miércoles, 20 de diciembre de 2017

Santa Gemma Galgani

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La presente autobiografía, escrita en forma de carta al P.Germán, es la así llamada confesión general de que nos habla varias veces la Santa en sus canas (véase, cartas 45, 46, 55, 71 y 73 al P. Germán). El término confesión general fué empleado de intento por el sabio Director a fin de inducir a la humildísima Gema a manifestar, sin que se diera cuenta, los tesoros de gracia de que Dios la había enriquecido; pero más que una confesión general lo que él quería era que escribiese una como autobiografía compendiosa de todo lo que hasta entonces le' había sucedido. Cosa dificultosa se hacía a nuestra Santa el escribirla (cf, carta 45), y, según ella misma nos dice al principio, aunque de primera intención quería escribir la confesión general de sus pecados, sin añadir otra cosa, no 'obstante debió, estimulada por el Ángel del P. Germán (cf, carta 46), hacer un como compendio de todo cuanto le había sucedido en la vida, bueno y malo. Conformándose, pues, plenamente con el deseo de su Padre espiritual, la Santa no entendió escribir una verdadera y propia. mente dicha confesión general, lo que se deduce de aquellas palabras: «Aquí tendría que decir muchas cosas, pero si Jesús quiere, se las diré a usted solo (en confesión)», Hemos de concluir, por lo tanto, que las cosas aquí escritas no entendía decirlas bajo sigilo de confesión. Verdad es que era su voluntad que el P. Germán quemase en seguida este escrito" una vez leído, pero esta recomendación, que le "ra sugerida por su profunda humildad, y de la que afortunadamente no se ha hecho caso, la repetía lo mismo en sus cartas y en todos sus escritos (véase carta 16 al P. Germán y carta 13 a Monseñor Volpi). No obstante, dada la índole del escrito, omitiremos alguna cosilla. - Nuestra Santa comenzó a escribir su Autobiografía el 17 de febrero de 1901 (cf.carta 46 al P. Germán) y la terminó el 15 de mayo del mismo año (carta de la señora Cecilia al P. Germán, 18 de mayo de 1901), narrando en ella, con su acostumbrada sencillez y viveza, las vicisitudes de su vida, desde los recuerdos de su infancia hasta el año 1900: 93 páginas escritas en un cuaderno que se ha hecho célebre por obra del diablo. Se sabe, en efecto, que, habiéndolo robado el demonio a primeros de julio (cf. carta 71 al P. Germán), fué otra vez reintegrado a su lugar, según nos cuenta la misma Santa (carta 73 al P. Germán), después de reiterados exorcismos lanzados por el P. Germán en Tarquinia y en Isola de Gran Sasso, aunque bastante mal parado: todas sus páginas, en efecto, están ahumadas y tostadas por el fuego; sólo las que van en blanco, al final, quedaron intactas. Este precioso doen­mento se conserva en la Postulación de los Pasionistas. - Las palabras iniciales: "A mi papá, para que lo queme en seguida", están escritas sobre la cubierta.
______________________________________________________________ A mi papá, para que lo queme en seguida
Papa Mío:
Óigame: mi intención era hacer sencillamente la confesión general de mis pecados, sin añadir otra cosa, pero su Ángel me ha reñido, diciéndome que obedezca y haga un como compendio de todo cuanto. me ha sucedido en la vida, bueno y malo. ¡No sabe cuánto me cuesta, papá mío, obedecer a esto! Pero, entienda bien: Usted lo lea y relea cuantas veces quiera, pero nadie más fuera de usted, y luego lo queme en seguida. ¿ Ha en­tendido? El Ángel me ha prometido que me ayudará para que todo se me recuerde ; porque, se lo digo de verdad, he llorado, al tener que hacer esto; me asustaba al pensar que tenía que volver a traer a la memoria todo cuanto he hecho, pero el Ángel me ha prome­tido ayudarme.
Y además, papá mío, pienso: cuando usted haya leído todas estas cosas y haya visto tantos pecados, se enfadará y ya no querrá seguir siendo padre para mí; yen este caso ... Pero lo seguirá siendo, así lo creo. Se prepare, pues, para oírlas de toda especie y pecados de todo género.
¿Está usted, papá mío, de acuerdo con lo que el Ángel me ha dicho, de que escriba toda mi vida? Es mandato suyo, y ade­más ya sé que cuando el Ángel me dice una cosa es que mi papá la tiene ya en la mente y en el corazón. Escribiéndolo todo, bueno y malo, podrá entender mejor lo mala que he sido y lo buenos que han sido los .demás para conmigo: cuán ingrata me he mos­trado para con Jesús, y qué reacia he sido a obedecer a lo que me ordenaban padres y maestras. Pongo, pues, manos a la obra, papá mío.: i Viva Jesús!
Primeros recuerdos. - La madre. De lo primero que me recuerdo es de qu~ mi mamá, cuando era pequeñita (de menos de 7 años), acostumbraba a cogerme mny a menudo en brazos y llorando me repetía: «He pedido mucho, para que Jesús me diese una niña; me ha consolado, es verdad, pero bastante tarde. Yo estoy enferma - repetía -, pronto mo­riré y té tendré que dejar; i si pudiera conducirte conmigo!, ¿ ven­drías?»
Yo apenas si me daba cuenta de nada y lloraba, porque veía que la mamá lloraba. «¿Y dónde iríamos? -- le preguntaba-, «Al paraíso, con Jesús y con los Ángeles.» Fué mi mamá, papá mío, la que comenzó desde pequeña a hacerme desear el paraíso, y si ahora lo deseo y quiero ira él, no tengo más que riñas y un no redondo oigo a cada paso (1). A mamá le decía que sí, y me recuerdo que después de ha­berme dicho por varias veces estas cosas, o sea que quería lle­varme al paraíso, yo no quería ya separarme de ella, y no salía de su habitación.[ ..... ] El médico mandó que nadie se arrimase a la cama, pero para mí todo mandato. era inútil, no obedecía. Todas las noches, antes de irme a la cama, iba con ella a hacer mis oraciones: me ponía de rodillas a su cabecera y rezábamos.
Una tarde, a las acostumbradas oraciones, me hizo añadir un «De profundiss.a las almas del purgatorio, y cinco «Gloria» a las llagas de Jesús. Las dije de hecho, pero, como siempre, de mala gana y sin atención (en toda mi vida no he podido rezar con aten­ción), y además me quejé diciendo que era mucho lo que rezába­mos y que yo ya no tenía gana. Mamá, indulgente, procuró otras noches ser más breve.
La confirmación (1885).­La madre en el cielo (1886). Se acercaba el día en que tenía que recibir la Confirmación. Procuró que me instruyeran un poco; pero yo, mala, no quería salir de su habitación, y tuvo que venir una maestra a casa todas las tardes,para enseñarme a la vista de mamá (2). El día 26 de mayo de 1885 fuí confirmada (3), pero lloran­do, porque después. de la ceremonia quien me acompañaba quiso oír Misa, y yo temía que mamá muriese sin llevarme también a mí.
Escuché a la buena la Misa, rezando por ella : de repente una voz me dij o al corazón: «¿ Quieres darme la mamá?» (4); «Sí -- respondí -, pero si me lleváis también a mí.» «No - me re­pitió la acostumbrada voz -, dame de buena gana mamá. Tú de­bes quedar ahora con papá. Te la llevaré al cielo, ¿sabes? ¿Me la das con gusto?» Tuve que responder que sí. Acabada la Misa fuí corriendo a casa. i Dios mío! Miraba a mamá y Iloraha ; no podía contenerme. Pasaron otros dos meses: nunca me separaba de ella. Pero papá, que temía viniese a morir antes que ella, me sacó un día a la fuerza, y me llevó a casa de un hermano de mamá, fuera de Luca (5). Papá, papá mío, entonces fué ella ... - i Qué tormento l , ya no vi a nadie, nia papá ni a los hermanos: luego supe que mamá había muerto el día 17 de septiembre de ese año (6). En san Jenaro con el tío. Estando con el tío cambié completamente de vida; me en­contré con una tía, que no se parecía nada a mamá: buena, reli­giosa, pero que no quería saber de iglesia sino hasta cierto punto. i Cómo echaba de menos entonces el tiempo en que mamá me hacía rezar tanto! Mientras estuve con ella 'no me fué posible confesarme, yeso que tenía gran deseo: me había confesado siete veces y hubiera querido ir todos los días, después que murió la mamá (Mamá, después de la Confirmación, me hacía confesar cada semana.)
Resolvió la tía tomarme por hija, pero sabida la cosa por mi hermano, muerto ya (7), no quiso en modo alguno; y el día de Navidad volví con la familia, con papá, los hermanos, dos her­manitas (8) (una que no conocía, porque la llevaron de casa ape~ nas nacida), y dos personas de servicio.
¡Qué consuelo experimenté al volver con ellos y salir de pa­seo con mi tía! Ella me quería mucho, pero yo nada: Papá me em­pezó a mandar a la escuela en el Instituto de Santa Zita ( eran monjas) (9). Mientras estuve con la tía fuí siempre mala. Tenía un hijo que medespreciaba y pegaba: un día que iba a caballo ( tenía 15 años), la tía me mandó que le llevase, no recuerdo qué cosa, paracuhrirse. Se lo llevé, y él me dió un pellizco: le di un em­pujón tan fuerte, que vino abajo; se hizo daño en la cabeza. La tía me tuvo con las manos atadas a la espalda por un día entero. y o,despechada, me llené de rabia, le respondí y le dije un mon­tón de cosas y que había de vengarme, pero no lo hice.
A la escuela con las Zitinas. - Primera comunión (1887). Comencé a ir a la escuela con las monjas: estaba en el pa­raíso. Mostré en seguida deseos de hacer la Primera Comunión, pero me vieron tan mala e ignorante, que estaban asustadas. Co­menzaron a instruirme y darme buenos consejos; pero yo me iba haciendo cada vez peor, teniendo siempre empero mayores de­seos de recibir la Primera Comunión, y como veían que eran tan fuertes, decidieron satisfacerlos.
Acostumbraban las monjas a preparar la Comunión en el mes de junio; llegó este tiempo y tuve que pedir permiso a papá para entrar en el convento por un poco de tiempo. Papá enfadado no me concedió nada; pero yo, que sabía una buena astucia para con­seguir de él cuanto quería, la empleé y me dió resultado. (Siem­pre que papá me veía llorar, conseguía yo cuanto quería.) Lloré, de otro modo no hubiera conseguido nada. Por la noche obtuve el permiso, y la mañana siguiente me fuí ,en seguida al convento, donde estuve por espacio de quince días. Durante este tiempo no vi a nadie de la familia. ¡Pero, qué bien estaba! Qué paraíso, papa mio! [......] Apenas me vi en el convento, y tan contenta, corrí a dar gra­cias a Jesús en la iglesita, y le rogué fervorosamente me dispusiera para hacer bien la Comunión. Pero tenía otro deseo además de éste: mamá, cuando era pe­queñita, me enseñaba el Crucifijo y me decía que había muerto en la Cruz por los hombres: 'más tarde se lo oí repetir a las maes­tras, pero nunca había entendido nada, y hubiera deseado saber al 'dedillo toda la vida de Jesús y su Pasión. Manifesté este deseo a la maestra, y comenzó día por día a explicarme alguna cosa, escogiendo para ello la hora en que las niñas estaban en la cama, y lo hacía, creo yo, a escondidas de la Madre Superiora.
Una tarde en que me explicó algo de la crucifixión, de la co­ronación de espinas, de los dolores de Jesús, me los explicó tan bien, tan al vivo, que sentí una compasión tal y tanto dolor,' que me sobrevino al instante una fiebre tan fuerte, que tuve que estar todo el día en cama. Desde ese día la maestra cortó toda expli­cación (10).
También las monjas quisieron inquietarme : avisaron a papá de que me había sobrevenido la fiebre; pero lo pagaron bien, porque hubo para ellas, para mí y para todos los del convento. Esto sucedió especialmente durante los diez días de ejercicios (11).
Entré, pues, en Ejercicios el día ... de junio (12), y fueron predicados por don Rafael Cianetti (13). Todas las niñas se mos­traban muy solícitas para prepararse bien a la recepción de Jesús: sola yo entre tantas era la más descuidada y negligente; no me cuidaba de mudar de vida, oía los sermones, pero luego los 0lvidaha.
A menudo, o, por mejor decir, todos los días aquel buen pre· dicador decía: «Quien se alimenta de Jesús, vivirá de su vida.» Palabras que a mí me llenaban de consuelo y que me hacían ra­zonar así: Luego cuando Jesús esté conmigo, yo ya no viviré-'en mí, porque será Jesús el que vivirá en mí. Y moría del deseo de poder decir' pronto esas palabras. A veces pasaba noches enteras meditando .estas palabras y consumida del deseo de recibir a Jesús.
Llegó finalmente el anhelado día. El día antes escribí estas breves líneas a papá: Querido papá: »Estamos en la víspera del día de mi Primera Comunión,' día para mí de alegría ínfíníra. Le escribo estas líneas únicamente para asegurarle de mi afecto, y para que ruegue a Jesús, a fin de que la primera vez que viene a mí me halle dispuesta para recibir todas aquellas gracias que me tiene preparadas. »Le pido perdón por los muchos disgustos y desobediencias que le he causado, y le ruego esta tarde quiera olvidarlo todo. Pi­diéndole su bendición, soy suya, afma., hija, GEMA.»
Me preparé para la confesión general con tanto trabajo de aquellas buenas Hermanas, que la hice en tres veces con Monse­ñor Volpi (14); acabé de hacerla el sábado, vigilia del día feliz.
Llegó por fin la mañana del domingo: me levanté muy pron­to y corrí a Jesús para recibirlo por primera vez. Fueron apaga­dos finalmente mis anhelos. Entonces entendí por primera vez la promesa de Jesús: «Quien se alimenta de mí, vivirá de mi vida».
Papá mío, lo que pasó en esos momentos entre Jesús y yo, no sé expresarlo. Jesús se hizo sentir a mi alma de una manera muy fuerte. Comprendí entonces que las delicias del cielo no son como las de la tierra. Me sentí presa del deseo de hacer continua aquella unión entre Jesús y yo. Cada vez me sentía más cansada del mundo, y más dispuesta para el recogimiento. Fué esa misma mañana cuando Jesús me dió deseos de ser religiosa.
Los propósitos de la Primera Comunión Antes de salir del convento Mce por mí misma algunos propó­sitos para regular mi vida: 1.) Me confesaré y comulgaré cada vez, como si fuera la última. 2.) Visitaré a menudo a Jesús Sacramentado, en especial cuando esté afligida. 3.) Me prepararé para las fiestas de la Virgen con alguna mortificación, y todas las noches pediré la bendición a la Madre del cielo. 4.) Caminaré siempre en la presencia de Dios. 5.) Cada vez que oiga sonar el reloj repetiré tres veces: Jesus mío, misericordia. Hubiera querido añadir algunos más, pero no me lo permi­tió la maestra, y tenía razón, porque vuelta a casa olvidé, pasado un año, todos los propósitos hechos, y los buenos consejos, ha. ciéndome peor que antes. Seguí yendo a la escuela con las mon­jas.: por un tiempo se alegraron. Comulgaba dos o tres veces por semana: Jesús se me hacía sentir cada vez más: hubo días en que me hizo 'sentir consuelos indecibles; pero como pronto lo dejé, me hice soberbia, desobediente, dando mal ejemplo a las compa­ñeras y siendo piedra de escándalo para todos.
En la escuela no pasaha día en que no fuera castigada, no sao hía las lecciones, y poco faltó para que no me arrojasen de ella. En casa no daba paz a nadie, todos los días quería estar de paseo, llevar vestidos nuevos, en lo que papá me complació, por mucho tiempo. Todas las mañanas y todas las noches dejaba de hacer mis oraciones (15); entre tantos pecados nunca empero dejé de rezar las tres Ave María con las manos bajo las rodillas (cosa que me había enseñado mamá, para' que Jesús me librase de los peca­dos contra la santa pureza).
Los pobres. - Nueva conversión. En este espacio de tiempo, que se prolongó durante un año entero, la única cosa que me había quedado era la caridad 'para con los pobres. Siempre que salía de casa quería llevar conmigo dinero, y si papá a veces me lo negaba me Ílevaba pan ... harina ... y otras cosas, y parece que Dios quería que siempre encontrase pobres, pues nunca faltaban tres o cuatro cada vez que salía de casa. A los que llamaban a la puerta les daba ropa blanca y lo que se me venía a las manos.
El confesor me lo prohibió y ya no lo volví a hacer. Por este medio obró Jesús en mí una nueva conversión: papá ya no me daba ni un céntimo, de casa no podía coger nada, y cada vez que salía fuera no encontraha más que pobres que venían co rriendo hacia mí. No les podía dar nada, y esto me daba tanta pena que estaba llorando continuamente; por esta causa deter­miné no salir más fuera de casa sin verdadera necesidad y acabé por asquearme de los vestidos y demás' cosillas. Traté de hacer nueva confesión general y no me ,. fué conce­dido (16); me confesé empero de todo, y Jesús me dió un dolor tan grande, que todavía lo siento. Pedí perdón a las maestras, a las que más que a nadie había disgustado.
A papá y a los hermanos no agradó este cambio; en especial de un hermano me tocó recibirlas más de una vez, porque quería ir todas las mañanas a misa de madrugada. Pero Jesús,desde en. ronces, me ayudó más que nunca.
En familia con las tías. En este tiempo, habiendo muerto el abuelo y el tío, dos tías paternas vinieron a vivir con nosotros en familia (17). Eran dos tías buenas, religiosas y cariñosas, pero no era el cariño de mamá. Nos llevaban a la, iglesia casi todos los días y no dejaban de ins­truirnos en las cosas de religión. Entre los hermanos y hermanas los había más y menos hue­nos:' el mayor, el cuarto, que murió (18), y la más pequeña, Julia, eran los mejores. y por eso los más, queridos de las tías; pero los otros, que habían recibido de mí tal ejemplo,eran demasiado vi. vos, y por eso algo descuidados; pero no faltaba a nadie lo neo cesarro.
La peor de todos fuí siempre yo, y ¡Dios sabe la estrecha cuenta que tendré que darle por el mal ejemplo que he dado a hermanos y compañeros! No dejaban las tías de corregirme siempre que faltaba, pero yo les contestaba con altanería y no reci­bían de mí respuesta apacible.
Sin embargo, como he dicho, Jesús se valió de ese medio de no poder hacer ya limosnas para convertirme. Comencé entonces a pensar en lo mucho que ofendía a Jesús con mis pecados: co­mencé a estudiar y atrabajar, y las maestras siguieron querién­dome bien. El defecto por el cual he recibido los mayores, repro­ches y castigos ha sido la soberbia. La maestra me llamaba muy a menudo «la soberbia».
Sí, tenía, por desgracia, este pecado; pero Jesús sabe si lo co­nocía o no. Muchas veces fuí de rodillas a la maestra, a las dis­cípulas todas y a la Madre Superiora a pedirles perdón de este pecado; por la tarde y aun muchas noches lloraba a solas con­migo: este pecado yo no lo conocía y en él caía varias veces al día y volvía a recaer, pero sin darme cuenta.
La buena maestra La maestra que durante los Ejercicios para la Primera Comu­nión me había explicado la Pasión, trató un día (acaso porque veía en mí una mudanza) de explicármela de nuevo: lo hizo muy despacio: a menudo me repetía: «Gema mía -. medecía-, tú eres de Jesús y debes ser toda suya. Sé buena: Jesús está contento de ti; pero tienes necesidad de mucha ayuda. La meditación de la Pasión debe ser para ti la cosa más querida. ¡Oh, si pudiera tenerte siempre conmigo! ... » Aquella buena maestra me había adivinado e.l pensamiento.
Otras veces me repetía: «Gema, j qué de cosas te hadado Jesús l» Yo, que nunca entendí nada de todo esto, quedaba como muda; pero a veces tenía tal necesidad de una palabra y (lo diré) hasta de una caricia de mi maestra, que corría a buscarla. A veces se ponía seria; yo, al verla de ese modo, me echaba a llorar, y al fin me tomaba en brazos (aunque ya tenía 11 años) y me acari­ciaba: por fin me encariñé con ella de tal manera, que la llamaba mi mamá.
Ejercicios espirituales del 1891 Tolos los años acostumbran las monjas a tener también para las externas un curso de Ejercicios: no me parecía verdad que iba de nuevo a recogerme con Jesús. Esta vez fuí sola sin ayuda nin­guna: las monjas los hacían por su cuenta y las niñas por la suya. Comprendí bien que Jesús me mandaba esta ocasión para que me conociera a mí misma y me purificara todavía más, y más le agradase. Ejercicios hechos el año 1891, en los que Gema debe cambiar y entregarse toda a Jesús.
Me recuerdo que aquel buen sacerdote repetía : «Recordémo­nos que no somos nada, Dios lo es todo, Dios es nuestro Creador; todo cuanto tenemos, lo tenemos de Dios.» Pasados unos días, me recuerdo que el Predicador nos mandó hacer la meditación sobre el pecado. Entonces sí que conocí ver. daderamente, Padre mío, que era digna de que todos me despre­ciasen: ¡me veía tan ingrata para con mi Dios, y tan llena de pecados! .
Luego hicimos la meditación sobre el infierno, del que me reconocí merecedora, yen esta meditación hice este propósito: Haré entre día actos de contrición, en especial si cometiere alguna falta.
En los últimos días se consideraron los ejemplos de humildad, dulzura, ohediencia y paciencia [de Jesús]: yde esta meditación saqué también dos propósitos: 1.) Hacer todos los días la visita a Jesús Sacramentado, y hablarle más con el corazón que con la lengua, 2.) Procuraré con todas veras no tener nunca discursos in. útiles e indiferentes, sino que hablaré de cosas del cielo. Acabados los Ejercicios, obtuve del Confesor licencia para co­mulgar tres días por semana y confesarme también tres veces, cosa en que duré por cerca de tres o cuatro años, hasta el 1895.
Meditando la Pasión de Jesús. Seguía yendo a escuela diariamente, pero el deseo de recibir a Jesús y conocer su Pasión iba cada día en aumento, de forma que obtuve de la maestra que cada vez que consiguiera diez puno tos en la labor o el estudio, me la explicara por espacio de una hora. ¿ Para qué más?: todos los días recibía un diez y todos los días tenía una hora de explicación sobre la Pasión. Muchas veces, reflexionando a menudo sobre mis pecados y la ingratitud para con Jesús, nos poníamos a llorar juntamente.
Fué también en el transcurso de estos cuatro años cuando esta buena maestra me enseñó a hacer alguna penitencia ligera por amor a Jesús: la primera, llevar una cuerdecita a la cintura, y otras muchas; pero por más que hice, nunca pude conseguir permiso del Confesor para ponerlas en práctica. Entonces me en­señóá mortificar los ojos y la lengua: logró hacerme enmendar algo, pero con mucho trabajo. Esta buena maestra murió después de haberme tenido bajo sí durante seis años (19); pasé luego bajo la dirección de otra, tan buena como la primera, pero también ésta tuvo que lamentar en mí el feo vicio de la soberbia (20).
Comencé bajo su dirección a tener un poco más afición a la oración. Todas las tardes, apenas salía de la escuela, me iba a casa, me encerraba en una habitación y rezaba el Rosario entero de rodillas, y varias veces durante la noche me levantaba por es­pacio de un cuarto de hora y encomendaba a Jesús mi pobre alma.
La benjamina del padre. - Su hermano Ginés. La's tías y los hermanos poco se ocupaban de mí: me deja. ban hacer todo cuanto quería, porque conocían lo mala que era.
Papá me contentaba en todo: solía decir (cosa que me hacía llo­rar muchas veces): «Tengo sólo dos hijos, Ginés y Gema». y lo decía delante de los otros y, para decir la verdad, éramos por ello un poco mal mirados en casa.
También yo quería a Ginésmás que a los otros: estábamos siempre juntos: durante los días de vacación nos entreteníamos haciendo altarcitos, fiestas, etc.; nos gustaba andar solos. Cuando ya era un poco mayorcito mostró deseos de ser sacerdote; fué ad­mitido en el seminario y vistió la sotana; pero poco después muo rió (21). Mientras estuvo enfermo no quería que yo me separase de él. El médico le había desahuciado totalmente, y yo, que_sentía tanto el que se muriera, a fin de morir yo también, me servía de todas sus cosas, y poco faltó para que así fuese, pues un mes des­pués de su muerte enfermé gravemente.
No podría decir los muchos cuidados que todos se tomaron por mí, en especial papá: muchas veces le veía llorar y pedir su muer. te a Jesús para que yo me salvara. Puso en juego tod~s los reme­dios, y al cabo de tres meses curé.
Adiós a la escuela. - Los adornos de una esposa del crucificado. El médico me prohibió entonces todo estudio, y salí de la es­cuela. Muchas veces la Superiora y las maestras me mandaron llamar para tenerme con ellas, pero papá no me quiso nunca mandar. Todos los días me sacaba de paseo; me daba todo cuanto quería, yyo comencé otra vez a abusar de su bondad. Recibía, no obstante, la Comunión tres o cuatro veces a la semana, y Jesús, . aunque era mala, venía a mí, se estaba conmigo y me decía muo chas cosas.
Un día, bien lo recuerdo, me regalaron un reloj con cadena de oro; yo, vanidosa como era, no veía el momento de lucirlo, saliendo fuera con él (mi cabeza, papá mío, se llenó de pajari­llos).Salí en efecto; al volver e ir a desnudarme, vi a un Angel (que ahora sé que era el mío), el cual muy serio me dijo : «Re. euérdate que los preciosos arreos que han de hermosear a una es­posa de un Rey Crucificado, no pueden ser otros que las espi­nas y la cruz.»
Estas palabras no se las dije ni siquiera al Confesor, esta es la primera vez que las digo. Ellas me causaron miedo, como miedo me causó también aquel Angel; poco después, reflexionando so­bre tales palabras, sin entender nada, hice este propósito: pro­pongo, por amor de Jesús, y para iagradarle a él, no llevar ni hablar nunca de cosas de vanidad.
Tenía también un anillo en el dedo: me lo quité y nunca más lo he vuelto a llevar. Propuse entonces (pues Jesús me daba señales claras de que me quería religiosa) cambiar de vida, y se me ofreció una hermosa ocasión, pues iba a comenzar el año 1396 (22). Re aquí lo que es­cribí en una libreta: «Este -nuevo año hago propósito de empezar una nueva vida; no sé que es lo que me espera en este nuevo año. En vuestras ma­nos, Señor, me pongo. Todas mis aspiraciones, todos mis afectos han de ser vuestros, Débil soy, Jesús mío, pero con vuestra ayuda espero y tengo resolución de vivir de otra manera, estoes, más cerca de Vos».
Deseo del cielo. Desde el momento en que mamá me inspiró deseo de ir al paraíso, lo he conservado muy vivo (aun en medio de tantos pecados), y si Dios me hubiera dado a escoger , hubiera preferido verme libre del cuerpo y volar al paraíso. Cada vez que tenía fie­bre y me sentía mal, era para mí el mayor consuelo ; pero era , en cambio. motivo del mayor dolor ver que pasada la enfermedad tomaba más fuerza. Un día, después de la Comunión, me atreví a decir a Jesús que por qué no me llevaha al paraíso. Me respon­dió: «Hija, porque a través de tu vida te daré ocasiones de mayor mérito, redohlando en ti el deseo de ir al cielo, y soportando al mismo tiempo con paciencia la vida.»
Palahras éstas que no hastaron a disminuir mi deseo de Ir al cielo ; antes al contrario, veía que cada día iha en aumento.
Amar a Jesús y padeéer con Él. También este año, 1896 (23), se despertó en mí otro deseo: el de amar mucho a Jesús Crucificado, y al mismo tiempo pade­cer y ayudarle en sus dolores. Un día, al mirar fijamente el, Crucifijo, se apoderó de mí tanto dolor, que caí en tierra sin sentido; estaba precisamente en casa papá, y comenzó a reñirme, diciendo que forzosamente tenía que hacerme daño el estar tanto tiempo en casa y querer salir de ella tan de madrugada (hacía ya dos mañanas que no me dejaba salir para oír Misa). Le respondí enfadada: «Lo que me hace mal es estar tanto tiempo lejos de Jesús Sacramentado». Se disgustó tanto por esta contestación que me echó una buena reprimenda: me escondí en la hahitación, y ésta fué la primera vez que desahogué mi dolor con Jesús. Papá mío, yo no recuerdo las palabras que entonces dije, pero aquí está mi Ángel, que me las va dictando palahra por pa­lahra: «Quiero seguirte, cuésteme lo que me cueste,y quiero seguirte con fervor; no, Jesús, no quiero disgustarte más con mi ohrar tibio de hasta ahora: sería ir contigo para disgustarte. Pro­pongo, pues, oración más devota, Comunión más frecuente, pade­cer y padecer mucho por ti, oh Jesús. Tendré la oración siempre en los labios. Cae muchas veces el que a menudo propone: ¿qué hará el que casi nunca propone?»
Estas palahras, papá mío, me las dictó el corazón en aquel momento de dolor y de esperanza', a solas con mi Jesús. Hacía muchos propósitos, pero jamás cumplía ninguno. To­dos los días, en medio de tantos pecados de toda clase, pedía a Jesús que me diese de padecer y padecer mucho.
El mal del pie. Jesús, en medio de todo, me consoló: me mandó un mal a uno de los pies. Lo tuve secreto por bastante tiempo, pero el dolor creció tanto (24), que vino el médico y dijo que había que operar con tiempo, so pena de tener que cortar el pie. Gran disgusto se produjo en casa, sólo yo permanecí indiferente. Recuerdo que mientras me operaban lloraha y gritaha ; pero luego, mirando a Jesús, le rogué que me perdonase este desahogo (25). Todavía me mandó' Jesús otras penas, y bien puedo decir que, desde que mu­rió mi madre, no he pasado un solo día sin haber tenido' alguna cosa que padecer por Jesús. Mientras, no cesaba de cometer cada día nuevos pecados: iha de mal en peor ,estaha llena de defectos y no sé cómo Jesús no se me mostraha nunca enfadado. Sólo una vez he visto a Jesús enfadado conmigo, y digo que preferiría sufrir las penas mismas del infierno en vida a hallarme delante de Jesús irritado, poniéndome delante el cuadro horrible de mi alma, como hizo en el tiem­po que luego diré (26).
El primer voto. En la Navidad de este año, 1396 (27), se me permitió ir a Misa y recibir la sagrada Comunión. Tendría por entonces unos quince años (28), y hacía ya tiempo que venía demandando al Con­fesor licencia para hacer el voto de virginidad (cosa que le pedía sin saber lo que significaba, pero que tenía idea era el regalo más precioso que podía ofrecer a mi querido Jesús).
No me fué posible obtenerlo, y en lugar del de virginidad me dejó hacer el de castidad, y la noche de Navidad hice mi pri­mer voto a Jesús. Recuerdo que Jesús lo agradeció tanto, que por sí mismo, después de comulgar, me dijo agregase a él el ofrecí­miento de mí misma, de' mis sentimientos, y la resignación al querer divino. Lo hice con tanta alegría, que pasé una noche y un día de paraíso.
El año tan doloroso (1897): la muerte del padre. Acabó el susodicho año y entramos en el 1397 (29), año tan doloroso para toda la familia. Sólo yo, falta de corazón, quedaba indiferente a tantas desgracias. Lo más grave fué que quedamos faltos de todo recurso, y para colmo, la grave enfermedad del padre.
Comprendí una mañana la grandeza del sacrificio que pronto querría Jesús; lloré mucho, pero Jesús, que en aquellos días de dolor se dejaba sentir tan fuertemente a mi alma, y el ver a papá tan resignado a morir, me dió una fuerza tan grande, que soporté la enorme desgracia con bastante tranquilidad. El día len que muo rió, me prohibió perderlo en vanos lamentos y lloros, y lo pasé rezando yresignada con el querer de Dios, que desde aquel mo­mento iba a hacer conmigo las veces de Padre celestial y te­rreno (30).
Con la 'tía de Camayor.-. Vuelta a, Luca (1898). Después de su muerte (la del padre), nos encontramos sin nada: no teníamos de qué vivir. Sabido lo cual por una tía, nos ayudó en todo y no quiso que siguiera más en familia; al día si­guiente a la muerte de papá mandó por mí, y me llevó consigo durante varios meses. (No era la tía que me tuvo después de muer­- ta mamá, era otra) (31).
Todas las mañanas me llevaba a Misa: la Comunión la ha­cía pocas veces, porque no me las arreglaba bien para confesarme con otros, fuera de Monseñor. En este tiempo comencé de nuevo a olvidarme de Jesús, a descuidar la oración y amar otra vez las diversiones.
Otra sobrina, que la tía tenía consigo, se hizo amiga mía, y con ella andaba de perfecto acuerdo en las pillerías. La tía nos dejaba salir muy a menudo solas; . y bien me doy cuenta de que, si Jesús no hubiera usado conmigo de tanta misericordia, habría caído len pecados graves: el amor del mundo comenzó poco a poco a apoderarse de mi corazón; pero Jesús vino de nuevo en mi ayuda: de repente comencé a andar jorobada, y a sentir grandes dolores de riñón. Resistí durante algún tiempo, pero, viendo que la cosa iba cada vez peor, pedí a la tía para volverme a Luca, No perdió tiempo; me mandó acompañada.
Pero, papá mío, el pensamiento de esos meses de pecado me hacía estremecer; las había hecho de todas clases; hasta pensa­mientos impuros pasaban por mi mente; había 'escuchado malas conversaciones, en lugar de huírlas ; decía mentiras a la tía para no descubrir a mi compañera; en suma, veía el infierno abierto para mí (32).
Enfermedad mortal (1898-1899). Llegada a Luca, me fuí arrastrando 'enferma por algún tiem­po; no quise consentir que me visitara el médico (pues no quería que nadie me viese o tocase). Una tarde vino el médico de improviso, ya la fuerza me examinó y me halló un acceso al Cuero po, que juzgó grave, porque creía que afectaba gravemente a los riñones. Ya hacía mucho tiempo que venía sintiendo dolor en esa par. te; pero por mí misma no quería ni mirar ni tocar, y esto por. que de pequeña había oído un sermón, del que se me habían grabado estas palabras: «Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo». Estas palabras me impresionaron, y he procurado con too das mis fuerzas conservar puro mi cuerpo.
El médico, una vez que me reconoció, pidió consulta. ¡Qué pena, papá mío, tener que descubrirme! Cada vez que oía al mé­dico lloraba. Después de la consulta empeoré y tuve que guardar cama, sin poder moverme. Echaron mano de todos .Ios remedios, pero, en vez de aprovecharme, me hacían daño. En lacama no po­día estar tranquila, y era una molestia para todos.
Al segundo día de estar encama no encontraba paz, y escribí a Monseñor que deseaba verlo. Vino en seguida, e hice la Confesión general; no porque me sintiera mal, sino para recobrar la' paz de conciencia que había perdido. Una vez confesada me en- . contré en paz con Jesús, y como prueba de ello esa misma tarde me dió un vivo dolor de mis pecados.
Pero ahora viene lo más gordo,padre mío. El mal iba en au­mento, los médicos resolvieron operarme en la parte que he dicho. Vinieron tres; el dolor del mal no fué nada, el verdadero dolor fué el de tener que estar casi desnuda del todo delante de ellos ... Hubiera, papá mío, preferido morir ... Los médicos, viendo que todos los remedios resultaban inútiles, me desahuciaron totalmen­te: sólo de vez 'en cuando venían, casi me atrevería a decir que por cumplimiento.
Esta enfermedad, que casi todos los médicos declararon espi­nitis, sólo uno decía que era histerismo. En la cama tenía que guar­dar siempre una misma postura, yo sola no podía moverme; para recibir de vez en cuando algún alivio, tenía que pedir a los de casa que me ayudasen a levantar ahora un brazo ahora un pierna: eran todos solicitud para conmigo, y yo, en cambio, no les daba más que disgustos y malas contestaciones (33).
Es confortada por un Ángel. Una tarde, más disgustada que de ordinario, me lamentaba' con Jesús, diciéndole que no rezaría más, si no me curaba, y le preguntaba por qué me tenía así (34). El Ángel me respondió: «Si Jesús te aflige en el cuerpo, lo hace para purificarte cada vez más en el espíritu: Procura ser buena». ¡Cuántas veces durante mi enfermedad me hacía sentir al corazón palabras de consuelo!, pero yo nunca hacía caso.
Lo que más me afligía estando en la cama era el ver que no podía hacer lo qué hacían los demás, esto es, ir todos los días a misa y a confesarme. Una mañana, en que me Ilevaron la Comu­nión a casa (35), Jesús se hizo sentir con más fuerza y me reprochó, diciendo que era un alma muy débil. «Es tu amor propio el que se resiente por no poder hacer lo que hacen los otros -' me decía - y por la confusión - que experimentas al tener necesidad de la ayuda ajena; si estuvieras muerta a ti misma no te enfa­darías' tanto», Estas palabras de Jesús me hicieron gran bien, y por algún tiempo estuve quieta y alegre en el espíritu.
San Gabriel de la Dolorosa. Durante todo este tiempo, en casa no se cesaba de hacer tri­duos y novenas para conseguir mi curación, pero de nada servía. Yo misma estaba indiferente: las palabras de Jesús me habían confortado, pero no convertido.
Un día, una señora, que solía venir a visitarme, me trajo para leer la Vida del Venerable Gabriel (36). La tomé casi con desprecio y la puse bajo la almohada; la señora me recomendó que me encomendara a él, pero de ello no hice caso. En casa comenzaron a rezarle todas las noches tres Pater, Ave y Gloria.
Un día, estaba sola, ya habrían pasado las doce; me sobre­vino una fuerte tentación, y decía para entre mí que estaba can­sada, que la cama me daba fastidio. El demonio se valió de esto para tentarme, diciéndome que si le hacía caso me curaría y ha­ría cuanto quisiera. Papá mío, casi estuve a punto de sucumbir; me hallaba agitada y me daba por vencida. De repente me vino un pensamiento; volé con la mente al Venerable Gabriel y dije en voz alta: «¡Primero el alma y después el cuerpo!»
A pesar de todo, el demonio seguía con asaltos cada vez más fuertes: mil pensamientos feos me pasaban por la imaginación. Recurrí de nuevo al Venerable Gabriel, y con su ayuda vencí: volví en mí, me hice la señal de la Santa Cruz y en un cuarto de hora quedé unida con Dios, por mí tan despreciado. Me recuerdo que aquella misma tarde comencé a leer la vida del Cohermano Gabriel. La leí varias veces; no me cansaba de leerla y admirar sus virtudes y sus ejemplos. Los propósitos eran muchos, pero los hechos ningunos. Desde el día en que mi querido protector,' el Venerable Ca­hriel, me curó el alma, comencé a tenerle una particular devo­ción: por la noche no me dormía si no tenía su imagen bajo la cabecera, y desde entonces comencé a verlo cerca (aquí, papá mío, no sé explicarme: sentía su presencia). Todo acto, toda ac­ción mala que hiciera, me traía a la memoria el Cohermano Ga· hriel, y me retraía. No dejaba ningún día de invocarle con estas palabras: «Primero el alma y después el cuerpo». Un día vino la antedicha señora a recoger la Vida del Vene­rable. Al sacarla de debajo la almohada para entregársela no pude por menos de llorar, y ella, viendo que me costaba el dársela, me dijo que ya volvería a recogerla cuando se la exigiese quien se la había prestado. Volvió después de algunos días, y entonces,' aun­que llorando, tuve que dársela: lo sentí mucho.
Pero Dios bendito quiso pronto recompensar este pequeño sacrificio, y esa misma noche, en sueños, se me apareció vestido de blanco: no lo conocí, Padre mío. Él se dió cuenta de que no le había conocido, se quitó la veste blanca y se me dejó ver ves­tido de pasionista; en seguida le reconocí. Quedé en silencio en su presencia. Me preguntó que por qué había llorado al privarme de su Vida; no sé lo que le respondí, pero me dijo: «Ya ves cuán agradable ha sido tu sacrificio: lo he agradecido tanto, que he venido yo mismo a verte. ¿Me quieres?» No le contesté, Me aca­rició varias veces y me repitió: «Procura ser buena, y volveré a verte». Me dió a besar su hábito y el rosario, y se fué.
La fantasía comenzó a abultar el hecho. Pero en vano espe­ré otra visita; no volvió sino después de varios meses. He aquí cómo sucedió. Era la fiesta de la Inmaculada Con­cepción: por ese tiempo solían venir las monjas barbantinas, Hermanas de la Caridad, a mudarme y servirme; entre ellas venía una que no estaba todavía vestida de religiosa, y no lo estaría hasta pasados dos años. Me vino entonces una inspiración :Si ma­ñana, que es la fiesta de mi Mamá - decía para entre mí -, le prometiese que si me cura me haré monja de la Caridad, ¿qué? seria? ....
Este pensamiento me llenó de consuelo; se lo manifesté a Sor Leónida, y ella me prometió que, si curaba, me vestiría jun­tamente con aquella novicia de. que he dicho. Quedamos 'en hacer por la mañana, después de la Comunión, esta promesa a Jesús. Vino Monseñor a confesarme, y en seguida me dió su Iieencia, Además, me dió otro consuelo: el voto de virginidad, que nunca había dado señales de concedérmelo, me lo autorizó y lo hicimos perpetuo, esa misma tarde. Él, lo renovó, y yo lo hice por primera y última vez. ¡Qué gracias tan grandes, a las que yo no he sa­bido corresponder!
Aquella tarde disfrutaba de una paz completa. Por la noche me dormí. De repente veo a mis pies a mi protector; me dijo: «Gema, haz enhorabuena el voto de ser religiosa, pero no añadas más», «¿Y por qué?» -le pregunté -. Me respondió haciéndome una caricia sobre la frente: «¡Hermana mía! », Y al mismo tiempo se sonrió y me miró. No entendía nada de esto, y para darle gracias le besé el hábito; se quitó la insignia de madera (que los pasionistas llevan sobre el pecho ),me la dió a besar, y me la puso sobre el pecho encima de la sábana, repitién­dome de nuevo: «!Hermana mía!» y desapareció.
Por la mañana, sobre las sábanas no había nada; comulgué temprano, hice mi promesa, pero sin particularizar nada. De esto no hablé ni con las monjas ni con el Confesor; las monjas me recuerdan ahora muchas veces el' voto hecho, creyendo que yo prometí hacerme' Hermana de la Caridad, y hasta me han llegado a decir que la Virgen puede hacerme enfermar de nuevo. Jesús agradeció mucho esta promesa, y se alegró en mi corazón.
Curación milagrosa (3 de marzo de 1899).
Entre tanto, pasaban los meses y yo no notaba ninguna me­joría. El· 4 de enero los médicos hicieron una última prueba: me aplicaron doce botones de fuego a los riñones. Esto bastó, me puse peor. A estos males se añadió, el 28 de.enero, un dolor de cabeza verdaderamente insoportable. Llamado aprisa el médico, declaró que el mal era peligroso (se trataba de un tumor en la cabeza); la operación no podía hacerse, porque estaba en extre­mo debilitada; empeoraba por días, yel día 2 de febrero recibí la Comunión por Viático. Me confesé y esperaba el momento de volar con Jesús. Pero ¡despacio! Los médicos, creyendo que yo hada oía, dijeron entre sí que no llegaría a la medianoche.¡Viva Jesús!
Una de mis maestras (de la que ya he hablado anteriormen­te) (37) vino a verme y al mismo tiempo a despedirse hasta el cielo. Me suplicó, no obstante, que hiciese una novena a la Beata Mar­garita María Alacoque, diciéndome que sin duda alguna me con­cedería la gracia de curar perfectamente, o bien, apenas muriera, de volar al cielo en seguida.
Dicha maestra quiso, antes de retirarse de la cabecera de mi cama, que le prometiese empezar aquella misma tarde la no­vena; era el 18 de febrero. La comencé en efecto, la hice por primera vez esa misma tarde, pero al día. siguiente me olvidé. Volví a empezarla el día 20, pero otra vez me la olvidé. Vaya cui­dado por la oración, ¿ verdad, padre mío?
El 23 la empecé por tercera vez (o por mejor decir, tuve intención de empezarla), pero faltaban pocos minutos para la medianoche, cuando oigo agitar un rosario, y una mano viene a posarse sobre mi frente; oí que empezaban un Pater, Ave y Glo­ria durante nueve veces seguidas. Yo apenas si respondía, porque estaba aplanada por el mal. La misma voz que había guiado los Padrenuestros me preguntó: «¿Quieres curar?» «Me da lo mis­mo», respondí. «Sí - añadió - curarás; ruega con fervor al Co­razón de Jesús; todas las tardes, mientras no se termine ia No­vena, vendré yo aquí contigo, y juntos rogaremos al Corazón de Jesús». «¿Y la Beata Margarita?», le dije. «Añade también tres Gloria Patri en su honor.»
Así lo hice por nueve noches seguidas i todas ellas volvía la misma persona, me ponía la mano sobre la frente, rezábamos jun­tos ios Padrenuestros al Corazón de Jesús, y luego me hacía afia­dir tres Gloria a la Beata Margarita (38).
Era el penúltimo día de la Novena, y al término de lá mis­ma quería recibir la sagrada Comunión;' terminaba, precisamente el primer viernes de marzo. Llamé al Confesor y me confesé, muy temprano, comulgué. ¡ Qué momentos tan felices pasé con Jesús! Me repetía: «Cema, ¿quieres curar?» La emoción era tan grande, que no podía contestar. ¡ Pobre Jesús! La gracia había sido hecha, estaba curada (39).
Ternuras de Jesús. «Hija -me decía Jesús abrazándome -, yo me doy todo a ti, ¿ Y tú no querrás ser toda mía?»
Bien veía que Jesús me había quitado los padres, y a veces me desesperaba, porque me parecía estar abandonada.
Esa mañana me quejé con Jesús, y Jesús, siempre bueno, cada vez más afectuoso, me repetía: «Yo estaré, hija, siempr,e contigo. Yo SQY tu Padre, y tu madre será aquella.....-y me indicó a la Virgen Dolorosa -. Jamás faltará la paternal asistencia a quien se ponga en mis manos: nada pues te faltará a ti, aun cuando te haya privado de todo consuelo y apoyo en la tierra. Yen, acér­cate ... eres hija mía ... ¿No eres feliz siendo hija de Jesús y de María?» Los muchos sentimientos que Jesús había despertado en mi corazón me impidieron responder.
Habrían pasado dos horas, cuando me levanté. Los de casa lloraban de alegría: también yo estaba contenta, no por la salud adquirida, sino 'porque Jesús me había escogido por hija. Antes de dejarme esa mañana, me dijo Jesús: «Hija mía, a la gracia que te he concedido esta mañana seguirán otras mucho mayores.» y así ha sido en verdad; pues Jesús me ha protegido siempre de una manera 'especial; yo, en cambio, no he tenido para él más que frialdad e indiferencia, pagando así las infinitas pruebas de amor que me ha dado.
Hambre eucarística. Comencé desde entonces a no poder estar si no iba todas las mañanas con Jesús, pero no podía: tenía permiso del Confesor, pero mi debilidad era tanta, qúe apenas si podía tenerme en pie. El segundo viernes de marzo de 1399 salí por primera vez para recibir la sagrada Comunión, y desde esa fecha no la he vuelto a dejar nunca, a no ser alguna vez, porque mis muchos pecados me hacían indigna o porque el Confesor me la quitaba en castigo.
Con las Solesas. La misma mañana de ese viernes segundo de marzo quisie­ron verme las monjas Salesas; fui, en efecto, a estar con ellas, y me prometieron que durante el mes de mayo .me admitirían con ellas a hacer un curso de Ejercicios, y en junio, si yo quería y tenía verdadera vocación, me recibirían en el convento para siem­pre. Yo, a la verdad, recibí con satisfacción este ofrecimiento, tanto más que veía que Monseñor estaba también de acuerdo.
Semana santa del 1899. Pasó el mes de marzo comulgando cada día, y Jesús mene­naba de inefables consuelos (40). Vino la Semana Santa, por mí tan deseada, para asistir a las sagradas funciones; pero Jesús lo había dispuesto muy de otra manera: en aquella semana Jesús quería de mí un gran sacrifi­cio. Llegó el miércoles santo (ninguna señal se había manifestado hasta entonces en mí, fuera de que, al comulgar, Jesús se me hacía sentir de una manera vivísima).
El Ángel de la Guarda maestro y guía. El Ángel de la Guarda, desde el día en que me levanté, co­menzó a hacer conmigo las veces de maestro y guía: me repren­día siempre que hacía alguna cosa mal, me enseñaba a' hablar poco y solamente si era preguntada. Una vez que los de casa habla­ban poco bien de una persona, yo quise también meter baza, pero el. Ángel me echó una buena riña. Me enseñaba a andar con los ojos bajos, y hasta en la iglesia me reñía de lo lindo, diciendo: «¿Es así cómo se está en la presencia de Dios?» Otras veces me reñía de esta manera: «Si no eres buena, no me' dejaré ver de ti». Me enseñó muchas veces cómo debía estar en la presencia de Dios: a adorarlo en su infinita bondad, en su infinita majestad, en su misericordia y en todos sus atributos.
La primera Hora santa. - Jesús crucificado. Nos hallábamos, como he dicho, en la Semana Santa, y era el miércoles; el Confesor creyó por fin oportuno dejarme hacer una confesión general, según era mi deseo desde hacía mueho tiempo; escogí precisamente la tarde del miércoles y ya bien en­trada. Jesús por su infinita misericordia me dió un dolor gran­dísimo de mis pecados, y he aquí el modo. El jueves por la tarde comencé a hacer la Hora Santa (había prometido a Jesús que, si curaba, todos los jueves indefectiblemente- haría la Hora San­ta) (41). Era la primera 'vez que la hacía levantada; también los otros jueves la había hecho, pero en la cama, pues el Confesor no me permitía, dada mi extrema debilidad, que la hiciera de pie. De la confesión en adelante me lo permitió.
Me puse, como digo, a hacer la Horá Santa, pero me sentía tan penetrada del dolor de mis pecados, que pasé días de verda­dero martirio. Pero 'en medio de tanto dolor, me quedaba un con­suelo: el de llorar, consuelo, y alivio al mismo tiempo. Pasé la hora entera rezando y llorando; hasta que, cansada como estaba, me senté, el dolor seguía. Poco después me sentí recogida, yal poco rato, casi todo a la vez, noté que empezaban a faltarme las fuerzas (a duras penas pude levantarme para cerrar con llave la puerta de la habitación). ¿Dónde me encontré? Me encontré; Pa­dre mío, delante de Jesús, crucificado en ese mismo momento. Derramaba sangre por todas partes. Bajé en seguida los ojos, y aquella visión me turbó no poco; me hice la señal de la Cruz; pasada la turbación sobrevino un poco de calma a mi espíritu (42). Pero seguía sintiendo aún con mayor fuerza el dolor de mis peca­dos; ni una vez levanté los ojos para mirar a Jesús: no me atre­vía; me eché en tierra con la frente por el suelo, y así estuve por espacio de varias horas. «Hija - me dijo -, mira: 'estas llagas las habías tú abierto con tus pecados, pero ahora, alégrate, que todas las has cerrado con tu dolor. No me ofendas más. Ámame, como yo siempre te he amado. Ámame» - me repitió muchas veces.
Aquel sueño se alejó y volví en mí; desde entonces comencé a tener horror grandísimo al pecado (la gracia más grande que me ha hecho Jesús). Las llagas de Jesús quedaron tan profunda­mente' grabadas en mi mente, que jamás se han vuelto a borrar.
Viernes Santo (31 de marzo de 1899) La mañana del Viernes Santo recibí la Comunión (43), Y du­rante el día hubiera querido hacer las horas de agonía; 'pero los de casa no me lo permitieron, a pesar de mis lloros, y haciéndome violencia ofrecí este primer sacrificio a Jesús, y Jesús, siempre tan generoso, a pesar de que lo había hecho a la fuerza" me lo quiso premiar, pues habiéndome encerrado en mi. habitación para hacerlas yo sola, no estuve sola: vino conmigo el Ángel de la Guarda y oramos juntos : asistimos a Jesús en todos sus trabajos, compadecimos a la Virgen nuestra Madre en todos sus dolores. No dejo, sin embargo, mi Ángel' de hacerme un dulce reproche, diciéndome que no llorase cuando tuviera que hacer algún sacri- , ficio por Jesús, sino que diera gracias a los que me ofrecían oca­siónde hacerlo.
Fué esta la primera vez y el primer viernes que Jesús se hizo sentir a mi alma de modo tan fuerte; y aun cuando no reci­biera, porque era imposible, de manos del sacerdote a Jesús ver­dadero, sin embargo Jesús vino por sí mismo y sedió en comu­nión a mi alma. Y fué tan íntima esa nuestra unión, que yo es­taba como estupefacta.
Jesús me habló de modo muy sensible: « ¿Qué haces? - me decía -, ¿qué me dices? ¿Ni siquiera te conmueves?» Fué en­tonces cuando, no pudiendo: resistirlo más, dije con energía :«!Oh, Jesús, pero, ¿cómo: tú, perfectísimo y santísimo, no tienes otra cosa que amar, sino a mí, que soy toda frialdad e imperfección?» «Estoy loco - me repetía Jesús- por unirme a ti; corre" ven todas las mañanas. Pero mira bien -. me decía - que yo soy un padre y un esposo celoso, ¿me serás tú hija y esposa fiel?» Fueron miles de promesas las que hice a Jesús esa mañana; pero ¡Dios mío! ¡cuán pronto las olvidé! Tenía siempre horror, al pecado, mas, a pesar de ello, lo cometía continuamente; Y Jesús no, no podía estar contento; sin embargo, seguía consolándome, y me mandaba el Ángel de la Guarda para que fuera mi guía en todo. Sucedido esto, lo primero que tenía que hacer era manifes­tarlo al Confesor; fuí a confesarme, pero no me atreví, salí sin haber dicho nada (44). Me fuí a casa, y al entrar en mi habitación vi que mi Ángel lloraba; no me atreví a preguntarle nada, pero por sí mismo espontáneamente me dijo: «¿De modo que tú no me quieres ver? Eres mala: callas las cosas al Confesor. Recuerda bien lo que te digo, te lo repito por última vez: - si vuelves a callar lo más mínimo al Confesor, yo no me dejaré ver más de ti. Nunca, nunca» .Me puse de rodillas y me mandó que hiciese el acto de contrición, haciéndome prometer que en adelante se lo diría todo al Confesor, y luego me perdonó en nombre de Jesús.
Severo reproche de Jesús. Estábamos entonces en el mes de abril; con impaciencia eso, peraba el momento dejr a hacer los Ejercicios con las Salesas" según me habían prometido. Una vez , o bien una mañana, después de la Comunión, Jesús me dió a conocer una cosa' que le había disgustado: la había hecho la tarde anterior.
Acostumbraban a venir a casa dos chicas, amigas de una her­mana mía, y se hablaba, no de cosas malas, pero sí mundanas; yo tomé parte y dije lo mío como las demás; pero por la mañana Je sús me riñó tan ásperamente, que se apoderó de mi un terror tal, que habría deseado no hablar ni ver a nadie. Jesús seguía haciéndose sentir diariamente a mi alma y llenán­dome de consuelo; yo, al contrario, seguía volviéndole la espalda y ofendiéndole sin reparo alguno.
Sed de amor y sufrimientos. Dos sentimientos y dos pensamientos bullían a la par en mi corazón, una vez que Jesús se hizo sentir por primera vez y se dejó ver de manera sangrante. El primero de amarle, y amarle has­ta el sacrificio; pero, como no sabía el modo de amarlo verdade­ramente, rogué a mi Confesor que me lo dijera, y él me respon­dió: «¿Qué se hace para aprender a leer y escribir? Escribimos y leemos continuamente, y así se aprende.» No me convenció esta respuesta, no entendí nada absolutamente. Muchas veces le rogué que me 'enseñase, pero siempre recibía la misma respuesta.
La otra cosa que nació en mi corazón, después de haber visto a Jesús, fué un deseo, grande de padecer alguna cosa por Él, que tanto había padecido por nosotros. Comencé por proveerme de una cuerda gruesa, que a escondidas qúité xle un pozo; hice en ella varios nudos y me puse a la cintura. Pero apenas si pude tener­la un cuarto de hora, porque el Ángel de la Guarda, riñéndome, me la hizo quitar, pues no tenía permiso del Confesor; se lo pedí poco después, y lo obtuve. Pero lo 'que más me afligía era el no poder amar a Jesús como yo quería; procuraba no ofenderle, mas mi mala inclinación era tan fuerte, que sin una gracia especial de Dios habría caído en el infierno.
«Aprende cómo se ama». Me preocupaba el no saber amarlo, pero Jesús, en su in­finita bondad no se avergonzaba de humillarse hasta hacerse mi maestro, para tranquilizarme. Un día, al tiempo de hacer mis ora­ciones de la tarde, me sentí toda recogida interiormente y vi por segunda vez a Jesús Crucificado, que me decía estas palabras: «Mira, hija, y aprende cómo se ama», y me mostró sus Cinco Ilagas abiertas. «Mira esta cruz, estas espinas, estos clavos, esta lividez, estos desgarrones, estas llagas y esta sangre; todo es obra de amor y de amor infinito. ¿Ves hasta qué 'extremo te he amado? ¿ Me quieres amar de verdad? Aprende antes a sufrir. El sufrir enseña a amar».
Aquella vista produjo en mí nuevo dolor, y pensando en el amor infinito de Jesús para con nosotros, y en los padecimientos que había tolerado por nuestra salvación, me' desmayé.caí en tie­rra y volví en mí después de varias horas. Todo cuanto me suce­día en esas horas de oración eran consuelos grandísimos, que, aun cuando se prolongasen por muchas horas, jamás me cansarían.
Todos los jueves seguía haciendo la Hora Santa, pero a veces sucedía que esta hora se prolongaba hasta cerca de las dos, porque me estaba con Jesús, y casi siempre me hacía participante de aque- . Ha tristeza que sintió en el Huerto a la vista de mis muchos pecados y de los de todo el mundo: tristeza tal, que bien puede compa­rarse con la agonía de la muerte. Después dé todo esto quedaba' con una paz y un consuelo tan dulce, que era menester me des­ahogase derramando lágrimas, que me hacían gustar de modo in­comprensible, y aumentaban en mí el deseo de amar a Jesús y de padecer por él.
En el Monasterio de las Salesas. Nos acercábamos entre tanto al momento tan deseado de los Santos Ejercicios, y entré en el convento el 1 de mayo de 1899, a las tres. Me pareció entrar en el paraíso. ¡Qué consuelo! Prohibí, por primera precaución, a los de casa que vinieran a verme durante ese tiempo, pues esos días eran todos días de Jesús. Monse­ñor vino a verme esa misma tarde y me concedió el permiso (se­gún deseaba la Superiora) de hacer los Ejercicios privadamente, pero como prueba, haciendo todo lo que hacían las monjas. La Ma­dre Superiora me remitió a la Maestra de Novicias, la que me dió un horario á qué atenerme los días que estuviese con ellas (45).
Tenía que levantarme a las cinco, ir al coro a las cinco y media, comulgar y rezar luego con las monjas Prima y Sexta; después salir para la colación, y pasada media hora ir a. la celda; a las nueve al coro de nuevo, . oír la Misa de la Comunidad y re­citar Nona (46); a las nueve y media, si Monseñor hubiera podi­do, habría venido a hacerme la plática, pero como no pudo, me dió un libro, para que durante ese tiempo hiciese la meditación, y por la tarde venía a decirme alguna cosa. A lag diez y cuarto, en que terminaba precisamente la meditación, iba a visitar a Jesús con las monjas, y luego a las diez y media a comer, hasta las once y media; d'e esta hora a las doce y media, recreo (obtuve de MOl!­señor permiso para no .tener más que una recreación al día, con las monjas, porque por la tarde me gustaba pasarlo con Jesús en el coro).
A las doce y media iba al noviciado hasta las tres, y allí es­taba ocupada len labores; a las tres, otra vez a rezar vísperas; luego se reunía la Comunidad y la Superiora daba algunas instruc­ciones, hasta las cinco. A las cinco de nuevo en la iglesia para re­zar Completas y tener una hora de meditación, como mejor creyera oportuno hacerla; después de la meditación volvíamos al refectorio y luego a la recreación, tiempo que yo pasaba con la Madre Superiora en su célda, o bien en el coro. Se reunía después la Comunidad a las ocho y media por espacio de media hora, y a las nueve se rezaban los Maitines, y por último' a la cama.
Padre mío, a mí me pareció que aquella vida era demasiado 'cómoda . para monjas, y en vez de aficionarme, comencé a dis­gustarme de ella. Las novicias, que tenían todas para mí algún cuidado especial, me avisaban de vez en cuando y me decían lo que sería más grato a la Comunidad, pero yo de ello no me cuidaba, lo que me afligía era tener que volver al mundo, y habría preferido permanecer allí (bien que no sintiera ningún entusiasmo), a volver a los lugares donde las ocasiones de ofender a Jesús son tantas; pedí a Monseñor para no salir más del convento.
Con el consentimiento de la Madre Superiora y d,e toda la Comunidad pedí el permiso al Arzobispo (47), que no me lo con­cedió, diciendo que estaba todavía muy débil de salud, y porque' tenía que usar todavía un corsé de hierro para enderezar la espi­na dorsal. (No sé quién me espiase, para contárselo al Arzohis­po.) La Madre Superiora me mandó entonces por obediencia que me quitase el corsé; lloré a este mandato, porque sabía bien que no podía, tenerme; fuí al noviciado, rogué a Jesús niño, y luego volé a mi habitación; me lo quité, y ya son dos años que no me lo he vuelto a poner, y estoy maravillosamente.
La Superiora, sabida la cosa, se apresuró a comunicárselo a Monseñor, para que éste se lo dijese al Arzobispo. Faltaba un día para terminar los Ejercicios y Monseñor V olpi vino a confesarme y me preguntó si quería quedar todavía doce días más, porque el 21 de mayo era la profesión de algunas Hermanas y hubiera de­seado que yo la presenciase.
Me alegró infinito el permanecer entre ellas, pero un pensa­miento no se me quitaba de la mente: aquella vida era dema­siado cómoda para mí; había pecado mucho, y tenía que hacer pe- . nitencia. Manifesté mis temores a Jesús después de la Comunión, y Jesús,no mirando nunca a mi miseria, me consolaba y se hacía sentir cada vez más a mi alma, y me tranquilizaba con palabras de consuelo. Estuve presente, como deseha Monsefiorv.a la profesión de cuatro novicias; aquella mañana lloré y lloré mucho; Jesús me conmovió más de lo ordinario, y algunas Hermanas que. me vieron se me acercaron y me preguntaron si deseaba alguna cosa, porque estaba a punto de perder los sentidos. (Era verdad: las monjas se habían olvidado de darme el desayuno, y olvidaron tam­bién el darme de comer, porque ese día comí bastante después del mediodía.)
Recibí por ello una buena reprimenda, como lo merecía; ya que yo misma debí hab~r ido al refectorio, una vez tocada la cam panilla, pero me dió vergüenza, o, por mejor decir (ya ve hasta donde llega· mi malicia y mi respeto humano, Padre mío), como la Madre Superiora tenía costumbre de acompañarme en todo mo­mento y dondequiera que fuese, y el día de la profesión las monjas que profesan se ponen al lado de la Superiora, yo al tener que quedar fuera y no poder estar a su lado, por soberbia, dejé de comer (48).
¡Más merecía, Dios mío! pero Jesús me sufrió todavía; en castigo, no obstante, no se dejó sentir por algunos días. Lloré muo cho por esto, hasta que Jesús me mandó de nuevo al Ángel de la Guarda que me dijo : «!Feliz tú, oh, hija, que mereces tan justo castigo! .. » Nada entendí de tales palabras, pero noté que me pro­ducíangran consuelo.
Vuelta a la familia. - Nostalgia del claustro y esperanzas que se esfuman. ¡Díos mío! He aquí un nuevo dolor: al día siguiente tenía que salir del convento para volver a casa; hubiera querido que ese momento no llegase jamás, pero por desgracia llegó. Eran las cinco de la tarde del 21 de mayo, cuando salí; pedí llorando la bendición a la Madre Superiora, saludé a las monjas y abandoné el convento. ¡Dios mío! ¡Qué dolor!
Pero a este dolor pronto iba a suceder otro todavía mayor. No sabía adaptarme ya a la vida de familia: mi mente y mi cora­zón andaban fijos en la idea de ser religiosa, y nada era capaz de apartarlos; para romper definitivamente con el mundo determiné meterme monja salesa. Así todos los días iba al monasterio, y las monjas me prometieron que en el mes de junio, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, me darían el ingreso.
He de confesar, no obstante, que mi corazón no estaba satis­fecho: -la vida de salesa se me antojaba demasiado cómoda para mí. Jesús de cuando en cuando y varias veces repetía a mi corazón: «Hija, para ti es menester una regla más austera». Palabras a las que casi nunca daba oídos, siguiendo firme en mi propósito. Entramos en: el mes de junio, y noté que las monjas habían cambiado un poco; no por ello me turbé, siempre que iba a ver a la Superiora, me respondían que no podía salir,.y me mandaba ya una ya otra ; comenzaron a decirme que si no presentaba, por lo menos, cuatro certificados médicos, no me aceptarían. Traté de conseguirlos, pero en vano, los médicos no querían -hacer nada, y las monjas me dijeron que si los presentaba me aceptarían en se­guida, de lo contrario todo sería inútil. Esta resolución no me tur­bó en absoluto, porque Jesús no cesaba de consolarme con abun­dancia de gracias.
Una gracia grandísima: Las llagas. El día 8, de junio (49), después de la Comunión, Jesús me avi­sóde que por 'la tarde me haría una gracia grandísima. Fuí por la mañana a confesarme y se lo dije a Monseñor, quien me dijo que estuviera atenta y se lo contase luego todo. Llegó la tarde: De repente, más pronto que de ordinario, me sentí presa de un dolor interno muy fuerte, de mis pecados; tan fuerte como jamás lo he' sentido; dolor que estuvo a punto de hacerme morir allí mismo (50). Después de esto me sentí recogida en todas las potencias del alma :el entendimiento no conocía' más que mis pecados y la ofensa inferida a Dios; la memoria me los traía todos a la vista, representándome al mismo tiempo todos los tormentos que Jesús había sufrido para salvarme; la voluntad me los hacía detestar todos y prometer querer sufrirlo todo a fin de expiarlos. Multitud de pensamientos bullían 'en mi mente: pensa­mientos de dolor, de amor, de temor, de esperanza y de consuelo.
Al recogimiento interior sucedió bien pronto la pérdida de los sentidos, y me. hallé en presencia de mi Mamá celestial, que tenía a su derecha al Ángel de mi Guarda, quien lo primero que me dijo fué que hiciera el acto de contrición. Una vez hecho, la Mamá me dijo estas palabras: «Hija, en nombre de Jesús, te sean perdonados todos tus pecados». Luego, añadió: «Mi hijo Jesús te ama mucho y quiere hacerte una gracia grande. ¿Sabrás tú hacerte digna de ella?» Mi miseria no sabía qué responder.' Si­guió diciendo: «Yo seré para ti madre, ¿sabrás tú mostrarte ver- . dadera hija?» Extendió su manto y me cubrió con él.
En ese instante apareció Jesús, con todas las llagas abiertas ; pel,'O de las llagas ya no salía sangre, salían llamas de fuego, que en un momento vinieron a cebarse en mis manos, pies y costado. Creí morir, y habría caído en tierra, si la Mamá celestial no me hubiera sostenido, teniéndome siempre cubierta con su manto. Por 'espacio de varias horas tuve que mantener esa postura. Después mi Mamá me besó en la frente, desapareció todo y me hallé de rodillas en tierra; pero seguía sintiendo un dolor fuerte en las manos, pies y costado.
Me levanté para meterme en lacama,mas noté que de aque­llas partes en que me dolía salía sangre. Las tapé lo mejor que pude, y luego, ayudada por el Ángel, pude acostarme en la cama. y estos dolores y estas llagas, en vez de afligirme, me llenaban de una paz perfecta. Por la mañana, a duras penas pude ir a co­mulgar, y me puse unos guantes en las manos, para que nada se viera. No podía tenerme en pie; a cada momento me creía morir. Aquellos dolores me duraron hasta las tres del viernes, fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús (51).
Lo primero que debí hacer fué contar esto al Confesor, pero en cambio, habiendo ido varias veces a confesarme, nunca le dije nada, yeso que varias veces él me lo preguntaba; le decía siem­pre que no.
Se repiten las llagas. Transcurrió bastante tiempo, .. y todos los jueves, a eso de las ocho o antes sentía los acostumbrados dolores; pero antes se despertaba en mí un dolor tan intenso de mis pecados, que .sólo él superaba al de las manos, pies, cabeza y corazón : este dolor me reducía a un estado de tristeza tal que me creía morir. Esta gracia grande que Dios me hizo no consiguió mejorarme, cada día cometía pecados sin cuento, desobediencias y falta de since­ridad con el Confesor al que callaba siempre alguna cosa (52). El Ángel me avisaba muchas veces, diciendo que se iría y no se dejaría ver más, si yo seguía de ese modo ;no obedecí y se fué, o por mejor decir, cesó de dejarse ver por cierto tiempo.
Deseo ardiente del claustro. -- Consuelos y reproches de Jesús. Durante este tiempo los deseos de hacerme monja iban au­mentando; se los manifestaba al Confesor, quien casi siempre me daba palabras de consuelo; me desahogaba Con Jesús. y una mañana, en que este deseo era más vivo que de ordinario, Jesús me dijo: «Oh, hija, ¿de qué temes? Esconde tu deseo en mi co­razón,que de mi corazón nadie podrá arrancarlo.» Jesús me ha­bló de este modo, pQrque era tal mi pasión por ir al convento, para unirme por siempre a Él, que temía pudiera arrebatármelo alguno; Jesús me consoló con esas palabras que yo muy pronto olvidé. Jesús no dejaba nunca de hacerse sentir y dejarse ver, en especial cuando andaba afligida. Cierto día (lo quiero hacer no­tar de una manera especial) había sido, como bien lo merecía,re­ñida por un hermano mío, porque salía para ir a la iglesia. Ade­más de la riña recibí algunos golpes, que bien merecidos tenía, de lo que me quejé: mi Jesús quedó poco contento de :ello y me riñó, diciéndome palabras que quiero referir: «Hija - me dijo ­¿también tú contribuyes a aumentar las penas de mi corazón? Te he elevado a la categoría de hija mía, te he honrado con el título de sierva, y tú, ¿cómo me correspondes? Hija soberbia, sierva infiel. ¡Mala!» Estas palabras causaron tanto efecto en mi corazón que, aun cuando Jesús aumentó luego mis cruces, siempre me dió fuerza para darle gracias y no quejarme jamás. Un reproche todavía más fuerte me hizo Jesús cierto día con estas palabras, que más adelante conocí ser muy conformes a ver­dad, pero que entonces no entendí: «Hija - me dijo - te que­jasdemasiado en la adversidad, andas demasiado perpleja en las tentaciones, eres demasiado tímida en el gobierno de tus afectos, yo de ti no quiero más que amor : amor en la adversidad, amor -en la oración, amor en las afrentas,' amor en todo. Y dime, hija,' ¿te atreverás a negarme una tan justa satisfacción y cosa de tan poca monta?» Me faltaron palabras para responder a Jesús; el corazón parece quería saltar del pecho por el dolor; algunas pa­labras pronuncié de las que bien me recuerdo: «Mi corazón, oh Jesús - le dije -, está dIspuesto a todo, está pronto a reventar de dolor, si así lo queréis. ¡Dios mío!, y ... »
Los Santas misiones en San Martin. Había pasado el mes de junio, y hacia el fin de éste habían empezado las misiones en San Martín. Preferí dejar de asistir a ellas, a no hacerlo a los sermones, que se tenían sobre el Corazón de Jesús [en la iglesia de la Visitación ] : terminados éstos, comen­cé a ir todas las tardes a la predicación que se tenía en San Martín (53).
Mi impresión al ver predicar a aquellos sacerdotes sería di­fícil explicada. Fué muy grande, porque reconocí en ellos el hábito con que había visto revestido al Cohermano Gabriel, la primera vez que lo vi. Les cobré un cariño especial, y desde ese día no perdí ya sermón alguno.
Estábamos en el último día de las Santas Misiones. Todo el pueblo estaba reunido en la iglesia para la Comunión general; también yp, entre tantos, tomé' parte en ella, y Jesús, al que se conoce le agradó esto, se hizo sentir a mi alma y me preguntó : «Gema, ¿te agrada el hábito con que está revestido ese sacer­dote?» (Y al-mismo tiempo me señaló a un pasionista que estaba no lejos de mí.) No era menester que a Jesús le respondiera con palabras: el corazón mejor que nada hablaba con sus latidos. «¿Te gustaría - añadió Jesús - verte' revestida también tú del mismo hábito?» «¡Dios mío !» - exclamé -. «Sí - siguió di­ciendo Jesús - tú serás una hija de mi Pasión, y una hija predilecta. Uno de estos hijos será tu Padre. Vete y manifiéstaselo todo ... ». Y en el señalado por Jesús reconocí al Padre Ignacio.
Obedecí en efecto; la última tarde de las Misiones fuí, pero por más que lo procuré, no logré hablar de mis cosas ;en lugar de ir con el Padre Ignacio fuí con el Padre Cayetano, al que se lo manifesté todo, haciéndome violencia, aun las cosas que me ha­bían sucedido en el tiempo que va contado hasta aquí. Me es­cuchó con mucha paciencia, y me prometió que el lunes después de las Santas Misiones volvería a Luca y haría todo lo posible para confesarme. Quedamos en ello. Pasó una semana, y pude . de nuevo confesarme con él varias veces. Durante este tiempo y por su medio, conocí a una señora (54) a la que desde entonces he profesado amor de madre, pues la he mirado siempre como a tal.
Los tres votos. La única razón por la cual había ido a confesarme con ese sacerdote fué una sola: el Confesor ordinario me había prohi­bido varias veces hacer Jos tres votos, de castidad, obediencia y pobreza, pues estando en el mundo no me sería posible obser­varlos, y yo, que tenía siempre vivo deseo de hacerlos, me apro­veché de esta ocasión, yeso fué lo primero que le pedí, cosa que me permitió hacer del 5 de julio hasta la solemne fiesta del 8 de septiembre, para luego renovarlos. Esto me contentó mucho, y aun diría que ha sido una de mis mayores satisfacciones.
Con mucho trabajo para este sacerdote y gran vergüenza para mí se lo manifesté todo: le hablé de las gracias particulares que el Señor me había concedido, de las frecuentes visitas del Ángel de la Guarda, de la presencia de Jesús y de algunas peni­tencias,- que sin permiso de nadie y guiada sólo de mi cabeza hada diariamente. Lo primero que hizo fué prohibírmelo todo, y hasta quiso recoger él mismo algunos de los instrumentos de que me servía (55); por fin, este sacerdote me habló claro y me dijo que por sí mismo no podía dirigirme bien y que hablase de todo a mi Confesor.
Yo no quería condescender en esto, porque preveía ya una buena reprimenda, y el. peligro de verme abandonada por Monseñor, por mi falta de sinceridad y confianza con él; no lo que. ría hacer de ninguna manera, y nunca quise decirle el nombre del Confesor, afirmando que no lo conocía, y hasta no recuerdo bien si llegué a inventar un nombre falso (56).
Pero esta trampa no podía tardar en descubrirse, y se des­cubrió con gran vergíienza mía. El Padre Cayetano supo que mi Confesor era Monseñor [Volpi], pero no podía hablarle, si yo no le daba permiso; por fin, después de haberle hecho enfadar mucho, se lo di, y los dos se pusieron de acuerdo. Monseñor me dió permiso para que fuera a confesarme con ese sacerdote, y no me riñó [Monseñor], como tenía bien merecido; entonces le hablé de los votos hechos, lo que también aprobó, y a los tres dichos me hizo añadir un cuarto: sinceridad con el propio Confesor. El Confesor me mandó también que estuviera escondida y no ha­blase a nadie de mis cosas, sino a él solo.
Vana visita del médico. -- Lamentos y reproches de Jesús. Entre tanto, las cosas del viernes seguían verificándose, y Monseñor creyó oportuno hacerme visitar del médico sin que yo lo supiera ; pero Jesús me avisó y me dijo: «Di al Confesor que en presencia del médico no haré nada de cuanto él desea.» Por orden de Jesús 'se lo dije al Confesor; pero éste procedió 8' su gusto, y las cosas ocurrieron como Jesús había dicho, y como ya usted sabe (56).
Padre mío, desde ese día comenzó una nueva vida para .mí, y aquí tendría que decir muchas cosas, pero si Jesús quiere, se las diré a usted solo [en confesión]. He ahí la primera y la más sonada humillación que me díó Jesús; sin embargo, mi gran soberbia y mi amor propio se resm­rieron, y Jesús en su infinita caridad seguía colmándome de gra­cias y de favores. Un día me dijo amorosamente (el por qué Je­sús mío me dijo estas palabras, se lo diré a usted solo, pero ya acaso lo entienda por sí mismo) ; «Hija, ¿qué he de decir yo cuando tú en tus dudas, en tus aflicciones y en tus adversidades, de todo te acuerdas menos de mí? A todos recurres en busca de consuelo y de ayuda, sólo de mí no te acuerdas».
¿Ha entendido, papá mío? Justo reproche de Jesús, que yo tenía bien merecido; a pesar de todo, yo seguí con la mía, y Jesús me riñó de nuevo, diciendo: «Gema, ¿crees tú que no me ofen­des cuando en tus mayores aflicciones me pospones a objetos que no pueden reportarte consuelo? Sufro, hija - añadió -, cuan­do veo que te olvidas de mí». Este último reproche me bastó, fué bastante para despegarme de toda .criaturay entregarme entera. mente a Jesús.
El Padre, Germán. Por entonces me prohibió nuevamente el Confesor todo lo extraordinario del jueves y el viernes, y Jesús obedeció por algún tiempo, pero luego volví a lo acostumbrado, y ami más que antes. Ya no temí empero el decírselo todo [al Confesor], quien me dijo resueltamente que si Jesús no le hacía ver las cosas claras, no creería en semejantes fantasmagorías. No perdí tiempo, -el mis­mo . día hice una oración especial a Jesús Sacramentado a este fin, cuando he aquí que, como a menudo me sucedía, me sentí recoger interiormente y pronto quedé privada de' los sentidos. Me encontré delante de Jesús, pero no estaba solo: tenía junto a sí a un hombre de cabellos blancos; por el hábito conocí que se trataba de un sacerdote pasionista ; tenía las manos juntas y oraba, oraba fervorosamente. Lo miré, y Jesús pronunció estas palabras: «Hija, ¿lo conoces?» Respondí que no, como era verdad. «Mira - añadió -, ese sacerdote será tu director y. será quien conocerá en ti, pobre criatura, la obra infinita de mi misericordia».
En lo sueedido ya no pensé más. Un día, por casualidad; vi un pequeño retrato: era precisamente el mismo sacerdote que había visto delante de Jesús; el retrato, empero, se le parecía bien poco. Fué entonces, Padre mío, cuando comenzó entre usted y yo la unión íntima de oraciones, desde el primer momento en que le vi así, en sueños, delante de Jesús. Quise desde entonces te­nerle siempre conmigo, pero por más que lo deseara parecíame cosa imposible el poder conseguirlo. Rogué y seguí rogando cons­tantemente muchas veces al día,y pasados varios meses Jesús me consoló, haciéndolo venir (57). De lo sucedido después ya nada diré, porque usted me conoce de sobra y lo sabe todo. N. N.(58) GEMA.
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Notas a pie de página: (1) Del Confesor y el P. Guzmán. (2) Esta primera catequista de Santa Gema era la buena Isabel Bastiani, En el proceso apostólico de la Santa nos dice con cuánto empeño y. provecho aprendía la pequeña Gema y con qué ilusión escuchaba sus santos discursos, así como la de. voción con que decía sus oraciones lo mismo en da iglesia que en casa. Recuerda en particular cómo la enseñó a hacer meditación, especialmente sobre la Pasión de Jesús, y a dirigirse al Ángel de la Guarda para que la defendiera y librara del demonio (Summ. super virtut., n. 2, c. 29; n. 5, c. 83·85). (3) En el manuscrito la fecha no es exacta: falta el día y el año se dice el 1888. Por el registro de confirmados de la parroquia de San Leonardo en los Burgos de Luca, a que Gema pertenecía, resulta que recibió la Confirmación el 26 de mayo de 1885, de manos de Su Excelencia Monseñor Nicolás Ghilardi,. arzobispo de Luca, en la iglesia de San Miguel in Foro; su madrina fué la tía Elena Galgani. Aquel día cayó en martes después de Pentecostés. (4) Es la primera locución celestial de que nos habla la Santa, entonces de siete años y dos meses. (5) Fué llevada a San Jenaro , con su tío Antonio Landi. (6) Del año 1886. (7) Luis, que tenía dos años más que Gema y murió en el 1894. (8) Los hermanos Guido, Héctor, Luis, Antonio; hermanas Angelita y Julia. (9) Oblatas del Espíritu Santo, o Zitinas, fundadas por Elena Guerra. (10) La piadosa maestra, que sabía contar tan bien a Gema la Pasión de Jesús, era Sor Camila Vagliensi, (11) Como antes ha dicho la Santa que se entretuvo en el convento quince días, hay que suponer que, terminados los diez días de Ejercicios y hecha la primera Comunión, continuó allí por otros cinco días. Esto es confirmado por Monseñor Volpi, que escribe: «Las niñas que hacían los santos Ejercicios solían quedar en el Instituto cuatro o cinco días después de la primera Comunión». (12) También la 'Santa omite aquí la fecha y escribe por error «marzo». Si de hecho hizo la primera Comunión el domingo 19 de junio, después de diez días de Ejercicios, debió entrar en las Zitinas el 9 de junio o el 10. El P. Germán dice también que Gema hizo su primera Comunión- el domingo siguiente a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, pero por un error involuntario, creemos, pone la fecha del 17 de junio; ese año, 1887, el 17 de junio cayó en viernes, fiesta del Sagrado Corazón. (13) Celoso párroco de San Leonardo en los Burgos de Luca, don Rafael Cianetti habla de este modo de la infancia de Gema en el proceso ordinario de Luca: «He conocido [a Gema] porque a la edad de un año vino a mi parroquia, como aparece por los registros parroquiales, y allí permaneció hasta la edad de cerca de ocho años. Mientras estuvo en mi parroquia, iba a menudo a la iglesia parroquial con su mamá, que era una santa mujer. Por lo que sé, era una niña de pocas palabras, guardaba siempre un porte edificante y su continente fluctuaba entre lo serio' y lo afable» (Summar. super introd., n. 1, c. 9). (14) Monseñor Juan Volpí, promovido obispo en el 1897, fué el Confesor ordi­nario de nuestra Santa hasta la muerte. (15) El lector, acostumbrado por las cartas y' los éxtasis a oirla siempre hablar de sus graves pecados, ya sabe bien qué valor debe dar a estas piadosas exageraciones. (16) Y no me fué concedido: estas palabras confirman la inocencia de Gema. Si el santo y prudentísimo Monseñor Volpi no juzgó oportuno hacer nueva con. fesión, es que las graves culpas de que Gema se acusa eran solamente tales a sus ojos iluminados, y por eso hay que decir que la nueva conversión no fué sino un paso más firme hacia la santidad. (17) Las dos tías Elisa y Elena Galgani, (18) Luis era el cuarto, contando el primogénito Carlos, que murió a los seis años, en el 1875, tres años antes de que Gema naciera. (19) Hay aquí, al parecer, un error de memoría: si Sor CamiÍa murió en marzo del 1887, como fué en efecto, Gema, que comenzó a frecuentar el Instituto de Santa Zita en el 1887, no pudo tenerla de maestra más que un año. (20) La nueva maestra era Sorlulia Sestini, que todavía vive. (21) Murió el 1l de septiembre de 1894. (22) La Santa escribe 1397, pero, siendo el año que precedió a la muerte' del padre, debe leerse 1396. (23) También aquí escribió 1897. (24) El mal, que consistía en una caries ósea, se agravó por haberle caído en el pie un banco, mientras estaba ' en las Zitinas, (25) La operación, efectuada por los' tres doctores Del Prete, Giorgi y Gianni, consistió en extirpar el tumor reventado con la caída del banco y raspar el hueso: operación dolorosísima, que nuestra Santa. toleró con grande paciencia, hasta llegar a causar la admiración de los presentes y de los mismos médicos. Su tía Elisa nos dice, en efecto, en los procesos: «Mi hermana Elena y mi sobrino Guido, que se quedaron a verla operar, me dijeron que no exhaló ni una queja, ni antes, Di du­rante ni después de la operación. Uno de los médicos, el señor Gilmni, dijo a Gema después de operada: «¡ Muy bien, Gema! Has tenido mucho valor». Gema respondió al médico con una sonrisa» (Summar. super oirtut., n. Ll , C. 14). Por esto como prenderá el lector que los gritos y lamentos de que' habla Gema no debieron ser otra cosa que algún gemido o lágrima que la acerbidad del dolor le arrancaba contra su voluntad. (26) Véase la pág. 261. Estas palabras de Gema nos traen ala memoria lo que leemos en la autobiografía de Santa Margarita María Alacoque, con la que nuestra Santa tiene mucho de parecido: «No pudiendo sufrir la santidad de Dios mancha alguna, cuando pone delante de mis ojos alguna mía, por' pequeña que sea, en la que tenga alguna parte la deliberación y negligencia (y soy tan Imperfecta y mise­rable, que caigo a menudo en faltas, si bien no plenamente deliberadas), es para mi, lo confieso, un intolerable suplicio tener que aguantar las miradas de la Majestad divina cuando encuentro haber cometido - alguna falta. No hay género de suplicio que yo no esté dispuesta a sufrir antes que' verme obligada a sufrir la vista de un Dios tan santo después de haber contraído cualquier mancha de pecado, y hasta me arrojaría, como a cosa más tolerable, al horno más ardiente» (Vita della beata Madre Margherita M. Alaooque scritta da lei stessa. Trento, 1899, pág. 115 s.). (27) La Santa escribe siempre 1897. (28) ¡Curioso modo de contar el de la Santa! Habiendo nacido el 12 de marzo de 1878, tenía diecinueve años, aunque no cumplidos. (29) Escribe, por error, 1898. (30) En el registro de defnnciones de la parroquia de San Frediano en Luca se lee en el año 1897, n. 39: «Día II de noviembre de 1897. Enrique Galgani, hijo de Carlos y Margarita Orsini, viudo de Aurelia Landi, de esta parroquia, confortado con los Santos Sacramentos de la Penitencia y de la Extrema Unción y con la Ben­dición Apostólica, asistido por el sacerdote hasta el último momento, pasó a mejor vida el susodicho día a las 14,30, a la edad de 53 años. No fué posible adminís­trarle el Santo' Viático por impotencia para recibirlo. Su cuerpo, después de las acostumbradas exequias, fué enterrado en el Campo-santo, acompañado por la' Vene­rable Cofradía de la Misericordia, como cofrade». (31) Era la tía Carolina Galgani casada con Domingo Lencioni en Camayor. (32) También aquí Gema, como de ordinario cuando habla de sus pecados, recalca la nota. Las dos deposiciones, en cambio, que leemos en el proceso apostólico de Pisa, . relativas a este período de tiempo, la una del primo Luis Bartelloni, la otra de Alejandra Balsuaní, criada de la casa Lencíoni, nos muestran a Gema consagrada enteramente a la oración, al sacrificio y a las o-bras de caridad. El primo dice, entre otras cosas: «No creo que [Gema] cayera en. culpa mortal ni siquiera venial delí­berada... Gema anduvo siempre unida a su Dios... Todos sus discursos a Dios se dirigían; no hablaba sino de' Dios y de cosas santas» (Summar. super oirtut., pá­ginas 356 s.), Y la Balsuani: «No me doy cuenta de que Gema haya caído nunca en pecados mortales ni aun veniales deliberados; amaba a Dios de un modo extra­ordinario, como pueden amarle los ángeles. Gema no se ocupaba de otra cosa. que de estar siempre unida y. conforme con la voluntad de Dios» (Ibíd., pág. 348 s.), «Gema fué pura como un ángel" (Ibíd., pág. 634). También su prima Rosa, com­pañera inseparable de Gema en la iglesia y negocios del tío Lencioní, aparece, según' el testimonio de su hermano Luis, como una joven piadosísima, Hay que confesar, sin embargo, que la Santa, ocupada todo el día en los asuntos de la tienda para despachar al público, no se hallaba en situación muy conforme a sus aspiraciones. La enfermedad que le sobrevino le dió pretexto para pedir a los tíos retornar a Luca, pero el verdadero motivo que a ello le indujo hay que buscarlo en otra cosa. Dos' jóvenes de Camayor deseaban su mano: eran Romeo Dale Lucche, empleado de farmacia, el uno; y el otro, el hijo del médico Jerónimo Berozzi. Berozzi fué con su padre a pedirla. por esposa a su tío Lencioni; y Gema, que no quería más esposo que a Jesús, para quitar toda ocasión pidió volver a Luca, Nos lo dice clára­mente la tía Elisa: «Gema, apenas tuvo noticia de esto, escapó de Camayor y se vino a Luea. Sorprendida yo, maravillada y disgustada, le pregunté: Pero, Gema, ¿cómo ha sido esto? ¿Es que no te querían? - El porqué de la venida Gema no lo dijo; pero, a lo de ser querida, dijo: «Sí, me querían, pero había uno que me pretendía, y yo marido no lo quiero; quiero ser toda de Jesús» (Summar. super virtut.,n. 3, c. 50. Cf, íbíd., c. 83). (33) Nuestra Santa, siempre severa cuando se juzga a sí misma, lo es también en este caso. Muy diverso, empero, es el juicio que formaron los demás. Su antigua. maestra Julia Sestini, que fué muchas veces a visitarla, nos dice : . «Sufría mucho, pero estaba resignada y tranquila ... No recuerdo haber oído nunca quejas contra las tías o la enfermedad; sí, en cambio, oí muchas palabras de resignación a la voluntad de Dios y deseo de ir al cielo» (Summ. super oirtut., n. 11, c. 1). La hermana en­fermera que a menudo la 'aaistfa, Sor María Ángela Ghiselli, de las Barbantinas, escribe: «Durante tanto tiempo como la asistí no recibí jamás una sola palabra de queja o de impaciencia. Estas enfermedades son en verdad muy penosas, pero de ella nunca sentí una queja. Quedaba como un tronco en la posición que tomaba. De extraordinario nada vi, por entonces, en ella, ni apariciones ni nada; lo único extraordinario era su paciencia edificante» (lbíd:, c. 7). Y su tía Elisa: «Llamado el doctor Del Prete, aun cuando Gema no quería que' nadie la viese, una vez que la vió, dijo, después de maduro examen, que había que aplicarle el fuego. A lo que Gema, sonriendo, dijo: «¿Me lo aplica usted, doctor?» - Vinieron de hecho los médicos Del Prete y Pfanner, y le pusieron a los riñones dos botones de fuego, estando presente mi hermana Elena, pues yo no me atreví a- presenciarlo. Gema snfrió muchísimo, pero jamás salió de sus labios una palabra de queja. El mismo Pfanner, hablando con mi hermana Elena, le dijo:' «H:;¡ estado muy tranquila, sin moverse, durante la intervención quirúrgica» (lbíd., c. 16). (34) No era un acto de impaciencia, como parece querer hacer creer Gema, sino un desahogo con su Jesús, por el deseo que tenía de ir a la iglesia y de no ser carga a los demás. Lo dice la misma Santa poco después. (35) Le llevaba la Comunión uno de los capellanes de su parroquia de San Fre­dian, el sacerdote don Andrés Bartoloní Saint-Omer, primo de Monseñor Volpi. Ha depuesto en los procesos, donde dice que le llevó la Comunión los quince sábados de Nuestra Señora de Pompeya y alguna vez más; que el día en que podía comulgar «era para ella día de fiesta»; que la oía hablar- «con entusiasmo de la devoción al Sagrado Corazón», Y. que le «preguntaba con mucho interés por el santuario de' Paray-Le Monial y el culto que allí recibía la Beata [Margarita] y las devociones que se practicaban» (Summar. super introd., n, 3, c. 130; Summar, super oirtui., n, 2, c. 3). (36) San Gabriel de la Dolorosa, clérigo Pasionista. La Santa lo llama a menudo Cohermano Gabriel. Le dió la Vida la señora Cel:i1ia Giannini (Summar. super virtut., número. 2, c. 6). (37) Sor Julia Sestini, del Instituto de Santa Zita. Lo cuenta ella misma en el proceso (Summ. super virtut., n, 17, c. 1). (38) El celestial personaje, que se aparecía a Santa Gema, era su querido pro­tector San Gabriel de la Dolorosa; Así lo depone la susodicha Sor Julia Sestini (1. c.): «La Novena comenzó el jueves [léase miércoles]; yo fuí a visitar a Gema el domingo siguiente. Me dijo: «¿ Quiere saber con quién hago la Novena?». «Con las tías o con' las hermanas», le respondí yo, y ella me contestaba siempre con una. sonrisa: «No,. no», hasta que finalmente añadió: «Con el Venerable Gabrielito,' que viene a ayu­darme y decir los Padrenuestros». Por una feliz coincidencia, San Gabriel de la Do­lorosa y Santa Margarita' María Alacoque fueron canonizados juntamente por ,Bene­dicto XV el 13 de mayo de 1920. Ese mismo año, el 28 de abril, rué introducida también la causa de beatificación de Santa Gema. (39) La Santa, que ha aludido anteriormente a un tumor en la cabeza, nada dice aquí de otra grave enfermedad que se le manifestó los últimos días de esta novena; a saber: una otitis supurada en el oído izquierdo, de la que fué operada la vigilia de su curación. Nos la da a conocer con todos sus pormenores el mismo especialista, profesor Santiago Tomassi, quien al día siguiente, con gran asombro, encontró a Gema curada. Dice él que, rogado por el doctor Carlos Gianni, fué a visitarla a eso- de las cuatro de la tarde; narra el detenido examen que hizo del oído y añade: «Habiéndolo lavado para quitar el pus' y secado con algodones, comprobé del lado anatomopato­lógico la perforación de 'la membrana del tímpano con enrojecimiento de la misma. Entonces dije: «Vamos a operar para ensanchar la cavidad y facilitar la salida del pus». Lo hice, y nuevamente sequé con algodón; hice luego la limpieza y curé con gasas y algodón. La enferma no se quejó ni lo más mínimo ni habló nada; podía mover la cabeza, pero no lo intentó ni siquiera instintivamente; me parecía estar operando sobre, nn cadáver. Y, sin embargo, tenía que sufrir bastante. La pregunté: «¿No has sufrido?» Respondió sonriendo y moviendo ligeramente la cabeza, como dando a entender que había sido cosa sin importancia. Y recuerdo que no había usado ni siquiera cocaína para la anestesia local. Tenía un ligero acceso de fiebre, creo que 37,3 ó 37,4, que juzgo provenía de la otitis supurada aguda con partici­pación de la mastoides. Hecho esto me fuí y volví a la mañana siguiente a eso de las once. Entré en la habitación y pregunté: «¿Cómo va?». A lo que respondió en seguida: «Estoy curada). Encogí los hombros Y preparé todas mis cosas para hacer la cura; pero al extraer la gasa y verla completamente seca, quedé maravillado sobre­manera y dije: « j Sí, está realmente curada! »... En cuanto a su rápida curación de la otitis susodicha, he de confesar que en toda mi larga carrera y por todo lo que he visto en los libros de texto italianos Y extranjeros, así como en la práctica de las clínicas de Berlín y de Viena, donde estos casos son numerosísimos, no he encon­trado nunca un caso semejante de curación completa y comprobada en el espacio de sólo diecinueve horas después de declarada) (Proc. apostólico, fol. 934-935. Cf. Summar. super virtut., n. 3, c. Hü). Era .el 3 de marzo y primer viernes de mes. De esta curación escribió la Santa, en señal .de reconocimiento, el 9 de marzo, una larga relación, que reproducimos entre los Escritos varios. Causa, por lo tanto, ma­ravilla la lectura de la siguiente declaración del testigo y médico que la atendía, doctor Lorenzo del Prete: «Retengo para mí que el curso de la enfermedad [la espiuitis o mal de Pott] hasta su curación ha sido natural, aunque no sea ordinario en estos males; al final, el funcionamiento de las articulaciones se produjo con más rapidez, pero siempre dentro de su curso natural. Pfanner y yo juzgamos que ello fué efecto de la medicina, de las inyecciones de yodoformo, medicamento entonces en sus principios, aun en el modo de aplicarlo) (Proc. apostól., fol. 890). No estará de más notar aquí que hoy los médicos no atribuyen tal valor o eficacia a esas inyecciones. (40) Véanse los Apuntes de un diario entre los Escritos varios, al fin de este volumen. (41) La Hora Santa, esto es, una hora de oración la tarde del jueves, en como pañía de Jesús agonizante en el huerto. Se la sugirió a Gema, pocos días después de curada, su antigua maestra Sor Julia Sestini, que así lo atestigua en los procesos: «Yo le llevé un manual titulado Oremos, de nuestra Fundadora [Sor Elena Guerra], donde está la Hora Santa, y dije a Gema que prometiese hacerla todos los primeros jueves de mes» (Summar. .super oirtut., rr, 17, c. 1). Gema, en cambio, prometió hacerla todos los jueves, y comenzó el jueves anterior a su curación. «Al día si­guiente - escribe Sor Julia -, viernes, después de las cuatro de la' tarde, fuí; Gema se había Ievantado, según me dijeron las tías, pero, por precaución, la habían mandado volverse a la cama; se levantó y sentó sobre la cama y me abrazó di­ciendo: «j Jesús me ha concedido la gracia!» Luego, en voz baja, me dijo que había hecho promesa de' hacer la Hora Santa todos los jueves y que ya la había hecho la tarde precedente, y en ella Jesús le había hecho sentir cierta conmoción al corazón» (Ibid, c. 3). (42) Hace notar aquí el P. Germán: «Es ésta la diferencia, según los teólogos, que existe entre .Ias apariciones celestiales y las diabólicas, que las primeras causan temor, al que luego sucede plácida tranquilidad, mientras las segundas causan al principio (para mejor dañar) una falsa seguridad, a la que luego sucede una gran turbación de espíritu y verdadero espanto. Por esta señal es fácil distinguir las unas de las otras» (Vita, pág. 86). (43) No de manos del sacerdote, como dice luego la Santa; de qué modo su­cedió, no' lo explica: debió dársela Jesús de un modo prodigioso, como hizo otras muchas veces (Vita, pág. 396). El P. Germán en sus manuscritos, hablando de la Comunión' de Gema por mano de los ángeles, dice: «Sólo tres veces se tuvo noticia de esto, pero se puede creer que serían otras muchas veces más». (44) Nótese la gran repugnancia que Gema sentía en manifestar los dones de Dios, prueba inequívoca de su profunda humildad. (45) La Superiora era la Madre Mariana Josefina VaIlini, y la maestra de novicias, Sor Maria Josefa Guerra, las dos de Luca. (46) Junto con las monjas, la Santa rezaba en el coro- las horas canónicas de Prima, más tarde Tercia y Sexta, y después de la Misa conventual; Nona. (47) Monseñor Nicolás Chilardi, arzobispo de Luca, y cuyo auxiliar era Volpi. (48) Se note cómo la Santa procura abultar sus faltas. (49) Jueves, 8 de junio de 1899, octava del Corpus y vigilia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. (50) Cuanto mayores son, los favores que Dios concede a un alma, tanto más grande es el conocimiento que le da de su indignidad y miseria. Es ésta una. señal para distinguir los dones de Dios de las falsificaciones diabólicas, como Jesús mismo se dignó revelar a Santa Margarita M. Alacoque: «Me dijo - escribe - que una vez recibidas estas divinas comunicaciones, de las que tan indigna es el alma, sentiré mi espíritu sumergido en, un abismo de anonadamiento y confusión, y tan vivo será mi dolor frente a mi indignidad, corno dulce haya sido el consuelo que me haya dado la excelsa liberalidad de Dios, ahogando de esta manera todo- sentimiento de eompla­cencia y propia estimación» (Vita della Beata Madre Margherita Maria Alacoque, scritta da lei stessa, Trento, 1889, pág. 280). (51) El prodigio de las llagas sucedió en la calle de «Biseione», núm. 13, primer piso, donde Gema vivía entonces con su familia. Tomamos de ello ocasión para re· eordar las varias casas en que Gema habitó estando en Luca; lo hallamos registrado en el proceso apostólico, en un documento escrito por su hermano Guido con fecha 9 de enero de 1909: «Las casas que habitó en Luca fueron las siguientes: a)' piso segundo de la casa núm. 17, sita en la Via dei Borglii; propiedad de Lupi ; b) piso se. gundo de la casa núm. 44, Via dei Borghl, propiedad de Casentini; e) toda la casa número 68, Via dei Borghi, propiedad de Galgani; d) piso tercero de la casa nám. 5, Via degli Angeli, propiedad de Ospedale; e) piso primero de la casa núm. 10, Via San Giorgio, propiedad de' Sardíni ; f) piso tercero de la casa núm. 6, V ia Strenghi, propiedad de Bianchi; g) piso primero de la casa núm. 13, Via del Biscione, pro. piedad..; (?».) Proc. apostólico, fol. 981.982). Los últimos años se hospedó en casa de D. Mateo Giannini. (52) La Santa, hay que repetirlo, se acusa de no haber sido sincera con el Confesor, pero no para callar sus pecados, que tan de buena gana refiere, sino para si. lenciar los dones de Dios. (53) Misiones predicadas en la iglesia metropolitana de San Martín, del 25 de junio al 9 de julio- de 1899, y que fueron predicadas por los PP. Pasionistas Cayetano, Adalberto, Calixto e Ignacio. Bendecidas por Dios, resultaron de gran fruto. (54) La señora Cecilia Giannini. (55) Entre los apuntes manuscritos del P. Germán hallamos notado lo siguiente acerca de las penitencias practicadas por. Gema: «Andaba sin medias durante el In­vierno. llevaba cilicio, hasta que le fué prohibido, El P. Cayetano le quitó una cuerda erizada de bolitas, que ella misma había preparado. Yo le quité otra cuerda de nudos y una disciplina de hierro». (55) No queriendo manifestar el nombre del Confesor, la Santa dijo que -no lo conocía, usando de una restricción mental fácil de entender (late dicta, que .dicen los teóloges), y por tanto lícita. En cuanto a la mentira del nombre falso, ya dice la Santa que no se recuerda bien, y conociendo su costumbre de exagerar sus faltas, podemos suponer que no la dijo. (56) Véase la nota al éxtasis 2 y la carta 5 al Confesor. (57) El P. Germán, a quien Gema escribió la primera carta el 28 de enero de 1900, fué a Luca a primeros de septiembre de ese mismo año. (58) No sabemos lo que significa nuestra Santa con estas, dos letras, -escritas de modo un tanto obscuro, Acaso debían desempeñar el papel de la firma, pero luego añadió también su nombre. - See more at: http://www.stgemmagalgani.com/2009/03/autobiografia-de-santa-gema-en-espanol.html#sthash.fERMaj6p.dpuf
Fuente: [1]

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