Es el nombre que más comúnmente se da al solemne repudio al
Catolicismo, que de acuerdo a los términos de la "Carta de Derechos"
(1689) y de "el Acta de Sucesión" (1700), cada soberano que sucediera en
el trono de Gran Bretaña, se requería que hiciera, hasta muy
recientemente, en presencia de la las dos cámaras reunidas. Este
pronunciamiento ha sido llamado también con frecuencia "la Declaración
Protestante del rey "o" la Declaración contra la Transubstanciación " y
(aunque bastante incorrectamente) "el Juramento de Coronación". Respecto
a este último término es importante notar que el ulterior juramento de
coronación, que por dos siglos ha formado parte del servicio de
coronación y que aún permanece sin modificación, consiste solo de
ciertas promesas de gobernar justamente y de mantener "la Religión
Protestante Reformada establecida por la Ley ". No se ha hecho jamás
ninguna objeción seria por católicos a esta fórmula particular, pero la
Real Declaración, por otra parte, ha sido considerada por largos años
como una sustancial afrenta, constituyendo, como lo ha hecho, un insulto
a la fe profesada por millones de leales súbditos de la Corona
Británica. Los términos de la Declaración, que de 1689 a 1910 fueron
impuestos al soberano por estatuto, dicen como sigue: "Yo, A. B., por la
gracia de Dios Rey (o Reina) de Inglaterra, Escocia e Irlanda, Defensor
de la Fe, solemne y sinceramente en la presencia de Dios, profeso,
testifico y declaro, que creo que en el Sacramento de la Cena del Señor
no hay ninguna transustanciación de los elementos del pan y del vino en
el Cuerpo y Sangre de Cristo durante o después de su consagración por
cualquier persona; y que la invocación o adoración de la Virgen María o
cualquier otro Santo, y el sacrificio de la Misa, como son actualmente
usados en la Iglesia de Roma, son supersticiosos e idólatras. Y yo
solemnemente en la presencia de Dios profeso, testifico, y declaro que
hago esta declaración y todas sus partes en el simple y ordinario
sentido de las palabras que me han sido leídas, como son comúnmente
entendidas por Protestantes Ingleses, sin ninguna dispensa de ninguna
persona o autoridad o persona cualquiera, o sin pensar que estoy o puedo
ser dispensado ante Dios u hombre, o absuelto de esta declaración o
parte de ella, aún cuando el Papa, o cualquier otra persona o personas,
cualquier poder, pudiera eximirme o anularla o declarar que era nula e
inválida desde el principio ".
Los términos de este documento son importantes, pues aún la complicada y
extravagante redacción de este "largo galimatías" al final agregó mucho
al sentido de estudiado insulto que transmite toda la fórmula. No solo
se estigmatiza la Misa como idólatra, sino que implica una falsa
aseveración de la doctrina Católica en referencia a la "adoración" de la
Virgen María y de los santos "como se usa ahora en la Iglesia de Roma
", a la vez que supone la existencia de un poder dispensante que la
Iglesia Católica nunca ha postulado. Lo que aumentó aún más el justo
resentimiento de los Católicos sobre la retención continuada de la
Declaración fue la conciencia de que, en palabras de Lingard, debió su
origen "a los perjurios de un impostor y el engaño de una nación". Esta
formula no es una que halla sido dictada por un Parlamento en su sano
juicio. Con objeto de excluir a los Católicos del trono, la Carta de
Derechos, después que fue depuesto Santiago II en 1689, demandó del
monarca una profesión de fe o "Prueba". La prueba seleccionada fue una
que ya existía en el libro de estatutos, y que fue puesta ahí por
primera vez durante la confusión suscitada por el supuesto Complot Papal
de 1678. Fue en medio del pánico creado por las falsificaciones de Tito
Oates, que se escribió esta Prueba (no es improbable que por él
mismo), y fue impuesta a todos los servidores públicos, excluyendo así
eficazmente a los Católicos del Parlamento y de puestos de confianza.
Por una curiosa inversión de la historia, la declaración que fue escrita
en 1678 para ser tomada por todo oficial, excepto el rey, vino a ser
impuesta doscientos años más tarde ni más ni menos que al rey. Aunque se
han hecho declaraciones alegando que la sustancia de la Declaración
Real es más antigua que el tiempo de Tito Oates, el examen de esas
fórmulas anteriores aporta poco apoyo a tal conclusión (ver una
discusión completa en "The Tablet", 13 Ago., 1910). Una breve relación
de estas fórmulas y de los intentos que fueron hechos antes de 1891 y
años subsecuentes para abolir o modificar la Declaración Real, ha sido
dada ya en el artículo JURAMENTOS. Será suficiente aquí citar los
términos de la nueva Declaración que fue formalmente realizada por el
gobierno de Mr. Asquith en Agosto de 1910, a tiempo para relevar al rey
Jorge V de la necesidad de herir los sentimientos de sus súbditos
Católicos por la repetición de la antigua fórmula. En virtud del "Acta
de Declaración de Ascensión" de Mr. Asquith, la breve declaración que
reemplazó a la citada arriba, dice como sigue: "Yo, N., solemne y
sinceramente en la presencia de Dios, profeso, testifico y declaro que
soy un fiel Protestante, y que yo de acuerdo a la verdadera intención de
las provisiones para asegurar la Sucesión Protestante al Trono de mi
Reino, sostengo y mantengo tales provisiones hasta donde mi poder
alcance."
Ver secciones IV y V de la biografía en el artículo OATHS: THURSTON IN Dublin Review (Oct., 1909), 225-38; The Tablet (Londres, Julio y Agosto, 1910), passim.
HERBERT THURSTON Transcrito por St. Mary's Catechetical Ministries Dedicado a Marvin Carlson por haber completado los Sacramentos e Iniciación completa a la Iglesia Católica. Traducido por Javier L. Ochoa Medina
Ver secciones IV y V de la biografía en el artículo OATHS: THURSTON IN Dublin Review (Oct., 1909), 225-38; The Tablet (Londres, Julio y Agosto, 1910), passim.
HERBERT THURSTON Transcrito por St. Mary's Catechetical Ministries Dedicado a Marvin Carlson por haber completado los Sacramentos e Iniciación completa a la Iglesia Católica. Traducido por Javier L. Ochoa Medina
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