LIBRO XX
Abarca una duración de veintidós años32
CAPITULO I
El procurador Caspio Fado restablece el orden en Judea. Fado y Longino ordenan que las vestiduras del sumo sacerdote sean depositadas en la fortaleza Antonia.
1. Una vez muerto el rey Agripa, según hemos expuesto en el libro anterior, Claudio César envió a Casio Longino para que ocupara el lugar de Marso, haciendo esto en homenaje a la memoria del rey, quien le había pedido varias veces por cartas que Marso dejara de ser gobernador de Siria. Fado, que llegó como procurador a Judea, encontró que los judíos de Perea estaban en lucha contra los de Filadelfia con motivo de los límites de una población llamada Mía, llena de gente belicosa. Los habitantes de Perea, sin saberlo los principales de ellos, tomaron las armas y mataron a muchos de los de Filadelfia. Estos hechos indignaron
grandemente a Fado, por no haberle sometido a él el caso, si creían que los de Filadelfia los habían ofendido, en lugar de acudir temerariamente a las armas. Habiendo hecho detener a tres de sus hombres, que habían sido causa de la sedición, ordenó que los encadenaran. Dispuso que mataran a uno de ellos, de nombre Aníbal, y desterró a los otros dos, Amarán y Eleazar.
También Tolomeo, jefe de ladrones, que ocasionara muchos darlos a los idumeos y árabes, poco después fué apresado y condenado a muerte. Toda Judea quedó limpia de latrocinios, gracias al cuidado y diligencia de Fado. Luego hizo que se presentaran los sumos pontífices y los primeros de los jerosolimitanos y les ordenó, de acuerdo con las instrucciones del emperador, que depositaran los vestidos sagrados y la ropa pontifical que sólo puede usar el sumo pontífice, en la torre Antonia, para que estuvieran en poder de los romanos, tal como se hacía antes.
No atreviéndose a oponerse, pidieron a Fado y Longino, pues éste había ido a Jerusalén con muchas tropas, por miedo de que las órdenes de Fado incitaran al vulgo a sublevarse, en primer lugar que les permitieran enviar legados al César, para pedirle que les dejara guardar en su poder las vestiduras sagradas; y luego que aguardara hasta que llegara la respuesta de Claudio. Los romanos respondieron que contaban con su permiso para enviar legados, con tal que dejaran a sus hijos como rehenes. Así se hizo. A su llegada a Roma, Agripa el joven, hijo del rey difunto, que se encontraba en casa del emperador Claudio, se informó del motivo de su venida. Rogó al emperador que accediera al pedido de los judíos sobre las vestiduras sagradas y que enviara órdenes a Fado sobre el particular.
2. Claudio accedió al pedido de los legados y díjoles que debían agradecerlo a Agripa. Además les entregó la siguiente carta: "Claudio César Germánico, investido del poder tribunalicio por quinta vez, cónsul
designado por cuarta vez, saludado como imperator por la décima, padre de la patria, a los magistrados, al senado, al pueblo de Jerusalén y a toda la nación de los judíos, salud. Mi estimado Agripa, que yo he educado y que reservo a mi lado a causa de su piedad, me ha presentado a vuestros delegados que me agradecieron mi solicitud por vuestro pueblo. Puesto que me han solicitado insistentemente que dejara los vestidos sacerdotales y la corona en vuestro poder, yo accedí de acuerdo con las disposiciones tomadas por Vitelio, hombre eminente y que cuenta con mi aprecio. Si he accedido a vuestro pedido, por de pronto es por mi piedad y por el deseo que tengo de que cada uno observa sus propios ritos nacionales; además porque sé que, de este modo, obraré de manera grata al rey Herodes y a Aristóbulo el joven, de quien conozco su piedad hacia mí como también su celo por vuestras cosas, y con los cuales tengo muchos deberes de amistad, pues son gente eminente que estimo. Sobre el particular he escrito a Cuspio Fado, mi procurador. Nombres de los portadores de la carta: Cornelio, hijo de Cerón, Trifón, hijo de Teudión, Doroteo, hijo de Natanael, Juan, hijo de Juan. Escrita el cuarto día antes de las calendas de julio, bajo el consulado de Rufo y de Pompeyo Silano."
3. Herodes, hermano del rey Agripa, que en aquel momento gobernaba en Calcis, pidió también al emperador Claudio que los judíos pudieran disponer libremente del Templo, del tesoro sagrado y que quedara en su poder la elección de los pontífices. Lo obtuvo todo. Desde entonces este poder perteneció a todos sus descendientes, en quienes quedó hasta el fin de la guerra. Entonces Herodes destituyó del sumo pontificado al que tenía de sobrenombre Cantera y le dió como sucesor en esta dignidad a José hijo de Cam.
CAPITULO II
Elena, reina de Adiabena, y su hijo Izates se convierten al judaísmo. Viaje de Elena a Jerusalén.
1. Por este tiempo, la reina de Adiabena, Elena, y su hijo Izates adoptaron las costumbres judías por el siguiente motivo. Monobazes, rey de Adiabena, por sobrenombre Bazco, enamorado de su hermana Elena, se casó con ella y la dejó embarazada. Durmiendo un día con ella, por casualidad puso su mano sobre su vientre. En sueños, parecióle oír una voz que le ordenaba retirar la mano de encima de la esposa para no comprimir el feto que llevaba, al cual la providencia divina había reservado el poder y un fin feliz.
Conturbado por esta voz, despertóse y se lo dijo a su mujer. Dieron el nombre de Izates al hijo que les nació. Monobazes ya había tenido con Elena otro hijo, Monobazes, y tenía otros hijos de otras mujeres; pero claramente evidenciaba que todo su afecto se concentraba en Izates, como si solamente él existiera. Esta fué la causa de que todos sus hermanos de parte de padre tuvieran celos de Izates, por contar con la preferencia del rey. Monobazes se daba perfectamente cuenta de ello, pero lo atribuía no a su perversidad, sino al deseo que cada uno de ellos experimentaba de una benevolencia igual. En cuanto al adolescente, el rey, temeroso de que el odio de sus hermanos le ocasionara algún mal, después de hacerle grandes regalos lo envió a Abenerig, rey del Campo de Espasina, a quien lo confió para mayor seguridad. Abenerig recibió al joven muy afectuosamente, le entregó por esposa a su hija Simaco y lo gratificó con una región de la cual percibía grandes ingresos.
2. Monobazes era ya anciano y se daba cuenta que no le quedaba mucho tiempo de vida; de modo que quiso ver a su hijo antes de morir. Lo hizo venir y lo abrazó con gran cariño y le entregó la región denominada Carres; esta tierra produce en abundancia comestibles. También se encuentran allí los restos del arca en la cual Noé escapó del diluvio, restos que todavía se muestran a los que quieran verlos. Izates, por lo tanto, vivió en esta región hasta la muerte de su padre. El día en que Monobazes murió, la reina Elena hizo congregar a todos los grandes del estado, los sátrapas del reino y los comandantes de las tropas. Cuando estuvieron reunidos, les dijo:
—Creo que vosotros no ignoráis que mi esposo deseaba que Izates fuera su sucesor en el trono, pues lo juzgaba digno de ello. Sin embargo, espero vuestra opinión. Es feliz aquel que recibe el poder, no de uno solo, sino de muchos y con su pleno consentimiento. Estas fueron las palabras que dijo, para conocer los sentimientos de aquellos a quienes había convocado. Ellos, ante estas palabras, se postraron delante de la reina según su costumbre, y luego declararon que ratificarían la elección del rey y de buen grado obedecerían a Izates, preferido por su padre, según la justicia y de acuerdo con una decisión unánime.
Agregaron también que de buen grado estaban dispuestos a matar a sus hermanos y parientes, para que Izates ocupara el trono con toda seguridad. Efectivamente, mediante su muerte, se eliminaría todo peligro que pudiera surgir del odio y celos de los hermanos. En respuesta, Elena les agradeció sus buenas disposiciones hacia Izates y hacia ella misma; sin embargo, les rogó que postergaran su intención de matar a los hermanos de Izates hasta que éste hubiera llegado y dado su aprobación.
Como ella no había aceptado la propuesta de darles muerte le pidieron que, por lo menos, los hiciera mantener encadenados hasta el regreso de Izates, para mayor seguridad. Además le aconsejaron que provisoriamente estableciera como regente del reino a aquél en el cual ella tuviera mayor confianza.
Elena siguió este consejo e invistió con el poder a Monobazes, el hijo mayor del rey, imponiéndole la diadema y dándole el anillo con el sello de su padre y lo que en ese país llaman sampsera. Lo invitó a que administrara el reino hasta el regreso de su hermano. Este vino rápidamente, así que se informó de la muerte de su padre, y reemplazó a su hermano Monobazes, quien le cedió el poder.
3. En la época en que Izates vivía en el Campo de Espasina, un comerciante judío, llamado Ananías, que tenía acceso al gineceo real, enseñó a las mujeres a adorar a Dios según la costuumbre nacional de los judíos. Gracias a ellas se dió a conocer a Izates y también lo persuadió. Cuando éste fué llamado por su padre a Adiabena, Ananías lo acompañó, accediendo a sus insistentes solicitaciones. Aconteció que Elena, instruida de la misma manera por otro judío, también se había convertido a sus leyes. Cuando Izates se hizo cargo del reino y supo que sus hermanos y parientes estaban encadenados, disgustóse de lo acontecido. Considerando que era impío matarlos o retenerlos encadenados, pero por otra parte juzgando que era peligroso dejarlos libres en su cercanía, pues se acordarían de las ofensas recibidas, a algunos con sus hijos los envió a Roma al emperador Claudio como rehenes y a otros, con un pretexto análogo, los remitió a Artabano, el parto.
4. Cuando supo que su madre se sentía muy satisfecha con las costumbres judías, se apresuró a amoldarse a ellas; creyendo que no sería definitivamente judío mientras no se circuncidara, se dispuso a hacerlo. Pero su madre intentó impedírselo, diciéndole que se pondría en peligro. Efectivamente, era rey y se enajenaría el aprecio de sus súbditos si supieran que deseaba adoptar costumbres extranjeras opuestas a las suyas, pues no tolerarían un rey que fuera judío. Dijo estas cosas, oponiéndose decididamente a sus designios; Izates se
lo contó a Ananías. Este estuvo de acuerdo con la madre; y lo amenazó con separarse de él, si se negaba a obedecerla.
Decía temer, en caso de que llegara a conocerse, que lo castigaran como responsable de todo y por haber incitado al rey a realizar actos indignos. Por otra parte, el rey podía adorar a Dios, aun sin estar circuncidado, si estaba dispuesto a observar completamente las leyes ancestrales de los judíos, lo cual tenía más importancia que la circuncisión. Le dijo también que Dios le perdonaría el haber renunciado a este rito, constreñido a ello por la necesidad y el miedo a sus súbditos. Estas palabras persuadieron al rey. Pero en seguida, puesto que no había renunciado por completo a su designio, otro judío, que había venido de Galilea, de nombre Eleazar, que pasaba por muy entendido en la ley de sus padres, lo exhortó a que cumpliera el acto. Efectivamente, habiendo ido a saludarlo y sorprendiéndolo en el trance de leer la ley de
Moisés, le dijo: —Tú ignoras que estás cometiendo la mayor ofensa contra las leyes y por consiguiente
contra Dios. No basta con leerlas, es necesario ante todo cumplir lo que ellas ordenan. ¿Hasta cuándo seguirás incircunciso? Si hasta ahora no has leído lo que dice la ley sobre la circuncisión, léelo de inmediato para saber lo grande que es tu impiedad.
Cuando hubo oído estas palabras, el rey no demoró por más tiempo su cumplimiento. Se retiró a otra cámara, mandó a buscar un médico, y le hizo ejecutar lo que le habían prescrito. Luego envió a buscar a su madre y al que fuera su maestro Ananías, y les indicó que había cumplido con el rito. Quedaron estupefactos y con gran miedo, diciéndose que si el asunto llegara a ser conocido, el rey correría peligro de verse privado del poder, pues los súbditos no soportarían que los gobernara un seguidor celoso de costumbres extranjeras; y que, incluso ellos mismos, se verían en peligro, por considerárselos responsables de lo acontecido.
Pero Dios hizo que sus temores no llegaran a realizarse. A pesar de que Izates, como sus hijos, se vieron expuestos a mil peligros, Dios los puso a salvo, haciéndolos pasar de una situación-desesperada a una de seguridad, demostrando así que aquellos que elevan sus ojos a Dios y únicamente se fían de él no resultan frustrados del fruto de la piedad. Pero hablaremos de esto más adelante.
5. Elena, la madre del rey, veía que la paz reinaba en el reino y que su hijo era feliz y envidiado de todos, incluso entre los pueblos extranjeros, gracias a la providencia divina. Deseó visitar la ciudad de Jerusalén para postrarse en el Templo de Dios, célebre en todo el mundo, y ofrecer sacrificios de acción de gracias. Para ello pidió permiso a su hijo. Izates accedió al pedido de su madre; hizo grandes preparativos para el viaje y le entregó una fuerte cantidad de dinero.
Descendió, pues, a la ciudad de Jerusalén, acompañándolo su hijo durante un largo trecho. Su llegada resultó sumamente provechosa para Jerusalén, pues en aquel momento la ciudad sufría por el hambre y muchos morían a causa de la indigencia. La reina Elena envió a algunos de sus esclavos, unos a Alejandría para que compraran trigo, otros a Chipre para que trajeran un cargamento de higos. Regresaron lo antes posible, y ella distribuyó estos alimentos a los nativos, dejando por este motivo un recuerdo imperecedero en nuestro pueblo. Su hijo Izates, cuando supo que en Jerusalén pasaban hambre, envió una gran cantidad
de dinero a los principales de la ciudad. Pero contaremos más adelante todo lo que estos reyes han hecho en beneficio de nuestro pueblo.
CAPITULO III
Izates restablece en su trono a Artabano, rey de los partos. Guerra de Bardanes contra Izates.
1. Artabano, rey de los partos, advirtió que los sátrapas conspiraban contra él. En vista de la falta de seguridad, decidióse a ir a ver a Izates con el objeto de que éste le proporcionara los medios para la propia seguridad y para regresar, si ello era posible, al reino. Se dirigió, pues, al país de Izates, rodeado de cerca de mil parientes y servidores. Lo encontró en el camino; él lo reconoció, sin que Izates a su vez lo reconociera. Acercándose, se postró a sus pies, de acuerdo con la costumbre de su tierra, diciendo:
—Oh rey, no menosprecies al que te suplica y no desdeñes mi ruego. Me siento humillado por el cambio del destino. De rey que era me he convertido en un simple particular. Necesito tu ayuda. Considera la inestabilidad de la fortuna; piensa que la desgracia es algo común a nosotros dos; piensa en ti para lo futuro. Si tú no te dignas ayudarme, habrá muchos otros súbditos que se enardecerán contra los otros reyes.
Dijo todo esto, mientras lloraba e inclinaba la cabeza. Izates, al oír su nombre y viendo que el que estaba ante él, suplicando y lamentándose, era Artabano, bajó rápidamente del caballo y le respondió:
—Anímate, oh rey, y que la presente tribulación no te trastorne como si fuera irreparable; tu angustia rápidamente se cambiará en gozo. Encontrarás en mí un amigo y aliado mejor de lo que esperabas. Efectivamente, yo te restableceré en el trono de los partos, o perderé el mío.
2. Dichas estas palabras, hizo montar a Artabano a caballo y él lo acompañó a pie, como homenaje a un rey más grande. Pero Artabano, al verlo, no lo aceptó y juró por el destino y la gloria que tenía en aquellos momentos que descendería del caballo, si el otro no montaba y le precedía. Izates accedió a sus deseos. Saltó a caballo y lo condujo al palacio real. En las asambleas le tributó los honores debidos y en los banquetes le otorgó el lugar más elevado, sin tener en cuenta su suerte actual, sino a causa de su dignidad pasada y en consideración a que las vicisitudes de la fortuna son comunes a todos los hombres.
Escribió también a los partos para aconsejarles que recibieran a Artabano, ofreciéndoles su fe, sus juramentos y su mediación, para asegurarles que olvidaría sus actos. Los partos contestaron que no se negarían a recibir a Artabano, pero no les era posible hacerlo, pues el poder había sido confiado a otro, denominado Cinamo, y temían que estallara una guerra. Cinamo, conociendo su voluntad, escribió él mismo a Artabano, pues éste lo educó y estaba dotado de un carácter noble y leal. Lo invitó a que se fiara de él y fuera a retomar el reino. Cinamo salió a su encuentro, se prosternó saludándolo con el título de rey y, quitándose la diadema, la puso sobre la cabeza de Artabano.
3. Es así como, gracias a Izates, Artabano fué restablecido en el trono del cual había sido expulsado por los grandes hacía poco. No fué ingrato a los beneficios recibidos y recompensó a Izates con los mayores honores. Le permitió que llevara la tiara derecha y que durmiera en una cama de oro, a pesar de que este honor y aquella insignia estaban reservados al rey de los partos. Le regaló también una gran región fértil que separó de las posesiones del rey de Armenia. Este país se llama Nisibis. Los macedonios habían fundado allí anteriormente la ciudad de Antioquia a la cual dieron el nombre de Epimigdonia. Estos fueron los honores
con los que el rey de los partos gratificó a Izates.
4. Poco después murió Artabano y dejó el trono a su hijo Bardanes. Este visitó a Izates y trató de convencerlo de que se aliara con él, para hacer la guerra a los romanos. Pero no lo logró, pues Izates conocía el poder y las riquezas de los romanos y creía que tal empresa era imposible. Además había enviado a cinco de sus hijos, todavía jóvenes, para que aprendieran diligentemente nuestra lengua nacional y recibieran nuestra educación; también envió, como dije antes, a su madre para que se prosternara en el Templo. Estaba perplejo y quería apartar a Bardanes de aquella guerra, describiéndole sin cesar la fuerza y los recursos de los romanos. Pensaba de esta manera asustarlo y obligarlo a desistir de sus proyectos.
El parto, irritado, declaró de inmediato la guerra a Izates; pero en nada le aprovechó esta empresa, pues Dios deshizo todas sus esperanzas. Cuando los partos comprendieron los planes de Bardanes y su decisión de combatir a los romanos, se libraron de él y entregaron el poder a su hermano Gotarzes. Este murió poco después, víctima de un complot, y tuvo por heredero a su hermano Vologeses, quien confió a sus hermanos de parte del padre grandes gobiernos: Pacoro, el de más edad, tuvo la Media, y Tirídates, el menor, la Armenia.
CAPITULO IV
Conversión de Monobazes. Victoria de Izates sobre Abias, rey de los árabes, y Vologeses, rey de los partos. Muerte de Izates, a quien sucede Monobazes.
1. El hermano de Izates, Monobazes, y sus parientes, en vista de que la piedad del rey hacia Dios lo había convertido en objeto de envidia entre los hombres, desearon también abandonar su religión nacional y abrazar la de los judíos. Pero no lo ignoraron sus súbditos; los grandes, irritados por esta conversión, disimularon su cólera, no buscando sino una ocasión propicia para vengarse. Escribieron a Abias, rey de los árabes, prometiéndole una gran suma de dinero si hacía la guerra a su rey. Se comprometían a traicionarlo al primer encuentro, pues querían castigarlo porque había repudiado las costumbres nacionales. Luego
que mutuamente se juraron fidelidad, lo exhortaron a que procediera rápidamente. El árabe estuvo de acuerdo y marchó contra Izates, al frente de un gran ejército.
Cuando se iba a entablar la primera batalla, antes de que llegaran a las manos, los grandes, de acuerdo con lo convenido, abandonaron a Izates, simulando un terror pánico y escaparon dando las espaldas al enemigo. Izates, lejos de abatirse, comprendió que los grandes lo habían traicionado y se retiró a su campamento. Indagó la causa de la huída y cuando supo que se trataba de un acuerdo con el árabe, se desembarazó de los culpables. Al día siguiente atacó a los enemigos, mató a un gran número de ellos y obligó al resto a huir.
Persiguió a su rey y lo obligó a refugiarse en una fortaleza denominada Arsamo. La sitió enérgicamente hasta que la tomó. Se apoderó de todo el botín, que era considerable, y regresó a Adiabena sin haberse podido apoderar de Abias vivo, pues éste, rodeado por todos lados, se había suicidado.
2. Los grandes de Adiabena habían fracasado en esta primera conspiración. Dios había protegido al rey. Sin embargo, en vez de quedarse tranquilos, escribieron de nuevos a Vologeses, rey de los partos, invitándolo a que matara a Izates y que les diera otro príncipe, de origen parto. Decían que odiaban a su rey por haber violado su religión ancestral, adoptando ritos extranjeros.
Con estas nuevas, el rey parto se sintió movido a la guerra; pero en vista de que no había pretexto ninguno para ello, pidió a Izates que le devolviera los signos de honor que le diera su padre, y en caso de que rehusara, lo amenazaba con la guerra. Izates se sintió muy intranquilo; opinaba que al renunciar a los honores se condenaba a sí mismo, pues dejaría la impresión de obrar por miedo. Además sabía que el parto, aun
después de esta devolución, no se aquietaría. Consideró que lo más conveniente sería confiar a la protección de Dios su vida en peligro. Pensando que Dios era el más poderoso de los aliados, instaló a sus mujeres e hijos en los fuertes más seguros, envió todo el trigo a los castillos e incendió los forrajes. Una vez tomadas estas precauciones, esperó al enemigo.
El rey de los partos, acompañado de una gran cantidad de soldados de infantería y caballería, llegó mucho antes de lo que se le esperaba, pues había estado marchando sin descanso. Estableció su campamento cerca del río que separa la Adiabana de la Media; Izates puso el suyo a poca distancia, con seis mil hombres de a caballo. Izates recibió un mensaje enviado por el parto en el cual le recordaba las numerosas fuerzas que traía consigo, desde el río Eufrates hasta las fronteras de la Bactriana, y le enumeraba todos los reyes que eran sus súbditos. El parto, además, amenazaba castigarlo por su ingratitud y declaraba que ni el Dios a quien adoraba lo libraría de sus manos.
Después de escuchar al mensajero, Izates respondió que conocía las fuerzas de los partos, sin duda muy superiores a las suyas, pero que sabía mejor aún que Dios es más poderoso que todos los hombres. Dada esta respuesta, se puso a rogar a Dios postrándose en el suelo y esparciéndose ceniza en la cabeza. Ayunó con su esposa e hijos e invocando a Dios, dijo:
—Si no es en vano, Señor y dueño soberano, que yo he contado con tu bondad y si he acertado al considerarte único y supremo señor de todas las cosas, ven en mi ayuda y defiéndeme contra mis enemigos, no solamente en mi interés, sino porque ellos se han atrevido a atacar tu poder.
Oró en esta forma con llantos y gemidos, y Dios lo escuchó. La noche siguiente, Vologeses recibió una carta en la cual le anunciaban que un gran ejército de dacios y sacos se habían aprovechado de su ausencia para devastar el país de los partos. Entonces, sin haber hecho nada, levantó el campamento y volvió atrás. Es así como, gracias a la providencia divina, Izates escapó a las amenazas de los partos.
3. Poco después Izates murió, cumplidos los cincuenta y cinco años y después de veinticuatro de reinado, dejando veinticuatro hijos y veinticuatro hijas. La sucesión al trono, según lo había ordenado, pasó a su hermano Monobazes, en recompensa a hi fidelidad con que le había conservado el poder, estando ausente, luego de la muerte de su padre. Su madre Elena se afligió intensamente por la muerte de su hijo, como es natural para una madre privada del más afectuoso de sus hijos; pero se consoló al saber que la sucesión se había otorgado a su hijo mayor, apresurándose a ir a su lado. De regreso a Adiabena, sobrevivió poco tiempo a su hijo Izates. Monobazes envió sus huesos y los de su madre a Jerusalén, y los hizo sepultar en las tres pirámides que su madre había hecho elevar a tres estadios de la ciudad. Pero más adelante hablaremos de lo que hizo Monobazes durante su vida.
CAPITULO V
Tiberio Alejandro, procurador de Judea, castiga a los hijos de Judas el galileo. El procurador Cumano reprime una sedición con una gran matanza de judíos junto al Templo
1. Siendo Fado procurador de Judea, un cierto mago de nombre Teudas persuadió a un gran número de personas que, llevando consigo sus bienes, lo siguieran hasta el río Jordán. Afirmaba que era profeta, y que a su mando se abrirían las aguas del río y el tránsito les resultaría fácil. Con estas palabras engañó a muchos. Pero Fado no permitió que se llevara a cabo esta insensatez; envió una tropa de a caballo que los atacó de improviso, mató a muchos y a otros muchos hizo prisioneros. Teudas fué también capturado y, habiéndole cortado la cabeza, la llevaron a Jerusalén. Estas cosas acontecieron siendo Cuspio Fado procurador.
2. Sucedió a Fado Tiberio Alejandro, hijo de Alejandro, que fuera alabarca de Alejandría, el primero de sus contemporáneos por su nobleza y riqueza y que sobresalió también por su piedad hacia Dios a su hijo Alejandro, pues éste no permaneció fiel a las costumbres y las leyes patrias. En su tiempo fué cuando sobrevino en Judea la época de gran hambre, en cuya oportunidad la reina Elena compró con su dinero mucho trigo en Egipto, según dijimos antes. En este tiempo fueron muertos los hijos de Judas el galileo, el que había incitado al pueblo a la rebelión, cuando Quirino realizaba el censo de Judea, como hemos dicho antes. Eran Jacobo y Simón, a quienes Alejandro ordenó que crucificaran. Herodes, rey de Calcis, privó del pontificado a José hijo de Cam, y lo traspasó a Ananías hijo de Zebedeo. Cumano sucedió a Tiberio Alejandro. Herodes, hermano del rey Agripa el Grande, falleció en el año octavo del reinado de Claudio, dejando tres hijos: Aristóbulo, hijo de su primera esposa Mariamne y Bereniciano e Hircano hijos de Berenice, la hija del hermano. Claudio César entregó su reino al joven Agripa.
3. Una revuelta que se produjo en la ciudad de Jerusalén, siendo administrador de Judea Cumano, costó la vida a un gran número de judíos. Pero expondré en primer lugar su causa. En la fiesta de Pascua, cuando es costumbre entre nosotros comer panes no fermentados, congregándose una gran multitud para su ablución, temeroso Cumano de alguna sedición, ordenó que una cohorte se apostara con sus armas en los pórticos del Templo, a fin de reprimir cualquier tumulto que se produjera. Así acostumbraban a hacerlo antes que él los
procuradores de Judea.
En el cuarto día de la festividad un soldado descubrió su sexo y lo mostró a la gente. Los que lo vieron se irritaron, y dijeron que no eran ellos los insultados, sino Dios. Algunos de los más decididos dijeron que Cumano era el responsable, y por eso lo injuriaron. Cumano, al oír sus expresiones, se irritó, y pidió a los descontentos que no ocasionaran tumultos durante las fiestas. No logró persuadirlos, arreciando las injurias.
Cumano ordenó a todas las tropas que, tomando las armas, se concentraran en la fortaleza Antonia la cual, como dijimos, domina al Templo. La multitud, a la vista de los soldados, aterrorizada, se apresuró a huir; como las salidas eran estrechas y creían que los enemigos los perseguían, muchos de ellos perecieron en estos lugares angostos. Hubo veinticinco mil muertos en aquel tumulto; de manera que la festividad se convirtió en fecha de luto, de tal manera que todos, olvidados de los sacrificios y de las oraciones, se pusieron a lamentarse y gemir. El impudor de un soldado fué causa de una gran calamidad.
4. Todavía no habían dejado de lamentarse por este suceso, cuando se produjo otra desgracia. Algunos de los que siempre buscan revueltas atacaron a Esteban, esclavo del emperador, en la vía pública, a cien estadios de la ciudad, como si fueran ladrones, y lo despojaron de todo lo que llevaba. Cuando Cumano lo supo, envió inmediatamente soldados para que saquearan los poblados vecinos y apresaran a los más nobles de ellos, para que dieran cuenta del crimen. Mientras se procedía a la devastación de los poblados, un soldado encontró las leyes de Moisés, guardadas en uno de estos pueblos y, exponiéndolas a la vista de
todos, las rompió, agregando a esto burlas y ofensas.
Cuando se enteraron los judíos, bajaron en gran número a Cesárea, donde se encontraba Cumano, para suplicarle que vengara, no a ellos, sino a su Dios, cuyas leyes habían sido ultrajadas; pues a ellos no les era posible vivir si las leyes de sus padres eran tratadas tan indignamente. Entonces Cumano, temeroso de que la multitud se agitara de nuevo, siguió el consejo de sus amigos e hizo decapitar al soldado que había ultrajado a las leyes. Así apaciguó la sedición que estaba a punto de estallar de nuevo.
CAPITULO VI
Discordia entre galileos y samaritanos. Cuadrato, gobernador de Siria, envía a los principales a Roma. Claudio resuelve la cuestión: absuelve a los judíos y castiga a los responsables de la
revuelta.
1. Surgieron disensiones entre los samaritanos y los judíos por el siguiente motivo. Los galileos acostumbraban en los días de fiesta, cuando iban a Jerusalén, a pasar por Samaria. Estando en camino, algunos hombres de un poblado llamado Ginea, situado en los límites de Samaria y de la gran llanura, los atacaron y mataron a muchos de ellos.
Los principales de los galileos, cuando se informaron del crimen, presentáronse ante Cumano y le pidieron que vengara a los muertos. Pero él, que había sido corrompido por los samaritanos con dinero, no los escuchó. Entonces los galileos, indignados, llamaron a los judíos a las armas para defender su libertad. Decían que la servidumbre era ya de por sí muy acerba, pero si se le agregaba la injuria resultaba intolerable.
Los magistrados se esforzaron en apaciguar y aquietar a la multitud, prometiendo que hablarían con Cumano para persuadirlo que castigara a los autores de las muertes. No los escucharon; tomaron las armas y llamando en su auxilio a Eleazar hijo de Dineo, un ladrón que por espacio de muchos años había vivido en los montes, robaron e incendiaron varios poblados de los samaritanos.
Cumano, cuando se enteró, tomó consigo al escuadrón de Sebaste y cuatro cohortes de a pie y armó también a los samaritanos, y marchó contra los judíos. Habiéndolos alcanzado, mató a muchos de ellos y a muchos otros los hizo prisioneros. Los principales de Jerusalén por su nobleza y por los honores, en vista de la magnitud de los males en los que habían caído, vistieron cilicios y se cubrieron la cabeza con ceniza.
Pidieron y exhortaban a los revoltosos, puesto que tenían ante sus ojos la patria que iba a ser abolida, el Templo destruido y, en fin, las mujeres y los hijos reducidos a esclavitud, que cambiaran de propósito, que depusieran las armas, se tranquilizaran y regresaran a sus casas. Estas palabras persuadieron a los amotinados, los cuales se dispersaron; y los ladrones regresaron a sus lugares inexpugnables; pero, después de esto, toda Judea estuvo infectada de ladrones.
2. Los primeros de los samaritanos se presentaron ante Ummidio Cuadrato, gobernador de Siria, que entonces vivía en Tiro, para acusar a los judíos de haber saqueado e incendiado sus poblados. Afirmaron que no les dolía tanto la injuria que habían recibido de ellos cuanto el menosprecio en que tenían a los romanos, a quienes debían haber acudido como jueces, si se sentían ofendidos, en vez de llevar a cabo incursiones, como si no estuvieran gobernados por los romanos. Por esto se presentaban ante él, pidiéndole que los vengara. Esta era la índole de las acusaciones de los samaritanos.
Los judíos sostuvieron que los culpables de la revuelta y de la lucha habían sido los samaritanos y, sobre todo, que Cumano había sido corrompido con sus regalos y que, por este motivo, ocultó y disimuló la matanza de judíos. Cuando Cuadrato hubo oído estas cosas, difirió la sentencia, diciendo que la daría cuando fuera a Judea y se informara más detalladamente de la verdad.
Se retiraron sin que nada se hubiera decidido. Poco después Cuadrato pasó a Samaria en donde, luego de oír a todos, estaba por decidir que los samaritanos habían sido los culpables de las sediciones. Pero al informarse de que algunos judíos habían fraguado una revolución, hizo crucificar a los capturados por Cumano. De allí pasó al poblado llamado Lida, que por su magnitud no cedía en grandeza a una ciudad; se instaló en un tribunal y, por segunda vez, escuchó a los samaritanos. Uno de ellos le dijo que uno de los principales de los judíos, de nombre Dorto, y algunos más, en número de cuatro, ansiosos de novedades, se esforzaban en alejar al pueblo de los romanos. Mandó que los mataran. Envió al pontífice Ananías y al pretor Anán a Roma, encadenados, para que dieran cuenta de sus actos al emperador Claudio. Luego dispuso que los principales de los samaritanos y de los judíos, el procurador Cumano y Céler, un tribuno, marcharan a Italia, para someter al juicio del César sus controversias.
Temeroso de que los judíos fraguaran nuevas sediciones, se dirigió a la ciudad de Jerusalén; la encontró apaciguada y en trance de celebrar una fiesta antigua en honor de Dios. Convencióse que no había peligro ninguno de sedición; por esto, dejando la fiesta, regresó a Antioquía.
3. Cumano y los principales de los judíos, que fueron enviados a Roma, obtuvieron del César una audiencia para tratar sobre los litigios que los dividían. Los libertos y amigos del César apoyaban calurosamente a Cumano y los samaritanos. Los judíos habrían sido derrotados si Agripa el joven, que entonces se encontraba en Roma y veía el temor de los judíos, no implorara vivamente a la emperatriz Agripina que persuadiera a su marido que juzgara de acuerdo con la justicia, luego de oír a ambas partes, a los que eran responsables de la revuelta.
Claudio, impresionado por el pedido, escuchó a ambas partes, y comprobó que los samaritanos eran los culpables de todos los males; ordenó que se ejecutara a los que se habían presentado ante él y desterró a Cumano; y, por último, ordenó que el tribuno Céler fuera llevado a Jerusalén y muerto, luego de ser paseado por la ciudad a la vista de todos.
CAPITULO VII
Félix es nombrado procurador de Judea. Su matrimonio con Drusila.
1. Claudio envió a Félix33, hermano de Palas, para que tomara a su cargo los asuntos de Judea. En el año duodécimo de su imperio, dió a Agripa la tetrarquía de Filipo y la Batanea, agregándola Traconítida y Abila, esto es, la tetrarquía de Lisanias; pero le quitó la Calcídica, donde había gobernado durante cuatro años. Recibido este presente del emperador, Agripa entregó en matrimonio a Aziz, rey de Emeso, que había accedido a circuncidarse, su hermana Drusila. Epífanes, hijo del rey Antíoco, había rehusado casarse con ella, pues se negó a aceptar la religión de los judíos y abandonar la suya, aunque así lo había prometido al padre de la muchacha. Luego casó a Mariamne con Arquelao hijo de Helcias, a quien la había prometido Agripa padre. Les nació una hija de nombre Berenice.
2. Poco después se disolvió el matrimonio de Drusila y Aziz por el siguiente motivo. Siendo Félix procurador de Judea, al ver a Drusila, que sobresalía en hermosura entre las demás mujeres, se inflamó de deseo por ella. Le envió un judío chipriota, de nombre Simón, que pretendía ser mago, para persuadirla que dejara a su marido y se casara con él, prometiéndole hacerla feliz si accedía a este deseo. Ella, no obrando bien, y con miras a escapar a la envidia de su hermana Berenice, pues la fastidiaba frecuentemente a causa de su
hermosura, se dejó persuadir en contra de las leyes patrias, para casarse con Félix. Le dió un hijo, al cual puso el nombre de Agripa. Más adelante expondré en qué forma este joven pereció con su madre en ocasión de la erupción del Vesubio en tiempo de Tito César.
3. Berenice, después de la muerte de Herodes, que fuera su marido y a la vez su tío, luego de una larga viudez, durante la cual corría el rumor de que mantenía relaciones con su hermano, persuadió a Polemón, que era rey de Cilicia, que se circuncidara y se casara con ella. Creía que en esta forma terminaría con las mentiras y calumnias. Polemón accedió, especialmente a causa de sus riquezas. Sin embargo, este matrimonio no duró mucho tiempo; Berenice, mujer intemperante, abandonó a Polemón. El, una vez disuelto el matrimonio, dejó de ser fiel a las costumbres y leyes de los judíos. Por el mismo tiempo Mariamne repudió a Arquelao y se casó con Demetrio, el primero de los judíos alejandrinos por su nacimiento y
sus riquezas; además era alabarca. Tuvo un hijo con él, al cual llamó Agripino. Más adelante habrá lugar para hablar de todo esto más detalladamente.
CAPITULO VIII
Muerte de Claudio. Advenimiento de Nerón. Félix destruye los nidos de ladrones. El caso del impostor egipcio. Sublevación de Cesárea. Festo reemplaza a Félix
1. Claudio César murió luego de gobernar trece años, ocho meses y veinte días. Algunos dijeron que había sido envenenado por su mujer Agripina. El padre de esta mujer fué Germánico, hermano del César; y tuvo por marido a Domicio Enobarbo, romano ilustre. Muerto él, después de permanecer viuda por largo tiempo, Claudio se casó con ella, llevando Agripina consigo a un hijo que se llamaba Domicio como su padre. Anteriormente Claudio había hecho matar, por celos, a su esposa Mesalina, con la cual había tenido dos hijos, Británico y Octavia. Tenía además otra hija mayor, que se llamaba Antonia, nacida de suesposa anterior, Petina. Casó a Octavia con Nerón, nombre que dió a Domicio después de adoptarlo.
2. Agripina temía que Británico, cuando fuera adulto, ocupara el trono de su padre. Con el deseo de que pasara a su hijo, según se dice, hizo todo lo posible para matar a Claudio. Después procuró que Burro, prefecto del ejército, así como también los tribunos y libertos de mayor autoridad, se llevaran a Nerón al campamento y lo proclamaran emperador. Nerón, luego de obtener el poder, envenenó a Británico ante numerosas personas; también asesinó abiertamente a su madre, agradeciéndole en esta forma, no solamente el que lo hubiera engendrado, sino también el que con sus maquinaciones obtuviera el imperio para él. Igualmente hizo morir a Octavia, su esposa, y a muchos ilustres varones, acusándolos de intrigar.
3. Pero no quiero detenerme por más tiempo en el particular. Son muchos los que han escrito la historia de Nerón: los unos han disfrazado la verdad, para agradarle, pues fueron bien tratados por él; otros, en cambio, por el odio y enemistad con qua lo contemplaban, lo han tratado tan desmedidamente que merecen igual reproche que los primeros. No hay motivo para que me admire que hayan mentido con relación a Nerón, pues tampoco al escribir sobre sus predecesores han respetado la verdad histórica; y, con todo, no los odiaban, pues vivieron mucho tiempo después. Pero que escriban de acuerdo a sus caprichos aquellos que no guardan el menor respeto por la verdad, si es que así les gusta. En cuanto a nosotros, nos hemos
propuesto atenernos únicamente a la verdad, aunque tocando sólo de paso lo que no se refiere a nuestros asuntos, los de los judíos, que debemos exponer de una manera menos superficial, sin vacilación ninguna, para explicar claramente nuestras desgracias y nuestros defectos. Dicho esto, expondré lo referente a nosotros.
4. En el año primero del reinado de Nerón, muerto Aziz, príncipe de los emesos, lo sucedió en el poder su hermano Soem. Aristóbulo recibió de Nerón el gobierno de la Armenia Menor; este Aristóbulo era hijo de Herodes, rey de Calcis. Nerón dió además a Agripa parte de la Galilea, Tiberíades y Tariquea, ordenando que le estuvieran sometidas; también le entregó Julias, población de Perea y catorce poblados de su vecindad.
5. Los asuntos de los judíos día a día empeoraban. El país estaba lleno de ladrones y de impostores que seducían a la multitud. Todos los días Félix capturaba a algunos de los últimos, junto con ladrones, y los hacía perecer. Capturó vivo a Eleazar hijo de Dineo, que había reunido una caterva de ladrones; le dió su palabra de que nada le iba a acontecer, y así lo indujo a que se le acercara; luego lo envió a Roma encadenado.
Félix odiaba al pontífice Jonatás, porque le exhortaba frecuentemente a que administrara mejor los asuntos de los judíos, pues no quería que le reprocharan el que hubiese pedido al emperador que les enviara a Félix como procurador. Por ese motivo, Félix buscaba un pretexto para librarse de él, por resultarle molesto. Molesta ser amonestado frecuentemente a aquellos que se han propuesto obrar injustamente.
Por este motivo, Félix corrompió con la entrega de gran cantidad de dinero, a un tal Doras, amigo íntimo de Jonatás, de origen jerosolimitano, para que le enviara ladrones que lo mataran. Doras, dispuesto a obedecerle, arbitró de esta manera la muerte del pontífice. Algunos de los ladrones ascendieron a la ciudad, como si quisieran adorar a Dios, teniendo ocultas las dagas bajo los vestidos; mezclados con los criados de Jonatás lo mataron. Esta muerte quedó sin venganza. Posteriormente los ladrones, sin amedrentarse,
ascendieron al Templo durante las festividades, ocultando las armas como antes; mezclados con la turba, mataron a unos porque eran sus enemigos y a otros porque se les pagaba para hacer ese servicio; y lo llevaban a cabo, no sólo en la ciudad, sino en el mismo Templo.
Efectivamente, se atrevían a matar en el Templo, como si obrar de esta manera no fuera un acto impío.
Por eso creo que Dios, ofendido por su impiedad, se apartó de nuestra ciudad; juzgó que el Templo ya no era su morada pura, e hizo que los romanos purificaran con el fuego a la ciudad, nos redujeran a la esclavitud a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, a fin de que, advertidos por tales calamidades, volviéramos a la rectitud.
6. Con esos hechos perpetrados por los ladrones, la ciudad estaba repleta de crímenes horrendos. Los impostores y los hombres falaces persuadían a la multitud que los siguieran al desierto. Decían que allí les mostrarían signos y señales que sólo pueden producirse por obra y providencia de Dios. Muchos que los creyeron, sufrieron los castigos que merecían por su locura, pues Félix los hizo ejecutar cuando le fueron entregados. En ese tiempo llegó a Jerusalén un egipcio que simulaba ser profeta, y quiso persuadir a
la multitud que ascendiera con él al monte de los Olivos, que se encuentra a la distancia de cinco estadios de la ciudad. Les dijo que desde allí verían caer por su orden los muros de Jerusalén, y les prometió abrirles un caminó para volver a la ciudad.
Cuando Félix oyó tales cosas; ordenó a sus soldados que tomaran las armas. Salió de Jerusalén con muchos soldados de caballería y de infantería, y atacó al egipcio y a los que estaban con él. Mató a cuatrocientos de ellos, e hizo prisioneros a doscientos. En cuanto al egipcio, eludió el encuentro y se escapó. De nuevo los ladrones incitaron al pueblo a hacer la guerra a los romanos, diciendo que no había que obedecerles. Incendiaban y robaban las casas de los que no estaban de acuerdo con ellos.
7. También se produjo una disensión entre los judíos que vivían en Cesárea y los sirios de la misma ciudad, acerca de la igualdad de los derechos de ciudadanía. Los judíos querían ser los primeros en todo, pues su rey Herodes, fundador de Cesárea, había sido judío de nacimiento. Los sirios lo reconocían, pero agregaban que la ciudad anteriormente se había llamado Torre de Estratón y que en ese entonces no había allí ningún judío. Informados de esto los magistrados de la ciudad, capturaron a los autores de la sedición de ambos lados y los golpearon, con lo cual el tumulto quedó apaciguado por algún tiempo.
Pero de nuevo los judíos moradores de la ciudad, confiados en sus riquezas y teniendo por este motivo en menos a los sirios, los injuriaron, esperando que así lograrían provocarlos. Los otros, inferiores en lo referente a dinero, pero orgullosos de que la mayoría de los que servían en las tropas romanas fueron de Cesárea o de Sebaste, devolvieron los insultos a los judíos. Llegóse al extremo de que judíos y sirios se apedrearan mutuamente, causándose gran número de muertos y heridos de ambos lados. Los judíos, sin embargo, salieron victoriosos. Félix, en vista de que esta agitación en muy poco se diferenciaba de una guerra, pidió a los judíos que se quedaran tranquilos. Como no le hicieron caso, ordenó a los soldados que los atacaran; fueron muertos muchos de ellos y otros hechos prisioneros. También Félix permitió a los soldados que saquearan algunas casas de judíos llenas de riquezas. Los más moderados y de mayor dignidad de los judíos, pidieron a Félix que hiciera sonar la trompeta para llamar a los soldados, de modo que quedaran perdonados los restantes para que pudieran arrepentirse de su conducta. Félix consintió.
8. Por este tiempo el rey Agripa confirió el pontificado a Ismael, hijo de Fab. Se originaron disensiones entre los pontífices y los sacerdotes y principales de Jerusalén. De tal modo que cada uno de los sectores, se puso al frente de una banda de hombres muy decididos y revoltosos. En los encuentros se injuriaban mutuamente y se apedreaban, sin que nadie los llamara al orden, como si se tratara de una ciudad privada de jefes. Fué tan grande la audacia de los pontífices, que exentos de toda vergüenza enviaron a sus siervos a las eras, para que se apoderaran de los diezmos que pertenecían a los sacerdotes. Por lo cual aconteció que algunos
de los sacerdotes, cuya situación familiar era muy pobre, murieran por falta de alimentos. Es así como la violencia de los facciosos se imponía sobre el derecho.
9. Porcio Festo34 fué enviado por Nerón para suceder a Félix. Los principales de los judíos que vivían en Cesárea se dirigieron a Roma para acusar a Félix, el cual habría sido castigado por sus injusticias con los judíos si Nerón no hubiera sido muy condescendiente ante los pedidos de Palas, el hermano de Félix, que gozaba de gran prestigio con él. Dos de los sirios principales de Cesárea, mediante la donación de gran cantidad de dinero, persuadieron a Burro, instructor de Nerón, encargado por éste de los asuntos de las regiones griegas, que pidiera a Nerón que privara a los judíos del derecho de ciudadanía que les era común con los sirios. Burro se lo pidió al emperador y lo obtuvo y envió un rescrito, que fué la causa de todos los males que posteriormente afligieron a nuestro pueblo. Cuando los judíos de Cesárea se informaron de lo otorgado a los siros, persistieron en sus revueltas contra ellos hasta que estalló una guerra.
10. Cuando Festo pasó a Judea con motivo de las fiestas, encontró a la ciudad asolada por los ladrones, que incendiaban y saqueaban todas las aldeas. Los llamados sicarios, en realidad ladrones, eran muy numerosos; se servían de puñales cortos, casi de la misma longitud que los acinace de los persas, pero curvos como aquellos que los romanos llaman sicae, con los cuales estos ladrones mataban a mucha gente y de cuyo uso tomaron el nombre. Durante los días festivos, como antes dijimos, mezclados con la multitud que venía de todos lados por razones religiosas, mataban a los que querían sin dificultad ninguna.
Frecuentemente irrumpían en los poblados enemigos y, después de haberlos saqueado, los incendiaban. Festo envió tropas de infantería y caballería contra los que habían sido engañados por un impostor que les había prometido la cesación de todos los males y plena seguridad, si lo seguían al desierto. Los soldados mataron al impostor y a los que estaban con él.
11. Por el mismo tiempo el rey Agripa construyó un salón comedor, de una respetable magnitud, en el palacio de Jerusalén, cerca de la galería cubierta. Este palacio antes fué de los Asmoneos y se encontraba en un lugar elevado, desde el cual los que querían contemplar la ciudad disponían de una vista muy agradable. Al rey le gustaba hacerlo; y cuando se tendía a comer miraba lo que ocurría en el Templo.
Cuando lo supieron los jefes de Jerusalén, se indignaron en gran manera. Ni la costumbre nacional ni las leyes permitían que aquello que se realizaba en el Templo, especialmente los sacrificios, fuera observado. Por este motivo levantaron una gran pared por encima de la sala de reunión que, en el conjunto interior del Templo, miraba al occidente. Este edificio interceptaba no sólo el comedor del rey, sino también el pórtico occidental exterior del Templo desde el cual los romanos vigilaban durante las fiestas. Tanto el rey Agripa como el procurador Festo se irritaron por esto y ordenaron la demolición del muro. Pero los judíos pidieron que se les permitiera enviar legados a Nerón, pretendiendo que no podrían soportar la vida si tenían que destruir parte del santuario. Festo les otorgó permiso; y enviaron a diez delegados ante Nerón, de los principales del pueblo; entre ellos estaban Ismael, el pontífice y Helcias, el guardián del tesoro.
Después de haberlos oído, Nerón no sólo les perdonó su acto, sino que accedió a que conservaran la construcción, a fin de complacer a su esposa Popea que se interesó por ellos, pues era una mujer piadosa. Ordenó ella a los diez que se fueran, pero retuvo como rehenes a Helcias y a Ismael. Cuando el rey lo supo entregó el sumo pontificado a José, hijo del sumo sacerdote Simón; José era llamado por sobrenombre Cabi.
CAPITULO IX
Muerto Festo en Judea, lo reemplaza Albino, quien detiene los crímenes de los sicarios.
1. Informado el César de la muerte de Festo, envió a Albino como procurador de Judea. El rey privó del pontificado a José, y lo concedió a Anán, hijo de Anán. Según se dice, Anán el mayor35 fué un hombre de muchísima suerte; tuvo cinco hijos, y dió la casualidad de que los cinco obtuvieran el pontificado, siendo el primero que por mucho tiempo disfrutó de esta dignidad. Tal caso no se dió anteriormente con ningún otro pontífice. El joven Anán que, como dijimos, recibió el pontificado, era hombre de carácter severo y notable valor. Pertenecía a la secta de los saduceos que comparados con los demás judíos son inflexibles en sus puntos de vista, como antes indicamos.
Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió el sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo36, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y
los condenó a ser apedreados. Pero los habitantes de la ciudad, más moderados y afectos a la ley, se indignaron. A escondidas enviaron mensajeros al rey, pidiéndole que por carta exhortara a Anán a que, en
adelante, no hiciera tales cosas, pues lo realizado no estaba bien. Algunos de ellos fueron a encontrar a Albino, que venía de Alejandría; le pidieron que no permitiera que Anán, sin su consentimiento, convocara al sanedrín. Albino, convencido, envió una carta a Anán, en la cual lleno de indignación le anunciaba que tomaría venganza con él. Luego el rey Agripa, habiéndole quitado el pontificado, que ejerció durante tres meses, puso en su lugar a Jesús hijo de Damneo.
2. Cuando Albino llegó a la ciudad de Jerusalén, puso todo su empeño en pacificar y tranquilizar la región, matando a varios de los sicarios. Pero de día en día el sumo pontífice Ananías crecía en reputación y obtenía en forma descollante el afecto y la estima de sus conciudadanos. Efectivamente, sabía repartir dinero y cotidianamente hacía la corte y ofrecía regalos a Albino y al sumo pontífice. Tenías unos criados muy perversos que se unían a los más audaces; violentamente se apoderaban en las eras del diezmo de los sacerdotes, golpeando a aquellos que rehusaban dárselos. De ahí que se murieran de hambre los sacerdotes que anteriormente se alimentaban con el diezmo.
3. De nuevo los sicarios, en oportunidad de una fiesta, durante la noche penetraron en la ciudad, e hicieron prisionero al secretario del comandante Eleazar, que era hijo del sumo pontífice, y se lo llevaron encadenado. Luego enviaron mensajeros a Ananías, diciéndole que estaban dispuestos a devolver el secretario, si persuadía a Albino que pusiera en libertad a diez de los suyos que mantenía encarcelados.
Ananías, obligado por la situación, persuadió a Albino y obtuvo lo que pedía. De ahí surgieron calamidades mayores. Resultó que se apoderaron de algunos familiares y amigos de Ananías. Capturándolos vivos, no los dejaron en libertad hasta no recibir, a su vez, a algunos de los sicarios prisioneros. De ahí que, creciendo en número, infestaron todo el país.
4. Por este tiempo el rey Agripa, habiendo engrandecido la ciudad de Cesárea de Filipo, la nombró Neronías en honor de Nerón. Además hizo edificar un teatro en Berito, de elevado costo, donde ofreció espectáculos anuales; gastó en ello decenas de miles de dracmas. Pues daba al pueblo trigo y le distribuía aceite. Además adornó toda la ciudad con estatuas y copias de las obras antiguas y transportó allí todo lo que adornaba su reino, o poco menos. Con esto se concentró el odio de sus súbditos, pues les quitaba lo que era suyo para ornar una ciudad extranjera.
El rey privó del pontificado a Jesús hijo de Damneo y se lo dió a Jesús hijo de Gamaliel. Por este motivo se originó entre los dos una mutua disensión. Cada uno de ellos reunió una cohorte de hombres de la más perversa índole, que se insultaban mutuamente y a veces llegaban a apedrearse. Ananías se distinguió entre todos pues se atrajo, gracias a sus riquezas, a muchos de ellos. Por su parte Costobaro y Saúl habían congregado su porción de criminales. Eran de sangre real y estaban muy en favor de Agripa a causa de su parentesco, pero eran violentos y dispuestos a apoderarse de los bienes de los más débiles. Por todo esto nuestra ciudad estaba sumergida en muchas tribulaciones, yendo de día en día los asuntos de mal en
peor.
5. Cuando Albino supo que venía a reemplazarlo Gesio Floro, quiso demostrar que había hecho algo en favor de los de Jerusalén. Habiendo reunido a los prisioneros, ordenó que fueron muertos todos aquellos que lo merecían. En cuanto a los que se encontraban en la cárcel por causas más leves, una vez que hubieron pagado la multa los dejó en libertad. En esta forma la cárcel se vació de presos, pero el país quedó infestado de ladrones.
6. Los levitas —una de nuestras tribus—, que cantaban los himnos, pidieron al rey que reuniera al sanedrín y les permitiera utilizar al igual que los sacerdotes una túnica de lino, pues pretendían que durante su reino tenía que llevar a cabo una innovación memorable. Tuvieron éxito en su pedido. Pues el rey, con el consentimiento de los que formaban el sanedrín, concedió a los cantores que abandonaran su antigua vestidura y se pusieran una de lino, como pedían. Y como una parte de la tribu ejercía su ministerio en el Templo, permitió que aprendiera los himnos, tal como lo pedían. Todo esto se había llevado a cabo en contra de lo que ordenaban las costumbres patrias, cuya violación reportaría los castigos que se merecían.
7. En esta oportunidad el Templo ya estaba terminado. El pueblo vió que los obreros, en número de dieciocho mil, estaban sin trabajo y necesitaban salarios, pues hasta entonces se habían procurado los medios de vida trabajando en el Templo. No querían repartir dinero por miedo a los romanos, pero se preocupaban por sus obreros; efectivamente, si un obrero trabajaba, aunque no fuera más que una hora, inmediatamente recibía su paga. Por eso pidieron al rey que hiciera restaurar el pórtico oriental. Era un pórtico de la parte exterior del Templo, que daba sobre un profundo valle, con muros de cuatrocientos codos de largo, y estaba construido con piedras blancas, rectangulares, de veinte codos de largo y seis de alto; era obra del rey Salomón, que fué el primero en construir todo el Templo. El rey, sin embargo, pues el César Claudio le había encargado el cuidado del Templo, pensó que destruir era fácil, lo difícil era construir, especialmente ese pórtico, por tratarse de una obra que requería tiempo y una gran cantidad de dinero. Pero no se opuso a que la ciudad fuera pavimentada con piedra blanca. Privó del pontificado a Jesús hijo de Gamaliel, y se lo dió a Matías hijo de Teófilo. Siendo éste pontífice comenzó la guerra entre los romanos y los judíos.
CAPITULO X
Los sumos pontífices judíos, desde Moisés hasta la guerra de los judíos.
1. Creo necesario y conveniente, especialmente en esta historia, hablar de los pontífices, cuál fué su origen, a quiénes se otorgó este honor y quiénes son los que lo han ejercido hasta el fin de la guerra. Se dice que el primero de todos fué Aarón, hermano de Moisés, quien sirvió al señor en el sumo sacerdocio; una vez muerto, lo sucedieron sus hijos, y todos sus descendientes sin excepción guardaron este honor en su familia. De ahí que, por ley de nuestros padres, nadie puede ser pontífice de Dios, si no es de la sangre de Aarón; y el cargo no es permitido a otro de otra familia, aunque se trate de un rey.
Después de Aarón que, como hemos dicho, fué el primero hasta Finees, que recibió el pontificado durante la guerra, hubo ochenta y tres sumos sacerdotes. Desde el tiempo de Moisés, en que el tabernáculo construido por éste en honor de Dios se levantaba en el desierto, hasta la llegada a Judea, en donde el rey Salomón edificó el Templo de Dios, hubo trece pontífices que ejercieron el cargo en el desierto. Al principio el pontificado se conservaba durante toda la vida; posteriormente los sumos sacerdotes fueron reemplazados
cuando todavía vivían. Estos trece; puesto que eran los descendientes de los hijos de Aarón, obtuvieron el pontificado por herencia. El gobierno fué al principio aristocrático, después monárquico37 y, en tercer lugar, real. Desde el día en que nuestros padres abandonaron a Egipto bajo la dirección de Moisés hasta la construcción del Templo, gobernaron estos trece pontífices por espacio de seiscientos doce años.
2. Después de estos trece sumos pontífices, lo ejercieron otros dieciocho, sucesivamente, desde el reinado de Salomón, en Jerusalén, hasta que Nabucodonosor, rey de Babilonia, en una expedición contra la ciudad, incendió el Templo y desterró a nuestro pueblo a Babilonia, haciendo prisionero al sumo pontífice Josadoc. Estos dieciocho ejercieron el pontificado por espacio de cuatrocientos sesenta y seis años, seis meses y diez días, durante el período en que los judíos estaban subordinados a los reyes.
Setenta años después de la conquista de Judea por los babilonios, Ciro, rey de Persia, puso en libertad a los judíos de Babilonia, y permitióles volver a su país y reedificar el Templo. En esta oportunidad, uno de los prisioneros que regresaron de Babilonia, Jesús, hijo de Josadoc, recibió el sumo pontificado. El y sus descendientes, quince en total, fueron pontífices bajo un gobierno republicano hasta la época del rey Antíoco Eupátor, durante cuatrocientos catorce años.
3. Los citados antes, esto es, el Antíoco que acabamos de nombrar y su general Lisias, pusieron fin al sumo pontificado de Onías, por sobrenombre Menelao, matándolo en Berea, y privaron a su hijo de la sucesión para nombrar sumo pontífice a Jacim, que pertenecía a la raza de Aarón, pero no era de la familia de Onías. Por esto Onías, hijo del Onías muerto y que tenía el mismo nombre que su padre, se fué a Egipto, donde lo recibieron amistosamente Ptolomeo Filométor y su mujer Cleopatra. Los convenció que edificaran para Dios, en el nomo de Heliópolis, un templo semejante al de Jerusalén, nombrándolo a él sumo pontífice.
Pero ya hemos hablado acerca del templo construido en Egipto.
Jacim murió después de haber ejercido durante tres años el sumo pontificado. No tuvo sucesor y el país estuvo siete años sin sumo pontífice. Luego los Asmoneos, a quienes se les confió el poder sobre el pueblo y que combatieron contra los macedonios, retomaron la tradición y nombraron sumo pontífice a Jonatás, que ejerció el cargo durante siete años. Al morir, a consecuencias de un complot y de intrigas tramadas por Trifón, como lo hemos expuesto anteriormente, su hermano Simón recibió el sumo pontificado. Este fué envenenado durante una comida por su yerno; después de haber ejercido el poder un año más que su
hermano, tuvo por sucesor a su hijo Hircano.
Hircano disfrutó de este honor durante treinta años, y murió viejo, dejando la sucesión a Judas, por sobrenombre Aristóbulo. Su heredero fué su hermano Alejandro, cuando aquél murió de enfermedad luego de haber ejercido al mismo tiempo el sumo pontificado y la realeza, pues Judas fué el primero en ceñir la corona real, que retuvo durante un año.
4. Alejandro murió después de haber sido rey y sumo pontífice durante veintisiete años, dejando a su mujer Alejandra el cuidado de designar al futuro sumo pontífice. Alejandra entregó el sumo pontificado a Hircano, y ella murió luego de haber conservado el trono durante nueve años.
Su hijo Hircano fué sumo pontífice por el mismo número de años. Efectivamente, después de la muerte de su madre, su hermano Aristóbulo le hizo la guerra, lo venció y lo privó de su cargo, para convertirse él a la vez en rey y sumo pontífice de su pueblo. Pero tres años y tres meses después de su advenimiento al poder, Pompeyo tomó a la fuerza la ciudad de Jerusalén, y envió a Roma encadenados a Aristóbulo y sus hijos; después devolvió el sumo pontificado a Hircano, confiándole el poder sobre el pueblo, pero prohibiéndole ceñir la corona.
Hircano tuvo el poder, a más de los nueve primeros años, otros veinticuatro. Pero Barzafarnes y Pacoros, príncipes de los partos, atravesaron el Eufrates, combatieron contra Hircano, lo hicieron prisionero y nombraron rey a Antígono, hijo de Aristóbulo. Después de tres años y tres meses de reinado éste fué sitiado y tomado prisionero por Sosio y Herodes, conducido a Antioquía y condenado a muerte por Antonio.
5. Herodes, que recibió el poder de manos de los romanos, dejó de nombrar sumos sacerdotes asmoneos; confirió este honor a gente oscura que no eran sino simples sacerdotes, con excepción de uno solo, Aristóbulo; éste era el nieto de Hircano, el que fué hecho prisionero por los partos. Herodes le dió el sumo pontificado y se casó con su hermana Mariamne para conquistarse el favor del pueblo, gracias al recuerdo de Hircano. Luego, temeroso al ver que todos sentían inclinación por Aristóbulo, lo hizo ahogar en Jericó
mientras nadaba, como lo hemos ya explicado. En adelante ya no confió el sumo pontificado a ninguno de los descendientes de los Asmoneos. La conducta de Herodes fué imitada en lo referente a los pontífices por Arquelao y sus hijos; y, más adelante, por los romanos que se adueñaron del poder en el país de los judíos.
Desde el tiempo de Herodes hasta que Tito tomó e incendió la ciudad y el Templo, hubo en total veintiocho pontífices; y el tiempo de estos pontificados alcanza a ciento siete años. Algunos de ellos gobernaron bajo el reinado de Herodes y su hijo Arquelao; después de la muerte del último, el gobierno fué aristocrático, pero los sumos pontífices tuvieron la dirección del pueblo. Y con esto hay suficiente sobre los sumos pontífices.
CAPITULO XI
Floro, sucesor de Albino, oprime a los judíos y los obliga a tomar las armas
1. Gesio Floro, enviado por Nerón como sucesor de Albino, fué causa de muchas calamidades para los judíos. Había nacido en Clazomenes y llevó consigo a su esposa Cleopatra, por cuyo intermedio, como que era amiga de la esposa de Nerón, Popea, y en nada diversa del esposo por su malignidad, consiguió el cargo. Tan perversa y violentamente abusó del poder que, con motivo de su enorme maldad, los judíos consideraron a Albino como benefactor. Este procuraba ocultar su maldad, y cuidadosamente se esforzaba en que no fuera conocida; pero Gesio Floro, como si hubiera sido enviado para poner de manifiesto su
perversidad, se jactaba de las injurias que infería a nuestro pueblo, sin abstenerse de ninguna rapiña o suplicio. Era un hombre duro que no se dejaba inclinar a la misericordia, insaciable en su afán de lucro, ignorando la diferencia entre pequeños y grandes crímenes, siendo partícipe en los robos de los ladrones. Había muchos que se dedicaban al robo, con la esperanza de que nada les iba a acontecer, pues Floro participaba en los mismos. No había límites en las atrocidades, de manera que los desdichados judíos, cuando ya no pudieron soportar los robos que los ladrones realizaban, se vieron obligados a abandonar sus casas y escapar, para vivir mejor en cualquier lugar del extranjero. ¿A qué decir más? Floro fué el culpable de que nos viéramos obligados a hacer la guerra a los romanos, pensando que era mejor que muriéramos todos de una vez y no poco a poco. La guerra se inició en el año segundo de la administración de Floro, y en el duodécimo del imperio de Nerón. Pero todo aquello que nos vimos obligados a hacer y lo que tuvimos que soportar, se podrá ver cuidadosamente expuesto en los libros que hemos escrito sobre la guerra de los judíos.
2. Aquí pondré fin a mis Antigüedades Judías, después de cuyos hechos comienzan los acontecimientos que he expuesto en la Guerra de los Judíos. Las Antigüedades abarcan las tradiciones que van desde el primer hombre hasta el año duodécimo del imperio de Nerón; los hechos que nos acontecieron a los judíos en Egipto, Siria y Palestina y las calamidades que sufrimos con los asirios y babilonios, así como las vejaciones a que nos sometieron los persas y macedonios y, después de ellos, los romanos. Espero haberlo expuesto todo cuidadosamente. Me he esforzado en ofrecer la lista de los sumos pontífices que se sucedieron durante el período de los dos mil años. Expuse también la sucesión de los reyes, sin error, refiriendo lo que hicieron, cómo administraron el estado y la autoridad de los jueces, tal como se encuentra descrito en los libros sagrados, pues así me comprometí a hacerlo desde el principio de esta historia.
Ahora digo confiadamente, terminada la obra que me propuse, que ningún otro, ni judío ni extranjero, habría podido, por más que lo quisiera, presentar esta historia con tanta exactitud al público griego. Efectivamente, mis compatriotas admiten que soy muy superior a ellos en el conocimiento de las cosas nacionales. Me he esforzado en tener conocimiento de las letras griegas después de aprender la gramática, aunque nuestra educación nacional me ha impedido adquirir una pronunciación correcta. Nuestro pueblo no reverencia a los que aprenden lenguas extranjeras, pues juzga que este estudio es accesible no solamente a las personas de nacimiento libre, sino también a cualquier esclavo. Únicamente considera sabios a los que conocen la ley en forma precisa y pueden interpretar el sentido de la Sagrada Escritura. Este es el motivo de que, a pesar de que muchos trataron de ejercitarse en aquella disciplina, únicamente dos o tres han logrado éxito y recogieron el fruto de su trabajo. Quizá haga algo que no provoque la envidia, si hablo brevemente de mi familia y de lo que hice durante mi existencia, ahora que todavía viven los que pueden refutarme o atestiguar en mi favor38. Aquí pondré fin a mis Antigüedades Judías, que comprenden veinte libros y sesenta mil
líneas. Si Dios lo permite, referiré de nuevo, resumidamente, la guerra y lo que nos ha ocurrido hasta el momento presente, esto es hasta el año décimotercero del reino del emperador Domiciano, que es el quincuagésimo sexto de mi vida. También tengo el propósito de escribir cuatro libros sobre nuestra doctrina judía referente a Dios y su naturaleza, y sobre nuestras leyes y las razones por las cuales ciertas acciones nos son permitidas y otras prohibidas.
Abarca una duración de veintidós años32
CAPITULO I
El procurador Caspio Fado restablece el orden en Judea. Fado y Longino ordenan que las vestiduras del sumo sacerdote sean depositadas en la fortaleza Antonia.
1. Una vez muerto el rey Agripa, según hemos expuesto en el libro anterior, Claudio César envió a Casio Longino para que ocupara el lugar de Marso, haciendo esto en homenaje a la memoria del rey, quien le había pedido varias veces por cartas que Marso dejara de ser gobernador de Siria. Fado, que llegó como procurador a Judea, encontró que los judíos de Perea estaban en lucha contra los de Filadelfia con motivo de los límites de una población llamada Mía, llena de gente belicosa. Los habitantes de Perea, sin saberlo los principales de ellos, tomaron las armas y mataron a muchos de los de Filadelfia. Estos hechos indignaron
grandemente a Fado, por no haberle sometido a él el caso, si creían que los de Filadelfia los habían ofendido, en lugar de acudir temerariamente a las armas. Habiendo hecho detener a tres de sus hombres, que habían sido causa de la sedición, ordenó que los encadenaran. Dispuso que mataran a uno de ellos, de nombre Aníbal, y desterró a los otros dos, Amarán y Eleazar.
También Tolomeo, jefe de ladrones, que ocasionara muchos darlos a los idumeos y árabes, poco después fué apresado y condenado a muerte. Toda Judea quedó limpia de latrocinios, gracias al cuidado y diligencia de Fado. Luego hizo que se presentaran los sumos pontífices y los primeros de los jerosolimitanos y les ordenó, de acuerdo con las instrucciones del emperador, que depositaran los vestidos sagrados y la ropa pontifical que sólo puede usar el sumo pontífice, en la torre Antonia, para que estuvieran en poder de los romanos, tal como se hacía antes.
No atreviéndose a oponerse, pidieron a Fado y Longino, pues éste había ido a Jerusalén con muchas tropas, por miedo de que las órdenes de Fado incitaran al vulgo a sublevarse, en primer lugar que les permitieran enviar legados al César, para pedirle que les dejara guardar en su poder las vestiduras sagradas; y luego que aguardara hasta que llegara la respuesta de Claudio. Los romanos respondieron que contaban con su permiso para enviar legados, con tal que dejaran a sus hijos como rehenes. Así se hizo. A su llegada a Roma, Agripa el joven, hijo del rey difunto, que se encontraba en casa del emperador Claudio, se informó del motivo de su venida. Rogó al emperador que accediera al pedido de los judíos sobre las vestiduras sagradas y que enviara órdenes a Fado sobre el particular.
2. Claudio accedió al pedido de los legados y díjoles que debían agradecerlo a Agripa. Además les entregó la siguiente carta: "Claudio César Germánico, investido del poder tribunalicio por quinta vez, cónsul
designado por cuarta vez, saludado como imperator por la décima, padre de la patria, a los magistrados, al senado, al pueblo de Jerusalén y a toda la nación de los judíos, salud. Mi estimado Agripa, que yo he educado y que reservo a mi lado a causa de su piedad, me ha presentado a vuestros delegados que me agradecieron mi solicitud por vuestro pueblo. Puesto que me han solicitado insistentemente que dejara los vestidos sacerdotales y la corona en vuestro poder, yo accedí de acuerdo con las disposiciones tomadas por Vitelio, hombre eminente y que cuenta con mi aprecio. Si he accedido a vuestro pedido, por de pronto es por mi piedad y por el deseo que tengo de que cada uno observa sus propios ritos nacionales; además porque sé que, de este modo, obraré de manera grata al rey Herodes y a Aristóbulo el joven, de quien conozco su piedad hacia mí como también su celo por vuestras cosas, y con los cuales tengo muchos deberes de amistad, pues son gente eminente que estimo. Sobre el particular he escrito a Cuspio Fado, mi procurador. Nombres de los portadores de la carta: Cornelio, hijo de Cerón, Trifón, hijo de Teudión, Doroteo, hijo de Natanael, Juan, hijo de Juan. Escrita el cuarto día antes de las calendas de julio, bajo el consulado de Rufo y de Pompeyo Silano."
3. Herodes, hermano del rey Agripa, que en aquel momento gobernaba en Calcis, pidió también al emperador Claudio que los judíos pudieran disponer libremente del Templo, del tesoro sagrado y que quedara en su poder la elección de los pontífices. Lo obtuvo todo. Desde entonces este poder perteneció a todos sus descendientes, en quienes quedó hasta el fin de la guerra. Entonces Herodes destituyó del sumo pontificado al que tenía de sobrenombre Cantera y le dió como sucesor en esta dignidad a José hijo de Cam.
CAPITULO II
Elena, reina de Adiabena, y su hijo Izates se convierten al judaísmo. Viaje de Elena a Jerusalén.
1. Por este tiempo, la reina de Adiabena, Elena, y su hijo Izates adoptaron las costumbres judías por el siguiente motivo. Monobazes, rey de Adiabena, por sobrenombre Bazco, enamorado de su hermana Elena, se casó con ella y la dejó embarazada. Durmiendo un día con ella, por casualidad puso su mano sobre su vientre. En sueños, parecióle oír una voz que le ordenaba retirar la mano de encima de la esposa para no comprimir el feto que llevaba, al cual la providencia divina había reservado el poder y un fin feliz.
Conturbado por esta voz, despertóse y se lo dijo a su mujer. Dieron el nombre de Izates al hijo que les nació. Monobazes ya había tenido con Elena otro hijo, Monobazes, y tenía otros hijos de otras mujeres; pero claramente evidenciaba que todo su afecto se concentraba en Izates, como si solamente él existiera. Esta fué la causa de que todos sus hermanos de parte de padre tuvieran celos de Izates, por contar con la preferencia del rey. Monobazes se daba perfectamente cuenta de ello, pero lo atribuía no a su perversidad, sino al deseo que cada uno de ellos experimentaba de una benevolencia igual. En cuanto al adolescente, el rey, temeroso de que el odio de sus hermanos le ocasionara algún mal, después de hacerle grandes regalos lo envió a Abenerig, rey del Campo de Espasina, a quien lo confió para mayor seguridad. Abenerig recibió al joven muy afectuosamente, le entregó por esposa a su hija Simaco y lo gratificó con una región de la cual percibía grandes ingresos.
2. Monobazes era ya anciano y se daba cuenta que no le quedaba mucho tiempo de vida; de modo que quiso ver a su hijo antes de morir. Lo hizo venir y lo abrazó con gran cariño y le entregó la región denominada Carres; esta tierra produce en abundancia comestibles. También se encuentran allí los restos del arca en la cual Noé escapó del diluvio, restos que todavía se muestran a los que quieran verlos. Izates, por lo tanto, vivió en esta región hasta la muerte de su padre. El día en que Monobazes murió, la reina Elena hizo congregar a todos los grandes del estado, los sátrapas del reino y los comandantes de las tropas. Cuando estuvieron reunidos, les dijo:
—Creo que vosotros no ignoráis que mi esposo deseaba que Izates fuera su sucesor en el trono, pues lo juzgaba digno de ello. Sin embargo, espero vuestra opinión. Es feliz aquel que recibe el poder, no de uno solo, sino de muchos y con su pleno consentimiento. Estas fueron las palabras que dijo, para conocer los sentimientos de aquellos a quienes había convocado. Ellos, ante estas palabras, se postraron delante de la reina según su costumbre, y luego declararon que ratificarían la elección del rey y de buen grado obedecerían a Izates, preferido por su padre, según la justicia y de acuerdo con una decisión unánime.
Agregaron también que de buen grado estaban dispuestos a matar a sus hermanos y parientes, para que Izates ocupara el trono con toda seguridad. Efectivamente, mediante su muerte, se eliminaría todo peligro que pudiera surgir del odio y celos de los hermanos. En respuesta, Elena les agradeció sus buenas disposiciones hacia Izates y hacia ella misma; sin embargo, les rogó que postergaran su intención de matar a los hermanos de Izates hasta que éste hubiera llegado y dado su aprobación.
Como ella no había aceptado la propuesta de darles muerte le pidieron que, por lo menos, los hiciera mantener encadenados hasta el regreso de Izates, para mayor seguridad. Además le aconsejaron que provisoriamente estableciera como regente del reino a aquél en el cual ella tuviera mayor confianza.
Elena siguió este consejo e invistió con el poder a Monobazes, el hijo mayor del rey, imponiéndole la diadema y dándole el anillo con el sello de su padre y lo que en ese país llaman sampsera. Lo invitó a que administrara el reino hasta el regreso de su hermano. Este vino rápidamente, así que se informó de la muerte de su padre, y reemplazó a su hermano Monobazes, quien le cedió el poder.
3. En la época en que Izates vivía en el Campo de Espasina, un comerciante judío, llamado Ananías, que tenía acceso al gineceo real, enseñó a las mujeres a adorar a Dios según la costuumbre nacional de los judíos. Gracias a ellas se dió a conocer a Izates y también lo persuadió. Cuando éste fué llamado por su padre a Adiabena, Ananías lo acompañó, accediendo a sus insistentes solicitaciones. Aconteció que Elena, instruida de la misma manera por otro judío, también se había convertido a sus leyes. Cuando Izates se hizo cargo del reino y supo que sus hermanos y parientes estaban encadenados, disgustóse de lo acontecido. Considerando que era impío matarlos o retenerlos encadenados, pero por otra parte juzgando que era peligroso dejarlos libres en su cercanía, pues se acordarían de las ofensas recibidas, a algunos con sus hijos los envió a Roma al emperador Claudio como rehenes y a otros, con un pretexto análogo, los remitió a Artabano, el parto.
4. Cuando supo que su madre se sentía muy satisfecha con las costumbres judías, se apresuró a amoldarse a ellas; creyendo que no sería definitivamente judío mientras no se circuncidara, se dispuso a hacerlo. Pero su madre intentó impedírselo, diciéndole que se pondría en peligro. Efectivamente, era rey y se enajenaría el aprecio de sus súbditos si supieran que deseaba adoptar costumbres extranjeras opuestas a las suyas, pues no tolerarían un rey que fuera judío. Dijo estas cosas, oponiéndose decididamente a sus designios; Izates se
lo contó a Ananías. Este estuvo de acuerdo con la madre; y lo amenazó con separarse de él, si se negaba a obedecerla.
Decía temer, en caso de que llegara a conocerse, que lo castigaran como responsable de todo y por haber incitado al rey a realizar actos indignos. Por otra parte, el rey podía adorar a Dios, aun sin estar circuncidado, si estaba dispuesto a observar completamente las leyes ancestrales de los judíos, lo cual tenía más importancia que la circuncisión. Le dijo también que Dios le perdonaría el haber renunciado a este rito, constreñido a ello por la necesidad y el miedo a sus súbditos. Estas palabras persuadieron al rey. Pero en seguida, puesto que no había renunciado por completo a su designio, otro judío, que había venido de Galilea, de nombre Eleazar, que pasaba por muy entendido en la ley de sus padres, lo exhortó a que cumpliera el acto. Efectivamente, habiendo ido a saludarlo y sorprendiéndolo en el trance de leer la ley de
Moisés, le dijo: —Tú ignoras que estás cometiendo la mayor ofensa contra las leyes y por consiguiente
contra Dios. No basta con leerlas, es necesario ante todo cumplir lo que ellas ordenan. ¿Hasta cuándo seguirás incircunciso? Si hasta ahora no has leído lo que dice la ley sobre la circuncisión, léelo de inmediato para saber lo grande que es tu impiedad.
Cuando hubo oído estas palabras, el rey no demoró por más tiempo su cumplimiento. Se retiró a otra cámara, mandó a buscar un médico, y le hizo ejecutar lo que le habían prescrito. Luego envió a buscar a su madre y al que fuera su maestro Ananías, y les indicó que había cumplido con el rito. Quedaron estupefactos y con gran miedo, diciéndose que si el asunto llegara a ser conocido, el rey correría peligro de verse privado del poder, pues los súbditos no soportarían que los gobernara un seguidor celoso de costumbres extranjeras; y que, incluso ellos mismos, se verían en peligro, por considerárselos responsables de lo acontecido.
Pero Dios hizo que sus temores no llegaran a realizarse. A pesar de que Izates, como sus hijos, se vieron expuestos a mil peligros, Dios los puso a salvo, haciéndolos pasar de una situación-desesperada a una de seguridad, demostrando así que aquellos que elevan sus ojos a Dios y únicamente se fían de él no resultan frustrados del fruto de la piedad. Pero hablaremos de esto más adelante.
5. Elena, la madre del rey, veía que la paz reinaba en el reino y que su hijo era feliz y envidiado de todos, incluso entre los pueblos extranjeros, gracias a la providencia divina. Deseó visitar la ciudad de Jerusalén para postrarse en el Templo de Dios, célebre en todo el mundo, y ofrecer sacrificios de acción de gracias. Para ello pidió permiso a su hijo. Izates accedió al pedido de su madre; hizo grandes preparativos para el viaje y le entregó una fuerte cantidad de dinero.
Descendió, pues, a la ciudad de Jerusalén, acompañándolo su hijo durante un largo trecho. Su llegada resultó sumamente provechosa para Jerusalén, pues en aquel momento la ciudad sufría por el hambre y muchos morían a causa de la indigencia. La reina Elena envió a algunos de sus esclavos, unos a Alejandría para que compraran trigo, otros a Chipre para que trajeran un cargamento de higos. Regresaron lo antes posible, y ella distribuyó estos alimentos a los nativos, dejando por este motivo un recuerdo imperecedero en nuestro pueblo. Su hijo Izates, cuando supo que en Jerusalén pasaban hambre, envió una gran cantidad
de dinero a los principales de la ciudad. Pero contaremos más adelante todo lo que estos reyes han hecho en beneficio de nuestro pueblo.
CAPITULO III
Izates restablece en su trono a Artabano, rey de los partos. Guerra de Bardanes contra Izates.
1. Artabano, rey de los partos, advirtió que los sátrapas conspiraban contra él. En vista de la falta de seguridad, decidióse a ir a ver a Izates con el objeto de que éste le proporcionara los medios para la propia seguridad y para regresar, si ello era posible, al reino. Se dirigió, pues, al país de Izates, rodeado de cerca de mil parientes y servidores. Lo encontró en el camino; él lo reconoció, sin que Izates a su vez lo reconociera. Acercándose, se postró a sus pies, de acuerdo con la costumbre de su tierra, diciendo:
—Oh rey, no menosprecies al que te suplica y no desdeñes mi ruego. Me siento humillado por el cambio del destino. De rey que era me he convertido en un simple particular. Necesito tu ayuda. Considera la inestabilidad de la fortuna; piensa que la desgracia es algo común a nosotros dos; piensa en ti para lo futuro. Si tú no te dignas ayudarme, habrá muchos otros súbditos que se enardecerán contra los otros reyes.
Dijo todo esto, mientras lloraba e inclinaba la cabeza. Izates, al oír su nombre y viendo que el que estaba ante él, suplicando y lamentándose, era Artabano, bajó rápidamente del caballo y le respondió:
—Anímate, oh rey, y que la presente tribulación no te trastorne como si fuera irreparable; tu angustia rápidamente se cambiará en gozo. Encontrarás en mí un amigo y aliado mejor de lo que esperabas. Efectivamente, yo te restableceré en el trono de los partos, o perderé el mío.
2. Dichas estas palabras, hizo montar a Artabano a caballo y él lo acompañó a pie, como homenaje a un rey más grande. Pero Artabano, al verlo, no lo aceptó y juró por el destino y la gloria que tenía en aquellos momentos que descendería del caballo, si el otro no montaba y le precedía. Izates accedió a sus deseos. Saltó a caballo y lo condujo al palacio real. En las asambleas le tributó los honores debidos y en los banquetes le otorgó el lugar más elevado, sin tener en cuenta su suerte actual, sino a causa de su dignidad pasada y en consideración a que las vicisitudes de la fortuna son comunes a todos los hombres.
Escribió también a los partos para aconsejarles que recibieran a Artabano, ofreciéndoles su fe, sus juramentos y su mediación, para asegurarles que olvidaría sus actos. Los partos contestaron que no se negarían a recibir a Artabano, pero no les era posible hacerlo, pues el poder había sido confiado a otro, denominado Cinamo, y temían que estallara una guerra. Cinamo, conociendo su voluntad, escribió él mismo a Artabano, pues éste lo educó y estaba dotado de un carácter noble y leal. Lo invitó a que se fiara de él y fuera a retomar el reino. Cinamo salió a su encuentro, se prosternó saludándolo con el título de rey y, quitándose la diadema, la puso sobre la cabeza de Artabano.
3. Es así como, gracias a Izates, Artabano fué restablecido en el trono del cual había sido expulsado por los grandes hacía poco. No fué ingrato a los beneficios recibidos y recompensó a Izates con los mayores honores. Le permitió que llevara la tiara derecha y que durmiera en una cama de oro, a pesar de que este honor y aquella insignia estaban reservados al rey de los partos. Le regaló también una gran región fértil que separó de las posesiones del rey de Armenia. Este país se llama Nisibis. Los macedonios habían fundado allí anteriormente la ciudad de Antioquia a la cual dieron el nombre de Epimigdonia. Estos fueron los honores
con los que el rey de los partos gratificó a Izates.
4. Poco después murió Artabano y dejó el trono a su hijo Bardanes. Este visitó a Izates y trató de convencerlo de que se aliara con él, para hacer la guerra a los romanos. Pero no lo logró, pues Izates conocía el poder y las riquezas de los romanos y creía que tal empresa era imposible. Además había enviado a cinco de sus hijos, todavía jóvenes, para que aprendieran diligentemente nuestra lengua nacional y recibieran nuestra educación; también envió, como dije antes, a su madre para que se prosternara en el Templo. Estaba perplejo y quería apartar a Bardanes de aquella guerra, describiéndole sin cesar la fuerza y los recursos de los romanos. Pensaba de esta manera asustarlo y obligarlo a desistir de sus proyectos.
El parto, irritado, declaró de inmediato la guerra a Izates; pero en nada le aprovechó esta empresa, pues Dios deshizo todas sus esperanzas. Cuando los partos comprendieron los planes de Bardanes y su decisión de combatir a los romanos, se libraron de él y entregaron el poder a su hermano Gotarzes. Este murió poco después, víctima de un complot, y tuvo por heredero a su hermano Vologeses, quien confió a sus hermanos de parte del padre grandes gobiernos: Pacoro, el de más edad, tuvo la Media, y Tirídates, el menor, la Armenia.
CAPITULO IV
Conversión de Monobazes. Victoria de Izates sobre Abias, rey de los árabes, y Vologeses, rey de los partos. Muerte de Izates, a quien sucede Monobazes.
1. El hermano de Izates, Monobazes, y sus parientes, en vista de que la piedad del rey hacia Dios lo había convertido en objeto de envidia entre los hombres, desearon también abandonar su religión nacional y abrazar la de los judíos. Pero no lo ignoraron sus súbditos; los grandes, irritados por esta conversión, disimularon su cólera, no buscando sino una ocasión propicia para vengarse. Escribieron a Abias, rey de los árabes, prometiéndole una gran suma de dinero si hacía la guerra a su rey. Se comprometían a traicionarlo al primer encuentro, pues querían castigarlo porque había repudiado las costumbres nacionales. Luego
que mutuamente se juraron fidelidad, lo exhortaron a que procediera rápidamente. El árabe estuvo de acuerdo y marchó contra Izates, al frente de un gran ejército.
Cuando se iba a entablar la primera batalla, antes de que llegaran a las manos, los grandes, de acuerdo con lo convenido, abandonaron a Izates, simulando un terror pánico y escaparon dando las espaldas al enemigo. Izates, lejos de abatirse, comprendió que los grandes lo habían traicionado y se retiró a su campamento. Indagó la causa de la huída y cuando supo que se trataba de un acuerdo con el árabe, se desembarazó de los culpables. Al día siguiente atacó a los enemigos, mató a un gran número de ellos y obligó al resto a huir.
Persiguió a su rey y lo obligó a refugiarse en una fortaleza denominada Arsamo. La sitió enérgicamente hasta que la tomó. Se apoderó de todo el botín, que era considerable, y regresó a Adiabena sin haberse podido apoderar de Abias vivo, pues éste, rodeado por todos lados, se había suicidado.
2. Los grandes de Adiabena habían fracasado en esta primera conspiración. Dios había protegido al rey. Sin embargo, en vez de quedarse tranquilos, escribieron de nuevos a Vologeses, rey de los partos, invitándolo a que matara a Izates y que les diera otro príncipe, de origen parto. Decían que odiaban a su rey por haber violado su religión ancestral, adoptando ritos extranjeros.
Con estas nuevas, el rey parto se sintió movido a la guerra; pero en vista de que no había pretexto ninguno para ello, pidió a Izates que le devolviera los signos de honor que le diera su padre, y en caso de que rehusara, lo amenazaba con la guerra. Izates se sintió muy intranquilo; opinaba que al renunciar a los honores se condenaba a sí mismo, pues dejaría la impresión de obrar por miedo. Además sabía que el parto, aun
después de esta devolución, no se aquietaría. Consideró que lo más conveniente sería confiar a la protección de Dios su vida en peligro. Pensando que Dios era el más poderoso de los aliados, instaló a sus mujeres e hijos en los fuertes más seguros, envió todo el trigo a los castillos e incendió los forrajes. Una vez tomadas estas precauciones, esperó al enemigo.
El rey de los partos, acompañado de una gran cantidad de soldados de infantería y caballería, llegó mucho antes de lo que se le esperaba, pues había estado marchando sin descanso. Estableció su campamento cerca del río que separa la Adiabana de la Media; Izates puso el suyo a poca distancia, con seis mil hombres de a caballo. Izates recibió un mensaje enviado por el parto en el cual le recordaba las numerosas fuerzas que traía consigo, desde el río Eufrates hasta las fronteras de la Bactriana, y le enumeraba todos los reyes que eran sus súbditos. El parto, además, amenazaba castigarlo por su ingratitud y declaraba que ni el Dios a quien adoraba lo libraría de sus manos.
Después de escuchar al mensajero, Izates respondió que conocía las fuerzas de los partos, sin duda muy superiores a las suyas, pero que sabía mejor aún que Dios es más poderoso que todos los hombres. Dada esta respuesta, se puso a rogar a Dios postrándose en el suelo y esparciéndose ceniza en la cabeza. Ayunó con su esposa e hijos e invocando a Dios, dijo:
—Si no es en vano, Señor y dueño soberano, que yo he contado con tu bondad y si he acertado al considerarte único y supremo señor de todas las cosas, ven en mi ayuda y defiéndeme contra mis enemigos, no solamente en mi interés, sino porque ellos se han atrevido a atacar tu poder.
Oró en esta forma con llantos y gemidos, y Dios lo escuchó. La noche siguiente, Vologeses recibió una carta en la cual le anunciaban que un gran ejército de dacios y sacos se habían aprovechado de su ausencia para devastar el país de los partos. Entonces, sin haber hecho nada, levantó el campamento y volvió atrás. Es así como, gracias a la providencia divina, Izates escapó a las amenazas de los partos.
3. Poco después Izates murió, cumplidos los cincuenta y cinco años y después de veinticuatro de reinado, dejando veinticuatro hijos y veinticuatro hijas. La sucesión al trono, según lo había ordenado, pasó a su hermano Monobazes, en recompensa a hi fidelidad con que le había conservado el poder, estando ausente, luego de la muerte de su padre. Su madre Elena se afligió intensamente por la muerte de su hijo, como es natural para una madre privada del más afectuoso de sus hijos; pero se consoló al saber que la sucesión se había otorgado a su hijo mayor, apresurándose a ir a su lado. De regreso a Adiabena, sobrevivió poco tiempo a su hijo Izates. Monobazes envió sus huesos y los de su madre a Jerusalén, y los hizo sepultar en las tres pirámides que su madre había hecho elevar a tres estadios de la ciudad. Pero más adelante hablaremos de lo que hizo Monobazes durante su vida.
CAPITULO V
Tiberio Alejandro, procurador de Judea, castiga a los hijos de Judas el galileo. El procurador Cumano reprime una sedición con una gran matanza de judíos junto al Templo
1. Siendo Fado procurador de Judea, un cierto mago de nombre Teudas persuadió a un gran número de personas que, llevando consigo sus bienes, lo siguieran hasta el río Jordán. Afirmaba que era profeta, y que a su mando se abrirían las aguas del río y el tránsito les resultaría fácil. Con estas palabras engañó a muchos. Pero Fado no permitió que se llevara a cabo esta insensatez; envió una tropa de a caballo que los atacó de improviso, mató a muchos y a otros muchos hizo prisioneros. Teudas fué también capturado y, habiéndole cortado la cabeza, la llevaron a Jerusalén. Estas cosas acontecieron siendo Cuspio Fado procurador.
2. Sucedió a Fado Tiberio Alejandro, hijo de Alejandro, que fuera alabarca de Alejandría, el primero de sus contemporáneos por su nobleza y riqueza y que sobresalió también por su piedad hacia Dios a su hijo Alejandro, pues éste no permaneció fiel a las costumbres y las leyes patrias. En su tiempo fué cuando sobrevino en Judea la época de gran hambre, en cuya oportunidad la reina Elena compró con su dinero mucho trigo en Egipto, según dijimos antes. En este tiempo fueron muertos los hijos de Judas el galileo, el que había incitado al pueblo a la rebelión, cuando Quirino realizaba el censo de Judea, como hemos dicho antes. Eran Jacobo y Simón, a quienes Alejandro ordenó que crucificaran. Herodes, rey de Calcis, privó del pontificado a José hijo de Cam, y lo traspasó a Ananías hijo de Zebedeo. Cumano sucedió a Tiberio Alejandro. Herodes, hermano del rey Agripa el Grande, falleció en el año octavo del reinado de Claudio, dejando tres hijos: Aristóbulo, hijo de su primera esposa Mariamne y Bereniciano e Hircano hijos de Berenice, la hija del hermano. Claudio César entregó su reino al joven Agripa.
3. Una revuelta que se produjo en la ciudad de Jerusalén, siendo administrador de Judea Cumano, costó la vida a un gran número de judíos. Pero expondré en primer lugar su causa. En la fiesta de Pascua, cuando es costumbre entre nosotros comer panes no fermentados, congregándose una gran multitud para su ablución, temeroso Cumano de alguna sedición, ordenó que una cohorte se apostara con sus armas en los pórticos del Templo, a fin de reprimir cualquier tumulto que se produjera. Así acostumbraban a hacerlo antes que él los
procuradores de Judea.
En el cuarto día de la festividad un soldado descubrió su sexo y lo mostró a la gente. Los que lo vieron se irritaron, y dijeron que no eran ellos los insultados, sino Dios. Algunos de los más decididos dijeron que Cumano era el responsable, y por eso lo injuriaron. Cumano, al oír sus expresiones, se irritó, y pidió a los descontentos que no ocasionaran tumultos durante las fiestas. No logró persuadirlos, arreciando las injurias.
Cumano ordenó a todas las tropas que, tomando las armas, se concentraran en la fortaleza Antonia la cual, como dijimos, domina al Templo. La multitud, a la vista de los soldados, aterrorizada, se apresuró a huir; como las salidas eran estrechas y creían que los enemigos los perseguían, muchos de ellos perecieron en estos lugares angostos. Hubo veinticinco mil muertos en aquel tumulto; de manera que la festividad se convirtió en fecha de luto, de tal manera que todos, olvidados de los sacrificios y de las oraciones, se pusieron a lamentarse y gemir. El impudor de un soldado fué causa de una gran calamidad.
4. Todavía no habían dejado de lamentarse por este suceso, cuando se produjo otra desgracia. Algunos de los que siempre buscan revueltas atacaron a Esteban, esclavo del emperador, en la vía pública, a cien estadios de la ciudad, como si fueran ladrones, y lo despojaron de todo lo que llevaba. Cuando Cumano lo supo, envió inmediatamente soldados para que saquearan los poblados vecinos y apresaran a los más nobles de ellos, para que dieran cuenta del crimen. Mientras se procedía a la devastación de los poblados, un soldado encontró las leyes de Moisés, guardadas en uno de estos pueblos y, exponiéndolas a la vista de
todos, las rompió, agregando a esto burlas y ofensas.
Cuando se enteraron los judíos, bajaron en gran número a Cesárea, donde se encontraba Cumano, para suplicarle que vengara, no a ellos, sino a su Dios, cuyas leyes habían sido ultrajadas; pues a ellos no les era posible vivir si las leyes de sus padres eran tratadas tan indignamente. Entonces Cumano, temeroso de que la multitud se agitara de nuevo, siguió el consejo de sus amigos e hizo decapitar al soldado que había ultrajado a las leyes. Así apaciguó la sedición que estaba a punto de estallar de nuevo.
CAPITULO VI
Discordia entre galileos y samaritanos. Cuadrato, gobernador de Siria, envía a los principales a Roma. Claudio resuelve la cuestión: absuelve a los judíos y castiga a los responsables de la
revuelta.
1. Surgieron disensiones entre los samaritanos y los judíos por el siguiente motivo. Los galileos acostumbraban en los días de fiesta, cuando iban a Jerusalén, a pasar por Samaria. Estando en camino, algunos hombres de un poblado llamado Ginea, situado en los límites de Samaria y de la gran llanura, los atacaron y mataron a muchos de ellos.
Los principales de los galileos, cuando se informaron del crimen, presentáronse ante Cumano y le pidieron que vengara a los muertos. Pero él, que había sido corrompido por los samaritanos con dinero, no los escuchó. Entonces los galileos, indignados, llamaron a los judíos a las armas para defender su libertad. Decían que la servidumbre era ya de por sí muy acerba, pero si se le agregaba la injuria resultaba intolerable.
Los magistrados se esforzaron en apaciguar y aquietar a la multitud, prometiendo que hablarían con Cumano para persuadirlo que castigara a los autores de las muertes. No los escucharon; tomaron las armas y llamando en su auxilio a Eleazar hijo de Dineo, un ladrón que por espacio de muchos años había vivido en los montes, robaron e incendiaron varios poblados de los samaritanos.
Cumano, cuando se enteró, tomó consigo al escuadrón de Sebaste y cuatro cohortes de a pie y armó también a los samaritanos, y marchó contra los judíos. Habiéndolos alcanzado, mató a muchos de ellos y a muchos otros los hizo prisioneros. Los principales de Jerusalén por su nobleza y por los honores, en vista de la magnitud de los males en los que habían caído, vistieron cilicios y se cubrieron la cabeza con ceniza.
Pidieron y exhortaban a los revoltosos, puesto que tenían ante sus ojos la patria que iba a ser abolida, el Templo destruido y, en fin, las mujeres y los hijos reducidos a esclavitud, que cambiaran de propósito, que depusieran las armas, se tranquilizaran y regresaran a sus casas. Estas palabras persuadieron a los amotinados, los cuales se dispersaron; y los ladrones regresaron a sus lugares inexpugnables; pero, después de esto, toda Judea estuvo infectada de ladrones.
2. Los primeros de los samaritanos se presentaron ante Ummidio Cuadrato, gobernador de Siria, que entonces vivía en Tiro, para acusar a los judíos de haber saqueado e incendiado sus poblados. Afirmaron que no les dolía tanto la injuria que habían recibido de ellos cuanto el menosprecio en que tenían a los romanos, a quienes debían haber acudido como jueces, si se sentían ofendidos, en vez de llevar a cabo incursiones, como si no estuvieran gobernados por los romanos. Por esto se presentaban ante él, pidiéndole que los vengara. Esta era la índole de las acusaciones de los samaritanos.
Los judíos sostuvieron que los culpables de la revuelta y de la lucha habían sido los samaritanos y, sobre todo, que Cumano había sido corrompido con sus regalos y que, por este motivo, ocultó y disimuló la matanza de judíos. Cuando Cuadrato hubo oído estas cosas, difirió la sentencia, diciendo que la daría cuando fuera a Judea y se informara más detalladamente de la verdad.
Se retiraron sin que nada se hubiera decidido. Poco después Cuadrato pasó a Samaria en donde, luego de oír a todos, estaba por decidir que los samaritanos habían sido los culpables de las sediciones. Pero al informarse de que algunos judíos habían fraguado una revolución, hizo crucificar a los capturados por Cumano. De allí pasó al poblado llamado Lida, que por su magnitud no cedía en grandeza a una ciudad; se instaló en un tribunal y, por segunda vez, escuchó a los samaritanos. Uno de ellos le dijo que uno de los principales de los judíos, de nombre Dorto, y algunos más, en número de cuatro, ansiosos de novedades, se esforzaban en alejar al pueblo de los romanos. Mandó que los mataran. Envió al pontífice Ananías y al pretor Anán a Roma, encadenados, para que dieran cuenta de sus actos al emperador Claudio. Luego dispuso que los principales de los samaritanos y de los judíos, el procurador Cumano y Céler, un tribuno, marcharan a Italia, para someter al juicio del César sus controversias.
Temeroso de que los judíos fraguaran nuevas sediciones, se dirigió a la ciudad de Jerusalén; la encontró apaciguada y en trance de celebrar una fiesta antigua en honor de Dios. Convencióse que no había peligro ninguno de sedición; por esto, dejando la fiesta, regresó a Antioquía.
3. Cumano y los principales de los judíos, que fueron enviados a Roma, obtuvieron del César una audiencia para tratar sobre los litigios que los dividían. Los libertos y amigos del César apoyaban calurosamente a Cumano y los samaritanos. Los judíos habrían sido derrotados si Agripa el joven, que entonces se encontraba en Roma y veía el temor de los judíos, no implorara vivamente a la emperatriz Agripina que persuadiera a su marido que juzgara de acuerdo con la justicia, luego de oír a ambas partes, a los que eran responsables de la revuelta.
Claudio, impresionado por el pedido, escuchó a ambas partes, y comprobó que los samaritanos eran los culpables de todos los males; ordenó que se ejecutara a los que se habían presentado ante él y desterró a Cumano; y, por último, ordenó que el tribuno Céler fuera llevado a Jerusalén y muerto, luego de ser paseado por la ciudad a la vista de todos.
CAPITULO VII
Félix es nombrado procurador de Judea. Su matrimonio con Drusila.
1. Claudio envió a Félix33, hermano de Palas, para que tomara a su cargo los asuntos de Judea. En el año duodécimo de su imperio, dió a Agripa la tetrarquía de Filipo y la Batanea, agregándola Traconítida y Abila, esto es, la tetrarquía de Lisanias; pero le quitó la Calcídica, donde había gobernado durante cuatro años. Recibido este presente del emperador, Agripa entregó en matrimonio a Aziz, rey de Emeso, que había accedido a circuncidarse, su hermana Drusila. Epífanes, hijo del rey Antíoco, había rehusado casarse con ella, pues se negó a aceptar la religión de los judíos y abandonar la suya, aunque así lo había prometido al padre de la muchacha. Luego casó a Mariamne con Arquelao hijo de Helcias, a quien la había prometido Agripa padre. Les nació una hija de nombre Berenice.
2. Poco después se disolvió el matrimonio de Drusila y Aziz por el siguiente motivo. Siendo Félix procurador de Judea, al ver a Drusila, que sobresalía en hermosura entre las demás mujeres, se inflamó de deseo por ella. Le envió un judío chipriota, de nombre Simón, que pretendía ser mago, para persuadirla que dejara a su marido y se casara con él, prometiéndole hacerla feliz si accedía a este deseo. Ella, no obrando bien, y con miras a escapar a la envidia de su hermana Berenice, pues la fastidiaba frecuentemente a causa de su
hermosura, se dejó persuadir en contra de las leyes patrias, para casarse con Félix. Le dió un hijo, al cual puso el nombre de Agripa. Más adelante expondré en qué forma este joven pereció con su madre en ocasión de la erupción del Vesubio en tiempo de Tito César.
3. Berenice, después de la muerte de Herodes, que fuera su marido y a la vez su tío, luego de una larga viudez, durante la cual corría el rumor de que mantenía relaciones con su hermano, persuadió a Polemón, que era rey de Cilicia, que se circuncidara y se casara con ella. Creía que en esta forma terminaría con las mentiras y calumnias. Polemón accedió, especialmente a causa de sus riquezas. Sin embargo, este matrimonio no duró mucho tiempo; Berenice, mujer intemperante, abandonó a Polemón. El, una vez disuelto el matrimonio, dejó de ser fiel a las costumbres y leyes de los judíos. Por el mismo tiempo Mariamne repudió a Arquelao y se casó con Demetrio, el primero de los judíos alejandrinos por su nacimiento y
sus riquezas; además era alabarca. Tuvo un hijo con él, al cual llamó Agripino. Más adelante habrá lugar para hablar de todo esto más detalladamente.
CAPITULO VIII
Muerte de Claudio. Advenimiento de Nerón. Félix destruye los nidos de ladrones. El caso del impostor egipcio. Sublevación de Cesárea. Festo reemplaza a Félix
1. Claudio César murió luego de gobernar trece años, ocho meses y veinte días. Algunos dijeron que había sido envenenado por su mujer Agripina. El padre de esta mujer fué Germánico, hermano del César; y tuvo por marido a Domicio Enobarbo, romano ilustre. Muerto él, después de permanecer viuda por largo tiempo, Claudio se casó con ella, llevando Agripina consigo a un hijo que se llamaba Domicio como su padre. Anteriormente Claudio había hecho matar, por celos, a su esposa Mesalina, con la cual había tenido dos hijos, Británico y Octavia. Tenía además otra hija mayor, que se llamaba Antonia, nacida de suesposa anterior, Petina. Casó a Octavia con Nerón, nombre que dió a Domicio después de adoptarlo.
2. Agripina temía que Británico, cuando fuera adulto, ocupara el trono de su padre. Con el deseo de que pasara a su hijo, según se dice, hizo todo lo posible para matar a Claudio. Después procuró que Burro, prefecto del ejército, así como también los tribunos y libertos de mayor autoridad, se llevaran a Nerón al campamento y lo proclamaran emperador. Nerón, luego de obtener el poder, envenenó a Británico ante numerosas personas; también asesinó abiertamente a su madre, agradeciéndole en esta forma, no solamente el que lo hubiera engendrado, sino también el que con sus maquinaciones obtuviera el imperio para él. Igualmente hizo morir a Octavia, su esposa, y a muchos ilustres varones, acusándolos de intrigar.
3. Pero no quiero detenerme por más tiempo en el particular. Son muchos los que han escrito la historia de Nerón: los unos han disfrazado la verdad, para agradarle, pues fueron bien tratados por él; otros, en cambio, por el odio y enemistad con qua lo contemplaban, lo han tratado tan desmedidamente que merecen igual reproche que los primeros. No hay motivo para que me admire que hayan mentido con relación a Nerón, pues tampoco al escribir sobre sus predecesores han respetado la verdad histórica; y, con todo, no los odiaban, pues vivieron mucho tiempo después. Pero que escriban de acuerdo a sus caprichos aquellos que no guardan el menor respeto por la verdad, si es que así les gusta. En cuanto a nosotros, nos hemos
propuesto atenernos únicamente a la verdad, aunque tocando sólo de paso lo que no se refiere a nuestros asuntos, los de los judíos, que debemos exponer de una manera menos superficial, sin vacilación ninguna, para explicar claramente nuestras desgracias y nuestros defectos. Dicho esto, expondré lo referente a nosotros.
4. En el año primero del reinado de Nerón, muerto Aziz, príncipe de los emesos, lo sucedió en el poder su hermano Soem. Aristóbulo recibió de Nerón el gobierno de la Armenia Menor; este Aristóbulo era hijo de Herodes, rey de Calcis. Nerón dió además a Agripa parte de la Galilea, Tiberíades y Tariquea, ordenando que le estuvieran sometidas; también le entregó Julias, población de Perea y catorce poblados de su vecindad.
5. Los asuntos de los judíos día a día empeoraban. El país estaba lleno de ladrones y de impostores que seducían a la multitud. Todos los días Félix capturaba a algunos de los últimos, junto con ladrones, y los hacía perecer. Capturó vivo a Eleazar hijo de Dineo, que había reunido una caterva de ladrones; le dió su palabra de que nada le iba a acontecer, y así lo indujo a que se le acercara; luego lo envió a Roma encadenado.
Félix odiaba al pontífice Jonatás, porque le exhortaba frecuentemente a que administrara mejor los asuntos de los judíos, pues no quería que le reprocharan el que hubiese pedido al emperador que les enviara a Félix como procurador. Por ese motivo, Félix buscaba un pretexto para librarse de él, por resultarle molesto. Molesta ser amonestado frecuentemente a aquellos que se han propuesto obrar injustamente.
Por este motivo, Félix corrompió con la entrega de gran cantidad de dinero, a un tal Doras, amigo íntimo de Jonatás, de origen jerosolimitano, para que le enviara ladrones que lo mataran. Doras, dispuesto a obedecerle, arbitró de esta manera la muerte del pontífice. Algunos de los ladrones ascendieron a la ciudad, como si quisieran adorar a Dios, teniendo ocultas las dagas bajo los vestidos; mezclados con los criados de Jonatás lo mataron. Esta muerte quedó sin venganza. Posteriormente los ladrones, sin amedrentarse,
ascendieron al Templo durante las festividades, ocultando las armas como antes; mezclados con la turba, mataron a unos porque eran sus enemigos y a otros porque se les pagaba para hacer ese servicio; y lo llevaban a cabo, no sólo en la ciudad, sino en el mismo Templo.
Efectivamente, se atrevían a matar en el Templo, como si obrar de esta manera no fuera un acto impío.
Por eso creo que Dios, ofendido por su impiedad, se apartó de nuestra ciudad; juzgó que el Templo ya no era su morada pura, e hizo que los romanos purificaran con el fuego a la ciudad, nos redujeran a la esclavitud a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, a fin de que, advertidos por tales calamidades, volviéramos a la rectitud.
6. Con esos hechos perpetrados por los ladrones, la ciudad estaba repleta de crímenes horrendos. Los impostores y los hombres falaces persuadían a la multitud que los siguieran al desierto. Decían que allí les mostrarían signos y señales que sólo pueden producirse por obra y providencia de Dios. Muchos que los creyeron, sufrieron los castigos que merecían por su locura, pues Félix los hizo ejecutar cuando le fueron entregados. En ese tiempo llegó a Jerusalén un egipcio que simulaba ser profeta, y quiso persuadir a
la multitud que ascendiera con él al monte de los Olivos, que se encuentra a la distancia de cinco estadios de la ciudad. Les dijo que desde allí verían caer por su orden los muros de Jerusalén, y les prometió abrirles un caminó para volver a la ciudad.
Cuando Félix oyó tales cosas; ordenó a sus soldados que tomaran las armas. Salió de Jerusalén con muchos soldados de caballería y de infantería, y atacó al egipcio y a los que estaban con él. Mató a cuatrocientos de ellos, e hizo prisioneros a doscientos. En cuanto al egipcio, eludió el encuentro y se escapó. De nuevo los ladrones incitaron al pueblo a hacer la guerra a los romanos, diciendo que no había que obedecerles. Incendiaban y robaban las casas de los que no estaban de acuerdo con ellos.
7. También se produjo una disensión entre los judíos que vivían en Cesárea y los sirios de la misma ciudad, acerca de la igualdad de los derechos de ciudadanía. Los judíos querían ser los primeros en todo, pues su rey Herodes, fundador de Cesárea, había sido judío de nacimiento. Los sirios lo reconocían, pero agregaban que la ciudad anteriormente se había llamado Torre de Estratón y que en ese entonces no había allí ningún judío. Informados de esto los magistrados de la ciudad, capturaron a los autores de la sedición de ambos lados y los golpearon, con lo cual el tumulto quedó apaciguado por algún tiempo.
Pero de nuevo los judíos moradores de la ciudad, confiados en sus riquezas y teniendo por este motivo en menos a los sirios, los injuriaron, esperando que así lograrían provocarlos. Los otros, inferiores en lo referente a dinero, pero orgullosos de que la mayoría de los que servían en las tropas romanas fueron de Cesárea o de Sebaste, devolvieron los insultos a los judíos. Llegóse al extremo de que judíos y sirios se apedrearan mutuamente, causándose gran número de muertos y heridos de ambos lados. Los judíos, sin embargo, salieron victoriosos. Félix, en vista de que esta agitación en muy poco se diferenciaba de una guerra, pidió a los judíos que se quedaran tranquilos. Como no le hicieron caso, ordenó a los soldados que los atacaran; fueron muertos muchos de ellos y otros hechos prisioneros. También Félix permitió a los soldados que saquearan algunas casas de judíos llenas de riquezas. Los más moderados y de mayor dignidad de los judíos, pidieron a Félix que hiciera sonar la trompeta para llamar a los soldados, de modo que quedaran perdonados los restantes para que pudieran arrepentirse de su conducta. Félix consintió.
8. Por este tiempo el rey Agripa confirió el pontificado a Ismael, hijo de Fab. Se originaron disensiones entre los pontífices y los sacerdotes y principales de Jerusalén. De tal modo que cada uno de los sectores, se puso al frente de una banda de hombres muy decididos y revoltosos. En los encuentros se injuriaban mutuamente y se apedreaban, sin que nadie los llamara al orden, como si se tratara de una ciudad privada de jefes. Fué tan grande la audacia de los pontífices, que exentos de toda vergüenza enviaron a sus siervos a las eras, para que se apoderaran de los diezmos que pertenecían a los sacerdotes. Por lo cual aconteció que algunos
de los sacerdotes, cuya situación familiar era muy pobre, murieran por falta de alimentos. Es así como la violencia de los facciosos se imponía sobre el derecho.
9. Porcio Festo34 fué enviado por Nerón para suceder a Félix. Los principales de los judíos que vivían en Cesárea se dirigieron a Roma para acusar a Félix, el cual habría sido castigado por sus injusticias con los judíos si Nerón no hubiera sido muy condescendiente ante los pedidos de Palas, el hermano de Félix, que gozaba de gran prestigio con él. Dos de los sirios principales de Cesárea, mediante la donación de gran cantidad de dinero, persuadieron a Burro, instructor de Nerón, encargado por éste de los asuntos de las regiones griegas, que pidiera a Nerón que privara a los judíos del derecho de ciudadanía que les era común con los sirios. Burro se lo pidió al emperador y lo obtuvo y envió un rescrito, que fué la causa de todos los males que posteriormente afligieron a nuestro pueblo. Cuando los judíos de Cesárea se informaron de lo otorgado a los siros, persistieron en sus revueltas contra ellos hasta que estalló una guerra.
10. Cuando Festo pasó a Judea con motivo de las fiestas, encontró a la ciudad asolada por los ladrones, que incendiaban y saqueaban todas las aldeas. Los llamados sicarios, en realidad ladrones, eran muy numerosos; se servían de puñales cortos, casi de la misma longitud que los acinace de los persas, pero curvos como aquellos que los romanos llaman sicae, con los cuales estos ladrones mataban a mucha gente y de cuyo uso tomaron el nombre. Durante los días festivos, como antes dijimos, mezclados con la multitud que venía de todos lados por razones religiosas, mataban a los que querían sin dificultad ninguna.
Frecuentemente irrumpían en los poblados enemigos y, después de haberlos saqueado, los incendiaban. Festo envió tropas de infantería y caballería contra los que habían sido engañados por un impostor que les había prometido la cesación de todos los males y plena seguridad, si lo seguían al desierto. Los soldados mataron al impostor y a los que estaban con él.
11. Por el mismo tiempo el rey Agripa construyó un salón comedor, de una respetable magnitud, en el palacio de Jerusalén, cerca de la galería cubierta. Este palacio antes fué de los Asmoneos y se encontraba en un lugar elevado, desde el cual los que querían contemplar la ciudad disponían de una vista muy agradable. Al rey le gustaba hacerlo; y cuando se tendía a comer miraba lo que ocurría en el Templo.
Cuando lo supieron los jefes de Jerusalén, se indignaron en gran manera. Ni la costumbre nacional ni las leyes permitían que aquello que se realizaba en el Templo, especialmente los sacrificios, fuera observado. Por este motivo levantaron una gran pared por encima de la sala de reunión que, en el conjunto interior del Templo, miraba al occidente. Este edificio interceptaba no sólo el comedor del rey, sino también el pórtico occidental exterior del Templo desde el cual los romanos vigilaban durante las fiestas. Tanto el rey Agripa como el procurador Festo se irritaron por esto y ordenaron la demolición del muro. Pero los judíos pidieron que se les permitiera enviar legados a Nerón, pretendiendo que no podrían soportar la vida si tenían que destruir parte del santuario. Festo les otorgó permiso; y enviaron a diez delegados ante Nerón, de los principales del pueblo; entre ellos estaban Ismael, el pontífice y Helcias, el guardián del tesoro.
Después de haberlos oído, Nerón no sólo les perdonó su acto, sino que accedió a que conservaran la construcción, a fin de complacer a su esposa Popea que se interesó por ellos, pues era una mujer piadosa. Ordenó ella a los diez que se fueran, pero retuvo como rehenes a Helcias y a Ismael. Cuando el rey lo supo entregó el sumo pontificado a José, hijo del sumo sacerdote Simón; José era llamado por sobrenombre Cabi.
CAPITULO IX
Muerto Festo en Judea, lo reemplaza Albino, quien detiene los crímenes de los sicarios.
1. Informado el César de la muerte de Festo, envió a Albino como procurador de Judea. El rey privó del pontificado a José, y lo concedió a Anán, hijo de Anán. Según se dice, Anán el mayor35 fué un hombre de muchísima suerte; tuvo cinco hijos, y dió la casualidad de que los cinco obtuvieran el pontificado, siendo el primero que por mucho tiempo disfrutó de esta dignidad. Tal caso no se dió anteriormente con ningún otro pontífice. El joven Anán que, como dijimos, recibió el pontificado, era hombre de carácter severo y notable valor. Pertenecía a la secta de los saduceos que comparados con los demás judíos son inflexibles en sus puntos de vista, como antes indicamos.
Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió el sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo36, y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y
los condenó a ser apedreados. Pero los habitantes de la ciudad, más moderados y afectos a la ley, se indignaron. A escondidas enviaron mensajeros al rey, pidiéndole que por carta exhortara a Anán a que, en
adelante, no hiciera tales cosas, pues lo realizado no estaba bien. Algunos de ellos fueron a encontrar a Albino, que venía de Alejandría; le pidieron que no permitiera que Anán, sin su consentimiento, convocara al sanedrín. Albino, convencido, envió una carta a Anán, en la cual lleno de indignación le anunciaba que tomaría venganza con él. Luego el rey Agripa, habiéndole quitado el pontificado, que ejerció durante tres meses, puso en su lugar a Jesús hijo de Damneo.
2. Cuando Albino llegó a la ciudad de Jerusalén, puso todo su empeño en pacificar y tranquilizar la región, matando a varios de los sicarios. Pero de día en día el sumo pontífice Ananías crecía en reputación y obtenía en forma descollante el afecto y la estima de sus conciudadanos. Efectivamente, sabía repartir dinero y cotidianamente hacía la corte y ofrecía regalos a Albino y al sumo pontífice. Tenías unos criados muy perversos que se unían a los más audaces; violentamente se apoderaban en las eras del diezmo de los sacerdotes, golpeando a aquellos que rehusaban dárselos. De ahí que se murieran de hambre los sacerdotes que anteriormente se alimentaban con el diezmo.
3. De nuevo los sicarios, en oportunidad de una fiesta, durante la noche penetraron en la ciudad, e hicieron prisionero al secretario del comandante Eleazar, que era hijo del sumo pontífice, y se lo llevaron encadenado. Luego enviaron mensajeros a Ananías, diciéndole que estaban dispuestos a devolver el secretario, si persuadía a Albino que pusiera en libertad a diez de los suyos que mantenía encarcelados.
Ananías, obligado por la situación, persuadió a Albino y obtuvo lo que pedía. De ahí surgieron calamidades mayores. Resultó que se apoderaron de algunos familiares y amigos de Ananías. Capturándolos vivos, no los dejaron en libertad hasta no recibir, a su vez, a algunos de los sicarios prisioneros. De ahí que, creciendo en número, infestaron todo el país.
4. Por este tiempo el rey Agripa, habiendo engrandecido la ciudad de Cesárea de Filipo, la nombró Neronías en honor de Nerón. Además hizo edificar un teatro en Berito, de elevado costo, donde ofreció espectáculos anuales; gastó en ello decenas de miles de dracmas. Pues daba al pueblo trigo y le distribuía aceite. Además adornó toda la ciudad con estatuas y copias de las obras antiguas y transportó allí todo lo que adornaba su reino, o poco menos. Con esto se concentró el odio de sus súbditos, pues les quitaba lo que era suyo para ornar una ciudad extranjera.
El rey privó del pontificado a Jesús hijo de Damneo y se lo dió a Jesús hijo de Gamaliel. Por este motivo se originó entre los dos una mutua disensión. Cada uno de ellos reunió una cohorte de hombres de la más perversa índole, que se insultaban mutuamente y a veces llegaban a apedrearse. Ananías se distinguió entre todos pues se atrajo, gracias a sus riquezas, a muchos de ellos. Por su parte Costobaro y Saúl habían congregado su porción de criminales. Eran de sangre real y estaban muy en favor de Agripa a causa de su parentesco, pero eran violentos y dispuestos a apoderarse de los bienes de los más débiles. Por todo esto nuestra ciudad estaba sumergida en muchas tribulaciones, yendo de día en día los asuntos de mal en
peor.
5. Cuando Albino supo que venía a reemplazarlo Gesio Floro, quiso demostrar que había hecho algo en favor de los de Jerusalén. Habiendo reunido a los prisioneros, ordenó que fueron muertos todos aquellos que lo merecían. En cuanto a los que se encontraban en la cárcel por causas más leves, una vez que hubieron pagado la multa los dejó en libertad. En esta forma la cárcel se vació de presos, pero el país quedó infestado de ladrones.
6. Los levitas —una de nuestras tribus—, que cantaban los himnos, pidieron al rey que reuniera al sanedrín y les permitiera utilizar al igual que los sacerdotes una túnica de lino, pues pretendían que durante su reino tenía que llevar a cabo una innovación memorable. Tuvieron éxito en su pedido. Pues el rey, con el consentimiento de los que formaban el sanedrín, concedió a los cantores que abandonaran su antigua vestidura y se pusieran una de lino, como pedían. Y como una parte de la tribu ejercía su ministerio en el Templo, permitió que aprendiera los himnos, tal como lo pedían. Todo esto se había llevado a cabo en contra de lo que ordenaban las costumbres patrias, cuya violación reportaría los castigos que se merecían.
7. En esta oportunidad el Templo ya estaba terminado. El pueblo vió que los obreros, en número de dieciocho mil, estaban sin trabajo y necesitaban salarios, pues hasta entonces se habían procurado los medios de vida trabajando en el Templo. No querían repartir dinero por miedo a los romanos, pero se preocupaban por sus obreros; efectivamente, si un obrero trabajaba, aunque no fuera más que una hora, inmediatamente recibía su paga. Por eso pidieron al rey que hiciera restaurar el pórtico oriental. Era un pórtico de la parte exterior del Templo, que daba sobre un profundo valle, con muros de cuatrocientos codos de largo, y estaba construido con piedras blancas, rectangulares, de veinte codos de largo y seis de alto; era obra del rey Salomón, que fué el primero en construir todo el Templo. El rey, sin embargo, pues el César Claudio le había encargado el cuidado del Templo, pensó que destruir era fácil, lo difícil era construir, especialmente ese pórtico, por tratarse de una obra que requería tiempo y una gran cantidad de dinero. Pero no se opuso a que la ciudad fuera pavimentada con piedra blanca. Privó del pontificado a Jesús hijo de Gamaliel, y se lo dió a Matías hijo de Teófilo. Siendo éste pontífice comenzó la guerra entre los romanos y los judíos.
CAPITULO X
Los sumos pontífices judíos, desde Moisés hasta la guerra de los judíos.
1. Creo necesario y conveniente, especialmente en esta historia, hablar de los pontífices, cuál fué su origen, a quiénes se otorgó este honor y quiénes son los que lo han ejercido hasta el fin de la guerra. Se dice que el primero de todos fué Aarón, hermano de Moisés, quien sirvió al señor en el sumo sacerdocio; una vez muerto, lo sucedieron sus hijos, y todos sus descendientes sin excepción guardaron este honor en su familia. De ahí que, por ley de nuestros padres, nadie puede ser pontífice de Dios, si no es de la sangre de Aarón; y el cargo no es permitido a otro de otra familia, aunque se trate de un rey.
Después de Aarón que, como hemos dicho, fué el primero hasta Finees, que recibió el pontificado durante la guerra, hubo ochenta y tres sumos sacerdotes. Desde el tiempo de Moisés, en que el tabernáculo construido por éste en honor de Dios se levantaba en el desierto, hasta la llegada a Judea, en donde el rey Salomón edificó el Templo de Dios, hubo trece pontífices que ejercieron el cargo en el desierto. Al principio el pontificado se conservaba durante toda la vida; posteriormente los sumos sacerdotes fueron reemplazados
cuando todavía vivían. Estos trece; puesto que eran los descendientes de los hijos de Aarón, obtuvieron el pontificado por herencia. El gobierno fué al principio aristocrático, después monárquico37 y, en tercer lugar, real. Desde el día en que nuestros padres abandonaron a Egipto bajo la dirección de Moisés hasta la construcción del Templo, gobernaron estos trece pontífices por espacio de seiscientos doce años.
2. Después de estos trece sumos pontífices, lo ejercieron otros dieciocho, sucesivamente, desde el reinado de Salomón, en Jerusalén, hasta que Nabucodonosor, rey de Babilonia, en una expedición contra la ciudad, incendió el Templo y desterró a nuestro pueblo a Babilonia, haciendo prisionero al sumo pontífice Josadoc. Estos dieciocho ejercieron el pontificado por espacio de cuatrocientos sesenta y seis años, seis meses y diez días, durante el período en que los judíos estaban subordinados a los reyes.
Setenta años después de la conquista de Judea por los babilonios, Ciro, rey de Persia, puso en libertad a los judíos de Babilonia, y permitióles volver a su país y reedificar el Templo. En esta oportunidad, uno de los prisioneros que regresaron de Babilonia, Jesús, hijo de Josadoc, recibió el sumo pontificado. El y sus descendientes, quince en total, fueron pontífices bajo un gobierno republicano hasta la época del rey Antíoco Eupátor, durante cuatrocientos catorce años.
3. Los citados antes, esto es, el Antíoco que acabamos de nombrar y su general Lisias, pusieron fin al sumo pontificado de Onías, por sobrenombre Menelao, matándolo en Berea, y privaron a su hijo de la sucesión para nombrar sumo pontífice a Jacim, que pertenecía a la raza de Aarón, pero no era de la familia de Onías. Por esto Onías, hijo del Onías muerto y que tenía el mismo nombre que su padre, se fué a Egipto, donde lo recibieron amistosamente Ptolomeo Filométor y su mujer Cleopatra. Los convenció que edificaran para Dios, en el nomo de Heliópolis, un templo semejante al de Jerusalén, nombrándolo a él sumo pontífice.
Pero ya hemos hablado acerca del templo construido en Egipto.
Jacim murió después de haber ejercido durante tres años el sumo pontificado. No tuvo sucesor y el país estuvo siete años sin sumo pontífice. Luego los Asmoneos, a quienes se les confió el poder sobre el pueblo y que combatieron contra los macedonios, retomaron la tradición y nombraron sumo pontífice a Jonatás, que ejerció el cargo durante siete años. Al morir, a consecuencias de un complot y de intrigas tramadas por Trifón, como lo hemos expuesto anteriormente, su hermano Simón recibió el sumo pontificado. Este fué envenenado durante una comida por su yerno; después de haber ejercido el poder un año más que su
hermano, tuvo por sucesor a su hijo Hircano.
Hircano disfrutó de este honor durante treinta años, y murió viejo, dejando la sucesión a Judas, por sobrenombre Aristóbulo. Su heredero fué su hermano Alejandro, cuando aquél murió de enfermedad luego de haber ejercido al mismo tiempo el sumo pontificado y la realeza, pues Judas fué el primero en ceñir la corona real, que retuvo durante un año.
4. Alejandro murió después de haber sido rey y sumo pontífice durante veintisiete años, dejando a su mujer Alejandra el cuidado de designar al futuro sumo pontífice. Alejandra entregó el sumo pontificado a Hircano, y ella murió luego de haber conservado el trono durante nueve años.
Su hijo Hircano fué sumo pontífice por el mismo número de años. Efectivamente, después de la muerte de su madre, su hermano Aristóbulo le hizo la guerra, lo venció y lo privó de su cargo, para convertirse él a la vez en rey y sumo pontífice de su pueblo. Pero tres años y tres meses después de su advenimiento al poder, Pompeyo tomó a la fuerza la ciudad de Jerusalén, y envió a Roma encadenados a Aristóbulo y sus hijos; después devolvió el sumo pontificado a Hircano, confiándole el poder sobre el pueblo, pero prohibiéndole ceñir la corona.
Hircano tuvo el poder, a más de los nueve primeros años, otros veinticuatro. Pero Barzafarnes y Pacoros, príncipes de los partos, atravesaron el Eufrates, combatieron contra Hircano, lo hicieron prisionero y nombraron rey a Antígono, hijo de Aristóbulo. Después de tres años y tres meses de reinado éste fué sitiado y tomado prisionero por Sosio y Herodes, conducido a Antioquía y condenado a muerte por Antonio.
5. Herodes, que recibió el poder de manos de los romanos, dejó de nombrar sumos sacerdotes asmoneos; confirió este honor a gente oscura que no eran sino simples sacerdotes, con excepción de uno solo, Aristóbulo; éste era el nieto de Hircano, el que fué hecho prisionero por los partos. Herodes le dió el sumo pontificado y se casó con su hermana Mariamne para conquistarse el favor del pueblo, gracias al recuerdo de Hircano. Luego, temeroso al ver que todos sentían inclinación por Aristóbulo, lo hizo ahogar en Jericó
mientras nadaba, como lo hemos ya explicado. En adelante ya no confió el sumo pontificado a ninguno de los descendientes de los Asmoneos. La conducta de Herodes fué imitada en lo referente a los pontífices por Arquelao y sus hijos; y, más adelante, por los romanos que se adueñaron del poder en el país de los judíos.
Desde el tiempo de Herodes hasta que Tito tomó e incendió la ciudad y el Templo, hubo en total veintiocho pontífices; y el tiempo de estos pontificados alcanza a ciento siete años. Algunos de ellos gobernaron bajo el reinado de Herodes y su hijo Arquelao; después de la muerte del último, el gobierno fué aristocrático, pero los sumos pontífices tuvieron la dirección del pueblo. Y con esto hay suficiente sobre los sumos pontífices.
CAPITULO XI
Floro, sucesor de Albino, oprime a los judíos y los obliga a tomar las armas
1. Gesio Floro, enviado por Nerón como sucesor de Albino, fué causa de muchas calamidades para los judíos. Había nacido en Clazomenes y llevó consigo a su esposa Cleopatra, por cuyo intermedio, como que era amiga de la esposa de Nerón, Popea, y en nada diversa del esposo por su malignidad, consiguió el cargo. Tan perversa y violentamente abusó del poder que, con motivo de su enorme maldad, los judíos consideraron a Albino como benefactor. Este procuraba ocultar su maldad, y cuidadosamente se esforzaba en que no fuera conocida; pero Gesio Floro, como si hubiera sido enviado para poner de manifiesto su
perversidad, se jactaba de las injurias que infería a nuestro pueblo, sin abstenerse de ninguna rapiña o suplicio. Era un hombre duro que no se dejaba inclinar a la misericordia, insaciable en su afán de lucro, ignorando la diferencia entre pequeños y grandes crímenes, siendo partícipe en los robos de los ladrones. Había muchos que se dedicaban al robo, con la esperanza de que nada les iba a acontecer, pues Floro participaba en los mismos. No había límites en las atrocidades, de manera que los desdichados judíos, cuando ya no pudieron soportar los robos que los ladrones realizaban, se vieron obligados a abandonar sus casas y escapar, para vivir mejor en cualquier lugar del extranjero. ¿A qué decir más? Floro fué el culpable de que nos viéramos obligados a hacer la guerra a los romanos, pensando que era mejor que muriéramos todos de una vez y no poco a poco. La guerra se inició en el año segundo de la administración de Floro, y en el duodécimo del imperio de Nerón. Pero todo aquello que nos vimos obligados a hacer y lo que tuvimos que soportar, se podrá ver cuidadosamente expuesto en los libros que hemos escrito sobre la guerra de los judíos.
2. Aquí pondré fin a mis Antigüedades Judías, después de cuyos hechos comienzan los acontecimientos que he expuesto en la Guerra de los Judíos. Las Antigüedades abarcan las tradiciones que van desde el primer hombre hasta el año duodécimo del imperio de Nerón; los hechos que nos acontecieron a los judíos en Egipto, Siria y Palestina y las calamidades que sufrimos con los asirios y babilonios, así como las vejaciones a que nos sometieron los persas y macedonios y, después de ellos, los romanos. Espero haberlo expuesto todo cuidadosamente. Me he esforzado en ofrecer la lista de los sumos pontífices que se sucedieron durante el período de los dos mil años. Expuse también la sucesión de los reyes, sin error, refiriendo lo que hicieron, cómo administraron el estado y la autoridad de los jueces, tal como se encuentra descrito en los libros sagrados, pues así me comprometí a hacerlo desde el principio de esta historia.
Ahora digo confiadamente, terminada la obra que me propuse, que ningún otro, ni judío ni extranjero, habría podido, por más que lo quisiera, presentar esta historia con tanta exactitud al público griego. Efectivamente, mis compatriotas admiten que soy muy superior a ellos en el conocimiento de las cosas nacionales. Me he esforzado en tener conocimiento de las letras griegas después de aprender la gramática, aunque nuestra educación nacional me ha impedido adquirir una pronunciación correcta. Nuestro pueblo no reverencia a los que aprenden lenguas extranjeras, pues juzga que este estudio es accesible no solamente a las personas de nacimiento libre, sino también a cualquier esclavo. Únicamente considera sabios a los que conocen la ley en forma precisa y pueden interpretar el sentido de la Sagrada Escritura. Este es el motivo de que, a pesar de que muchos trataron de ejercitarse en aquella disciplina, únicamente dos o tres han logrado éxito y recogieron el fruto de su trabajo. Quizá haga algo que no provoque la envidia, si hablo brevemente de mi familia y de lo que hice durante mi existencia, ahora que todavía viven los que pueden refutarme o atestiguar en mi favor38. Aquí pondré fin a mis Antigüedades Judías, que comprenden veinte libros y sesenta mil
líneas. Si Dios lo permite, referiré de nuevo, resumidamente, la guerra y lo que nos ha ocurrido hasta el momento presente, esto es hasta el año décimotercero del reino del emperador Domiciano, que es el quincuagésimo sexto de mi vida. También tengo el propósito de escribir cuatro libros sobre nuestra doctrina judía referente a Dios y su naturaleza, y sobre nuestras leyes y las razones por las cuales ciertas acciones nos son permitidas y otras prohibidas.
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