I.
Concepto
D,
es la ciencia del dogma eclesiástico, o sea, la reflexión (sistemática) sobre
el --> dogma de la Iglesia. Esta reflexión se guía por principios
metódicos, adecuados en cada caso a la cosa, considera el objeto en todos sus
aspectos posibles, y se extiende a todos lo que el método y el contenido
requieren. En la d., como en cualquier otra ciencia, la reflexión sobre su
propia historia forma parte de ella. Su auténtico y primer objeto es la
->revelación cristiana; en él están incluidos también aquellos dogmas
cuyo contenido es la realización de la salvación humana en el orden de la
naturaleza y de la gracia (o sea, los que tienen una inmediata importancia
«moral»). En cuanto la d. forma parte de la -> teología católica, e
incluso constituye su parte central, ella es ciencia de le, en el sentido
de que la realizan los creyentes a la luz de la fe; y por tanto, en medio de
toda la reflexión científica, es un conocimiento con carácter de
«compromiso» acerca de la manifestación salvadora del Dios trino en Cristo y
en la Iglesia, como cuerpo suyo. En cuanto la revelación y el dogma existen
primariamente como fe de la Iglesia, la d. es de antemano una ciencia eclesiástica,
pues, si bien la realizan siempre hombres particulares, sin embargo su punto de
partida es el -> kerygma de la Iglesia (como oído, creído y proclamado en
todos los fieles y en el -> magisterio eclesiástico); y además, la d.
retorna siempre a la concepción de la fe que tiene la iglesia, ofreciendo una
ayuda para el desarrollo y la actualización constantes de dicha concepción. En
cuanto el kerygma (y en relación con él, también el dogma) es siempre una
llamada a la entrega existencial del hombre al misterio de Dios, pero, como
proclamación de la acción salvífica de Dios en la historia, tiene también un
contenido (el cual se extiende a las estructuras «eternas» implicadas
en dicha proclamación); en consecuencia la d. posee igualmente un contenido
material histórico y un contenido
«metafísico». Desde muchos puntos de vista es una ciencia condicionada
históricamente (dependencia de previas condíciones históricas por la ->
imagen del mundo que predomina, etc. ), pero su más auténtica situación
histórica es la revelación definitiva de Jesucristo en la historia. Con esta
revelación, quedando íntegra la realidad del mundo creada y agraciada por Dios
y de las declaraciones análogas sobre ella (teología «positiva»), se da el
acceso inmediato y permanente al siempre «silencioso» y adorable misterio de
Dios en sí mismo, y no sólo en forma ideológica o en una contemplación
mística (teología «negativa» como momento interno de una teología realmente
cristiana, el cual ha de penetrar necesariamente toda la teología). En virtud
de su propia situación «escatológica» en medio de la historia, la d. está
siempre más allá de su restante condicionamiento histórico.
II.
Delimitación frente a otras disciplinas teológicas
1.
Frente a la -> teología moral
La
teología moral estudia la comunicación de Dios en la gracia y en la fe (objeto
de la d.) en cuanto dicha comunicación (como exponente de la revelación en
general) es principio de la actuación salvífica del hombre; y por tanto
permanece con su temática dentro de la d., y sólo por razones prácticas se
constituye (desde la escolástica de la época barroca) en disciplina
independiente, sobre todo porque en este campo parcial de la d. deben colaborar
muchas ciencias auxiliares que interesan menos en los restantes tratados
dogmáticos. Pero, a pesar de la actual división técnica y científica de las
disciplinas, la d. no renuncia a temas de la «teología moral» (de peccato;
de gratia; de virtutibus in f usis, etc.), y -en el decreto del Vaticano ir,
Sobre la formación sacerdotal se exhorta estrictamente a la teología
moral a que no descuide su origen e intención propiamente dogmáticos.
2.
Frente a la -> exégesis y a la -> teología bíblica
Indudablemente
la sagrada Escritura es siempre la norma non normata de toda teología, pues
ella nos abre permanentemente el acceso auténtico a la manifestación de Dios
en Jesucristo. Pero la teología bíblica en cuanto tal (y su presupuesto, la
exégesis) no puede ser d. ni suplantarla, aun admitiendo que ella deba
cultivarse como ciencia eclesiástica dentro de la inteligencia de la fe que
tiene la Iglesia, y no simplemente como una disciplina de la ciencia de la
religión. Precisamente porque la teología bíblica debe ser norma crítica y
fuente siempre nueva de la d. (Dz 2314) no puede resolver por sí misma
el cometido de mostrar la legitimidad de la interpretación de la Escritura en
la historia y de la predicación eclesiástica y de los dogmas. Y, por sí
misma, tampoco puede actualizar el mensaje de la Escritura en el encuentro de la
inteligencia eclesiástica de la fe con la concepción que el hombre de una
época tiene de sí mismo (aun prescindiendo totalmente de la cuestión acerca
de la relación entre el contenido de la -> tradición y el de la Escritura;
véase a este respecto las cautelosas formulaciones del Vaticano ti en Verbum
Dei, según las cuales por lo menos la extensión del canon y su carácter
de norma absoluta de fe [-> inspiración] no pueden deducirse
únicamente de la sagrada Escritura; de ahí se desprende que la sagrada
Escritura requiere una fundamentación «dogmática» a base de la fe de la
Iglesia y de su tradición). Precisamente estas tareas que la teología bíblica
no puede realizar son las de la d. Evidentemente con esta delimitación nada
hemos decidido sobre la cuestión más elevada (que aquí no tratamos) de si, a
pesar de todo, por lo menos la teología bíblica (a diferencia de la mera
crítica textual) es un momento de la teología dogmática, vista desde una
teoría teológica de la ciencia más profunda y exacta. Esa pregunta es
legítima, puesto que la teología dogmática debe oír primordialmente la
sagrada Escritura (los temas bíblicos: decreto sobre la formación sacerdotal [De
institutione sacerdotali] del Vaticano iz, n .o 16) y no ha de reducirse a
sacar de la sagrada Escritura «dicta probantia» en favor de sus tesis.
3.
Frente a la teología fundamental
Por
su esencia, que está en mostrar cómo la revelación cristiana es un hecho
creíble, la teología fundamental sin duda se distingue de
la dogmática como reflexión sistemática sobre el contenido de fe. Con todo,
aquí no se deben olvidar dos cosas: también la teología fundamental es
teología cristiana de la fe (no metafísica ni ciencia de la religión).
Y además: precisamente hoy sin duda sería insuficiente una legitimación
meramente abstracta y formal del hecho de la revelación cristiana, pues cada
uno de los misterios de fe requiere una «iniciación» a su posibilidad de
creerlo y asimilarlo existencialmente, de manera que sólo la totalidad de esta
iniciación constituye la prueba suficiente de que la revelación es creíble.
Si esa tarea corresponde en su mayor parte tan sólo a la d. especial (que no
puede inhibirse totalmente de ella o es la teología fundamental la que debe
asumirla, constituye una cuestión secundaria, de orden más bien técnico y
pedagógico, que no puede resolverse aquí. De todos modos, en el segundo caso
la teología fundamental quedaría notablemente ampliada, pues de algún modo
debería tomar ya en consideración el todo de la d., interpretando sus
afirmaciones fundamentales en cuanto a su credibilidad y posibilidad de
apropiación existencial; con lo cual quizá se hallaría la verdadera esencia
de aquel cursus introductorius que exige la ordenación de estudios del
Vaticano ii, sin determinar su naturaleza con precisión teórica.
4.
Frente a las otras disciplinas teológicas
Éstas
pueden agruparse y delimitarse frente a la d. en cuanto (aun siendo ciencias teológicas)
se refieren a la historia y a la acción (tal como debe ser) de la Iglesia,
en tanto dicha acción no está determinada solamente por la esencia
permanente de ésta (-> eclesiología); así tenemos: historia de la ->
Iglesia junto con la historia de la liturgia, historia del derecho, historia de
la literatura eclesiástica (--> patrología, historia de la -->
teología); teología práctica (es decir -> derecho canónico, teología
-> pastoral con catequética, ciencia de la -->liturgia, -->homilética).
Tales disciplinas preguntan por la Iglesia en cuanto ésta, en medio de la
contingencia humana de la historia y a través del ejercicio de los poderes
encomendados a su decisión y de sus normas, se representa como la respuesta
(operada por Dios) del hombre a la palabra divina.
III.
Método de la dogmática
Sobre
este tema hay una orientación importante en Optatam totius n .o 16 del
concilio Vaticano II. La d. ha de ser teología positiva, es decir, debe
empezar con los «temas bíblicos> y con la historia de la proclamación
ulterior del mensaje bíblico de salvación por parte de la Iglesia en la
predicación, en la doctrina oficial y en la historia de los dogmas y de la
teología. Pero luego debe ser también «especulativa» y sistemática, es
decir, debe servir a una real apropiación interna de la verdad oída
históricamente. Pero esto exige una confrontación de la verdad oída en la
revelación con el conjunto de la concepción (trascendental y condicionada
históricamente) de sí mismo y del mundo que tiene el oyente. Naturalmente, las
dos «fases» del trabajo teológico en la d. (el histórico y el especulativo)
no pueden hacerse en una sucesión temporal, pues se condicionan y compenetran
mutuamente. Es de notar cómo el decreto se aparta claramente de una d, escolar
meramente analítica, propia de la --->escolástica tardía y de la neoscolástica,
en la cual las «fuentes positivas» eran interrogadas tan sólo con el fin de
sacar de ellas una prueba para determinadas «tesis» tradicionales. La
revelación histórica debe ser oída también, con apertura y sin prejuicios,
de cara a lo que todavía no está en la teología escolástica. En cuanto la
concepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo queda expresada en la
->filosofía coetánea, y en cuanto la d. (como la revelación misma) habla
con conceptos humanos, que necesitan de una constante revisión desde la
perspectiva total de la revelación y a la luz de la experiencia (trascendental
e histórica) del hombre; la d. viva también es siempre un trabajo
«filosófico». Esto no significa que la d. presuponga una acabada
autoconcepción filosófica del hombre, surgida independientemente de aquélla.
Al contrario, la audición obediente de la revelación modifica también la
situación histórica de la filosofía y con ello la filosofía misma. Es
totalmente concebible que en el futuro la d. integre más todavía en ella la
filosofía, pues la d. es la ciencia más envolvente y existencialmente
originaria, y ningún punto verdaderamente filosófico puede serle indiferente.
En cuanto, propiamente, sólo la teología misma puede elaborar el método de
su oír, que está determinado por su propio objeto (la manifestación personal
e histórica del Dios absoluto aprehendida en una fe y un amor concretos
y libres, y no en una mera «teoría»); bajo la perspectiva crítica de la
teología, no sólo pertenece al objeto de ésta la metafísica (como
exposición de la concepción que el oyente tiene de sí mismo), sino también
la -> hermenéutica, por el hecho de que la d. es también teología
fundamental y formal, sin que pueda agotarse en la hermenéutica (pues la
teoría de la historicidad y experiencia histórica, por un lado, e historia y
su experiencia concreta, por otro, jamás son simplemente idénticas, y la
salvación se da por el encuentro con la historia misma, pero no por la
aceptación de la historicidad formal).
IV.
Articulación interna de la dogmática especial
La
dificultad que en principio se presenta para la articulación adecuada de una d.
está en que su objeto es a la vez «esencial» y «existencial». En efecto, la
revelación de Dios que ella analiza no es ante todo una comunicación doctrinal
de verdades teóricas, que pudieran entenderse independientemente del momento de
su comunicación, como si éste fuera ajeno a ellas. Más bien la revelación y
su historia son a la vez salvación e historia de la salvación. De ahí que la
«revelación» como acción de Dios en el hombre, aunque incluye
internamente un constitutivo cognoscitivo, sólo pueda ser recibida en la
experiencia histórica, que permanece viva y es escuchada rectamente como
recuerdo y pronóstico (afirmación esperanzada del futuro en cuanto
consumación de lo experimentado). Por eso la d. debe ser relato sobre la
historia de salvación, ha de ser ciencia histórica, no sólo bajo el aspecto
del estudio de sus «fuentes», sino también bajo el aspecto de su objeto; y
por tanto nunca puede convertirse en una «teología de conclusiones», que
presuponga sin más sus premisas supremas como previamente dadas. Pero al mismo
tiempo la d. también es necesariamente «ciencia de la esencia» y en este
sentido «sistemática», pues la historia narrada tiene una unidad y una
estructura que se mantienen. Éstas deberían elaborarse conceptualmente en una
teología general, formal y fundamental.
Dicha historia está siempre soportada por un núcleo permanente que acontece
una y otra vez en ella y que como tal es objeto de la teología, a saber, por el
único acercamiento benévolo de Dios al mundo. En medio del acontecer
histórico aparece la esencia inmutable de Dios; y la historia ha entrado en
aquella fase escatológica en que lo históricamente contingente y lo esencial,
en su relación siempre histórica y jamás igual, han encontrado su cercanía
definitiva e indisoluble (que a la vez permite su verdadera distinción), en
aquella fase, por tanto, en que la Iglesia está en condiciones de hacer
teología según su contenido y también según su forma. Esta unidad y
distinción entre el aspecto histórico o existencial y el esencial de toda d.
hace comprensible que no puede darse una necesaria y universalmente aceptada
articulación de los tratados dogmáticos. Se puede hablar solamente de los
acentos predominantes dentro de las posibles dogmáticas: desde una d. que es
casi exclusivamente un relato sobre la historia de la salvación hasta otra d.
que o bien presupone la historia como material previamente dado y se limita a
una teología de conclusiones, o bien reflexiona casi exclusivamente sobre las
estructuras de esta historia y de su apropiación. Un tipo «puro» de d.
estaría en contradicción con la pluralidad interna de su objeto y caería en
la presunción de poseer adecuadamente la unidad de este objeto. En cuanto a la
esencia de los tratados particulares de una d., cf. ->protología, ->
Trinidad, -->antropología, -->angelología, -> gracia, ->
cristología, -> soteriología, --> mariología, -> eclesiología,
-> sacramentos, -> escatología, ->teología.
Karl
Rahner
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