A
medida que se acercaba el año 1000 crecía entre la población el temor al fin del
mundo. Un texto, tomado del Apocalipsis de San Juan, auguraba su destrucción a manos
de Satanás cuando llegase el cambio de milenio. Si al de por sí hermético texto
se añade la confusión de fechas que regían en aquel momento para el cambio de
año, resultaba realmente peliagudo saber en qué día hombres, animales y demás
pobladores de este mundo mortal caerían bajo el poder del ángel demoníaco. En
las Islas Británicas la entrada del nuevo año se celebraba el 25 de marzo, al
igual que se hacía en Florencia; el Año Nuevo llegaba a Francia en el domingo
de Resurrección; los venecianos lo celebraban el 1 de marzo, mientras que bizantinos
y calabreses creían que 1 de septiembre era la fecha indicada para este evento.
El
pavor existía en toda Europa, y el caso no era para menos, pues una serie de hambrunas
continuas, plagas y enfermedades se abatieron sobre el continente, de manera
que todo se interpretó como un castigo divino, antesala de la anunciada
destrucción. La gente se agrupaba en las iglesias gimiendo de miedo, implorando
el socorro de los cielos, mientras los monjes vagabundeaban por campos y
ciudades invitando a la mortificación y las más duras penitencias para frenar
la cólera del Todopoderoso. Fue una época cruel y oscura en la que se temía tanto
perder el cuerpo como perder el alma.
Como
nunca faltan agoreros y "'profetas" que gustan de tener protagonismo
en momentos tan duros aprovechándose de la credulidad de las gentes, un monje
rebelde, Paul Glaber, se dedicó a fomentar los temores que ya existían. Por lo visto
la debacle mundial estaba claro que llegaría en el primer día de año 1000. Pero
como el mundo en ese día no acabó se dio un margen de, nada menos, que 33 años
para el exterminio total haciendo una cuenta a partir de la muerte de
Jesucristo. El tiempo fue pasando y los atemorizados pobladores vieron que todo
seguía, poco más o menos igual, y los terrores comenzaron a dispersarse y una
eclosión de vida surgió de la fatídica fecha.
Un
personaje curioso que tuvo mucho que ver y que sufrir en relación con la situación
del cambio de milenio fue el papa Silvestre II, el primero de origen francés. Hombre
de gran cultura y admirador de las ciencias árabes, fue tachado por los
clérigos, oscurantistas e ignorantes, de cultivador de la magia, alquimista y
siervo de Satanás. Incluso algunos decían que había conseguido la tiara
pontificia mediante un pacto con el diablo. Para colmo de males, siendo monje
el ahora Papa Silvestre había leído el Tratado del Anticristo, escrito
en 954 por Adron en el que se pronosticaba el fin del mundo para cuando todos
los reinos de la tierra se hubieran separado del antiguo Imperio Romano.
En un intento
de espantar tantas habladurías y tantos miedos apocalípticos intentó convencer
al rey Otón III para reunificar el viejo Imperio.
A este
Papa le tocó vivir la noche de fin de año del 999, y según cuenta Ortega y
Gasset, que dedicó al suceso una tesis doctoral, la contempló junto al
emperador. Cuando en el cielo aparecieron las estrellas, tuvo la seguridad de
que un mundo no iba a acabarse, al menos en esa noche. El firmamento, el signo
de Dios, surgió esa noche como otra cualquiera, los miedos podían ahuyentarse ...
y San Silvestre se celebrará ya por siempre en la noche del 31 de diciembre al
1 de enero.
Hace
poco que hemos entrado en el tercer milenio de la era cristiana, año más año menos,
porque el calendario del que partimos sigue siendo un poco aleatorio, y parece
que el día del Juicio Final sigue en lista de espera.
Pero
ahora que el hombre domina la técnica y la ciencia, cuando ha llegado a la luna,
conoce el por qué de muchas enfermedades, puede clonar seres vivos y un largo
etcétera de adelantos le han facilitado la vida y le han dado a conocer muchas
de las causas que aterrorizaban a nuestros ancestros, la llegada del nuevo
milenio no ha estado exenta de alguno de los viejos temores. Cuando se acercaba
la fecha de entrada en el año 2000 han surgido en muchos lugares del mundo
sectas milinaristas que también auguraban el fin del mundo. Algunos creían que
habitantes de otros planetas iban a rescatar a unos pocos elegidos para llevarlos
hacia un lugar idílico, fuera del planeta Tierra, otros se han suicidado
pensando que el llamado "efecto 2000", transmutaría la vida y obra de
los ordenadores que rigen casi todos los aspectos de la sociedad y que devendría
un caos tan grande que era mejor no llegar a contemplarlo ... Habían pasado 1.000
años, todo había cambiado ... pero el hombre todavía albergaba en su interior el
miedo ante lo desconocido, ante los grandes sucesos que se escapan a su control
como son el paso de los días y el transcurrir del tiempo.
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