(Roma 1899):
Pedro Gaudiano**
Este
artículo fue publicado en:
«Revista
Eclesiástica Platense» [La Plata, Argentina] Año CI, Oct.-Dic. (1998)
1063-1078.
Se
reproduce aquí con la autorización de la mencionada revista.
El
fin del siglo XIX en América Latina, a nivel eclesial, estuvo marcado por un
acontecimiento de gran relevancia: el primer Concilio Plenario Latino
Americano (en adelante CPLA), que se celebró en Roma en 1899. En el contexto
de estas II Jornadas de Historia Argentina y Americana, luego de realizar
algunas precisiones terminológicas, quisiera presentar brevemente algunas
notas de tres aspectos centrales de aquel concilio: su fase preparatoria, su
celebración y su significación para la Iglesia latinoamericana.
1.
El término “CPLA”
El
término Concilio Plenario tiene una
naturaleza de carácter jurídico. No hace referencia a un concilio nacional,
al que asisten los obispos de una determinada nación; tampoco a un concilio provincial, formado por los obispos que integran una provincia
eclesiástica, o sea el metropolitano y sus obispos sufragáneos; ni tampoco a
un concilio diocesano.
A
fines del siglo XIX no existía una norma universal para reglamentar los
Concilios plenarios. Esta figura
canónica recién sería recogida en el primer Código de Derecho Canónico,
promulgado por Benedicto XV en la fiesta de Pentecostés de 1917. La
peculiaridad del Concilio plenario
que tuvo lugar en Roma en 1899, reside en que estuvo integrado por los
episcopados de todos los países latinoamericanos por una convocación hecha
por el Papa
[1]
. León XIII realizó dicha convocación en la solemnidad de la
Navidad de 1898, a través de las letras apostólicas Cum
Diuturnum
[2]
.
Por
otra parte, siendo Concilio, aquella
asamblea revestía autoridad legislativa sobre todo el continente, mientras
que las futuras Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano no
tendrían esa autoridad canónica
[3]
.
Hagamos ahora algunas breves precisiones acerca del término América
Latina y del gentilicio latinoamericano.
Hasta donde sabemos, ha sido el uruguayo Arturo Ardao quien ha establecido
"el verdadero origen del nombre América Latina". Así se titula un
capítulo del libro Nuestra América
Latina, publicado por el mencionado autor en Montevideo en 1986
[4]
.
Según Ardao, la idea de una América que fuera latina
fue lanzada por vez primera en 1836 por el francés Michel Chevalier, en la Introducción
a su obra en dos tomos titulada Cartas
sobre la América del Norte
[5]
. Allí se lee lo siguiente: “América del Sur es como la
Europa meridional, católica y latina. La América del Norte pertenece a una
población protestante y anglosajona”
[6]
. Esta antítesis de lo sajón y lo latino, como terminología, era
entonces novedosa aplicada a Europa, y con mayor razón a América.
El
bautismo de América Latina, se debe
al escritor y diplomático colombiano José María Torres Caicedo. Nacido en
Bogotá en 1830, se radicó en París en 1851 y vivió allí, salvo cortos
períodos, hasta su muerte en 1889. Fue el más ilustre representante de la
cultura latinoamericana en la Europa de su tiempo. En la capital francesa
publicó varias obras en español. En una de esas obras, de 1875, escribió lo
siguiente:
“Desde
1851 empezamos a dar a la América española el calificativo de latina; y
esta inocente práctica nos atrajo el anatema de varios diarios de Puerto Rico
y de Madrid. Se nos dijo: -'En odio a España desbautizáis la América'.
-'No, repusimos; nunca he odiado a pueblo alguno, ni soy de los que maldigo a
la España en español'. Hay América anglosajona, dinamarquesa, holandesa,
etc.; la hay española, francesa, portuguesa; y a este grupo, ¿qué
denominación científica aplicarle sino el de latina? Claro es que los
Americanos-Españoles, no hemos de ser latinos por lo Indio sino por lo
Español... Hoy vemos que nuestra práctica se ha generalizado; tanto
mejor"
[7]
.
Una
precisión más sobre la fecha en que apareció por primera vez el término América
Latina. Durante todo el primer lustro de la década del 50, en su
actuación periodística en la capital francesa, Torres Caicedo siguió
utilizando abrumadoramente los términos América del Sur, o América
Española. "Si empleó entonces el término América Latina -señala
Ardao en su publicación de 1986-, fue por excepción pendiente todavía de
localización"
[8]
.
En cambio, al comienzo del segundo lustro se nota un cambio. El 26 de
setiembre de 1856, Torres Caicedo fechó en Venecia un extenso poema de 288
versos, titulado Las dos Américas,
en el que se refiere a "América Latina"
[9]
. "Esporádico al principio ese nombre, se volvió en su pluma
cada vez más sistemático durante el resto de su largo actividad fundacional
y apostólica del latinoamericanismo, en tanto latinoamericanismo"
[10]
.
La
primera consagración institucional, en el terreno práctico, del gentilicio latinoamericano,
habría tenido lugar en medios eclesiásticos, cuando el Colegio o Seminario
Americano en Roma comenzó a ser llamado Latinoamericano.
Este hecho, según Ardao, se habría producido en 1862
[11]
. Sabemos con certeza que al inicio de 1864 el Colegio ya era
conocido normalmente como "Latino-Americano"
[12]
.
El periódico católico montevideano «El Mensajero del Pueblo» -cuyo
primer número apareció el 1º de enero de 1871- utilizaba por lo general la
expresión Colegio Pío Latino Americano
[13]
. Mariano Soler -tercer
obispo de Montevideo desde 1891 y primer arzobispo desde 1897- en 1887
publicó en la capital uruguaya un opúsculo referido a dicho Colegio,
titulado Memorial sobre el gran
Instituto Eclesiástico de la América Latina, dedicado al venerable clero de
la Iglesia latino-americana. Al año siguiente, en 1888, publicó en Roma
su Memorial dedicado a los alumnos del
Colegio P. L. Americano
[14]
y, en Montevideo, sus Memorias
de un viaje de ambos por ambos mundos, uno de cuyos capítulos se titula La
América Latina
[15]
. En la década de los ochenta, pues, el proceso genético del
nombre América Latina estaba definitivamente cumplido, en el Uruguay como en
el resto de América. Con el concilio plenario de 1899, los términos América Latina y latinoamericano
alcanzarían especial difusión.
2. La preparación del CPLA
En octubre de 1997, durante las “III Jornadas de
Historia de la Iglesia” organizadas por la Facultad de Teología de la
Universidad Católica Argentina, presenté una comunicación en la que
analicé detenidamente el proceso de preparación del CPLA, en base a la
documentación vaticana, sobre todo del Archivio
degli Affari Ecclesiastici Straordinarii
[16]
. En esta ocasión, pues, sólo
voy a referirme a las dos instancias fundamentales que constituyen el inicio y
el final de la fase preparatoria del Concilio.
2.1.
La propuesta de Mons. Mariano Casanova
El documento en que por primera vez y de manera explícita se propone a
la Santa Sede la celebración de un Concilio de los obispos de América
Latina, fue escrito por Mons. Mariano Casanova, arzobispo de Santiago de
Chile. Se trata de una carta dirigida a León XIII, fechada el 25 de octubre
de 1888. El manuscrito original latino
[17]
de esta carta ha sido reproducido en la tesis doctoral inédita
que en 1991 el sacerdote argentino Diego Piccardo defendió en la Universidad
de Navarra. Dicha tesis constituye la investigación de carácter histórico
más completa hasta la fecha acerca del Concilio Plenario
[18]
.
Según
Mons. Casanova, la Iglesia católica en América del Sur debía enfrentar el
peligro de los gobiernos civiles y el de las sectas masónicas. Esos peligros
se concretaban por ejemplo en las leyes del llamado matrimonio civil,
separación de la Iglesia y del Estado, y muchas otras. Debido al regalismo
existente en estas tierras, ningún obispo en su diócesis, ningún arzobispo
en su provincia, podían convocar un Concilio "sin saberlo o contra la
voluntad del Gobierno". Por tanto, como forma de remediar aquellos males,
Casanova propuso
"convocar
un Concilio Regional de todos los Arzobispos y Obispos de América Meridional,
para que con la agregación de las luces de su ciencia, de su prudencia y
experiencia, examinemos las necesidades de nuestras Iglesias, descubramos qué
debe hacerse en los presentes tiempos tan calamitosos, hacer frente como si
fuésemos un muro -con la común autoridad y fuerzas- a toda obra e industria
del torrente de iniquidad; poner freno a los intentos de los hombres
maliciosos [...], y sobre todo unirnos más a la Santa Iglesia Romana, Madre y
Principio de las Iglesias, también lo pertinente a las ceremonias litúrgicas..."
[19]
.
La
propuesta de que la reunión incluyera al episcopado de América del Sur,
estaba motivada en que "todos tenemos el mismo origen, y por ello,
hablamos el mismo idioma, vivimos las mismas costumbres, producimos las mismas
leyes, disfrutamos las mismas tradiciones y finalmente, tememos los mismos
peligros"
[20]
. Al final de su carta, Mons. Casanova propone "que sean
convocados también todos los Obispos Mexicanos, por tener el mismo origen que
nosotros"
[21]
.
Esta iniciativa del arzobispo chileno fue discutida y asumida en la
Sesión 619 de la Sagrada Congregación de Asuntos Eclesiásticos
Extraordinarios, celebrada el 31 de enero de 1889. Desde la propuesta de Mons.
Casanova hasta la realización del CPLA pasaron más de diez años. En el
proceso de preparación participaron numerosos cardenales y consultores, y
además miembros de la jerarquía de toda América Latina, entre ellos todos
los arzobispos.
2.2.
Los documentos de la convocación al CPLA
2.2.1. Las letras apostólicas Cum
Diuturnum
En
la reunión de cardenales del 11 de diciembre de 1898 se estudió, entre otros
temas, el texto que enviaría el papa para convocar al concilio. De los dos
textos borradores, se eligió el más breve, y se le hicieron algunas
modificaciones. El documento no sería finalmente una encíclica -como había solicitado la comisión a León XIII-, sino
que adoptaría la forma de letras
apostólicas.
En
el borrador del documento, y para que no hubiera ningún riesgo de confusión,
se propuso que se aclarara explícitamente que la convocación se dirigía a
los obispos "de las Repúblicas de
América Latina antes que simplemente de América
Latina, porque ésta abraza también los dos Obispos de Trinidad, Colonia inglesa, dependiente de la Propaganda, y las dos
sedes de Martinica y Guadalupe, colonias francesas, dependientes de Bordeaux,
y las tres sedes, ya colonias españolas, de Cuba y de Puerto Rico, ahora más
o menos dependientes de los Estados Unidos del Norte"
[22]
.
El
25 de diciembre de 1898 León XIII fechó, pues, las letras apostólicas Cum
Diuturnum por las cuales convocó a los obispos al CPLA
[23]
. Luego de recordar su dedicación para consolidar o extender el
reinado de Cristo en las naciones latinoamericanas, León XIII afirma:
"Hoy, empero, realizando lo que hace tiempo deseábamos con
ansia, queremos daros una prueba de Nuestro amor hacia vosotros. Desde la
época en que se celebró el cuarto centenario del descubrimiento de América,
empezamos a meditar seriamente en el mejor modo de mirar por los intereses
comunes de la raza latina, a quien pertenece más de la mitad del Nuevo Mundo.
Lo que juzgamos más a propósito fue que os reunieseis a conferenciar entre
vosotros con Nuestra autoridad y a Nuestro llamado, todos los Obispos de esas
Repúblicas. Comprendíamos, en efecto, que comunicándoos mutuamente vuestros
pareceres, y juntando aquellos frutos de exquisita prudencia, que ha hecho
germinar en cada uno de vosotros una larga experiencia, vosotros mismos,
podrías dictar las disposiciones más aptas para que, en esas naciones, que
la identidad, o por lo menos, la afinidad de raza debería tener estrechamente
coligadas, se mantenga incólume la unidad de la eclesiástica disciplina,
resplandezca la moral católica y florezca públicamente la Iglesia, merced a
los esfuerzos unánimes de todos los hombres de buena voluntad"
[24]
.
El
papa manifiesta que la elección de Roma había partido de los mismos
prelados, y pide disculpas porque dado las circunstancias, no podría
acogerlos con la hospitalidad que hubiera querido. A continuación agrega que
había dispuesto que la Sagrada Congregación del Concilio enviara "la
convocatoria para el Concilio de todos los Obispos de las Repúblicas de la
América Latina, que ha de reunirse en Roma el año próximo, y que dicte con
oportunidad el reglamento a que debe sujetarse". Finalmente, envía su
bendición apostólica. Esta carta fue enviada a los obispos de América
Latina el 31 de diciembre de 1898
[25]
.
2.2.2. La Circular de la S. C. del Concilio
El
7 de enero de 1899 el cardenal Ángel Di Pietro, prefecto de la Sagrada
Congregación del Concilio, firmó una Circular dirigida a los prelados
ordinarios de toda la América Latina
[26]
. En ella se determinan con precisión las normas generales que
debían conocer los obispos antes de llegar a Roma. Dichas normas eran las
siguientes:
1º
El Concilio de celebraría en el Colegio Pío Latino Americano, y su primera
sesión sería el domingo 28 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad. 2º
Deberían asistir al Concilio: en primer lugar los arzobispos, y si alguno por
impedimento legítimo no pudiera, debería nombrar un obispo que lo represente
y comunicarlo a la Santa Sede. 3º Además tenían que asistir aquellos
obispos que eran únicos en una República, o sea los de: San José de Costa
Rica, Comayagua (Honduras), Nicaragua, San Salvador (de Centroamérica) y
Paraguay. 4º Al resto de los obispos no se les impone la obligación de
asistir, ya que no parecía conveniente que durante el Concilio toda América
se quedara sin pastores. Sin embargo León XIII dispuso que cada metropolitano
se reuniera con sus sufragáneos, quienes "elegirán para que los
represente en el Sínodo a uno o a
varios de sus Venerables Hermanos de la misma Provincia". 5º En
dichas reuniones provinciales, los obispos debían "examinar con sumo
cuidado las observaciones que cada Prelado hubiere juzgado conveniente hacer
al Schema propuesto desde el principio, y que van adjuntas a estas
letras; y manifestarán su opinión y sentir acerca de todos sus puntos, para
que el Obispo u Obispos delegados puedan exponerlas y declararlas en el
Concilio"
[27]
. 6º Si por causa legítima algún obispo no pudiese concurrir a
esta reunión provincial, debería "mandar por escrito al Arzobispo su
voto, tanto acerca de las susodichas observaciones, como acerca del Obispo u
Obispos que se han de delegar para el Concilio, con el fin de que pueda
tomarse de ello la debida razón"
[28]
.
Finalmente
se señala que el cumplimiento de todas estas disposiciones "mucho
interesa a la gloria de Dios y al bien de las almas", para que "con
la ayuda de Dios, produzca en abundancia este Concilio Plenario, los
saludables frutos que deseamos". Y luego de la firma del cardenal
prefecto y su secretario, se lee: "Advertencia. Se servirán los
Arzobispos y Obispos que vengan al Concilio, traer consigo el Schema
de los Decretos"
[29]
.
Esta
Circular recién partiría hacia América el 26 de enero de 1899
[30]
. Como el tiempo era muy escaso y había mucho trabajo para
realizar, el cardenal Rampolla, el mismo 26 de enero, envió un telegrama en
clave a los representantes pontificios en América Latina, reproduciendo los
términos de la Circular convocatoria.
3. La celebración del CPLA
El
CPLA se desarrolló a lo largo de 43 días, desde el domingo 28 de mayo
-solemnidad de la Santísima Trinidad- hasta el domingo 9 de julio de 1899, en
el Colegio Pío Latino Americano. Los prelados que participaron en el Concilio
fueron en total 53: trece arzobispos y cuarenta obispos
[31]
.
La
representación más numerosa fue la de México, con trece prelados; seguía
la de Brasil con once, la de Argentina con siete, y la de Colombia con seis
prelados. Los cuatro países mencionados, en conjunto, aportaron el 69,8% del
total de los prelados del CPLA. Centroamérica estuvo representada sólo por
Mons. Bernardo Thiel, obispo de Costa Rica.
Los
siete prelados argentinos fueron: el arzobispo de Buenos Aires, Mons.
Uladislao Castellano, y los obispos: Reginaldo Toro, de Córdoba; Pablo
Padilla, de Tucumán; Rosendo de la Lastra, de Paraná; Juan Agustín Boneo,
de Santa Fe; Mariano Antonio Espinosa, de La Plata; y Matías Linares, de
Salta
[32]
.
Cabe
destacar que Mons. Castellano presidió en forma efectiva la séptima sesión
solemne del concilio, celebrada el 29 de junio de 1899, y las congregaciones
generales número 23 (30 de junio) y 24 (1º de julio)
[33]
. Mons. Toro fue uno de los cinco “jueces de querellas” del
concilio, y Mons. Espinosa fue uno de los cuatro “relatores” del mismo
[34]
. También fue muy significativa la presencia de Mons. Boneo, ya
que él había sido uno de los diecisiete fundadores del Colegio Pío Latino
Americano en 1858. Durante el concilio integró la comisión creada a
instancias del arzobispo de Montevideo, Mons. Mariano Soler, para tratar de
resolver la situación de ruina económica en la que prácticamente se
encontraba el Colegio
[35]
.
Se
celebraron un total de 38 reuniones conciliares: veintinueve congregaciones
generales, y nueve sesiones solemnes
[36]
. En las congregaciones generales, se discutió lo que luego
serían los Decretos del Concilio,
teniendo como base el Schema Decretorum
y las Observationes Episcoporum et
Notanda Consultoris. En las sesiones solemnes se aprobaba lo actuado hasta
entonces, y en algunas de ellas se celebraron actos de particular relieve,
como en la apertura, la consagración al Sagrado Corazón de Jesús y a la
Purísima Concepción de María
[37]
, y la clausura.
No
pretendemos aquí realizar un análisis del desarrollo de las distintas
asambleas conciliares, ni del conjunto de los decretos finalmente aprobados
[38]
. Simplemente vamos a referirnos aquí en primer lugar al discurso
inaugural del concilio y en segundo lugar a la promulgación de los decretos
conciliares.
Por
expreso pedido de León XIII, el discurso inaugural del CPLA estuvo a cargo
del arzobispo de Montevideo Mons. Mariano Soler. En dicho discurso, como era
de esperarse, fueron planteados los grandes temas a ser tratados en el
Concilio. En primer lugar Soler menciona "la disciplina, la santidad, la
doctrina y celo del clero"
[39]
, en estricta sintonía con el objetivo principal que la comisión
cardenalicia había fijado para el Concilio, y también con las expectativas
que León XIII tenía sobre el mismo. Y en segundo lugar, se refiere a
"la moralidad, la piedad, el conocimiento más sólido de nuestra santa
religión y la represión de perversas doctrinas en los pueblos a nuestro
cuidado cometidos"
[40]
. Si el primer núcleo de temas estaba referido al clero, este
segundo núcleo de temas se refería a los fieles. Según Soler, "la
memoria de los tiempos pasados y la experiencia de los presentes",
demostraba hasta la evidencia que el remedio a los males que aquejaban a la
"República Cristiana" casi siempre eran fruto de los Concilios, a
partir de los cuales se incrementaba "la piedad de los pueblos, el fervor
de la disciplina eclesiástica, y el espíritu de unión entre los mismos
Pastores"
[41]
.
El
CPLA se clausuró el 9 de julio de 1900. León XIII designó una comisión
especial de cardenales para que, en su nombre y con su autoridad, revisara los
decretos del concilio. Finalizada la revisión, el papa promulgó dichos
decretos el 1º de enero de 1900, a través de las letras apostólicas Iesu Christi Ecclesiam, en las que se lee lo siguiente:
“Y Nos, accediendo a los deseos de los
Padres del primer Concilio Plenario de la América Latina, por las presentes
Nuestras Letras, publicamos los Decretos del mismo Concilio ya revisados por
la Sede Apostólica, y al mismo tiempo decretamos, que por estas Letras
Apostólicas, y sin que obste nada en contrario, en toda la América Latina y
en cada una de sus diócesis, dichos decretos se tengan universalmente por
publicados y promulgados, y puntualmente se observen”
[42]
.
Esta
promulgación ya había sido decretada por los mismos padres conciliares a
través del artículo 994 en los siguientes términos:
“Y como ninguna ley puede tener fuerza de
obligar, si no se promulga, determinamos que, apenas hayan sido examinados y
reconocidos los decretos de este Concilio por la Santa Sede, inmediatamente se
promulguen; y decretamos que, pasado un año de su solemne promulgación,
tengan fuerza obligatoria, y surtan pleno efecto en todas las Iglesias de la
América Latina, como si hubiesen sido promulgados en cada una de las
diócesis, vicariatos, prefecturas y misiones”
[43]
.
En
1900, se publicaron en Roma dos volúmenes bajo el título, el primero, de Acta
et Decreta Concilii Plenarii Americae Latinae y, el segundo, de Appendix
ad Concilium Plenarium Americae Latinae
[44]
. De esta primera versión latina se hicieron ediciones
posteriores en 1901 y 1902.
El
Apéndice contenía un total 135
documentos, ya sea encíclicas, letras apostólicas, constituciones
dogmáticas del concilio Vaticano I, decretos e instrucciones de las
congregaciones romanas. En 1910 fue publicado un nuevo ejemplar del Apéndice, con documentos más recientes
[45]
.
Aunque
no se incluyen en el Apéndice, una
lectura detenida de los decretos conciliares permite señalar que los textos
del concilio de Trento son los que aparecen citados con mayor frecuencia,
exactamente 95 veces. Le siguen las constituciones dogmáticas Dei
Filius y Pastor Aeternus del Vaticano I, que fueron citadas 37 veces. Sólo
se registran diez citas de concilios provinciales latinoamericanos del siglo
XIX: siete del concilio provincial de Nueva Granada (Colombia) del año 1868;
una vez el concilio provincial de Quito (Ecuador) de 1869, y dos veces el
concilio provincial de Antequera (México) de 1893. No deja de sorprender la
ausencia casi total de citas referidas a documentos eclesiales
latinoamericanos, ya sea de los primeros concilios de Lima y México del siglo
XVI, como de los muy numerosos concilios provinciales y sínodos efectuados a
lo largo de cuatro siglos
[46]
.
León XIII confió a Mons. José María Ignacio
Montes de Oca, obispo de San Luis de Potosí, la traducción oficial
castellana de las Actas y Decretos
del CPLA. El obispo mexicano se encargó no sólo de la traducción, sino de
la impresión del texto bilingüe (latín-castellano), que se publicó en Roma
en 1906. Dicha traducción sería declarada auténtica por Pío X a través de
las letras apostólicas Quod episcopis,
dirigidas a Mons. Montes de Oca el 27 de marzo de 1906
[47]
. El Apéndice no se
llegó a traducir al castellano.
4. La significación del CPLA
En
el decreto conciliar número 997 se lee lo siguiente: “En todos y cada uno
de los archivos de cada diócesi[s], parroquia é Iglesia pública, se tendrá
por lo menos un ejemplar de este Concilio Plenario, que en la visita pastoral
se presentará al Obispo ó visitador, y se asentará en el inventario”
[48]
. O sea que cada sacerdote debía tener a su alcance una fuente
clara y precisa de lo que debía hacer en su ministerio. Las varias ediciones
que tuvieron las Actas y Decretos y
también el Apéndice parecerían
indicar que este decreto realmente se cumplió, aunque no se haya cumplido de
manera uniforme en toda América Latina. En el imprimatur
de ambos volúmenes consta que quedaba prohibida su reimpresión sin la
autorización de la Santa Sede. Sin embargo, en algunos países se trasmitió
la doctrina conciliar por medio de pastorales colectivas, en las que se daba a
conocer, en castellano, lo expresado en los decretos conciliares.
Según
Mons. Correa León, el primer capítulo de los Decretos, titulado “De la fe y de la Iglesia católica”,
constituye una magnífica, clara y exacta síntesis de los documentos
dogmáticos pontificios más recientes, una especie de ‘Enchiridion’ cuya
utilidad práctica salta a la vista. El segundo capítulo, titulado “De los
impedimentos y peligros de la fe”, expuso en forma por demás clara y
concisa los errores doctrinales y los peligros prácticos que amenazaban la fe
latinoamericana, tales como la superstición, la ignorancia, el socialismo, la
masonería, la mala prensa, etc. Por otra parte, en este segundo capítulo se
dictaron además normas prácticas para detener el avance de dichos errores y
peligros
[49]
.
Pero
el CPLA fue un concilio “eminentemente disciplinar”. Así lo calificó
Mons. Mariano Soler en la pastoral que dirigió a sus fieles el 2 de abril de
1899, al partir hacia Roma
[50]
. En efecto, la parte disciplinar es la que presenta el mayor
interés, especialmente por el aspecto jurídico, en cuanto que constituye una
excelente compilación de buena parte de la legislación eclesiástica de la
época. El P. Cayetano Bruno, con gran acierto, afirma que el Concilio
Plenario de 1899 fue uno de los acontecimientos más trascendentales que
vivió la Iglesia latinoamericana en el siglo XIX, no sólo porque unificó la
acción de sus pastores sino porque ofreció un cuerpo de doctrina
simplificador de las normas dispersas en el antiguo derecho
[51]
. De hecho, es evidente la semejanza de la obra conciliar con la
del Código de Derecho Canónico de 1917, ya sea en su extensión como en la
distribución general de las materias. Esto ha sido puesto de manifiesto con
toda claridad por Mons. Correa León
[52]
. También es clara la influencia del concilio plenario en los
sínodos argentinos de principios del siglo XX, como lo ha mostrado el P.
Nelson Dellaferrera
[53]
.
El
texto de las actas del CPLA finaliza con una Instrucción del Secretario de Estado, cardenal Mariano Rampolla,
fechada en Roma el 1º de mayo de 1900
[54]
. Dicho documento confirma y explica lo establecido en los decretos
208 y 288 acerca de la celebración de reuniones frecuentes en cada provincia
eclesiástica, al menos cada tres años
[55]
. Aquella prescripción en algunas repúblicas evolucionó hacia la
forma de conferencias episcopales nacionales. Por iniciativa de Pío XII, la
actividad de integración eclesial cristalizaría en la I Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano celebrada en Río de Janeiro (Brasil) en 1955.
Fruto maduro de aquella Conferencia fue la creación del Consejo Episcopal
Latino Americano (CELAM). Su actual presidente, Mons. Andrés Rodríguez
Madariaga, arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), afirma que el CPLA constituyó
"la primera gran tentativa de integración de la Iglesia en el
Continente. Fue, por así decir, el punto de partida de la edad pastoral
adulta de la Iglesia latinoamericana"
[56]
.
El año próximo se cumplirá el centenario del CPLA, y
con tal motivo en la Santa Sede se proyecta realizar un acto conmemorativo.
Será una instancia que sin duda permitirá profundizar en el significado y
los alcances de aquel acontecimiento. Quiero finalizar con las palabras de Mons.
Mariano Soler, primer arzobispo de Montevideo, quien refiriéndose al concilio
plenario de 1899, afirmó: "Respecto de la misma América, no se
registrará otro acontecimiento religioso más grande y trascendental en los
anales de la Iglesia del Nuevo Mundo, a partir desde la época del
descubrimiento"
[57]
.
*
* *
**
Doctor en Teología en la Universidad de Navarra (Pamplona, España).
Profesor de Antropología en la Universidad Católica del Uruguay “Dámaso
A. Larrañaga”. Profesor de Historia de la Iglesia en el Instituto
Teológico del Uruguay “Mons. Mariano Soler” (Montevideo), agregado a la
Pontificia Universidad Gregoriana (Roma).
[1]
El P. Wernz, profesor de la Universidad Gregoriana y consultor del
CPLA, en un libro impreso en 1899 escribió: "Los Concilios Plenarios
según el derecho común actualmente vigente, ni están prescriptos, ni
generalmente permitidos, ni son ordenados por estatutos singulares;
únicamente deben su legítima constitución y autoridad de la delegación
de la Sede Apostólica", Francisco X. WERNZ, Ius
Decretalium ad usum praelectionum in scholis textus canonici sive iuris
decretalium, II, Ius Constitutionis Eccles. Catholicae (Romae 1899),
pág. 1092.
[4]
Vid. Arturo ARDAO, El verdadero
origen del nombre América Latina, en: ID.,
Nuestra América Latina (Montevideo 1986) [en adelante se citará:
ARDAO, NAL], págs. 31-44; vid. también ID.,
Génesis de la idea y el nombre de América Latina (Caracas 1980); España en el origen del nombre América Latina (Montevideo 1992).
[9]
Vid. José M. TORRES CAICEDO, Las
dos Américas, en: «El Correo de Ultramar» [París], 15.2.1857;
también publicado en: ID., Religión, patria y amor (París 1862). Los versos que reproduce
Ardao son los siguientes: "La raza de la América Latina / al frente
tiene la sajona raza [...] El Norte manda sin cesar auxilios / a Walker, el
feroz aventurero", ARDAO, NAL, pág. 43.
[11]
"Hasta donde hemos podido establecerlo, el primer episodio de
ese carácter tuvo lugar muy tempranamente en el ámbito del vaticano,
cuando en 1862 el hasta entonces llamado 'Colegio Americano del Sur',
cambió su nombre por el de 'Colegio Latinoamericano', convertido muy poco
después en el histórico 'Colegio Pío Latinoamericano", ARDAO, NAL,
pág. 104. Se debe precisar que hasta 1867 se usaron distintos nombres para
designar a aquel establecimiento: Seminario Americano, Colegio Americano del
Sur, o Latino Americano, o Americano Latino. El 22.2.1859 se hablaba del
"Seminario Hispano-Americano", vid. «El Catolicismo» [Colombia]
6 (1859) 57; el 15.1.1860 el Rector del establecimiento, P. Juan Marcucci,
se refería al "Colegio de la América Española y Portuguesa",
vid. l.c., 7 (1860) 215-216. El cambio
de nombre definitivo se produjo en julio de 1867, cuando con el
consentimiento de Pío IX pasó a llamarse Colegio Pío Latino Americano.
[12]
Vid. Programa del Colegio Latino-Americano erigido en Roma bajo la
protección de Su Santidad y confiado a la dirección de los Padres de la
Compañía de Jesús, Roma, Enero 15 de 1864, en: Archivo de la Curia del Arzobispado de Montevideo, Gobierno
de Mons. Vera, Caja 311-8/8 (1860-1904), Carpeta 7.
[18]
Vid. Diego R. PICCARDO, Historia
del Concilio Plenario Latinoamericano (Roma 1899), Tesis doctoral,
Promanuscrito, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra (Pamplona
1991) [en adelante se citará: PICCARDO], págs. 359-366. Vid. también
Mariano CASANOVA, Obras pastorales del Ilmo. y Rmo. Señor Dr. D. ..., Arzobispo de
Santiago de Chile, con un retrato del autor (Friburgo de Brisgovia
[Alemania] 1901).
[31]
Vid. Actas, págs. XLVIII-XLIX; sobre los datos biográficos de los
padres conciliares, vid. María M. ESANDI, El
Concilio Plenario de América Latina. Datos biográficos de los Padres
Conciliares (Roma - 1899), Promanuscrito, Mémoire présenté pour
l'obtention du grade de Licenciée en Sciences Historiques, Université
Catholique de Louvain, Faculté de Philosophie et Lettres, Nº L.V.L. 15479
([Louvain] 1973).
[32]
Vid. Actas, págs. XLVIII-XLIX. Algunos autores, por error, afirman que
Argentina envió seis prelados, al igual que Colombia; así por ejemplo
CÁRDENAS, pág. 520. A la provincia eclesiástica argentina pertenecía,
además, el obispado sufragáneo de Paraguay, cuyo prelado, Mons. Sinforiano
Bogarín, también participó en el CPLA.
[35]
Mariano Soler, primero como sacerdote, y luego como obispo y
arzobispo, fue un permanente impulsor y promotor del Colegio Pío Latino
Americano de Roma, a tal punto que ha sido llamado su "Segundo
fundador". Sobre la actuación conciliar de Soler, vid. Pedro GAUDIANO,
Mons. Mariano Soler, primer Arzobispo
de Montevideo, y el Concilio Plenario Latino Americano [Disertación
doctoral en la Universidad de Navarra],
en:
«Anuario de Historia de la Iglesia» [Pamplona] 7 (1998) 375-382; ID.,
ibid. [Extracto de la tesis doctoral], en vías de publicación en:
«Excerpta e Dissertationibus in Sacra Theologia» [Pamplona].
[44]
En 1899 y para uso exclusivo de los padres conciliares, se había
publicado un volumen titulado Appendix
ad Schema decretorum pro Concilio Plenario Americae Latinae, con 85
documentos del magisterio pontificio y varias instrucciones dictadas por las
congregaciones romanas, cfr. María M. ESANDI, El
Concilio Plenario cit., pág. 29.
[55]
En el decreto 208 se transcribe la siguiente exhortación, tomada de
la carta que León XIII dirigió al episcopado brasilero el 2.7.1894:
"Reine entre vosotros la más estrecha caridad y concordia de
pareceres, opinando todos una misma
cosa, teniendo todos los mismos sentimientos (Philip. II, 2). Para
conseguirla, os recomendamos encarecidamente que con frecuencia os
comuniquéis vuestras opiniones y, en cuanto lo permitan las distancias y
vuestros sagrados deberes, multipliquéis más y más las reuniones
episcopales". Y a continuación, el mismo decreto establece: "El
tiempo de estas reuniones no deberá pasar de tres años, y se fijará en
cada Provincia de común acuerdo de los Obispos", Actas, pág. 136. El decreto 288, remitiendo al decreto 208,
menciona "la celebración de las juntas episcopales, al menos cada tres
años", Actas, pág. 175.
[56]
Cfr. Oscar A. RODRÍGUEZ MADARIAGA, Presentazione,
en: Enchiridion. Documenti della Chiesa Latinoamericana (a cura di P.
Piersandro Vanzan S.I.) (Bologna 1995), págs. 5-6. Esta publicación, en
italiano, contiene una selección de documentos de la Iglesia
Latinoamericana: del CPLA (1899) y de las Conferencias Generales del
Episcopado Latinoamericano de Río de Janeiro (1955), Medellín (1968),
Puebla (1979) y Santo Domingo (1992).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.