(Epistola
Tiberii ad Pilatum)
Esto
es lo que contestó César Augusto a Poncio Pilato,
gobernador de la provincia oriental. El mismo César añadió
la sentencia de su puño y letra y se la envió con el
mensajero Raab, a quien entregó, además, soldados en número
de dos mil:
«Por
cuanto tuviste la osadía de condenar a muerte a Jesús
Nazareno de una manera violenta y totalmente inicua y, aun
antes de dictar sentencia condenatoria, le pusiste en manos
de los insaciables y furiosos judíos; por cuanto, además,
no tuviste compasión de este justo, sino que, después de
teñir la caña y de someterle a una horrible sentencia y al
tormento de la flagelación, le entregaste, sin culpa alguna
por su parte, al suplicio de la crucifixión, no sin antes
haber aceptado presentes por su muerte; por cuanto, en fin,
manifestaste, sí, compasión con los labios, pero le
entregaste con el corazón a unos judíos sin ley; por todo
esto, vas tú mismo a ser conducido a mi presencia, cargado
de cadenas, para que presentes tus excusas y rindas cuentas
de la vida que has entregado a la muerte sin motivo alguno.
Pero ¡ay de tu dureza y desvergüenza! Desde que esto ha
llegado a mis oídos, estoy sufriendo en el alma y siento
que se desmenuzan mis entrañas. Pues ha venido a mi
presencia una mujer, la cual se dice discípula de Él (es
María Magdalena, de quien, según afirma, expulsó siete
demonios), y atestigua que Jesús obraba portentosas
curaciones, haciendo ver a los ciegos, andar a los cojos, oír
a los sordos, limpiando a los leprosos, y que todas estas
curaciones las verificaba con su sola palabra ¿Cómo has
consentido que fuera crucificado sin motivo alguno? Porque,
si no queríais aceptarlo como Dios, deberíais al menos
haberos compadecido de Él como médico que es. Hasta la
misma relación astuta que me ha llegado de tu parte, está
reclamando tu castigo, ya que en ella se afirma que Éste
era superior a todos los dioses que nosotros veneramos. ¿Cómo
ha sido para entregarle a la muerte? Pues sábete que, así
como tú le condenaste injustamente y le mandaste matar, de
la misma manera yo te voy a ajusticiar ati con todo derecho;
y no sólo a ti, sino también a todos tus consejeros y cómplices,
de quienes recibiste el soborno de la muerte».
Entregóseles,
pues, la carta a los emisarios y, juntamente con ella, la
sentencia en que Augusto mandaba por escrito que pasaran por
el filo de la espada a todo el pueblo de los judíos y
trajeran a Pilato, preso como reo a Roma, y juntamente con
él a los principales de entre los judíos (los que eran a
la sazón gobernadores): a Arquelao, hijo del odiosísimo
Herodes, y a su cómplice Filipo; al pontífice Caifás, y a
Anás, su suegro, y a todos los principales de entre los judíos.
Así,
pues, marchó Rachaab con los soldados e hizo como le
había sido ordenado, pasando por la espada a todos los
varones de entre los judíos, mientras que las impuras
mujeres de éstos quedaban expuestas a la violación de los
paganos, con lo que brotó una ralea abominable, como
engendro que era de Satanás. Después el emisario se hizo
cargo de Pilato, de Arquelao y Filipo, de Anás y Caifás, y
de todos los principales de entre los judíos, y cargándolos
de cadenas, se puso con ellos camino de Roma. Y sucedió
que, al pasar por cierta isla llamada Creta, Caifás perdió
la vida de una manera violenta y miserable. Tomáronle,
pues, para sepultarle, pero ni siquiera la tierra se dignó
admitirle en su seno, sino que le arrojaba fuera. Cuando
esto vieron los muchos que allí estaban, tomaron piedras
con sus manos y las arrojaron sobre el cadáver, dejándole
de esta manera sepultado.
Existía
entre los reyes de la antigüedad la costumbre de que, si un
reo de muerte contemplaba el rostro real, se veía libre de
su condenación. César, pues, dio las órdenes oportunas
para no dejarse ver por Pilato, de manera que no pudiera
escapar de la muerte. Así, pues, lo metieron en una
caverna, y allí lo dejaron, conforme a las órdenes del
emperador.
Mandó asimismo que Anás fuera envuelto en una piel de buey; y, al secarse el cuero por el sol, quedó oprimido por él, saliéndosele las entrañas por la boca y perdiendo violentamente su vida miserable. A los demás presos judíos los ejecutó pasándolos a filo de espada. Mas a Arquelao, el hijo del odiosísimo Herodes, y a su cómplice Filipo los condenó a ser empalados.
Cierto
día salió de caza el emperador e iba su persecución de
una gacela. Ésta, al pasar por la boca de la caverna [donde
estaba Pilato], se paró. Pilato estaba a punto de perecer a
manos del César, e intentó fijar en él su mirada; pero,
para que se realizara lo que estaba a punto de suceder, la
gacela vino a ponerse frente a él; César entonces disparó
una flecha con el fin de derribar al animal, pero el
proyectil atravesó la entrada de la caverna y mató a
Pilato. [Todos los que creéis que Cristo es el Dios
verdadero y Salvador nuestro, glorificadle a Él y
engrandecedle, pues le pertenece la alabanza, el honor y la
adoración con su padre sin principio y su Espíritu
consubstancial, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Amén.]
Fuente: Los Evangelios Apócrifos,
por Aurelio De Santos Otero,
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domingo, 23 de marzo de 2014
SENTENCIA DE PILATO
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