El
término "nueva evangelización" se ha hecho corriente en la Iglesia
,y se ha difundido sobre todo por la enseñanza de Juan Pablo II. Se han utilizado
también otras variantes: segunda evangelización, reevangelización, nueva
etapa de la evangelización. Este concepto se refiere a las nuevas condiciones
de evangelización en el mundo actual. En efecto, la tarea de evangelizar las
conciencias y las culturas (! Evangelización, II) presenta hoy un nuevo
desafío, ya que ocurre a menudo que los ambientes por cristianizar estuvieron
marcados en otro tiempo por el mensaje de Cristo, pero la buena nueva ha dejado
de ser escuchada ante la indiferencia y el agnosticismo práctico. La sociedad
secular ha agravado especialmente este clima de fe inhibida o dormida. Por eso
se impone a la Iglesia la tarea de emprender una nueva evangelización.
Preguntémonos qué diferencias existen entre la primera y la nueva
evangelización.
La
primera evangelización es la que revela la novedad de Cristo redentor "a
los pobres" para liberarlos, convertirlos, bautizarlos e implantar la
Iglesia. La evangelización se propaga en las conciencias y en las estructuras
básicas de la fe: la familia, la parroquia, la escuela, las organizaciones
cristianas, las comunidades de vida. Hay ya aquí una verdadera evangelización
de la cultura, es decir, una cristianización de las mentalidades, de los
corazones, de los espíritus, de las instituciones, de las producciones humanas.
Las culturas tradicionales fueron cristianizadas así mediante un lento efecto
de ósmosis. La conversión de las conciencias transformó profundamente las
instituciones. Conocemos bien los prototipos de la primera evangelización: san
Pablo, san Ireneo, san Patricio, los santos hermanos Cirilo y Metodio, san
Francisco Javier.
Muchos
evangelizadores del pasado realizaron una obra considerable de I inculturación
ante litteram. Juan Pablo II recordaba que "los santos Cirilo y Metodio
supieron adelantarse a ciertas conquistas,
que han sido asumidas por la Iglesia en el concilio Vaticano II, sobre la
inculturación del mensaje evangélico en las diversas civilizaciones, tomando
la lengua, las costumbres y el espíritu de la raza en toda la plenitud de su
valor" (discurso en Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982).
Notemos que la primera evangelización no ha terminado aún en el mundo y que
muchas veces resulta enormemente difícil: en la India, en Japón, en los
ambientes islámicos, budistas, en varios sectores de la sociedad.refractarios a
los valores religiosos.
La
nueva evangelización se presenta en unas condiciones muy diferentes. La segunda
o la nueva evangelización se dirige a poblaciones que fueron cristianizadas en
el pasado, pero que viven ahora en un clima secularizado, infravalorando el
hecho religioso, tolerando una religión privada y a veces combatiéndola
directamente o poniéndole trabas indirectas por obra de políticas y de
prácticas que marginan a los creyentes y a sus comunidades. Se trata de una
situación nueva, que nunca se había presentado antes con tanta intensidad en
la historia de la Iglesia. Exige un esfuerzo colectivo de reflexión para
descubrir los sujetos o los destinatarios de la nueva evangelización,
condición indispensable para reevangelizar las culturas.
1.
¿A QUIÉN SE DIRIGE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN? Intentemos comprender la
mentalidad de las personas que son los destinatarios de la evangelización
nueva.
a)
Los nuevos ricos. Esas personas no se consideran psicológicamente como los
"pobres del evangelio", sino más bien como "ricos",
personas satisfechas y centradas en su dinero, su autonomía, su confort, su
autorrealización. Esta psicología colectiva es la que hay que penetrar con
simpatía para hacerle comprender sus límites frente a lo absoluto de Dios.
Así podrá aparecer la "pobreza espiritual" que se oculta muchas
veces tras esas actitudes de satisfacción o de indiferencia aparentes.
b)
Una fe desarraigada. En muchas personas no se ha desarrollado la fe primera por
falta de raíces y de profundización. A menudo la primera evangelización fue
insuficiente, superficial, y se ha ido entibiando y apagando poco a poco por
falta de interiorización y de motivaciones sólidamente ancladas. La fe no se
ha afianzado con una experiencia personal de Cristo, compartiendo la vida de fe
en el amor y en el gozo, ni se ha consolidado con el apoyo de una comunidad
cristiana cercana y viva.
c)
Una fe rechazada y reprimida. Muchos cristianos de nombre, que viven en la
indiferencia práctica, han rechazado una religión que se ha quedado, en su
psicología, en una etapa infantil y se les antoja moralmente opresiva, porque
la cultura popular confunde muchas veces religión y moralismo. Esa religión da
miedo y actúa sobre. las angustias inconscientes. En nombre de la libertad, la
religión y la Iglesia son entonces rechazadas como alienantes. Hay que
preguntarse qué deficiencias de la primera evangelización pudieron provocar
esta percepción mental del cristianismo.
d)
Una fe dormida. Resulta difícil decir que en esas personas ha muerto por
completo la fe; pero está dormida, es inoperante, está olvidada, cubierta por
otros intereses y preocupaciones: el dinero, el bienestar, el confort, el
placer, que se convierten a veces en verdaderos ídolos. En un contexto de
cristiandad, la presión de la religión habitual podía bastar para
mantener a los creyentes en una práctica sacramental regular. Esta presión
social no invalida necesariamente el valor de la religión popular o
tradicional, que ha dado grandes cristianos y grandes cristianas. Constatamos,
sin embargo, que la nueva cultura deja a la persona espiritualmente sola, frente
a sí misma y frente a sus propias responsabilidades, que a veces se perciben
confusamente. El desencanto, la incertidumbre espiritual hacen al individuo
frágil, angustiado y expuesto a la credulidad. El aislamiento hace sensible a
una palabra de acogida. Las sectas lo han comprendido. A veces mejor que
nosotros. Tenemos que explorar con cuidado esos aspectos psicológicos y
espirituales.
e)
Psicologías moralmente desestructuradas. Todavía es más preocupante el
fenómeno de esa especie de "desmoralización" fundamental que ha
hecho perder a las personas toda estructura moral o espiritual. Resulta casi
imposible creer cuando el individuo desconfía de toda ideología, de toda
creencia, de toda gran causa que obligue a salir de sí mismo. Esta tendencia se
ha agravado al retirarse el individuo a una ilusoria autarquía moral. La
sociedad moderna tiende a erigir en sistema esa actitud individualista. El
evangelizador mide el tremendo obstáculo que hay que superar para llegar a la
conciencia de esas personas. A pesar de todas las dificultades, hemos de
convencernos de que en todos los corazones, en definitiva, hay una necesidad de
esperanza. Ningún individuo rechaza para siempre la luz y la promesa de la
felicidad.
f)
Una esperanza latente. El hombre moderno lleva en sí mismo angustias y
esperanzas características (/Teología fundamental: destinatario). ¿Han
entrado los cristianos en el espíritu
profundo del concilio, que se mostró tan atento a la mentalidad de nuestros
contemporáneos? Hay que adivinar la angustia oculta debajo dé tantas actitudes
y comportamientos aparentemente tranquilos. Quizá nunca como hoy se ha
manifestado tanta sed de l sentido y una búsqueda tan apasionada de razones de
vivir. Descubrir esa necesidad latente de esperanza es una primera etapa
importante de la evangelización. Más allá de las angustias hay que percibir
sobre todo las aspiraciones positivas que aparecen a veces en medio de la
confusión. Estas aspiraciones a la justicia, a la dignidad, a la
corresponsabilidad, a la fraternidad manifiestan una necesidad de humanización
y una sed de absoluto. El evangelizador sabrá leer allí una primera apertura
al mensaje de Cristo. Estas preocupaciones socio-pastorales se encuentran en
todos los documentos del concilio, como una preocupación evangelizadora muy
concreta. Hay que releer el Vaticano II en esta perspectiva. En el fondo de los
corazones anida una esperanza latente y un hambre espiritual. Es importante
adivinar sus huellas en la cultura actual, a fin de brindarle la respuesta de la
fe. Es una nueva etapa de la evangelización.
2.
¿CÓMO REEVANGELIZAR A LAS CULTURAS? a) La cultura no es ya una aliada. En
una situación de segunda evangelización está en juego la nueva cultura. Ya
no hay una "cultura de apoyo", como antes. Hoy la Iglesia se enfrenta
con una cultura de oposición (persecución, opresión) o con una cultura de
indiferencia, de tranquila eliminación, que relativiza todas las creencias.
Observemos
que la cultura pluralista, que tiene el inconveniente de poner todas las
creencias en el mismo plano, puede ofrecer por otra parte al evangelizador una
nueva oportunidad y la posibilidad de hacer valer su punto de vista original en
el concierto de las opiniones. Con frecuencia incluso puede aprovechar los
medios modernos de difusión para anunciar la novedad de su mensaje.
Resulta necesaria una educación especial para vivir y actuar hoy en una cultura
pluralista. -
b)
Detectar los obstáculos á la nueva evangelización: Estos obstáculos
pueden variar mucho. de una región o un país a otro. En muchos países de la
vieja cristiandad; la Iglesia se ha ido desfigurando por una especie de lenta
erosión, en un proceso de evacuación o de rechazo de la fe por parte de una
cultura progresivamente secularizada. Esto ha engendrado una cultura de l
indiferencia, que es uno de los obstáculos más terribles para la reevangelización,
puesto que entonces la religión no parece ya interesar, tocar, interpelar a
una masa cada vez mayor de individuos espiritualmente "eXtraños", que
viven en un mundo "arreligioso".
Observemos
que la situación de la increencia es- muy distinta según los países. En
efecto, en muchas naciones la reevangelización se dirige a unas poblaciones
cuya memoria arrastra la huella de persecuciones, de guerras religiosas, de
revoluciones, de políticas agresivamente ateas. Otras han sufrido la
colonización extranjera, la explotación o también la pérdida de la clase
obrera en el siglo pasado. Es sumamente importante percibir bien la psicología
colectiva marcada por la experiencia histórica de cada grupo que hay que
evangelizar.
c)
Derribar el muro de la indiferencia. En
los países occidentales, la secularización ha difundido un clima de
indiferencia religiosa, de increencia, de insensibilidad espiritual, de desinterés
por el hecho religioso. El drama es que el evangelio no está del todo ignorado
ni es del todo nuevo. Estamos ante una psicología religiosa ambigua. La fe
está como presente y ausente en los espíritus. La sal del evangelio ha perdido
su sabor; sus palabras han perdido su vigor. Las palabras evangelio, Iglesia, fe
cristiana no son nuevas; están gastadas, banalizadas. La identificación de la
cultura con el cristianismo se ha hecho superficial; véase, por ejemplo,, el
destino que se. les reserva a las celebraciones de navidad y de, pascua con su
recuperación comercial y mundanizada. La buena nueva forma parte de las
costumbres, lo mismo que las tradiciones, lo mismo que el folclore y los. rasgos
culturales del ambiente. Los cristianos tienen que revalorizar su tesoro en la
opinión pública, en los medios de comunicación social, en los comportamientos
comunes. Hay que reaccionar contra una culturización del cristianismo reducido
a palabras, a hechos secularizados, a costumbres desacralizadas.
d)
No dejarse marginar. Los cristianos no pueden resignarse a quedar
orillados; marginados de la cultura. dominante. Hemos de tornar conciencia de
que nuestros valores centrales son eliminados progresivamente. Observemos, por
ejemplo, las palabras que se han hecho tabú en nuestro ambiente cultural:
virtud, vida interior, renuncia, conversión, caridad,,silencio, adoración,
contemplación, cruz, resurrección, vida en.el Espíritu, imitación de Cristo.
¿Tienen todavía estas palabras típicas de la vida espiritual algún sentido
en el lenguaje corriente? Si nuestros contemporáneos no comprenden ya las
palabras qué expresan nuestra esperanza, ¿cómo podremos atraerlos a
Jesucristo? Los jóvenes se sienten especialmente tocados por el espíritu de la
época, que descalifica radicalmente
el hecho religioso. Los jóvenes son los testigos y las víctimas de la crisis
religiosa, pero son también y sobre todo los reveladores de las aspiraciones
contemporáneas. Con ellos es con los que podremos crear verdaderamente una
nueva cultura de. la esperanza.
3.
UNA ANTROPOLOGÍA ABIERTA AL ESPÍRITU. Una de las "novedades" más
notables de la nueva evangelización es la de dirigirse expresamente a la
conversión de las culturas, no sólo a la de las personas. Pues bien,
evangelizar las culturas supone una nueva consideración;: antropológica de la
pastoral. Las ciencias humanas pueden rendir un servicio precioso a la hora de
hacer los discernimientos y los análisis indispensables. La ventaja principal
de la antropología moderna es la de "definir" al hombre por la
cultura y verlo así en el contexto psico-social en donde se despliegan su vida
asociativa, sus producciones, sus esperanzas y sus angustias. Juan Pablo II ha
insistido varias veces en este aspecto de la evangelización: " El hombre
se convierte de forma siempre nueva en el camino de la Iglesia" (Dominum
et vivificantem, encíclica sobre el Espíritu Santo, 1986, n. 58). La
percepción del hombre como un ser de razón y de libertad se enriquece
notablemente con la visión cultural de la realidad humana que nos ofrece la
antropología moderna. Lo decía Juan Pablo II con estas palabras: "Los
recientes progresos de la antropología cultural y filosófica demuestran que se
puede obtener una definición no menos precisa de la realidad humana
refiriéndose a la cultura. Ésta caracteriza al hombre y lo distingue de los
demás seres, no menos claramente que la razón, la libertad y el lenguaje"
(Discurso en la Universidad de Coimbra, 15 de abril de 1982).
Descubrir
al hombre histórico en el
corazón de las culturas vivas le permite al evangelizador descubrir también el
drama de tantas existencias que sufren una especie de agonía espiritual,
condición cruelmente experimentada por un gran número de gentes, según
creemos. Si miramos las cosas más profundamente todavía, percibiremos quizá
que esta angustia espiritual prepara muchas veces para el descubrimiento de la
salvación en Jesucristo. Paul Tillich describía así esta experiencia de la
precariedad humana que puede predisponer para la fe: "Sólo los que han
experimentado el choque de la precariedad de la vida, la angustia en la que uno
toma conciencia de su finitud, la amenaza de la nada, pueden comprender lo que
significa la noción de Dios. Sólo los que han hecho la experiencia de las
ambigüedades trágicas de nuestra existencia histórica y han puesto totalmente
en discusión el sentido de la existencia pueden comprender lo que significa el
símbolo del reino de Dios" (Teología sistemática, Sígueme,
Salamanca 1973-1975). Saber leer los signos de la miseria moral, pero también
la inmensa necesidad de esperar que provoca la cultura secularizada, es lo que
abrirá un nuevo camino a la evangelización.
4.
PARA LA REDENCIÓN DE LAS CULTURAS. Finalmente, la evangelización pone a las
culturas ante el misterio de Cristo muerto y resucitado. Es inevitable una
ruptura radical; "escándalo para los judíos, locura para los
gentiles", decía san Pablo. Se requiere una constante l conversión. El
dinamismo evangelizador se realiza únicamente en el encuentro con Jesucristo.
Él es el único mediador por el que llega el reino de Dios. La evangelización
de las culturas, así como la de las personas, sólo alcanza su eficacia en la
fuerza del Espíritu, en la oración, en el testimonio de
fe, en la participación en el misterio de la cruz y de la redención. Sería
una tentación vana querer cambiar las culturas con una simple intervención
psico-social o socio-política. La evangelización, sobre todo en la noche
oscura de la fe -y en la noche espiritual de las culturas- supone una
conversión al misterio de la cruz. Sufrir esta purificación y esperar en los
caminos, misteriosos pero ciertos, del Espíritu es una disposición
indispensable para arrostrar el trabajo de la reevangelización. No es
confortable vivir bajo la angustia de un mundo nuevo que va tomando forma
oscuramente a nuestro alrededor.
En
definitiva, reevangelizar significa anunciar incesantemente la salvación
radical en Jesucristo, que purifica y eleva toda realidad humana, haciéndola
pasar de la muerte a la resurrección. En este sentido toda evangelización es
nueva, ya que proclama la necesidad permanente de conversión. Las culturas
tienen un ardiente deseo de esperanza y de liberación. Evangelizar es entonces
la forma eminente de elevar las culturas y las conciencias, que aspiran a la
liberación de todos los egoísmos que ponen trabas al reino de Dios.
Evangelizar exige el anuncio de la salvación definitiva en Jesucristo; y esto
vale tanto para las personas como para las culturas, como recuerda Juan Pablo
II: "Puesto que la salvación es una realidad total e integral, concierne
al hombre y a todos los hombres, alcanzando así a la realidad histórica y
social, a la cultura y a las estructuras comunitarias en que viven". La
salvación no se reduce solamente a los afanes terrenos o sólo a las
capacidades del hombre. "El hombre no es su propio salvador de forma
definitiva; la salvación trasciende lo que es humano y terreno, es un don de
arriba. No hay autorredención, ya que solamente Dios salva al hombre en
Cristo"(Discurso
en la Universidad Urbaniana,
8
de octubre de 1988).
La
nueva evangelización se dirige a todas las personas y a todas las culturas.
Juan Pablo II proclama su necesidad en todos los continentes. Esta
evangelización, ha dicho, será "nueva en su ardor, nueva en sus métodos,
nueva en su expresión" (Discurso al CELAM, 9 de marzo de 1983).
BIBL.:
AA.VV., La evangelización en el mundo de hoy, en "Concilium"
134 (1978); BELDA R., Promoción humana y evangelización, en Fe y
mueva sensibilidad histórica, Madrid 1971 CAÑIZARES A., La
evangelización, hoy, Madrid 1977; CARRIER H., Evangélisation et
developpment des cultures, Roma 1990; In, Évangile et cultures: de Léon
X111 á Jean-Paul II, París 1987; CELAM, Evangelización, desalo de la
Iglesia. Sínodo 1974: Documentos papales y sinodales. Presencia del CELAMy del
episcopado latinoamericano, Bogotá 1976; LAURENTIN R., L
évangélisation aprés le quatriéme Synode, París 1975.
H.
Carrier
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