viernes, 9 de mayo de 2014

Orden Militar de Calatrava

Fundada en Castilla, en el siglo XII, como una rama militar de la gran familia cisterciense.
En la Orden Cisterciense, recién formada en ese entonces (1098), había una gran cantidad de caballeros o hijos de caballeros. En Calatrava, por el contrario, los que habían sido monjes se convertían en caballeros. La vida monástica era llamada “el combate” y sería un error suponer que aquellos rudos guerreros medievales buscaran solamente un asilo confortable en el claustro después de una turbulenta carrera. En ambos estilos de vida se llevaba a cabo un esfuerzo heroico para mantenerse ya fuese contra los propias pasiones o contra los musulmanes, y las austeridades de la vida ascética no les podían parecer más amenazadoras que las privaciones de los campamentos y las heridas de las batallas. Estas naturalezas impetuosas, que no hacían nada a medias, estaban ansiosas de tomar el Cielo de la misma manera que habían conquistado las fortalezas terrestres, violentamente: (Mateo 11:12). Sin embargo, la orden de Calatrava debe sus orígenes no a un plan deliberadamente preparado, sino a circunstancias fortuitas cuya relación pudiera parecer pura ficción si el narrador, Rodrigo de Toledo, no afirmara haber conocido en su juventud al héroe de la historia. Esta es como sigue:
Calatrava es el nombre árabe de un castillo recuperado de los musulmanes en 1147 por el Rey de Castilla Alfonso VII, llamado el Emperador. Situado en los confines de la frontera sur de Castilla, esta conquista fue más difícil de mantener que de hacer, en una época en la que los ejércitos permanentes y las guarniciones no eran conocidas. Fue esta deficiencia la que las Órdenes Militares, primero que todos los Caballeros Templarios, intentaron aliviar mediante el cumplimiento de su voto de combate perpetuo contra los musulmanes. El rey recurrió a los Templarios pero estos, después de un intento inútil de defender Calatrava, la abandonaron y el rey buscaba en vano otros defensores cuando Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, se ofreció. Se ha dicho que este paso le había sido sugerido al abad por Diego Velázquez, un simple monje que había sido caballero, bien instruido en materia militar, y que estaba inspirado por la idea de utilizar a los hermanos seglares de la abadía para defender Calatrava. Estos hermanos seglares cistercienses, en ese entonces una innovación reciente en la vida religiosa, no perteneciendo al orden sacerdotal, eran empleados muchas veces como pastores, peones, agricultores, etc. Diego los empleó entonces como soldados de la Cruz. Ellos dejaron a un lado el martillo y el cayado del pastor y empuñaron las espadas. Se había creado una nueva orden que recibió el nombre de Calatrava del castillo entregado por el rey (1157).
Una vez provistos con armas estos hermanos, llenos de entusiasmo bélico, estaban deseosos de tomar la ofensiva contra los moros. Teniendo este objetivo en la mira, escogieron, cuando falleció el abad Raimundo (1163), a un tal Don García para que los guiara en la batalla como su primer gran maestre. Al mismo tiempo, los monjes de coro, no sin protestar, dejaron Calatrava para vivir en el monasterio de Ciruelos, bajo el mando de un abad escogido por ellos. Solamente Velázquez y unos pocos clérigos, que actuaban como capellanes, permanecieron en Calatrava con los caballeros, Velázquez se convirtió en el prior de toda la comunidad. Esta organización un tanto revolucionaria fue aprobada por el capítulo general en Cîteaux y por el Papa Alejandro III (1164). Un capítulo general reunido en Cîteaux en 1187 le dio a los Caballeros de Calatrava su regla definitiva, la cual fue aprobada ese mismo año por el Papa Gregorio VIII. Esta regla, modelada según las usanzas cistercienses para los hermanos seglares, imponía sobre los caballeros, además de las obligaciones de los tres votos religiosos, las reglas de silencio en el refectorio, en el dormitorio y en el oratorio; durante cuatro días de la semana, además de varios días de ayuno durante el año; estaban obligados a rezar un número determinado de padrenuestros por cada hora del el Oficio Divino; tenían que dormir con su armadura puesta y usar como uniforme el manto blanco del Císter con la cruz roja flordelisada. Calatrava estaba sujeta no a Cîteaux, sino a Morimod en Borgoña, la casa madre de Fitero, de donde había surgido. Consecuentemente, el abad de Morimond poseía el derecho de visitar las casa así como de reformar los estatutos de Calatrava. Además la más alta dignidad eclesial de la orden, la del gran prior, solamente podía ser detentada por un monje de Morimond.
Los primeros servicios militares de los Caballeros de Calatrava fueron brillantes y en recompensa por los grandes servicios recibieron del Rey de Castilla nuevas concesiones de tierras, que formaron sus primeras encomiendas. Ellos ya habían sido llamados al vecino Reino de Aragón y habían sido recompensados con una nueva encomienda (propiedades de tierras), la de Alcañiz (1179). Pero a estos acontecimientos siguieron una serie de infortunios debidos, en primer lugar, a la infortunada partición que Alfonso había hecho de sus posesiones y a la consecuente rivalidad que sobrevino entre las ramas castellana y leonesa de su dinastía. Por otro lado los moros de España, deseando recuperar sus dominios perdidos, llamaron en su auxilio a los moros de África provocando la nueva y formidable invasión de los almohades. El primer encuentro resultó en una derrota para España. En la desastrosa batalla de Alarcos, los caballeros fueron superados y a despecho de su espléndido heroísmo, fueron obligados a dejar su baluarte de Calatrava en poder de los musulmanes (1195). Velázquez vivió justo lo suficiente para ser el desconsolado testigo del fracaso de su atrevido plan. Murió al año siguiente en el monasterio de Gumiel (1196). Parecía como si la orden se hubiera arruinado en Castilla, y esta opinión prevaleció de tal manera que la rama de Aragón se consideró a si misma como la sucesora de la otra. Los Caballeros de Alcañiz procedieron a la elección de un nuevo gran maestre, pero el gran maestre que todavía vivía en Castilla reclamó su derecho. Finalmente por un pacto, el maestre de Alcañiz fue reconocido como el segundo en dignidad, con el título de Gran Comendador de Aragón.
Los restos desperdigados de Calatrava habían encontrado mientras tanto un refugio común en el monasterio cisterciense de Ciruelos, y ahí comenzaron a reponer sus bajas mediante el ingreso masivo de nuevos caballeros. Pronto se sintieron lo suficientemente fuertes como para erigir un nuevo baluarte contra los musulmanes en Salvatierra, de donde tomaron el nombre de Caballeros de Salvatierra (1198), que mantuvieron por catorce años. Pero durante el transcurso de una nueva invasión de los almohades, Salvatierra, a pesar de una desesperada defensa, compartió el destino de Calatrava (1209). La caída de este baluarte en Castilla esparció la consternación desde España a lo largo de Europa Occidental. Convocados por el gran Papa Inocencio III, cruzados extranjeros acudieron de todas partes para ayudar a los cristianos españoles. El primer acontecimiento de esta guerra santa, que ocurría ahora en Europa, fue la reconquista de Calatrava (1212), la que fue devuelta a sus antiguos amos. En el mismo año la famosa victoria de las Navas de Tolosa marcaba el incipiente declive de la dominación musulmana en Europa. Habiendo de este modo reconquistado la posesión de la fortaleza, y reasumido el nombre de Calatrava (1216), la orden, no obstante, se movió al cuartel más seguro de Calatrava la Nueva, a ocho millas de la antigua Calatrava (1218). Desde este centro su influencia se esparció hasta las más remotas zonas de la Península; nuevas órdenes brotaron—Alcántara (q.v.) en el Reino de León, Avis (q.v.) en Portugal, ambas comenzaron bajo la protección de Calatrava y la visita de su gran maestre. Este espíritu de emulación estimulante, esparcido entre todas las clases de la sociedad, marcó el clímax de la caballería Española: fue entonces cuando el Rey Fernando III el Santo, después de la coalición de Castilla y León (1229) le asestó un golpe mortal al poder musulmán al conquistar (1235) Córdoba, su ciudad capital, seguida de la rendición de Murcia, Jaén y Sevilla. La cruzada europea parecía llegar a su final. Envalentonado con estas victorias, el sucesor de Fernando, Alfonso X el Sabio, planeó una cruzada en el Este y contemplaba marchar, con su caballería española, a restaurar el Reino Latino de Jerusalén (1272). Pero los moros todavía se mantenían firmes en su pequeño Reino de Granada, el cual mantendría durante dos siglos más una puerta abierta, exponiendo a Europa Occidental al constante peligro de una invasión africana. La cristiandad tiene que agradecerse la perpetuación de esta amenaza a sus propias disensiones, no solamente internacionales, sino personales y dinásticas. Al igual que otros caballeros de la Cruz, los caballeros de Calatrava se vieron arrastrados dentro de estas sediciosas reyertas.
Calatrava, con sus abundantes reservas de hombres y bienes, había devenido en un poder dentro del Estado. Tenían tierras y castillos dispersos a lo largo de las fronteras de Castilla. Ejercían el señorío feudal sobre miles de labriegos y vasallos. Por tanto, más de una vez, se ve a la orden conducir a los campos de batalla, como su contribución individual, a 1200 o 2000 caballeros, una fuerza considerable para la Edad Media. Además, disfrutaba de autonomía, siendo por sus constituciones independiente en asuntos temporales y reconociendo solo superiores espirituales--el abad de Morimond y, en apelación, el Papa. Estas autoridades intervinieron como consecuencia de un cisma que ocurrió en 1296 debido a la elección simultánea de dos grandes maestres, García López y Gautier Pérez. López, destituido primeramente por un delegado de Morimond, apeló al Papa Bonifacio VIII, quien derogó la sentencia y refirió el caso al capítulo general de Cîteaux, donde López fue restablecido en su dignidad (1302). Destituido por segunda vez, como consecuencia de una querella con su lugarteniente Juan Núñez, López renunció voluntariamente a favor de Núñez que ocupó el cargo (1328) con la condición de mantener la encomienda de Zurita. Como esta condición fue violada, López tomó, nuevamente y por tercera vez, el título de Gran Maestre en Aragón, donde murió en 1336. Estos hechos demuestran con suficiencia que posterior al siglo catorce la disciplina rigurosa y la observancia ferviente observada durante los primeros tiempos de la orden, dieron paso a un espíritu de intriga y ambición bajo la influencia relajante de la prosperidad.
Con la ascensión de Pedro el Cruel comenzó un conflicto entre la Corona y la orden. Dicho príncipe provocó que tres grandes maestres, de forma sucesiva, fueran condenados a muerte a medida que se le hacían sospechosos: el primero de estos fue decapitado (1355) bajo el cargo de haber entrado en una alianza con el Rey de Aragón; el segundo, Estévañez, habiendo competido por el maestrazgo con el candidato real, García de Padilla, fue asesinado en el palacio real por las traicioneras manos del propio rey; por último el mismo García de Padilla, hermano de la amante del rey, cayó en desgracia y murió en prisión (1369) tras desertar del partido del rey para ingresar en el del medio hermano de este, Enrique el Bastardo. Mezclado con todos estos problemas la guerra contra los musulmanes, la cual era la razón misma de la existencia de la orden, se había reducido a un mero episodio de su historia. La mayor parte de sus actividades estaban dedicadas a puros conflictos políticos y sus armas, consagradas a la defensa de la fe, se volvieron contra los cristianos. Mucho más lastimoso era el espectáculo de los caballeros divididos en facciones rivales y mutuamente hostiles. Al mismo tiempo comenzaron las intrusiones de la autoridad real en la elección del gran maestre, cuyo poder era un freno para el del rey. Por ejemplo, en 1404 Enrique de Villena fue elegido como el 24º gran maestre simplemente por el favor de Enrique III de Castilla. Esto ocurrió a pesar de que Villena estaba casado, era alguien completamente ajeno a la orden, y por dispensa papal ocupó tan alta dignidad sin siquiera el preliminar de un noviciado. A esto sucedió un cisma en la orden que solo se subsanó después de la muerte del rey en 1414, cuando un capítulo general, reunido en Cîteaux, anuló la elección de Villena y reconoció a su contrincante, Luis Guzmán, como el único y legítimo maestre. Después de la muerte de Guzmán, una nueva intromisión de Rey Juan II de Castilla dio pie para otro cisma. El rey había logrado forzar la elección de su candidato, Alfonso, un bastardo del linaje real de Aragón (1443); pero Alfonso se había unido a un partido formado contra el rey, por lo que este buscó que fuera depuesto por el capítulo de la orden. Esta vez los electores se dividieron, y una elección doble resultó en no menos de tres grandes maestres: Pedro Girón, quien tomó posesión de Calatrava; Ramírez de Guzmán, que ocupó los castillos de Andalucía y el bastardo Alfonso de Aragón, quién siguió siendo reconocido por los caballeros de la rama aragonesa. Al final, tras la retirada de sus rivales, uno después del otro, Pedro Girón permaneció como el único gran maestre (1457). Girón pertenecía a una eminente familia castellana, pero era un intrigante ambicioso, más preocupado por sus intereses familiares que por los de la orden. Jugó un papel importante como uno de los cabecillas de las facciones que perturbaron el desdichado reinado de Juan II y Enrique IV, los dos últimos, y lamentablemente, débiles descendientes de San Fernando de Castilla.
Girón apoyó, por turno, primero a Enrique IV en una guerra contra su padre, Juan II; después a Alfonso, quien pretendía al trono, contra el propio Enrique IV. Fue tanta la importancia de Girón que Enrique IV, con la intención de atraerlo hacia su causa, le ofreció la mano de su hermana, la famosa Isabel de Castilla. Girón anteriormente había conseguido la anulación por el Papa de su voto de celibato, he iba de camino a la corte cuando murió, salvándose de esta forma la futura Reina de Castilla de un consorte indigno (1446). El mismo Papa, Pío II, le había conferido a Pedro Girón el privilegio extravagante de renunciar a su elevada dignidad a favor de su bastardo, Rodrigo Telles Girón, una criatura de ocho años. Por esta razón el maestrazgo cayó en manos de guardianes—lo que era un acontecimiento inaudito. El abad de Morimond fue llamado para que organizara una administración temporal, hasta que Telles alcanzara la mayoría de edad. La administración fue confiada a cuatro caballeros elegidos por el capítulo y de este período datan los estatutos definitivos de la orden conocidos como “Reglas del Abad Guillermo II” (1467). Estos estatutos reconocías siete altos dignatarios en la orden: el gran maestre; el clavero (guardián del castillo y lugarteniente del gran maestre); dos gran comendadores, uno de Castilla y el otro de Aragón; el gran prior, representando al abad de Morimond en el gobierno espiritual; el sacristán (guardián de las reliquias) y el obrero (supervisor de las edificaciones).
La orden, habiendo alcanzado su apogeo de prosperidad, dominaba cerca de cincuenta y seis encomiendas y dieciséis prioratos o curatos, distribuidos entre la diócesis de Jaén y el vicariato de Ciudad Real. Sus señoríos incluían sesenta y cuatro villas, con una población de 200,000 almas, y producían una ganancia anual que puede estimarse en 50,000 ducados. Los reyes cuya, fortuna había sido dilapidada por la mala administración de sus predecesores, codiciaban esta riqueza, mientras que un poder militar tan formidable llenaba de recelo a los monarcas que estaban obligados a tolerar la existencia autónoma de la orden. Durante el conflicto entre Alfonso V de Portugal y Fernando de Aragón por el derecho de sucesión a Enrique IV, el último descendiente varón de su casa (1474), muchas cosas dependieron de la posición de Calatrava. Los caballeros estaban divididos. Mientras que el gran maestre, Rodrigo Girón, apoyaba a Portugal, su lugarteniente, López de Padilla, favorecía a Aragón. La batalla del Toro (1479), donde las pretensiones de Portugal fueron aniquiladas, terminó con este cisma, el último en la historia de la orden. El gran maestre, reconciliado con Fernando de Aragón, cayó durante la guerra contra los moros en el sitio de Loja (1482). Su lugarteniente, López de Padilla, le sucedió y como el último de los veintisiete grandes maestres independientes de Calatrava, revivió por un tiempo las virtudes heroicas que la orden poseía en sus días de gloria. Un monje mortificado en su celda, un guerrero temible en el campo de batalla, la gloria de Padilla vertió sus últimos rayos en la guerra de la conquista de Granada, de la cual no pudo ver su final. A su muerte (1487) Fernando de Aragón mostró al capítulo, reunido para la elección de un nuevo gran maestre, una Bula de Inocencio VIII por la que era investido de la autoridad para administrar la orden y mediante este decreto obligó a los electores a sometérsele. Terminaba así la autonomía política de la Orden de Calatrava. La razón de su origen--el combate contra los moros--también parecía haber llegado a su final con la caída de Granada (1492).
Los lazos canónicos entre Calatrava y Morimond eran cada vez más débiles. El Rey de España era demasiado celoso de su autoridad como para tolerar cualquier intervención extranjera--especialmente la francesa—en los asuntos de su reino. Las visitas canónicas del abad de Morimond cesaron; las dificultades aumentaron cuando el gran prior vino desde Morimond a tomar posesión de su dignidad. El último prior francés fue Nicolás de Avesnes, quien murió en 1552. Después de una larga disputa, se llegaría a un acuerdo en 1630, dejando a Morimond su derecho de elegir al gran prior, pero limitando esta elección a cistercienses españoles. Además, los caballeros de la orden fueron virtualmente secularizados: El Papa Pablo III conmutó su voto de celibato por uno de fidelidad conyugal (1540). Como miembros de la orden podían fundar familias, y fueron autorizados por Julio III (1551) para hacer libre uso de sus propiedades personales, por lo que el voto de pobreza también cayó en desuso. En 1652, bajo Felipe IV, las tres órdenes españolas tomaron n voto nuevo: el de defender la Doctrina de la Inmaculada Concepción. Esta fue la última manifestación de espíritu religioso en estas órdenes. El espíritu militar había desaparecido largo tiempo atrás. Las órdenes habían caído, de hecho, en un estado de inactividad total. Las encomiendas estaban a la total disposición del rey y eran otorgadas por él más bien a los de alta cuna que a los que se las merecían. En 1629 la Orden de Calatrava fue declarada inaccesible no solo a los comerciantes, sino incluso a los hijos de estos. El último intento de emplear a los caballeros de las tres órdenes con propósitos militares ocurrió con Felipe IV, durante la represión de la rebelión de los catalanes (1640-50), pero limitaron sus esfuerzos solamente a completar el equipamiento de un regimiento, que ha sido conocido desde entonces, en el ejército español, como “El Regimiento de las Órdenes”.
Cuando la dinastía Borbón ocupó el trono, Carlos III, habiendo fundado la orden personal de su nombre, gravó sobre las antiguas órdenes una contribución de un millón de reales como pensión para la manutención de 200 caballeros de la nueva orden (1775). Dado que estas rentas eran la única razón de ser que le quedaba a la orden, su confiscación necesariamente llevó a la disolución. Confiscada por el Rey José (Bonaparte Nota del traductor) (1808), restablecida por Fernando VII durante la Restauración (1814), las posesiones de Calatrava se diluyeron finalmente en la secularización general de 1838. (Ver ALCÁNTARA; MILITAR)
Definiciones de la Orden y Cavallería de Calatrava (Valladolid, 1600); MANRIQUE; Series praefectorum militiae Calatravae, in his Annales, III, Appendix; JONGELINUS, Origines equestrium militarium ordinis cisterciensis (Cologne, 1640); ZAPATER, Cister militante (Saragossa, 1662); DUBOIS, Histoire de l'abbaye de Morimond avec les principaux ordres militaires d'Espagne et de Portugal (Paris, 1851).
CH. MOELLER Trancrito por Matthew Reak Traducido por José Andrés Pérez García

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