sábado, 8 de noviembre de 2014

LA CRUZADA DE LOS PASTORES.

Luis IX de Francia
La primera de estas dos "cruzadas" tuvo lugar en el año 1.251. El rey Luis IX fue capturado en Egipto durante su andadura por la séptima cruzada, de modo que su madre, Blanca de Castilla, quedó como regente.
El rey era muy querido por sus súbditos, así que Blanca hizo lo posible por traerlo de vuelta... pero la nobleza y el clero no estaban muy por la labor de rascarse el bolsillo para pagar su rescate. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, un monje húngaro afincado en el norte de Francia y conocido como "el maestro de Hungría" afirmó haber sido visitado en sueños por la Virgen, quien le había encomendado la tarea de hacer lo posible por rescatar a Luis IX.
Con esta milonga bajo el brazo, el monje consiguió levantar en armas a 60.000 pastores de las regiones de Brabant, Hainaut, Flandes y Picardía e inició la marcha hacia París, donde esperaba poder reunirse con Blanca de Castilla.

En lugar de ser recibidos como héroes, a la turba le fueron impuestas serias limitaciones, que les impedíam moverse libremente por la ciudad y les prohibía terminantemente pisar la orilla izquierda del Sena, en la que se encontraba el sector universitario.
La regente intentó entablar nuevas negociaciones con nobles y clérigos, pero la respuesta de estos volvió a ser tibia, así que el "maestro de Hungría" decidió que, dada la imposibilidad de viajar ellos mismos hasta Tierra Santa, lo mejor sería forzar a los nobles a que pagaran el rescate.

Blanca de Castilla
Dicho y hecho. Una marabunta de 60.000 pastores salió de París dispuesta a traer de vuelta a su rey. La turba se dispersó en todas direcciones y empezó a golpear a los clérigos: varios monjes fueron lanzados al Sena en Rouen, los monasterios cercanos a Tours fueron atacados e incendiados y los desmanes de los pastores empezaban a extenderse por el centro y el norte de Francia... pero la peor parte se la llevó Orleans.
A esta ciudad llegaron, el día 11 de junio, los seguidores más acérrimos del "maestro de Hungría". Nada más llegar, empezaron a asaltar los monasterios de dominicos y franciscanos y se enzarzaron en una auténtica batalla campal con los estudiantes de la universidad... pero cometieron un error: atacaron la judería.
Dado el flujo de dinero que manejaba la comunidad judía en Orleans (y en toda Francia), Blanca de Castilla, que hasta entonces había callado, ordenó la captura y excomunión de todos los pastores implicados en este simulacro de cruzada. Los grupos de pastores se disolvieron y muchos volvieron a sus casas, pero el "núcleo duro" de la turba permaneció junto a su instigador y se atrincheró a las afueras de Bourges, donde fueron masacrados junto con el "maestro de Hungría".

69 años después, en 1.320, un pastor normando fue "iluminado" una vez más por el Espíritu Santo: su cometido sería llegar a la península ibérica y ayudar a los vecinos del sur en la guerra contra el moro. El pastor levantó una multitud de desharrapados que pusieron rumbo, cómo no, hacia París.
Su idea original era reunirse con Felipe V para pedirle que les liderase hacia tierras españolas, pero como el rey ni siquiera les recibió, decidieron que sería igual de bueno liberar a todos los presos de las prisiones reales de París e incorporarlos a su causa.
Del mismo modo que lo hicieran sus predecesores en 1.251, la harapienta tropa de vagabundos, pastores y criminales salió de París y puso rumbo hacia los Pirineos con la intención de pelear al infiel cada palmo de tierra cristiana... el problema es que no es fácil mantener entretenida a una turba enfurecida, por lo que, ya que estaban, arrasaron todas las juderías que encontraron por el camino.
Cuando se quedaron sin judíos, empezaron a atacar a soldados del rey, leprosos sacerdotes y, en definitiva, a todo aquel que se ponía en su camino.

Jaime II de Aragón
Para cuando la "cruzada" llegó a los Pirineos, Jaime II de Aragón ya sabía la que se le venía encima. Los judíos eran sus súbditos del mismo modo que lo eran los cristianos y, además, pagaban muchos más impuestos, así que el rey aragonés ordenó a sus nobles que protegieran las juderías.
La medida no sirvió de nada. Los pastores asaltaban a pequeños grupos de judíos en su camino hacia el sur, pero la cosa llegó a su cénit en la fortaleza de Montclus, donde los "cruzados" asesinaron a 300 semitas.
Jaime II envió a su hijo en persona a la cabeza de una hueste que debía acabar con aquella locura de una vez por todas. El chaval, que posteriormente sería conocido como Alfonso IV, cumplió con el mandato de su padre de la mejor manera que pudo: ordenó el arresto y ejecución de todos los implicados en la matanza de Montclus.
Una vez descabezada, la cruzada se disolvió y los pastores volvieron a su casa... dejando por el camino un montón de judíos, leprosos y clérigos muertos.

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