1. Valor del dogma
en la cultura y en la teología contemporánea
1. "DOGMA"
EN EL VAT I. El concepto de dogma, en
el sentido en que se utiliza hoy este término en la iglesia católica, ha sido
fijado en una época relativamente reciente. Sus primeros orígenes tienen que
buscarse en la controversia postridentina con los protestantes, cuando se quiso
limitar la polémica a lo que por cada una de las partes tuviera valor de
doctrina oficial. La fijación autoritativa se lleva a cabo más tarde, en el Vat
1. Este concilio, aun sin hacer uso de este término, definió su concepto: "Ha de
ser creído fide divina et catholica todo lo que está contenido en la
palabra de Dios escrita o transmitida y que ha sido proclamado por la iglesia
como algo que hay que creer como formando parte de la divina revelación o con un
juicio solemne o con el magisterio ordinario y universal" (DS 3011). Según el
Vat 1, por consiguiente, son dos los elementos constitutivos del dogma: primero,
tiene que ser una verdad contenida en la revelación (elemento material);
segundo, debe ser una verdad que la iglesia haya formulado y propuesto
expresamente como objeto de fe (elemento formal). Por eso mismo el dogma se
distingue del depositum fidei (que es la substancia de la revelación
propuesta a la iglesia), en cuanto que es la proclamación auténtica y
autoritativa, y por tanto infalible, de la palabra de Dios a través de la
iglesia.
Como ha mostrado G.B. Sala, esta determinación del concepto de dogma ha tenido
lugar en relación con un doble contexto. El primero, más amplio, era el
resultado de aquel proceso que tuvo lugar en la iglesia a partir de la
escolástica tardía, y que está caracterizado por la conciencia cada vez más
intensa de la distancia que existe entre el anuncioactual de la iglesia y las
fuentes originales de la revelación. La declaración solemne y autoritativa de lo
que es la fe cristiana en el Vat 1, desde este punto de vista, intentaba salir
al encuentro de la necesidad de indicar las garantías de la continuidad de la
predicación actual de la iglesia con la de los orígenes. El segundo contexto,
más inmediato, se derivaba de la provocación del pensamiento
semirracionalista que, aun sin negar la revelación divina ni la existencia
de verdades de fe, tendía sin embargo a hacer entrar a la una y a las otras bajo
el dominio de la razón humana. En este contexto el concilio defendió la
trascendencia de la fe afirmando que la verdad de los dogmas, incluso en su
formulación, está más allá de las capacidades de comprensión puramente humanas.
La doctrina del Vat I se situaba, por tanto, en un movimiento de defensa.
Además, llevando a considerar los dogmas sobre todo en su carácter de
proposiciones y acentuando su aspecto jurídico (la proclamación por parte de
la iglesia que impone la obligación de la aceptación, so pena de caer en herejía
formal), ha sido causa de un notable empobrecimiento de la doctrina católica
sobre la fe.
2. CRISIS ACTUAL
DEL CONCEPTO DE DOGMA. La visión del dogma que propuso el Vat 1 dio comienzo a
un proceso que hoy, en la mentalidad común tanto teológica como más generalmente
cultural, ha llevado a considerar el dogma de un modo más bien negativo. Como
muestra de forma esquemática G. O'Collins, hoy se acusa al dogma de
negar la libertad, de ser irracional o incluso demasiado racional, de encerrar
el alegre mensaje de la salvación en los rígidos conceptos de la razón o en un
lenguaje que se presume válido para todos los tiempos,
pero que de hecho no lo es. Por eso mismo la palabra dogma
plantea hoy un problema muy grande, en cuanto que parece constituir un obstáculo
para el diálogo entre la iglesia y el mundo, hace difícil el diálogo entre
cristianos evangélicos y católicos y les parece a muchos impedir incluso la
reforma interior de la iglesia católica.
Un estudio mejor y más profundo de los dogmas ha llevado recientemente a la
revalorización de este concepto, recuperando algunos elementos que había
preterido el Vat 1 por motivos contingentes, pero presentes en la tradición e
igualmente esenciales, como, p. ej., la acentuación de la precedencia y del
carácter primario del depositum fidei respecto al dogma; la llamada a la
obediencia de fe, que requiere el dogma, pero que se realiza en la autoapertura
a Dios y no a una fórmula jurídica; la perspectiva de energía religiosa vital
que posee el dogma, como momento del encuentro entre Dios y el hombre.
3. PERSPECTIVAS PARA EL FUTURO. La
teología actual, consiguientemente, considera el dogma según unas perspectivas
mucho más amplias que las del Vat I.
a) En primer lugar, el dogma es entendido
rectamente tan sólo cuando se reconoce que remite al misterio. Las formulaciones
de la revelación, tanto en la Escritura como en los dogmas de la iglesia, son
realmente expresiones humanas, aunque auténticas y autoritativas, de la
palabra de Dios. Por eso mismo son necesariamente relativas y abrazan sólo una
parte del misterio. En consecuencia, los dogmas tienen que ser considerados sólo
como caminos a través de los cuales el hombre se mueve realmente al
encuentro de la gratuita autocomunicación de Dios. En este sentido, son un
fenómeno escatológico radicalmente abierto al futuro.
b) En lo que se refiere al depositum fidei, el dogma se especifica además
con el "desarrollo del objeto de la Escritura rectamente entendido". En efecto,
la revelación de Dios en Jesucristo no consistió en la comunicación de unos,
contenidos y enunciados religiosos bien fijos, sino en un acontecimiento de
salvación, cuya experiencia, en el período apostólico, se sedimentó en la
Escritura. Este acontecimiento original, y la Escritura que atestigua del mismo,
dieron paso a un proceso vital, que es la tradición de la iglesia. En ella la
apropiación de la revelación y el esfuerzo por comprenderla y expresarla en
conceptos, según las exigencias del cambio de las condiciones vitales y
culturales, no pueden menos de entrar antes o después en confrontación con el
acontecimiento original de la revelación y con la Escritura; entonces hay que
preguntar, y eventualmente dar también una respuesta precisa (el dogma), sobre
si el resultado al que se ha llegado corresponde o no a aquel contenido
irrenunciable de fe del que partió el proceso. En este sentido, el dogma
concluye un proceso de aprendizaje. Pero teniendo presente que, como ya
hemos dicho, el dogma está por esencia abierto al futuro, hay que decir además
que él a su vez da comienzo a un proceso de inteligencia ulterior.
c) Hoy, finalmente, se subraya el carácter doxológico del dogma.
Efectivamente, cada uno de los dogmas proclama la acción de Dios en la historia
en favor de los hombres. Por consiguiente, tiene significado en cuanto que está
al servicio de la fe y de la piedad de todo el pueblo cristiano.
Considerando estos diversos aspectos, se ha superado actualmente aquella
concepción del dogma limitada en sus elementos debido a las contingencias
históricas que antes señalábamos. Por el contrario, su concepto se ha visto
notablemente enriquecido mediante la aportación de aquellos significados que, en
la tradición de la iglesia, habían tenido las proclamaciones oficiales de los
concilios y del magisterio. En particular, el dogma no tiene que verse ya como
una fría proposición jurídica, apta únicamente para determinar los confines
entre la ortodoxia y la herejía, sino como una formulación exacta que, aun sin
expresar plenamente el misterio inefable de Dios, abre sin embargo un acceso al
mismo. El concepto católico de dogma aparece entonces en perfecta armonía con la
superioridad necesaria del evangelio en la iglesia y sobre la iglesia. En
efecto, el evangelio, más que verse limitado por el dogma, sigue siendo superior
al mismo, "ya que es la fuerza del Señor glorificado en la iglesia y sobre la
iglesia mediante su palabra viva".
II. Los dogmas marianos en su contenido y en su desarrollo histórico
En el sentido que acabamos de señalar, la iglesia posee cuatro dogmas marianos.
A los tiempos antiguos pertenecen el dogma de la maternidad divina y el de la
virginidad. Estos dos dogmas, estrechamente vinculados entre sí, están
inseparablemente relacionados con la fe en Cristo y con su formulación
histórico-dogmática. En los tiempos recientes se han definido los dogmas de la
inmaculada concepción (8 diciembre 1854) y de la asunción de María (1 noviembre
1950). Estos nuevos dogmas
marianos, además de estar fundamentados en la dignidad y en el significado de la
Virgen madre de Dios, toman igualmente en consideración su figura moral,
distinguiéndose además de los primeros por la modalidad de su motivación
teológica y de su desarrollo hasta la decisión doctrinal de la iglesia [>Madre
de Dios; >Virgen; >Inmaculada; >Asunción].
1. LOS DOGMAS
MARIANOS EN SU CONTENIDO. a) Maternidad
divina. En el año 431 el concilio de
Efeso definió explícitamente a María como madre de Dios (Theotókos: DS
251). Su intención era afirmar la unidad de la persona de Cristo. La verdad es
que reconocer a María como madre de Dios significa profesar que Cristo, hijo de
María según la generación humana, es Hijo de Dios y Dios mismo. Así pues, en
esta expresión, Dios designa únicamente a la persona del Hijo. La
expresión se justifica, además, por el hecho de que toda mujer es madre no sólo
del cuerpo, sino de la persona de su hijo. Theotókos, teológicamente,
significa por tanto no ya madre de la divinidad, sino madre del Verbo encarnado.
Observemos por fin cómo en el concilio de Efeso y en la teología posterior la
maternidad divina de María fue considerada en aquel momento esencial del proceso
genético que está constituido por la concepción y por el parto. No se toma
explícitamente en consideración todo aquel desarrollo de la maternidad que se
determina con la constante relación existencial entre la madre y el hijo a lo
largo de todo el tiempo de la vida humana.
b) Virginidad
perpetua. La afirmación de la virginidad
de María pertenece a la fe cristiana. La iglesia designa esta virginidad como
perpetua o, según la fórmula de Pablo IV, como "virginitas ante partum, in partu
et post partum" (DS 1880). Pero en este sentido es preciso hacer algunas
matizaciones:
1) Virginitas ante partum. Desde los primeros
tiempos de la iglesia la concepción virginal de Jesús fue enunciada en la regla
de fe y se encuentra constantemente expresada en los símbolos, sobre
todo en todas las recensiones del símbolo apostólico
(DS 10-30). Varios concilios ecuménicos
recogieron esta afirmación. Esta fe se basa en particular en los
testimonios escriturísticos de Mateo (1,18-25) y de Lucas (1,26-38) e incluye
además claramente el aspecto físico de la virginidad. En otros términos, afirma
que Jesús nació no como consecuencia de unas relaciones matrimoniales
ordinarias, sino por una concepción que había realizado el Espíritu Santo en el
seno de la virgen María.
2) Virginitas in partu. A
propósito del parto virginal hay que distinguir entre las representaciones
sensibles que se han dado del mismo y la afirmación de fe. Que María siguió
siendo virgen (física y moralmente) en el parto es una verdad de fe, definida en
el concilio Lateranense del año 649 (DS 503). Que haya dado a luz de modo
milagroso y que Jesús haya nacido sin abrir el seno materno, es la
interpretación teológica admitida más comúnmente en la iglesia, pero que no
parece pertenecer a la fe y que no ha sido impuesta por ninguna declaración del
magisterio.
3) Virginitas post partum. En la
iglesia perdura desde tiempos inmemorables (véase el siempre virgen) la
convicción de que María, después del nacimiento de Jesús, no tuvo más hijos ni
consumó su matrimonio con José. Que María siguió siendo siempre
virgen no se nos dice expresamente en la Escritura, pero se convirtió en verdad
de fe en cierto modo como evidencia teológica. Como es natural, este desarrollo
fue posible en la medida en que existía la convicción de que la Escritura no
contenía argumentos serios y válidos en favor de opiniones contrarias. También
hoy los autores católicos son del parecer que los evangelios dan como probable
en varios pasajes que María, después de Jesús, no tuvo ya hijos y que los que
son llamados hermanos de Jesús
eran primos suyos en diversos
grados; hipótesis ésta que sigue siendo en la exégesis la interpretación mejor.
c) Inmaculada
concepción. Este dogma, proclamado por
Pío IX el 8 de diciembre de 1854, afirma la inmunidad de María del pecado
original. La fórmula de la definición reza así: "En honor de la santa e indivisa
Trinidad, para honra y decoro de la Virgen madre de Dios, para exaltación de la
fe católica y aumento de la religión cristiana, con la autoridad de nuestro
Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra,
declaramos, proclamamos y definimos: que la doctrina, según la cual la
bienaventurada virgen María, en el primer instante de su concepción, fue
preservada incólume de toda mancha de pecado de origen, debido a un
especialísimo privilegio de la gracia de Dios omnipotente, con vistas a los
méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y
por tanto ha de ser sólida y constantemente creída por todos los fieles" (DS
2803).
Para la interpretación de la fórmula hay que tener
en cuenta estas observaciones: 1) el sujeto de quien se habla es la persona
de María, la cual, desde el primer momento de su existencia personal, por
gracia y beneficio singular (y no como excepción a la ley), por los méritos
previstos de Cristo, fue preservada del pecado original; 2) señalemos
además que la definición no dice nada en lo que se refiere a las consecuencias
del pecado original. La definición afirma por tanto que María
pertenece a la estirpe humana de Adán, de manera que la culpa de origen se
habría realizado en ella lo mismo que en los demás hombres si Dios no la hubiera
preservado desde el primer momento de su concepción por un privilegio particular
basado en los méritos redentores de Cristo.
d) Asunción. El último dogma mariano definido afirma la glorificación
corporal anticipada de María, es decir, que ella, después de su vida terrena, se
encuentra en aquel estado en que habrán de encontrarse los justos después de la
resurrección final. Este dogma fue proclamado por Pío XII el 1 de noviembre de
1950: "Para gloria de Dios omnipotente que otorgó a la virgen María su especial
benevolencia; para honor de su Hijo, rey inmortal de los siglos, vencedor del
pecado y de la muerte; para aumento de la gloria de su madre elegida y para gozo
y júbilo de toda la iglesia, afirmamos, declaramos y definimos con la autoridad
de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y
con la nuestra: que es un dogma divinamente revelado que María, madre de Dios,
inmaculada y siempre virgen, tras el término del curso terreno de su vida, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (DS 3903).
La fórmula definitoria, como se puede fácilmente advertir, no afronta el
problema de la muerte de María. Es decir, no define ni que María haya muerto ni
que no haya muerto; deja esta cuestión a la libre discusión de los teólogos.
Señalemos además, para su correcta interpretación, que la palabra
asunción no expresa la idea de cambio de
lugar, sino de estado. Es un concepto puramente teológico que excluye
cualquier afirmación cosmológica en torno a una localización del cuerpo
glorificado.
2. DESARROLLO HISTÓRICO DE LOS DOGMAS MARIANOS. El
desarrollo de los dogmas marianos es
quizá el caso más complejo de desarrollo dogmático en el catolicismo. En primer
lugar, se observan en él los diversos factores y la multiplicidad de cuestiones
relativas a la profundización de las proposiciones de fe. En segundo lugar, este
conjunto de dogmas se presenta como el punto de intersección de otras verdades
de fe y de su desarrollo. Finalmente, su génesis abarca todo el arco de la
historia de la iglesia y de los dogmas.
a) NT. El comienzo del desarrollo de la doctrina
de la iglesia católica sobre María tiene que buscarse dentro de los escritos del
NT.
La predicación original de los apóstoles, como es sabido, no se ocupa
expresamente de María. Como atestiguan el libro de los Hechos y los sinópticos,
que conservan tanto su esquema como su temática, el
kerigma
apostólico está centrado totalmente en el anuncio de Jesús desde el día de su
bautismo hasta su ascensión (cf He 1,22).
Pero en Pablo encontramos ya la primera expresión importante para el futuro
desarrollo doctrinal: "Cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo,
nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para que redimiese a los que
estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos" (Gál
4,4-5). La fórmula "nacido de una mujer" tiene aquí claramente el sentido de
garantizar, frente a todas las tendencias espiritualistas, la verdadera
naturaleza humana y la historicidad del Señor crucificado y resucitado. Este
pasaje paulino constituye así el lugar escriturístico más antiguo en donde María
está vinculada expresamente, en cuanto madre del Hijo de Dios encarnado, con la
historia de la salvación.
Entre tanto, después de la mitad del s.
I, los
relatos del nacimiento y de la infancia de Jesús se van añadiendo, a guisa de
prólogo, a la catequesis cristiana. Es lo que nos atestiguan los primeros
capítulos de Mateo (1-2) y de Lucas (1-2), los cuales, aunque se ocupan en
primer lugar de Cristo, afirman también la concepción virginal y la maternidad
divina de María vistas en estrecha conexión entre sí. Se trata de una
perspectiva salvífica. Jesús tenía que nacer sin concurso de padre terreno
porque de este modo aparecía claramente la fuerza creadora salvífica de Dios y
el carácter de iniciativa de su empresa de salvación no provocada por alguna
acción humana. Además, Lucas desarrolla estas afirmaciones, comunes también a
Mateo, trazando los primeros rasgos morales que de ello se deducen para la madre
de Jesús: ella, saludada como "llena de gracia" (Lc 1,28), es la mujer / pobre,
la humilde / sierva enriquecida por Dios, el tipo de aquellos pobres a los que
el Señor quiere exaltar (cf >Magnificar).
Sin embargo, es Juan el que ha organizado mejor en
síntesis las diversas articulaciones del misterio de María, integrándolas tanto
en el misterio de la encarnación del Verbo como en el del pueblo mesiánico, que
es la iglesia. Fijándonos en los datos comúnmente admitidos, en Juan la misión
de Jesús queda claramente encuadrada entre dos escenas indudablemente marianas:
Caná y el Calvario. En la perícopa de Caná (Jn 2,1-12), en doce versículos
aparece hasta cuatro veces la expresión "la madre de Jesús", y en el v. 4
encontramos también el primer uso del término >mujer. Este título (como
hoy muchos admiten) nos remite a la tradición profética sobre la
mujer-Sión,
que ejerce unas funciones maternales en el tiempo de la salvación. Este tema,
más tarde, encuentra su expresión más plena en la escena del Calvario (Jn
19,25-27), donde la madre de Jesús es presentada claramente como el comienzo de
la maternidad de la >iglesia " [>Hija
de Sión].
En conclusión
indiquemos cómo de todo lo dicho se deduce que el terreno teológico que alimentó
la mariología del NT fue la cristología descendente, es decir, la que se basa en
el concepto de Hijo, en cualquier etapa de su desarrollo en que haya sido
presentada por cada uno de los autores. La figura y el destino de
María quedan así inicialmente trazados en relación con Cristo y con su alegre
mensaje a la humanidad (Pablo, Mateo, Lucas, Juan). Pero las palabras de la
Escritura hacen destacar también el desarrollo de su vida espiritual bajo la
guía de Dios (cf sobre todo Lucas).
b) Período patrístico. Describiremos en este párrafo la fundamentación,
el camino y el progreso de la doctrina mariana hasta el concilio Niceno II (año
787).
1) Los dos primeros siglos encuadran ante todo bajo una luz clara la concepción
virginal (activa) de María y la ponen al servicio de la divinidad del Redentor.
Esto tanto en oriente como en occidente. A través del paralelismo Eva-María (que
comienza san Justino y desarrolla san Ireneo) la figura de María queda luego
anclada en la conciencia creyente con su significado histórico-salvífico.
Finalmente, mediante la conexión entre el nacimiento virginal de Jesús en el
seno de María y el de los cristianos mediante la fe y el bautismo, introduce
igualmente Ireneo la confrontación entre la madre de Jesús y la madre-iglesia.
En este período, de todas formas, aparece sumamente claro que la
mariología está estrechamente vinculada a la cristología.
2) Entre tanto, en el s. iii surgen las disputas en torno a la divinidad de
Cristo. Las controversias se concluyen con el concilio de Nicea (año 325), que
afirma en su símbolo la filiación divina de Jesús (cf DS 125). Pero de
este modo se plantea también con claridad la premisa fundamental para la
comprensión de la divina maternidad de María.
Esta se encuentra expresamente afirmada en el símbolo del concilio de
Constantinopla (año 381): "Et incarnatus est de Spiritu Sancto [et] ex Maria
Virgine" (DS 150). Esta afirmación constituye la formulación de fe,
considerada por la iglesia de alcance ecuménico, que es posible fechar con la
mayor seguridad, de auténtico tono arcaico y de carácter doctrinal que
conocemos, en torno a la participación de María en el misterio de la
encarnación. La fórmula constituye un añadido explicativo a un artículo
cristológico: en efecto, se presenta a María para aclarar el alcance humano e
histórico de la encarnación. Su persona está gramatical y doctrinalmente unida
al Espíritu Santo como coprincipio humano de la encarnación y de la humanización
del Hijo de Dios. Se la llama "la virgen": más que un título, esta aposición
indica la característica esencial de su ser, casi un elemento significativo de
la encarnación y de la intervención divina en ella.
Otro momento fundamental para la historia del dogma mariano lo constituye el
concilio de Efeso (año 431). El problema principal de este concilio era la
solución de la disputa nestoriana. Esta, aunque se refería esencialmente a
Cristo, se había centrado en torno a la afirmación onegación del título
Theotókos (madre de Dios). El
concilio, en contra de Nestorio, afirma que las dos naturalezas, la divina y la
humana, perfectas y diversas, conjuntas en una verdadera unidad mediante un
misterioso e inefable concurso, constituyeron un solo Jesucristo, un solo Hijo,
aunque sin perder en la unión la diferencia específica de cada una de ellas. Por
eso se presenta a María en el concilio directa, explícita y formalmente como
Theotókos (DS 251).
La reflexión
teológica de Éfeso fue profundizada y completada en Calcedonia (año 451), donde,
entre otras cosas, se definió solemne y jurídicamente, mediante una fórmula
verbal con valor dogmático expresamente enunciado, la divina maternidad de
María. Por sí misma, esta maternidad divina no constituye el tema directo y
principal de la definición, pero es tratada como corolario de las afirmaciones
sobre la encarnación. Efectivamente, la preocupación principal del concilio era
profundizar en el significado ontológico de este misterio y aclarar una
terminología que pudiera expresarlo adecuadamente sin posibilidad de errores. En
este contexto el título Theotókos expresa toda la veracidad de la
naturaleza humana del Verbo.
La iglesia llegó de este modo a definir un estado de cosas que se refería de
igual modo a la explicación de la persona del Redentor y al significado de su
madre: Theotókos, madre de Dios, reunía realmente en sí tanto la
divinidad del que había nacido de María como el hecho histórico de la
encarnación del Verbo en el seno de una mujer. Y esto, en definitiva, no
representa más que la explicitación de todo lo que estaba ya afirmado en el NT a
partir de Gál 4,4.
La afortunada formulación del misterio mariano dio también impulso, en
consecuencia, a la consideración del papel de la madre del Redentor como
significativo para la salvación. Nació en este contexto la oración dirigida a
María y la entrada de la misma en la liturgia [>Oración
mariana; >Culto].
3) Al mismo tiempo se dibujaba para la doctrina mariana un nuevo horizonte. Fue
en occidente donde adquirió mayor desarrollo esta nueva perspectiva, con la
evolución de la teología desde las cuestiones trinitarias y cristológicas a las
de la antropología teológica, relativas al estado original, la donación de la
gracia, el desarrollo de la vida cristiana y el destino final del hombre.
Epifanio, con su interrogante sobre el final de la vida terrena de María, y
Agustín, con el problema que le habían suscitado Pelagio y Julián de Eclana
sobre su figura moral desde los comienzos de su vida, introdujeron así dos temas
marianos que hasta entonces no habían sido tratados. De esta forma resultó
interesante toda la existencia terrena de la Virgen, es decir, desde el instante
de su concepción pasiva hasta el de su muerte.
Más que la teología, fue la liturgia, en el último período patrístico, la que
estimuló la reflexión creyente sobre María. Así la tradición litúrgica, más que
la argumentación teológica, pasó muy pronto a ser un testimonio importante de
verdades que la teología no llegaba todavía a penetrar con claridad suficiente.
Puede decirse que la práctica de la piedad y la convicción de fe del pueblo
cristiano doblegaron en este período a la teología, que entonces tuvo que
ponerse a reflexionar para dar el fundamento teológico necesario a lo que ya
había intuido la fe. Desde este punto de vista tuvieron un significado especial
las fiestas del 15 de agosto y del 8 de diciembre.
Finalmente hay que recordar, respecto a este último período patrístico, cómo la
perpetua virginidad de María fue reconocida por primera vez en un concilio
ecuménico, el Constantinopolitano II, del año 553
(DS 422).
c) Desde la edad
media hasta el Vat II. En este largo
período el desarrollo del dogma mariano está caracterizado por el progreso de la
reflexión sobre la inmaculada concepción y sobre la asunción. Son dos los
aspectos de este proceso: el primero está constituido por las dificultades que
la reflexión teológica encontró debido a la falta de fundamentos escriturísticos
suficientemente válidos; el segundo, por el hecho de que en este terreno no se
trató nunca de defender la ortodoxia de ciertas herejías peligrosas para la fe,
sino simplemente de un proceso gradual de clarificación dentro de la misma
iglesia. Este proceso, para la inmaculada concepción más que para la asunción,
no es ni mucho menos lineal y sufrió diversas vicisitudes. Sin embargo, una
mirada retrospectiva revela que el progreso en el reconocimiento de las verdades
en cuestión ha sido constante. Como ya hemos dicho, para estas dos verdades
marianas se llegó, respectivamente, a su proclamación dogmática en 1854 y en
1950.
Las definiciones de estos dos dogmas presentan ciertas características
específicas que es preciso destacar. La primera se refiere al hecho de que el
fundamento de estos dos dogmas se encuentra en la apelación a una larga
tradición de la iglesia; la misma prueba bíblica es considerada dentro de esta
apelación. La bula de definición de la asunción, en particular, pone también
fuertemente el acento en el consenso actual de fe de la iglesia en su conjunto y
lo indica como última instancia en el reconocimiento del carácter revelado de la
doctrina. Los dos actos de definición han mostrado de este modo la dinámica de
la fe cristiana: esta fe, en el camino hacia un conocimiento cada vez mayor de
la verdad, tiene la posibilidad de desarrollar en una visión religiosa más
profunda lo que sólo ha sido revelado implícitamente y adquirir así nuevos
conocimientos sin falsear y sin añadir nada a la verdad que al comienzo sólo fue
captada en germen. El patrimonio de fe cristiana aparece consiguientemente como
herencia y compromiso de una tradición viva, a la que contribuyen factores
típicamente humanos, pero sobre todo la asistencia del Espíritu de Dios, según
las palabras de Jesús: "El Espíritu de la verdad os guiará a la verdad completa"
(Jn 16,13). La segunda característica, por su parte, es que estas decisiones
doctrinales hicieron valer un motivo totalmente nuevo en la historia de los
dogmas, y concretamente no ya la herejía como primera causa, sino la exigencia
de proclamar autorizadamente lo que ya se creía en la iglesia. Y esto, como
veremos, tendrá importantes consecuencias para la comprensión del dogma y de su
desarrollo.
d) El Vat II y desarrollos sucesivos. La época nueva para la iglesia y
para la teología que marcó el Vat II no ha estado privada de significado para la
reflexión sobre los dogmas marianos. No se han alcanzado ulteriores desarrollos
desde el punto de vista dogmático, pero sí una recuperación de las verdades ya
definidas con vistas a una comprensión más vasta de las mismas. Efectivamente,
como ya hemos dicho, las fórmulas dogmáticas no aprisionan el misterio, sino que
remiten al mismo; en consecuencia, son siempre susceptibles de nuevas
profundizaciones, según las exigencias de la fe vivida en concreto.
1) Encontrar el equilibrio entre los diversos tipos de mentalidad que dentro de
la mariología se desarrollan, se enfrentan, se completan y se garantizan
mutuamente, fue una de las principales preocupaciones del último concilio. A
través de un camino laborioso, los padres conciliares realizaron una opción que,
aun teniendo en cuenta las críticas presentadas por los teólogos católicos y los
protestantes, tomó en consideración sobre todo las aportaciones positivas de los
movimientos más vitales de la iglesia (bíblico, patrístico, litúrgico,
eclesiológico, ecuménico), y elaboraron en el c. VIII de la LG una mariología de
sabor genuinamente bíblico, patrístico y litúrgico. El resultado fue que la
doctrina mariana del concilio se mueve dentro de una perspectiva estrictamente
soteriológica y manifiesta con claridad la intención de destacar la aportación
de la persona y de la misión de María en el gran misterio de la salvación
realizado por Cristo y por la iglesia.
2) Después del concilio la atención de los teólogos se dirigió, en un primer
tiempo, a las verdades centrales del cristianismo (las cristológicas,
eclesiológicas y antropológicas), con la intención de "aplicar las verdades
eternas a las condiciones mudables de este mundo y comunicarlas de manera
apropiada a los hombres de nuestros días"
(OT 16). Sin embargo, muy pronto se
reemprendió también la reflexión sobre los temas específicamente marianos, que
dio origen a una producción literaria abundante y de óptima calidad. Este
resultado fue particularmente significativo para toda la mariología, pero
obtuvieron un especial beneficio las doctrinas marianas ya definidas como
dogmas.
En primer lugar, se profundizó notablemente en la comprensión de fe de la divina
maternidad de María. Tomando en consideración su carácter histórico y humano,
esta maternidad es presentada no ya sólo en el momento genético de la concepción
y del parto, sino también como relación continua y progresiva de María con el
Hijo, desde la concepción hasta la resurrección del mismo hasta su propia
asunción a los cielos.. Además, la visión soteriológica, que se había
recuperado en el concilio, influyó positivamente también en la forma de
presentar la virginidad de María. Son tres las perspectivas dentro de las cuales
es tomada en consideración su virginidad: la cristológica, según la cual indica
que Jesús es el Ser verdaderamente nuevo, el don inexigible de Dios; la
salvífica, según la cual revela el plan de Dios que escoge los medios pobres
para realizar la salvación; y la existencial, según la cual expresa la opción
total de María por Dios..
También los dogmas de la inmaculada concepción y de la asunción recibieron una
luz nueva. Más que como privilegios particulares que revelarían la
grandeza y la gloria de María, considerada como personaje aislado, estos
misterios se presentan hoy dentro de unos contextos más amplios, como el
cristológico, el antropológico y el escatológico. De esta forma la
inmaculada concepción llama la atención sobre la necesidad de redención de cada
ser humano, pero también acerca de la imagen de aquella que permaneció intacta,
por pura gracia, de toda mancha de pecado, y por eso mismo en torno a la
victoria plena y definitiva de Cristo sobre el mal. Por su parte, la asunción en
la comprensión actual va estrechamente unida a las verdades antropológicas de la
dignidad y de la vocación del cuerpo humano y es un signo que confirma el
cumplimiento de las promesas de Cristo y de la fe en la resurrección.
Vistos de esta forma, los dogmas marianos adquieren igualmente un profundo
significado eclesiológico. La figura de María se revela al mismo tiempo como
miembro tipo y como madre respecto a la iglesia; antes de que la iglesia
apareciese, ella es ya santa e inmaculada; antes de la iglesia, ella se une a
Jesucristo, forma con él un solo cuerpo, una sola vida, un solo amor; antes de
la iglesia, ella participa en alma y cuerpo de la gloria de Cristo resucitado,
después de haber estado en comunión con él en sus sufrimientos; pero todas estas
anticipaciones no son extrañas a la iglesia, puesto que en todo ello María es ya
iglesia.
III. Caracteres de los dogmas marianos
La historia de los dogmas marianos, que acabamos de trazar sintéticamente, nos
permite una mejor comprensión de los mismos y hace posible, en este punto,
señalar sus caracteres esenciales.
1. INSERCIÓN EN EL
MISTERIO CENTRAL DEL CRISTIANISMO. LOS
desarrollos de la mariología y de la piedad mariana en el período postridentino,
especialmente los que siguieron a la definición de la inmaculada concepción,
habían suscitado la impresión, sobre todo entre los hermanos separados, de que
en el catolicismo la figura de la Virgen había adquirido cierta independencia y
autonomía respecto al misterio central del cristianismo, que es el misterio de
Cristo. La historia de los dogmas marianos, la perspectiva del Vat II y de la
teología actual, por el contrario, han hecho resaltar con toda claridad su
profunda inserción en el acontecimiento Cristo y su estrecha relación con los
misterios de la iglesia y de la salvación del hombre. Y no sólo esto, sino que
actualmente hay muchos que afirman que el dogma mariano desempeña una función
noética, es decir, de profundización y de verificación, respecto
al dogma cristológico, eclesiológico y antropológico.
En lo que se refiere al acontecimiento Cristo, en primer lugar, el dogma mariano
ofrece una aportación importante para el estudio de su significado y de su
amplitud histórica. La confesión de fe en la maternidad divina de María echa
realmente por tierra el peligro del docetismo, empeñado en concebir a Cristo
como simple idea, y es una verificación de la ortodoxia en el sentido del
verdadero Dios y verdadero hombre. También la eclesiología recibe una luz más
intensa de la figura de María. Efectivamente, a través de la maternidad divina,
considerada como relación continua y progresiva con Cristo, ella coparticipó
activamente en la misma realización histórica del acontecimiento de la
salvación. Y esta presencia suya pone de manifiesto cómo, si por una parte es
verdad que sólo en Cristo encuentra cumplimiento la respuesta humana y
libre a la gracia, también es verdad por otra parte que desde el punto de vista
antropológico e histórico esta respuesta no es completa si no es coparticipada
por la humanidad considerada como comunión de personas distintas de la única
cabeza; y muestra cómo la iglesia nació unida a Cristo como nueva Eva asociada
al nuevo Adán. La importancia antropológica de la figura de la Virgen consiste,
finalmente, en el hecho de que la presencia de María en el acontecimiento Cristo
pone de relieve el papel activo y personal del hombre libre que, en virtud de la
gracia, coopera a su propia salvación.
2. CARÁCTER
CULTUAL. LOS dos últimos dogmas, indica J.R. Geiselmann, aparecen claramente
como un acto de culto. En efecto, no dirimen una controversia
que existiera en la iglesia, sino que repiten simplemente lo que ya se había
enseñado y celebrado en toda la iglesia católica. Por esto mismo lo que resalta
en primer plano es su carácter litúrgico y cultual, lo mismo que en los símbolos
de la antigua iglesia que surgieron dentro de la liturgia del bautismo. En este
sentido tienen un carácter doxológico, es decir, de alabanza a Dios por lo que
ha llevado a cabo en la historia para la salvación de los hombres.
Los dogmas de la inmaculada concepción y de la asunción contribuyen de este modo
a superar la visión unilateral que, por las situaciones históricas concretas que
hemos indicado anteriormente, habían caracterizado a la definición de lo que es
el dogma por parte del Vat I. La verdad es que este concilio había acentuado el
carácter intelectual y jurídico del dogma, pero sin excluir los demás aspectos.
La inmaculada concepción y la asunción ponen también de relieve el significado
que tienen de alabanza a Dios y de servicio a la fe y a la piedad del pueblo
creyente.
IV. El paradigma del dogma mariano y el proceso hacia la verdad plena en la
iglesia
Escribe G. Sóll que "la mariología representa el caso ejemplar del desarrollo de
los dogmas en el catolicismo". En particular, el desarrollo de los dogmas de la
inmaculada concepción y de la asunción ha puesto claramente de manifiesto, como
hemos visto, el carácter dinámico de la tradición cristiana. Después de la
definición de estos dos dogmas ya no son posibles las simplificaciones ingenuas,
como cuando se afirma, p. ej., que lo que acontece en la historia del dogma es
tan sólo la sucesión de formulaciones diversas de una verdad que,
independientemente de su forma verbal, seguiría siendo siempre la misma. En
realidad, el desarrollo tiene lugar no sólo en el terreno de la penetración
subjetiva, es decir, de las formulaciones de fe, sino también en el de la
comprensión objetiva, y por eso mismo incluye la adquisición de verdades que,
aunque no añadan nada nuevo a todo lo que ya se ha dicho en Cristo, se
presentan, sin embargo, como novedades reales en comparación con lo que
anteriormente se había conocido y afirmado de forma explícita.
Teniendo en cuenta el desarrollo de los dogmas marianos, podemos a continuación
señalar los siguientes aspectos del proceso hacia el conocimiento cada vez más
pleno de la verdad de la iglesia.
1. CARÁCTER
"FACTUAL" DEL DESARROLLO DEL DOGMA. El primer aspecto que salta a la vista
después de la consideración histórica del dogma mariano es su carácter
factual. En otros términos, el crecimiento en la comprensión de la verdad en
la iglesia no es en primer lugar un hecho intelectual, vinculado exclusivamente
al progreso de la reflexión teológica, sino que es un aspecto de la vida de la
iglesia que, en su totalidad (el pueblo fiel, el magisterio, la teología) y
según sus necesidades y la acción del Espíritu Santo, se va introduciendo
progresivamente en la plenitud de cada una de las verdades. Los factores que
contribuyen a este desarrollo son los mismos que animan a los demás aspectos de
la vida de la iglesia: su misión universal, los contextos culturalmente
diversos, pero también el propio dinamismo inserto en la verdad divina, que se
convierte en vida de los creyentes. Y esto explica además cómo esos desarrollos
tienen lugar no sólo en el caso contingente de las herejías, ya que es la misma
fe la que de suyo tiende a una profundización cada vez más adecuada del don
divino.
2. DESARROLLO DEL
DOGMA Y FE POPULAR. El desarrollo concreto de los dogmas de la inmaculada
concepción y de la asunción muestra también la importancia que tiene la fe
popular en el desarrollo del dogma. Efectivamente, estos dogmas se desarrollaron
ante todo no mediante el progreso de la reflexión teológica, sino por la fe del
pueblo cristiano que se vivía y se celebraba en la liturgia. De este modo
demuestran que la fe de la iglesia se manifiesta no sólo en la predicación, en
la catequesis o en la tradición teológica, sino también en la oración, tanto en
su forma litúrgica oficial como en su forma popular [>Devoción
mariana; >Piedad popular].
3. DESARROLLO DEL
DOGMA Y PENSAMIENTO SIMBÓLICO. El desarrollo
de los dos últimos dogmas marianos debe atribuirse igualmente, más que al
pensamiento causal que argumenta por así decirlo en forma de silogismos, a una
razón intuitiva de unos nexos que se van descubriendo en la contemplación de la
fe. Los motivos de conveniencia, que se han hecho valer con ocasión de las
últimas definiciones dogmáticas para manifestar la continuidad entre la fe
actual y los datos originales de la revelación, no son otra cosa más que la
formulación explícita de las intuiciones que había realizado la fe concretamente
vivida respecto a la figura de María. De esta forma se pone en evidencia, para
el desarrollo de los dogmas, la importancia que tiene el pensamiento simbólico,
que se basa no en la categoría de la causalidad, sino en las de la
correspondencia y la analogía
[>Simbolismo].
4. EL DESARROLLO DEL DOGMA COMO
PROCESO SOBRENATURAL. Al fundamentar la definición dogmática de la asunción de
la Virgen en el consenso actual de fe de la iglesia y al afirmar que este
consenso es también la garantía de que la verdad en cuestión se apoya en la
Escritura, la Munificentissimus Deus ha puesto de manifiesto el carácter
sobrenatural del desarrollo del dogma; es decir, el dogma no tiene que ver con
los aspectos intelectuales (que podrían llegar a satisfacer la curiosidad del
hombre), sino sobre todo con una comprensión de la revelación que haga posible a
los creyentes adherirse al amor del Padre según las exigencias auténticas de su
vida. En consecuencia, el proceso del desarrollo del dogma, aunque comprenda
aspectos lógicos, no puede reducirse a ellos; más aún, se basa primariamente en
los aspectos sobrenaturales. Y de esto se sigue que la certeza última de la
rectitud del proceso sólo puede ser concedida por el Espíritu de Dios, que da a
la iglesia el sensus fidei y se manifiesta de forma reflejamente
controlable en el consensus fidelium y en la definición del magisterio.
Desde este punto de vista también queda debidamente situada en la luz que le
corresponde la tarea de la teología, sin que se la excluya ni mucho menos de
este proceso. La teología, como fides quaerens intellectum, en la iglesia
y para el servicio de la iglesia, tiene la tarea específica de estudiar los
testimonios escritos (en primer lugar, la Escritura), profundizar en el
conocimiento de la tradición de la iglesia, formular con claridad el objeto de
la fe actual y explicitar finalmente las relaciones de identidad que vigen entre
ella y las fuentes normativas de la revelación, relaciones que generalmente
llegan a ser percibidas por la fe de la iglesia tan sólo de manera vivencial.
5. EVOLUCIÓN E INVOLUCIÓN EN EL DESARROLLO DEL DOGMA. La historia concreta de
los últimos dogmas marianos, que es historia de saltos, de inversiones, de
minimismos y de exageraciones, pone por fin en evidencia que el desarrollo del
dogma católico no siempre procede de una forma lineal, sino que muchas veces
conoce altos y bajos; la línea gráfica que lo describe tendrá curvas ascendentes
y descendentes. Efectivamente, los creyentes, como personas humanas sujetas a la
historicidad, están igualmente sometidos a la fuerte incidencia de ingredientes
y factores de contraste y de desviaciones. Pero esto no quita que, en su
conjunto, el desarrollo del dogma tenga que ser visto como sustancialmente
homogéneo; no sólo introduce nuevas afirmaciones al lado de las antiguas,
sino que reafirma y replantea, bajo la influencia del Espíritu Santo, la fe
inmutable, de manera que esta fe pueda convertirse en el fermento de la
existencia humana.
"Considerado en esta perspectiva, el desarrollo dogmático conduce a una posesión
más madura de la fe, en cuanto que no conserva sólo unas fórmulas, sino que,
meditando en ellas con profunda reverencia, hace penetrar más profundamente en
aquella Palabra que trasciende todas las palabras humanas en su inagotable
grandeza".
V. ¿Problema ecuménico?
La doctrina mariana del catolicismo, particularmente en su formulación
dogmática, es considerada por muchos como un serio obstáculo para el buen éxito
de los intentos dereunificación de las iglesias cristianas separadas, no sólo
las protestantes, sino también las ortodoxas
[>Ecumenismo; >Reforma].
1. MARIOLOGÍA
Y PROTESTANTISMO. Es bien conocida la oposición
tradicional del protestantismo a la doctrina mariana católica. Barth, p. ej., la
califica como una excrecencia parasitaria (Wucherung), que ha llegado a
poner en peligro el tronco vital de donde procede, es decir, la obra y la
revelación de Dios en Jesucristo. En esta misma línea G. Ebeling
traza una visión del desarrollo del dogma mariano de la que resulta
evidente, a su juicio, que en María, tal como es entendida y categorizada en el
catolicismo, la iglesia católica habría dogmatizado su estructura fundamental.
En actitud de sincero espíritu ecuménico, varios teólogos de las principales
confesiones protestantes (baste recordar por todos ellos a M. Thurian) han
reconocido que la doctrina mariana del Vat II representa una laudable tentativa
de centrar la figura de María en el misterio de Cristo y de la iglesia y de
salvaguardar en toda su plenitud la unicidad de la mediación de Cristo. Pero al
mismo tiempo insisten con idéntica sinceridad en el fundamento bíblico
insuficiente de los dogmas de la inmaculada concepción y de la asunción de María
y sobre todo en la dificultad de compaginar la maternidad salvífica de María (es
decir, su cooperación con el acontecimiento Cristo), con la mediación única de
Jesucristo.
2. MARIOLOGÍA E IGLESIAS ORTODOXAS. Al examinar, por otra parte, el problema de
las relaciones con las iglesias ortodoxas, podría uno sentir la tentación de
afirmar que estas diferencias no tienen especial relieve. Pero si se llevan las
cosas más a fondo, se descubren problemas no indiferentes: si no existe
controversia alguna en torno a los dogmas acogidos desde los tiempos del
concilio de Calcedonia (la maternidad divina y la virginidad), no puede decirse
lo mismo en lo que respecta a los dos dogmas recientemente definidos. En sus
reacciones frente a estas dos definiciones dogmáticas, los ortodoxos le
reprochan a la iglesia católica que se basa en una teología en donde ocupa poco
lugar la liturgia, en donde la Escritura es utilizada de una forma latina y
limitada y en donde se advierte todo el peso invasor de las corrientes
occidentales modernas. Así, p. ej., para ellos se habría desarrollado de forma
inmoderada en el terreno católico la especulación teológica y se habrían
racionalizado los misterios de la fe. El pensamiento oriental, por el contrario,
se complace en el misterio, es contemplativo y poético y aplica su inventiva a
traducir los mismos conceptos en símbolos infinitamente renovados que ponen de
relieve la verdad y pueden en ocasiones manifestar alguno de sus aspectos
desconocido con anterioridad. Por eso se muestran reacios a multiplicar las
definiciones dogmáticas obligatorias y prefieren, por el contrario, conceder
amplio espacio a los theologoumena, es decir, a las teorías teológicas.
3. EN CAMINO HACIA LA UNIDAD. Como se ve, el
problema dista mucho de ser sencillo. Y si por una parte es conveniente subrayar
que la cuestión mariana (especialmente después de las afirmaciones del Vat II
sobre la hierarchia veritatum), considerada en sí misma, no
pertenece a los problemas fundamentales del diálogo ecuménico, por otra parte no
se puede olvidar que guarda una relación íntima con ellos. Son tres, a nuestro
juicio, los problemas de fondo que pone de manifiesto el desarrollo de los
dogmas marianos, visto en clave ecuménica; y se trata de problemas centrales: la
maternidad salvífica de María y la virginidad se relacionan con el cumplimiento
del plan salvífico de Dios únicamente en la encarnación, muerte y
resurrección de su Hijo; en segundo lugar, la absoluta gratuidad de la salvación
del hombre por la gracia de Dios en Jesucristo, es decir, "la justificación a
través de la fe"; finalmente, el fundamento de los dogmas marianos de la
inmaculada concepción y de la asunción remite al problema tan serio de la
relación Escritura-tradición, que a su vez constituye un aspecto parcial de otro
problema fundamental, la estructura visible-invisible de la iglesia como signo
efectivo de la unión de los hombres con Dios y de la comunión con los demás
hombres en Cristo. En estos tres problemas tiene sus raíces la
separación de los cristianos; solamente a través de su progresiva profundización
se podrá alcanzar la reunión tan deseada. El interés contemporáneo de los
hermanos separados por la virgen María hace esperar que ella, cuya fe tuvo una
función privilegiada en el cumplimiento de la redención, deje de ser considerada
como "la madre que nos divide", para representar, por el contrario, un punto de
encuentro sobre la base de la Escritura y de la tradición viva de la iglesia.
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