"Del Jefe es de quien debe partir la reforma y la regeneración; él es quien debe declarar la guerra al vicio, extirparlo y echar los fundamentos de la paz en el mundo; él debe socorrer a todos los que son perseguidos, porque aman la justicia y la virtud", decía el papa Gregorio VII en una de sus cartas, donde ponía de relieve la importancia de la religión en el orbe cristiano y la defensa de los creyentes. Estas palabras eran sin duda, el preludio del deseo de unión de los países cristianos contra lo que ellos consideraban el enemigo común: el Islam.
Años después esa idea fue materializada a través de Urbano II (1088-1099) en 1905, al invitar a los pueblos cristianos a luchar contra los turcos, idea que se extendería a las cortes de las naciones europeas medievales más importantes como Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría. Como consecuencia de esta "Guerra Santa", las rutas comerciales terrestres y marítimas se expandieron, dando paso al intercambio de productos como las especias y la seda de lugares distantes entre sí; a la prevalencia del dinero sobre el trueque, al perfeccionamiento de las armas y a la desaparición de los señores feudales como antesala de la burguesía, una nueva clase social compuesta fundamentalmente por comerciantes y artesanos que habían alcanzado una buena posición económica.
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