguientes:
Fuente: Arendzen, John. "Ebionites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05242c.htm>.
Traducido del inglés por Eric Ayala, Puerto Rico. rc
El término ebionitas, o más correctamente Ebionæans (Ebionaioi), es una transliteración de un vocablo arameo que significa “hombres pobres”. Aparece por primera vez en San Ireneo (Adv. Haer., I, XXVI, 2), pero sin designar un significado. Orígenes (Contra Celso, II, I; De Princ., IV, I, 22) y Eusebio (Hist. Eccl., III.27) asocia el nombre de estas sectas con la pobreza de su entendimiento, con la pobreza de la Ley a que se aferraban, o con el concepto pobre que tenían sobre Cristo. Sin embargo, es obvio que éste no es el origen histórico del nombre. Otros escritores, como Tertuliano (De Praescr., XXXIII; De Carne Chr., XIV, 18), San Hipólito (cfr. Pseudo-Tert., Adv. Haer., III, reflejo del perdido Sintagma de Hipólito) y San Epifanio (Haeres., XXX) derivan el nombre de la secta de un tal Ebión, su supuesto fundador. Epifanio menciona incluso su lugar de nacimiento, una aldea llamada Cochabe, en el distrito de Basán, y relata que viajó por Asia, y que llegó a visitar Roma.
Entre los eruditos modernos, Hilgenfeld ha afirmado la historicidad de este Ebión, basándose mayormente en algunos pasajes atribuidos a Ebión por San Jerónimo (Comm. in Gal., III, 14) y por el autor de una compilación de textos patrísticos contra los monotelitas. Pero es poco probable que estos pasajes sean auténticos; y Ebión, un desconocido en la historia, quizás sea sólo una invención para explicar el nombre ebionitas. Puede que el nombre fuera auto-impuesto por los que gustosamente decían tener la bienaventuranza de ser pobres en espíritu o los que decían seguir el ejemplo de los primeros cristianos en Jerusalén, que pusieron sus bienes a los pies de los Apóstoles. Tal vez, sin embargo, los demás les pusieron el nombre primero, y se debe relacionar con la notoria pobreza de los cristianos en Palestina (cf. Gál. 2,10).
Los eruditos modernos han afirmado verosímilmente que al principio el término no designaba a ninguna secta herética, sino a los judíos ortodoxos cristianos de Palestina que siguieron guardando la Ley Mosaica. Éstos, al dejar de estar en contacto con la mayor parte de la cristiandad, se habrían alejado gradualmente del estándar de ortodoxia, convirtiéndose en herejes formales. Se puede ver una etapa de esta evolución en el capítulo XLVII del “Diálogo con el Judío Trifón” de San Justino (hacia el 140 d.C.), el cual habla de dos sectas de cristianos judíos que se distanciaron de la Iglesia: los que guardaban la Ley Mosaica sin exigir que los demás la guardaran, y los que la consideraban obligación universal. Al segundo grupo todos lo consideraban herético, pero San Justino tenía comunión con el primer grupo, a pesar de que no todos los cristianos le tenían la misma indulgencia. Sin embargo, San Justino no empleaba el término ebionitas; y cuando el término aparece por primera vez (cerca 175 d.C.), designa una secta claramente herética.
San Ireneo dice que las doctrinas de esta secta eran semejantes a las de Cerinto y Carpócrates. Los ebionitas negaban la divinidad y el nacimiento virginal de Cristo, se aferraban a la observancia de la ley judaica, tenían por apóstata a San Pablo, y sólo reconocían el Evangelio según San Mateo (Adv. Haer., I, XXVI, 2; III, XXI, 2; IV, XXXIII, 4; V, I, 3). San Hipólito (Philos., VIII, XXII, X, XVIII) y Tertuliano (De carne Chr., XIV, 18) describen sus doctrinas de manera similar, pero la observancia de la Ley no parece ser un rasgo tan prominente de su sistema como en el relato de Ireneo. Orígenes fue el primero (Contra Celso, V.61) en señalar una distinción entre dos clases de ebionitas, distinción también señalada por Eusebio (Hist. Eccl., III.27). Aunque todos los ebionitas rechazaban la preexistencia y divinidad de Cristo, algunos rechazaban y otros aceptaban su nacimiento virginal. Los que aceptaban su nacimiento virginal parecen haber tenido una opinión más sublime acerca de Cristo y, además de guardar el Sabbath parecen haber guardado el domingo para conmemorar su Resurrección. Estos ebionitas de índole moderada eran probablemente menos numerosos y de menor importancia que sus hermanos más estrictos, puesto que se le atribuía a todos el rechazo del nacimiento virginal (Orígenes, Hom. in Luc., XVII). San Epifanio llamaba ebionitas al bando más herético, y nazarenos a los de tendencia católica. Sin embargo, no sabemos de dónde San Epifanio obtuvo esta información ni cuán confiable es. Por lo tanto, es arriesgado afirmar, como se hace a veces, que la distinción entre los nazarenos y los ebionitas se remonta a los primeros días del cristianismo.
Además de estos ebionitas judaicos, hubo un desarrollo gnóstico posterior de la misma herejía. Los ebionitas gnósticos se diferenciaban grandemente de las escuelas principales del gnosticismo en que rechazaban por completo cualquier distinción entre Yahveh el Demiurgo y el Buen Dios Supremo. Los que consideran esta distinción como esencial al gnosticismo se opondrían incluso a catalogar de gnósticos a los ebionitas. Pero por otro lado, el carácter general de sus enseñanzas es indudablemente gnóstico, lo cual se puede deducir de la literatura pseudoclementina, y se pueden resumir así: La materia es eterna, y es una emanación de la Deidad; Es más, constituye, como si fuera, el cuerpo de Dios. Por ende, la creación es tan sólo la transformación de la materia preexistente. De esta manera, Dios “crea” el universo por medio de su sabiduría, la cual se describe como “una mano demiúrgica” (cheir demiourgousa) que produce al mundo. Pero este Logos (o Sofía) no constituye una persona distinta, como en el caso de la teología cristiana. La Sofía produce al mundo mediante una sucesiva evolución de sizigias. (N. del T.: parejas de eones) en las que el (eón) femenino siempre precede al masculino, pero es definitivamente vencido por este último. Además, este universo se divide en dos reinos, a saber, el del bien y el del mal. El Hijo de Dios impera sobre el reino del bien, y a Él le es dado el mundo venidero, mas el Príncipe del Mal es el príncipe de este mundo (cf. Jn. 14,30; Ef. 1,21; 6,12). Este Hijo de Dios es el Cristo, un ser intermedio entre Dios y la creación. No es una criatura, pero tampoco es igual al Padre y ni siquiera se debe comparar con Él (autogenneto ou sygkrinetai — Hom., XVI, 16). Adán fue el portador de la primera revelación; Moisés, de la segunda; y Cristo, de la tercera, que es la perfecta. La unión del Cristo con Jesús está envuelta en oscuridad. El ser humano se salva por el conocimiento (gnosis), por creer en Dios el Maestro, y por el bautismo para remisión de pecados. De este modo recibe el conocimiento y las fuerzas para cumplir con todos los preceptos de la ley. Cristo vendrá otra vez triunfante para vencer al Anticristo, como la luz disipa las tinieblas. En este sistema se funden el panteísmo, el dualismo persa, el judaísmo y el cristianismo; y se parece en algunos aspectos a la literatura mandeísta. La obra “Recognitiones”, según aparece en la traducción (¿revisión?) de Rufino, se acerca más a la doctrina católica que las “Homilías”.
Entre los escritos de los ebionitas, se deben mencionar los siguientes:
- Su evangelio: San Ireneo sólo declara que usaban el Evangelio de San Mateo. Eusebio modifica esta declaración al hablar sobre un tal Evangelio según los Hebreos, del cual tenían conocimiento Hegesipo (Eusebio, Hist. Eccl., IV.22.8), Orígenes (Jerónimo, De vir., ill., 2) y Clemente de Alejandría (Stromata, II.9.45). Era probablemente el levemente modificado San Mateo en el arameo original, escrito en caracteres hebreos. Sin embargo, San Epifanio lo atribuye a los nazarenos, mientras que los ebionitas verdaderos sólo poseían una copia incompleta, falsificada y truncada del mismo (Adv. Haer., XXIX, 9). Es posible que sea idéntico al Evangelio de los Doce.
- Sus apócrifos: “Los viajes de Pedro” (periodoi Petrou) y los Hechos de los Apóstoles, entre los cuales se encuentran “Las Ascensiones de Santiago” (anabathmoi Iakobou). En gran parte, los primeros libros nombrados están contenidos en las Homilías Clementinas bajo el título “Compendio de los Sermones de los Viajes de Pedro” (escrito por Clemente), y también en las “Recognitiones” (igualmente atribuidas a Clemente). Constituyen una antigua novela didáctica cristiana cuyo fin era propagar las ideas ebionitas, es decir, sus doctrinas gnósticas, la supremacía de Santiago, su conexión con Roma, y su antagonismo contra Simón el Mago. (Véase Clementinos.)
- Las obras de Símaco, es decir, su traducción del Antiguo Testamento (véase Versiones de la Biblia; Símaco el Ebionita) y su “Hypomnemata” contra el evangelio canónico de San Mateo. Esta segunda obra, la cual se ha perdido por completo (Eusebio, Hist. Eccl., VI.17); Jerónimo, De vir. ill., 44), es probablemente idéntica a la obra “De distinctione praeceptorum”, mencionada por Ebed Jesu (Assemani, Bibl. Or., III, 1).
- El libro de Elkesai, o de «El Poder Oculto», el cual pretende haber sido escrito hacia el 100 d.C., y traído a Roma hacia el 217 d.C. por Alcibíades de Apamea. A los que aceptaban sus doctrinas y su nuevo bautismo se les llamaban “elquesaítas” (Hipp., Philos., IX, XIV-XVII; Epif., Haer., XIX, 1; LIII, 1).
Fuente: Arendzen, John. "Ebionites." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/05242c.htm>.
Traducido del inglés por Eric Ayala, Puerto Rico. rc
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