A primera vista, un término tan común y concreto como “casa” no debería ofrecer muchas posibilidades de interpretación. Sin embargo, si se reflexiona, no extrañará que los evangelistas utilicen la casa como figura de realidades comunitarias.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que en el griego de los evangelios hay dos términos para “casa”; el primero (oikos) se refiere ante todo al local o habitación, aunque puede significar también la familia y el linaje (cf Gn 7,1); lo traduciremos por “casa”. El segundo término (oikía) designa más bien la familia, las relaciones humanas que existen dentro de la casa; por eso, para distinguirlo del primero, lo señalaremos como “casa/hogar”.
En el AT, la “casa de Dios” o “casa del Señor” son fórmulas estereotipadas para designar el santuario (Gn 28,17.19; 2 Sm 12,20). En los evangelios sinópticos se habla de la “casa de Dios” (Mc 2,26 par.) con referencia a la tienda del desierto (cf. 1 Sm 21,1-10) o al templo; en su denuncia cita Jesús el texto de Is 56,7 (Mc 11,17 par.: “Mi casa será llamada casa de oración”) o lo llama “la casa de mi Padre” (Jn 2,16).
Para expresar la unidad de la nación, estirpe o familia, se usan locuciones que indican su procedencia de un único antepasado, como “la casa de Israel (Mt 10,6; 15,24; cf. Éx 16,31: 2 Sm 1,12) o “la casa de Jacob” (Lc 1,33) para designar al pueblo judío; “la casa de David” (Lc 1,27.69; 2,4) para la estirpe real de David (cf. 1 Sm 20,16; 1 Re 12,16; 13,2).
En el Evangelio de Marcos, los términos “casa” y “casa/hogar” tienen sentidos diferentes, que corresponden más o menos a los del griego clásico. La “casa” significa más bien el lugar de habitación, el linaje, el patrimonio, y dice menos relación a la vida personal; la “casa/hogar” insiste más en la vinculación del hombre a su domicilio, a la organización que en él mantiene y a los que en él habitan.
En Marcos, los casos más interesantes son aquellos en los que aparece “casa” (siempre sin artículo) en relación con Jesús. Se encuentra por primera vez en Mc 2,1 (en Cafarnaún): “pasados unos días, se supo que estaba en casa”; luego, en 3,20 (lugar impreciso): “Fue a casa, y se reunió de nuevo tal multitud de gente, que [los Doce/los discípulos] no podían ni comer”; en 7,17 (lugar impreciso): “Cuando entró en casa separándose de la multitud, le preguntaron sus discípulos”; finalmente en 9,28 (lejos de Cafarnaún): “Cuando entró en casa, sus discípulos le preguntaron aparte.” Los que están en casa son siempre judíos, ya sean los habitantes de Cafarnaún (2,2), ya los Doce o los discípulos, que proceden de la institución judía. Como se ve, de estos cuatro casos, sólo en el primero “está” Jesús “en casa”. En los otros tres, “va” o “entra en casa”.
En el primer pasaje citado (2,1), en Cafarnaún, capital judía de Galilea, la gente se congrega en la casa, y en ella están sentados o “instalados” algunos letrados (2,6). Para encontrar el sentido que Marcos da a esta “casa” hay que tener en cuenta tres datos: 1) es un lugar donde está Jesús; 2) es un lugar donde se congrega (verbo griego, sinágô, del que deriva “sinagoga”) la gente, y 3) es lugar de los letrados, es decir, de los maestros oficiales, los que enseñaban en la sinagoga.
Ahora bien: si intentamos conjugar estos tres datos, puede deducirse que una “casa” que engloba a los israelitas de Cafarnaún y a sus estructuras religiosas (sinagoga, letrados), y donde “está” también Jesús, no puede ser otra que “la casa de Israel”, que representa al pueblo como tal. Jesús, que aún no se ha visto forzado a romper con la institución judía, como sucederá algo más tarde (3,6-7a), se encuentra, por tanto, en este momento dentro de su ámbito. Eso explica que aparezca una “multitud” (2,4) y no se mencionen por separado “los discípulos”; éstos, como Jesús, están aún integrados en las estructuras de su pueblo.
Los otros tres pasajes en que aparece “casa” en relación con Jesús (3,20: 7,17; 9,28) presentan semejanzas y diferencias con el de Cafarnaún. En primer lugar, los tres se encuentran después de la ruptura de Jesús con la sinagoga (3,6-7a) y de la constitución de los Doce (alusión a las doce tribus), o Israel mesiánico (3,13-19). Por ello, al analizar estas tres menciones de “la casa” habrá que tener en cuenta que la constitución del nuevo Israel ha llevado consigo la invalidación del antiguo, representado por la “casa” de Cafarnaún.
En estos tres pasajes, Jesús ya no está “en casa”, sino que “va a” (3,20) o “entra en casa” (7,17; 9,28). Además, en los tres la casa carece de localización precisa; sus ocupantes son los Doce/los discípulos (el nuevo Israel), y nunca se mencionan los letrados. Es decir, en paralelo con “la casa de Israel”, que aparecía en Cafarnaún, después de la ruptura de Jesús con la institución judía aparece la nueva “casa de Israel”, la del Israel mesiánico, representado por los Doce/los discípulos.
El hecho de que esta “casa” tenga diferentes localizaciones no es simplemente una incongruencia del evangelista, sino una marca para indicar que la nueva “casa de Israel” no está vinculada a una tierra, como la antigua, sino que existe dondequiera se encuentren los que componen el nuevo Israel. En Marcos, ella es el lugar de los discípulos, es decir, de los seguidores de Jesús procedentes del judaísmo, a los que él ha confiado una misión universal (cf. 3,14; 6,7ss).
Esta nueva “casa” se menciona por primera vez en 3,20, inmediatamente después de la constitución de los Doce (3,13-19); a ella va Jesús y allí aparecen ellos, ahora distintos de la multitud (“Fue a casa, y se reunió de nuevo tal multitud de gente, que no podían ni comer”). Es como si los Doce estuvieran ya “en casa”, esperando comer con Jesús.
La segunda y tercera vez (7,17; 9,28), Jesús entra “en casa”. En ella se encuentran los discípulos, quienes le proponen en cada caso una pregunta que provoca un reproche de Jesús (7,18: “¿Así que tampoco vosotros sois capaces de entender?”; 9,28: “Esta ralea no puede salir con nada, más que pidiéndolo”). Esto muestra la incomprensión que encuentra Jesús entre sus seguidores procedentes de la institución judía.
El hecho de que Jesús no “esté”, sino que solamente “vaya” o “entre” en esta “casa” del nuevo Israel, corresponde a la concepción de Marcos (también de Lucas) de que la comunidad de Jesús está compuesta por dos grupos: el que procede del Judaísmo (los Doce/los discípulos) y el de los seguidores que no proceden de él (cf. 2,15: “recaudadores y descreídos”). Jesús “está” o “se sienta” solamente en “la casa/hogar”, que representa a su entera comunidad (2,15; 9,35), no queda acaparado por una parte de ésta.
Una vez comprendido el sentido de la “casa” se pueden interpretar otros pasajes. Así, en 8,26, donde Jesús le dice al ciego curado (que representa a los discípulos) que se marche “a su casa”, y añade: “¡Ni entrar siquiera en la aldea!”, está recomendando a los discípulos que vivan en la nueva comunidad, que es la suya, y no se integren en el Israel que profesa las doctrinas de la institución judía. Tienen que mantener la ruptura que han hecho al responder al llamamiento de Jesús.
Más en general, “casa” designa en Marcos un espacio o territorio en cuanto está habitado por una determinada comunidad o grupo humano. Existen así, como se acaba de exponer, la “casa” del antiguo Israel (2,1) y la del nuevo Israel (3,20; 7,17; 8,26; 9,28). Ahora bien: desde que existe el nuevo Israel, la “casa” del antiguo queda reducida a ser “la casa del jefe de la sinagoga” (5,38), personaje que representa a las autoridades religiosas judías, bajo cuyo dominio está una parte del pueblo. De pueblo elegido por Dios (“casa de Israel”), el pueblo judío ha pasado a ser una masa de gente regida por una institución religiosa (“casa del jefe de sinagoga”).
Existe también “la casa” de la humanidad no israelita, representada por el paralítico (2,11: “Levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa”) y la de grupos o pueblos paganos (5,19 [al geraseno]: “Márchate a tu casa con los tuyos”; 7,30 [de la mujer sirofenicia]: “Al llegar a su casa encontró a la chiquilla echada en la cama”; 8,3 [de la multitud a la que Jesús reparte el pan la segunda vez]: “si los mando a su casa en ayunas, desfallecerán en el camino”).
El otro término (oikía), que designa la casa/hogar, aparece en los evangelios en el sentido de “casa” habitada (Mt 5,15; 7,24ss; 10,12), de “familia” (Mt 10,12; 12,25; Mc 6,4).
En el Evangelio de Marcos, desde el primer caso que aparece se manifiesta un ambiente de relación personal. En 1,29, la “casa/hogar” de Simón y Andrés incluye el vínculo de hermandad entre ellos y una familia de la que se nombra a la suegra de Simón (1,30s). Un poco más adelante, en Mc 2,15, “la casa/hogar” es el escenario de una comida en la que participan Jesús, los discípulos y un numeroso grupo de “recaudadores y pecadores”. En otro pasaje se habla de la división en el seno de una casa/familia (3,25) o del desprecio por un profeta “en su casa”, es decir, entre sus familiares (6,4). Paralelamente en otros casos (6,10; 7,24; 9,33).
Hay un pasaje en el que parecen explicitarse los contenidos de la casa/hogar. Se trata de Mc 10,29s, donde dice Jesús: “No hay ninguno que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras… que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas, hermanos y hermanas, madre, hijos y tierras”; en este caso, la “casa” (oikía) parece incluir todo lo que sigue. En otro lugar de Marcos, en cambio, “la casa/hogar” se refiere ante todo a la propiedad, a los bienes (Mc 12,40 par.: “ésos [los letrados] que se comen los hogares de las viudas con pretexto de largos rezos”).
En Marcos, por tanto, “la casa/hogar” añade a la simple “casa” la vinculación entre los que se encuentran en ella o componen la familia o, al menos, entre el dueño y los objetos que la casa encierra. Según los casos, se insiste en uno u otro aspecto, dominando, sin embargo, el de hogar/familia.
Interesante es el texto de Jn 14,2s: “en el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos”, que puede explicitarse de esta manera: “la familia de mi Padre está abierta para todos”
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