SUMARIO: I. Aproximación existencial y cultural al problema del domingo: 1. El paso de una sociedad rural a una sociedad industrializada; 2. El fenómeno de la secularización; 3. Problemas y contradicciones resultantes: a) Indices de tendencia que resultan de la investigación sociológica y estadística, b) El panorama actual de la asamblea dominical; 4. Indicaciones de objetivos pastorales en orden a una superación de la situación - II. El domingo: fundamento bíblico y tradición eclesial: 1. Los datos del NT; 2. El domingo, día del Señor y fiesta primordial según algunos testimonios de los padres; 3. Relación entre sábado hebreo y domingo cristiano - III. Significado teológico-litúrgico del domingo: 1. El domingo, sacramento de la pascua; 2. Dimensiones del acontecimiento: a) Actualización en el presente, h) Memoria del pasado, c) Profecía del futuro; 3. Modalidades de la celebración: a) Valor pascual del "convenire in unum", b) de la proclamación-escucha de la palabra de Dios, c) del memorial eucarístico; 4. La celebración, en domingo, de los demás sacramentos - IV. Problemas y perspectivas pastorales: 1. La cuestión del "precepto"; 2. Esfuerzo para que en la celebración eucarística dominical se revele el verdadero rostro de la iglesia; 3. Domingo y celebraciones de los santos; 4. El problema de las "jornadas".
I. Aproximación existencial y cultural al problema del domingo
En la pastoral de estos últimos años, el domingo se ha
convertido en un grave problema, uno de esos nudos en los que confluyen todas
las contradicciones del momento presente, no sólo en el plano religioso y
pastoral, sino también en el cultural, social, político y económico. Cuando
se intenta realizar una aproximación a este tema, no entran en causa solamente
la vivencia de la fe y el compromiso propiamente pastoral, sino toda la
complejidad del tejido social, con particular referencia al significado del
trabajo y, por tanto, del tiempo libre, a las exigencias naturales
fundamentales de la vida de relación e interdependencia entre las personas,
etc. Así afloran a la superficie todos los interrogantes y perplejidades que
han aparecido en la iglesia y, de un modo más general, en el mundo en que
vivimos como consecuencia de las radicales transformaciones que se han
realizado en los últimos cincuenta años y que tienen raíces mucho más lejanas
y profundas.
Desde la perspectiva estrictamente religiosa, y en
particular por lo que se refiere a la celebración del domingo —que es
el aspecto que ahora nos interesa directamente—, dos son los aspectos que han
tenido y siguen teniendo incidencia sobre él, hasta hacerlo cambiar de imagen
y suscitar graves problemas pastorales. Uno de orden más bien sociológico,
otro de carácter cultural; los dos dejan una considerable huella negativa en
la fe y la práctica religiosa.
1. EL PASO DE UNA SOCIEDAD RURAL A UNA SOCIEDAD
INDUSTRIALIZADA, de una sociedad estática y cerrada a una sociedad
caracterizada por la movilidad y el
pluralismo. La primera se centraba en las realidades sacrales del
tiempo y del
espacio; en ella el domingo rompía la monotonía de las pequeñas cosas
para
evocar valores espirituales e ideales más altos, y fomentaba el
sentido de
pertenencia al grupo étnico y religioso en que las personas estaban
profundamente arraigadas. La segunda, en cambio, ha perdido estas
dimensiones
naturales, comunitarias y cósmicas: en ella domina la ley de la
productividad,
con los ritmos frenéticos que ésta lleva consigo; en ella se
manifiesta
claramente la tendencia al individualismo, que conduce a encerrarse en
lo
privado con actitud de desconfianza y de recelo hacia el otro o a
abrirse al
máximo con los grupos de los afines; se experimenta todavía la
necesidad de la
-> fiesta, pero como necesidad de evasión y de ruptura, que de
hecho se
convierte frecuentemente en cansancio, aburrimiento y frustración.
2. EL FENÓMENO DE LA SECULARIZACIÓN. Desde el punto de vista cultural, el fenómeno que
tiene mayores efectos negativos sobre la mentalidad y la práctica religiosa, y
por tanto sobre el modo de considerar y vivir el domingo, parece ser el de la
-> secularización creciente, que tiende cada vez más a convertirse en
secularismo. Basado en dicha secularización, se afirma en el hombre moderno la
tendencia a considerarse autosuficiente y la convicción de que el propio
destino, como el de la historia misma, encuentra su realización en este mundo
y que no tenemos ninguna referencia a la trascendencia. De ahí se deriva la
pretensión de excluir la religión de las estructuras y de las instituciones
públicas, para confinarla todo lo más en el ámbito de la vida privada, si es que no se la
considera insignificante o incluso alienante. El hombre que vive en la ciudad
secular, no pudiendo ya captar el designio de Dios sobre la historia, como se
realiza hoy en el tiempo de la iglesia, y sobre todo en la liturgia, ya no cae
en la cuenta de la referencia que tiene su vida, y especialmente algunos de
sus momentos, a las celebraciones litúrgicas; por ello las conoce cada vez
menos, si es que no las considera meras formas de una práctica socio-cultural
o expresión de una vaga religiosidad de tipo sacral, terminando, en
consecuencia, por abandonarlas o por darles un relieve muy escaso dentro de la
propia vida.
La polarización en torno al domingo de tantas y tan
complejas problemáticas explica los numerosos simposios y congresos,
investigaciones y estudios que se han desarrollado en estos últimos
veinte-treinta años en torno a este tema, con el intento de profundizarlo en
todos sus aspectos e implicaciones y con el objeto de iluminar su original y
originario significado bíblico-teológico, el valor que tiene en la genuina
tradición eclesial, los contenidos y las modalidades celebrativas, los
problemas que plantea a la pastoral actual y las orientaciones para su
revalorización.
Considerada la amplitud y complejidad de los puntos en
cuestión y los límites que se nos han asignado, resaltaremos solamente los
elementos más interesantes desde el punto de vista litúrgico-pastoral, sin
dejarnos arrastrar por la pretensión de llegar a conseguir un cuadro completo
y exhaustivo.
3. PROBLEMAS Y CONTRADICCIONES RESULTANTES. El día que la
tradición cristiana nos ha transmitido como el primero, el
señor de los
días, es
decir, aquel en el que se sintetizaba y se celebraba toda la historia de la
salvación centrada en la pascua de Cristo, se ha desviado gradualmente hacia la
posición diversa que describiremos en seguida (-> infra, a-b), hasta el
punto de que su identidad propiamente cristiana no sólo está seriamente
amenazada, sino que parece sin más hallarse encaminada a desaparecer por
completo.
Se verifica, con acentuación particular, a propósito
del domingo, el fenómeno que tiene una amplia resonancia en otros muchos campos
de la vida de la iglesia: por un lado, se ha afirmado en estos últimos tiempos
una teología bíblica bastante elaborada —se diría cuasi completa— sobre el
domingo, mientras que, por otro, la acción pastoral encuentra cada vez más
dificultad en traducir en clave operativa el dato teológico. En otros términos,
se tiene la impresión de un desnivel cada vez más acentuado entre lo que el
domingo es en la tradición bíblica y está llamado a ser, desde la genuina
experiencia eclesial, y lo que de hecho es en la situación actual, tanto en la
conciencia como en la praxis de la llamada cristiandad. La razón está en el
hecho de que las nuevas adquisiciones o el redescubrimiento de las instancias
que han surgido en el campo bíblico-teológico quedan de hecho sepultadas por los
factores negativos vinculados con las profundas y radicales transformaciones
históricas, culturales y sociales de nuestro tiempo. La identidad cristiana del
domingo resulta así comprometida no sólo por las presiones masivas y violentas
de un mundo descristianizado, sino también por un persistente modo de vivir la
experiencia cristiana dentro de la misma iglesia que se ha ido afirmando a
partir del medievo y que no promete cambiar a pesar del impulso de renovación en
los últimos años, y sobre todo a partir del Vat. II.
a) Indices de
tendencia que resultan de la investigación sociológica y estadística. La
Asamblea Plenaria del Episcopado Español, en su reunión del 23 al 27 de
noviembre de 1981, y a propuesta de la Comisión Episcopal de Liturgia, aprobó
realizar una encuesta a nivel nacional sobre la asistencia a la misa dominical.
Se pretendía conocer los motivos de la asistencia, algunas actitudes y opiniones
de los asistentes. Realizó la encuesta la Oficina de Estadística y Sociología de
la Iglesia.
Han emergido así dos aspectos de diferente impacto,
si bien estrechamente relacionados: uno de tipo formal y estadísticamente
importante, otro más preocupante y más profundo, y que, como tal, es un índice
de tendencia no reducible a números. El primero ha hecho constatar que,
en una sociedad radicalmente cambiada, también para los bautizados el domingo no
aparece ya como día de descanso físico, y mucho menos como día de descanso
espiritual, sino más bien como momento de evasión, que desemboca en formas de
diversión que terminan en el aburrimiento y la frustración; los ritmos de un
trabajo rígidamente programado con vistas a la producción, además, tienden a no
dejar ya coincidir, para muchos, el tiempo libre con el domingo; finalmente, la
semana corta y el mejorado tenor de vida, con el correspondiente bienestar,
llevan a un número cada vez más alto no sólo de familias, sino especialmente de
jóvenes a pasar el fin de semana fuera del propio ambiente natural y de la
comunidad en el que habitualmente viven, erradicándolos de costumbres que, es
preciso recordarlo, habían sido adquiridas sin serio convencimiento ni
motivaciones profundas.
El segundo aspecto se incluye en el fenómeno
más amplio de la disociación entre fe y culto y entre liturgia y vida. La
evolución parece darse en una triple dirección. Ante todo, hacia una
concepción del culto de tipo naturalista: el domingo no es considerado como
el día nacido de la pascua y para celebrar la pascua, sino que se alinea entre
los tiempos sagrados que toda religión natural conoce, para satisfacer la
obligación que tiene la creación de tributar el propio culto a la divinidad.
Tratados de moral y catecismos de los tiempos pasados explicaban el "acuérdate
de santificar las fiestas" en esta óptica. En segundo lugar, en la dirección del
legalismo, que desvía la atención del gran acontecimiento pascual, raíz y
quicio del domingo, al precepto obligatorio sub gravi para los cristianos
de santificarlo, absteniéndose de obras serviles y oyendo misa; precepto que se
ha presentado progresivamente como extrínseco e inmotivado y que,
particularmente entre los más jóvenes, se tiende a descuidar en nombre de una
espontaneidad en la fe y en los actos que la expresan. La tercera línea de
tendencia ve en la santificación de la fiesta y en los gestos relacionados con
ella un compromiso puramente individual. Cada vez se afianza más el
convencimiento de que la obligación del descanso y de la misa afecta al
cristiano particular o, todo lo más, considerado en su relación con la autoridad
jerárquica, la única competente para regular toda esta materia y, eventualmente,
para dispensar. La referencia a la comunidad de los hermanos, el hacer iglesia y
sentirse iglesia para celebrar la fe pascual y realizarla comunión con el
Resucitado desaparece gradualmente del horizonte. Estamos en una época en la que
el individualismo en todas sus formas y la escasa conciencia de iglesia, o
incluso una visión errónea de la misma, determinan estas actitudes.
b) El panorama actual de la asamblea dominical.
En los años siguientes más cercanos a nosotros la atención se ha trasladado
de los datos estadísticos referentes a la práctica religiosa y de su
interpretación al significado, a la fisonomía y a la estructura de la asamblea
dominical, a las exigencias que ella manifiesta, a los cometidos que se exigen
no sólo en relación con la celebración, sino también con la misión de los
creyentes en el mundo También en esta perspectiva aparecen problemas y
dificultades que no es fácil sintetizar y que están en relación con las tres
tendencias arriba mencionadas.
Hay que notar ante todo el fenómeno preocupante del
cambio de los ritmos de la asamblea eucarística: no son ya los del plazo
semanal dominical, sino que tienden a distanciarse cada vez más hasta coincidir
solamente con algunas grandes solemnidades del año litúrgico (navidad, pascua,
etc.), quizá más vinculadas con la devoción y la tradición religiosa popular
(todos los santos, conmemoración de los difuntos, Inmaculada, etc.).
El ir a misa no forma parte del nuevo estilo de vida, sino que se considera
ahora como una exigencia relacionada con la costumbre ambiental cuando el
emigrado vuelve al lugar de origen con motivo de alguna fiesta o en el período
de vacaciones.
Si luego la atención se dirige a los participantes en la asamblea dominical,
todo pastor de almas observa
una notable pluralidad de situaciones en las personas que la componen: se va
desde los participantes ocasionales, presentes a veces por motivos contingentes,
hasta los asistentes sólo por costumbre o por un sentimiento religioso vago,
hasta quienes están buscando sinceramente una fe auténtica o desean profundizar
su sentimiento de pertenencia a Cristo y a la iglesia, o —finalmente-- hasta
quienes se hallan sinceramente comprometidos en la vida cristiana, en el
servicio y en el testimonio. En relación con esto cambia naturalmente el tipo de
participación en la acción litúrgica: hay quien asiste casi sólo pasivamente y
en actitud de despacharla, quien intenta insertarse también sacramentalmente en
el misterio y quien se pone al servicio de los hermanos en los diversos
ministerios previstos por la celebración. Para la mayoría, la misa del domingo
es el único acto religioso; para pocos, el momento fuerte de un más amplio y
global compromiso de fe y misionero.
Una última serie de factores tiende a oscurecer el cuadro de la asamblea
dominical: la excesiva multiplicación de misas, sin que sea posible constituir
verdaderas comunidades de oración; la división de los creyentes —sobre todo los
más comprometidos— en grupos que tienden a reivindicar una propia autonomía en
celebraciones sectoriales; la escasa -> animación y vitalidad que se nota en la
acción litúrgica...
4. INDICACIONES DE
OBJETIVOS PASTORALES EN ORDEN A UNA SUPERACIÓN DE LA SITUACIÓN. Frente a esta
situación que puede parecer pesimista, pero que parece, en cambio, corresponder
a una realidad bastante difundida aunque no generalizable, es necesaria una
acción pedagógica y pastoral a diversos niveles y con objetivos precisos. En
particular, es urgente un compromiso educativo global y al mismo tiempo
personalizado, orientado a restituir al domingo su pleno significado tal como se
encuentra en la tradición bíblica y patrística, en la reflexión teológica y en
el magisterio conciliar reciente; se impone una atención a las contradicciones y
dificultades que se han creado con la nueva situación sociocultural, a fin de
encontrar una pastoral que las tenga en cuenta y procure superarlas, sin
traicionar las instancias más genuinas, y por lo mismo imprescindibles, del dato
teológico; es, finalmente, de urgencia inaplazable un esfuerzo por llevar a la
práctica en la asamblea litúrgica dominical las instancias de la renovación
litúrgica reciente, de modo que dicha asamblea vuelva a ser el momento fuerte,
no exclusivo, pero totalizante, en que la comunidad de los creyentes celebra la
pascua de Cristo y la propia fe con autenticidad de signos y de modos
expresivos, con seriedad de propósitos, con plena y consciente participación
personal y eclesial.
II. El domingo: fundamento bíblico y tradición eclesial
"La iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la
resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día
que es llamado con razón día del
Señor o domingo" (SC 106). Este texto
fundamental del magisterio conciliar constituye el punto de referencia más
autorizado para una reflexión sobre el significado original del domingo y sobre
las características que adquiere su celebración en la tradición y en
la experiencia actual de la comunidad cristiana.
1. Los DATOS DEL NT. En el año 112, Plinio
el Joven,
gobernador de Bitinia, escribe al emperador Trajano para hablarle de lo
que él
llama una "perniciosa y extravagante superstición"': es el primer
documento
profano que poseemos sobre los comienzos de la iglesia, calificada ya
por el
contemporáneo Tácito como "una multitud inmensa". La investigación
promovida por
el gobernador ha dado como resultado que los miembros de esta secta —es
decir,
los cristianos— tienen la costumbre de reunirse antes del alba en un día
establecido para cantar himnos a Cristo como si fuera un Dios. La
policía de Plinio había visto la realidad, a pesar de que la descripción
es superficial y
sumaria.
Esta reunión es considerada por los mismos
cristianos como un hecho original y típico de su fe. San Justino, en su conocida
Apología 1, escrita para el emperador Antonino Pío hacia mediados del s.
n, nos ofrece un precioso testimonio al respecto. Afirma que "en el día llamado
del sol" los cristianos "que habitan en la ciudad y en los campos se reúnen en
un mismo lugar"; y pasa luego a describir el desarrollo de la celebración, que
es el más antiguo que poseemos.
La misma constitución conciliar sobre la liturgia,
en los primeros números, después de haber descrito la obra de la redención
humana y de la perfecta glorificación de Dios, que tiene su preludio en las
"maravillas que Dios obró en el pueblo de la antigua alianza" (SC 5) y
tuvo su cumplimiento con la muerte- glorificación de Cristo, recuerda
que, desde pentecostés, "en que la iglesia se manifestó al mundo", la
comunidad de los creyentes "nunca ha dejado de reunirse para celebrar
el misterio pascual" (SC 6).
Desde el principio
hasta nosotros hay una ininterrumpida continuidad, que tiene origen y fundamento
en los escritos del NT. Los Hechos de los Apóstoles presentan la reunión
dominical como un hecho habitual en Tróade (He 20,7); pensando en ella, el autor
del Apocalipsis escribe el primer capítulo de su libro como "revelación" que le
fue concedida "en el día del Señor" (Ap 1,10); esto explica, finalmente, la
insistencia y la precisión con que Juan data las apariciones del Resucitado a
los discípulos reunidos, con intervalos de una semana (Jn 20,19.26),
precisamente el primer día después del sábado. La reunión dominical queda así
vinculada a un hecho primordial y original: el encuentro de los primeros
creyentes con el Resucitado, encuentro en que se realiza plenamente la palabra
de Jesús: "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos" (Mt 18,24).
Esta tradición
ininterrumpida constituye para la iglesia una especie de pulsación que la hace
vivir, hasta el punto que cuando algunos cristianos de Africa, en el s. Iv,
acusados de reuniones ilícitas, comparecen ante el tribunal de Cartago, afirman
con fuerza: "Hemos celebrado la asamblea dominical porque no está permitido
suspenderla'''. por esto mueren mártires.
2. EL DOMINGO, DÍA
DEL SEÑOR Y FIESTA PRIMORDIAL SEGÚN ALGUNOS TESTIMONIOS DE LOS PADRES.
La originalidad del domingo y el sentido profundo que adquiere en la experiencia
de fe de la primitiva comunidad cristiana están encerrados en el término griego
que lo designa: kyriaché eméra, o simplemente kyriaché, de donde
se deriva el latín dies dominicus, y de ahí
nuestro domingo. El término califica al domingo como el día del Kyrios,
día del Señor victorioso o, mejor, día memorial de la resurrección. La
Didajé, con una tautología poco elegante, pero muy expresiva, le llama "el
día señorial del Señor" (katá kyriakén dé Kyríou...).
No sería difícil recoger una rica mies de textos y testimonios antiguos que
pongan en estrecha relación el domingo cristiano con el gran acontecimiento
pascual. Una preciosa y cuidada colección se puede encontrar en las dos obras
fundamentales de W. Rordorf " y de C. Mosna. Baste recordar aquí
que el nexo pascua de Cristo-domingo cristiano es un dato de fondo y
constante en toda la tradición: para Tertuliano se trata del "día de la
resurrección del Señor" ', y para Eusebio de Cesarea "el domingo es el día de la
resurrección salvífica de Cristo"; por eso, sigue él afirmando: "cada semana, en
el domingo del Salvador, nosotros celebramos la fiesta de nuestra pascua".
San Basilio habla de "el santo domingo, honrado con la resurrección del Señor,
primicia de todos los otros días".
San Jerónimo se deja llevar del entusiasmo cuando afirma: "El domingo es
el día de la resurrección, el día de los cristianos; es nuestro día"
Fundándose precisamente en estos testimonios, la
constitución litúrgica del Vat. II afirma que "el domingo es la fiesta
primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles" (SC
106), y por tanto ha de considerarse como fundamento y núcleo de
todo el año
litúrgico. La celebración anual de la pascua en el gran domingo de la
resurrección, de hecho, vino posteriormente. En torno a este doble
quicio se fue
organizando gradualmente todo el -> año litúrgico, con el que la
iglesia intenta celebrar,con sagrado recuerdo, en días determinados, la
obra de la salvación
realizada por su divino esposo (ib).
De los textos de la tradición que nos han llegado y que atestiguan el nexo
domingo-pascua surge la nota de la alegría, de la festividad, como dominante de
la celebración. Incluso autores austeros, como Tertuliano, exhortan a dar
espacio a la alegría en este día, no por una debilidad, sino por una exigencia
del espíritu ". Esto explica, entre otras cosas, la conocidísima doble
prohibición, constantemente repetida tanto en Oriente como en Occidente, de orar
de rodillas y de ayunar. La Didascalía de los apóstoles llegará incluso a
declarar que el que ayuna o está triste en domingo comete pecado.
3. RELACIÓN ENTRE SÁBADO HEBREO
Y DOMINGO CRISTIANO. Todos estos datos demuestran con claridad que la iglesia,
desde el primer momento, quiso dar un significado y un valor preciso al domingo.
Este no es un día cualquiera, ni siquiera la trasposición al día siguiente de lo
que los hebreos celebraban el sábado. Aquí aparece el complejo problema de la
relación entre el sábado hebreo y el domingo cristiano, del que se ocupó
ampliamente la literatura antigua y reciente, y que no ha encontrado
todavía soluciones concordes y del todo satisfactorias. Se puede decir, sin
embargo, al menos en general, que tal relación es de continuidad y de ruptura al
mismo tiempo; y que sobre este punto, como sobre muchos otros, surge la cuestión
de la relación entre la economía cultual-salvífica del AT y la del NT,
preanunciada por los profetas e inaugurada por Cristo. Vale la pena hacer alguna
indicación más precisa.
La semana de los hebreos comienza con el sábado y conduce hacia el siguiente. La
teología del sábado hebreo tiene su fundamento (o, mejor, su punto de
referencia) en el libro del Génesis, donde Dios descansa después de la obra de
la creación. El sábado, sin embargo, es una de esas instituciones cuyo origen
hoy parece con certeza que debe buscarse en el ambiente mesopotámico y que
posteriormente recibió de la cultura hebrea una nueva interpretación y
contenidos originales Lo que más llama la atención a quien recorre la tradición
bíblica, y por lo mismo lo que más caracteriza al sábado, es el descanso
absoluto (cf Ex 16,29-30; 23,12; 34,21). Lo indica la misma etimología del
término shabbat, que quiere decir cesar, reposar. La tradición
sacerdotal (cf Ex 31, 17.20) lo ve como una imitación del descanso divino
después de la creación (cf Gén 2,2). En la actualidad parece incluso cierto que
la narración ha sido concebida y escrita precisamente para inculcar y motivar
entre los hebreos la necesidad del descanso semanal. Como el hombre imitaba con
su trabajo la obra creadora de Dios, así debía imitar su descanso; tanto más
Israel, que por elección divina había llegado a ser hijo de Dios. Esta
ley se hará bastante pesada, sobre todo en la época del exilio babilónico, por
las prescripciones y las detalladas y asfixiantes determinaciones inculcadas por
el legalismo imperante. Pero el sábado no es solamente imitación del descanso de
Yavé: es también día de culto, de acción de gracias y de oración. Con su
descanso Dios santificó el sábado, lo hizo sagrado, estableciendo
que fuese consagrado a él. De aquí la expresión santificar el sábado, tan
frecuente en la biblia (Ex 20,8; Dt 5,12; Is 56,24; Neh 13,17) para infundir
en el pueblo de Dios veterotestamentario la conciencia del
deber de reconocer con gestos cultuales su consagración.
El sábado es, pues, una institución central del judaísmo, hasta el punto de que,
mientras en el mundo helenístico vige la semana planetaria y los diversos días
toman nombre de los planetas, en el judaísmo sólo el sábado tiene nombre; los
demás días simplemente se numeran: primer día, segundo día, etcétera. Uso que la
liturgia romana ha conservado para designar precisamente los días
feriales.
Los apóstoles y los primeros discípulos de Jesús, provenientes del judaísmo,
conocían y practicaban la semana judía y antes de separarse de esta matriz
conservaron sus antiguas costumbres. No hay, pues, que extrañarse de que en
cualquier comunidad cristiana, por ejemplo en aquella para la que escribe Mateo,
pudiera coexistir pacíficamente la celebración del domingo con la observancia
del sábado (cf Mt 24,20). La polémica antisabática comienza con san Pablo y en
sus comunidades, de proveniencia helenística (cf Gál 4,8-11; Rom 14,5-6; Col
2,16-17): no se siente ya la obligación legal del sábado, y se apunta hacia lo
que es propio y específico de los cristianos; con la intensificación de la
polémica contra los judaizantes se afirmará la tendencia a vaciar de sentido la
vieja ley sabática, como también asimismo la de la circuncisión y la referente a
las impurezas legales.
Así se evidencian algunos hechos que vale la pena subrayar:
— Los cristianos
comenzaron a celebrar, por cuenta propia y con modalidades propias, el domingo o
"el primer día después del sábado"". El domingo fue organizado para
asumir el elemento más importante y característico del sábado judío, el reposo,
y así permanecieron las
cosas hasta la paz de Constantino.
— Sin embargo, no fue fácil desembarazarse de
la observancia sabática, insertando ésta entre los otros preceptos del
decálogo,
considerados norma moral y válida también para los cristianos. El camino
de
salida, aun apelando al ejemplo de Jesús, que con frecuencia entró en
conflicto
con la observancia material del sábado, se encontró elaborando una
teología espiritualizante, que entendía el reposo en clave a veces
escatológica, otras
veces alegórica y otras moral. Temas, todos éstos, desarrollados por la
gran
patrística, y de los que nos ofrece una síntesis san Agustín en sus
Confesiones cuando, al hablar de la paz, que consiste en alcanzar a Dios
sumo bien, usa la expresión "la paz del descanso, la paz del sábado, la paz sin
anochecer".
— A pesar de
todo esto, por causas no fáciles de explicar, precisamente a partir del s. Iv se
asiste a una vuelta a las viejas costumbres sabáticas. Dos hechos atestiguan
este fenómeno: en marzo del año 321 la ley de Constantino, en el marco de
cristianización de la sociedad, impone la obligación del descanso dominical
también en el ámbito de la sociedad civil, mientras que hasta ese momento el
domingo era día laborable para todos; el otro hecho, todavía más curioso, es la
vuelta, en diversos sectores de la cristiandad, a la observancia pura y simple
del antiguo sábado al lado de la del domingo, como de "dos días que son
hermanos", según dirá san Gregorio de Nisa 22.
Si pudiésemos seguir las diferentes vicisitudes de la historia del domingo hasta
la clásica distinción entre trabajos serviles y trabajos liberales,
atribuida corrientemente a Martín de Braga (? 580), bajando hasta el medievo, en
que varios concilios y capitulares de los reyesfrancos llegan a precisar cada
vez más y con mayor rigor el doble precepto dominical, el del descanso festivo
obligatorio (visto, de hecho, en paralelo con el precepto del decálogo sobre el
sábado judío) y el de oír la misa (aunque una primera alusión a esta obligación
se encuentra ya en el concilio de Elvira, de 305-306, contra quien se ausenta
por tres veces seguidas); si se considera luego cómo en esta dirección se ha
desarrollado poco a poco toda una casuística posescolástica y postridentina que
se ha agudizado hasta nuestros días, se llega a una conclusión muy simple que
resume un poco toda la cuestión: tras el nacimiento original del domingo
cristiano y su progresiva afirmación frente al sábado judío, a partir del s. ni
se asiste a un movimiento inverso, que se puede caracterizar como una gradual
sabatización del domingo. Las consecuencias de este
hecho, que ha determinado una concepción y una praxis del domingo inspiradas en
una visión naturalista del culto y del domingo mismo (día que hay que dedicar a
Dios), en el legalismo y en el individualismo, se pueden experimentar todavía
hoy y hacen difícil una renovación que se funde sobre la tradición
bíblico-patrística y sobre el profundo significado sacramental y eclesial del
día del Señor.
III. Significado teológico-litúrgico del domingo
Toda la teología del domingo debe reconducirse a este núcleo fundamental, es
decir, al concepto y a la realidad del domingo como pascua semanal. Los demás
aspectos adquieren significado y valor a partir de éste. El domingo está marcado
por el acontecimiento central que resume toda la historia de la salvación; su
celebración permite a los creyentes entrar en contacto con la resurrección de
Cristo y realizar en sí mismos su alcance salvífico. Esto es lo que le convierte
en día sagrado por excelencia, y por tanto intocable; quien lo toca, atenta
contra el fundamento mismo de la iglesia: el misterio pascual del que ella nació
(SC 5), del que continuamente vive y por el que se manifiesta y crece como
comunión, hasta que llegue a la medida de la plenitud de Cristo (cf Ef
4,13).
1. EL DOMINGO,
SACRAMENTO DE LA PASCUA. Lo
que san Agustín
dice del tiempo se puede aplicar plenamente a este fragmento suyo que se
asoma a la eternidad. El domingo "es en el alma como espera del futuro, como
atención al presente, como recuerdo del pasado"". Estas palabras abren el camino
exacto y ofrecen la perspectiva más adecuada para comprender y vivir el domingo.
Este es ante todo un signo litúrgico, y tiene, por lo mismo, todas las
dimensiones y características de los signos sacramentales, que son simultánea e
inseparablemente memoria del pasado, actualización en el presente de un
acontecimiento salvífico, anuncio y profecía del futuro.. Aplicado
al domingo, el término sacramento quiere indicar que éste no es un signo
vacío, un simple recuerdo de un acontecimiento del pasado, sino un misterio,
es decir, la realidad de un porvenir que se verifica en el presente sobre la
base del pasado. Como tal, entra en esa economía sacramental que caracteriza el
actuar de Dios en el tiempo, Y por ello explica de la manera más acabada la
realización del proyecto divino que se va cumpliendo en la historia humana. Esta
no es, ciertamente, una novedad de la teología
posconciliar; es un ideal dominante en la tradición eclesial, sobre todo
patrística. San Agustín, por ejemplo, habla con frecuencia del domingo como "sacramentum
paschae", es decir, de un signo-misterio que actúa una presencia viva y
operante del Señor; signo que, acogido con fe, permite a los creyentes entrar en
comunión con Cristo resucitado, e inserta a la iglesia, peregrina en el tiempo,
en el nuevo orden de cosas que con su resurrección quedó inaugurado.
El domingo no es más que una fracción de tiempo: ¿cómo es posible vincular su
eficacia al fluir de éste? La dificultad es sólo aparente. El -> tiempo, en
efecto, encierra en sí toda la actividad humana y la mide: desde él adquiere
valor. El domingo es una porción de tiempo elevada a la dignidad de sacramento.
Su celebración implica algunas acciones humanas realizadas por la iglesia,
esposa del Señor y su prolongación en el tiempo, a las cuales va vinculada una
presencia operante del resucitado, y que por lo mismo son santos misterios,
fuentes genuinas de salvación para quienes creen en el Señor. Tales acciones
sacramentales —esencialmente tres: reunión en el nombre del Señor,
escucha-proclamación de la palabra, acción de gracias memorial—tienen su
síntesis en la sinaxis eucarística, que es el centro de la celebración
dominical; a ellas, como afirma la SC, está vinculada la presencia real y
operante de Cristo (n. 7); tres acciones que los fieles están invitados a
realizar para celebrar la pascua del Señor (n. 106). Precisamente por medio de
estos misterios es el domingo sacramento, signo elocuente y eficaz de culto al
Padre por Cristo en el Espíritu y de santificación para el hombre.
2. DIMENSIONES
DEL ACONTECIMIENTO. La pascua,
de la que el domingo es signo-memorial, no es, sin embargo, un acontecimiento
cerrado en sí mismo, sino un acontecimiento en el que desemboca y se resume toda
la economía salvífica pasada, presente y futura.
a) Actualización en el presente.
El domingo se presenta ante todo como una "anamnesis del
Kyrios" el
día en que se hace memoria del paso de Jesús de este mundo al Padre;
paso que comporta la pasión y muerte en la cruz y culmina en su exaltación a
la derecha de Dios y en el don del Espíritu. Se trata de un único gran
acontecimiento (el -> misterio pascual) que tiene una profunda y orgánica
unidad: gracias a él, Cristo ha pasado del estado de debilidad y limitación en
la carne al estado de gloria, en el que el Padre lo ha constituido Señor de la
historia y del cosmos y espíritu vivificante para toda criatura. A
continuación de Cristo, todo hombre, por la mediación sacramental, puede pasar
de la muerte a la vida y vivir una existencia pascual; todo el universo se
siente impelido a renovarse, hasta alcanzar los cielos nuevos y la tierra
nueva de que habla el Apocalipsis (21,1).
b) Memoria del pasado.
Puesto que este acontecimiento es el punto de llegada de
toda la economía veterotestamentaria, es claro que recordarlo significa
también reevocar y actualizar las "mirabilia" realizadas por Dios en la
antigua alianza, que son anuncio y profecía de la pascua cristiana. Así
también en nuestros tiempos vemos resplandecer los antiguos prodigios: lo que
Dios hizo con su mano poderosa para liberar a los israelitas de la opresión
del faraón lo realiza hoy; la humanidad entera es acogida entre los hijos de
Abrahán y se hace partícipe de la dignidad del puebloelegido (cf oración
después de la tercera lectura de la vigilia pascual).
Desde esta perspectiva se explica también aquella corriente
de la tradición que considera el domingo como el día memorial de la primera y
de la nueva creación, y por tanto como el primer día o bien día del
sol o día de la luz. El primer día es el día en que Dios hizo la
luz; es el mismo en que Jesús resucitado inauguró la nueva creación. La
expresión está tomada —como es fácil intuir— de la denominación de la semana
planetaria de los paganos. El uso que de ella hace a veces el NT (1 Cor
16,1-2; He 20,7) demuestra que nos encontramos ante una tentativa de
cristianización de una institución pagana. En efecto, Cristo resucitado es el
sol de la justicia que, elevándose, reviste con su luz todo el mundo y se
convierte en lux mundi y lumen gentium. En su rostro resplandece en
plenitud la luz del primer día cósmico. Este acercamiento, que se encuentra ya
—como hemos visto más arriba [-> II, 1]- en la Apología 1 de
Justino, ha sido desarrollado por muchos padres. Baste recordar aquí dos
testimonios. Ante todo, el de Eusebio de Alejandría, que dice: "Este es el día
en que Dios comenzó las primicias de la creación del mundo y, en el mismo día,
dio al mundo las primicias de la resurrección: principio de la creación del
mundo, principio de la resurrección, principio de la semana"". En un discurso
de san Máximo de Turín, por otra parte, se encuentra escrito: "El domingo es
para nosotros un día venerable y festivo, puesto que es el día en que el
Salvador se elevó resplandeciente como el sol, tras haber disipado las
tinieblas de los infiernos en la luz de su resurrección. Por eso este día,
entre los hijos de este siglo, lleva el nombre de día del sol, porque Cristo, sol de justicia, resucitando lo iluminó"". Ecos de
esta misma tradición encontramos en la liturgial, como, por ejemplo, en los
himnos que introducen las primeras vísperas y laudes del domingo. Por su
parte, santo Tomás, con un lenguaje bastante conciso y eficaz, afirma: "El
sábado, que recordaba la primera creación, se ha cambiado por el domingo, en
el que se conmemora la nueva creación iniciada con la resurrección"". Esta
constante afirmación fundamenta la primera componente de la espiritualidad
cristiana, que es la de vivir la experiencia cristiana como una fiesta de
total novedad. El domingo, todo cristiano es llamado a tomar conciencia de su
participación en la vida del Resucitado; a sentir la urgencia de construir en
sí mismo el hombre nuevo; a experimentar el gozo de pertenecer a un mundo
nuevo y a comprometerse a edificarlo en justicia y santidad.
c) Profecía del futuro.
El domingo, por fin, justamente por ser sacramento,
presenta una tercera dimensión, la de futuro o escatológica: anuncia y en
cierto modo anticipa la vuelta gloriosa del Resucitado cuando venga a celebrar
con los elegidos la pascua eterna. Es una esperanza fundada firmemente sobre
el don que los signos litúrgicos sacramentales manifiestan y comunican. "En la
liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que
se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como
peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del
santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos al Señor el himno
de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos,
esperamos tener parte con ellos y gozar de sucompañía; aguardamos al Salvador,
nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste él, nuestra vida, y nosotros
nos manifestemos también gloriosos con él" (SC 8). En la medida, pues, en que
la comunidad cristiana participa en la celebración litúrgica dominical tiene
ya la vida eterna, aunque en misterio; vive la vida filial y
bienaventurada, aunque escondida, y espera su plena epifanía (cf Jn 3,2).
Los padres profundizaron con inagotable fecundidad esta dimensión del día del
Señor, que por eso es no sólo el día del Resucitado, sino también el día de su
venida última al final de los tiempos, para cumplir el juicio divino (cf 1 Tim
5,2; 2 Tim 2,2; 1 Pe 2,12; 2 Pe 2,9; Rom 2,5). Sus reflexiones se desarrollan en
torno al tema del octavo día ". Como el primer día de la semana sirve
para indicar el inicio de la creación, el octavo alude al cumplimiento del mundo
futuro y se convierte en signo de la plena participación en el misterio pascual.
Baste citar aquí la última página del De civitate Dei de san Agustín, en
la que el genio del gran doctor y obispo ha condensado el meollo de esta
doctrina. "Este séptimo día será nuestro sábado, cuyo fin no será una tarde,
sino un domingo como octavo día, que está consagrado por la resurrección de
Cristo; que prefigura el descanso no sólo del espíritu, sino también del cuerpo.
Allí nosotros seremos libres y veremos; veremos y amaremos; amaremos y
alabaremos. He aquí lo que habrá al final sin final" ".
El domingo recibe así esa tensión que es esencial a toda existencia redimida, y
que da a la espiritualidad, fundada en la liturgia, otra connotación propia. La
vida cristiana está llamada a convertirse en un nuevo éxodo, un camino pascual,
un itinerario que de domingo en
domingo va hacia el descanso de Dios, es decir, hacia la plena y definitiva
comunión con él. Esta espera le da su equilibrio: mientras le arranca de una
cómoda organización y coloca bajo el signo de la precariedad todas las acciones
humanas, empuja a los creyentes a comprometerse con todas sus fuerzas para
realizar ese reino perfecto de justicia y de paz que se ha manifestado en la
persona y en la obra pascual de Cristo y que se realizará plenamente en su
última venida, al final de los tiempos
(LG 5). Precisamente sobre este fundamento
teológico-sacramental se funda el aspecto del domingo como "día de alegría y de
liberación del trabajo" (SC 106), que es lo mismo que decir día de
fiesta, como ya se ha indicado [-> supra, II, 2].
3. MODALIDADES DE LA CELEBRACIÓN. Llegados a este punto, hay que preguntarse: ¿cuáles son en concreto las
modalidades de la celebración dominical en cuanto sacramento de la pascua? La
respuesta es sencilla: son las modalidades propias del
misterio cultual. Hay una expresión de san
Gregorio Magno particularmente iluminadora a este respecto: "Lo que nuestro
Salvador realizó en la propia carne (es decir, su muerte-resurrección) nos lo
comunica a través de signos eficaces"''. Y ello está de acuerdo con la ley de la
sacramentalidad que preside toda la economía salvífica del AT y NT. En efecto,
Dios, adaptándose al hombre, espíritu encarnado, ha querido y quiere servirse de
signos sensibles para hacer dar a los suyos el gran paso de este mundo a él,
para estipular la alianza pascual, para comunicar su espíritu y su vida, para
construir su pueblo.
El gran signo que permite hoy a la comunidad de los
creyentes realizar la pascua con Cristo es indudablemente la eucaristía, "memorial
de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de
caridad, convite pascual" (SC 47). Es en la celebración eucarística donde
el domingo encuentra su sentido pleno y toda su eficacia; por eso se le llama
justamente "día de la eucaristía".
La eucaristía es la celebración de la nueva y eterna
alianza sancionada por Cristo con su muerte-resurrección. Es un acto ritual
complejo, significativo y eficaz por los signos que lo constituyen y estructuran
dinámicamente su desarrollo; en él se cumple lo que sucede en la celebración de
la antigua alianza, que selló el acontecimiento pascual (cf Ex 24,3ss). Como se
ha afirmado ya [-> supra, l], tales signos son fundamentalmente tres: la
convocación del pueblo, el diálogo entre Dios y los suyos, el rito sacrificial y
convivial. Aunque estrechamente unidos y ordenados uno a otro como a su natural
complemento, cada uno de ellos tiene un valor pascual que alcanza su
plenitud y su vértice y se consuma en el último de ellos, que es el gesto ritual
del convite en el que se actualiza el sacrificio pascual de Cristo. La
constitución litúrgica, en un texto ya citado, recuerda que los fieles que
celebran el domingo deben realizar los tres actos: "reunirse a fin de
que, escuchando la palabra de Dios y participando en la eucaristía,
recuerden la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios,
que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos (1 Pe 1,3)" (SC 106).
Hoy, sin embargo, teniendo en cuenta el pluralismo de fe de los participantes en
la asamblea dominical, y por tanto la diversidad de situaciones y de exigencias
en relación al crecimiento en la fe y a la profesión de la misma, ¿es
programable una celebración que en casos particulares acentúe uno u otro de
estos tres signos, hasta prever que uno pueda excepcionalmente estar sin el
otro? Es una pregunta que se plantea en la vida pastoral, y que no puede ser
ignorada ni minimizada. Ciertamente no es de fácil solución, sobre todo si se
tiene en cuenta que la teología sobre el domingo, y especialmente la legislación
canónica, que incluye en el precepto la asistencia a la misa, han sido
elaboradas en una situación de cristiandad y en el marco de una sociedad
monolítica también en relación con la creencia, que ya son solamente un
recuerdo.
No tenemos aquí la pretensión de resolver la (quizá) más grave cuestión que hoy
se plantea en el plano pastoral. La hemos mencionado sólo por señalar un
problema que merece ser profundizado. Una modesta contribución puede venir de
una reflexión acerca del valor pascual de cada uno de los tres signos de la
celebración eucarística dominical que, naturalmente en grado bastante diverso,
pueden consentir a quien los practica realizar el propio paso pascual.
a) Valor pascual
del "convenire in unum". El domingo no es concebible sin la reunión cultual
de la comunidad. Por este motivo se le llama también día de la iglesia,
día de la asamblea. La iglesia, pueblo de la nueva alianza, nació de la pascua
de Cristo; por eso su celebración exige la ecclesía, la convocación "de
quienes creyendo ven en Jesús al autor de la salvación y principio de la unidad
y de la paz" (LG 9). "Es absurdo celebrar la fiesta de la redención
solos, aislándose de la comunidad... La pascua es esencialmente un
acontecimientomundial que exige una proclamación pública, solemne... Por eso el
dies dominicus es también el día de la asamblea litúrgica cristiana en
que los fieles se reúnen para recordar y celebrar el gran acontecimiento de la
redención... Si el domingo fuese solamente un recuerdo psicológico, se podría
también concebir su celebración en el plano individual; pero puesto que lleva
consigo una renovación sacramental, debe ser una celebración solemne y
comunitaria: es esencialmente un hacer fiesta juntos" ".
Está claro que, al ser la asamblea una epifanía de la iglesia, la celebración
debería destacar todas sus características: la unidad, incluso en la diversidad
de los que la componen; la estructura jerárquica y ministerial, con una adecuada
distribución de cometidos y oficios; la unanimidad en la participación; una
actitud de acogida y de apertura hacia todos; una atención a las posibilidades y
exigencias de cada uno; cosas bastante difíciles de conseguir si no se procura
una adecuada -> animación de la asamblea.
Comúnmente se pone de relieve el hecho de que la asamblea litúrgica está
ordenada a la celebración eucarística y constituye su primer signo. Esto es
cierto, pero hay que subrayar también que la reunión del pueblo de Dios para el
culto y la oración y para expresar y realizar la comunión con los hermanos en la
fe, es ya significativa en sí misma y tiene un valor pascual. En efecto, ésta es
ante todo un paso de la dispersión-división causada por el pecado a la comunión
con Dios y con los hermanos. Y éste es el resultado de la acción misericordiosa
de Dios, y exige de los convocados docilidad a la acción del Espíritu, y por lo
mismo una actitud de conversión continua. Por este motivo toda asamblea
dominical debería comportar gestos concretos de perdón y
reconciliación. Tal paso está destinado a consumarse en una auténtica caridad hacia los
hermanos. "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida
porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3,14).
Este amor está llamado, en domingo, a
sacramentalizarse, a hacerse visible y operante en palabras-gestos de
amistad y de fraternidad, de testimonio y de servicio, de
participación y condivisión, sobre todo en relación con los que no
tienen o son menos, dentro o fuera de la asamblea. Sólo con estas
condiciones la convocación se con-vierte en momento pascual.
b)
Valor pascual de la proclamación-escucha de la palabra de Dios.
La palabra de Dios, en la
antigua economía, anunció y realizó la liberación de Israel y lo
convirtió en pueblo de Yavé. Con más razón sucede esto en el caso de
la iglesia, que es obra de la palabra viva, Cristo. La palabra de Dios
es siempre, directa o indirectamente, un anuncio de la muerte y
resurrección de Cristo; anuncio que no es solamente un recuerdo, sino
un evento que se realiza aquí y ahora en virtud de la presencia de
Cristo, que en la palabra de Dios y a través de ella habla y actúa
para hacer realizar a los creyentes el nuevo éxodo pascual. "Esto hay
que decirlo señaladamente de la liturgia de la palabra en la
celebración de la misa, en que se unen inseparablemente el anuncio de
la muerte y resurrección del Señor, la respuesta del pueblo que oye y
la oblación misma por la que Cristo confirmó con su sangre la nueva
alianza, oblación en la que los fieles comulgan de deseo y por la
percepción del sacramento" (PO 4).
A pesar de ello, hay que atribuirun
valor pascual a la celebración de la palabra de Dios
independientemente del rito eucarístico, por el alcance sacramental
que adquiere cuando es proclamada "in ecclesia" (SC 7,33). Acoger y
obedecer a la palabra anunciada y celebrada en una asamblea cultual
se convierte siempre en un paso de las tinieblas a la luz, de
la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. "En verdad, en
verdad os digo que el que escucha mis palabras y cree en el que me
ha enviado tiene vida eterna y no es condenado, sino que ha pasado
de la muerte a la vida" (Jn 5,24). Este
paso realiza la comunión con Dios y con los hermanos que se adhieren
con fe a tal palabra. En efecto, a través de su palabra "Dios
invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata
con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía"
(DV 2).
Esta comunión es comparada
frecuentemente por los padres con una manducación análoga a la del
cuerpo de Cristo en la eucaristía.
En una situación en que la fe disminuye, y simultáneamente crece el hambre de
esta palabra y la exigencia de evangelización, la pastoral litúrgica,
especialmente la referente al domingo, además de valorar su celebración en el
marco de la eucaristía, ¿no debería prever también formas nuevas y más amplias
de anuncio, de catequesis, de oración en torno a ella, incluso
independientemente del memorial eucarístico?
c) Valor pascual del memorial
eucarístico. En la asamblea del Sinaí, el acontecimiento pascual, que
comienza con el paso de Dios en medio de los suyos para arrancarlos de la
opresión y de la esclavitud, se concluye con el rito sacrificial de la sangre,
que luego seconvierte en banquete de comunión de los salvados. La comunidad de
Israel lo conmemora en la cena pascual, sacrificio en honor de Yavé (Ex 12,27),
que es al mismo tiempo acción de gracias y signo de fraternidad. El rito era
figura y profecía de la nueva pascua, que históricamente se cumplió con la
muerte-glorificación de Cristo y que la iglesia recuerda y celebra en la
liturgia eucarística, repitiendo, según el mandato de Cristo, lo que él mismo
hizo en la última cena. El, "en efecto, tomó el pan y el cáliz, partió el pan y
dio el uno y el otro a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed, esto es
mi cuerpo, éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria mía"
La actualización del sacrificio pascual de Cristo tiene su expresión ritual en
dos gestos fundamentales: la oración eucarística y la comunión sacramental. En
la primera, que es oración de acción de gracias y de santificación, "se dan
gracias a Dios por toda la obra de la salvación, y las ofrendas se convierten en
cuerpo y sangre de Cristo", alcanzando su presencia real la culminación de
eficacia; "por medio de la comunión los mismos fieles reciben el cuerpo y la
sangre del Señor, del mismo modo que los apóstoles lo recibieron de las manos de
Cristo mismo".
Así la pascua de Jesús se convierte en pascua de la iglesia. "Cuando nosotros
reunidos comemos la carne del Señor y bebemos su sangre, celebramos la pascua"",
pasamos de la muerte a la vida (cf Jn 6,32-33), nos convertimos en lo que
estamos llamados a ser: el cuerpo místico de Cristo, pueblo pascual del NT. A
esto es a lo que tiende la celebración dominical; he ahí por qué el
domingo sin la eucaristía no puede decirse plenamente día del Señor y de su
iglesia.
La cuestión que se plantea es qué significado para la fe y qué alcance salvífico
puedan tener estos gestos para quien no participa en ellos consciente y
plenamente. Esto especialmente en relación con la comunión sacramental. Es bien
conocido el hecho de que, a pesar de haber crecido notablemente el número de los
que se acercan a la comunión, todavía no es realizada por todos los que asisten
a la asamblea dominical; a veces, además, no resulta comprendida en su sentido
verdadero y en todas las exigencias que comporta. ¿No sería conveniente tomar en
seria consideración la posibilidad de celebraciones diversificadas, según las
características y las exigencias de los participantes? Es claro que la
eucaristía plenamente participada debería ser siempre la meta hacia la que hay
que caminar y la desembocadura natural y necesaria de la acción pastoral
dominical.
4. LA CELEBRACIÓN, EN DOMINGO, DE LOS
DEMÁS SACRAMENTOS.
De la vinculación existente entre domingo y pascua de Cristo y entre ésta y su
actualización, que tiene lugar no sólo en la eucaristía, sino también en los
otros signos sacramentales (SC 61), se sigue que, por principio, el
domingo es también el día privilegiado para la celebración de todos los
sacramentos. "El aspecto descendente de la acción del Kyrios se funde,
especialmente en este día, con el movimiento ascendente de la iglesia: en el
bautismo el misterio pascual encuentra su fundamento estructural y su simbolismo
básico; en la unción crismal el don del Espíritu perfecciona la vocación al
testimonio pascual del bautizado (Rom 6,10); en la celebración de la penitencia
se realiza el momento de una convocación libre del pecado, que es propia de la
asamblea eucarística; con el rito nupcial se manifiesta en la consagración de la
bipolaridad sexual el misterio de amor que debe constituir el efecto específico
de la misma comunión eucarística; en el rito fúnebre se proclama la esperanza
cristiana en la resurrección de los muertos, ya anticipada sacramentalmente en
la presencia del Señor en medio de sus comensales pascuales"".
Algún problema pastoral de hecho surge, especialmente para algunas de estas
celebraciones, en particular para el matrimonio y para los funerales, sobre todo
si están incluidos en la eucaristía; no tanto por las inevitables molestias que
puedan traer a la vida de la comunidad parroquial cuanto porque con mucha
frecuencia, más bien que enriquecer y explicitar algunas potencialidades de la
eucaristía, acaban depauperándola en algunos de sus elementos. Esto es lo que
sucede, por ejemplo, en el caso del ciclo de lecturas, que queda cuestionado por
la elección de perícopas propias.
Consideración aparte merece la celebración de la reconciliación. Convendría
tener presentes dos indicaciones que pueden facilitar la solución de las
cuestiones que se plantean a este respecto. Ante todo la insistente
recomendación del magisterio reciente de que no se superponga la celebración de
la misa con la reconciliación individual, determinando para ésta horarios y
momentos diversos". En segundo lugar, una oportuna redistribución de las misas
dominicales facilitaría, especialmente en algunas iglesias, la celebración de la
reconciliación no sólo individual, sino también en la segunda forma prevista por
el nuevo Ritual de la
Penitencia.
IV. Problemas y perspectivas pastorales
Lo que hemos estado diciendo, especialmente en la última parte, ha puesto ya en
evidencia algunos problemas pastorales y ha sugerido propuestas concretas de
trabajo en orden a una renovación del domingo. Ahora intentaremos completar el
cuadro, conscientes, sin embargo, de que hay cuestiones de difícil solución, que
deben ser resueltas gradualmente por quien tiene la autoridad competente en la
iglesia, mientras que para otras la solución está frecuentemente en la
responsabilidad, sensibilidad y buen sentido de los agentes parroquiales.
1. LA CUESTIÓN DEL "PRECEPTO°. Un problema sobre el que se ha discutido y se sigue discūtiendo
mucho es el referente al precepto dominical. La reflexión que precedió a
la promulgación del nuevo CDC (25 de enero de 1983) había llegado a
formular algunas orientaciones generales, que se pueden resumir en estas
palabras de F.N. Appendino: "Superada la polémica teórica entre precepto sí y
precepto no, se distingue ahora entre el deber dominical, que todos reconocen
como vinculado al kerigma apostólico e ínsito en la conciencia de la iglesia
primitiva, y el precepto eclesiástico, que, en sustancia, casi todos admiten con
algún motivo legítimo (pedagógico) y con ciertos significados eclesiales: a
condición de que lo hagan salir del legalismo y lo reconduzcan al seno de la
genuina tradición sacramental sin apagar del todo la libertad de autodecisión en
las opciones concretas"".
Como el anterior CDC (cáns. 1247-1249),
también el nuevo dedica tres cánones (1246-1248) a los días de fiesta. Se notará
que ahora la observancia del domingo se funda en una motivación
histórico-teológica. Además se habla de participar (y
no de oír) la misa. "El domingo, en que
se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en
toda la iglesia como fiesta primordial de precepto..." (can. 1246, § 1).
"El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de
participar en la misa, y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades
que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o
disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo" (can.
1247).
La catequesis deberá seguir luchando para que el precepto dominical no quede
sumergido, por una parte, en una difusa concepción naturalista del culto y, por
otra, en la aridez de la rutina y el formalismo. Esta ley debe aparecer no como
un imperativo exterior, sino como una exigencia y un compromiso responsable en
el camino de la fe. Ya en la época de la carta a los Hebreos la asiduidad de los
fieles a la asamblea dominical debió ser objeto de insistencia, recordándoles su
carácter escatológico (10,25).
En el s. ul la Didascalía de los apóstoles desarrolla, a este respecto,
una problemática que sigue teniendo actualidad. Dirigiéndose al obispo, dice el
autor: "Cuando enseñes, ordena y persuade al pueblo a que sea fiel... en
reunirse, a fin de que nadie disminuya en un miembro al cuerpo de Cristo. No
despreciéis, pues, vosotros mismos y no privéis al Salvador de sus miembros, no
rompáis ni disperséis su cuerpo" °'.
2. CARÁCTER ECLESIAL DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
DOMINICAL. La afirmación del domingo como día de la comunidad lleva
consigo, entre otras cosas, un esfuerzo múltiple por restituir a la celebración
eucarística una dimensión verdadera y plenamente eclesial, de modo que —como
desea la constitución litúrgica— "florezca el sentido comunitario parroquial
sobre todo en la celebración común de la misa dominical"
(SC 42).
Para alcanzar este objetivo es preciso ante todo evitar la dispersión y el
fraccionamiento de las asambleas con la correspondiente y
frecuentemente inmotivada multiplicación de las misas. La verdadera (o presunta)
utilidad de los fieles, especialmente si son pocos, no es motivo suficiente para
esto. Hace falta, además, promover una celebración verdaderamente eclesial con
la participación de una verdadera asamblea, en la que se valoren plenamente los
elementos de la acción litúrgica (lecturas, cantos, oraciones) y se pongan en
acción los diversos ministerios y servicios requeridos. Objeto de muy particular
atención tiene que ser, naturalmente, la -> homilía, valorando las enormes
riquezas del leccionario y teniendo presente que la celebración dominical es la
única ocasión que la mayor parte de los fieles tienen de oír la palabra de Dios
y penetrar en su mensaje.
Conviene que los mismos grupos eclesiales y las comunidades (incluso religiosas)
se sientan llamados a participar en la más grande y significativa asamblea
dominical, para contribuir así a manifestar el misterio de la iglesia, pueblo
santo, variado, articulado y orgánicamente estructurado. No tiene sentido aquí
la petición de algunos grupos de tener una celebración particular el sábado por
la tarde para anticipar la fiesta. Esto puede hacerse, y más acertadamente, en
otros días de la semana.
Continuando con el tema de una
celebración dominical que sea reflejo del auténtico rostro de la iglesia, se
plantea un problema a propósito de las misas en lugares turísticos o de veraneo.
Frente a la movilidad creciente y a la pérdida de sentido en muchos cristianos
de la nota de catolicidad propia de la iglesia, los agentes pastorales deberán
procurar que también la eucaristía en estas zonas o ambientes resulte una
verdadera experiencia de iglesia. La acogida familiar para con los turistas y
los transeúntes; la preocupación por hacer sentir a los fieles que en la
asamblea local, reunida aquí y ahora, se realiza el misterio de la iglesia como
convocación universal y abierta a todos; el realce de las palabras y gestos
rituales que destaquen estos aspectos, son llamadas de atención que ayudan a
superar la tentación del individualismo y del anonimato, determinados también
por una cierta concepción del precepto.
3. DOMINGO Y CELEBRACIONES DE LOS SANTOS. El domingo es la
fiesta primordial por excelencia. Por eso la constitución litúrgica recomienda
que "no se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma
importancia" (SC 106). Desde
aquí se explican las incongruencias, y por ello las prohibiciones, de trasladar
al domingo las fiestas de la bienaventurada Virgen María y de los santos,
exceptuando los casos particulares previstos por la legislación litúrgica
actual". En la actualidad se constata una revalorización de la -> religiosidad
popular y de sus formas incluso cultuales. Sin embargo, esto no se realiza
siempre según las orientaciones del magisterio reciente por lo que la tendencia
a fijar en domingo las celebraciones de los santos vuelve, a pesar de todas las
buenas intenciones,
verdaderas o presuntas, a surgir con soluciones a veces aberrantes o al menos
discutibles no sólo en el plano de las manifestaciones sociales, sino también en
el religioso, y más específicamente litúrgico. Lo cual es claramente deformante,
incluso desde el punto de vista de la fe, ya que atenta contra la centralidad
del misterio pascual de Cristo que se celebra cada domingo.
4. EL PROBLEMA DF LAS "JORNADAS". En la comunidad eclesial nacional o diocesana se celebran con frecuencia,
por mandato de la CEE o
del obispo, jornadas particulares orientadas a sensibilizar a la
comunidad sobre graves problemas sociales o eclesiales y a comprometer a los
creyentes en un esfuerzo para solucionarlos a la luz de la fe. Este hecho, en sí
mismo legítimo, no debe comprometer el significado genuino de la celebración
dominical, sobre todo si se trata de domingos privilegiados, como son los de
adviento, cuaresma y pascua, lo que desgraciadamente sucede cuando, por ejemplo,
la homilía que se hace en tales ocasiones prescinde por completo del mensaje
propuesto por las lecturas y cuando las intenciones de petición en la oración de
los fieles se centran todas en el tema propuesto para la jornada. Se está
pidiendo desde diversas comunidades y grupos, y justamente, una intervención
clarificadora que ponga freno a una tendencia que podría terminar siendo
peligrosa. No faltan, a este respecto, sugerencias y propuestas de interés.
L. Brandolini
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